RIL Editores, 2006, Santiago de Chile, 211 pp. Por Daniel Schugurensky, Universidad de Toronto, 2007
Los cruentos golpes militares que asolaron a América Latina durante
los años sesentas y setentas generaron una gran variedad de consecuencias devastadoras en el terreno económico, social, político y cultural. Una de los impactos de las dictaduras latinoamericanas fue un éxodo masivo sin precedentes en la región. Durante esa oscura noche del subcontinente, millones de latinoamericanos fueron obligados a dejar de inmediato sus países para escapar a la represión. Los países del cono sur fueron particularmente afectados por la ocupación militar, y por tanto registraron tasas de exilio particularmente altas. Muchas veces los destinos fueron otros países de América Latina; otras veces los exiliados se encontraron súbitamente viviendo en países lejanos tanto en términos geográficos como culturales. En el caso de Chile, el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al gobierno democráticamente electo de Salvador Allende provocó un quiebre institucional sin precedentes en la historia de ese país. Después de muchas décadas de estabilidad constitucional, el general Augusto Pinochet instauró un régimen ilegal que se caracterizó por el terrorismo de estado y la violación a los derechos humanos: más de 3,000 opositores fueron asesinados, 35,000 sufrieron torturas, y cientos fueron encarcelados y detenidos-desaparecidos. La dictadura militar chilena también provocó un quiebre demográfico. Antes del golpe, Chile había sido conocido como un país de inmigración. A partir de fines de 1973, se produjo un éxodo masivo de cientos de miles de chilenos y chilenas que dio lugar a un fenómeno nuevo: la cultura chilena del exilio. De acuerdo a los estudios de la Vicaría de la Solidaridad, 408,000 personas salieron de Chile durante la dictadura militar. Los principales destinos fueron Argentina (12,5%), Estados Unidos (7,87%), Venezuela (6,18%), Canadá (3,85%), Francia (3,68%), Italia (2.38%), Suecia (2.38%) y Australia (2,21%). Claro está que antes, durante y después del exilio político de los años de la dictadura militar también existió –y aún persiste- una emigración chilena de carácter más bien económico. Si bien este fenómeno no ha concitado todavía tanto interés académico –por razones perfectamente entendibles- como el tema del exilio, es preciso notar que tiene una gran importancia en términos cuantitativos. En el año 2000, habían por lo menos 744,345 chilenos (o de origen chileno) en el exterior: 485,467 en América Latina, 111,420 en Norteamérica, 107,198 en Europa, y 40,260 en Australia, Medio Oriente y Africa (no hay datos precisos sobre la presencia chilena en Asia). Por otro lado, hacia fines de los ochenta y principios de los noventas, con la agonía y el fin de la dictadura, se inició un proceso masivo de regreso a Chile. La Oficina Nacional de Retorno, que funcionó entre 1990 y 1994, atendió a 19,251 retornados, los que con sus grupos familiares alcanzaron un total de 56,000 personas. Pocas veces estos tres fenómenos paralelos (exilio político, emigración económica y regreso) han sido abordados en un solo volumen. Este es precisamente uno de los grandes méritos de Exiliados, emigrados y retornados, en el cual José del Pozo, profesor de historia latinoamericana de la Université du Quebec en Montreal y miembro histórico de CALACS, reúne ocho trabajos inéditos que abordan estas problemáticas desde distintos ángulos y perspectivas disciplinarias. El origen del libro fue un seminario sobre emigración y exilio de latinoamericanos que fue parte del congreso mundial de americanistas realizado en Santiago de Chile en 2003. Por esos imprevistos de la vida, sólo dos de las ponencias presentadas en ese seminario terminaron siendo publicadas en el libro. El resto de los autores se incorporó al proyecto en los años posteriores por invitación del coordinador, que así logró convocar a un destacado grupo de sociólogos, historiadores, economistas, geógrafos, antropólogos, periodistas y comunicólogos. Los primeros tres artículos tratan sobre la migración chilena a Europa. En el primero de ellos, Claudio Bolzman propone una tipología para entender dicha migración, identificando cuatro grupos (europeizados, transvasadores, exiliados y deslocalizados) que corresponden a diferentes contextos históricos de Chile y de América Latina. En el segundo, Fernando Camacho relata la tensa relación entre el gobierno de Suecia y el de Chile entre 1973 y 1982, y su correlato en la confrontación entre los representantes diplomáticos de Chile y sectores de la derecha sueca, por un lado, y los refugiados chilenos y los grupos suecos de solidaridad, por otro. En el tercero, Nicolás Prognon examina el proceso de integración experimentado por la diáspora chilena en Francia, analizando particularmente su dificultosa inserción laboral debido a barreras lingüísticas, psicológicas e institucionales. Los dos capítulos siguientes tratan sobre la comunidad chilena en dos países de América Latina. En el primero, Verónica Aravena analiza las trayectorias laborales de las familias chilenas que emigraron a San Paulo atraídas principalmente por oportunidades de trabajo y el acelerado crecimiento económico brasilero de los años setenta. En el otro capítulo, Claudia Rojas aborda el exilio chileno en México, y particularmente las vicisitudes de la Casa de Chile, que funcionó desde 1974 hasta 1993 y cuyas actividades me son familiares porque residí en ese país durante parte de los setentas y los ochentas. En el siguiente capítulo, José del Pozo analiza las organizaciones de chilenos en Québec donde, a diferencia de México o de Suecia, tuvieron poco apoyo oficial y debieron sostenerse fundamentalmente con el trabajo voluntario de sus miembros. El trabajo de Loreto Rebolledo describe la problemática del retorno de los exiliados (el des/exilio), que se manifiesta de diferente manera en los adultos y en los jóvenes. El artículo de Nancy Morris examina los tres temas del libro a través de la biografía de un artista (Osvaldo Rodríguez) que reflexiona sobre su exilio forzado, su retorno a Chile y su emigración voluntaria a un pueblo italiano. La ocho estudios que integran este volumen constituyen una valiosa contribución a nuestra comprensión del fenómeno migratorio chileno de las últimas tres décadas y de sus diferentes contextos. La colección pudiera haberse integrado mejor con un capítulo final de revisión de temas centrales y conclusiones, pero ésta es una carencia típica de libros compilados y no necesariamente de este volumen en particular. De todas maneras los capítulos se complementan muy bien, aunque varios autores presentan cifras diferentes sobre el exilio chileno, que a veces coinciden y a veces no con las cifras provistas en el apéndice estadístico. Un aporte adicional del libro lo constituye el apéndice de orientación bibliográfica, con seis páginas de publicaciones organizadas en tres categorías (libros y artículos, memorias y tesis no publicadas, y testimonios). En su conjunto, este volumen brinda análisis, perspectivas, e información originales sobre la migración chilena a través de tres temas relacionados: exilio, emigración y retorno. La distinción entre exilio y emigración que utiliza el libro es pertinente, aunque tanto el coordinador como varios de los autores notan que la frontera entre una y otra categoría no siempre son claras porque muchos chilenos fueron forzados a emigrar como víctimas de las políticas económicas de la dictadura. En síntesis, este volumen es de lectura imprescindible para todos los interesados en la diáspora latinoamericana y chilena en particular, y sobre todo para aquellos que alguna vez han migrado por las razones que fuesen. Estos últimos no sólo apreciarán el libro, sino que seguramente saborearán cada párrafo como me ocurrió a mí. Nota: Esta reseña fue publicada en el Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies (CJLACS), Vol. 32, no. 63, 2007, pp. 241-244.