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Reflexiones sobre C.

Castoriadis: La libertad y sus


condiciones de posibilidad

Sólo un ente libre es capaz de, primero, hacerse conciente de su


falta de libertad y, luego, luchar por ella. Sólo un ente libre es
capaz de hacerse conciente de cualquier cosa, incluida su
libertad.

La conciencia, la subjetividad, es un fenómeno humano, en la


medida en que este ser particular es un sujeto o individuo capaz
de reflexionar y de tener voluntad. O, dicho de otra manera, sólo
un individuo que disponga de espacio psíquico para reflexionar
sobre sí mismo y, luego, de capacidad para deliberar y optar por
una representación o curso de acción entre varias. ¿Algún otro
ser vivo conocido se debate en estas consideraciones, además
del hombre? Si es así, bienvenido a la especie humana.

Entonces, ¿qué es lo que caracteriza a este ser particular que


llamamos humano? ¿qué es lo que lo hace humano? Octavio Paz
decía que lo que hace humano a este ser es su capacidad para
decir “no”. Es decir, su capacidad para, en cualquier
circunstancia, producir una respuesta impredecible y no
condicionada. Impredecible: que no está en los cómputos
matemáticos y probabilísticos posibles. No condicionada: que no
está causada, que es creación pura, que es “imaginación
radical”, en palabras de C. Castoriadis.

Entonces, en este contexto, que exista una “subjetividad


humana” no es un requisito meramente especulativo o
metafísico, sino que es consubstancial e indispensable para
producir un ser capaz de ser libre.

Esta libertad se manifiesta concretamente cuando el ser


humano origina o formula la pregunta ¿qué es? La pregunta que
desata la problemática filosófica. Se manifiesta, además, cuando
este ser es capaz de sostener una postura ética y se pregunta
¿qué es lo bueno?, y una postura estética y entonces se
cuestiona ¿qué es lo bello? Nótese, cualquiera de estas
preguntas, conducirá siempre a las otras dos. La imposibilidad
de una de ellas, termina anulando la posibilidad de hacer las
otras dos. Nótese, por otro lado, que hacer estas preguntas,
conduce necesariamente en algún momento a esta otra ¿quién
pregunta?

En otras palabras, o hay subjetividad humana o no es posible


una postura filosófica, ética ni estética y, sin estas posturas,
sería imposible que hubiera libertad. Finalmente, sin libertad, no
es posible un proyecto libertario, ni individual ni social. No
habría revoluciones “ni nada nuevo bajo el sol”.

Así que mientras exista un gramo de subjetividad humana,


habrá una mínima posibilidad de libertad y si se la anulara, toda
la discusión perdería sentido, o mejor dicho, no habría discusión.
Sólo zombies, autómatas, replicando como sombras a algún dios
o alguna ley científica o histórica o como se la llame.

Así que estamos obligados a plantearnos las condiciones en que


es posible esta “subjetividad humana”, si queremos discutir
sobre las posibilidades de la libertad, en cualquiera de sus
vertientes, individual o social.

Ahora bien, si discutimos las condiciones de posibilidad de la


subjetividad es porque admitimos que ésta no está garantizada.
La subjetividad puede no existir y liquidarse y su liquidación es,
en efecto, la locura o enajenación total del ser humano.

Pero, entonces, si la subjetividad humana no es condición


infaltable de la existencia humana, ¿cuáles son las condiciones
que la hacen posible, tanto del lado del individuo, como del lado
de la sociedad?

Castoriadis señala que se requieren cuatro presupuestos para


hacer factible la subjetividad, las dos primeras son “psiquismo
puro”, las dos últimas “implicación social”: (1) que aparezca la
“imaginación radical”,
que el individuo, su psique, sea capaz de sublimar, de investir
de significados al mundo. Cómo aparece este fenómeno
específicamente humano es otro tema; (2) que esta capacidad o
energía sublimadora pueda investirse y desinvertirse y que
pueda diferir entre individuos y para el mismo individuo, que
haya energía psíquica libre para ser nuevamente investida; (3)
que la institución, la sociedad, permita y promueva la movilidad
de las investiduras; y, (4) que la sociedad “enseñe el hábito de
la libertad: el hábito de cuestionar los hábitos”, “el hábito del no
hábito”, porque el individuo no es capaz de verse como su
propia fuente de sentido si no es educado para ello.

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