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EL
TITICACA
para todos
Fotos cortesía The Andean Experience Co.
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Titilaka
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Durante
la navegación,
se observan
numerosas islas
que parecen
acorralar y Mi interés es aprender de la gente. Quiero compartir con ellos,
empequeñecer escucharlos, verlos trabajar. Sentirme parte de una comunidad ai-
al titicaca. mara, aunque sea por unos días.
Eso es lo que me ha impulsado a recorrer casi medio Perú, para
desembarcar finalmente en este lejano archipiélago del Huiñaimarca,
como se le conoce al lago menor del Titicaca, donde la propia comu-
nidad se ha organizado para recibir directamente a los visitantes.
La organización comunal —enraizada en las alturas andinas y
altiplánicas— es la base de este sistema turístico que surgió hace
más de 10 años, por iniciativa de la propia población. Actualmente
se han formado diversos comités, relacionados con las actividades
específicas que realiza cada familia: hospedaje, transporte en lan-
cha, paseos en botes a vela y comida típica.
A su vez, todos los comités son parte de la Asociación de Desa-
rrollo de Turismo Sostenible de Anapia (Adeturs), que cuenta con
un local cerca del puerto, una sede que ganaron gracias a su eficien-
cia en un concurso nacional.
Con la finalidad de evitar la disputa por los pasajeros, se ha
creado un sistema de turnos rotativos. También se han establecido
tarifas únicas en cada servicio. Así se acaba con el regateo. El orden
impuesto se respeta escrupulosamente y de eso puedo dar fe, ya
que por un error involuntario fui a parar con todo mi equipaje en la
3 800 metros sobre el nivel del mar, altitud en la que se encuentra casa de la señora Lidia, quien no debía ni podía recibirme.
el archipiélago de Anapia. Su hijo salió disparado en busca de la presidenta del comité.
Despierto con el cantar de los gallos. Un plato de quinua para En cuestión de minutos, la señora Teodora estaba frente a mí, ex-
iniciar la jornada. “¿Le gustó?”, pregunta María. “Claro, cómo no, plicándome con una amabilidad desbordante que no podía dormir
eso me da fuerzas”, aseguro y muestro mi brazo que contradice donde Lidia. “Ella no está de turno, sino María, la número nueve en
abiertamente mis palabras. José me mira y se ríe. Me cuenta que la rotación de 13 integrantes”.
está en el quinto grado, que su papá es su profesor y que su perro Teodora me contó también que cerca de 60 familias (en toda la
—lanudo e inquieto como todos los de la zona— se llama Hitler. isla no hay más de 120, me diría después el profesor Raúl) están re-
También me chismea que el can de la comisaría es malvado y lacionadas con el turismo y que, en su caso particular, ella se siente
ladrador. “No te le acerques”. Le hago caso y, por si acaso, tampoco muy contenta porque poquito a poco ha ido mejorando.
me aproximo a los policías que se aburren de lo lindo por falta de
delitos. Así, subimos y encontramos una chullpa profanada (una
tumba preinca) y me presenta a Adrián, mi nuevo guía. LA RUTA
Vamos y venimos. Cruzamos los tres barrios de la isla: Santa Los turistas suelen llegar a este rincón del Titicaca en botes priva-
Cruz, Central y Santa Rosa. Miramos casitas modestas, calles sin dos. No son cruceros ni embarcaciones de lujo, pero los lancheros
asfalto, una iglesia de piedra, una plaza de piso como mesa de aje- del comité conocen su trabajo y trasladan a los visitantes con esme-
drez, un camioncito abandonado. Al final, encontramos a las vacas ro, y les permiten gozar a plenitud del panorama espectacular del
cerca del lago. Los niños se alegran. Allí hay mucha espuma, que se trayecto, en el que se imponen los picachos nevados de la cordillera
echan en la cara. Real de los Andes.
Mira nuestras barbas. Somos los papanoeles del Titicaca, gri- El viaje por sí mismo es un deleite. Una gran aventura que se ini-
tan alborozados; me piden que les tome una foto, se olvidan de cia en Punta Hermosa, una orilla convertida en muelle.
las rumiantes. Son sólo niños divirtiéndose, como lo harían horas Durante toda la navegación, se observan numerosas islas que
después en la isla de Yuspique, cuando fabricaron botecitos con las parecen acorralar y empequeñecer al Titicaca, el lago compartido por
cáscaras de las habas. Perú y Bolivia.
Sus aguas, según los tratados, dividen a los dos países, pero, en
la realidad cotidiana, siguen uniendo al pueblo aimara.
SEMBRANDO TURISMO Ellos vienen, nosotros vamos. Nos vendemos y compramos
Ya no tengo dudas. No he venido a Anapia porque sea un fanático cosas en soles o en pesos. Compartimos las fiestas, jugamos futbol,
de la pesca. Es más, no recuerdo haber lanzado alguna red o anzuelo hablamos las mismas lenguas, pero vivimos en países diferentes.
en mi vida. Tampoco me ilusiona excesivamente la idea de alimentar “Así es la situación, mi hermano”, me comentaría alguien durante
reses o cosechar habas. la navegación.
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No recuerdo su rostro, tampoco su nombre, sólo sé que sus cada invitado. Esto les permitirá ser recíprocos cuando alguien de
palabras se quedarían flotando en mi mente y ahora, por recordar- esa familia contraiga nupcias.
las, ya perdí el rumbo de mi crónica, justo cuando trataba de ex- Y ahí estoy ahora brindando con compatriotas y bolivianos,
plicar que las lanchas turísticas no llegan directamente a la capital con cerveza paceña y también pilsen Trujillo (peruana). Fiesta bi-
del distrito, sino a Yuspique, una de las islas que forman parte del nacional en una isla del Titicaca, con sones de saya y morenada, con
archipiélago de Anapia. estridencias de cumbia norteña, con platones de cerdo al horno
Sobre Yuspique relatan que, un buen día, el ex mandatario Alber- con papa y ensalada.
to Fujimori decidió poblarla con vicuñas, el camélido sudamericano Todos comen y beben y son bienvenidos y allí esta la señora
de las ásperas pampas altoandinas. Desde entonces, gracias al capri- María con su falda de lujo, su chal elegante, su sombrero de dama
cho presidencial, en este pedacito de tierra habita la preciada doncella aimara. A su lado, el profesor Raúl luce serio y formal, con un suéter
de los Andes, que se ha convertido en uno de los mayores atracti- oscuro y su pantalón con la raya bien planchada. Titilaka
vos de la zona. Inevitablemente, los turistas desembarcan, caminan, Me retiro temprano. El domingo en la madrugada zarpa la lan-
suben a los miradores con la intención de contemplarlas. A veces cha colectiva. “Y por qué no te quedas hasta el final del matrimonio”,
hay suerte, otras no tanto, pero vale la pena el esfuerzo, sobre todo me propone una voz chispeante y animada. “Mañana continúa la
cuando éste se recompensa con una exquisita huatia (con pejerreyes, pachanga en la casa del otro padrino y en la de la novia. El lunes es
papas, habas y ocas —un tubérculo blanco— cocidas bajo tierra). la despedida. Anímate. Si te quedas al fin podremos ir a pescar”.
Son las señoras del comité de comida típica las que preparan No me dejo tentar. Sigo sin lanzar redes y anzuelos, aunque
la huatia y, después de la comilona, los socios del comité de ve- ahora estoy casi seguro de que, si alguna vez lo hago, será en Ana-
lero llevan a la capital del distrito a los turistas. En el puerto, los pia, desde la lancha de Froylán o el velero de doña María. Ojalá no-
reciben las mujeres que les brindarán alojamiento y alimentación más que Largo pague buenos precios. No voy a madrugar para hacer
durante toda su estancia. un mal negocioπ
BODA A LA VISTA
No soy pariente ni amigo ni compañero de trabajo
de los novios. Es más, ni siquiera me sé sus nombres.
Sin embargo, estoy en su boda, brindando y divir-
tiéndome con sus familiares y paisanos, con sus ve-
cinos de siempre, con sus conocidos de toda la vida.
Pero no me he “colado”. Mi asistencia es conse-
cuencia de la tradición, porque cuando una pareja se
casa en Anapia, todos, absolutamente todos —sin
importar su nacionalidad ni origen— pueden parti-
cipar en los tres días de fiesta.
Eso me lo dijo don Froylán, el patrón de la lan-
cha en la que llegué. Después me lo confirmarían
Teodora y Lidia, y hasta el profesor Raúl. Todos me
animaban a asistir.
Otra vez no tengo dudas. Se posterga la pesca
una vez más. El sábado es de matrimonio y a las 11 de
la mañana ya estoy clavadito en la plaza, en el atrio
de la iglesia, echándole un ojo al perro policial, que
gruñe y amenaza, y otro a la callecita por la que deben
de aparecer los novios, la banda de músicos y quizás
hasta el cura que llegará en lancha desde tierra firme.
Los novios se dan el sí. Aplausos. Fotos y lágri-
mas. Sus familiares los rocían con confeti para que
sean felices por siempre y empieza la marcha hacia
la casa del padrino. Se destapan las botellas. Los in-
vitados forman cola con sus regalos: frazadas, ollas,
platos, cajas de cerveza.
Todo lo que se recibe es registrado en un acta.
Así, los flamantes esposos saben qué les obsequió
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isla
taquile
Puno
lago titicaca
GUÍA titilaka
PRÁCTICA
Lago Huiñaimarca
CÓMO LLEGAR
isla
Yuspique
anapia
PErÚ
Desde Lima hay vuelos diarios a
Juliaca (45 kilómetros al norte
bolivia
de Puno, la capital regional) con
Lan Perú (www.lan.com).
DÓNDE DORMIR
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