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Identidad, exclusión y justicia social
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Ebook295 pages3 hours

Identidad, exclusión y justicia social

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En este texto, planteamos que para abordar hoy la relación de la identidad con la justicia, es necesario superar la visión del Estado y sus ciudadanos homogéneos, y, en cambio, poner énfasis en la diversidad de personas y grupos así como en el contexto global que caracteriza nuestro presente (a pesar de las diversas crisis y consecuente exacerbación de distintos tipos de nacionalismos). Nuestro mundo globalizado tiene como uno de sus principales desafíos las grandes desigualdades y exclusiones que en diversos niveles, ámbitos e intensidades sufren millones de personas y que una reflexión sobre la justicia debe afrontar.
LanguageEspañol
Release dateNov 10, 2023
ISBN9786073076678
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    Identidad, exclusión y justicia social - José Luis Ávila

    cover_exclusion

    IDENTIDAD, EXCLUSIÓN Y JUSTICIA GLOBAL

    José Luis Ávila Martínez

    Elisabetta Di Castro

    (Coordinadores)

    unam-escudo2

    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    José Luis Ávila y Elisabetta Di Castro

    DIVERSIDAD Y JUSTICIA GLOBAL

    Elisabetta Di Castro

    DIVERSIDAD CULTURAL, EQUIDAD EPISTÉMICA, RACIONALIDAD Y JUSTICIA

    Ambrosio Velasco Gómez

    LA EXCLUSIÓN HACIA LAS PERSONAS INDÍGENAS EN MÉXICO

    Alejandro Sahu

    IDENTIDAD Y LENGUA. ADSCRIPCIÓN Y AUTOCONCIENCIA INDÍGENA EN MÉXICO

    Francisco Pamplona

    LOS USOS DE LA IDENTIDAD Y LA CULTURA EN LA MIGRACIÓN DE PASO POR MÉXICO; HABLANDO SE ENTIENDE (Y CONFRONTA) LA GENTE… DE LA PERIFERIA INSTITUCIONAL

    Rodolfo Casillas R.

    MEXICANOS EN ESTADOS UNIDOS: EXCLUSIÓN E IDENTIDADES FRAGMENTADAS

    José Luis Ávila

    SEMBLANZAS

    AVISO LEGAL

    INTRODUCCIÓN

    José Luis Ávila¹

    Elisabetta Di Castro²

    La globalización es un proceso multifacético que ha transformado la vida de las naciones. Ninguna puede sustraerse a ese movimiento integrador que las vincula en su diversidad cultural, que no les ofrece certezas ni seguridades y sí las desafía con las densas redes que vinculan los asuntos locales con los globales, esto con la llamada glocalización. Si bien la globalización crea oportunidades para el crecimiento económico con el impetuoso desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación, también construye una estructura de riesgos y jerarquiza espacios a partir de las cuotas de poder diferenciadas de las zonas o regiones del sistema mundial, fruto de las coaliciones que han debido entablar los estados-nación, cediendo así soberanía y autodeterminación.

    La globalización reparte muy mal los frutos del desarrollo. Los ciudadanos de algunas naciones avanzadas cuentan con mayores oportunidades para la elaboración de planes de vida y la consecución de sus fines, pero en su interior, numerosos grupos no tienen acceso a esos beneficios y permanecen en los márgenes. Quienes viven en los países de la periferia, por su parte, enfrentan limitaciones aún mayores y ello amplía las brechas entre las naciones. Así que la exclusión de la globalización ha dejado de ser estigma de un solo grupo de naciones.

    Zygmunt Bauman³ sostiene que la globalización ha creado un mundo inestable e inseguro. Incluso en algo tan relevante e íntimo como las identidades, que llegaron a pensarse únicas e inmutables, no están talladas en roca ni tienen garantía de por vida, son eminentemente negociables y revocables. Otro tanto ocurre con la posición o jerarquía social en que consiguen posicionarse las personas; las que están integradas carecen de contrato que asegure su lugar: una falla puede arrojarlos a la exclusión, a sabiendas de que los retornos cada vez son más difíciles. La desigualdad de hoy, amasijo de viejas y nuevas causas, deshilacha el tejido social, construye verdaderas zanjas entre las personas, sus comunidades y naciones.

    Pertrechadas en la forma estatal, las naciones están perdiendo capacidad de control y regulación de los intensos movimientos de personas, mercancías y capitales que traspasan sus fronteras una y otra vez, con o sin permiso, generando nuevas oportunidades para todos, pero también nuevos riesgos. Los migrantes y refugiados, los flujos del capital financiero y del conocimiento, o amenazas como los contaminantes letales que se diseminan por doquier, tienen impactos contundentes en los espacios locales —como ha subrayado Ulrich Beck— que deben afrontarse con un enfoque cosmopolita y desde la justicia global.

    La movilidad permanente, conectada por internet, construye nuevas relaciones, interdependencias e identidades que cuestionan la homogeneidad cultural y empujan a las sociedades hacia el reconocimiento de la diversidad, que se ejerce en medio de una profunda asimetría del poder de las naciones, sus organizaciones y ciudadanos. Se plantean entonces numerosas interrogantes acerca de la pertinencia de una gobernabilidad desde instancias supranacionales que puedan conducirnos a la justicia global, según el poder y la agencia de los actores, sus ideologías y fines.

    El objetivo principal de este libro es presentar, desde las áreas de las humanidades y las ciencias sociales, y sin pretender ser exhaustivos, algunos aspectos relevantes para la comprensión de los procesos que intervienen en la construcción de las identidades, la exclusión y la justicia global.

    Este volumen reúne los resultados de un proyecto colectivo realizado en la Facultad de Filosofía y Letras con el apoyo de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM (PE402210).

    Como una invitación a su lectura, enseguida presentamos, en apretada síntesis, el análisis y las sugerencias de cada uno de los seis textos reunidos en esta obra. En el primer capítulo, Diversidad y justicia global, Elisabetta Di Castro postula la necesidad de cuestionar algunos conceptos clave de la teoría tradicional de la justicia y recuperar algunas propuestas que, más allá del Estado-nación y la ciudadanía, apuntan a una visión más compleja para enfrentar las injusticias de nuestro mundo globalizado. Este es el caso, por ejemplo, del planteamiento de Luigi Ferrajoli sobre una justicia ligada a una constitución global, así como la propuesta de Nancy Fraser sobre una teoría tridimensional de la justicia, en la que se integre tanto el problema de la distribución como el del reconocimiento y la participación política. La creación de instituciones, a diversos niveles, se presenta como uno de los principales pendientes que tiene hoy la política para que las legítimas y variadas reivindicaciones de las diferencias se puedan llevar a cabo sin dominación.

    En el segundo capítulo, Diversidad cultural, equidad epistémica, racionalidad y justicia, Ambrosio Velasco reflexiona sobre la relación entre justicia y racionalidad en diferentes autores del Renacimiento, la Modernidad y la época contemporánea, y propone una noción de racionalidad que sirva de fundamento a un concepto de justicia afín al multiculturalismo. Una condición necesaria para la existencia de una sociedad justa es el reconocimiento de la valía epistémica de diversos tipos de conocimiento, y en general de diversas concepciones del mundo y de la vida. Una concepción abstracta y universal de la racionalidad y de la justicia que no incorpore la relevancia epistémica y política de la diversidad cultural es hoy inaceptable.

    En el tercer capítulo, La exclusión hacia las personas indígenas en México, Alejandro Sahuí documenta la especial vulnerabilidad de los pueblos indígenas en la medida en que la desigualdad es uno de los indicadores relevantes de la injusticia. Discute las dos principales formas de exclusión que padecen los grupos étnico-culturales en desventaja social según el Informe sobre Desarrollo Humano de los Pueblos Indígenas en México. El reto de la igualdad de oportunidades. El reconocimiento cultural y la representación política son dos aspectos, además de la distribución, que la justicia debería considerar si se quiere atender los modos diversos en que acontece la exclusión de personas y grupos; y sólo una democracia incluyente y sensible al tema indígena podrá no incurrir en nuevas formas de discriminación social.

    En el cuarto capítulo, Identidad y lengua. Adscripción y autoconciencia indígena en México, Francisco Pamplona presenta la relación de la identidad con la conciencia de saber quién se es y a qué se pertenece, destacando cómo la conciencia y la identidad son formas de pertenecer no sólo a la cultura propia, sino también a la sociedad que excluye. Por ello, la autoconciencia es también conciencia de injusticia y de conflicto. Desde esa perspectiva, plantea que los avances institucionales sólo han transitado, con trabas de todo tipo, por una vía, la de la autonomía cultural y política, en tanto que la otra vía, la del desarrollo, está en permanente regateo y con magros resultados, que el autor valora con un índice de marginación de los municipios ocupados por los pueblos originarios en México.

    El quinto y sexto capítulos concentran la atención en algunos fenómenos de la construcción de las identidades en los contextos de exclusión e injusticia del proceso migratorio internacional. En el quinto capítulo, Los usos de la identidad y la cultura en la transmigración por México; hablando se entiende (y confronta) la gente… de la periferia institucional, Rodolfo Casillas R. analiza los flujos migratorios internacionales en México y algunos de los supuestos de las políticas gubernamentales, percepciones y actuaciones institucionales, y las respuestas de los transmigrantes centroamericanos, grupos subalternos y excluidos, ante las limitaciones y condicionantes de las leyes migratorias mexicanas. Se apoya en testimonios recabados en campo para examinar cómo la red de redes delictivas llamada Zetas ha recuperado y reconvertido en su lógica particular los elementos identitarios, culturales y de organización de los transmigrantes para el logro de sus propósitos ilegales. El autor se cuestiona las posibilidades del Estado y la sociedad mexicana de entablar un diálogo con los transmigrantes para construir un orden migratorio que asegure un tránsito seguro y digno, respetuoso de los derechos humanos.

    En el último capítulo, Mexicanos en Estados Unidos: exclusión e identidades fragmentadas, José Luis Ávila analiza el curso seguido por la migración mexicana, precisando que en las décadas de un alto crecimiento económico en Estados Unidos, los grupos conservadores construyeron el imaginario social de la comunidad mexicana como una amenaza a la cultura y la seguridad nacionales, acusándolos de preservar su cultura e identidad y, que en un ánimo de reconquista, ocupa los territorios que México perdió en el siglo xix. La exclusión e integración diferenciada que los 12 millones de connacionales (la mitad irregular) experimentan en Estados Unidos son una expresión de la falta de reconocimiento y trato digno hacia ellos, lo que fragmenta sus identidades y el sentido de pertenencia y lealtad tanto a México como a Estados Unidos. La estabilización del flujo migratorio en la última década crea una coyuntura propicia para negociar un acuerdo que logre una migración segura y ordenada, y regularice la situación de los connacionales que allá viven oprimidos, en los márgenes de la sociedad, sin personalidad jurídica ni respecto de sus derechos fundamentales.

    Como puede verse, los textos reunidos fueron elaborados con enfoques y prioridades distintas por cada autor, pero comparten la preocupación por analizar desde diferentes ángulos los fenómenos contemporáneos de la llamada glocalización y sus implicaciones económicas, sociales, políticas y culturales. La densa red de relaciones que se produce entre los diferentes niveles y escalas del sistema global, dejan claramente establecido que el horizonte teórico, social, político y cultural de los estados-nación y su ciudadanía han quedado superados.

    La perspectiva multidisciplinaria que ofrecen los textos que aquí presentamos permite acercamientos diferentes a los temas de la identidad, la exclusión y la justicia, y en el caso del tratamiento de la migración internacional, a propuestas analíticas y conclusiones diferentes.

    Como mencionamos, la obra que el lector tiene no pretende ser exhaustiva de temas ni enfoques, sino un esfuerzo de análisis y reflexión sobre algunos aspectos relevantes de la relación de la identidad con la exclusión y la injusticia en el mundo contemporáneo. Esperamos que estos materiales contribuyan a una reflexión crítica y multidisciplinaria sobre estos problemas cruciales de nuestro tiempo, alienten nuevas investigaciones en la materia y enriquezcan la formación académica de nuestros estudiantes.

    DIVERSIDAD Y JUSTICIA GLOBAL

    Elisabetta Di Castro

    En el ámbito de la filosofía política, el problema de la identidad se ha centrado principalmente en un concepto que caracteriza al pensamiento moderno: el ciudadano ligado al individualismo y al Estado-nación. En el siglo xx, las reflexiones siguieron vinculadas al Estado-nación y sus ciudadanos, concebidos  dentro de una sociedad democrática como personas libres e iguales. Incluso el giro que tuvo esta área de la filosofía en la década de los setenta, al publicarse el libro Teoría de la justicia de John Rawls, partía también de estos conceptos centrales. Pero en las últimas décadas, el proceso de globalización ha puesto en cuestión los significados tradicionales de la soberanía estatal y la ciudadanía que está ligada a ella, sin desconocerse que en los orígenes del Estado moderno éstos fueron un factor de inclusión e igualdad frente al viejo régimen aristocrático. En este texto, planteamos que para abordar hoy la relación de la identidad con la justicia, es necesario superar la visión del Estado y sus ciudadanos homogéneos, y, en cambio, poner énfasis en la diversidad de personas y grupos así como en el contexto global que caracteriza nuestro presente (a pesar de las diversas crisis y consecuente exacerbación de distintos tipos de nacionalismos). Nuestro mundo globalizado tiene como uno de sus principales desafíos las grandes desigualdades y exclusiones que en diversos niveles, ámbitos e intensidades sufren millones de personas y que una reflexión sobre la justicia debe afrontar.

    I

    La complejidad y la diversidad que caracteriza al mundo contemporáneo nos plantea como un aspecto insoslayable el cuestionamiento del individualismo y la defensa de la igualdad y homogenización del ciudadano que impulsó la Revolución francesa. Por ciudadanía se entiende básicamente la relación de carácter político que existe entre una persona y el Estado, por la que a ésta se le otorgan derechos especialmente políticos, como son, por ejemplo, el derecho a elegir, a ser elegidos y a ocupar cargos públicos; en este sentido, se trata de un vínculo jurídico-político que une al individuo con el Estado y lo habilita para participar en su vida política con base en los derechos otorgados, los cuales están íntimamente vinculados también a la imposición de obligaciones. La Revolución francesa fue en su momento una revolución que buscó destruir los privilegios de una sociedad fuertemente estratificada y aristocrática; su legado —en tanto reclamo de igual derecho a participar en la toma de decisiones vinculantes que nos afectan a todos, más allá del nacimiento y la posición que se tenga en la sociedad—, sigue siendo un reclamo válido y en muchas partes del mundo un tema todavía pendiente.

    Pensando en las sociedades que han logrado consolidarse como democracias avanzadas, Rawls en su célebre obra se preguntó por los principios de justicia que serían adecuados para este tipo de sociedades, propuesta que impulsó uno de los principales debates en el ámbito de la filosofía política contemporánea que llega hasta nuestros días. Recordemos que el punto de partida rawlseano es el concepto de ciudadano por el cual las personas en una sociedad democrática avanzada se conciben como libres e iguales;, ciudadano que se ubica inicialmente dentro de una sociedad cerrada con el fin de establecer dichos principios, y sólo en un segundo momento —una vez establecidos—, el autor se preguntará por la justicia entre diversas sociedades (pueblos), es decir, la justicia internacional.⁶ Más allá de los principios específicos de justicia que propone Rawls como los adecuados a las sociedades democráticas avanzadas, para los fines de este texto es relevante destacar que éstos se justifican a partir del planteamiento de una posición original, es decir, de un experimento mental con el que se pretende garantizar las condiciones de imparcialidad en la deliberación sobre dichos principios; este experimento está modelado a partir de un velo de la ignorancia, por el que los representantes de los ciudadanos que participan no tienen conocimiento de sus principales características personales ni del grupo al que pertenecen. De esta manera, los ciudadanos quedan caracterizados por la homogeneidad y no diferenciación; la heterogeneidad y las diferencias pertenecen a otro ámbito (al de las concepciones del bien) y no al de la justicia (que es eminentemente político).

    Este punto de partida ha sido motivo de muy diversas críticas, entre las que sobresale el cuestionamiento a esa igualdad simple que parte de la homogeneidad de los ciudadanos en el ámbito de la política nacional y deja las diferencias para el ámbito privado.⁷ En especial Iris M. Young ha destacado que el ubicar las diferencias individuales en el ámbito de lo privado tiende a desembocar en la exclusión de ese grupo en el ámbito público, por ello planteó la reivindicación del significado público y político de las diferencias entre grupos sociales como un medio para asegurar la participación e inclusión de todas las personas en las instituciones sociales y políticas.⁸

    Más allá de las discusiones teóricas, en las últimas décadas también hemos presenciado, por parte de diversos movimientos sociales, la reivindicación de la diferencia y la heterogeneidad, las cuales no están ligadas exclusivamente a la diversidad cultural dentro de un país y entre naciones, aunque sin duda es una de las más relevantes y discutidas. Esta reivindicación de la diferencia y la heterogeneidad, en la medida en que demanda libertad y autonomía tanto para personas como para grupos o comunidades, es sin duda positiva y crucial para pensar la justicia hoy, aunque no se puede desconocer que en algunos casos la reconstrucción del sentido de pertenencia (ya sea a un particular grupo social o religioso, o a una determinada comunidad) ha llevado a divisiones y enfrentamientos que, en casos extremos, han pretendido el sometimiento o incluso la eliminación del otro. Como nos recuerda Amartya Sen, una importante fuente de conflicto potencial en el mundo contemporáneo es la suposición de que la gente puede ser categorizada únicamente según la religión o la cultura. La creencia implícita en el poder abarcador de una clasificación singular puede hacer que el mundo se torne en extremo inflamable.

    Como hemos señalado en otro espacio,¹⁰ después de los grandes debates y los movimientos sociales que se dieron en el siglo XX en torno a la reivindicación de la democracia y sus alcances, cuya cúspide se ubica en la caída del Muro de Berlín, se planteó que la gran mayoría de la población mundial estaba viviendo en países que habían finalmente adoptado las formas constitucionales y las estructuras institucionales de los Estados-nación democráticos. Sin embargo, al mismo tiempo se tuvo que reconocer que las pretensiones de igualdad entre esos ciudadanos homogéneos estaban lejos de cumplirse. Stephen Castles¹¹ ha destacado que, dentro de los Estados, la ciudadanía es jerarquizada, existen grandes diferencias y desigualdades y, aunque no necesariamente en todos los Estados se den todas las posibles formas de diferenciación, destaca la siguientes: los ciudadanos plenos (aquellos nacidos en el país), los migrantes naturalizados (que muchas veces son considerados ciudadanos de segunda, incluso sus descendientes ya nacidos en el país), los residentes legales (inmigrantes que tienen algunos derechos de ciudadanía en virtud de una residencia duradera), los migrantes indocumentados (que casi no tienen ningún derecho, excepto los supuestamente garantizados por los instrumentos internacionales de derechos humanos), los solicitantes de asilo (con derechos muy limitados bajo regímenes especiales), las minorías étnicas (que formalmente pueden tener todos los derechos pero no pueden ejercerlos al sufrir discriminación y exclusión), los pueblos indígenas (que en las excolonias han sufrido procesos históricos de desposesión, discriminación jurídica y exclusión social) y las divisiones de género (aun cuando en muchos países se ha superado la discriminación jurídica contra las mujeres, la discriminación informal persiste).

    Pero la jerarquización no sólo es dentro de los Estados, también entre ellos. Después del fin de la Guerra Fría, el mundo se divide globalmente entre Norte-Sur (aunque hay que señalar que siempre se pueden encontrar enclaves de exclusión social en el Norte como también algunos de prosperidad en el Sur) y Estados Unidos de América se presenta como

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