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Claudia Romero
PERSONAJES:
Arturo – Filósofo. Misógino y sátiro. Básicamente encabronado. 50 años.
Johanna – Mujer hermosa, joven, elegante, festiva, inteligente, escritora. 30 años.
La sirvienta – Edad indeterminada.
Una recámara.
1 cama al centro.
1 escritorio a derecha actor.
1 tocador a izquierda actor.
En un segundo nivel, al fondo, una plataforma que corre todo el escenario, quizá
con barandal y una banca cargada a la derecha. A este segundo nivel se accede por
la izquierda, fuera del escenario. Por la derecha, desde el escenario.
El piso deberá tener una pequeña inclinación para modificar la perspectiva real de
los objetos y el andar de los personajes.
Elementos para decorar una habitación de principios del siglo XIX. Incluir retrato
de Kant, Goethe y un busto de Buda.
El tiempo en que transcurre la acción está enmarcado por los truenos y
relámpagos, que cada vez serán más intensos.
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incapaz de escribir una línea sin la venia de su mujer y su suegra. (Dando voces)
¡Mujer! ¡Venir a criticarme a mí! (Un relámpago ilumina la parte superior) ¡Yo!
¡Yo soy el depositario directo del pensamiento de Kant, de Platón! (Se escucha un
trueno)
ARTURO - ¿Dónde está mi madre? (Pausa) ¿Ha vuelto a salir con el joven
Müller? (Ella asiente. Él toma la carta) ¿Es de ella? (La sirvienta asiente.) De
Hegel, nada. (La sirvienta asiente. Arturo leyendo en voz alta) “Querido Arturo: La
puerta que con tanto estrépito cerraste ayer, tras comportarte tan indignamente con
tu madre, se ha sellado para siempre entre tú y yo.…
ARTURO - ¡Mamá!
JOHANNA - Tú no sabes nada del corazón de una madre: cuanto más amó, más
dolorosamente siente cada golpe que le infiere la mano antes amada.
JOHANNA - …No. No es Müller, esto te lo juro ante Dios en quien creo, quien te
separa de mí, sino tú mismo, tu desconfianza…
ARTURO - Dame una razón, una sola razón para confiar en ti. Me culpas de
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nuestra separación. Yo no soy quien ha dilapidado la fortuna de mi padre en... en...
¡Tus actividades deberían ser supervisadas!
JOHANNA - …La censura que ejerces sobre mi vida y sobre la elección de mis
amigos…
ARTURO - ¡Mamá, por favor! Me estás echando de casa. Por lo menos, dímelo de
frente y no te escondas detrás de un papel. (Destroza la carta)
ARTURO – (A la sirvienta.) ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? ¿Qué miras? (Ella inicia
mutis) No, espera. No te vayas. Siéntate. (La lleva al tocador y la sienta. Le
acaricia el cabello. Durante el siguiente texto le coloca joyas) Háblame, mujer.
Déjame adornarte. Es mi deseo saberte hermosa. ¿Qué ves en el espejo? ¿Lo sabes?
Es una representación, no es real, es ficticio. ¿Qué felicidad puedes obtener si
anhelas lo que no existe? Por eso, para ser feliz, basta con no ser infeliz. ¿Eres
feliz? Dilo. ¿Deseas ser feliz? Contesta. Te voy a confesar algo: cuanto más altos
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sean tus deseos, mayor será tu infelicidad; la ausencia de deseo es lo que hace una
vida feliz: desear no desear.
ARTURO – Otra más de sus estúpidas tertulias. (Dando gritos hacia fuera) ¡No
me he ido! ¡Sigo aquí!
JOHANNA – (Entrando festiva con una copa en la mano) Ven Arturo, únete a la
fiesta. Goethe quiere saludarte.
ARTURO – (Deja el saco) Seguro que sí. Iré a presentarme con tus amigos. Sobre
todo los más jóvenes, esas grandes promesas de la literatura germana. Verás qué
bien me porto con las sanguijuelas, les contaré algunas anécdotas picantes con
mujeres mayores, adineradas y de alta sociedad. Quedarán encantados con mi
sentido del humor. (Trueno)
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que nadie me pueda dar o quitar, es mucho más importante que todo lo que poseo.
Sin apegos, madre, tal como me enseñaste. (Pausa) ¿ Por qué insistes en
incomodarme?
ARTURO - (Imitándola) ¡Ah, esa noche! Yo no he hecho más que vivir con la
presencia de esa ausencia.
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nada. (Arrancándole las joyas) Tu deseo de poseer bienes que garanticen tu
despilfarro, tu libertinaje, me enferma. Tengo que encontrar aquí, en mi cabeza,
todas las razones para odiarte, para no rendirme a tus encantos, (La acaricia) a tus
muslos, tus caderas, tu cintura, tus pechos, tu rostro… ¡Fuera de mi vista, mujer!
(La sirvienta asustada, sale)
ARTURO – Cena caliente. ¿La envía ella? (La sirvienta niega). Adele. (La
sirvienta asiente). Mi dulce hermana. Metida en esta casa, aprenderá bien la
lección: el arte de fingir para defenderse y protegerse. No tengo hambre. Desear no
desear. Come tú. Quiero verte. (Ella come la sopa) ¿Estás satisfecha? ¿Saciaste tu
hambre? (Ella asiente) ¿Quieres más? (Ella niega) ¿Te duele no querer más? (Ella
niega) No, ¿verdad? Cuando te haya poseído, dejaré de desearte y no me dolerá. No
sentiré pena por no desearte más, pues la necesidad de ti habrá desaparecido. Ahora
vete. Dile a mi madre que debo hablar con ella antes de partir y que preparen mi
carro. (La ve salir) Una cosa es el sistema filosófico, otra, la sabiduría de la vida.
¡La Universidad de Berlín no ha generado más que alcahuetes a sueldo!
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la banca. Arturo sube por derecha al segundo nivel. Suave cross de luces. Noche
estrellada. Trueno.
JOHANNA – Será mejor entrar, está a punto de caer una fuerte tormenta.
ARTURO – No. Espera. Así ha estado todo el día y no ha llovido. Mira, el cielo
está despejado, hay muchas estrellas.
JOHANNA - ¿Recuerdas nuestros juegos cuando eras niño? ¿En esas largas
travesías por barco?
ARTURO – Sí. Uníamos las estrellas como puntos para formar una figura. Luego,
tú la dibujabas. Atesoré tus dibujos durante muchos años.
ARTURO - Estudiando números, pero deseaba que llegara la noche para dibujar
contigo.
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por conocerte.
JOHANNA – Hacía rato que me había dado por vencida. Desde siempre la
comunicación contigo ha sido tan ...dolorosa. Luego, con el nacimiento de tu
hermana.
ARTURO – Pero con una enorme fortuna. Para una mujer tan ligera, el
matrimonio es su mejor coartada. No hay necesidad de deshacerse del cornudo.
Pero claro, un hombre enfermo representa gastos y un mínimo de atención.
JOHANNA – Estás llegando a cansarme con ese tema. Estoy harta de tus
insinuaciones de asesinato. ¿En qué cabeza cabe que yo hubiera podido matar a tu
padre?
JOHANNA - ¡Cargar! Ahí está el punto. Sabes perfectamente que el peso de una
carga se libera en el aire. El objeto que en la tierra ejerce una presión contra otro
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cuerpo, deja de hacerlo cuando se encuentra suspendido. Ya no hay peso. El suicida
que se lanza al vacío…
JOHANNA - ¿Qué culpa cargaba tu padre para defenestrarse? ¿De qué peso se
estaba liberando al tirarse por la ventana?
ARTURO – Estás buscando culpas donde no las hay. ¡Mi padre te adoraba!
ARTURO – Esas ideas son las que están hundiendo a Occidente: pensar que somos
iguales. ¡No somos iguales! Esta sociedad nunca saldrá adelante si insiste en
otorgar a las mujeres los mismos derechos que a los hombres, si consiente en
publicar novelitas rosa escritas por mujeres.
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ARTURO - ¡Volviste a apartarme del tema! ¡Siempre te sales por la tangente!
(Relámpago) Desde que era niño, te niegas a enfrentarme. (Se tumba sobre su
regazo. Infantil) ¿Por qué mamá? Por las tardes, cuando sales de casa, vas radiante,
feliz; al anochecer, regresas sombría, sin brillo en los ojos. ¿Por qué mamá? ¿Por
qué estás triste?
JOHANNA - ¿Qué?
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lo valen todo. Caída libre la llaman.
ARTURO - (Jugando) La vida es sólo una situación pasajera con una solución
permanente. ¿No sería más fácil, madre?
JOHANNA - ¿Qué?
JOHANNA – Quizá porque uno es lo que es, pero también es lo que significa para
los otros. (Trueno)
ARTURO - ¿Insinúas que soy yo quien te brinda esa inteligencia, esa belleza? Ahí
te equivocas, así como el concepto de color no se aplica a la figura, al número, hay
términos que no se aplican a la mujer: fortaleza, amistad, placer, lealtad, sabiduría.
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JOHANNA – No te atrevas a escribir eso.
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completamente iluminado) ¡Quién fuera Byron! Pavoneando sus preferencias entre
la burguesía. Seduciendo sin pudor a la aristocracia, incluyendo a su hermana.
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la sangre. Corre lejos de aquí y no permitas que el manto de la liviandad y la
mentira te cubra.
ARTURO - ¡Shh! (A partir de este momento en voz baja como un juego de niños.
Aunque Johanna responde, las acciones son de la sirvienta a quien se dirige
Arturo) Escúchame, tengo que decirte algo. Pero antes, debes prometer que no se lo
dirás a ella.
JOHANNA - ¿A mamá?
JOHANNA – (A partir de este momento en voz baja, pero desde el segundo nivel)
Está bien.
ARTURO – Promételo.
JOHANNA – Lo prometo.
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JOHANNA – (La sirvienta se lleva el puño derecho a la izquierda del pecho,
luego extiende el brazo y abre el puño al final de la promesa) “Prometo con el
corazón en la mano, no decirle nada a mamá, y si falto a mi promesa, que mi
corazón se lo coma un gitano”. (A Arturo) ¡Ya!
JOHANNA – Arturo, todo lo que dices sobre las mujeres son puros inventos, es
porque odias a mamá.
ARTURO – Escúchame, en esto tengo la razón. Mamá no tiene nada que ver.
JOHANNA – Entonces son tus mujeres. Ésas, con las que te relacionas. Todas
están enfermas, igual que tú. Deberías buscarte una buena mujer y casarte con ella.
JOHANNA - ¿Por...?
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JOHANNA – Está bien, te escucho.
ARTURO - Este es mi secreto: las mujeres ven las cosas tal cual son, toman la vía
más corta para alcanzar su meta, están enclavadas en el presente y por eso lo
disfrutan más y, en definitiva, la naturaleza dio un golpe maestro con ellas. (La
sirvienta se asusta)
ARTURO – (Se hinca junto a la sirvienta) Es mi regalo. Es algo que debes saber
porque me tengo que ir. No es mi voluntad hacerlo, pues temo por ti y por tu futuro.
De ahora en adelante deberás cuidar de tu persona como el tesoro más preciado.
Por ti sola. Pero si necesitas de mí, no olvides que soy tu hermano y estaré cerca
cuando lo solicites.
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sirvienta)
ARTURO – Papá era bueno, lástima que no llegaras a conocerlo tanto. (Voltea al
segundo nivel. Relámpago) Dios sabe el porqué.
ARTURO – Deberías atender mejor a tus invitados. (Se dirige al escritorio por la
otra carta)
ARTURO - ¡Déjame respirar, por Dios! (Le extiende otra carta a la sirvienta
mientras Johanna en el segundo nivel inicia la lectura de una carta) Esta es para
Hegel. Mañana temprano está en la Universidad, pero puedes dejarla en su casa.
Prepara mis maletas. (La sirvienta sale. Trueno)
ARTURO – ¡La carta está dirigida a Hegel! ¡En el sobre dice: Georg Wilhelm
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Friedrich Hegel! No tiene ningún derecho a abrirla.
JOHANNA – Es inútil sostener una conversación con usted, que no ha hecho otra
cosa más que negar el devenir histórico de la humanidad como una reconstrucción
del espíritu absoluto.
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JOHANNA – Me está insultando.
JOHANNA - ¿Perdón?
ARTURO – Gracias por ponerlo de esa forma; mis alumnos hace tiempo
renunciaron a ellas.
JOHANNA – Fue usted quien entabló la batalla. Mire que ponerse a dar clase en el
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mismo horario que Hegel. Y con tales antecedentes…
ARTURO – (No se dirige a ella) ¿Tanto te urge? Tendrás que esperar un poco más.
ARTURO - ¿Tantos?
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ARTURO - ¿De qué hablas?
ARTURO - Y crees que por hablar tienes derecho, ¿cuál es tu derecho, mujer?
ARTURO – Tú sabes cómo murió mi padre y te niegas a hablar, igual que ella.
SIRVIENTA – No hay diferencia. Por mucho que los repitas en tu cabeza, los
muertos están muertos. No tienen remedio.
SIRVIENTA -¡Qué pobres deseos tienes que se acaban cuando los satisfaces!
SIRVIENTA – ¿De dónde sacaste eso? ¿De los orientales? Pues, yo no sé si los
orientales están hechos de otra pasta o tú eres completamente estúpido. Y si están o
no hechos de otra pasta, tú no eres oriental; así que eres completamente estúpido.
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Los seres humanos nacemos para desear. Deseamos el aire para respirar, deseamos
la leche materna para mantenernos vivos. Deseamos desear para que el mundo
tenga sentido. Somos un bolso vacío deseoso de llenarse. ¿Por qué no te matas?
¿Por qué no vives como monje, como tus consejos dicen? ¿Por qué insistes en
satisfacer tu insaciable lujuria con los seres que más desprecias?
ARTURO – ¡Uy! Todas las palabras que han recogido tus oídos, salen del horno de
tu boca, cocinadas por el fuego de esa lengua. Después de tantos siglos, ¿por qué
ahora?
ARTURO - ¡Lo sabía! La naturaleza siempre te dio voz, Occidente te dio el voto.
ARTURO – No me compares con él. No tengo nada que ver con esa vergüenza
filosófica.
Relámpago. Entra Johanna por izquierda en el segundo nivel empujando una silla
de ruedas. Deja la silla en centro izquierda, de espaldas a público. Ella al lado de
la silla, de espaldas también.
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ARTURO – Lo sé. Ella lo lanzó por la ventana.
SIRVIENTA – No.
JOHANNA – (Infantil) Sus ojos siempre me dieron miedo. Por las tardes, cuando
tú estudiabas y mamá salía, yo iba a jugar a su cuarto, él miraba por la ventana y
me volteaba a ver con esos ojos chiquitos y azules. Así, como los tuyos. Me daba
miedo. Un día entré, ahí estaba, solo, pero ese día no volteó y antes de que me
mirara…(Inclina la silla hacia el vacío)
ARTURO - ¿Entonces?
JOHANNA – Eran sus ojos azules, sus ojos chiquitos. A ti no te dan miedo, porque
tú los reconoces todos los días en el espejo.
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ARTURO - ¡Es un invento cristiano para repartir culpas!
ARTURO - ¡Es lo que nos hace iguales ante los ojos de Dios!
JOHANNA - ¡No! El miedo es como una cortada que no se te cura: cada vez se
hace más grande y pudre todo alrededor. Primero tienes miedo de una cosa, luego,
empiezas a tener más miedo de más cosas, y si no lo paras, acabas teniendo miedo
de todo: de la luz, de la oscuridad, del ruido, del silencio. Todo es miedo...
JOHANNA – (La madre) Fue un instinto. Tenía que proteger a mis cachorros.
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SIRVIENTA – (Terminando la frase) …son mujeres. Somos mujeres.
ARTURO – He dicho que te calles. (Se abalanza sobre ella y la besa. Relámpago y
trueno)
JOHANNA – Temo que tampoco se marche esta noche. (La fiesta crece)
FIN
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