La película de Dziga Vertov se presenta como un intento de explorar las
posibilidades del cine, en tanto lenguaje independiente de la literatura y el teatro. El torbellino de imágenes sorprende a primera vista, pero luego uno encuentra algunas constantes que también aparecen en otras artes. Con esto no queremos desmerecer la obra en cuestión. Por el contrario, los nexos que hallamos la enaltecen en grado sumo. Consideremos, por ejemplo, la relación entre la música y las imágenes en movimiento. Es digna de destacar la parte en donde se muestran estados civiles y la marcha nupcial tanto en relación con el matrimonio como con respecto al divorcio. Sólo que en este último caso con un tempo mucho más lento. Encontramos gran belleza en la sincronía de los tambores y los trenes. Llamó, asimismo, nuestra atención cuando el sonido de los platillos coincidía con el ingreso de una gran multitud. El uso de la música es muy adecuado, lo cual no sorprende, pues hemos podido averiguar el que director cursó estudios en el conservatorio. Que la música funcione en armonía con las imágenes no resta un ápice a la calidad de la obra ni la hace subsidiaria del elemento sonoro.
Encontramos, a su vez, similitudes entre el cine y algunos tipos de textos
literarios. El que una imagen aparezca al inicio de la obra (niño riendo en fotograma del montaje) y luego reaparezca ante los trucos del mago es un recurso que se encuentra en el poema New York de García Lorca en “El Poeta en Nueva York”, donde las imágenes individuales no se siguen linealmente, pero cuyo resultado final aparece como un todo bien estructurado. Si bien no hay un argumento explícito, existe una pauta que relaciona las imágenes con el trabajo que se desempeña en una ciudad. Hay un elemento que aparece conectando las imágenes, que es la presencia del camarógrafo en los distintos pasajes de la película. En lo que a narración se refiere, la obra se presenta como una sucesión de estampas. La estructura de la película nos recordó mucho la Casa de Cartón de Martín Adán. Esta obra, al igual que la película de Dziga Vertov, no tiene un argumento y es de difícil clasificación. Sin embargo, a través de pequeñas estampas nos deja esa sensación de estar caminando por las calles de Barranco. Lo mismo acontece con “El Hombre con la Cámara”. Se aprecian imágenes urbanas: el aseo personal, la gente que trabaja, los vagos, las mujeres en la playa, los policías y el tránsito, etc. Estas imágenes aparecen, por lo demás, en pequeños conjuntos que guardan una coherencia interna. Pensemos en el aseo personal que en el montaje se acompaña de la limpieza urbana o en el parpadeo y la aparición fugaz de imágenes. Consideremos estampas como el trabajo en la isla de edición y las fotos fijas y en movimiento o los estados civiles en donde se relaciona, por ejemplo, el divorcio con una fotografía expuesta doblemente con un ángulo aberrante.
Otra estampa que funciona perfectamente es la de los músicos que esperan
inmóviles con un sonido como de tic tac, mientras llega la ocasión de hacer sonar sus instrumentos. El conjunto final nos presenta una atmósfera, pese a la ausencia de una narración lineal. Esto nos acerca a textos más propiamente poéticos que narrativos. No obstante, encontramos que largos poemas como la Divina Comedia poseen narraciones. Del mismo modo, la presencia poética en “El Hombre con la Cámara” no excluye pequeñas narraciones que se encuentran acotadas en lo que hemos dado en llamar “estampas”. Así pues, la posible relación de estructuras similares a las de la literatura no es óbice para ponderar “El Hombre con la Cámara”. Después de todo, si el cine llega a lo poético y desarrolla la narración por medio de imágenes, habría que pensar si lo poético y lo narrativo le pertenecen a la literatura, en tanto narrativa, poesía o teatro. El estudio de las metáforas ha demostrado que éstas son figuras del pensamiento y no de la literatura. En la película, nos topamos con preciosas metáforas como la que relaciona la imagen del ojo con las persianas o el maquillaje con el trabajo de los albañiles. La obra de Dziga Vertov también muestra elementos que el sentido común puede afirmar que son propios de las lenguas naturales como el discurso indirecto. Esto lo vemos en las muestras de la sala de edición y las imágenes editadas que aparecen en distintos pasajes. A propósito de esto, bien podemos decir que la relación entre ideas referidas en distintos niveles quizás no sea propia del lenguaje humano tal como se entiende en la actualidad. “El Hombre con la Cámara” permite cuestionar pensamientos que bien podríamos considerar como parte del sentido común. Explora las posibilidades de las imágenes en movimiento al punto de crear una obra maestra. No creemos que haya logrado algo totalmente independiente de las demás artes, pero, frente al resultado obtenido, eso poco importa.