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Amala significa puro o inmaculado, y vijñana, discernimiento.

Es la
novena conciencia, fundamento de todas las funciones espirituales. El
término sánscrito amala significa `puro', `inmaculado', `sin mancha',
y de allí surge el nombre de conciencia amala, porque esta se
mantiene eternamente incontaminada por las acciones del karma. La
conciencia amala es la realidad última e incondicionada de todas las
cosas, por lo tanto, equivale a la naturaleza universal de Buda. En
este profundísimo nivel de la vida, nuestra existencia individual se
expande sin límites, para convertirse en una con la vida del cosmos.
A la luz del pensamiento budista, podemos considerar la conciencia
amala "el ser absoluto", eterno e inmutable. Al despertar a esa
conciencia pura y al desarrollarla, podemos definir la eterna lucha
entre el bien y el mal, representada por la conciencia alaya y, al
mismo tiempo, impregnar las otras conciencias para que actúen de
manera iluminada.
En el Budismo Hinayana de los tratados del Abhidharma, se reconocen
seis tipos de conciencia que corresponden a los sentidos de la vista,
del oído, del olfato, del gusto, del tacto y a las funciones de la
mente consciente. Pero en el Budismo Mahayana se reconocen otros dos
tipos más de conciencia, lo que hace un total de ocho tipos. Estos
dos tipos de conciencia son el mana-shiki o conciencia mana y el
araya-shiki o conciencia alaya y ambos son aspectos de la mente
subconsciente. Cuando el pensamiento del Mahayana fue introducido en
la China, las escuelas She-Iun (en japonés Shoron), fundada por
Paramartha (499-569), T'ien-t'ai y Hüa-yen (en japonés, Kegon)
continuaron elaborando la teoría de los ocho tipos de conciencia y
agregaron un noveno tipo, el amara-shiki o conciencia amala. Así como
la octava conciencia, alayavijñana, contiene impurezas kármicas, la
novena conciencia, amalavijñana, que yace en las profundidades más
recónditas de la vida, se mantiene prístina, libre de cualquier
mancha turbia proveniente de existencias pasadas. Nichiren Daishonin
definió la novena conciencia como Nam-myoho-rengue-kyo, es decir, la
naturaleza fundamental de Buda, que se extiende desde el infinito
pasado hacia el futuro eterno. El hecho de que la conciencia alaya
contenga los efectos potenciales de todas nuestras acciones,
positivas y negativas, no es, intrínsecamente algo bueno ni malo. Al
abarcar tanto la pureza como la impureza, la conciencia alaya es un
ámbito en el cual los poderes del bien y del mal libran un poderoso
combate. Por lo tanto, a menos que el bien y el mal que existen en la
conciencia alaya se sometan a una dimensión más profunda aun,
estarían condenados a mantener esa lucha eternamente. Tal aseveración
es incaptable desde el punto de vista filosófico; por lo tanto,
eruditos budistas de la escuela de T'ien-t'ai y de Hau-yen dedujeron
que existía una novena conciencia, la conciencia amala, en un nivel
aun más profundo que el de la conciencia alaya.
Nichiren Daishonin dio expresión concreta a la conciencia amala,
realidad fundamental de la vida, en la frase Nam-myoho-rengue-kyo, y
forma real y física a su iluminación a la vida original del cosmos,
en el Gohonzon, el supremo Objeto de devoción para observar la propia
vida, con lo cual abrió el camino para que todas las personas
pudieran lograr la Budeidad, al manifestar el ser absoluto que existe
de manera latente en la vida de cada una de ellas. "Jamás busque este
Gohonzon fuera de usted misma. El Gohonzon existe solo en la carne
mortal de nosotros, las personas comunes que abrazamos el Sutra del
Loto e invocamos Nam-myoho-rengue-kyo. El cuerpo es el palacio de la
novena conciencia, la realidad invariable que reina sobre todas las
funciones de la vida". Este párrafo de uno de los escritos de
Nichiren Daishonin manifiesta claramente el significado de la fe en
el Gohonzon. Este existe en la vida de quien invoca el daimoku (la
recitación de Nam-myoho-rengue-kyo) con el mismo propósito que el
Buda. De ese modo, el Gohonzon que abrazamos actúa como "causa"
o "estímulo externo", que nos ayuda a manifestar nuestra Budeidad
innata. Para utilizar un ejemplo cotidiano, cuando un espejo está
sucio o empañado, no refleja con claridad ninguna imagen. Para ello,
hay que limpiarlo. La acción de invocar daimoku con fe en el Gohonzon
es el acto mediante el cual se "limpia el espejo de nuestra vida". El
Daishonin inscribió el Gohonzon con el solo propósito de que la gente
pudiera limpiar su vida y manifestar, con fuerza, el Gohonzon que
existe en su interior. Por otra parte, Nichiren se refiere al "objeto
de veneración para la percepción de la propia mente" (kanjin no
honzon). Es decir que el propósito fundamental de la inscripción del
Gohonzon fue permitir a cada persona observar su propia vida y
percibir el mundo de la Budeidad que existe en ella. A medida que se
mantiene la continuidad en la invocación del daimoku, la naturaleza
de Buda que poseemos se va tornando cada vez más brillante. Daisaku
Ikeda lo expresa con estas palabras: "Cuando uno desarrolla este
estado de vida, el solo hecho de estar vivo pasa a ser una inmensa
alegría. Eso nos abre el camino hacia una felicidad eterna y nos
colma de energía y de vigor. Así, uno también experimenta un inmenso
torrente de vitalidad que se manifiesta en el deseo de promover el
kosen-rufu, de contribuir a la felicidad de los demás y de mostrar
pruebas reales en la vida cotidiana. Los que logran este estado de
vida pueden vivir, por toda la eternidad, con ilimitada esperanza,
vigor, buena fortuna y sabiduría. Lo que importa es el ser humano. Lo
que enseña el profundo respeto por la vida humana es el Budismo, en
particular, el Budismo de Nichiren Daishonin. Éste soportó grandes
persecuciones durante su existencia y estableció el Gohonzon
precisamente para que los seres humanos pudieran manifestar en forma
concreta su naturaleza más digna de respeto [su Budeidad inherente]".
Podemos citar otro aspecto importante que enseña Nichiren, al alentar
a sus discípulos a buscar el Gohonzon dentro de sí mismos. Muchas
veces, tendemos a subestimar el valor y la dignidad de las cosas que
más cerca tenemos. Estas palabras de oro del Buda, por el contrario,
otorgan la mayor importancia a la realidad del tiempo presente y del
lugar en que actuamos. Durante su exilio en la isla de Sado, el
Daishonin también escribió: "Donde vivimos y practicamos la enseñanza
única y suprema, es la Capital de la Eterna Iluminación. Aquellos que
se convierten en mis discípulos pueden ver el Pico del Águila en la
India sin tener que dar un solo paso y pueden viajar a la Tierra de
la Eterna Iluminación, día y noche. ¡Que alegría indescriptible!".
Para él, la desolada isla en que vivía, en medio de innumerables
adversidades, era "la Capital de la Eterna Iluminación". Si en medio
de esas circunstancias, el Daishonin declaró algo así, no podemos
menos que sentir que, para manifestar nuestra máxima condición
iluminada, no es necesario trasladarse a tierras ideales, sino hacer
brillar el lugar en el que estamos actualmente, porque es allí donde
podremos establecer nuestra identidad y donde nos demostraremos a
nosotros mismos que el Gohonzon reside en nuestra propia vida. Cuando
veneramos el Gohonzon, experimentamos una alegría y determinación que
fluyen desde nuestro interior, al percibir que la realidad de nuestra
existencia es una con la vida eterna del universo. Cuando nos
consagramos a esa realidad y basamos nuestra vida en ella, es decir,
en la conciencia amala, todas las demás conciencias actúan para
expresar el inmenso poder y la infinita sabiduría de la naturaleza de
Buda. Podemos explicar este principio en términos de lo que el
Budismo describe como "las cinco clases de sabiduría". Cuando
percibimos la conciencia amala, que corresponde a la "sabiduría de la
naturaleza del dharma", la octava conciencia se manifiesta como "el
gran espejo redondo de la sabiduría", que percibe el mundo sin la
menor distorsión, exactamente de la misma manera en que un espejo
perfecto refleja todas la imágenes con absoluta veracidad. La
conciencia mano, es decir, la séptima conciencia, se manifiesta
como "la sabiduría que no discrimina", o sea, la que percibe la
naturaleza esencial común a todas las cosas, sin establecer
distinciones entre ellas. La adquisición de esa sabiduría nos permite
superar el ferviente apego que experimentamos por nuestro ego. La
sexta conciencia se manifiesta como "la sabiduría de percibir lo
particular"; a través de ella, somos capaces de distinguir los
aspectos individuales de todos los fenómenos, de modo que podemos
llevar a cabo las acciones apropiadas en cada situación que se
presente. Finalmente, las cinco primeras conciencias se expresan
como "la sabiduría de la práctica perfecta"; juntas, nos permiten
desarrollar la capacidad de beneficiar a los demás tanto como a
nosotros mismos.

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