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De Sófocles a Julie Taymor: La evolución del teatro musical.

Por: Patricia Díaz Terés


“El espectáculo de lo que es bello, en cualquier forma que sea presentado, eleva la mente a
nobles aspiraciones”.
Gustavo Adolfo Becquer
Las luces se apagan, se hace el silencio en el teatro y la emoción aumenta cuando la
orquesta ejecuta las primeras notas de la partitura, entonces las luces se dirigen a un actor
quien, en solitario, se sitúa en medio del proscenio. Comienza a cantar, de pronto se ilumina el
escenario dejando ver tras un telón translúcido, una impresionante estructura que representa la
monumental Catedral de Notre Dame. Así da inicio la obra musical “Notre Dame de Paris” –
escrita por Luc Plamondon y musicalizada por Riccardo Cocciante- presentada en el Palais
des Congrès de Paris en 1999.
Desde la Francia de la Edad Media hasta el Estados Unidos de la Guerra de Secesión
o de los barrios bohemios de Nueva York a las sabanas africanas, el teatro musical puede
transportarnos en el tiempo y espacio como ninguna otra expresión artística, incluyendo al cine.
Y esto se debe a que, sentados en una butaca del teatro, podemos observar, oler y
prácticamente tocar el contexto de la obra representada, emprendiendo así un fascinante viaje
en el que los actores, cantantes y bailarines se convierten en nuestros guías y compañeros.
Pero las impactantes puestas en escena a las que podemos asistir actualmente, como
en cualquier teatro de Brodway en la ciudad de Nueva York, tuvieron un accidentado comienzo
en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los burlesques y vaudevilles se abrían camino
entre el gusto de un público que se hacía cada vez más exigente y difícil de complacer.
Si deseamos ahondar un poco más, podemos remontarnos hasta la antigua Grecia en
donde dramaturgos como Aeschylus y Sófocles complementaron sus obras con danzas y
canciones. Posteriormente los romanos continuaron haciendo este tipo de espectáculos,
mientras que ya para el Medioevo, particularmente en los siglos XII y XIII surgieron las
representaciones de dramas religiosos, como la Obra de Daniel y la de Herodes, en las
cuales se adaptó parte de las Sagradas Escrituras para que pudieran transmitirse a través de
cantos en los templos, con lo cual se pretendía el vulgo comprendiera los textos bíblicos.
Para el Renacimiento surgió la commedia dell’arte, tradición italiana en la cual
payasos como Arlequín, Pulcinella y Scaramouche, improvisaban historias con temáticas
cotidianas, con la finalidad de entretener a su público.
Sin embargo aún cuando muchos autores sitúan concretamente el origen del teatro
musical en las óperas del siglo XVII, si nos empeñásemos en ubicar el nacimiento de las
comedias musicales en dicha centuria, tendríamos que especificar que únicamente nos
remitimos a las conocidas como ballad operas de las cuales un buen ejemplo es “The
Beggars Opera” de John Gray, para la que el autor tomó prestadas canciones populares,
modificando la letra; o bien las comic operas, como “Bohemian Girl” de Michael Balfe, que
contaba con música original y líneas argumentales románticas.
Cien años después, pero del otro lado del Atlántico, en la ciudad de Charleston,
Carolina del Sur (E.U), se presentó el primer musical americano cuyo título fue “Flora” y cuyo
estreno tuvo lugar en el Salón de la Corte de la mencionada población sureña.
Después de la Guerra de Independencia, se pusieron de moda los burlesques, es
decir parodias de obras, actores o bailarines de renombre, las cuales incluían danza,
pantomima y diálogo. Algunas como “Hamlet” (1828) y “La Mosquita” (1838) tuvieron gran
éxito al burlarse de la obra de Shakespeare y de la bailarina Fanny Elssler, respectivamente.
Para la segunda mitad del siglo XIX la obra “The Black Crook” introdujo algunos de
los que se convertirían en rituales tradicionales de la comedia musical como las coristas, los
ornamentos de producción, elaborado vestuario, provocativas canciones y largos números de
baile; pero a pesar de que este tipo de espectáculos iba cobrando cada vez mayor interés por
parte del público, no eran originales, sino que se trataba de importaciones europeas.
Así, algunas de las primeras producciones originales fueron “The Brook” (1879) y
“The Little Tycoon” (1886), pero fueron realmente los burlesques conocidos como “Mulligan
Guard Series”, escritos por Ed Harrigan y Tony Hart, los que dominaron la escena.
Para el inicio del siglo XX, la comedia musical ya se encontraba en franca
transformación, en buena parte gracias al libretista, letrista y compositor George M. Cohan,
quien tenía claro que un argumento debía poder adaptarse a canciones, bailes y momentos
chuscos, con el objetivo de divertir al público.
Poco después se descubrió que la concurrencia aumentaba si se colocaban en el
escenario artistas ya conocidos, por lo que comenzó una época en la cual se contrataban
estrellas cuya finalidad era mostrar sus extraordinarias habilidades en canto y baile para
vender localidades, sin tomar en cuenta la calidad del conjunto que conforma una obra musical.
Además, se llegó a establecer una estructura rígida para las presentaciones, según la
cual después de levantar el telón al inicio de la obra, debían aparecer una o dos líneas de
coristas que cantaban un número de apertura; asimismo, colosales secuencias de
producción debían concluir cada uno de los actos. En el ámbito del argumento, los
protagonistas –hombre y mujer- debían terminar juntos y felices, después de que el caballero
fuera retado a un duelo por el villano, quien era irremediablemente derrotado.
De este modo, no fue sino hasta la segunda mitad de la década de los 20’s cuando
gracias a la obra “Show Boat” (1927) de Oscar Hammerstein II y Jerome Kern, la obra en su
totalidad tomó la importancia debida, llegando por fin al Time Square de Nueva York.
A partir de entonces el musical debe tener tres características fundamentales: tiene
que tratarse de un argumento inteligente – aunque en algunos casos esta cualidad ha sido
reemplazada por una búsqueda de originalidad tan extrema que en ocasiones resulta absurda-;
a continuación es necesario que se considere “arriesgada”, es decir, que sus cualidades
argumentales, de montaje o producción sean extraordinarias; y por último que las emociones
que muestre sean reales, con la finalidad de lograr personajes “tridimensionales” y creíbles.
Actualmente, en el mundo del teatro musical se tienen muchas figuras, entre los que
destacan directores, libretistas, músicos y actores que han logrado transportar al público a los
universos por ellos imaginados; gente como Andrew Lloyd Webber, Bob Fosse o Julie
Taymor entre muchos otros –de quienes hablaremos en la próxima entrega- han conseguido
mostrar a los espectadores que el escritor francés Julio Verne tenía razón cuando dijo: “Todo
lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad”.
Para ver:
Notre Dame de Paris. Le Temps des Cathédrales:
http://www.youtube.com/watch?v=L24vaxNH91w

FUENTES:
“A Historyh of the Musical”. Aut. John Kenrick. Musicals101.com, 2003.
“The history of musical theatre”. Aut. Samantha Thomas. Paisley Place Creations.
“American Musical Theatre: An Introduction”. Aut. Mark Lubbock. Nueva York, 1962.

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