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EL ÚLTIMO TEXTO
(Segunda lectura del nuevo milenio)
Como asustado ante sí,
mismo cruza en zigzag el aire…
Rainer María Rilke
¿Cuánto desarraigamiento
es necesario para hacerse sabio,
es decir, resistente al destino?
Peter Sloterdijk
PRAEFATIO
Podría reproducir aquí el Praefatio que escribí para Por el país del hombre (Primera
lectura del nuevo milenio (Editorial Ala de cuervo, 2002) y repetir las razones de estas
reflexiones, el porqué titulo “Crociverba” la segunda parte, las causas de la desazón que
atribula al hombre. En verdad, en esta “segunda lectura” sólo cambian los temas. En
aquél volumen me ocupé de terrorismo, del amor, de la concepción de la noticia, de la
eliminación del tiempo y las distancias y de otros conexos. Ahora dedico varios trabajos
a la democracia, debido a su crisis; abordo la desaparición de la realidad, las nuevas
formas de control, la industrialización del olvido encarnada en la adjunción, derivación
y amputación de los sentidos de que es víctima el hombre contemporáneo convertido en
“dividuo” y reflexiono sobre el hecho literario, entre otros varios.
La “segunda lectura” es, pues, la reflexión continuada. Tema inagotable el hombre,
aunque el hombre parezca agotarse. Lo seguimos intentando sin recurrir al ensayo
riguroso, sino fijándonos en el acontecer diario, desordenado y veloz. Como siempre
arguyo que es necesario aprehender y que la mejor manera de intentarlo es mantenerse
inmerso en la escritura.
EL ÚLTIMO TEXTO
LA DESAPARICIÓN DE LA REALIDAD
Las quejas se han hecho, incluso, estadísticas, amén de literatura de ficción. Los
estudios demuestran que los latinoamericanos no confían en la democracia. Si de
matemáticas se trata los norteamericanos no son proclives a votar. Quienes tengan
amigos europeos podrán comprobar su apatía por los asuntos públicos o las burlas
constantes que ejercen sobre los políticos. La lista de quejas podemos encontrarlas en
José Saramago: “Los ciudadanos sufren porque sienten que no tienen importancia en el
funcionamiento de la sociedad. Está limitada la capacidad de cambiar la dirección del
país. El poder real es el poder económico, es decir, vivimos en plutocracia, el mundo es
dirigido por unas cuantas multinacionales y los gobernantes son simples representantes
del poder económico, los ciudadanos se comportan como autómatas”. Sólo que
Saramago es un viejo ingenuo o una víctima de la arterioesclerosis. La única cosa que
se le ocurre es que todos votemos en blanco, seamos portugueses, italianos, asiáticos o
latinoamericanos. Semejante bobería nos conduciría, según él, a que el poder se
repensara y encontrara soluciones, para luego incurrir en la contradicción de preguntarse
sobre el lugar donde verdaderamente reposa el poder.
Los latinoamericanos son más específicos: la democracia no ha disminuido la
pobreza, siguen los problemas básicos de salud, alimentación y educación, no se ha
hecho justicia a fin de cuentas. Si mezclamos lo que dicen los europeos cultos y los
pueblos hambrientos nos topamos de frente con una crítica que más parece una
condena. Ya en alguna otra parte he dicho que la democracia es un sistema político
formal que privilegia la libertad y que, en consecuencia, es apenas un punto de partida.
Uno de los asuntos centrales quizás está en el rol de los políticos, estos es, los que
ejercen la conducción de los asuntos públicos y el manejo de las finanzas comunes.
Podemos encontrar, en cualquier parte, una actitud general de burla y desprecio hacia
ellos. Como nunca la actividad política está desprestigiada. Esa sería la primera gran
contradicción con el sufrimiento que Saramago describe: cada vez menos gente capaz se
interesa en la política, aspira a un cargo público o emite opiniones. Los asuntos públicos
huelen mal, la política es una pobretona actividad de tercera. Hay un deterioro global
del interés por lo común. Es también una consecuencia del éxito descrito como la
adquisición de dinero. A la política van a buscar dinero los que no pueden hacerlo de
otra manera. Al fin y al cabo, lo que importa es ese éxito tal como nos ha sido impuesto.
La otra conclusión es la de una pobreza intelectual extrema. No hay ideas en el mundo
de la política. Las teorías sociales se desvanecieron, lo que queda es la administración
común y rutinaria. Los soñadores que veían la política como una vocación de servicio
están creando nietos. A Saramago se le puede responder preguntándose cuántos se
interesan realmente por el destino común. La experiencia venezolana indica que ese
desapego es una de las causas por las cuales vivimos lo que vivimos. No son autómatas
los ciudadanos como pretende el escritor portugués, no son más que individuos
exacerbados que no miden las posibilidades de afectación que tiene sobre su entorno
egoísta la apatía hacia lo colectivo.
Es cierto que vivimos en un economicismo que derrumba cualquier otro parámetro. El
dinero es el nuevo dios y el éxito el nuevo paraíso. La concentración de poder
económico es una realidad hasta el punto de las transnacionales manejar presupuestos
que superan en mucho los correspondientes a varios países tercermundistas sumados. La
plutocracia se concentra en el dominio de las comunicaciones, en la propiedad sobre la
información. Quien domina la información domina al mundo. Ya he nombrado al actual
régimen italiano como a una dictadura massmediática, tal como la describe, por
ejemplo, Antonio Tabucchi. Con las realidades reales hay que tratar y no se puede negar
que ese poder económico es poder político. He descrito a los políticos como
intermediarios entre la gente y la mercancía. Aquí y allá se hacen babosas que mueren
por tener delante una cámara de televisión. Y dicen lo que se espera de ellos.
La crisis política es un aspecto o una faceta simple de una crisis más profunda. Lo
que está en crisis es el hombre mismo y, por ende, su forma de organizarse
políticamente. La democracia resiste y lo hace, para paradoja de los manifestantes
antiglobalización, en pasos como los de la unidad europea, aunque en el interior de esos
países los ciudadanos no se distingan en mucho de los demás, en cuanto a aburrimiento,
a cansancio, a automatismo. De resto, el poder de decisión, la real posibilidad de elegir
o de cambiar la dirección de un país, siguen sujetos a la imaginación desarrollada en el
campo de la política. La democracia, como todo, es un campo donde la capacidad
inventiva debe estar siempre presente, sobre todo si partimos de la conclusión clara de
que el mundo no puede ser perfecto (la muerte de la utopía) y que el camino está en su
búsqueda permanente.
No obstante, habrá sobresaltos. La crisis va a conducir a brotes totalitarios. Si no se
regenera el tejido político el totalitarismo será de signo económico, menos en un país
como el mío donde la revolución se tiñe de regreso a procesos genéticos
decimonónicos. Esa especie que alguna vez fue llamada “intelectuales” está en desuso o
vía de extinción. No hay tiempo para pensar ni es productivo hacerlo. O quizás sea más
fiera la conclusión: a muy poca gente le interesa devanarse los sesos en las formas
posibles de organización social. Una de las conclusiones paradójicas es que necesitamos
más que nunca de la política, en estos tiempos en que no se consigue una idea y
gobernar se ha convertido en una tarea para mediocres.
LA DEMOCRACIA SIN POLÍTICA
El nuevo “dirigente” ya no recorre los hábitat de los electores. Ahora se inclina ante el
dueño del canal de televisión. Ahora, aún en las situaciones de alto riesgo, no es un
grupo de “dedicados dirigentes” el que traza una estrategia; es la compañía publicitaria
la que diseña los slogan. Ya la sociedad no genera sus dirigentes por la sencilla razón de
que ha dejado de orientarse a sí misma. Sólo es capaz de percibirse en los símbolos
mediáticos. Las sociedades actuales, nos lo recuerda Peter Sloterdijk en “El desprecio
de las masas”, son inertes, miran la televisión para, en su individualismo feroz, hacerse
suma desde su condición de microanarquismos. La expresividad se le murió a la masa
postmoderna y, en consecuencia, no puede generar dirigentes. Hay una plaga
inconmensurable asegurando que lo que sucede es que no es la hora de los líderes sino
de la masa. El concepto de “opinión pública” está cuestionado desde los inicios mismos
del siglo XX, pero, hoy en día, bajo los efectos narcóticos, se puede muy bien asegurar
que estas sociedades atrasadas sólo son capaces de generar gobiernos fascistoides que le
den afecto. Vivimos, lo dice Sloterdik, “un individualismo de masas”, uno, agregamos
nosotros, sembrado en el alma por la pantalla-ojo que sólo produce “suma” mediante el
sistema de inyunción.
En las democracias se hacían dirigentes en los partidos, pero los partidos están
moribundos. Resultan incompatibles con las nuevas leyes de lo massmediático. El viejo
axioma de “no hay democracia sin partidos” parece haber sido sustituido por otro que
reza “no hay democracia sin canales de televisión”. La democracia busca su propia
destrucción. Recordemos los acuerdos entre candidatos presidenciales venezolanos y
cadenas de medios para regalarles curules parlamentarios a cambio de apoyo. Tal
aberración tuvo consecuencias: se relajó el espacio público, la concepción de la política,
de la democracia misma y de la representación. Los dueños de los medios pasaron a ser
los “dirigentes” y la masa que antes movilizaban los partidos quedó a disposición de los
medios. Cabe preguntarse cómo será esta democracia precedida por la devastación de
los partidos.
Siempre es posible decir que lo que muere es un “tipo de partido”. Siempre se puede
hablar de “un tipo de…” y colocar delante democracia, economía, política. Lo grave,
más allá de las consolaciones, es que realmente marchamos hacia una democracia sin
política. El presente está desquiciado. Si las democracias entran en trastornos de esta
magnitud lo que se puede esperar es, como lo he dicho, un gobierno amoroso y fascista
o el retorno de otros fantasmas del pasado. Si no hay política no hay funcionamiento
social. He dicho en otras ocasiones que la necesidad es de más política, porque lo que
produce cansancio es su ausencia, como en el caso venezolano presente, y no una
supuesta y negada presencia excesiva. Lo excesivo es el vacío, una masa que no tiene
quien la dirija y una dirección massmediática usurpadora.
Los acontecimientos pasan ahora a gran velocidad. Es lo que hemos denominado la
instantaneidad suplantando a la noticia muerta. Es la velocidad la noticia. Paul Virilio,
gran acuñador de términos, nos ha regalado éste otro, “dromología” o “economía
política de la velocidad”, ciencia que se ocuparía de las consecuencias de la velocidad,
porque es en función de ella que hoy se organizan las sociedades. Este fenómeno de los
dueños de los medios ejerciendo la dirección política se explica, en parte, por esta
razón. El ejercicio de la política es ahora, y también, instantáneo. Los “dirigentes” que
medran aparecer en la pantalla no son más que actores de los canales de televisión, son
personal contratado y subsidiario, esclavos balbuceantes del poder tecno-mediático. La
democracia sin política pasa a ser un cascarón vacío. Por si faltara poco, los teóricos de
la supuesta y final victoria de una democracia que bautizan liberal, consideran
inseparables los conceptos de democracia liberal y libre mercado, más aún, idénticos los
conceptos de libertad y neoliberalismo. No hay políticos, y mucho menos alguno que
piense, que puedan salir a la palestra a discutir tal matrimonio. Serían silenciados por
los “dirigentes” que conceden el oxígeno, que les permiten seguir participando en una
vida pública altamente condicionada, que ceden el espacio y “elencan” los nombres de
los entrevistables.
Todo está en revisión: el concepto de Parlamento, las elecciones, la representatividad,
los partidos. De esas instituciones ya no emana poder o legitimidad para los “políticos”.
Son nadie. No les queda más que hacerse actores de televisión. No los hay ya con
talento, pero si alguno quedara, de igual manera pasaría a ser no más que un personaje
massmediático. Un problema adicional aflora: mientras más mostrados por el poder
tecno-mediático más incompetentes parecen y se hacen.
Una democracia sin política obliga a preguntarse si habrá repolitización. Jacques
Derrida, en “Espectros de Marx”, da una respuesta demoledora: “La población caerá en
un idealismo fatalista o de escatología abstracta y dogmática ante los males del actual
régimen”.
LA DEMOCRACIA SIN IDEAS
El asunto que comienza a plantearse es el de los efectos dañinos del mundo tecno-
mediático sobre la democracia. Ahora vamos más allá del poder massmediático en sí,
para arribar al planteamiento de una eventual incompatibilidad de los valores
democráticos con las normas universales de la comunicación. Si el hombre se convierte
en un mero animal simbólico este sistema político habrá perdido toda racionalidad.
Giovanni Sartori lo define como “la primacía de la imagen, es decir, de lo visible sobre
lo intelegible”. El hombre que “mira la pantalla” se está convirtiendo en alguien que no
entiende. Los sistemas de medir la llamada “opinión pública” están trasladándose a un
botón del telecomando y quien aprieta ese botón es alguien sin capacidad de
pensamiento abstracto. Ese viejo carcamal llamado partido político depende ahora de
fuerzas que escapan al trabajo de captación de miembros o a los planteamientos
profundos sobre proyectos de gobierno. Las encuestas se hacen cada vez más
sofisticadas y, al mismo tiempo, más erráticas, pero forman parte del conjunto de
destrucción de algo que hoy es una entelequia y, no obstante, se sigue llamando
“opinión pública”.
Los contendores de la democracia, en términos absolutos, han cambiado. Los viejos
enemigos se derruyeron, pero muchos nuevos han surgido, el populismo, las nuevas
autocracias constitucionales que se amparan en un Estado de Derecho falsificado y
construido a la medida.
Si la democracia es un ejercicio de opinión, o “gobierno de opinión” conforme a la
definición de Albert Dicey, la democracia es un cascarón vacío, pues como bien lo
observa Sartori las opiniones son “ideas ligeras” que no deben ser probadas. Hemos
visto como los llamados “programas de gobierno” que antes elaboraban los aspirantes al
poder han caído en total desuso, por la sencilla razón de que no influyen electoralmente.
Basta manejar dos o tres cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable
llamada “opinión pública”. Ahora bien, en este era tecno-mediática las opiniones no son
independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le vienen impuestas por el
ejercicio massmediático. Numerosos analistas han señalado la desaparición de lo
sensible, puesto que la televisión borra los conceptos y hace del hombre un receptor que
ve sin comprender. Ello explica la creciente e indetenible ignorancia de los políticos.
Hemos llegado a una regla massmediática: quien aparece conceptual no puede ganar las
elecciones.
Cuando hablamos de falta de ideas no nos referimos a los pensadores. Los
intelectuales europeos, fundamentalmente, pues fue en Europa donde la democracia
presentó los primeros síntomas de fallas, se han dedicado al tema desde la década de los
60, en una tradición que creemos comenzaron el filósofo italiano Norberto Bobbio y el
británico Raymond William que se extiende hasta nuestros días con Alain Finkielkraut.
Por supuesto que cuando Bobbio comienza sus análisis lo massmediático no había
adquirido el desarrollo actual, sin embargo el italiano lo olfatea. Ya veía venir el mundo
del instante a que nos ha sometido la pantalla-ojo, una instantaneidad ajena a la
conciencia.
Lo que sí está en entredicho desde lejanas décadas es el concepto de “opinión
pública”, la falacia que la envuelve al no ser otra cosa que una inducción, y la
representatividad misma. Un término se puso de moda para señalar un ideal de avance,
la llamada “democracia participativa”, que parece ser algo así como una búsqueda
aproximativa de democracia directa. A ello se sumaron las crisis obvias del Parlamento,
de las elecciones mismas y, a mi entender la más grave de todas las crisis, el ejercicio de
la política condicionada por el poder tecno-mediático.
No es, pues, falta de pensadores ocupándose del tema. Donde no hay ideas es en los
gobernantes, en los gobernados, en los políticos y en las masas fraccionadas y
anarquizadas por el efecto massmediático. La victoria absoluta de la democracia,
proclamada a la caída del muro de Berlín, ha devenido en una crisis de alto riesgo donde
todos los conceptos están siendo sometidos a revisión y donde las instituciones
tradicionales parecen derrumbarse. En Europa puede sentirse más el efecto de la
globalización, a lo interno, pues la experiencia de la unidad externa continúa adelante a
pesar de los lógicos tropiezos, siendo, precisamente esa integración, el experimento más
exitoso iniciado por el hombre en este campo, un asidero que impide la profundización
de la crisis. En los países latinoamericanos es la política la que desaparece y sin ella no
hay estructura social capaz de generar dirigentes y menos gobierno. La concepción
misma de lo que es, o debería ser, un gobierno democrático está bajo cuestionamiento y,
como nunca, una ola de populismo proclama a las mayorías irredentas con el derecho de
gobernar ejerciendo una especie de nueva autocracia de las mayorías. El problema del
ejercicio de la política es también un problema cultural: los sistemas educativos parecen
haber fracasado estrepitosamente y los pueblos se muestran cada vez más ignorantes. La
pantalla-ojo llena de estereotipos, hace de la decisión, o de la simple participación
política, un acto sin ideas. Los políticos, cada vez más mediocres y más torpes, se
rinden ante el poder massmediático y hacen de la política una banal actuación
bochornosa. Todo nos lleva a los conceptos de poder y de Estado. Es obvia la crisis del
Estado-nación, como obvia la certeza de que una nueva forma de poder está
apareciendo, aún en las nebulosas de la imprecisión, pero fundamentalmente distinto a
lo que hasta ahora hemos entendido por tal. Debemos decir que la era industrial
terminó, a la que se asocia la idea tradicional de democracia, y que estamos en otra, la
massmediática, cuyas imposiciones, obviamente, están desgarrando a la democracia
misma. El insurgir de la defensa de los derechos humanos ha servido para limitar los
brotes totalitarios que se muestran como un mal síntoma, pero la crisis del Estado social
ha puesto en evidencia una economía injusta que ha pasado a ser una fábrica de pobres
en los países dependientes.
A los pensadores de lo político los leemos unos pocos, unos pocos estamos alertas
sobre los males que se ciernen sobre la democracia, algunos pueden escribir en los
periódicos sobre estos temas, otros no, pero ciertamente el pensamiento de la filosofía
política no ha influido en nada en el comportamiento simiesco de los políticos y de todo
lo que de ellos depende. Podemos reconocer que el pensamiento es lento, pero también
que no tiene el poder de los massmedias que convierte todo en instantáneo, en
intrascendente, en banal, incluyendo lo principal, la forma de gobierno. Sobre todo no
se parecen a las ideologías que equivalían a piedras inmodificables o sistemas cerrados,
más bien se parece a una creciente incultura que se ha apoderado de las sociedades, en
gran parte por el efecto de la pantalla embrutecedora.
La escasa influencia del pensamiento sobre la democracia en la democracia misma se
debe a la crisis de todo pensamiento trascendente en un mundo de bodrios, de
insubstancialidad y a que diagnostica de modo diferente a como se construyeron las
ideologías derruidas. No se trata de un plano que se proclame poseedor de la verdad ni
pretenda proclamar la solución de los problemas del hombre. Se trata de un conjunto de
diagnósticos y de advertencias. Que los políticos no oyen advertencias está claro en
Venezuela desde cuando aparentemente se entendió que era necesario reformar el
Estado y se creó la COPRE*, para luego desoír todas y cada una de las
recomendaciones de allí emanadas. Las clases medias, actores claves en toda acción
política, sólo se movilizan cuando creen amenazados sus derechos, son clases
bobaliconas y anárquicas que convierten una asamblea de vecinos en una especie de
reunión de condominio de su edificio. Son las clases medias el ejemplo de inacción
funcional inducida por la pantalla-ojo o el instrumento manipulable para los intereses
particulares disfrazados de colectivos.
* COPRE (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado)
EL REBROTE DEL TOTALITARISMO
Muchos piensan que en lo político estamos ante una manifestación de anarquía social.
Mayor razón aún para reforzar la tesis del neo-totalitarismo emergente. En efecto, por
todas partes brotan invectivas contra la jerarquía y un insistente llamado a la acción de
las “bases”, sin que eso implique voluntad alguna de reestructurar lo político. Esto
parece indicar un vuelco hacia sí mismas, por parte de estas organizaciones sociales que
se asoman como los sustitutos de los viejos partidos. Se trata de un planteamiento
radical de sustitución de lo representativo y, en consecuencia, de uno que rompe las
bases de la democracia como la hemos conocido. En otras palabras, se ha planteado
como una imposibilidad la elección por la mayoría de un “bienestar social”. Algún
comentarista ha señalado una extraña relación entre lo religioso y lo político. La
religión tranquiliza mediante la oferta de una vida después de la muerte; se trata de una
oferta concreta. Los políticos en campaña electoral cambian la confianza de los
electores por una simple promesa, la de ejecutar un programa de gobierno ofertado que
generalmente es incumplido.
Frente a la crisis de la democracia han surgido infinidad de movimientos sociales de
base. Se trata, aquí y allá, de un ensayo general de alternativas a la relación jerárquica.
La solución parecen decir, no dependerá más de la promesa de los políticos, sino que
debe ser aquí y ahora. Sólo que, en la práctica, reaparece, en lugar de desaparecer, el
Estado Providencia, como en el caso venezolano, con numerosas “misiones” que son
reparto de dinero como parche tranquilizador; es decir, el Estado asume la
manifestación “anárquica” de la base financiando un nuevo populismo.
El asunto de fondo es si esta nueva forma de organización anti-partido podrá regenerar
los tejidos democráticos. Debemos constatar que estos nuevos movimientos son
minoritarios por esencia y son tan poco atractivos como los partidos tradicionales. Los
teóricos comienzan a llamar “tribus” a estas formas que la muerte de los partidos ha
ocasionado. Así los llaman, porque pareciera que los individuos que se asocian quieren,
en el fondo, redimirse de la individualidad. Se trata de una especie de sociabilidad
primaria. Estamos ante un caso de reingeniería social de alta complejidad que pasaría,
necesariamente, por redefinir lo político de una manera muy distinta de cómo la
modernidad la entendió, esto es, organización jerárquica (partidos, sindicatos, etc).
El peligro del brote anárquico de organización y destinos propios es el de la aparición
del líder totalitario, mientras sus ventajas están en la pérdida de dependencia de la
“promesa” y, teóricamente, del estado dadivoso, pues hemos visto que insurge una
nueva forma de populismo amoroso que dice comprender la nueva realidad y la usurpa.
Aclaremos que entendemos por anarquía en este texto simplemente la organización que
se produce sin órdenes superiores. El peligro está en que el líder providencial se
convierte en nuevo padre en sustitución del viejo padre Estado. El neo-totalitarismo
involucra la reaparición del la famosa frase “El Estado Soy yo”. Han caído los
metarelatos políticos de legitimación y los metarelatos teóricos y están siendo
sustituidos por el líder providencial.
La política ha dejado de ser el centro y ha sido sustituida por la vida cotidiana. De
manera que hay que partir de lo cotidiano para reencontrar lo social. Inevitablemente
habrá un caos y tal vez allí radique la esperanza de salvarnos del neo-autoritarismo. En
cualquier caso toda oposición exitosa hacia este peligroso fenómeno dictatorial vendrá
de quienes lo hagan desde la óptica del cambio, del avance, y nunca de quienes quieran
restituir el viejo orden muerto en la modernidad.
GLOBALIZACIÓN: EL PLANETA REDONDO
La globalización significa la
particularización de lo universal
y la universalización de lo particular.
Roland Robertson
CROCIVERBA
EL OJO DE DIONISIO
Los libros que se publican, putas incluidas, son la mejor prueba de que la literatura
lleva el mismo camino de la realidad global: la escritura ha dejado de ser demostración
(ética o estética) para convertirse en mostración. Bien lo explica Paul Virilio en “El
procedimiento silencioso” cuando advierte de la desaparición de la geopolítica ahora
sustituida por una “cronopolítica”, para evidenciar el surgimiento del ciudadano virtual
de la ciudad mundial, que no es ciudadano sino contemporáneo. Ya la literatura no
quiere demostrar, según lo han determinado los editores preocupados por sus ingresos.
El escritor tiene que “echar un cuento”, plagarse de anécdotas en menoscabo de la
“dentritud” del lenguaje. La naturaleza misma de la literatura está en peligro, pues ha
asumido “la estética de la desaparición” para ocupar las reglas massmediáticas
establecidas que no son otra cosa que dar prioridad absoluta a la notificación. Es claro,
como lo recuerda Virilio, que el “arte moderno” fue paralelo a la revolución industrial,
mientras el arte “posmoderno” marcha con el lenguaje analógico, con el progreso tecno-
científico, con la revolución informática. Tengo mis bemoles con el llamado “realismo
mágico”, pues me parece que fue la asunción perfecta de este enunciado y, en
consecuencia, madre paridora multípara de esto que hoy llamamos “literatura light”.
No hay duda que el mundo está desquiciado. Y la literatura con él. Si procuramos con
Derrida entender, habría que decir “el presente es lo que pasa, el presente pasa”. Así, la
literatura, se ha colocado en lo transitorio, “entre lo que se ausenta y lo que presenta”.
En otras palabras, la literatura ha tomado para sí la huida. La pregunta es si será así
siempre, si ha terminado la literatura como la hemos entendido. El porvenir de la
literatura sólo puede pertenecer al pasado en el sentido de modificar con las nuevas
técnicas y con todas las innovaciones posibles la vieja misión de demostrar, de crear, es
decir, de volver a ser arte. Esta presencia sólo la encontramos en los viejos textos, de los
cuales podemos decir “está escrito a la vieja manera”, en cuanto a estilo o a sintaxis,
pero en los que pervive el afán de una tarea por realizar, aceptando que lo heredado no
está dado. Quizás debamos comenzar desde aquí: partir de una inconclusión y
convencernos de que este dominio de la mostración pasará, como pasa siempre toda
hegemonía.
El mundo anda muy mal y muy mal anda la literatura. Es probable que no percibamos
en toda su magnitud su actual desgaste. Comprendamos que siempre ha habido
desarreglos y desajustes. El futurismo desencadena su perorata sobre la máquina en
pleno auge de la era industrial. El arte actual se copia de la perorata de los medios
radioeléctricos, esto es, de la intrascendencia. El escritor quiere ser actor de televisión y
no escritor. En otras palabras, la literatura se hace incompetente, pierde la legitimidad
que venía de su antiguo espacio. El lector, por supuesto, asume que ya no habrá más
literatura, que la literatura es lo que se le ofrece paralelo al bodrio informático. Sin
embargo, todo muta y se reelabora. Lo tele-tecno-mediático, la mostración que cunde en
putas, en exguerrilleros, en drogadictos, en sobrevivientes de dictaduras y, en fin, en
personajes sin misterio, sólo se entienden como símbolos mediáticos de masas, la gran
concesión de la literatura a los programas, a las modas y a los discursos de la pantalla-
ojo. Es obvio que el contemporáneo, el sustituto del ahora del hombre alerta, se mueve
en inertes rutinas prácticas y todo lo que le perturbe es rechazado como una intensidad
indeseable. La masa quiere desechar toda expresividad, está integrada por individuos de
vulgaridad invisible y, en consecuencia, procura leer sólo lo que refuerce una condición
masiva y vulgar. En materia literaria cabe recordar aquélla frase de Hannah Arend
donde habló de “desamparo organizado”.
Es harto conocido que Dionisio, tirano de Siracusa, utilizaba un peñasco en forma de
oreja a través del cual escuchaba todo lo que sus prisioneros decían. Ahora Dionisio ha
colocado a sus cautivos directamente en el ojo lo que quieren que lean.
EL ESPESOR DE LA PALABRA
La decisión de asumir la palabra no duele. Se toma con alegría y hasta con desenfado.
Luego la palabra comienza a punzarnos las yemas de los dedos, a quitarnos la
respiración, comienza a concientizarse en una elección de soledad y a hacer de nuestros
ojos tizones que se incendian al mirar el teatro de títeres. Léase Salvador Garmendia en
su encuentro con lo urbano.
Salvador está fondeado en la ruptura con lo rural, es el gran maestro de la narrativa
urbana, pero miremos bien en sus “pequeños seres” y comprobemos que descubrió el
arte como speculum y que sus textos no son realidad, son mucho más: son efectos de
realidad. Sus pasos por “la mala vida” son descripciones desgarradas de un ser que mira
y sufre, mucho más que una simple ojeada sobre las cuevas de la ciudad donde se
amontona la miseria humana. Es la descripción de un drama propio, de algo
ineluctable, de algo que pasa porque tiene que pasar. En Garmendia la ciudad no es más
que feria, una herida que vivimos. Lo cotidiano es espectáculo. Utilizando una frase
suya diría que la habitan “zoológicos flotantes”, una simulación de vida. Los habitantes
de este teatro del absurdo son piezas escapadas de un mecanismo frente al cual el
narrador es una postergación sin fin. Salvador aprende que todo se hace sombra. Él
asiste a la representación como sentado en una butaca de actor y saca sus cuadernos
para anotar las paradojas de la aparente fiesta, para registrar el baile desenfrenado de
unos personajes que se exhiben como si él, escritor, tuviese la obligación de anotar
sobre sus carnes, sobre sus pesadillas y sobre los trozos de materia que van largando
sobre las aceras interminables y sobre los proscenios urbanos de los autobuses, de los
bares de putas y sobre los que albergan solitarios dispuestos a bosquejar novelas en la
barra del mostrador. Los ojos de Salvador Garmendia se sumergían en la realidad como
fiero pasante de lo oscuro.
Sí, tenían la forma mecánica de lo desvencijado, la blancura que la noche da a la
carne, la alegría de portar consigo la muñeca hermosa del contraste con la propia
presencia desgarrada. Los personajes de Salvador Garmendia emergían de los bares, de
los colectivos, de la soledad de una ventana, a buscarlo, a exigir la anotación del
escritor, a reclamarlo para que participase en la constatación, y él los complacía
haciendo de sus dedos sobre el teclado complicidad, goteo de memoria, implacable
índice de registro donde quedaba todo, desde la imagen surrealista de un paraguas
destrozando un ojo hasta el espectáculo nocturno donde iban a rugir los sobrevivientes
del día. Desde los torsos y nucas atravesados en la visión de quien se siente acorralado
por la presencia hostigante hasta la certificación del amontonamiento de la concurrencia
pugnando por apretujarse en la primera fila en ansia desesperada de ser protagonista en
las páginas del registrador de la palabra. Y el animador de la farsa, como en alguno de
los cuentos de “Difuntos, extraños y volátiles”, al mismo tiempo huye y busca la
multitud de la cual es el órgano escriturario. Podemos ir a sus libros a mirar el cuadro de
la danza.
PESSOA, UN HOMBRE ABSOLUTAMENTE SOLO