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DOCTRINA SOCIAL SOBRE LA ECONOMÍA

1. Economía y ética (1)

1.1. La economía necesita de la ética

Aunque muchos economistas han opinado que la ciencia económica debería desarrollarse al
margen de la ética, los inconvenientes causados al hombre han evidenciado que la ética es
una condición necesaria para la adecuada comprensión de la economía y de la contribución
de ésta al éxito de la conducta humana. La ética y la economía están llamadas a
desarrollarse en armonía. La economía, junto a aspectos técnicos como la producción, el
intercambio o la riqueza, se ocupa de conductas humanas, por lo que está necesitada de la
tutela ética, cuyo objetivo es el fin del hombre y los medios para alcanzarlo.

La autonomía de la economía está limitada por la ley natural y la ley divina, a las cuales
debe subordinarse la actividad económica. En esta dirección se orienta indubitadamente el
Catecismo de la Iglesia Católica, que en su núm. 2407 somete la actividad económica al
respeto de la dignidad humana y consecutivamente a la exigencia de las virtudes de la
templanza, la justicia y la solidaridad. Igualmente el núm. 2426 in fine señala con toda
claridad que «la actividad económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse no
obstante dentro del los límites del orden moral…» (2).

Por tanto, la ética no es una imposición externa a la económica, sino que constituye una
condición de equilibrio y estabilidad, no solo de los sistemas económicos, sino de toda la
vida individual y social. El sentido ético proviene de una ética natural, de la misma
sociedad y de la Revelación. En este contexto «la Doctrina social de la Iglesia nos ofrece un
conocimiento privilegiado de la génesis del orden moral en la actividad económica, de los
principios éticos que deben inspirarla y de las dificultades para ponerlos en práctica» (3).

1.2. El origen del orden moral en la actividad económica

El Magisterio de la Iglesia en el campo social fundamenta los principios éticos de la


economía en el mandato de Dios en la Creación y en el misterio de la Encarnación y
Redención de Cristo.

Dios creó al mundo bueno y lo puso al servicio del hombre. El fin de la actividad
económica es orientar hacia Dios la persona y el universo. Mediante la actividad humana se
completa la obra de la Creación y se actúa en el plan original del Creador. Por el mandato
de “dominad la tierra” Dios ha donado la naturaleza al hombre y la actividad económica se
hace compleja, generosa, responsable y fecunda; de esa donación brotan el derecho de
propiedad y su función social (4). Este mandato divino y la perfección del hombre
constituyen la finalidad de la actividad económica. Por ello, la actividad económica tiene
una dimensión social en su origen, en su realización y en sus resultados; es un servicio a los
demás y está orientada a un fin superior: el desarrollo del hombre.
Sin embargo, la actividad económica adquiere su perfección definitiva cuando se pone al
servicio de la Redención. El progreso temporal debe ordenar mejor la sociedad humana. En
este sentido, los principios cristianos de justicia social y caridad adquieren su definitiva
dimensión en el mandato del amor dado por Cristo. No obstante, la plenitud del desarrollo y
del progreso humano es escatológica y culminará en la Parusía. Con todo ello, queda claro
que el cristiano está obligado a perfeccionar este mundo, entre otras, con la actividad
económica. No puede escudarse en que es “ciudadano del cielo”.

2. Finalidad de la economía: satisfacer necesidades humanas (1)

La economía es un conjunto de actos dirigidos a satisfacer necesidades humanas a partir de


recursos escasos, está realizada por personas y debe estar orientada al servicio de esas
mismas personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana (2).

Toda economía, orientada por criterios éticos, debe responder a estas preguntas: ¿Qué
bienes deben producirse y en qué cantidad?, ¿cómo deben de producirse?, ¿para quién
deben de producirse? o ¿cómo deberían distribuirse?, y ¿cómo deberían consumirse?

2.1. Los bienes que deben producirse

Se deben producir todos aquellos bienes que los recursos escasos permitan para la
satisfacción de las necesidades humanas. La productividad no es un fin en sí misma, ni el
beneficio, ni el poder, ni el mero incremento de los productos; por tanto, no se admite el
principio de producir por producir. Las necesidades humanas tienen las siguientes
dimensiones:

Deben producirse todos los bienes que cubran todas las necesidades humanas, no solo
materiales, sino también culturales y espirituales.

Es preciso diferenciar entre necesidad real y exigencias artificiales, entre necesidades


preeminentes y accesorias o hasta indeseables.

Hay necesidades individuales que están en relación con la persona, las sociales con el bien
común y las universales con toda la humanidad. Las naciones, por tanto, deben organizarse
para satisfacer sus diversas necesidades, pero también contribuir a la mejora de los países
subdesarrollados.

La Centesimus annus enfatiza la necesidad no solo de producir bienes en cantidad


suficiente, sino que debe atenderse a la calidad de los servicios, del ambiente y de la vida
en general.

Hay necesidades que son derechos fundamentales: Son aquellas dirigidas a salvaguardar la
dignidad humana, la solidaridad social y la justicia.
Las necesidades; dado su carácter subjetivo, deben educarse para asegurar que no se buscan
solamente las satisfacciones biológicas.

Quedan descartas desde una perspectiva ética aquellas finalidades de la actividad


económica que no se dirijan a la satisfacción de las necesidades humanas, tales como, la
acumulación de riquezas, la ganancia exclusiva, la sed de poder (3).

La actividad económica tampoco tiene por finalidad lícita la exclusiva satisfacción de


necesidades materiales, medidas en dinero. No son lícitas las teorías que afirman que debe
producirse todo lo que pueda pagarse (demanda solvente), ni la que aboga por un
crecimiento económico indefinido, ni la del beneficio monetario, ni la de la ostentación y el
derroche público o privado, ni la del afán bélico (4).

2.2. El modo de producir bienes

El proceso productivo debe organizarse para que la humanización de la persona quede


favorecida. Tres son las realidades que deben salvaguardarse: primacía del hombre sobre la
ciencia y la técnica, primacía sobre la propiedad y participación de todas las personas en el
proceso productivo.

a) Primacía del hombre sobre la ciencia y la técnica: La Iglesia valora positivamente la


ciencia y la técnica; pero estas revoluciones presentan profundos interrogantes en la
verdadera comprensión de la realidad, sobre los que la Iglesia alerta. Especial preocupante
es lo que Pío XII denominó el «espíritu técnico» que supedita la dignidad de la persona al
progreso técnico; lo que trasladado al campo económico podría calificarse como espíritu
economicista. Los avances de la ciencia y de la técnica deben estar orientados a la
satisfacción de las necesidades humanas y deben permanecer bajo el control humano, sin
que pueda sacrificarse la dignidad de la persona en aras de la organización colectiva de la
producción o de la eficacia productiva.

b) Primacía del hombre sobre los bienes materiales: el trabajo humano por encima de la
propiedad de la tierra, como indica la Mater et Magistra. En la Laborem exercens el hombre
predomina sobre las cosas; por eso, el trabajo humano prevalece sobre los medios de
producción o el capital y predomina sobre la técnica. El sistema económico debe colocar en
la cúspide de sus valores a la persona y cuanto a ella se refiere (5).

c) Participación en el proceso productivo:

Participación de los trabajadores en la empresa, en los beneficios, en la propiedad, en la


gestión, haciendo de la empresa una auténtica comunidad humana. Aunque en el sistema
capitalista como en el colectivista, el trabajo y el capital han estado disociados, es legítimo
que la de los trabajadores tenga una participación efectiva y activa en la empresa. Habrán
de buscarse las fórmulas adecuadas, sin que sea posible establecer un modelo único
(cogestión, copropiedad, etc.) (6).
Participación de los ciudadanos en la actividad económica, para ser contrapeso a la
creciente intervención del Estado y para el mayor desarrollo cultural, económico y social de
la humanidad. La participación no es solo un derecho, sino una obligación. El derecho a la
iniciativa económica de los particulares y de los grupos sociales es de suma importancia
para el bien común (7).

2.3. La distribución de los bienes producidos

La distribución, que debe subordinarse a la producción, no debe quedar a merced del


mecanismo de las fuerzas del mercado y está marcada por las necesidades de todos los
hombres. En el Magisterio de la Iglesia se indica los tres campos donde debe verificarse la
distribución: el de los bienes, el de la riqueza y el de la propiedad. La distribución de los
bienes, que obedece a la necesidad de preservar el bien común o la justicia social, debe
contar con la participación equitativa en los bienes creados por Dios; en eso consiste la
riqueza de un pueblo (8). Junto a la distribución equitativa, según indica la Mater et
Magistra, los deberes de justicia de un sistema productivo deben salvaguardar la dignidad
humana, el sentido de responsabilidad y la libre expresión de la iniciativa personal.

La Laborem exercens relaciona propiedad, trabajo y destino universal de los bienes. La


propiedad debe analizarse desde el trabajo y enmarcarse en el derecho común a usar los
bienes de la creación entera. La propiedad privada no es un derecho absoluto e intocable,
sino que está subordinado al uso común: la propiedad privada se encuentra gravada por una
“hipoteca social” y está al servicio del trabajo.

2.4. El consumo de los bienes

El consumo de los bienes producidos debe atenerse a los siguientes principios éticos:

a) Autenticidad frente a la codicia y la opulencia: El deseo incontrolable de tener conduce a


un materialismo sofocante, que no sacia las necesidades humanas. Frente a los proyectos de
la abundancia (tener) ha de prevalecer el proyecto de la autenticidad (ser) (9).

b) Sobriedad frente al consumismo: El exceso de bienes materiales y la creación de


necesidades artificiales puede hacernos esclavos de la posesión y del goce inmediato. Ese
consumismo produce alineación de la persona e insatisfacción, pues lo secundario sustituye
a lo auténtico; al ser insaciable el deseo de tener, quedan resentidas las aspiraciones más
profundas (10).

c) Solidaridad frente a la competitividad: Es necesario ayudar a los pobres, los cuales están
legitimados, en caso de extrema necesidad, para tomar de la riqueza ajena lo que les haga
falta (11). El derroche de los países ricos debe servir a los países pobres.
3. El trabajo humano (1)

La situación actual del trabajo está marcada por el desempleo, la precarización, y el


alejamiento del objetivo de pleno empleo. Además, falta una auténtica cultura del trabajo y
de atención a la dignidad del trabajador.

Podríamos decir que el trabajo es una actividad del ser humano, personal y libre por la cual
se emplean fuerzas físicas y mentales para producir algún bien material o espiritual.

3.1. Dimensiones del trabajo

El trabajo ocupa un lugar central en la vida humana y constituye un instrumento de


perfección del hombre. El hombre transforma la naturaleza y, a su vez, se realiza a sí
mismo como persona. El trabajo, como expresión y perfección de la naturaleza y del
hombre tiene una dimensión personal; otra dimensión es la familiar; y en cuanto perfección
y humanización del cosmos tiene una dimensión cósmica.

Juan Pablo II diferencia el aspecto subjetivo y objetivo del trabajo. En su dimensión


subjetiva el trabajo es exclusivamente tarea humana, y el fin de todo el proceso productivo
es también el hombre. Por ello, la dimensión subjetiva del trabajo se impone
necesariamente sobre su carácter objetivo.

3.2. Dimensión teológica y espiritualidad del trabajo

Juan Pablo II, en la Laborem exercens (2), ha elaborado una verdadera teología del trabajo:
El hombre, imagen de Dios, está convocado al trabajo: mediante él alabamos a Dios y nos
desarrollamos espiritualmente. Con el trabajo colaboramos con Dios en la obra creadora.
Por el pecado original el trabajo manual o intelectual va acompañado de la fatiga. Y esa
penosidad, unida sufrimiento de Cristo, es también colaboración con su obra redentora. La
resurrección, por tanto, dará sentido a la actividad laboral, porque apunta a los “nuevos
cielos” y “la nueva tierra”, los cuales en cierto modo el trabajo prepara. Por su parte, el
trabajo tiene un valor salvífico, porquen os hace abandonar el individualismo y abrirnos a la
solidaridad y caridad fraterna. También es un medio de santificación y puede convertirse en
oración constante y cotidiana.

Siguiendo esta misma dimensión espiritual, el Catecismo de la Iglesia Católica indica que
el trabajo nace de la persona creada a imagen de Dios y llamada a prolongar la obra
creadora. El trabajo se presenta como un deber que honra los dones del Creador, tiene una
dimensión redentora y puede ser un medio de santificación (3).

3.3. Primacía del trabajo sobre los bienes, el capital y la técnica


El resultado del trabajo no puede ser el criterio para valorar su dignidad trabajo (4). Los
bienes producidos están al servicio del hombre. También está por encima del capital.
Igualmente es superior a la técnica descrita en la Laborem exercens como el conjunto de
instrumentos de los que el hombre se ayuda en el trabajo, la cual tiene muchas cualidades,
pero también inconvenientes, tales como la pérdida de puestos de trabajo, de creatividad o
de satisfacción personal.

3.4. El derecho al trabajo y el deber de trabajar

a) El derecho al trabajo: aparece en todas las Constituciones pero con un valor


programático. Eso plantea la cuestión de la naturaleza de ese derecho y ante quien es
exigible. Las explicaciones que se han dado a este problema son las siguientes:

Es un derecho a un puesto de trabajo que debe garantizarlo el Estado, sin que se pueda
sofocar la libre iniciativa individual (5).

En el Estado de bienestar se entiende como una reivindicación de ingresos: subsidio en caso


de falta de trabajo.

Se entiende cada vez más como derecho a la subsistencia.

El Catecismo de la Iglesia Católica proclama que el acceso ala trabajo debe estar abierto a
todos sin discriminación, correspondiendo a la sociedad el deber de ayudar a los ciudadanos
a procurarse un empleo (6).

b) El deber de trabajar: Trabajar es también un deber para contribuir al desarrollo de la


comunidad. Pero es más una obligación moral que jurídica. Y ese deber viene atribuido por
las funciones que le corresponden: es el único medio honrado de lograr una vida digna;
transmite sentido y dignidad personal; integra al hombre en la cadena humana y social del
progreso; sirve de intercambio de ayuda entre los semejantes en aras al bien común; y, por
fin, es un mandato divino.

3.5. Derechos y deberes de los trabajadores

a) Deberes del trabajador: El primer deber del trabajador es la prestación de los servicios
contratados. Además la Doctrina social de la Iglesia señala como deberes el de no dañar al
capital, no ofender a los patronos, abstenerse de toda violencia al defender sus derechos y el
de asumir la responsabilidad de lo que se hace. El trabajo debe considerarse asimismo
como un deber dirigido al bien común y no sólo una fuente de ingresos.

b) Derechos del trabajador: León XIII proclama los derechos del obrero. Éste tiene derecho
a un salario justo y familiar; es una cuantía periódica que el trabajador recibe de la empresa,
fijada según ciertos criterios (7). Tiene derecho al desarrollo de una legislación que le
proteja, a formar asociaciones de trabajadores y a una limitación de jornada.

La Iglesia también ha prestado atención a las condiciones externas en que se desarrolla el


trabajo: libertad de asociación de trabajadores, protección de las buenas costumbres,
vivienda adecuada, prestaciones sociales, salud e higiene en el trabajo, etc.

3.6. El desempleo

El desempleo o el empleo de baja calidad constituyen una verdadera calamidad social,


planteando incluso, en los países industrializados, la pérdida de centralidad del trabajo
humano (8). El problema del paro obliga, no sólo a fijarse en la producción de nuevos
servicios, sino a que se practiquen nuevas inversiones. Invertir se convierte en un deber. En
este sentido el Concilio Vaticano II propuso que «las inversiones deben orientarse a
asegurar posibilidades de trabajo y beneficios suficientes a la población presente y futura»
(9)

4. La propiedad (1)

4.1. La Doctrina social de la Iglesia y la propiedad

4.1.1. El derecho a la propiedad privada

La propiedad ha sido objeto permanente de reflexión para la Doctrina social de la Iglesia. A


lo largo de la historia se han hecho valoraciones muy diversas sobre ella, pero la Doctrina
de la Iglesia ha intentado aportar siempre su orientación personalista y social a la posesión
de bienes.

León XIII destacó que la propiedad privada era un derecho natural inviolable y reclamó que
llegara a todos los hombres. De Dios procede el título de dominio sobre las cosas; y del
trabajo se origina la propiedad como modo de subsistencia futura. También el Catecismo de
la Iglesia Católica reconoce como derecho la apropiación privada de bienes, la cual no
anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad (2).

También se considera legítima la propiedad pública en los casos en que determinados


bienes estuvieran en manos privadas supusiera un riesgo para el bien común.

4.1.2. El carácter ético de la propiedad

Con la Doctrina social de la Iglesia se da un giro, pasando de una concepción jurídica de la


propiedad a un sentido más ético. Ese giro se hace evidente en el Concilio Vaticano II,
indicando que la propiedad tiene una función social y está sujeta al destino universal de los
bienes.

a) La función personal de la propiedad: El derecho de propiedad es condición de autonomía


y de libertad personal y social del ser humano. Si el hombre carece de lo indispensable no
puede ver cumplida su dignidad. La posesión es un medio de realización humana, pero
también puede ser un lastre cuando se emplea como baremo de valoración de las personas.

b) La función social de la propiedad: La posesión de los bienes no solo debe guiarse por las
exigencias del derecho, sino que su función debe ser social y universal, que evite el
individualismo. El Concilio Vaticano II propone también que el criterio moral para
enjuiciar la propiedad sea el destino universal de los bienes (3). De este principio surgen el
deber de invertir el capital y la potestad de expropiación de las posesiones ociosas (4).

c) La propiedad de los medios de producción: Puesto que la propiedad surge del trabajo, no
hay oposición entre éste y la propiedad de los medios de producción. Estos medios deben
estar al servicio del trabajo. En consecuencia no será legítima la propiedad cuando sirve
para impedir el trabajo de los demás u obtener ganancias mediante artificios y cuando es
fruto de la explotación ilícita, de la insolidaridad o de la especulación.

Cuando la propiedad está injustamente distribuida es posible una distribución más


equitativa o la socialización de ciertos bienes importantes para el bien común. La Laborem
exercens considera varias posibilidades de socialización: asociación de trabajo y capital
(copropiedad), participación en la gestión y beneficios de la empresa, y participación del
trabajador en el accionariado.

4.2. La función del Estado respecto de la propiedad

El Estado actúa de forma notoria sobre la propiedad: es el titular de las empresas públicas,
es el empresario de los grandes medios de producción y el responsable de los servicios y de
las grandes obras. Pero esta incidencia del Estado sobre la propiedad privada y la actividad
económica debe estar dirigida por el principio de subsidiariedad. A él le corresponde vigilar
y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico y debe tutelar el
derecho de propiedad y el derecho al trabajo (5).

La tutela sobre la propiedad está dirigida a la salvaguarda de la seguridad jurídica, a la


garantía del derecho de propiedad y al enfoque social de la misma, a la distribución de la
renta y de los bienes y a la promoción de una moral pública que impida la corrupción, la
especulación y el enriquecimiento injusto. A su vez, el Estado debe velar en sus políticas
por una auténtica democracia económica, donde todos contribuyan y todos reciban los
resultados de la riqueza social. Al Estado, por último, le corresponden proteger el marco
ambiental y humano, impidiendo los ataques que pongan en riesgo estos bienes colectivos.
4.3. Las nuevas formas de propiedad

La Doctrina social de la Iglesia establece una estrecha relación entre el poder económico y
la propiedad, debido a los cambios económicos y sociales, y a las nuevas formas de
propiedad que han originado. Se incluye en este ámbito la propiedad del conocimiento, de
la técnica y del saber, como un nuevo capital humano (6). El Papa Juan Pablo II ha
denunciado como muchos pueblos y personas no disponen de posibilidades de adquirir
estos conocimientos básicos para desarrollar sus cualidades, no tienen acceso a la red de
conocimientos ni de comunicaciones y no pueden intervenir en un sistema de empresa.

Ya el Concilio Vaticano II advertía sobre la necesidad de procurar a todos los pueblos de


una suficiente cantidad de bienes culturales, a fin de impedir la ignorancia, o la falta de
iniciativa a la hora de cooperar al bien común (7).

5. La empresa (1)

La importancia de la empresa para la Doctrina social de la Iglesia viene determinada por el


hecho de que en ella se reúnen agentes fundamentales de la organización económica, tales
como los sindicatos, el trabajo, la propiedad, etc. Ésta es un sistema organizado de
funciones, objetivos y relaciones interiores y exteriores. En la empresa deben regir los
principios de subsidiariedad y de humanismo.

5.1. Los sujetos de la producción: capital y trabajo

La empresa es una unidad productiva en la que se mezclan personas y capitales, con


vocación de permanencia y orientada a la satisfacción de necesidades mediante la
producción de bienes y servicios, a través de la cual logra unos beneficios económicos. En
la empresa hay dos tipos de sujetos: los que aportan capital y los que aportan trabajo. Pero
esto no significa que haya contraposición entre unos y otros; más bien ambos sujetos están
llamados a complementarse. Una tercera categoría que puede intervenir es la empresa son
los administradores, que custodian y explotan a su arbitrio una riqueza entregada en
depósito.

La Laborem exercens ha abordado la figura del empresario acudiendo a dos categorías: el


empresario indirecto, que mediante la política laboral condiciona las relaciones entre
empresario directo y trabajador (comprende a personas, instituciones, convenios y al
Estado); y el empresario directo con quien el trabajador establece su contrato laboral y del
que recibe un salario.

La Doctrina social tiene en gran estima el trabajo empresarial y lo reviste de cualidades


como la prudencia, la lealtad, el espíritu emprendedor, aunque también tiene sus
tentaciones: poder, lucro fácil, egoísmo. Al empresario corresponde conocer las necesidades
de los hombres, organizar de forma solidaria los factores productivos, crear un clima
humano en el interior de la empresa y relacionarse adecuadamente con la sociedad.

5.2. Modelos de relaciones entre capital y trabajo


a) El capitalismo liberal: Se basa en el principio de libertad absoluta y de igualdad formal.
En su versión más liberal el capital explotaba el trabajo.

b) El socialismo: Los socialistas clásicos veían que la alineación del trabajador venía
ocasionada por la propiedad privada de los medios de producción. Por ello, la solución
debía partir de la expropiación de los bienes productivos, que pasarían a manos de los
proletarios, estableciéndose una dictadura del proletariado (2).

c) Del contrato salarial al régimen de sociedad: Este modelo es el más apreciado por la
Doctrina social de la Iglesia, que propone, junto a la defensa de un salario justo para los
trabajadores, un contrato de sociedad por el cual el trabajo participe en la gestión de la
propiedad. Por el modelo de cogestión también queda salvaguardado el principio del
destino universal de los bienes y el trabajo queda protegido de los medios de producción. El
modelo de cogestión admite dos formas: participación en la gestión y participación en los
beneficios. El sistema de cogestión presenta las siguientes ventajas:

El riesgo del trabajo y el capital son compartidos y el trabajador verá como algo propio la
empresa donde trabaja.

Se reduce la conflictividad laboral y aumenta la sensibilidad social

El capital se difumina en más personas, evitando los riesgos de acumulación de poder.

5.3. Finalidad de la empresa

La empresa tiene un carácter moral porque su composición es una comunidad de personas


cuyo objetivo es satisfacer necesidades personales y sociales y humanizar las estructuras
económicas.

La finalidad última de la empresa es servir al hombre; por tanto, no ha de escaparse al


control del hombre. Así pues, debe buscar la participación de todos, la justa remuneración y
el reconocimiento de derechos, incluido el de huelga.

También entre los objetivos de la empresa está la organización económica de la sociedad.


Luego, está llamada a colaborar con sus propios integrantes y con otras instancias sociales
(Estado, asociaciones, etc.) en el marco de una política económica global.

5.4. Retos futuros para la empresa

La empresa tienen un importante papel social, en cuanto que es creadora de puestos de


trabajo, orienta la actividad empresarial al bien común y al progreso social, tiene
responsabilidad en el campo ecológico y representa un soporte para la democracia. En la
actualidad la empresa se inserta en el marco de la propiedad del conocimiento, que está a la
base de la riqueza de las naciones. Retos significativos son también la innovación
tecnológica y el respeto al medio ambiente natural y humano. Pero el reto más importante
para la empresa tal vez sea hacer efectivo el principio del destino universal de los bienes.

6. El mercado (1)

6.1. La economía de mercado

La actividad económica se basa tanto en la oferta como en la demanda de los productos. El


acuerdo entre ambas se plasma en el contrato, estableciéndose en ese acto una dinámica de
factores que intervienen (publicidad, expectativa de beneficio, intervención pública etc.). A
esa ley de oferta y demanda debe añadirse un adecuado sistema monetario.

6.1.1. Modelos del sistema de precios en el mercado

Según se establezcan las posibilidades de la oferta y la demanda habrá distintos modelos:


monopolio (un solo vendedor), oligopolio (unos pocos vendedores), competencia
imperfecta (muchos vendedores) y competencia perfecta (muchos compradores y
vendedores)

La competencia perfecta y el monopolio aparecen hoy como modelos teóricos del sistema
de precios, cada uno en un extremo del mercado (total competencia uno, ninguna
competencia el otro). Los modelos reales son, en cambio, el oligopolio y la competencia
imperfecta, que están inmersos en un mercado donde la información no es total, los
productos en su mayoría son indiferenciados y algunos vendedores inciden en los precios.

6.1.2. Ventajas e inconvenientes de la economía de mercado

La economía de mercado cumple tres funciones eficaces dentro de una razonable


competencia: estimula la producción de bienes y servicios, asigna personas y recursos para
disminuir coste y aumentar calidad, y orienta la distribución para usos más eficaces
económicamente.

El mercado respeta la libertad económica, estimula la iniciativa y la creatividad, crea y


distribuye riqueza. Por todo ello la Centesimus annus considera al mercado como un
instrumento eficaz para colocar recursos, responder a las necesidades, favorecer el
intercambio y dar primacía a la voluntad y preferencias de las personas (2).

Pero la Doctrina social de la Iglesia también es consciente de los riesgos de la idolatración


del mercado. Entre sus límites señala: existe el riesgo de que solamente atienda a las
demandas más solventes; puede mercantilizar todas las necesidades o sacar al mercado
bienes inalienables de carácter religioso, cultura o espiritual; puede fomentar necesidades
artificiales; y a veces el mercado es incapaz de distribuir justamente las rentas, no
retribuyendo adecuadamente el trabajo, explotando a los trabajadores o no reconociéndoles
sus derechos.

6.2. Un criterio ético para el mercado: el bien común

La actividad económica, según declara la Gaudium et Spes, debe estar dirigida por el
criterio ético de contribuir al desarrollo humano. Esto se plasma en los componentes del
mercado de la siguiente manera:

a) La libertad económica debe estar al servicio del hombre: La libertad económica no es


absoluta, sino que se encarna en la libertad humana, la cual debe realizarse en la
interdependencia social, en el bien común y en la atención a los más débiles.

b) La libre competencia debe estar al servicio de la cooperación: Este elemento


fundamental del mercado debe orientarse para superar la codicia y el individualismo (3).

c) Los contratos deben estar presididos por la justicia y la equidad: No basta el simple
consentimiento para la licitud de un contrato, sino que además de versar sobre materia
licita, debe realizarse en condiciones libres y equitativas (4).

d) Los beneficios y la inversión deben estar orientados éticamente: Las inversiones se


orienta a los beneficios, que indican la utilización correcta de los factores productivos y la
buena marcha de la empresa. Pero, más allá del horizonte económico, deben ansiarse los
valores morales y culturales, es decir, el beneficio debe obtenerse de modo justo y las
inversiones deben aspirar a la justicia distributiva (5).

6.3. El mercado en el contexto social e institucional

Para la Doctrina social de la Iglesia el mercado debe estar controlado por las fuerzas
sociales y por el Estado. Sin control el mercado puede caer en la permisividad sin
referencias éticas o sociales; pero también es peligrosa la intervención desmesurada del
Estado.

El Estado debe crear un marco jurídico e institucional para proporcionar seguridad jurídica
y para vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos de la persona en el sector económico
(6). El Estado debe establecer políticas económicas y monetarias para favorecer la libertad
económica, fomentar el empleo, estabilizar la moneda; debe asegurar la competencia
mercantil; debe fomentar la iniciativa privada y, cuando ésta sea insuficiente, suplirla; está
obligado a apoyar las iniciativas sociales para la formación de los trabajadores y la
promoción profesional; y debe promover, por último, los bienes públicos, protegiendo lo
colectivo, creando legislaciones adecuadas y salvaguardando la moralidad pública, como
condiciones para una auténtica “ecología humana” (7).

La Doctrina social de la Iglesia concede mucha importancia a los cuerpos intermedios de la


sociedad, los cuales tienen gran responsabilidad en el correcto funcionamiento del mercado,
en la implantación de códigos de conducta y la promoción de los valores humanos en el
funcionamiento del mercado.
7. El sindicato (1)

La institución del sindicato ha sido tratada ampliamente por la Doctrina social de la Iglesia,
tanto en la teoría como en la práctica fomentando el asociacionismo sindical. Al sindicato
en el presente se le plantean importantes interrogantes en torno a sus objetivos, finalidades
y funciones.

7.1. Cuestiones tradicionales respecto del sindicalismo

Asuntos como el sindicato único, corporativo o vertical han quedado superados en nuestro
tiempo. Lo que la Doctrina social exige, en todo caso, para la licitud de un sindicato es que
éstos sean representativos y libres. No obstante, hay contenidos relacionados con el
sindicato que siempre han incidido sobre su naturaleza y acción, tales como los siguientes:

a) El derecho de asociación sindical: Es un derecho reconocido en el artículo 23.4 del al


Declaración Universal de los Derechos Humanos y que ha contado con el apoyo de todos
los pontífices desde León XIII. Comprende el derecho a asociarse o el de no asociarse.

b) La libertad sindical: Comprende el derecho a fundar sindicatos, afiliarse a ellos o a no


afiliarse a ninguno, a confederarse con otros o a fundar organizaciones sindicales
internacionales. La obligación de afiliarse a un determinado sindicato o el impedimento de
la acción sindical limita gravemente la libertad sindical.

c) La unidad sindical: La unidad sindical es una posibilidad de los sindicatos que no puede
serles impuesta. Para su legitimidad debe mantenerse dentro de los fines e intereses
laborales y no debe convertirse en instrumento político. En la actualidad se plantea más
como una cuestión estratégica que como unidad orgánica.

7.2. Cuestiones pendientes del sindicalismo

a) Reorganización de objetivos y finalidades del sindicato: El sindicalismo no es ya un


fenómeno subversivo, sino que se ha integrado en el sistema y se ha incorporado a los
objetivos del Estado social. Están llamados a participar en la vida política incidiendo sobre
ella pero, como advierte la Laborem exercens, su tarea no es hacer política. La nueva
situación económica de carácter supranacional, las formas de trabajo propias de las nuevas
tecnologías y la economía sumergida han creado un desfase en la acción sindical, por su
territorialidad o por escapar al ámbito de las empresas tecnológicas o clandestinas, estas
circunstancias han originado una crisis del sindicalismo en general, plantando al
sindicalismo restos de futuro y la necesidad de reorganización de sus estructuras y
objetivos.

b) Cambios en el sentido de la “lucha de clases”: Históricamente el sindicalismo ha estado


muy relacionado con el concepto marxista de “lucha de clases”. En cambio, la Doctrina de
la Iglesia nunca ha visto una oposición natural entre las clases sociales; puesto que el
capital tiene su origen en el trabajo humano, no puede existir conflicto ontológico entre
capital y trabajo. Tras la caída del muro de Berlín el concepto de “lucha de clases” ha
recibido un cambio sustancial en su fundamentación ideológica. Por tanto, el gran objetivo
de los sindicatos es ahora incidir en la política social que afecta a los trabajadores y a los
más débiles de la sociedad.

c) El empleo de la huelga como medio de presión: En la moral clásica la huelga se


justificaba si la causa era justa, si no usaba la violencia y si era el último recurso. En este
sentido se expresa el Catecismo de la Iglesia Católica (2). Antes de recurrir a la huelga, la
Doctrina de la Iglesia propone que se busquen caminos de negociación y de diálogo. No
obstante, la huelga no es legítima si afecta a servicios esenciales para la vida comunitaria o
cuando se emplea con finalidades políticas, como el caso de las huelgas generales.

d) La escasa afiliación sindical: Los sindicatos ha ido disminuyendo el número de sus


afiliados, que en teoría son su pilar fundamental. Para legitimar su representación se ha
acudido al concepto de “sindicato más representativo”, elaborado a partir de los resultados
globales y territorial obtenidos en las elecciones sindicales y que supone cierta ambigüedad.
Entre las causas de esa falta de afiliación se han indicado: el aburguesamiento de la clase
obrera, el desinterés por los problemas comunes de la sociedad, la mayor politización de la
vida económica y social que hace desmerecer la eficacia sindical en la defensa de los
intereses laborales, la deficiente actuación y estrategia sindical, la sospechosa relación de
los sindicatos con determinados partidos políticos, etc.

e) La autonomía sindical: La autonomía sindical está relacionada con la libertad sindical y


con la politización de la vida económica y social. Esa autonomía se enfrenta sobre todo en
dos ámbitos: el de la capacidad del sindicato para fijar sus objetivos y su estructura y el de
la capacidad del sindicato para ser independiente de toda acción estatal y de organizaciones
políticas o patronales.

8. La intervención del Estado en la economía (1)

8.1 La construcción del Estado social

A finales del siglo XIX rige el capitalismo liberal con su exaltación de la libertad
individual. El Estado no interviene en la actividad económica; se limita a ser guardián de
las relaciones económicas. La libertad de iniciativa aumenta la acumulación de riqueza,
pero también la explotación de los trabajadores, lo que originará los movimientos
socialistas, cuya propuesta consiste en eliminar la propiedad privada y promover una
organización social alternativa. Con Carlos Marx se pretende convertir al Estado en el
único propietario y dirigente de la economía, como fórmula de transición a una sociedad sin
Estado.

León XIII, en este contexto, se va a mostrar muy crítico con las concepciones liberal y
socialista. Y entenderá que la solución de los problemas sociales debe contar con el papel
del Estado, el cual debe actuar directamente sobre la economía con funciones tales como
cooperar en la prosperidad de la sociedad y de los grupos, promover la justicia distributiva,
y garantizar los derechos de todos, especialmente de los más débiles. En su dimensión
económica el Estado debe emplearse en asegurar la propiedad privada y cobrar
moderadamente tributos, y en ordenar rigurosamente la huelga, que perjudica a obreros y
patronos. El Estado debe apoyar a los obreros, atendiendo a sus exigencias y procurando la
dignidad del trabajo.

8.2 El principio de justicia social como ordenador de la economía

El funcionamiento del “mercado perfecto” entrará en crisis profunda en 1929. Los


regímenes democráticos europeos se volverán consecuentemente inestables y mirarán al
fascismo, que apuesta por una fuerte intervención del Estado en la economía. A su vez se
está produciendo también la Revolución rusa y su vía colectivista. Ambos sistemas abogan
por el control estatal de la economía.

En este contexto de regímenes autoritarios, Pío XI publica la Quadragesimo anno y


proclamara el importantísimo principio de subsidiariedad, en que debe encuadrarse la
acción estatal en el orden económico. A su vez, lazan una propuesta de reforma del orden
social que debe instaurar una economía dirigida según el principio de justicia social. La
economía, por tanto, esta regulada y dirigida a un fin ético, el cual será origen del Estado
social.

Entre el Estado y los individuos Pío XI establece un puente en las asociaciones. Debe
superarse el modelo de sociedad basado en las clases sociales y cimentarse sobre las
profesiones, encuadrando a patronos y obreros. Frente al Estado hay que dar capacidad y
libertad a las asociaciones, es decir, la sociedad corporativa. Al Estado le corresponderá en
el ámbito económico dirigir, vigilar, urgir y castigar.

8.3. El nacimiento del Estado de bienestar

Después de la Segunda Guerra Mundial, fracasado el experimento fascista y muy debilitado


el capitalismo, Pío XII será el encargado de clarificar el papel del Estado en la economía.
Se muestra partidario de un régimen democrático y un sistema económico de libre empresa.
Se opone a los abusos del capital privado y rechaza la excesiva intervención del Estado.

En la post-guerra los Estados occidentales van a desplegar una profunda transformación del
capitalismo, mediante una progresiva intervención estatal, dando lugar a un nuevo modelo
de Estado, que orienta la vida económica mediante leyes y programas (intervensionismo) y
garantiza un mínimo de bienestar para todos cubriendo las necesidades básicas en sanidad,
seguridad social, educación y vivienda (estado providencia).

El Concilio Vaticano II se desenvolverá en medio de esta concepción y afirmará que el


Estado debe actuar al servicio del bien común creando condiciones que favorezcan su
desarrollo pleno, pero sin coartar la libre iniciativa. Según el Concilio corresponde al
Estado las funciones de fomentar, estimular, ordenar y suplir a la iniciativa privada, reducir
diferencias entre sectores económicos y regiones, corregir las perturbaciones espontáneas
de la economía, y combatir el paro.

8.4. El Estado frente al subdesarrollo


La Populorum Progressio ha expuesto con toda claridad la necesidad de que el poder
público intervenga ante el subdesarrollo. El desarrollo al que se debe aspirar ha de ser
integral y solidario y no estar apoyado solamente en el lucro o el progreso económico. En
los países desarrollados se debe animar, estimular, coordinar, suplir e integrar la acción de
los individuos y de los grupos sociales, en orden a un crecimiento económico y a la mejor
distribución de los bienes. Por su parte, los pueblos ricos deben sentirse responsables del
subdesarrollo de los pobres y deben actuar de manera subsidiaria de las organizaciones
internacionales, ayudando con una parte de su producción, formando un fondo mundial
restado de los gastos de armamentos y revisando los mecanismos del comercio
internacional justo y equitativo.

8.5. Fracaso del colectivismo y crisis del Estado de bienestar

A partir de los años 70 del pasado siglo se evidencia una crisis del Estado de bienestar
ocasionada por una serie de problemas derivados de la intervención estatal: incremento del
gasto público y déficit presupuestario, política económica proteccionista y asistencialista,
burocratización administrativa y monopolio en la gestión del estado, incremento de la
imposición fiscal por encima del crecimiento económico, crisis de la solidaridad al quedar
ésta atomizada y reducida al individuo.

Aunque ya la Laborem exercens se somete ya a revisión al Estado del bienestar, será en la


Centesimus annus donde se haga un análisis más exhaustivo. El Estado de bienestar ha
erradicado muchas formas de pobreza, pero ha ocasionado también problemas, puesto que
la excesiva intervención estatal ha disuadido la responsabilidad de muchos agentes sociales,
no se ha aplicado el principio de subsidiariedad y han aflorado muchos defectos del Estado
asistencial.

Del mismo modo, a partir de los años 80 se percibió la crisis del sistema colectivista del
Este de Europa, que manifestaba una ineficacia económica y una violación del derecho de
iniciativa económica.

8.6. El papel del Estado en una economía de mercado

Las crisis del colectivismo y del Estado de bienestar han inducido al planteamiento de un
nuevo papel de la intervención estatal en la economía. Se trataría del llevar el Estado social
a un modelo de Sociedad de bienestar; esto implica los siguientes objetivos:

Intervención del poder público supeditada al bien común y al trabajo libre, a la libertad de
empresa y a la participación.

Armonización y dirección del desarrollo.

Impedimento de las situaciones de monopolio.

Creación de un clima moral favorable a la seguridad, al trabajo bien hecho y al


desenvolvimiento de la actividad económica con reparto de los frutos del trabajo y estímulo
de la honradez y eficiencia.
Vigilancia del ejercicio de los derechos humanos en el sector económico.

Intervención del Estado subsidiariamente, supliendo las omisiones del mercado.

Colocación de la persona como eje de la actividad económica, fomentando la dimensión


subjetiva y su apertura a la trascendencia, y revalorizando la iniciativa de los cuerpos
sociales.

Promoción de una ética pública orientada a la solidaridad de la sociedad.

Incremento de la participación social más allá de la estricta participación política.

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