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CARTA AL PADRE PÍO DE 

PIETRELCINA EN EL 40 
ANIVERSARIO DE SU MUERTE 
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Escrito por Jesús de las Heras Muela ­ Director de ECCLESIA    
martes, 23 de septiembre de 2008 
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“Alzaré con fuerza mi voz y no desistiré”
Querido Padre Pío, queridísimo Padre Pío:
Permíteme que también yo, como tantos cientos y miles de personas hicieron
durante tu vida y siguen haciendo durante tu muerte y tu pascua, te escriba una
carta. Ya sabes que hasta quien después sería el Papa Juan Pablo II te escribió en
varias ocasiones.

Cuando aparecías en público, los fieles se arremolinaban en tu derredor para


hacerte llegar sus cartas, que inundaban también las oficinas de correos. ¡Qué
habría sido hoy con las nuevas tecnologías!... Y tú las recogías, con el amor y la
rudeza habituales, y las guardabas junto a tus llagas. ¡Qué mejor lugar para que la
gracia de Dios las rociara y las bendijera! Recibe también hoy mi carta. Guárdala a
la vera de tus llagas florecidas y resucitadas. Y reza por mí, por mis intenciones y
necesidades, por mi vida y ministerio. Que ya sabes por lo que pido y lo que
necesito.

Hoy hace cuarenta años de tu muerte, de tu pascua. Apenas unas horas antes de
que la hermana muerte llamará a tu puerta y a tu anciano, enfermo y crucificado
cuerpo, la Pascua ya se había verificado en ti. Las llagas, que habían sido tu cruz y
tu gloria, habían desaparecido misteriosamente, milagrosamente, de la misma
manera misteriosa y milagrosa que llegaron de modo visible cincuenta años antes.
Tu última misa había sido ya tu misa definitiva, tu Eucaristía eterna y pascual. Por
cierto, ¡cuánto me hubiera gustado poder asistir a alguna de tus misas del alba, de
tus largas, doloridas y gozosas Eucaristías!

Gracia, pura y gratuita gracia

En la vigilia de tu fiesta litúrgica, en la vigilia de hoy, he estado releyendo y


revisando la documentación que tengo sobre ti. Y, ¿sabes?, la pregunta es siempre
la misma: ¿cómo y por qué viniste hasta mí? Nos separan años, kilómetros,
entornos culturales y sociales, en España apenas eres conocido…. ¿Cómo y por qué
viniste hasta mí, querido Padre Pío? ¿Cuál es el porqué de mi “perra” hacia ti,
querido Padre Pío? Y siempre que me lo pregunto, como ahora, como en la vigilia de
tu fiesta litúrgica, la respuesta es siempre la misma: la gracia, pura gracia, la
Providencia. Sí, no hay otra explicación: la gracia de Dios lo ha querido, has sido y
eres para mí gracia de Dios, un regalo del Altísimo, como lo eres para tantos miles y
millones de personas, como lo eres para esa multitud que, sin duda, se congrega
estos días en San Giovanni Rotondo.

En una de tus cartas –en tu texto quizás más preciado y más precioso, más
sagrado- escribes a tu director espiritual, el padre Benedicto de San Marco in Lamis,
la narración de la visita sobre tu cuerpo y tu alma de las llagas y los estigmas del
Señor. Fechas la carta el 22 de octubre de 1918, un mes después de que
acontecieran definitivamente los hechos. Cuentas cómo sucedieron las cosas y tu
perturbación. Las llagas habían herido tu pecho, tus manos y tus pies, sangraban y
supuraban. Pero además te habían sumido en la confusión y en el dolor. No
entendías lo que había pasado, lo que estaba pasando, lo que iba a pasar. Y pedías
al Señor que actuase, que, al menos, te quitara la confusión que experimentabas
ante aquellos signos externos.

“Alzaré fuerte mi voz a El –escribías y orabas- y no cesaré de conjurarle, para que


por su misericordia retire de mi no el desagarro, no el dolor –porque lo veo
imposible y siento que El me quiere embriagar de dolor-, sino estos signos externos
que son para mí de una confusión y de una humillación indescriptible e
insostenible”.

Ni el dolor interior ni los signos externos de la cruz de Cristo te abandonaron,


querido Padre Pío, hasta la víspera de tu pascua, hace ahora cuarenta años. Pero el
Señor te escuchó e hizo de ti aptísimo instrumento de su Providencia y de su amor,
fecundísimo ministro del perdón y de la conversión, testigo elocuente –hasta mudo,
apartado, calumniado y confinado- de que solo podemos gloriarnos de la cruz de
Cristo.

Las gracias son para compartirlas

“Alzaré con fuerza mi voz y no desistiré”, escribías, sí. Y yo, desde que te conocí
hace poco más de seis años, siento también la necesidad de alzar con fuerza mi voz
y de no desistir en el empeño de ponerme a la vera de tus llagas y de comunicar a
los cuatro vientos quién eres y lo necesitados que estamos de contar con cristianos
como tú.

Te diré al respecto una historia de hoy mismo, de ayer mismo. En la tarde de ayer al
acabar la Eucaristía que oficiaba en la comunidad de religiosas de la que soy
capellán, vino a saludarme una hermana “nueva”. Era una novicia de origen japonés
que va a permanecer tres meses en esta comunidad mientras completa su noviciado
en la preparación y en la espera de profesar los votos consagrados el próximo 8 de
diciembre. Nada más saludarla me acordé de que al día siguiente –hoy- es tu
memoria litúrgica y le dije: “Mañana es San Pío de Pietrelcina, un santo de los
grandísimos, religioso como tú. Mañana diré la misa por ti y te encomendaré a él”.

Y así lo he hecho esta mañana temprano, cuarenta años después de tu partida. He


ofrecido la misa por la joven novicia japonesa y te la he encomendado. Le he dado
una reliquia y estampa tuyas, algunos escritos míos sobre ti y un rosario,
recordándole tu amor por la Madonna, por tu amor por María. Y le he dicho: ”Hoy,
no yo, sino el mismo Dios te hace un regalo maravilloso y extraordinario, dándote,
ofreciéndote un santo tan grande como el Padre Pío”.

Y es que, querido Padre, queridísimo Padre, tú has sido y eres un inmenso regalo
para mí. Y los regalos nunca se merecen, pero conllevan una deuda: la deuda de la
gratitud. Y yo quisiera saldar esta deuda dándote a conocer y seguir más cerca y
con mayor radicalidad –a tu lado, tras tu estela- al único Dios y Señor.

Dios está aquí

Pero, ¿sabes?, tu camino es camino de cruz, y a todos nos da miedo la cruz. Sí, ya
sé que somos unos insensatos cuando actuamos así. Pero la humana fragilidad –lo
sabes bien- pesa y condiciona más de lo que quisiéramos. Por eso, querido Padre
Pío, ayúdanos a llevar la cruz, la propia, la de los nuestros y la de la entera
humanidad. Ayúdanos a que con los labios y con el corazón –con toda nuestra vida-
exclamemos y experimentemos: “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección
glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.

“Oh Dios, que has otorgado a San Pío de Pietrelcina –rezamos en tu oración
litúrgica- la gracia de participar de manera especial en la Pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión conformarnos con la muerte de Cristo, para ser
participes de su resurrección”. Que esta sea también mi plegaria hoy y siempre.

Gracias, Padre Pío. Siempre llegas a mí como brisa suave y reconfortante, como
viento fresco y puro, como aroma delicado y embriagador, como oferta tan
atrayente y tan sugerente. Alzaré con fuerza mi voz, sí, y no desistiré: Dios está
próximo a nosotros mediante hombres como tú. Dios, a través tuyo, nos inunda con
los raudales de su gracia. Fue Dios quien escribió los renglones derechos y torcidos
de tu vida. Es Dios –el mismo Dios- quien llega cada vez que tú vienes a mi vida, a
la vida de los míos y de mis quehaceres y afanes, a la vida de nuestra Iglesia y
humanidad.

Guarda, sí, esta carta, junto a tu costado. Apretújala entre tus manos. Hazla camino
entre tus pies. Déjala florecer –sí- junto a tus llagas glorificadas. Preséntala en el
ara del altar de tu Eucaristía eterna. E incrústala entre las cuentas de tu Rosario sin
fin. Amén. (JESÚS DE LAS HERAS MUELA)

Pío de 
Pietrelcina 
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Escrito por Ecclesia Digital    
lunes, 16 de junio de 2008 
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El pasado 24 de abril, al término de una solemne Eucaristía presidida por el


cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación vaticana para las
Causas de los Santos, y concelebrada por 30 obispos y más de un centenar de
sacerdotes, al aire libre para permitir la participación de los más de 15.000 fieles
que se hicieron presentes, y transmitida al mundo entero por más de 80 cadenas de
televisión y por otros medios informativos, el cuerpo del Padre Pío de PietreIcina
fue expuesto a la veneración de los fieles en una urna de cristal, en la misma capilla
en la que ha estado enterrado durante casi 40 años: la cripta del santuario de
Nuestra Señora de las Gracias de San Giovanni Rotando (Foggia - Italia).
Días antes, el 2 de marzo, en el marco de una celebración litúrgica presidida por el
arzobispo de la Diócesis, ante el superior general de los Capuchinos y otras
autoridades religiosas y civiles, y presentes, entre otros, los familiares del Fraile
capuchino y los beneficiados por los dos milagros aprobados por la Iglesia para la
beatificación y para la canonización del Santo, se había realizado la exhumación de
los restos mortales del Padre Pío, encontrándolos en "bastante buen estado de
conservación", aunque algo afectados por la humedad, ya que el revoque de la fosa
en que fue colocado, a metro y medio bajo el pavimento, se llevó a cabo entre los
días 23 y 26 de septiembre de 1968, fechas de la muerte y del entierro,
respectivamente.

Se ha habilitado un número de teléfono para los que quieran reservar día y hora
para venerar el cuerpo del Padre Pío, que, como dijo el cardenal Saraiva en la
homilía de la Eucaristía antes mencionada, "nos recuerda todo el bien que realizó
entre nosotros por medio de ese cuerpo... y nos invita a mirar al futuro y a renovar
nuestra fe en la resurrección de la carne", y son ya más de 900.000 personas, de
los cinco continentes, las que se han apuntado. Hay otra entrada para los que no
hagan esa reserva, en la que habrá que hacer fila y esperar, como sucedía hasta
ahora con frecuencia, incluso varias horas.

El Padre Pío nació en PietreIcina (Benevento Italia) el 25 de mayo de 1887, vivió las
vocaciones de franciscano-capuchino y de sacerdote y fue enriquecido por el Señor
con muchos dones extraordinarios, orientados todos ellos al cumplimiento de la
"misión grandísima" que le había encomendado. Entre esos dones sobresale el de
las Llagas de Jesucristo en sus manos, pies y costado durante 50 años. En
septiembre de 1916 fue destinado al convento de San Giovanni Rotonda, donde
ejerció un intensísimo apostolado, sobre todo como confesor, hasta su muerte,
acaecida el 23 de septiembre de 1968. Fue beatificado y canonizado por Juan
Pablo II el 2 de mayo de 1999 y el 16 de junio del 2002, respectivamente. Su
tumba, lugar de peregrinación desde el día siguiente a su entierro, es visitada en la
actualidad por unos 8 millones de devotos al año.
Entre las muchas obras que promovió el Padre Pío sobresalen los Grupos de Oración
que llevan su nombre, presentes, cada día en mayor número, en los cinco
continentes, también en nuestra Diócesis (Estella, Lekunberri, Pamplona, Tudela...),
y el hospital de San Giovanni Rotondo, al que llamó "Casa Alivio del Sufrimiento",
hoy con 1. 800 camas.

Pablo VI, a quien el Padre Pío, lo mismo que a Juan Pablo 11, anunció que se
preparara para ser sucesor del apóstol Pedro como obispo de Roma, nos dejó este
retrato del Santo: "Celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la
noche y, aunque difícil decirlo, era representante vivo de las Llagas de Jesucristo.
Era hombre de oración y hombre de sufrimiento". Retrato del Padre Pío en el que
puede faltar su tierna y filial devoción a la Virgen María, de la que, además, fue
incansable promotor; tanto que, como testamento espiritual, nos dejó estas
palabras: "Amad a la Virgen, haced que la amen, rezad siempre el rosario".

ELÍAS CABODEVILLA GARDE

Padre Pío: "Pero Dios sí cree en tí 
y te ama" 
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MaloBueno 
Escrito por Jesús de las Heras Muela ­ Director de ECCLESIA    
martes, 25 de septiembre de 2007 
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Memoria e interpelación de San Pío de Pietrelcina, un gran santo de nuestro
tiempo
Hace tan sólo cinco años que "conozco" al Padre Pío de Pietrelcina. En las vísperas de
su canonización -el 16 de junio de 2002-, me impresionaron las previsiones
informativas que anunciaban que acudirían a la misma varios cientos de miles de
peregrinos, como ya había acontecido el 2 de mayo de 1999 cuando fue beatificado.

Me impresionaron los testimonios recogidos que hablaban de un ardiente y unánime


clamor y fervor popular en toda Italia en torno a su figura.
Como hiciera en mayo de 1999, me aproximé a su figura y a su biografía de cruz y de
gloria y recordé que la televisión italiana había emitido un par de series sobre él.
¿Dónde podría hacerme con ellas? No había, en efecto, versión española, pero probé
fortuna en una comunidad de religiosas italianas por si acaso ellas tuvieran los vídeos.
Así fue. Estaban grabados directamente de la televisión, con cortes publicitarios
incluidos y hasta con programas especiales realizados sobre el Padre Pío. Saqué
tiempo de donde pude para ver los filmes en cuestión. Eran dos, con más de tres horas
de duración cada uno de ellos aparte de los anuncios y de los programas especiales.

Dios está aquí

Las películas me "convirtieron" al Padre Pío. Quedé deslumbrado y emocionado. Lo


que aquellas películas narraban, lo que los biógrafos contaban, los que testigos
señalaban eran pruebas inequívocas y fehacientes de que Dios está por medio, de
que me hallaba ante uno de los grandes santos de nuestro tiempo y de todos los
tiempos. Estaba cierto de que el Padre Pío había sido y seguía siendo un extraordinario
instrumento de la Providencia y de la gracia para tocar el corazón de una humanidad
siempre necesitada y cautiva.
En una estas películas -creo que en la realizada por la RAI-, entre otras muchas
escenas, una se me quedó especialmente grabada: El Padre Pío había tomado
conciencia de la necesidad de construir un hospital para socorrer y dar alivio al
sufrimiento de tantas y tantas gentes.
En el entorno de las personas que ya colaboraban con él, de un modo u otro, había un
médico indiferente religiosamente, pero de gran valía profesional. El Padre Pío le invitó
a dar un paseo por las montañas de Gárgano, mientras le hablaba con pasión de su
proyecto. El médico escuchaba atento, pero un tanto escéptico, consciente de que el
proyecto del Padre Pío costaría miles y millones de liras. De regreso del paseo, no lejos
del santuario y convento de Santa María de las Gracias de San Giovanni Rotondo,
donde vivía el Padre Pío, señalando a un promontorio próximo, el buen fraile de los
estigmas le dijo al joven médico:."Aquí vamos a construir el hospital y tú lo vas a
hacer y tú serás su responsable". El médico se sonrió y le hizo constar al fraile lo
disparatado e imposible de la idea. El Padre Pío le cogió las manos, le miró a los ojos y
le dijo: "Para Dios nada hay imposible". El médico arguyó: "Padre, usted sabe que yo
no creo en Dios". El Padre Pío le respondió: "Pero Dios sí cree en ti". Meses después
comenzaron las obras del hospital y empezaron a llegar, milagrosamente, cientos y
cientos de miles de liras, que pronto hicieron posible lo imposible. Nacía el hospital del
Padre Pío, la Casa Alivio del Sufrimiento, entonces y hoy uno de los principales centros
hospitalarios de toda Italia. Aquel médico fue su primer director.

Peregrinación de primavera

De tal modo me atrajo desde entonces el Padre Pío que entré en contacto con un
capuchino navarro, el máximo especialista en España sobre su figura. Es Elías
Cabodevilla Garde, a quien hice alguna entrevista radiofónica y quien en el invierno de
2004 me sorprendió con una llamada desde San Giovanni Rotondo: "Jesús, los frailes
del convento de San Giovanni Rotondo, el convento del Padre Pío, quieren conocerte,
te invitan a que vengas hasta aquí y conozcas el lugar". Me había duda posible: era la
Providencia quien me llevaba a San Giovanni Rotondo, un lugar perdido del sureste
italiano, junto al golfo de Manfredonia, en el corazón de las montañas del Gárgano, en
la región de la Apulia.
En la primavera de aquel año, a finales de abril, viajé, por fin, hasta San Giovanni
Rotondo. Pude así postrarme de rodillas ante la tumba de un santo casi desconocido
que me había "atrapado", que me había seducido. Pude visitar sus celdas, su capilla
privada durante los años en que le fue prohibido el ejercicio público del ministerio
sacerdotal, pude contemplar los ríos de peregrinos en torno a su Iglesia y el fervor que
desataba entre ellos. Me di cuenta de que el Padre Pío era y es de todos: de todo el
pueblo santo de Dios, de pastores y de fieles, de alejados y de conversos, de ricos y
pobres, de pecadores y de virtuosos. El Padre Pío entró ya en mí y para siempre como
la presencia de un maestro y de un amigo, que el Señor enviaba a mi persona y mi
ministerio sacerdotal.
Hubiéramos querido en aquel viaje de abril de 2004 trazar un plan estratégico para
que el Padre Pío fuese más conocido en España. Era la idea motriz de mi
peregrinación. Las circunstancias no lo hicieron posible. Pero yo me comprometí
conmigo mismo a difundir su nombre y a regresar a San Giovanni Rotondo con un
grupo de peregrinos.

Bodas de plata sacerdotales

Tres años después regresé a San Giovanni, regresé al Padre Pío. Fue en el pasado
mes de julio. Quise hacerlo en el contexto de mis bodas de plata sacerdotales. El Padre
Pío había sido, estaba siendo y seguirá siendo un inmenso regalo para mi sacerdocio.
¡Qué mejor que agradecer y ofrendar este regalo, este don en medio de la acción de
gracias de los 25 años de mi sacerdocio!
Con medio de centenar de personas, bordeando el Adriático, volví a ascender hasta
este lugar de gracia, que es un como un calvario, como una montaña santa. Me
embargaba la emoción, a la par que experimentaba el ardiente deseo de que esta
visita fuera también grata y fecunda para quienes me acompañaban. El Padre Pío es
un santo inmenso, pero no es un santo fácil. Su vida no fue precisamente un jardín de
rosas. Fue la vida de un crucificado, el crucificado del Gárgano. Y, no nos engañemos,
la cruz le gusta a casi nadie. Permanecimos en San Giovanni Rotondo cerca de
veinticuatro horas, a las que habría sumar otras tres más vividas y recorridas en
Pietrelcina, la patria chica de nuestro querido santo.
El Padre Pío se hizo presente entre nosotros. Llegó a las gentes que me acompañaban
y se nos quedó como un hallazgo de gracia, como un regalo de estío. Cuando
emprendimos la peregrinación, el Padre Pío era "solo mío". Cuando la concluimos era
de todos.
Pero, ¿quién es el Padre Pío?

Sí, reconozco que debía haber empezado el artículo por aquí, por la presentación de
San Pío de Pietrelcina. Pero he preferido hacerlo al revés para expresar ante todo un
testimonio sentido y sincero, para invitar a los lectores a conocer, a descubrir, a
dejarse seducir por el Padre Pío, que es de todos. Se ha cumplido ahora, el pasado
domingo 23 de septiembre, el 39 aniversario de su fallecimiento. Es, por lo tanto, un
hombre de nuestro tiempo, un santo contemporáneo.
El Padre Pío procedía de una familia humilde, de labriegos y emigrantes. Es también
uno de los nuestros. Fue fraile capuchino y sacerdote, por lo que se convierte en un
luminoso modelo para la vida religiosa y sacerdotal. Congregó a numerosos grupos de
hombres y de mujeres, con quienes después creó los llamados Grupos de Oración.
Recibió durante su vida miles y miles de cartas con petición de favores, lo cual le
aproximó, de nuevo, a tantos, a todos. Tras cincuenta años portando en su cuerpo los
estigmas de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, supo bien lo que era sufrir y supe
transformar en amor ese sufrimiento. Solidario, pues, del dolor y del llanto de la
humanidad, creó el citado hospital Casa Alivio del Sufrimiento. Las filas de penitentes
ante su confesionario del santuario de Santa María de las Gracias de San Giovanni
Rotondo eran siempre inmensas -como eran inmensos ríos de gracia y de conversión
los que brotan de su absolución sacramental- y en ellas había gentes de todo tipo,
circunstancia y condición. Y ahora cada año peregrinan hasta su tumba varios millones
de personas anónimas y desconocidas, populares y encumbradas. ¡Algo tendrá, por lo
tanto, este humilde fraile del sur de Italia! ¿Qué es?
El Papa Benedicto XV (1914-1922), cuando apenas nuestro querido fraile era apenas
conocido, dijo: "El Padre Pío es uno de esos hombres extraordinarios que Dios manda
de vez en cuando para convertir a los hombres". Juan Pablo II, que siendo estudiante
en Roma peregrino a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío, nos
propuso su ejemplo en cuatro actitudes centrales para la vida del cristiano: la oración,
el sacramento de la Penitencia, el amor fraterno y el culto a la Virgen María. También
Benedicto XVI alude con frecuencia a él, incluyéndolo entre los grandes santos de toda
la historia de la Iglesia. Pero quizás fue el Papa Pablo VI quien mejor lo definió: "¡Mirad
qué fama obtuvo! ¡Qué clientela mundial reunió junto a sí! ¿Pero, por qué? ¿Tal vez
porque era un filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por que tenía medios a su disposición?
No. Celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y era, aún si
es difícil de admitir, el verdadero representante de los estigmas de Nuestro Señor. Era
hombre de oración y de sufrimiento".
El Padre Pío es de todos. Yo quiero que también lo sea de los lectores de estas
líneas, que finalizo ya con la oración litúrgica que en su memoria e intercesión eleva
la Iglesia: "Oh Dios, que has otorgado a San Pío de Pietrelcina la gracia de participar
de manera especial en la Pasión de tu Hijo, concédenos por su intercesión
conformarnos con la muerte de Jesús para ser partícipes de su resurrección". Dios
cree en ti, amigo lector. Y el Padre Pío te ayudará a descubrirlo y a sentirlo. (Jesús
de las Heras Muela)

San Padre Pío de Pietrelcina, el 
santo de todos, el santo del 
pueblo 
Calificación del usuario:  / 7 
MaloBueno 
Escrito por Jesús de las Heras Muela    
jueves, 30 de agosto de 2007 
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Su culto, tan popular y querido en Italia, debe ser extendido también en España. El
día 23 de septiembre es su memoria litúrgica obligatoria en toda la Iglesia.

En abril de 2004, un hermano capuchino navarro, que presta servicios sacerdotales en


San Giovanni Rotondo, conocedor de mi gran devoción por el Padre Pío de Pietrelcina,
me invitó a conocer este Santuario y la patria del santo de los estigmas. Durante un fin
de semana largo peregriné a estos lugares de gracia del queridísimo Padre Pío. Oré
reiteradamente ante su tumba, celebré una hermosa y devota eucarística en su
pequeña capilla de los años en que no podía ejercer el ministerio para los fieles, me
postré ante el Cristo frente al cual recibió el don y de la cruz de las llagas, visité ese
pequeño Asís del siglo XX que es Pietrelcina, recorrí la nueva y esplendorosa nueva
Basílica, conversé con compañeros y testigos vivenciales de su prodigio como Fra
Tomasino...
Hizo sol y lluvia. Y así me alumbré y me empapé de la gracia de Dios que llega
generosa y fecunda a través de uno de los más grandes santos de todos los tiempos. Y
escribí el artículo que ahora sigue y quiero conservar y volver a publicar íntegro, tal y
como lo redacté con el alma y la gratitud hace ya cerca de año y medio cuando iba a
inaugurarse la nueva Basílica. Sin duda, que en el álbum vital de mis caminos
sacerdotales y periodísticos aquellos días en San Giovanni Rotondo los conservo -los
debo conservar- como oro en paño, como gracia cuajada y remecida.
El Santuario de San Giovani Rotondo, en el sur-este de Italia, a los pies del monte
Gargano, junto al golfo de Manfredonia a las orillas del mar Adriático, fue el espacio
vital de este hombre excepcional durante 52 años, convirtiéndose en vida del santo
fraile capuchino y más todavía después de su muerte en unos los lugares más
visitados de la cristiandad y en un continuo manantial de gracias de lo Alto. Más de
siete millones de personas lo visitan cada año, haciendo de esta desconocida
localidad italiana la segunda meta de peregrinaciones de toda la Iglesia, tan sólo
detrás del Santuario de Guadalupe en México y por encima de Fátima, Lourdes, San
Pedro de Roma, el Pilar de Zaragoza o Tierra Santa.
Pero, ¿quien es el Padre Pío?
Pero ¿quién fue el Padre Pío de Pietrelcina, a qué se debió y se debe tanta
notoriedad y devoción, cuando, sin ir más lejos, en España es casi un perfecto
desconocido o a lo sumo un santo de los tantos últimamente canonizados? San Pío
de Pietrelcina fue un instrumento dócil y fecundísimo de Dios en su providencia
amorosa hacia los hombres, una imagen inequívoca de su presencia solidaria en
medio de nosotros, un testigo cualificado y gratuito de su amor, de su misericordia y
de sus continuas llamadas a nuestra conversión.
Su vida, de 81 años, se podría resumir en breves y escasas líneas. El grueso de ella
transcurrió en el apartado y recóndito lugar ya citado de San Giovani Rotondo. Fue
uno de los miles y miles de consagrados que ha habido y hay en la Iglesia. No
sobresalió por una especial inteligencia ni por logros humanos fácilmente
cuantificables. Su vida fue obra de la gracia excepcional de Dios y de su respuesta
admirable y continua, manifestada a través de signos sobrenaturales como los
estigmas en pies, manos y costado que le acompañaron visiblemente durante 50
años, más otros 8 previos presentes las llagas de manera invisible. El Señor le visitó
también con la transverberación, con la flagelación, con la coronación de espinas,
con los dones de la bilocación, del conocimiento interno de las conciencias, de la
profecía y del milagro y con la misma persecución en el propio seno de la Iglesia.
"Sufro mucho -afirmaba-y cada día quiero sufrir más por Jesucristo y por los
hombres". Fue el cirineo de todos, y todos, tantos y tantos, como acudían y acuden
a él a que les ayude, en efecto, a llevar la cruz.
La devoción al Padre Pío en Italia y en otros lugares del mundo fue y es tanta que él
mismo afirmó "todos y cada uno podéis decir: <el Padre Pío es mío>". Prueba de
ello fueron las celebraciones, en olor de multitudes, de beatificación el 2 de mayo de
1999 y de su canonización el 16 de junio de 2002; prueba de ello es el constante
fluir de gentes y gentes a evocar y venerar sus reliquias; prueba de ellos son las
cerca de treinta obras asistenciales y de caridad que lleva a cabo la Fundación "San
Padre Pío" y que atiende a niños enfermos, a discapacitados, a ancianos, a
sacerdotes mayores y a tantas y tantas personas necesitadas; prueba de ello fue
una de las grandes de su vida, el Hospital "Casa Alivio del Sufrimiento", construido
en San Giovani Rotondo con más de mil doscientas camas para enfermos y unos dos
mil puestos de trabajos generados por el Hospital; prueba de ello son los cientos de
grupos de oración, esparcidos por todo el mundo o su actual presencia virtual y
mediática a través de revista, Radio y Tele Padre Pío e Internet.
¿Pero qué hizo el Padre Pío?¿Pero qué hizo? El Padre Pío, San Pío de Pietrelcina,
no hizo sino recibir las gracias de Dios y dar respuesta a ellas mediante su vida de
oración, sufrimiento y caridad. Confesaba de mañana a la noche; celebraba
humildemente la eucaristía del alba al crepúsculo y allí, en la misa de cada día -así
nos testimonian quienes participaban en ellas- se hacía visible y sentido el misterio
del calvario; recibía cartas y peticiones sin cesar, que él guardaba junto con sus
llagas y respondía iluminando tantas veces el sentido del dolor que aquellas
peticiones expedían; rezaba constantemente el rosario con tierno amor a la Madre e
inculcaba la devoción mariana como privilegiado camino de vida cristiana y de
santidad; tenía siempre abierto su corazón lacerado a todas las necesidades que le
llegaban y ejerció la caridad de modo eminente, heroico y fecundo.
Fue y es el santo del pueblo, el santo de todos: "todos y cada uno podéis decir: <el
Padre Pío es mío>". El santo de los religiosos, el santo de los sacerdotes, el santo de
enfermos, el santo de los niños, el santo de las mujeres piadosas, el santo de los
matrimonios, el santo de agentes de pastoral de la salud, el santo del pueblo, el
santo de todos.
¿Por qué no también en España?
Y entre nosotros, en España, apenas es conocido. ¿Se tratará acaso de una de las
contradicciones y pruebas que se abatieron sobre su vida? Visitar San Giovani
Rotondo y comprobar el constante flujo de los peregrinos, que hacen interminables
filas para confesarse, para participar en la eucaristía, para orar y para venerar sus
santos lugares me producía en estos pasados días una cierta sana envidia y me
parecía como el mejor antídoto de la Iglesia Católica en Italia, donde es tan querido,
tan queridísimo, para paliar los efectos corrosivos de la secularización y de la
paganización, que atenaza y golpea tanto a las Iglesias de otros países como
España.
¿Qué podemos hacer en España para que también el Padre Pío sea "nuestro", para
que también los católicos españoles podamos decir "el Padre Pío es mío"? Debemos
conocerle. En los últimos meses se aprecia una lenta pero efectiva producción de
biografías en español sobre este santo excepcional hasta ahora casi inexistente. El
pasado viernes santo Telecinco ofreció una espléndida película sobre él, la misma
que se emitió en Italia en el año 2000. También la RAI hizo otro extraordinario filme
sobre nuestro santo. El célebre músico italiano Ennio Morricone, autor por ejemplo
de la banda sonora de la película "La misión", es autor de un oratorio musical sobre
el Padre Pío. ¿Tampoco ha de llegar a España? La pastoral de peregrinaciones y de
turismo debe encontrar y fomentar una ruta de visita a sus lugares santos. La Orden
Capuchina, tan fecundamente presente en España, deberá encontrar los modos y
maneras para hacer más conocida, querida e invocada tan proverbial figura.
Este próximo domingo, día 2 de mayo, se cumplen 5 años de su beatificación. El
próximo 1 de julio se bendecirá e inaugurará el nuevo Santuario a él dedicado en
San Giovani Rotondo. Será, con capacidad para siete mil personas sentadas, el
segundo templo más grande de la cristiandad, después de la Basílica de San Pedro
de Roma. ¿No sería esta una ocasión espléndida para que los medios de
comunicación se hagan eco de la noticia y de que lo que está detrás de la noticia y
así San Pío sea más conocido y venerado entre nosotros?
"Es el Señor"
El domingo 25 de abril tuve el honor y privilegio de poder celebrar la eucaristía en la
pequeña capilla del convento capuchino de San Giovani Rotondo donde el Padre Pío
decía misa durante los dos años en que fue apartado -¡Oh misterio de
contradicción!- del ministerio sacerdotal. En el evangelio de aquel día, el apóstol
Juan, al reconocer a Jesucristo Resucitado, dice a Pedro "¡Es el Señor!" El Padre Pío
de Pietrelcina es testigo del Señor, su historia es la historia del Señor, lo que en él
aconteció es obra del Señor. Fue, es el Señor quien lo hizo y quien sigue haciéndolo.
Cuando, al día siguiente me disponía a regresar a España y bajé por última vez a
orar ante la tumba del Padre Pío, en mi corazón brotaron una plegaria y un
recordatorio del evangelio citado de aquel domingo 25 de abril. La plegaria decía
"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?"; y la frase del evangelio,
escueta frase, interpeladora frase, era "Tú, sígueme". El Padre Pío es también mío.
El Padre Pío debe serlo también de todos, de todos... para nuestro bien, para la
gloria de Dios y la salvación de las almas. Amén. (Jesús de las Heras Muela -

Ecclesia Digital) 

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