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PIETRELCINA EN EL 40
ANIVERSARIO DE SU MUERTE
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Escrito por Jesús de las Heras Muela Director de ECCLESIA
martes, 23 de septiembre de 2008
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“Alzaré con fuerza mi voz y no desistiré”
Querido Padre Pío, queridísimo Padre Pío:
Permíteme que también yo, como tantos cientos y miles de personas hicieron
durante tu vida y siguen haciendo durante tu muerte y tu pascua, te escriba una
carta. Ya sabes que hasta quien después sería el Papa Juan Pablo II te escribió en
varias ocasiones.
Hoy hace cuarenta años de tu muerte, de tu pascua. Apenas unas horas antes de
que la hermana muerte llamará a tu puerta y a tu anciano, enfermo y crucificado
cuerpo, la Pascua ya se había verificado en ti. Las llagas, que habían sido tu cruz y
tu gloria, habían desaparecido misteriosamente, milagrosamente, de la misma
manera misteriosa y milagrosa que llegaron de modo visible cincuenta años antes.
Tu última misa había sido ya tu misa definitiva, tu Eucaristía eterna y pascual. Por
cierto, ¡cuánto me hubiera gustado poder asistir a alguna de tus misas del alba, de
tus largas, doloridas y gozosas Eucaristías!
En una de tus cartas –en tu texto quizás más preciado y más precioso, más
sagrado- escribes a tu director espiritual, el padre Benedicto de San Marco in Lamis,
la narración de la visita sobre tu cuerpo y tu alma de las llagas y los estigmas del
Señor. Fechas la carta el 22 de octubre de 1918, un mes después de que
acontecieran definitivamente los hechos. Cuentas cómo sucedieron las cosas y tu
perturbación. Las llagas habían herido tu pecho, tus manos y tus pies, sangraban y
supuraban. Pero además te habían sumido en la confusión y en el dolor. No
entendías lo que había pasado, lo que estaba pasando, lo que iba a pasar. Y pedías
al Señor que actuase, que, al menos, te quitara la confusión que experimentabas
ante aquellos signos externos.
“Alzaré con fuerza mi voz y no desistiré”, escribías, sí. Y yo, desde que te conocí
hace poco más de seis años, siento también la necesidad de alzar con fuerza mi voz
y de no desistir en el empeño de ponerme a la vera de tus llagas y de comunicar a
los cuatro vientos quién eres y lo necesitados que estamos de contar con cristianos
como tú.
Te diré al respecto una historia de hoy mismo, de ayer mismo. En la tarde de ayer al
acabar la Eucaristía que oficiaba en la comunidad de religiosas de la que soy
capellán, vino a saludarme una hermana “nueva”. Era una novicia de origen japonés
que va a permanecer tres meses en esta comunidad mientras completa su noviciado
en la preparación y en la espera de profesar los votos consagrados el próximo 8 de
diciembre. Nada más saludarla me acordé de que al día siguiente –hoy- es tu
memoria litúrgica y le dije: “Mañana es San Pío de Pietrelcina, un santo de los
grandísimos, religioso como tú. Mañana diré la misa por ti y te encomendaré a él”.
Y es que, querido Padre, queridísimo Padre, tú has sido y eres un inmenso regalo
para mí. Y los regalos nunca se merecen, pero conllevan una deuda: la deuda de la
gratitud. Y yo quisiera saldar esta deuda dándote a conocer y seguir más cerca y
con mayor radicalidad –a tu lado, tras tu estela- al único Dios y Señor.
Pero, ¿sabes?, tu camino es camino de cruz, y a todos nos da miedo la cruz. Sí, ya
sé que somos unos insensatos cuando actuamos así. Pero la humana fragilidad –lo
sabes bien- pesa y condiciona más de lo que quisiéramos. Por eso, querido Padre
Pío, ayúdanos a llevar la cruz, la propia, la de los nuestros y la de la entera
humanidad. Ayúdanos a que con los labios y con el corazón –con toda nuestra vida-
exclamemos y experimentemos: “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección
glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.
“Oh Dios, que has otorgado a San Pío de Pietrelcina –rezamos en tu oración
litúrgica- la gracia de participar de manera especial en la Pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión conformarnos con la muerte de Cristo, para ser
participes de su resurrección”. Que esta sea también mi plegaria hoy y siempre.
Gracias, Padre Pío. Siempre llegas a mí como brisa suave y reconfortante, como
viento fresco y puro, como aroma delicado y embriagador, como oferta tan
atrayente y tan sugerente. Alzaré con fuerza mi voz, sí, y no desistiré: Dios está
próximo a nosotros mediante hombres como tú. Dios, a través tuyo, nos inunda con
los raudales de su gracia. Fue Dios quien escribió los renglones derechos y torcidos
de tu vida. Es Dios –el mismo Dios- quien llega cada vez que tú vienes a mi vida, a
la vida de los míos y de mis quehaceres y afanes, a la vida de nuestra Iglesia y
humanidad.
Guarda, sí, esta carta, junto a tu costado. Apretújala entre tus manos. Hazla camino
entre tus pies. Déjala florecer –sí- junto a tus llagas glorificadas. Preséntala en el
ara del altar de tu Eucaristía eterna. E incrústala entre las cuentas de tu Rosario sin
fin. Amén. (JESÚS DE LAS HERAS MUELA)
Pío de
Pietrelcina
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Escrito por Ecclesia Digital
lunes, 16 de junio de 2008
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Se ha habilitado un número de teléfono para los que quieran reservar día y hora
para venerar el cuerpo del Padre Pío, que, como dijo el cardenal Saraiva en la
homilía de la Eucaristía antes mencionada, "nos recuerda todo el bien que realizó
entre nosotros por medio de ese cuerpo... y nos invita a mirar al futuro y a renovar
nuestra fe en la resurrección de la carne", y son ya más de 900.000 personas, de
los cinco continentes, las que se han apuntado. Hay otra entrada para los que no
hagan esa reserva, en la que habrá que hacer fila y esperar, como sucedía hasta
ahora con frecuencia, incluso varias horas.
El Padre Pío nació en PietreIcina (Benevento Italia) el 25 de mayo de 1887, vivió las
vocaciones de franciscano-capuchino y de sacerdote y fue enriquecido por el Señor
con muchos dones extraordinarios, orientados todos ellos al cumplimiento de la
"misión grandísima" que le había encomendado. Entre esos dones sobresale el de
las Llagas de Jesucristo en sus manos, pies y costado durante 50 años. En
septiembre de 1916 fue destinado al convento de San Giovanni Rotonda, donde
ejerció un intensísimo apostolado, sobre todo como confesor, hasta su muerte,
acaecida el 23 de septiembre de 1968. Fue beatificado y canonizado por Juan
Pablo II el 2 de mayo de 1999 y el 16 de junio del 2002, respectivamente. Su
tumba, lugar de peregrinación desde el día siguiente a su entierro, es visitada en la
actualidad por unos 8 millones de devotos al año.
Entre las muchas obras que promovió el Padre Pío sobresalen los Grupos de Oración
que llevan su nombre, presentes, cada día en mayor número, en los cinco
continentes, también en nuestra Diócesis (Estella, Lekunberri, Pamplona, Tudela...),
y el hospital de San Giovanni Rotondo, al que llamó "Casa Alivio del Sufrimiento",
hoy con 1. 800 camas.
Pablo VI, a quien el Padre Pío, lo mismo que a Juan Pablo 11, anunció que se
preparara para ser sucesor del apóstol Pedro como obispo de Roma, nos dejó este
retrato del Santo: "Celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la
noche y, aunque difícil decirlo, era representante vivo de las Llagas de Jesucristo.
Era hombre de oración y hombre de sufrimiento". Retrato del Padre Pío en el que
puede faltar su tierna y filial devoción a la Virgen María, de la que, además, fue
incansable promotor; tanto que, como testamento espiritual, nos dejó estas
palabras: "Amad a la Virgen, haced que la amen, rezad siempre el rosario".
Padre Pío: "Pero Dios sí cree en tí
y te ama"
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Escrito por Jesús de las Heras Muela Director de ECCLESIA
martes, 25 de septiembre de 2007
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Memoria e interpelación de San Pío de Pietrelcina, un gran santo de nuestro
tiempo
Hace tan sólo cinco años que "conozco" al Padre Pío de Pietrelcina. En las vísperas de
su canonización -el 16 de junio de 2002-, me impresionaron las previsiones
informativas que anunciaban que acudirían a la misma varios cientos de miles de
peregrinos, como ya había acontecido el 2 de mayo de 1999 cuando fue beatificado.
Peregrinación de primavera
De tal modo me atrajo desde entonces el Padre Pío que entré en contacto con un
capuchino navarro, el máximo especialista en España sobre su figura. Es Elías
Cabodevilla Garde, a quien hice alguna entrevista radiofónica y quien en el invierno de
2004 me sorprendió con una llamada desde San Giovanni Rotondo: "Jesús, los frailes
del convento de San Giovanni Rotondo, el convento del Padre Pío, quieren conocerte,
te invitan a que vengas hasta aquí y conozcas el lugar". Me había duda posible: era la
Providencia quien me llevaba a San Giovanni Rotondo, un lugar perdido del sureste
italiano, junto al golfo de Manfredonia, en el corazón de las montañas del Gárgano, en
la región de la Apulia.
En la primavera de aquel año, a finales de abril, viajé, por fin, hasta San Giovanni
Rotondo. Pude así postrarme de rodillas ante la tumba de un santo casi desconocido
que me había "atrapado", que me había seducido. Pude visitar sus celdas, su capilla
privada durante los años en que le fue prohibido el ejercicio público del ministerio
sacerdotal, pude contemplar los ríos de peregrinos en torno a su Iglesia y el fervor que
desataba entre ellos. Me di cuenta de que el Padre Pío era y es de todos: de todo el
pueblo santo de Dios, de pastores y de fieles, de alejados y de conversos, de ricos y
pobres, de pecadores y de virtuosos. El Padre Pío entró ya en mí y para siempre como
la presencia de un maestro y de un amigo, que el Señor enviaba a mi persona y mi
ministerio sacerdotal.
Hubiéramos querido en aquel viaje de abril de 2004 trazar un plan estratégico para
que el Padre Pío fuese más conocido en España. Era la idea motriz de mi
peregrinación. Las circunstancias no lo hicieron posible. Pero yo me comprometí
conmigo mismo a difundir su nombre y a regresar a San Giovanni Rotondo con un
grupo de peregrinos.
Tres años después regresé a San Giovanni, regresé al Padre Pío. Fue en el pasado
mes de julio. Quise hacerlo en el contexto de mis bodas de plata sacerdotales. El Padre
Pío había sido, estaba siendo y seguirá siendo un inmenso regalo para mi sacerdocio.
¡Qué mejor que agradecer y ofrendar este regalo, este don en medio de la acción de
gracias de los 25 años de mi sacerdocio!
Con medio de centenar de personas, bordeando el Adriático, volví a ascender hasta
este lugar de gracia, que es un como un calvario, como una montaña santa. Me
embargaba la emoción, a la par que experimentaba el ardiente deseo de que esta
visita fuera también grata y fecunda para quienes me acompañaban. El Padre Pío es
un santo inmenso, pero no es un santo fácil. Su vida no fue precisamente un jardín de
rosas. Fue la vida de un crucificado, el crucificado del Gárgano. Y, no nos engañemos,
la cruz le gusta a casi nadie. Permanecimos en San Giovanni Rotondo cerca de
veinticuatro horas, a las que habría sumar otras tres más vividas y recorridas en
Pietrelcina, la patria chica de nuestro querido santo.
El Padre Pío se hizo presente entre nosotros. Llegó a las gentes que me acompañaban
y se nos quedó como un hallazgo de gracia, como un regalo de estío. Cuando
emprendimos la peregrinación, el Padre Pío era "solo mío". Cuando la concluimos era
de todos.
Pero, ¿quién es el Padre Pío?
Sí, reconozco que debía haber empezado el artículo por aquí, por la presentación de
San Pío de Pietrelcina. Pero he preferido hacerlo al revés para expresar ante todo un
testimonio sentido y sincero, para invitar a los lectores a conocer, a descubrir, a
dejarse seducir por el Padre Pío, que es de todos. Se ha cumplido ahora, el pasado
domingo 23 de septiembre, el 39 aniversario de su fallecimiento. Es, por lo tanto, un
hombre de nuestro tiempo, un santo contemporáneo.
El Padre Pío procedía de una familia humilde, de labriegos y emigrantes. Es también
uno de los nuestros. Fue fraile capuchino y sacerdote, por lo que se convierte en un
luminoso modelo para la vida religiosa y sacerdotal. Congregó a numerosos grupos de
hombres y de mujeres, con quienes después creó los llamados Grupos de Oración.
Recibió durante su vida miles y miles de cartas con petición de favores, lo cual le
aproximó, de nuevo, a tantos, a todos. Tras cincuenta años portando en su cuerpo los
estigmas de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, supo bien lo que era sufrir y supe
transformar en amor ese sufrimiento. Solidario, pues, del dolor y del llanto de la
humanidad, creó el citado hospital Casa Alivio del Sufrimiento. Las filas de penitentes
ante su confesionario del santuario de Santa María de las Gracias de San Giovanni
Rotondo eran siempre inmensas -como eran inmensos ríos de gracia y de conversión
los que brotan de su absolución sacramental- y en ellas había gentes de todo tipo,
circunstancia y condición. Y ahora cada año peregrinan hasta su tumba varios millones
de personas anónimas y desconocidas, populares y encumbradas. ¡Algo tendrá, por lo
tanto, este humilde fraile del sur de Italia! ¿Qué es?
El Papa Benedicto XV (1914-1922), cuando apenas nuestro querido fraile era apenas
conocido, dijo: "El Padre Pío es uno de esos hombres extraordinarios que Dios manda
de vez en cuando para convertir a los hombres". Juan Pablo II, que siendo estudiante
en Roma peregrino a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío, nos
propuso su ejemplo en cuatro actitudes centrales para la vida del cristiano: la oración,
el sacramento de la Penitencia, el amor fraterno y el culto a la Virgen María. También
Benedicto XVI alude con frecuencia a él, incluyéndolo entre los grandes santos de toda
la historia de la Iglesia. Pero quizás fue el Papa Pablo VI quien mejor lo definió: "¡Mirad
qué fama obtuvo! ¡Qué clientela mundial reunió junto a sí! ¿Pero, por qué? ¿Tal vez
porque era un filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por que tenía medios a su disposición?
No. Celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y era, aún si
es difícil de admitir, el verdadero representante de los estigmas de Nuestro Señor. Era
hombre de oración y de sufrimiento".
El Padre Pío es de todos. Yo quiero que también lo sea de los lectores de estas
líneas, que finalizo ya con la oración litúrgica que en su memoria e intercesión eleva
la Iglesia: "Oh Dios, que has otorgado a San Pío de Pietrelcina la gracia de participar
de manera especial en la Pasión de tu Hijo, concédenos por su intercesión
conformarnos con la muerte de Jesús para ser partícipes de su resurrección". Dios
cree en ti, amigo lector. Y el Padre Pío te ayudará a descubrirlo y a sentirlo. (Jesús
de las Heras Muela)
San Padre Pío de Pietrelcina, el
santo de todos, el santo del
pueblo
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MaloBueno
Escrito por Jesús de las Heras Muela
jueves, 30 de agosto de 2007
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Su culto, tan popular y querido en Italia, debe ser extendido también en España. El
día 23 de septiembre es su memoria litúrgica obligatoria en toda la Iglesia.
Ecclesia Digital)