La ideologfa como sistema cultural
I
Una de las pequefias ironias de la historia intelectual modema consiste en que
el término “ideologia” ha llegado a estar 61 mismo completamente ideologizado. Un
concepto que antes significaba slo un conjunto de proposiciones politicas, quizés
algdin tanto intelectualistas e impracticables —‘‘novelas sociales” como alguien, qui-
24 Napole6n, las lamé— se ha convertido ahora en, para citar el Webster's, “las
aserciones, teorias y metas integradas, que constituyen un programa politicosocial, a
menudo con la implicacién de anificiosa propaganda; por ejemplo, e) fascismo que
fue modificado en Alemania para ajustarse a la ideologia nazi”, una proposicién mu-
cho més temible. Aun en obras que en nombre de la ciencia declaran que usan el tér-
mino en un sentido neutro, el efecto de su empleo tiende sin embargo a ser claramen-
te polémico: en The American Business Creed (bra excelente en muchos aspectos)
de Sutton, Harris, Kaysen y Tobin, por ejemplo, a una afirmacién de que “uno ya
no tiene por qué sentirse constemado u ofendido cuando se caracterizan sus propios
puntos de vista como “ideologia” de la misma manera en que el famoso personaje de
Moliere no tenfa por qué sentirlo cuando descubrié que toda su vida habia estado ha-
blando en prosa”, sigue inmediatamente la enumeracién de las principales caracteris-
ticas de la ideologia entendida como parcialidad, ultrasimplificacién, lenguaje emoti-
vo y adaptacién a los prejuicios piblicos. Nadie (por lo menos fuera del bloque co-
munista) que tenga una concepcién distintiva del papel institucionalizado del pensa-
miento en la sociedad se Hamaria a si mismo ide6logo o consentiria sin protestar en
que los demés asf lo llamaran. Casi universalmente ahora el familiar paradigma par6-
dico reza asf: “Yo tengo una filosofia social; tt tienes opiniones politicas; él tiene
una ideologia”.
EI proceso hist6rico por el cual el concepto de ideologia vino a formar él mis-
mo parte de la cuestién a que el concepto se refiere fue trazado por Mannheim; el dar-
se cuenta (o quizé se tratara s6lo de una admisién) de que el pensamiento sociopoliti-
co no procede de una reflexién desencarnada sino que “est siempre vinculado con la
situaci6n existente en la vida del pensador” parecia contaminar ese pensamiento con
la vulgar lucha por adquirir ventajas sobre la cual pretendia elevarse.? Pero lo que es
1 FX. Sutton, S. B. Harris, C. Kaysen y J. Tobin, The American Business Creed (Cambrid-
8, Mass, 1956), pgs. 3.6.
2K Mannheim, Ideology and Utopia, Harvest ed. (Nueva York, n.d.) pigs. 59-83 (Hay tra-
duccién espafiola: Ideologia y Utopia, Madrid, Aguilar, 1958]; véase también R. Merton, Social
Theory and Social Structure (Nueva York, 1949), pigs. 217-220. [Hay traduccién espafiola: Teoria
_y Estructura Sociales, México, Fondo de Cultura Econémica.}
171atin mas importante inmediatamente, es la cuestin de establecer si esta absorcidn
en su propio referente destruy6 su utilidad cientifica en general; saber si, habiéndose
convertido en una acusacién, puede ser un concepto analitico. En el caso de Mann-
heim, este problema fue el motivo conductor de toda su obra: la construccién, como
él dice, de una “concepcién no evaluativa de la ideologia”. Pero cuanto més Mann-
heim ahondaba en el problema, més profundamente envuclto se veia en sus ambigiie-
dades hasta que, empujado por la Idgica de sus supuestos iniciales a someter hasta
su propio punto de vista al andlisis socioldgico, terminé, como se sabe, en un relati-
vismo ético y epistemol6gico que a él mismo le resultaba incmodo. Y la obra pos-
terior que se hizo en este terreno, tendenciosa 0 descuidadamente empirica, compren-
dia el empleo de una serie de expedientes metodolégicos més o menos ingeniosos
para escapar a lo que podriamos llamar (porque, lo mismo que la paradoja de Aquiles
y de la tortuga, afectaba los fundamentos mismos del conocimiento racional) la para-
doja de Mannheim.
‘Asi como la paradoja de Zen6n planteaba (o por lo menos articulaba) inquie-
tantes cuestiones sobre la validez del razonamiento matematico, la paradoja de Mann-
heim las planteaba con respecto a la objetividad del andlisis sociolégico. Donde, si
es que en alguna parte, termina la ideologia y comienza la ciencia fue el enigma de
la esfinge de buena parte del pensamiento sociol6gico modemo y el arma sin herrum-
bre de sus enemigos. Se adujeron pretensiones de imparcialidad en nombre de una
disciplinada adhesin a procedimientos impersonales de investigaci6n, se hizo notar
el aislamiento institucional en que se encuentra el hombre de estudio respecto de las
preocupaciones del dia, y se hizo valer su vocacién a la neutralidad y a una concien-
cia deliberadamente cultivada que le permitia ver y corregir sus propias inclinaciones
¢ intereses personales. A esas pretensiones se opuso la negacidn de la impersonali-
dad (y de la efectividad) de los procedimientos, de la solidez del aislamiento y de la
profundidad y autenticidad de la autoconciencia. Un reciente analista de las preocupa-
ciones ideolégicas de los actuales intelectuales norteamericanos concluye con cierta
nerviosidad: “Me doy cuenta de que muchos lectores sostendran que mi propia posi-
ci6n es ella misma ideol6gica”> Cualquiera que sea la suerte que puedan correr sus
otras predicciones, la validez de ésta es innegable. Aunque repetidamente se haya pro-
clamado el advenimiento de una sociologia cientifica, el reconocimiento de su exis-
tencia dista mucho de ser universal, aun entre los propios cientificos sociales, y en
ninguna esfera es mayor la resistencia a sus pretensiones de objetividad que en el es-
tudio de la ideologia.
En la literatura apologética de las ciencias sociales se han sefialado repetidas
veces las fuentes de esa resistencia. La naturaleza cargada de valores de todo el asun-
toes tal vez la mas frecuentemente invocada: a los hombres no les importa tener cre-
encias a las cuales puedan asignar gran significacién moral examinadas desapasiona-
damente, por pura que sea su finalidad; y si los hombres estan ideologizados en alto
grado, puede resultarles imposible creer que un tratamiento desinteresado de las cues-
tiones fundamentales de convicci6n social y politica pueda ser otra cosa que una im-
postura escoldstica. El cardcter inherentemente evasivo del pensamiento ideolégico,
expresado como esté en intrincadas urdimbres simbélicas tan vagamente definidas co-
mo emocionalmente cargadas; el hecho admitido de que el especial alegato ideolégi-
co, a partir de Marx, estuvo muy a menudo envuelio en el ropaje de la “sociologia
3. W. White, Beyond Conformity (Nueva York, 1961), pég, 211.
172cientifica” y la actitud defensiva de las clases intelectuales establecidas que ven la
prueba cientifica en las raices sociales de las ideas como algo que amenaza su posi-
cién de intelectuales, son hechos que también se mencionan con frecuencia. Y cuan-
do todo lo demés fracasa siempre es posible seftalar una vez mds que la sociologia es
una ciencia joven, que ha sido tan recientemente fundada que todavia no tuvo tiempo
de llegar a los niveles de solidez institucional necesarios para sustentar sus pretensio-
nes de libertad de investigacién en terrenos delicados. Todos estos argumentos tiencn
sin duda cierta validez. Pero lo que no se considera con tanta frecuencia —en virtud
de una curiosa omisién selectiva que los rigurosos podrian muy bien tildar de ideol6-
gica— es la posibilidad de que una buena parte del problema esté en la falta de un re-
finamiento conceptual dentro de la ciencia social misma, de que la resistencia de la
ideologfa al andlisis sociolégico es tan grande porque dichos andlisis son en realidad
fundamentalmente inadecuados, pues el marco teérico que emplean es notoriamente
incompleto.
En este ensayo trataré de mostrar que en efecto asi es: que las ciencias sociales
no han desarrollado todavia una concepcién no evaluativa de la ideologia; que este de-
fecto se debe menos a indisciplina metodol6gica que a tosquedad tedrica; que esta fal-
ta de efectividad se manifiesta principalmente al tratar la ideologia como una entidad
en si misma, como un sistema ordenado de simbolos culturales en lugar de discernir
sus contextos sociales y psicolégicos (con respecto a los cuales nuestro aparato ana-
litico es mucho més refinado), y que la posibilidad de escapar a la paradoja de Mann-
heim est por eso en el perfeccionamiento de un aparato concepwual capaz de tratar
més efectivamente la significacién. En otras palabras, necesitamos una aprehensién
més exacta de nuestro objeto de estudio si no queremos vernos en Ia situacién de
aquel personaje del cuento folkl6rico javanés, ese “estiipido muchacho” que habiendo
sido aconsejado por su madre de que buscara una esposa callada, regres6 a su casa
con un cadaver,
stg
Que Ia concepcién de la ideologia hoy imperante en las ciencias sociales es
‘una concepcién enteramente evaluativa (es decir despectiva) es un hecho bastante de-
mostrado: “(El estudio de la ideologia) versa sobre un modo de pensamiento que est
entregado a su propio curso” nos informa Werner Stark; “el pensamiento ideol6gi-
co.... es sospechoso, dudoso, algo que deberfamos superar y expulsar de nuestra men-
te”. No es (exactamente) lo mismo que mentir, pues cuando el mentiroso por lo me-
nos llega al cinismo, el idedlogo se queda en la necedad: “Ambos tienen que ver con
la falsedad, s6lo que mientras el mentiroso trata de falsear el pensamiento de los de-
més conservando empero correcto su propio pensamiento privado, sabiendo muy
bien cudl es la verdad, una persona que incurre en ideologia se engafia a si misma en
su pensamiento privado y, si induce a los demés al error, lo hace sin quererlo y sin
darse cuenta de ello”.* Discfpulo de Mannheim, Stark sostiene que todas las formas
de pensamiento estén socialmente condicionadas por su misma naturaleza, pero que
laideologiapresentaademés ladesdichadacondicidn deestar psicolégicamente “defor-
mada” (“torcida”, “contaminada”, “falsificada”, “anublada”, “desfigurada”)porlapre-
4 W. Stark, The Sociology of Knowledge (Londres, 1958), pég. 48.
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