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2 A partir de entonces, en el pacto que Dios hizo con Noé y sus descendientes,
se contempló la posibilidad de que los animales pudiesen servir cómo alimento,
pero esta concesión iba acompañada de un requisito que enfatizaba la santidad
de la vida, pues Dios le dijo a Noé: “Cualquier animal vivo puede serviros de
alimento igual que la vegetación que os di, pero no debéis comer la carne con
su vida, o sea, con su sangre” (Génesis 9: 3-4) ¿Porqué la sangre no? Porque
Dios dispuso que la vida de sus criaturas fuese simbolizada por su sangre; así,
cuando el hombre mataba a un animal y derramaba su sangre sobre la tierra,
reconocía implícitamente el hecho de que la vida es propiedad del Creador. Este
principio, que no fue abolido por el Nuevo Pacto por ser anterior a la Ley, tenía
pues cómo propósito el recordar al hombre que él no había originado la vida, y
que debía respetarla porque no le pertenecía. Podemos por esto concluir, que la
sangre es sagrada solamente cuando representa una vida, puesto que la vida
es propiedad del Creador.
6 Las personas que deseen respetar este principio bíblico, deben pues evitar
comer la carne de un animal sin sangrar, (medida hoy en día considerada
higiénicamente imprescindible) y también el comer alimentos elaborados con
sangre animal; sin embargo, según las Escrituras, no se viola ningún principio
empleando medicamentos que contengan componentes sanguíneos, o
recibiendo transfusiones de sangre, siempre, claro está, que esto no implique la
muerte del donante. El donar o el aceptar sangre es por tanto una opción
personal lícita, que tal vez pueda representar un cierto riesgo por causa de los
contagios, sin embargo, no existe ningún motivo para que se transforme en un
problema religioso.