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Índice
Presentación
Prólogo de Alan Woods a la primera edición mexicana
A diez años de la publicación de Razón y Revolución (Alan Woods)
Introducción a ‘Dialéctica de la Naturaleza’ (Federico Engels)
El materialismo dialéctico y la ciencia
La continuidad de la herencia cultural (León Trotsky)
Materialismo dialéctico y ciencia
Teoría del caos, Relatividad y Mecánica Cuántica (David Rodrigo García Colin Carrillo)
Presentación
Hace poco más de una década la Fundación Federico Engels publicó la obra de Alan Woods
y Ted Grant Razón y Revolución, filosofía marxista y ciencia moderna. En aquel
momento no faltaron las voces que se extrañaban del hecho de que un teórico marxista
hubiera dedicado tantas energías a redactar un libro sobre "filosofía". Esta forma de
razonar, imbuida de un sentido "pragmático", según la cual los marxistas sólo debemos de
encarar los aspectos prácticos de la lucha de clases, es característica de individuos que
desconocen el método y el contenido del marxismo como doctrina revolucionaria.
Lamentablemente tal "practicismo" —o lo que es lo mismo, el desprecio hacia la teoría que
durante décadas ha constituido el sello indeleble del reformismo y el estalinismo—
impregnó las organizaciones tradicionales de la izquierda, bloqueando el acceso de
generaciones de militantes revolucionarios al arsenal teórico del marxismo.
Toda época de reflujo revolucionario y derrota, y la de los años noventa con la caída de
los Estados obreros deformados fue una de ellas, va inevitablemente acompañada de una
fuerte reacción ideológica. Renació con fuerza toda la vieja basura burguesa en el terreno
filosófico, con su carga de idealismo, superstición y clasismo, cobertura intelectual para la
sobreexplotación de los oprimidos. Las ideas del marxismo volvieron a ser atacadas
ferozmente. Una campaña sin precedentes se desató, identificando la caída de la dictadura
autoritaria del estalinismo con el triunfo decisivo del capitalismo sobre el socialismo, no
sólo en el terreno de la economía, también en el ámbito de la filosofía, la ciencia y la
cultura. Esa campaña penetró en la sociedad y también en el seno de las organizaciones
obreras, apoyada por muchos de los dirigentes que no hacía tanto defendían con
fanatismo los crímenes del estalinismo y que ahora, convertidos al nuevo credo del
moderno "reformismo", estaban dispuestos a apoyar con no menos fervor los clichés y
tópicos anticomunistas de moda.
En aquel momento la primera tarea de las fuerzas del marxismo era restablecer las
auténticas ideas del socialismo frente a las falsificaciones de la burguesía y la caricatura
podrida del estalinismo. Y esto fue realizado de manera sobresaliente por Alan Woods y
Ted Grant, teóricos marxistas y dirigentes de la Corriente Marxista Internacional.
Para cambiar el mundo es necesario en primer lugar entenderlo. Carlos Marx y Federico
Engels establecieron las bases del socialismo científico en una dura pugna contra la
ideología de la burguesía y, en primer lugar, contra el idealismo en materia filosófica.
Ha sido traducido a más de diez idiomas, y el pasado mes de enero la editorial de Ciencias
Sociales de Cuba ha realizado una edición, prácticamente agotada en pocos días, que fue
presentada con gran éxito por su autor en la XV Feria Internacional del Libro de La
Habana. No es casual que en la presentación, acompañando a Alan Woods, estuviera Adán
Chávez, embajador de la República Bolivariana de Venezuela, quién afirmó que Razón y
Revolución es uno de los libros preferidos del presidente Chávez.
Abre la revista el prólogo realizado por Alan Woods a la edición mexicana de Razón y
Revolución. Nos ha parecido pertinente publicar el clásico de Federico Engels,
Introducción a ‘Dialéctica de la naturaleza’, que todavía asombra por la profundidad
de su contenido. También hemos incluido un texto bastante menos conocido de León
Trotsky, El materialismo dialéctico y la ciencia, que es la transcripción de un discurso
pronunciado en 1925 ante el Consejo Técnico y Científico de la Industria de la URSS, del
que era presidente.
Finalmente la revista concluye con un amplio estudio del marxista mexicano David Rodrigo
García, sobre Materialismo dialéctico y teoría del caos, que aborda en profundidad la
relación entre el método del marxismo y los avances en física del último siglo,
reivindicando las estrechas conexiones entre la nueva teoría del caos y la dialéctica
materialista. El carácter especializado de este trabajo supondrá un esfuerzo para los
lectores no familiarizados con la materia, pero sobre todo animará a muchos jóvenes y
trabajadores a profundizar en el estudio de las áreas que aquí son tratadas.
Durante décadas los positivistas lógicos presentaron sus ideas arrogantemente como
la "filosofía de la ciencia". Lo que conlleva una profunda ironía, ya que al mismo tiempo
acusan al materialismo dialéctico (sin el mínimo fundamento) de aspirar a ser la "Reina de
las Ciencias". Ya en estos tiempos, nadie considera seriamente estos absurdos reclamos y
menos que nadie, los mismos científicos, quienes nunca lo hicieron. Actualmente, se han
reducido a atrincherarse en la retaguardia, peleando con una táctica desesperada, la cual
consiste en la disolución total de la filosofía, reduciéndola enteramente a la semántica
(estudio del significado de las palabras).
No hay nada que se parezca más a esta interminable discusión de minucias sobre los
significados, que los debates sin fin de los escolásticos sobre temas tan fascinantes como
si los ángeles tienen sexo y cuántos de ellos podrían bailar sobre la cabeza de un alfiler.
Esta comparación no es tan absurda como parece. De hecho, aunque los escolásticos no
eran tontos y avanzaron en los terrenos de la lógica y la semántica (como lo hacen sus
equivalentes modernos), el problema es que, obsesionados con la forma, olvidaron el
contenido. Mientras las reglas formales fueran obedecidas, el contenido podría ser tan
absurdo como se quisiese.
El hecho de que a todo este jaleo, este fraude y todo este juego de palabras pueda
dársele el nombre de filosofía es, a todas luces, una prueba de hasta qué punto ha
decaído el pensamiento burgués moderno. Hegel escribió en su obra Fenomenología: "Por
lo poco con lo que el espíritu humano se satisface, podemos juzgar la extensión de su
perdición". Un epitafio hecho a la medida de toda la filosofía burguesa después de Hegel.
Los filósofos burgueses modernos afirman haber resuelto todos los problemas
filosóficos del pasado. ¿Cómo ha sido alcanzada esta inmensa hazaña? Analizando
palabras. Esta victoria opaca pues, todas las batallas de las dos guerras mundiales, junto
con las de Austerlitz, Waterloo y cualquier otra.
Pero, ¿qué es el lenguaje sino ideas que se expresan en el discurso? Si decimos que
sólo conocemos el lenguaje, lo único que estamos haciendo es reformular en un modo
distinto la vieja y gastada noción del idealismo subjetivo que postula que sólo podemos
conocer ideas, más precisamente, mis ideas. Este es un camino filosófico sin salida, el
cual, como Lenin explicó hace ya un siglo, sólo puede desembocar en el solipsismo, es
decir, la noción de que sólo yo existo.
La idea —mejor dicho, el prejuicio— del intelectual que asigna a las palabras una
importancia sobrenatural, sólo es el reflejo de las condiciones reales de la existencia del
intelectual. El albañil trabaja con ladrillos, el pintor con pintura, el herrero con hierro y el
carpintero con madera. Él trabaja con palabras, que son el único material con el que sabe
trabajar.
Con la ayuda de los materiales mencionados, los hombres siempre han transformado
su mundo y controlado su medio ambiente. Y en la medida en que cambian el mundo
alrededor suyo, los hombres mismos han cambiado también. Gradualmente se han erigido
por encima del nivel de los animales y se han convertido en seres humanos. Es esta
incesante actividad humana —esta creatividad que nace del trabajo colectivo— lo que nos
ha hecho lo que somos. Es la base de todo el progreso, el conocimiento y la cultura
humana.
Una vez que la conciencia humana se desarrolla a un cierto nivel, basado en la
división social del trabajo, adquiere una vida independiente. Los sacerdotes y los escribas
del antiguo Egipto eran conscientes del poder material de las ideas y las palabras, las
cuales les dieron autoridad y poder sobre sus semejantes. La división de la sociedad en
pensadores y hacedores data de aquellos tiempos, tal y como Aristóteles entendió bien.
Para el intelectual burgués la única realidad sólo consiste en las palabras. Para él,
realmente sucede que "en el principio fue la Palabra y la Palabra fue con Dios y la Palabra
era Dios". En la narrativa posmoderna lo es todo y sólo podemos conocer el mundo a
través de la palabra de los individuos. Aquí, el lenguaje no aparece como un fenómeno
que conecta a las personas con el mundo, ni entre ellas mismas, sino como algo que
separa y aísla. Es una barrera más allá de la cual no podemos saber nada.
El intelectual burgués —o pequeñoburgués— sólo trabaja con las palabras. Ellas son
el sustento que le dan el pan de cada día, llenan su vida y la proveen de trabajo y placer.
Le animan o le derrumban, le dan reputación o se la quitan. Actúan como un encanto
mágico, ya que los encantos y conjuros tienen que ser invocados en forma de palabras.
También le dan poder sobre otros seres humanos. En las civilizaciones más antiguas,
algunas palabras eran tabú, así como las hay ahora. A los antiguos israelitas no se les
permitía pronunciar el nombre de su dios. En estos días no nos es permitido pronunciar la
palabra capitalismo, en su lugar, tenemos que decir "la economía de libre mercado".
Desde los primeros tiempos, aquellas capas privilegiadas que han disfrutado el
monopolio de la cultura han despreciado el trabajo manual. En Razón y Revolución pueden
encontrarse citas de las palabras de los escribas egipcios, quienes aconsejaban a sus hijos
seguir sus pasos, describían las actividades de los campesinos, constructores y otros que
utilizaban sus manos para trabajar, como actividades aborrecibles. Estas citas expresan
adecuadamente el prejuicio tan profundamente arraigado del intelectual hacia el trabajo
manual.
De modo que la mistificación de palabras no es nada nuevo. Sus raíces se
encuentran en la división entre el trabajo intelectual y el manual. Y ésta ha adquirido su
expresión final en la filosofía burguesa moderna. Difícilmente resulta sorprendente,
teniendo en cuenta que el abismo que existe entre ricos y pobres, poseedores y
desposeídos, "educados" e ignorantes, es más grande ahora de lo que fue en cualquier
otra época de la historia.
Las masas han sido expropiadas no sólo físicamente, sino también moral y
culturalmente. El lenguaje científico es completamente inaccesible para la gran mayoría de
los ciudadanos educados, no digamos para los que no lo son. Con la filosofía, la situación
es aún peor, esta se ha atascado completamente en un pantano de oscurantismo
terminológico, el cual, al compararlo con el de los escolásticos, hace que el de estos
últimos sea un modelo de claridad.
La necesidad de la dialéctica
Dialéctica de la naturaleza
El Big Bang
Uno de los aspectos más controvertidos del libro, fue nuestra crítica a la teoría
cosmológica del Big Bang. Se dice que sin duda alguna este modelo responde a muchas
preguntas acerca del universo. Pero hay que tener en mente que hace falta comprobar
ciertas hipótesis y que ciertamente no responde a todas las preguntas. De hecho,
conforme pasa el tiempo, surgen más preguntas y nuevas discrepancias. Este proceso,
que es tratado exhaustivamente por Kuhn, es igualmente aplicable a la cosmología en la
actualidad.
La teoría del Big Bang se sustenta en un número creciente de entidades hipotéticas
—cosas que nunca hemos visto—. La teoría del Big Bang no se sostiene si dejan de
suponerse un conjunto de objetos y hechos de diversos tipos, tales como el campo de
inflación, la materia oscura y la energía oscura. Sin éstos, habría contradicciones
fatalmente irreconciliables entre las observaciones hechas por los astrónomos y las
predicciones de la misma teoría. En ningún otro campo de la física sería aceptada esta
continua recurrencia a suponer nuevos objetos hipotéticos como una manera de salvar la
brecha entre la teoría y la observación. Al menos, esto debería suscitar serias dudas
acerca de la validez de la teoría subyacente.
La historia de la ciencia muestra que, incluso las teorías aparentemente más seguras
y acogedoras, tales como la mecánica clásica newtoniana, la cual era universalmente
aceptada por los científicos durante mucho tiempo como la última palabra, eventualmente
se muestran como teorías incompletas y parciales. En una cierta etapa comienzan a surgir
discrepancias que no pueden ser explicados. En un principio, éstas son desechadas,
considerándolas triviales o irrelevantes, pero eventualmente llevan al derrocamiento de la
teoría establecida por un lado y a su reemplazo por otra nueva y revolucionaria, que
permanece como teoría válida hasta que vuelven a surgir discrepancias y así
sucesivamente.
No hay razón alguna para suponer que la situación presente en la cosmología y la
física teórica sea diferente. Especialmente si tenemos en cuenta que el estudio del
universo involucra un tremendo número de factores desconocidos. Nos estamos basando
necesariamente en observaciones parciales del universo visible, como resultado de la falta
de información se pueden introducir muchos errores. Hasta cierto punto, se puede
generalizar un resultado apoyándose en modelos matemáticos abstractos y en resultados
obtenidos de la física de partículas, etcétera. Sin embargo, en última instancia, estos
resultados deben corroborarse con experimentos y observaciones. Dichos resultados no
pueden sustituir a estos últimos.
En el pasado ha habido muchas teorías que han sido aceptadas sin ser cuestionadas
por los científicos, pues parecía que explicaban ciertos fenómenos, sin embargo,
resultaron ser falsas —el flogisto y el éter, por ejemplo—. Hay una sorprendente
semejanza entre estas teorías y la idea de la "materia oscura y la materia fría", la cual ha
sido postulada por los partidarios de la teoría del Big Bang para poder explicar el hecho de
que, simplemente, no hay suficiente materia en el universo visible para que concuerde
con la teoría. De acuerdo con Eric Lerner y otros, la posición dominante de la teoría del
Big Bang subyace más en el patrocinio que recibe que en el método científico. Científicos
disidentes se reunieron recientemente para revisar la evidencia en la primera Conferencia
de la Crisis en la Cosmología, en Monçao, Portugal. La teoría del Big Bang y el universo es
incapaz de explicar ciertas observaciones cruciales. Recientemente treinta y tres
científicos eminentes suscribieron una Carta Abierta a la revista New Scientists, atacando
el hecho de que no han sido investigadas perspectivas alternativas a los problemas que no
resuelve el Big Bang. Todo esto indica la insatisfacción entre algunos sectores acerca del
estado actual de los acontecimientos en la cosmología. Lo que no debería sorprendernos.
Un potencial colosal
Tal vez no haya otro lugar en todo el planeta donde la idea de la dialéctica encuentre
un eco tan profundo como en México. Es una tierra donde la revolución es tan natural
como la respiración misma. La vibrante energía, que el pueblo mexicano ha mostrado
durante toda su historia, proveniente directamente del mismo suelo mexicano, es
inseparable de la tradición revolucionaria de México.
La revolución burguesa de 1910-17 ha sido el mayor punto de inflexión en la historia
nacional. En muchos sentidos, marcó el nacimiento de México como nación, la cual había
perdido más de la mitad de sus territorios con los Estados Unidos. Bajo la dictadura de
Porfirio Díaz (quien acuñó la frase: "Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de los
Estados Unidos"), el país quedó dividido, de manera similar a la de los barones feudales,
entre los terratenientes, algunos de los cuales acuñaban sus propias monedas y tenían sus
propios bancos. La identidad nacional mexicana peligraba con ser completamente
desarticulada. Entonces, la revolución salvó a México.
El espíritu revolucionario de México se puede apreciar no sólo en su historia y su
política, sino también en su arte, su escultura y su arquitectura. Recuerdo haberme
impresionado por un gran mural pintado por Diego Rivera en el Palacio Nacional en la
Ciudad de México. En él, podemos encontrar una impresionante representación de uno de
los episodios más relevantes de la historia mexicana, ejecutado con gran espíritu y
vitalidad. Los sacerdotes españoles y los guerreros mexicalis se codean con los
conquistadores, mientras los trabajadores y campesinos mexicanos aparecen al lado de
Carlos Marx, con El Manifiesto Comunista en sus manos. Esto es arte nacido de la
Revolución.
El renacimiento del espíritu nacional no se limitó a las artes visuales. En el campo de
la música, está Silvestre Revueltas y José Pablo Moncayo, cuyas composiciones llegaron
para quedarse en la tradición de la música folklórica. La revolución dio pie también a una
nueva literatura. Todo esto fue posible gracias a la revolución burguesa. ¡Sólo basta
imaginar los altos vuelos que los mexicanos podrían alcanzar basados en una revolución
socialista!
A pesar de los innegables logros, evaluándolos en una escala histórica, la revolución
burguesa falló en darle al pueblo de México el futuro que se merecía. Durante casi un siglo
la burguesía ha dirigido a México ¿y qué es lo que ha conseguido? Las fuerzas productivas
se encuentran estancadas, mientras que el campo está arruinado. En todas partes
podemos ver pobreza y desempleo. La juventud se enfrenta a la disyuntiva: desempleo o
emigración. ¿Y qué es lo que queda de la independencia nacional, cuando México está
ahogado por el gigante del norte?
Una economía planificada socialista crearía la posibilidad de movilizar las fuerzas
productivas de México —su tierra fértil, su industria, su ciencia y su tecnología— y, sobre
todo, el enorme potencial creativo de su población para el propósito de transformar la
sociedad. El colosal talento de los mexicanos, sus artistas, científicos, estudiantes,
intelectuales, escritores y arquitectos florecería como nunca antes en toda la historia de
este país tan rico, hermoso y maravillosamente diverso.
Las modernas Ciencias Naturales, las únicas, han alcanzado un desarrollo científico,
sistemático y completo, en contraste con las geniales intuiciones filosóficas que los
antiguos aventuraran acerca de la naturaleza y los descubrimientos de los árabes, muy
importantes pero esporádicos y, en la mayoría de los casos, perdidos sin resultado. Las
modernas Ciencias Naturales, como casi toda la nueva historia, datan de la gran época
que nosotros, los alemanes, llamamos la Reforma —según la desgracia nacional que
entonces nos aconteciera—, los franceses Renaissance y los italianos Cinquencento*, si
bien ninguna de estas denominaciones refleja con toda plenitud su contenido. Es ésta la
época que comienza con la segunda mitad del siglo XV. El poder real, apoyándose en los
habitantes de las ciudades, quebrantó el poderío de la nobleza feudal y estableció grandes
monarquías, basadas esencialmente en el principio nacional y en cuyo seno se
desarrollaron las naciones europeas modernas y la moderna sociedad burguesa. Mientras
los habitantes de las ciudades y los nobles se hallaban aún enzarzados en su lucha, la
guerra campesina en Alemania2 apuntó proféticamente las futuras batallas de clase: en
ella no sólo salieron a la arena los campesinos insurreccionados —esto no era nada
nuevo—, sino que tras ellos, aparecieron los antecesores del proletariado moderno,
enarbolando la bandera roja con la reivindicación de la propiedad común de los bienes en
sus labios. En los manuscritos salvados en la caída de Bizancio, en las estatuas antiguas
excavadas en las ruinas de Roma, un nuevo mundo —la Grecia antigua— se ofreció a los
ojos atónitos de Occidente. Los espectros del medioevo se desvanecieron ante aquellas
formas luminosas; en Italia se produjo un inusitado florecimiento del arte, que vino a ser
como un reflejo de la antigüedad clásica y que jamás volvió a repetirse. En Italia, Francia
y Alemania nació una Literatura nueva, la primera literatura moderna. Poco después,
llegaron las épocas clásicas de la literatura en Inglaterra y en España. Los límites del viejo
orbis terrarum** fueron rotos. Sólo entonces fue descubierto el mundo, en el sentido
propio de la palabra, sentándose las bases para el comercio mundial y para el paso del
artesanado a la manufactura, que a su vez sirvió de punto de partida a la gran industria
moderna. Fue abatida la dictadura espiritual de la Iglesia; la mayoría de los pueblos
germanos se sacudió su yugo y abrazó la religión protestante, mientras que entre los
pueblos románicos iba echando raíces cada vez más profundas, desbrozando el camino al
materialismo del siglo XVIII una serena libertad de pensamiento heredada de los árabes y
nutrida por la filosofía griega, de nuevo descubierta.
Fue ésta la mayor revolución progresiva que la humanidad había conocido hasta entonces.
Fue una época que requería titanes y que engendró titanes por la fuerza del pensamiento,
por la pasión y el carácter, por la universalidad y la erudición. De los hombres que
echaron los cimientos del actual dominio de la burguesía podrá decirse lo que se quiera,
pero, en ningún modo, que pecasen de limitación burguesa. Por el contrario: todos ellos
se hallaban dominados, en mayor o menor medida, por el espíritu de aventuras inherente
a la época. Entonces casi no había ni un solo gran hombre que no hubiera realizado
lejanos viajes, no hablara cuatro o cinco idiomas y no brillase en varios dominios de la
ciencia y de la técnica. Leonardo da Vinci no sólo fue un gran pintor, sino un eximio
matemático, mecánico e ingeniero, al que debemos importantes descubrimientos en las
más distintas ramas de la física. Alberto Durero fue pintor, grabador, escultor, arquitecto
y, además, ideó un sistema de fortificación que encerraba pensamientos desarrollados
mucho después por Montalembert y la moderna ciencia alemana de la fortificación.
Maquiavelo fue hombre de Estado, historiador, poeta y, por añadidura, el primer escritor
militar digno de mención de los tiempos modernos. Lutero no sólo limpió los establos de
Augías de la Iglesia, sino también los del idioma alemán, fue el padre de la prosa alemana
contemporánea y compuso la letra y la música del himno triunfal que llegó a ser La
Marsellesa del siglo XVI3. Los héroes de aquellos tiempos aún no eran esclavos de la
división del trabajo, cuya influencia confiere a la actividad de los hombres, como podemos
observar en muchos de sus sucesores, un carácter limitado y unilateral. Lo que más
caracterizaba a dichos héroes era que casi todos ellos vivían plenamente los intereses de
su tiempo, participaban de manera activa en la lucha práctica, se sumaban a un partido u
otro y luchaban, unos con la palabra y la pluma, otros con la espada y, otros, con ambas
cosas a la vez. De aquí la plenitud y la fuerza de carácter que les daba tanta entereza. Los
sabios de gabinete eran en aquel entonces una excepción; eran hombres de segunda o
tercera fila o prudentes filisteos, que no deseaban pillarse los dedos.
En aquellos tiempos las Ciencias Naturales también se desarrollaban en medio de la
revolución general y eran revolucionarias hasta lo más hondo, pues aún debían conquistar
el derecho a la existencia. Al lado de los grandes italianos que dieron nacimiento a la
nueva filosofía, las Ciencias Naturales dieron sus mártires a las hogueras y las prisiones
de la Inquisición. Es de notar que los protestantes aventajaron a los católicos en sus
persecuciones contra la investigación libre de la naturaleza. Calvino quemó a Servet
cuando éste se hallaba ya en el umbral del descubrimiento de la circulación de la sangre y
lo tuvo dos horas asándose vivo; la Inquisición, por lo menos, se dio por satisfecha con
quemar simplemente a Giordano Bruno.
El acto revolucionario con que las Ciencias Naturales declararon su independencia y
parecieron repetir la acción de Lutero, cuando éste quemó la bula del papa, fue la
publicación de la obra inmortal en que Copérnico, si bien tímidamente, y, por decirlo así,
en su lecho de muerte, arrojó el guante a la autoridad de la Iglesia en las cuestiones de la
naturaleza4. De aquí data la emancipación de las Ciencias Naturales respecto a la
teología, aunque la lucha por algunas reclamaciones recíprocas se ha prolongado hasta
nuestros días y, en ciertas mentes, aún hoy dista mucho de haber terminado. Pero, a
partir de entonces se operó, a pasos agigantados, el desarrollo de la ciencia y, puede
decirse, que este desarrollo se ha intensificado proporcionalmente al cuadrado de la
distancia (en el tiempo) que lo separa de su punto de partida. Pareció como si hubiera
sido necesario demostrar al mundo que, a partir de entonces, para el producto supremo
de la materia orgánica, para el espíritu humano, regía una ley del movimiento que era
inversa a la ley del movimiento que regía para la materia inorgánica.
La tarea principal en el primer período de las Ciencias Naturales, período que acababa de
empezar, consistía en dominar el material que se tenía a mano. En la mayor parte de las
ramas hubo que empezar por lo más elemental. Todo lo que la antigüedad había dejado
en herencia eran Euclides, el sistema solar de Ptolomeo y los árabes, la numeración
decimal, los rudimentos del álgebra, los numerales modernos y la alquimia; el medioevo
cristiano no había dejado nada. En tal situación era inevitable que el primer puesto lo
ocuparan las Ciencias Naturales más elementales: la mecánica de los cuerpos terrenos y
celestes y, al mismo tiempo, como auxiliar de ella, el descubrimiento y el
perfeccionamiento de los métodos matemáticos. En este dominio se consiguieron grandes
realizaciones. A fines de este período, caracterizado por Newton y Linneo, vemos que
estas ramas de la ciencia han llegado a cierto tope. En lo fundamental fueron establecidos
los métodos matemáticos más importantes: la geometría analítica, principalmente por
Descartes, los logaritmos, por Napier, y los cálculos diferencial e integral, por Leibniz y,
quizá, por Newton. Lo mismo puede decirse de la mecánica de los cuerpos sólidos, cuyas
leyes principales fueron halladas de una vez y para siempre. Finalmente, en la astronomía
del sistema solar, Kepler descubrió las leyes del movimiento planetario, y Newton las
formuló desde el punto de vista de las leyes generales del movimiento de la materia. Las
demás ramas de las Ciencias Naturales estaban muy lejos de haber alcanzado incluso este
tope preliminar. La mecánica de los cuerpos líquidos y gaseosos sólo fue elaborada con
mayor amplitud a fines del período indicado. [Torricelli en conexión con la regulación de
los torrentes de los Alpes*]. La física propiamente dicha se hallaba aún en pañales,
excepción hecha de la óptica, que alcanzó realizaciones extraordinarias, impulsada por las
necesidades prácticas de la astronomía. La química acababa de liberarse de la alquimia
merced a la teoría del flogisto5. La geología aún no había salido del estado embrionario
que representaba la mineralogía y, por ello, la paleontología no podía existir aún.
Finalmente, en el dominio de la biología la preocupación principal era todavía la
acumulación y clasificación elemental de un inmenso acervo de datos no sólo botánicos y
zoológicos, sino también anatómicos y fisiológicos, en el sentido propio de la palabra. Casi
no podía hablarse aún de la comparación de las distintas formas de vida ni del estudio de
su distribución geográfica, condiciones climatológicas y demás condiciones de existencia.
Aquí únicamente la botánica y la zoología, gracias a Linneo, alcanzaron una estructuración
relativamente acabada.
Pero lo que caracteriza mejor que nada este período, es la elaboración de una peculiar
concepción general del mundo, en la que el punto de vista más importante es la idea de la
inmutabilidad absoluta de la naturaleza. Según esta idea, la naturaleza,
independientemente de la forma en que hubiese nacido, una vez presente permanecía
siempre inmutable mientras existiera. Los planetas y sus satélites, una vez puestos en
movimiento por el misterioso primer impulso, seguían eternamente, o por lo menos hasta
el fin de todas las cosas, sus elipses prescritas. Las estrellas permanecían eternamente
fijas e inmóviles en sus sitios, manteniéndose unas a otras en virtud de la gravitación
universal. La Tierra permanecía inmutable desde que apareciera o, según el punto de
vista, desde su creación. Las cinco partes del mundo habían existido siempre, y siempre
habían tenido los mismos montes, valles y ríos, el mismo clima, la misma flora y la misma
fauna, excepción hecha de lo cambiado o transplantado por el hombre. Las especies
vegetales y animales habían sido establecidas de una vez para siempre, al aparecer cada
individuo siempre producía otros iguales a él, y, Linneo, hizo ya una gran concesión al
admitir que en algunos lugares, gracias al cruce, podían haber surgido nuevas especies.
En oposición a la historia de la humanidad, que se desarrolla en el tiempo, a la historia
natural se le atribuía exclusivamente el desarrollo en el espacio. Se negaba todo cambio,
todo desarrollo en la naturaleza. Las Ciencias Naturales, tan revolucionarias al principio,
se vieron frente a una naturaleza conservadora hasta la médula, en la que todo seguía
siendo como había sido en el principio y en la que todo debía continuar, hasta el fin del
mundo o eternamente, tal y como fuera desde el principio mismo de las cosas.
Las Ciencias Naturales de la primera mitad del siglo XVIII se hallaban tan por encima de la
antigüedad griega en cuanto al volumen de sus conocimientos e incluso en cuanto a la
sistematización de los datos, como por debajo en cuanto a la interpretación de los
mismos, en cuanto a la concepción general de la naturaleza. Para los filósofos griegos el
mundo era, en esencia, algo surgido del caos, algo que se había desarrollado, que había
llegado a ser. Para todos los naturalistas del período que estamos estudiando el mundo
era algo osificado, inmutable, y para la mayoría de ellos algo creado de golpe. La ciencia
estaba aún profundamente empantanada en la teología. En todas partes buscaba y
encontraba como causa primera un impulso exterior, que no se debía a la propia
naturaleza. Si la atracción, llamada pomposamente por Newton gravitación universal, se
concibe como una propiedad esencial de la materia, ¿de dónde proviene la incomprensible
fuerza tangencial que dio origen a las órbitas de los planetas? ¿Cómo surgieron las
innumerables especies vegetales y animales? ¿Y cómo, en particular, surgió el hombre,
respecto al cual se está de acuerdo en que no existe por toda la eternidad? Al responder a
estas preguntas, las Ciencias Naturales se limitaban con harta frecuencia a hacer
responsable de todo al creador. Al comienzo de este período Copérnico expulsó de la
ciencia la teología; Newton cierra esta época con el postulado del primer impulso divino.
La idea general más elevada alcanzada por las Ciencias Naturales del período considerado,
es la de la congruencia del orden establecido en la naturaleza, la teleología vulgar de
Wolff, según la cual los gatos fueron creados para devorar a los ratones, los ratones para
ser devorados por los gatos y toda la naturaleza para demostrar la sabiduría del creador.
Hay que señalar los grandes méritos de la filosofía de la época que, a pesar de la
limitación de las Ciencias Naturales contemporáneas, no se desorientó y, comenzando por
Spinoza y acabando por los grandes materialistas franceses, se esforzó tenazmente para
explicar el mundo partiendo del mundo mismo, dejando la justificación detallada de esta
idea a las Ciencias Naturales del futuro.
Incluyo también en este período a los materialistas del siglo XVIII, porque no disponían de
otros datos de las Ciencias Naturales que los descritos más arriba. La obra de Kant, que
posteriormente hiciera época, no llegaron a conocerla, y Laplace apareció mucho después
de ellos6. No olvidemos que si bien los progresos de la ciencia abrieron numerosas
brechas en esa caduca concepción de la naturaleza, toda la primera mitad del siglo XIX se
encontró, pese a todo, bajo su influjo —el carácter osificado de la vieja concepción de la
naturaleza ofreció el terreno para la síntesis y el balance de las Ciencias Naturales como
un todo íntegro: los enciclopedistas franceses, lo hicieron de un modo mecánico, lo uno al
lado del otro; luego aparecen Saint-Simon y la filosofía alemana de la naturaleza, a la que
Hegel dio cima—, en esencia, incluso hoy continúan enseñándola en todas las escuelas*.
La primera brecha en esta concepción fosilizada de la naturaleza no fue abierta por un
naturalista, sino por un filósofo. En 1755 apareció la Historia universal de la naturaleza y
teoría del cielo de Kant. La cuestión del primer impulso fue eliminada; la Tierra y todo el
sistema solar aparecieron como algo que había devenido en el transcurso del tiempo. Si la
mayoría aplastante de los naturalistas no hubiese sentido hacia el pensamiento la aversión
que Newton expresara en la advertencia: "¡Física, ten cuidado de la metafísica!"7, el
genial descubrimiento de Kant les hubiese permitido hacer deducciones que habrían
puesto fin a su interminable extravío por sinuosos vericuetos y, ahorrado el tiempo y el
esfuerzo derrochados copiosamente al seguir falsas direcciones, porque el descubrimiento
de Kant era el punto de partida para todo progreso ulterior. Si la Tierra era algo que había
devenido, algo que también había devenido eran su estado geológico, geográfico y
climático, así como sus plantas y animales. La Tierra no sólo debía tener su historia de
coexistencia en el espacio, sino también de sucesión en el tiempo. Si las Ciencias
Naturales hubieran continuado sin tardanza y de manera resuelta las investigaciones en
esta dirección, hoy estarían mucho más adelantadas. Pero, ¿qué podría dar de bueno la
filosofía? La obra de Kant no proporcionó resultados inmediatos, hasta que, muchos años
después, Laplace y Herschel no desarrollaron su contenido y la fundamentaron con mayor
detalle, preparando así, gradualmente, la admisión de la hipótesis de las nebulosas.
Descubrimientos posteriores dieron, por fin, la victoria a esta teoría; los más importantes
entre dichos descubrimientos fueron: el del movimiento propio de las estrellas fijas, la
demostración de que en el espacio cósmico existe un medio resistente y la prueba,
suministrada por el análisis espectral, de la identidad química de la materia cósmica y la
existencia —supuesta por Kant— de masas nebulosas incandescentes. La influencia
retardadora de las mareas en la rotación de la Tierra, también supuesta por Kant, sólo
ahora ha sido comprendida.
Sin embargo, puede dudarse de que la mayoría de los naturalistas hubiera adquirido
pronto conciencia de la contradicción entre la idea de una Tierra sujeta a cambios y la
teoría de la inmutabilidad de los organismos que se encuentran en ella, si la naciente
concepción de que la naturaleza no existe simplemente sino que se encuentra en un
proceso de devenir y de cambio no se hubiera visto apoyada por otro lado. Nació la
geología y no sólo descubrió estratos geológicos formados unos después de otros y
situados unos sobre otros, sino la presencia en ellos de caparazones, de esqueletos de
animales extintos y de troncos, hojas y frutos de plantas que hoy ya no existen. Se
imponía reconocer que no sólo la Tierra, tomada en su conjunto, tenía su historia en el
tiempo, sino que también la tenían su superficie y los animales y plantas en ella
existentes. Al principio esto se reconocía de bastante mala gana. La teoría de Cuvier
acerca de las revoluciones de la Tierra era revolucionaria de palabra y reaccionaria de
hecho. Sustituía un único acto de creación divina por una serie de actos de creación,
haciendo del milagro una palanca esencial de la naturaleza. Lyell fue el primero que
introdujo el sentido común en la geología, sustituyendo las revoluciones repentinas,
antojo del creador, por el efecto gradual de una lenta transformación de la Tierra**.
La teoría de Lyell era más incompatible que todas las anteriores con la admisión de la
constancia de especies orgánicas. La idea de la transformación gradual de la corteza
terrestre y de las condiciones de vida en la misma llevaba de modo directo a la teoría de
la transformación gradual de los organismos y de su adaptación al medio cambiante,
llevaba a la teoría de la variabilidad de las especies. Sin embargo, la tradición es una
fuerza poderosa, no sólo en la Iglesia católica, sino también en las Ciencias Naturales.
Durante largos años el mismo Lyell no advirtió esta contradicción, y sus discípulos, mucho
menos. Ello fue debido a la división del trabajo que llegó a dominar por entonces en las
Ciencias Naturales, en virtud de la cual cada investigador se limitaba, más o menos, a su
especialidad, siendo muy contados los que no perdieron la capacidad de abarcar el todo
con su mirada.
Mientras tanto, la física había hecho enormes progresos, cuyos resultados fueron
resumidos casi simultáneamente por tres personas en 1842, año que hizo época en esta
rama de las Ciencias Naturales. Mayer, en Heilbronn, y Joule, en Manchester, demostraron
la transformación del calor en fuerza mecánica y de la fuerza mecánica en calor. La
determinación del equivalente mecánico del calor puso fin a todas las dudas al respecto.
Mientras tanto Grove, que no era un naturalista de profesión, sino un abogado inglés,
demostraba, mediante una simple elaboración de los resultados sueltos ya obtenidos por
la física, que todas las llamadas fuerzas físicas —la fuerza mecánica, el calor, la luz, la
electricidad, el magnetismo e, incluso, la llamada energía química— se transformaban
unas en otras en determinadas condiciones, sin que se produjera la menor pérdida de
energía. Grove probó así, una vez más, con métodos físicos, el principio formulado por
Descartes al afirmar que la cantidad de movimiento existente en el mundo es siempre la
misma. Gracias a este descubrimiento, las distintas fuerzas físicas, estas especies
inmutables, por así decirlo, de la física, se diferenciaron en distintas formas del
movimiento de la materia, que se transformaban unas en otras siguiendo leyes
determinadas. Se desterró de la ciencia la casualidad de la existencia de tal o cual
cantidad de fuerzas físicas, pues quedaron demostradas sus interconexiones y
transiciones. La física, como antes la astronomía, llegó a un resultado que apuntaba
necesariamente el ciclo eterno de la materia en movimiento como la última conclusión de
la ciencia.
El desarrollo maravillosamente rápido de la química desde Lavoisier y, sobre todo, desde
Dalton, atacó, por otro costado, las viejas concepciones de la naturaleza. La obtención por
medios inorgánicos de compuestos que hasta entonces sólo se habían producido en los
organismos vivos, demostró que las leyes de la química tenían la misma validez para los
cuerpos orgánicos que para los inorgánicos y salvó en gran parte el supuesto abismo
entre la naturaleza inorgánica y la orgánica, abismo que ya Kant estimaba insuperable por
los siglos de los siglos.
Finalmente, también en la esfera de las investigaciones biológicas, sobre todo los viajes y
las expediciones científicas organizados de modo sistemático a partir de mediados del
siglo pasado, el estudio más meticuloso de las colonias europeas en todas las partes del
mundo por especialistas que vivían allí y, además, las realizaciones de la paleontología, la
anatomía y la fisiología en general, sobre todo desde que empezó a usarse
sistemáticamente el microscopio y se descubrió la célula. Todo esto ha permitido tal
acumulación de datos, que se ha hecho posible y necesaria, la aplicación del método
comparativo.
De una parte, la geografía física comparada permitió determinar las condiciones de vida
de las distintas floras y faunas; de otra, se comparó unos con otros distintos organismos
según sus órganos homólogos y, por cierto, no sólo en el estado de madurez, sino en
todas las fases de su desarrollo. Y cuanto más profunda y exacta era esta investigación,
tanto más se esfumaba el rígido sistema que suponía la naturaleza orgánica inmutable y
fija. No sólo se iban haciendo más difusas las fronteras entre las distintas especies
vegetales y animales, sino que se descubrieron animales, como el anfioxo y la
lepidosirena8 que parecían mofarse de toda la clasificación existente hasta entonces
[Ceratodus. Ditto archeopteryx9, etc.]. Finalmente, fueron hallados organismos de los que
ni siquiera se puede decir si pertenecen al mundo animal o al vegetal. Las lagunas en los
anales de la paleontología iban siendo llenadas una tras otra, lo que obligaba a los más
obstinados a reconocer el asombroso paralelismo existente entre la historia del desarrollo
del mundo orgánico en su conjunto y la historia del desarrollo de cada organismo por
separado, ofreciendo el hilo de Ariadna, que debía indicar la salida del laberinto en que la
botánica y la zoología parecían cada vez más perdidas. Es de notar que casi al mismo
tiempo que Kant atacaba la doctrina de la eternidad del sistema solar, C. F. Wolff
desencadenaba, en 1759, el primer ataque contra la teoría de la constancia de las
especies y proclamaba la teoría de la evolución10. Pero lo que en él sólo era una
anticipación brillante tomó una forma concreta en manos de Oken, Lamarck y Baer y fue
victoriosamente implantado en la ciencia por Darwin11 en 1859, exactamente cien años
después. Casi al mismo tiempo, quedó establecido que el protoplasma y la célula,
considerados hasta entonces como los últimos constituyentes morfológicos de todos los
organismos, eran también formas orgánicas inferiores con existencia independiente. Todas
estas realizaciones redujeron al mínimo el abismo entre la naturaleza inorgánica y la
orgánica y, eliminaron uno de los principales obstáculos que se alzaban ante la teoría de
la evolución de los organismos. La nueva concepción de la naturaleza se hallaba ya
trazada en sus rasgos fundamentales: toda rigidez se disolvió, todo lo inerte cobró
movimiento, toda particularidad considerada como eterna resultó pasajera, y quedó
demostrado que la naturaleza se mueve en un flujo eterno y cíclico.
Y así hemos vuelto a la concepción del mundo que tenían los grandes fundadores de la
filosofía griega, a la concepción de que toda la naturaleza, desde sus partículas más
ínfimas hasta sus cuerpos más gigantescos, desde los granos de arena hasta los soles,
desde los protistas12 hasta el hombre, se halla en un estado perenne de nacimiento y
muerte, en flujo constante, sujeto a incesantes cambios y movimientos. Con la sola
diferencia esencial de que lo que fuera para los griegos una intuición genial es, en nuestro
caso, el resultado de una estricta investigación científica basada en la experiencia y, por
ello, tiene una forma más terminada y más clara. Es cierto que la prueba empírica de este
movimiento cíclico no está exenta de lagunas, pero éstas, son insignificantes en
comparación con lo que se ha logrado ya establecer firmemente, al menos cada año.
Además, ¿cómo puede estar dicha prueba exenta de lagunas en algunos detalles si
tomamos en consideración que las ramas más importantes del saber —la astronomía, la
química, la geología— apenas si cuentan un siglo, que la fisiología comparada apenas si
tiene cincuenta años y que la forma básica de casi todo desarrollo vital, la célula, fue
descubierta hace menos de cuarenta?
Los innumerables soles y sistemas solares de nuestra isla cósmica, limitada por los anillos
estelares extremos de la Vía Láctea, se han desarrollado debido a la contracción y
enfriamiento de nebulosas incandescentes, sujetas a un movimiento en torbellino cuyas
leyes, quizá, sean descubiertas cuando varios siglos de observación nos proporcionen una
idea clara del movimiento propio de las estrellas. Evidentemente, este desarrollo no se ha
operado en todas partes con la misma rapidez. La astronomía se ve más y más obligada a
reconocer que, además de los planetas, en nuestro sistema estelar existen cuerpos
opacos, soles extintos (Mädler); por otra parte (según Secchi), una parte de las manchas
nebulares gaseosas pertenece a nuestro sistema estelar como soles aún no formados, lo
que no excluye la posibilidad de que otras nebulosas, como afirma Mädler, sean distantes
islas cósmicas independientes, cuyo estadio relativo de desarrollo debe ser establecido por
el espectroscopio.
Laplace demostró con todo detalle, y con maestría insuperada hasta la fecha, cómo un
sistema solar se desarrolla a partir de una masa nebular independiente; realizaciones
posteriores de la ciencia han ido probando su razón cada vez con mayor fuerza.
En los cuerpos independientes formados así, tanto en los soles como en los planetas y en
sus satélites, prevalece al principio la forma de movimiento de la materia a la que hemos
denominado calor. No se puede hablar de compuestos de elementos químicos, ni siquiera
a la temperatura que tiene actualmente el Sol, observaciones posteriores sobre éste nos
demostrarán hasta que punto el calor se transforma en estas condiciones en electricidad o
en magnetismo. Ya está casi probado que los movimientos mecánicos que se operan en el
Sol se deben exclusivamente al conflicto entre el calor y la gravedad.
Los cuerpos desgajados de las nebulosas se enfrían más rápidamente cuanto más
pequeños son. Primero se enfrían los satélites, los asteroides y los meteoritos, del mismo
modo que nuestra Luna ha enfriado hace mucho. En los planetas este proceso se opera
más despacio y, en el astro central, aún con la máxima lentitud.
Paralelamente al enfriamiento progresivo empieza a manifestarse con fuerza creciente la
interacción de las formas físicas de movimiento que se transforman unas en otras, hasta
que, al fin, se llega a un punto en que la afinidad química empieza a dejarse sentir, en
que los elementos químicos antes indiferentes se diferencian químicamente, adquieren
propiedades químicas y se combinan unos con otros. Estas combinaciones cambian de
continuo con la disminución de la temperatura —que influye de un modo distinto no ya
sólo en cada elemento, sino en cada combinación de elementos—; cambian con el
consecuente paso de una parte de la materia gaseosa primero al estado líquido y después
al sólido y con las nuevas condiciones así creadas.
El período en que el planeta adquiere su corteza sólida y aparecen acumulaciones de agua
en su superficie coincide con el período en que la importancia de su calor intrínseco
disminuye más y más en comparación con el que recibe del astro central. Su atmósfera se
convierte en teatro de fenómenos meteorológicos en el sentido que damos hoy a esta
palabra y, su superficie, en teatro de cambios geológicos, en los que los depósitos,
resultado de las precipitaciones atmosféricas, van ganando cada vez mayor
preponderancia sobre los efectos, lentamente menguantes, del fluido incandescente que
constituye su núcleo interior.
Finalmente, cuando la temperatura ha descendido hasta tal punto —por lo menos en una
parte importante de la superficie— que ya no rebasa los límites en que la albúmina es
capaz de vivir, se forma, si se dan otras condiciones químicas favorables, el protoplasma
vivo. Hoy aún no sabemos qué condiciones son ésas, cosa que no debe extrañarnos, ya
que hasta la fecha no se ha logrado establecer la fórmula química de la albúmina, ni
siquiera conocemos cuántos albuminoides químicamente diferentes existen, y sólo hace
unos diez años que sabemos que la albúmina completamente desprovista de estructura
cumple todas las funciones esenciales de la vida: la digestión, la excreción, el movimiento,
la contracción, la reacción a los estímulos y la reproducción.
Pasaron seguramente miles de años antes de que se dieran las condiciones para el
siguiente paso adelante, que de la albúmina informe surgiera la primera célula, merced a
la formación del núcleo y de la membrana. Pero con la primera célula se obtuvo la base
para el desarrollo morfológico de todo el mundo orgánico; lo primero que se desarrolló,
según podemos colegir tomando en consideración los datos que suministran los archivos
de la paleontología, fueron innumerables especies de protistas acelulares y celulares —de
ellas sólo ha llegado hasta nosotros el Eozoon canadense13— que fueron diferenciándose
hasta formar las primeras plantas y los primeros animales. Y, de los primeros animales se
desarrollaron, esencialmente gracias a la diferenciación, incontables clases, órdenes,
familias, géneros y especies, hasta llegar a la forma en la que el sistema nervioso alcanza
su más pleno desarrollo, a los vertebrados, y finalmente, entre éstos, a un vertebrado, en
que la naturaleza adquiere conciencia de sí misma, el hombre.
También el hombre surge por la diferenciación, y no sólo como individuo —
desarrollándose a partir de un simple óvulo hasta formar el organismo más complejo que
produce la naturaleza—, sino también en el sentido histórico. Cuando después de una
lucha de milenios la mano se diferenció por fin de los pies y se llegó a la actitud erecta, el
hombre se hizo distinto del mono y quedó sentada la base para el desarrollo del lenguaje
articulado y para el poderoso desarrollo del cerebro, que desde entonces ha abierto un
abismo infranqueable entre el hombre y el mono. La especialización de la mano implica la
aparición de la herramienta, y ésta implica la actividad específicamente humana, la acción
recíproca transformadora del hombre sobre la naturaleza, la producción. También los
animales tienen herramientas en el sentido más estrecho de la palabra, pero sólo como
miembros de su cuerpo: la hormiga, la abeja, el castor; los animales también producen,
pero el efecto de su producción sobre la naturaleza que les rodea es en relación a esta
última igual a cero. Únicamente el hombre ha logrado imprimir su sello a la naturaleza, y
no sólo llevando plantas y animales de un lugar a otro, sino modificando también el
aspecto y el clima de su lugar de habitación y hasta las propias plantas y los animales
hasta tal punto, que los resultados de su actividad sólo pueden desaparecer con la
extinción general del globo terrestre. Y esto lo ha conseguido el hombre, ante todo y
sobre todo, valiéndose de la mano. Hasta la máquina de vapor, que es hoy por hoy su
herramienta más poderosa para la transformación de la naturaleza, depende a fin de
cuentas, como herramienta, de la actividad de las manos. Sin embargo, paralelamente a
la mano fue desarrollándose, paso a paso, la cabeza. Iba apareciendo la conciencia,
primero de las condiciones necesarias para obtener ciertos resultados prácticos útiles;
después, sobre la base de esto, nació entre los pueblos que se hallaban en una situación
más ventajosa la comprensión de las leyes de la naturaleza que determinan dichos
resultados útiles. Al mismo tiempo que se desarrollaba rápidamente el conocimiento de las
leyes de la naturaleza, aumentaban los medios de acción recíproca sobre ella; la mano
sola nunca hubiera logrado crear la máquina de vapor si, paralelamente, y en parte
gracias a la mano, no se hubiera desarrollado correlativamente el cerebro del hombre.
Con el hombre entramos en la historia. También los animales tienen una historia, la de su
origen y desarrollo gradual hasta su estado presente. Pero, los animales son objetos
pasivos de la historia, y en cuanto toman parte en ella, esto ocurre sin su conocimiento o
voluntad. Los hombres, por el contrario, a medida que se alejan más de los animales en el
sentido estrecho de la palabra, en mayor grado hacen su historia ellos mismos,
conscientemente, y tanto menor es la influencia que ejercen sobre esta historia las
circunstancias imprevistas y las fuerzas incontroladas, y tanto más exactamente se
corresponde el resultado histórico con los fines establecidos de antemano. Pero si
aplicamos este rasero a la historia humana, incluso a la historia de los pueblos más
desarrollados de nuestro siglo, veremos que incluso aquí existe todavía una colosal
discrepancia entre los objetivos propuestos y los resultados obtenidos, veremos que
continúan prevaleciendo las influencias imprevistas, que las fuerzas incontroladas son
mucho más poderosas que las puestas en movimiento de acuerdo a un plan. Y esto no
será de otro modo mientras la actividad histórica más esencial de los hombres, la que los
ha elevado desde el estado animal al humano y forma la base material de todas sus
demás actividades —me refiero a la producción de sus medios de subsistencia, es decir, a
lo que hoy llamamos producción social— se vea particularmente subordinada a la acción
imprevista de fuerzas incontroladas y mientras el objetivo deseado se alcance sólo como
una excepción y, mucho más frecuentemente, se obtengan resultados diametralmente
opuestos. En los países industriales más adelantados hemos sometido a las fuerzas de la
naturaleza, poniéndolas al servicio del hombre; gracias a ello hemos aumentado
inconmensurablemente la producción, de modo que hoy un niño produce más que antes
cien adultos. Pero, ¿cuáles han sido las consecuencias de este acrecentamiento de la
producción? El aumento del trabajo agotador, una miseria creciente de las masas y un
crac inmenso cada diez años. Darwin no sospechaba qué sátira tan amarga escribía de los
hombres, y en particular de sus compatriotas, cuando demostró que la libre concurrencia,
la lucha por la existencia celebrada por los economistas como la mayor realización
histórica, era el estado normal del mundo animal. Únicamente una organización
consciente de la producción social, en la que la producción y la distribución obedezcan a
un plan, puede elevar socialmente a los hombres sobre el resto del mundo animal, del
mismo modo que la producción en general les elevó como especie. El desarrollo histórico
hace esta organización más necesaria y más posible cada día. A partir de ella datará la
nueva época histórica en la que los propios hombres, y con ellos todas las ramas de su
actividad, especialmente las Ciencias Naturales, alcanzarán éxitos que eclipsarán todo lo
conseguido hasta entonces.
Pero "todo lo que nace es digno de morir"*. Quizá antes pasen millones de años, nazcan y
bajen a la tumba centenares de miles de generaciones, pero se acerca inexorablemente el
tiempo en que el calor decreciente del Sol no podrá ya derretir el hielo procedente de los
polos; la humanidad, más y más hacinada en torno al ecuador, no encontrará ni siquiera
allí el calor necesario para la vida; irá desapareciendo paulatinamente toda huella de vida
orgánica, y la Tierra, muerta, convertida en una esfera fría, como la Luna, girará en las
tinieblas más profundas, siguiendo órbitas más y más reducidas, en torno al Sol, también
muerto, sobre el que, a fin de cuentas, terminará por caer. Unos planetas correrán esa
suerte antes y otros después que la Tierra; y en lugar del luminoso y cálido sistema solar,
con la armónica disposición de sus componentes, quedará tan sólo una esfera fría y
muerta, que aún seguirá su solitario camino por el espacio cósmico. El mismo destino que
aguarda a nuestro sistema solar espera, antes o después, a todos los demás sistemas de
nuestra isla cósmica, incluso a aquellos cuya luz jamás alcanzará la Tierra mientras quede
un ser humano capaz de percibirla.
¿Pero qué ocurrirá cuando este sistema solar haya terminado su existencia, cuando haya
sufrido la suerte de todo lo finito, la muerte? ¿Continuará el cadáver del Sol rodando
eternamente por el espacio infinito, y todas las fuerzas de la naturaleza, antes
infinitamente diferenciadas, se convertirán en una única forma del movimiento, en la
atracción?
"¿O —como pregunta Secchi— hay en la naturaleza fuerzas capaces de hacer que el
sistema muerto vuelva a su estado original de nebulosa incandescente, capaces de
despertarlo a una nueva vida? No lo sabemos".
Sin duda, no lo sabemos en el sentido que sabemos que 2 x 2 = 4 o que la atracción de la
materia aumenta y disminuye en razón del cuadrado de la distancia. Pero en las Ciencias
Naturales teóricas —que en lo posible unen su concepción de la naturaleza en un todo
armónico y sin las cuales en nuestros días no puede hacer nada el empírico más
limitado—, tenemos que operar a menudo con magnitudes imperfectamente conocidas; y
la consecuencia lógica del pensamiento ha tenido que suplir, en todos los tiempos, la
insuficiencia de nuestros conocimientos. Las Ciencias Naturales contemporáneas se han
visto constreñidas a tomar de la filosofía el principio de la indestructibilidad del
movimiento; sin este principio las Ciencias Naturales ya no pueden existir. Pero el
movimiento de la materia no es únicamente tosco movimiento mecánico, mero cambio de
lugar; es calor y luz, tensión eléctrica y magnética, combinación química y disociación,
vida y, finalmente, conciencia. Decir que la materia durante toda su existencia ilimitada en
el tiempo sólo una vez —y ello por un período infinitamente corto, en comparación con su
eternidad— ha podido diferenciar su movimiento y, con ello, desplegar toda la riqueza del
mismo, y que antes y después de ello se ha visto limitada eternamente a simples cambios
de lugar; decir esto equivale a afirmar que la materia es perecedera y el movimiento
pasajero. La indestructibilidad del movimiento debe ser comprendida no sólo en el sentido
cuantitativo, sino también en el cualitativo. La materia cuyo mero cambio mecánico de
lugar incluye la posibilidad de transformación, si se dan condiciones favorables, en calor,
electricidad, acción química, vida, pero que es incapaz de producir esas condiciones por sí
misma, esa materia ha sufrido determinado perjuicio en su movimiento. El movimiento
que ha perdido la capacidad de verse transformado en las distintas formas que le son
propias, si bien posee aún dynamis**, no tiene ya energeia***, y por ello se halla
parcialmente destruido. Pero lo uno y lo otro es inconcebible.
En todo caso, es indudable que hubo un tiempo en que la materia de nuestra isla cósmica
convertía en calor una cantidad tan enorme de movimiento —hasta hoy no sabemos de
qué género—, que de él pudieron desarrollarse los sistemas solares pertenecientes (según
Mädler) por lo menos a veinte millones de estrellas y cuya extinción gradual es igualmente
indudable. ¿Cómo se operó esta transformación? Sabemos tan poco como sabe el padre
Secchi si el futuro caput mortuum* de nuestro sistema solar se convertirá de nuevo,
alguna vez, en materia prima para nuevos sistemas solares. Pero aquí nos vemos
obligados a recurrir a la ayuda del creador o a concluir que la materia prima
incandescente que dio origen a los sistemas solares de nuestra isla cósmica se produjo de
forma natural, por transformaciones del movimiento que son inherentes por naturaleza a
la materia en movimiento y cuyas condiciones deben, por consiguiente, ser reproducidas
por la materia, aunque sea después de millones y millones de años, más o menos
accidentalmente, pero con la necesidad que es también inherente a la casualidad.
Ahora es más y más admitida la posibilidad de semejante transformación. Se llega a la
convicción de que el destino final de los cuerpos celestes es de caer unos en otros, y se
calcula incluso la cantidad de calor que debe desarrollarse en tales colisiones. La aparición
repentina de nuevas estrellas y el no menos repentino aumento del brillo de estrellas hace
mucho conocidas —de lo cual nos informa la astronomía—, pueden ser fácilmente
explicados por semejantes colisiones. Además, debe tenerse en cuenta que no sólo
nuestros planetas giran alrededor del Sol y que no sólo nuestro Sol se mueve dentro de
nuestra isla cósmica, sino que toda esta última se mueve en el espacio cósmico,
hallándose en equilibrio temporal relativo con las otras islas cósmicas, pues incluso el
equilibrio relativo de los cuerpos que flotan libremente puede existir únicamente allí donde
el movimiento está recíprocamente condicionado; además, algunos admiten que la
temperatura en el espacio cósmico no es en todas partes la misma. Finalmente, sabemos
que, excepción hecha de una porción infinitesimal, el calor de los innumerables soles de
nuestra isla cósmica desaparece en el espacio cósmico, tratando en vano de elevar su
temperatura aunque nada más sea que en una millonésima de grado centígrado. ¿Qué sé
hace de toda esa enorme cantidad de calor? ¿Se pierde para siempre en su intento de
calentar el espacio cósmico, cesa de existir prácticamente y continúa existiendo sólo
teóricamente en el hecho de que el espacio cósmico se ha calentado en una fracción
decimal de grado, que comienza con diez o más ceros? Esta suposición niega la
indestructibilidad del movimiento; admite la posibilidad de que por la caída sucesiva de los
cuerpos celestes unos sobre otros, todo el movimiento mecánico existente se convertirá
en calor irradiado al espacio cósmico, merced a lo cual, a despecho de toda la
"indestructibilidad de la fuerza", cesaría, en general, todo movimiento. (Por cierto, aquí se
ve cuán poco acertada es la expresión indestructibilidad de la fuerza en lugar de
indestructibilidad del movimiento.) Llegamos así a la conclusión de que el calor irradiado
al espacio cósmico debe, de un modo u otro —llegará un tiempo en que las Ciencias
Naturales se impongan la tarea de averiguarlo—, convertirse en otra forma del
movimiento en la que tenga la posibilidad de concentrarse una vez más y funcionar
activamente. Con ello desaparece el principal obstáculo que hoy existe para el
reconocimiento de la reconversión de los soles extintos en nebulosas incandescentes.
Además, la sucesión eternamente reiterada de los mundos en el tiempo infinito es
únicamente un complemento lógico a la coexistencia de innumerables mundos en el
espacio infinito. Este es un principio cuya necesidad indiscutible se ha visto forzado a
reconocer incluso el cerebro antiteórico del yanqui Draper**.
Este es el ciclo eterno en que se mueve la materia, un ciclo que únicamente cierra su
trayectoria en períodos para los que nuestro año terrestre no puede servir de unidad de
medida, un ciclo en el cual el tiempo de máximo desarrollo, el tiempo de la vida orgánica
y, más aún, el tiempo de vida de los seres conscientes de sí mismos y de la naturaleza, es
tan parcamente medido como el espacio en que la vida y la autoconciencia existen; un
ciclo en el que cada forma finita de existencia de la materia —lo mismo si es un sol que
una nebulosa, un individuo animal o una especie de animales, la combinación o la
disociación química— es igualmente pasajera y en el que no hay nada eterno de no ser la
materia en eterno movimiento y transformación y las leyes según las cuales se mueve y
se transforma. Pero, por más frecuente e inexorablemente que este ciclo se opere en el
tiempo y en el espacio, por más millones de soles y tierras que nazcan y mueran, por más
que puedan tardar en crearse en un sistema solar e incluso en un solo planeta las
condiciones para la vida orgánica, por más innumerables que sean los seres orgánicos que
deban surgir y perecer, antes de que se desarrollen de su medio animales con un cerebro
capaz de pensar y que encuentren por un breve plazo condiciones favorables para su vida,
para ser luego también aniquilados sin piedad, tenemos la certeza de que la materia será
eternamente la misma en todas sus transformaciones, de que ninguno de sus atributos
puede jamás perderse y, que por ello, con la misma necesidad férrea con que ha de
exterminar en la Tierra su creación superior, la mente pensante, ha de volver a crearla en
algún otro sitio y en otro tiempo.
León Trotsky
Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925, ante el Congreso de Mendeleyev,
por Trotsky como presidente del Consejo técnico y científico de la Industria.
Vuestro Congreso se reúne durante los actos de celebración del segundo centenario
de la fundación de la Academia de Ciencias. Las relaciones entre este Congreso y la
Academia se refuerzan todavía más debido al hecho de que la ciencia química rusa no es
de las que menos fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas
alturas la siguiente pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las celebraciones
académicas? Poseen un significado que va mucho más allá de las simples visitas a museos
y teatros o la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos percibir este significado? No sólo
en el hecho de que sabios extranjeros —que han tenido la amabilidad de aceptar nuestra
invitación— hayan podido comprobar que la revolución en vez de destruir las instituciones
científicas las ha desarrollado. Esta evidencia comprobada por los científicos extranjeros
tiene un sentido propio. Pero el significado de las fiestas académicas es mayor y más
profundo. Lo diré de la siguiente forma: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en
las leyes de la Revolución de Octubre, toma posesión triunfalmente a los ojos del mundo
entero de la herencia cultural del pasado.
Puesto que de pasada me he referido a la herencia, debo aclarar el sentido en que
empleo este vocablo para evitar cualquier equívoco. Seríamos culpables de desacato al
futuro, más querido para todos nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato
hacia el pasado, que en muchos aspectos lo merece y profundo, si hablásemos
tontamente de la herencia. No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el
desarrollo de la cultura humana no viene determinado por la simple acumulación. Ha
habido períodos de desarrollo orgánico, y también períodos de riguroso criticismo, de
filtración y de selección. Sería difícil decir cuál de esos períodos ha terminado siendo más
fructífero para el desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una época
de filtración y selección.
La jurisprudencia romana estableció ya en la época de Justiniano la ley de la
herencia inventariada. Respecto a la legislación prejustiniana, según la cual el heredero
tenía derecho a aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las
obligaciones y deudas, la herencia inventariada otorgó al heredero cierta posibilidad de
elección. El Estado revolucionario, en nombre de una nueva clase, es de alguna forma el
heredero inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme que diga
con franqueza que no todos los quince mil volúmenes publicados por la Academia durante
sus dos siglos de existencia figurarán en el inventario del socialismo. Hay dos aspectos, de
mérito igual, a todas luces, en las contribuciones científicas del pasado que, ahora, son
nuestras y nos hacen sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la
adquisición del conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda de las leyes de la evolución
y hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la materia a fin de
dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las cuatro paredes de un
laboratorio o una sala de conferencias. De ningún modo. Ha sido una función de la
sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la naturaleza
para satisfacer sus necesidades, al mismo tiempo que exige una afirmación de su derecho
a ser lo que es, una justificación de sus instituciones particulares; antes que nada, de las
instituciones de dominación de clase, del mismo modo que en el pasado pedía la
justificación de la servidumbre, de los privilegios de clase, de las prerrogativas
monárquicas, de la exceptuación nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la
herencia de las ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selección
inventarial, todo cuanto es inútil para el conocimiento de la naturaleza; y no sólo eso, sino
también todo cuanto justifique la desigualdad de clases y todo tipo de falsedades
históricas.
Todo nuevo orden social no se apropia de la herencia cultural del pasado en su
totalidad, sino según su propia estructura. Así, la sociedad medieval, encorsetada por el
cristianismo, recogió muchos elementos de la filosofía clásica, pero subordinándolos a las
necesidades del régimen feudal y convirtiéndolos en escolástica, esa "criada de la
teología". De manera similar, la sociedad burguesa tomó el cristianismo como parte de la
herencia de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma o a la Contrarreforma. Durante la
época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la
investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el desarrollo de las
fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su relación con la herencia científica y cultural, mantiene
en general, en un grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o de aceptación
pasiva. Podemos decir a este respecto: mientras mayor es la confianza que deposita el
socialismo en las ciencias dedicadas al estudio directo de la naturaleza, mayor es su
desconfianza crítica cuando se aproxima a aquellas ciencias y pseudociencias que están
íntimamente ligadas a la estructura de la sociedad humana, a sus instituciones
económicas, a su Estado, leyes, ética, etc. Estas dos esferas no están separadas, por
cierto, por una muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible
que la herencia en aquellas ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se
ocupan de la "materia" —las ciencias naturales en el sentido amplio de la palabra y la
química por supuesto—, es de un peso incomparablemente mayor.
La necesidad de conocer la naturaleza viene impuesta a los hombres por la necesidad
de subordinar la naturaleza a sí mismos. Cualquier desviación en este terreno de las
relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma, las corrige la
experimentación práctica. Sólo esto libra seriamente a las ciencias naturales, a la
investigación química en particular, de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y
semideliberadas, y contra las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la
investigación social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la justificación de la
sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las "teorías
destructoras". De aquí emana el papel apologético de las ciencias sociales oficiales de la
sociedad burguesa y ésta es la razón por la que sus resultados son de escaso valor.
Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo como una "criada de la teología", sólo
subrepticiamente podía producir resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media.
Como quedó señalado, fue durante el régimen burgués cuando las ciencias naturales
disfrutaron de la posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo
como criada del capitalismo. También es verdad, en gran proporción, por lo que atañe a la
psicología, que une las ciencias sociales con las ciencias naturales; y a la filosofía, que
sistematiza las conclusiones generalizadas de todas las ciencias.
He dicho que la ciencia oficial ha producido poco de valor. Esto se manifiesta muy
bien por la incapacidad de la ciencia burguesa para predecir el mañana. Hemos visto esta
situación en la primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias. Lo hemos
observado también en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa
impotencia de la ciencia social oficial para medir en su justo valor la situación europea,
sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y con la Unión Soviética; en su
incapacidad para sacar conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el valor de la
ciencia reside precisamente en esto: conocer a fin de prever.
La ciencia natural, y la química ocupa uno de los lugares más importantes en este
terreno, constituye, indiscutiblemente, la más valiosa porción de nuestra herencia. Su
Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el orgullo de la
ciencia rusa.
Hay una diferencia en el grado de previsión y de precisión alcanzado por las diversas
ciencias. Pero por la previsión —pasiva, en algunos casos, como en la astronomía, activa
como en la química y en la ingeniería química—, la ciencia es capaz de cortejarse a sí
misma y justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado en
absoluto por la aplicación práctica de su investigación. Mientras mayor sea su alcance,
mientras más audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad en sus operaciones
mentales de las necesidades prácticas diarias, tanto mejor. Pero la ciencia no es una
función de los hombres de ciencia individuales; es una función social. La valorización
social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su capacidad para
incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los
acontecimientos y dominar la naturaleza. La ciencia es un conocimiento que nos dota de
poder. Cuando Leverrier, sobre la base de las "excentricidades" de la órbita de Urano,
dedujo que debía existir un cuerpo celeste desconocido que "perturbaba" el movimiento
de Urano; cuando, sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al
astrónomo alemán Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos
en tal o cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa dirección y descubrió al planeta
llamado Neptuno, en ese momento la mecánica celeste de Newton celebró una gran
victoria.
Esto ocurría en el otoño de 1846. En el año 1848 la revolución se esparció como un
viento huracanado a través de Europa, demostrando su influencia "perturbadora" en los
movimientos de los pueblos y de los Estados. En el período intermedio, entre el
descubrimiento de Neptuno y la revolución de 1848, dos jóvenes eruditos, Marx y Engels,
escribían El Manifiesto Comunista, en el cual no sólo predecían la inevitabilidad de
acontecimientos revolucionarios en un futuro próximo, sino que analizaban por adelantado
sus fuerzas componentes, la lógica de sus movimientos, hasta la victoria inevitable del
proletariado y el establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en
absoluto yuxtaponer este pronóstico con las profecías de la ciencia oficial de los
Hohenzollern, los Románov, Luis Felipe y otros en 1848.
En 1869, Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del
peso atómico, estableció su ley periódica de los elementos. Al peso atómico, como criterio
más estable, Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y características, situó los
elementos en un orden definido y, entonces, a través de este orden, reveló la existencia
de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos elementos. Estos elementos
desconocidos o unidades químicas, como las denominó en cierta ocasión Mendeleyev, de
acuerdo con la lógica de esta "ley" deberían ocupar lugares específicos vacíos en ese
orden. A esta altura, con el gesto autoritario de un investigador que confía en sí mismo,
golpeó a una de las puertas de la naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz
respondió: "¡Presente!". En realidad, tres voces respondieron simultáneamente, pues en
los lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos elementos denominados
posteriormente galio, escandio y germanio.
¡Triunfo maravilloso del pensamiento, analítico y sintético! En Principios de Química,
Mendeleyev caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico creador, comparándolo con
el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es necesario descender al
barranco y fijar soportes en el fondo; sólo se requiere levantar una base en un lado y en
seguida proyectar un arco exactamente trazado, que encontrará apoyo en el lado opuesto.
Algo análogo ocurre con el pensamiento científico. Sólo puede reposar sobre la base
granítica de la experimentación; pero sus generalizaciones, como el arco de un puente,
pueden levantarse sobre el fondo de los hechos a fin de que luego, en otro punto
calculado previamente, pueda encontrar a este último. En esta etapa del pensamiento
científico, cuando una generalización se convierte en predicción y, cuando la predicción es
verificada triunfalmente por la experiencia, en ese momento, el pensamiento humano
disfruta invariablemente su más orgullosa y justificada satisfacción. Así ocurrió en química
con el descubrimiento de nuevos elementos sobre la base de la ley periódica.
La predicción de Mendeleyev, que produjo más tarde una profunda impresión sobre
Federico Engels, fue hecha en el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia de la
Comuna de París en Francia. La actitud de nuestro gran químico hacia este acontecimiento
puede caracterizarse por su hospitalidad general hacia la "latinidad", con sus violencias y
revoluciones. Como todos los pensadores oficiales de las clases dominantes, no sólo de
Rusia y de Europa, sino de todo el mundo, Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál
es la fuerza directora que hay tras de la Comuna de París? No vio que la nueva clase que
crecía en las entrañas de la vieja sociedad se manifestaba allí, ejerciendo en su
movimiento una influencia tan "perturbadora" sobre la órbita de la vieja sociedad como la
que ejercía el planeta desconocido sobre la órbita de Urano. Pero un desterrado alemán,
Carlos Marx, analizó en ese entonces las causas y la mecánica interna de la Comuna de
París, y los rayos de su antorcha científica penetraron en los acontecimientos de nuestro
propio Octubre y los iluminaron.
Desde hace ya mucho tiempo hemos considerado innecesario recurrir a una
sustancia misteriosa, llamada flogisto, para explicar las reacciones químicas. En realidad,
el flogisto no servía sino como generalización para ocultar la ignorancia de los alquimistas.
En el terreno de la fisiología se ha superado ya la etapa en que se sentía la necesidad de
recurrir a una sustancia mística especial, llamada fuerza vital y que era el flogisto de la
materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de química y de física para
explicar los fenómenos fisiológicos. En la esfera de los fenómenos de la conciencia no
necesitamos ya por más tiempo una sustancia denominada alma, que en la filosofía
reaccionaria desempeña el papel del flogisto de los fenómenos psicofísicos. Para nosotros
la psicología, en última instancia, se puede reducir a la fisiología, y, esta última, a la
química, mecánica y física. En la esfera de la ciencia social el alma es mucho más viable
que la teoría del flogisto. Este "flogisto" aparece con diversas vestiduras, ora disfrazado de
"misión histórica", ora de "carácter nacional", ora como la idea incorpórea de "progreso";
ora en forma de sedicente "pensamiento crítico", y así sucesivamente, ad infinitum. En
todos estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los
fenómenos sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino
ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El marxismo rechazó las
esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la fuerza vital o la química
al flogisto.
La esencia del marxismo consiste en eso, en que enfoca a la sociedad
concretamente, como sujeto de investigación objetiva, en que analiza la historia humana
como se haría en un gigantesco registro de laboratorio. El marxismo considera la ideología
como un elemento integral subordinado a la estructura material de la sociedad. El
marxismo examina la estructura de clase de la sociedad como una forma históricamente
condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las
fuerzas productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la
naturaleza circundante, y éstas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa histórica
por la tecnología desarrollada por el hombre, por sus instrumentos y armas, por sus
capacidades y métodos de lucha respecto a la naturaleza. Precisamente esta aproximación
objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión histórica.
Considérese la historia del marxismo aunque sólo sea a escala nacional rusa.
Seguida no desde el punto de vista de nuestras propias simpatías o antipatías políticas,
sino desde el punto de vista de la definición de la ciencia de Mendeleyev: "Conocer para
poder prever y actuar". El período inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la
historia de una lucha por establecer un pronóstico sociohistórico correcto contra los puntos
de vista oficiales, gubernamental y de oposición. En los primeros años, la ideología oficial
existía como una trinidad representada por el absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo;
el liberalismo soñaba de día en una asamblea de zemstvos, es decir, en una monarquía
semiconstitucional, mientras que los narodniki —populistas— combinaban débiles ilusiones
socializantes con ideas económicas reaccionarias. En esa época el pensamiento marxista
predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del capitalismo, sino también la
aparición del proletariado, que desempeñaría un papel histórico independiente, tomando
la hegemonía en la lucha de las masas populares; y que la dictadura del proletariado
arrastraría tras de sí al campesinado.
La diferencia que hay entre el método marxista de análisis social y las teorías contra
las cuales luchó, no es menor que la diferencia que hay entre la ley periódica de
Mendeleyev con todas sus modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de
los alquimistas por otro.
"La causa de la reacción química reside en las propiedades físicas y mecánicas de los
componentes". Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente materialista.
En lugar de recurrir a alguna fuerza supramecánica o suprafísica para explicar sus
fenómenos, la química reduce los procesos químicos a las propiedades mecánicas y físicas
de sus componentes.
La biología y la fisiología se hallan en una relación análoga respecto de la química. La
fisiología científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza vital
supraquímica especial —propuesta por vitalistas y neovitalistas— para explicar los
fenómenos que se desarrollan en su campo. Los procesos fisiológicos son reducibles en
último análisis a procesos químicos, así como estos últimos a procesos mecánicos y
físicos.
La psicología se relaciona en forma análoga con la fisiología. No por nada la fisiología
ha sido llamada la química aplicada de los organismos vivos. Así como no existe ninguna
fuerza fisiológica especial, también es igualmente verdadero que la psicología científica, es
decir, la psicología materialista, no tiene necesidad de una fuerza mística, el alma, para
explicar los fenómenos de su incumbencia, sino que halla que son reducibles en último
análisis a fenómenos fisiológicos. Esta es la escuela del académico Pavlov. Éste considera
lo que se denomina alma como un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas
raíces residen totalmente en los reflejos fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a
través del potente stratum de la química, en el subsuelo de la mecánica y de la física.
Lo mismo puede decirse de la sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es
necesario recurrir a alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo.
La sociedad es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza terrestre
o la ameba. De esta manera, el pensamiento científico con sus métodos corta, como un
diamante, a través de los fenómenos complejos de la ideología social, en el lecho de roca
de la materia, sus elementos componentes, sus átomos, con sus propiedades físicas y
mecánicas.
Naturalmente esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser
reducido directamente a la mecánica y, menos aún, que cada fenómeno social sea
directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de la mecánica.
Puede decirse que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el método de aproximación
continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La química tiene su
manera especial de enfocar a la materia, sus propios métodos de investigación, sus
propias leyes. Lo mismo que sin el conocimiento de que las reacciones químicas son
reducibles, en última instancia, a las propiedades mecánicas de las partículas elementales
de la materia, no hay ni puede haber una filosofía acabada que una todos los fenómenos
en un solo sistema. Por otra parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos
se hallan radicados en la mecánica y en la física, no proporciona en sí la clave de ninguna
reacción química. La química tiene sus propias claves. Se puede elegir entre ellas sólo por
la generalización y la experimentación, a través del laboratorio químico, de hipótesis y
teorías químicas.
Esto es aplicable a todas las ciencias. La química es un poderoso pilar de la fisiología,
con la cual está directamente relacionada a través de los canales de la química orgánica y
fisiológica. Pero la química no es un sustituto de la fisiología: Cada ciencia descansa sobre
las leyes de otras ciencias sólo en última instancia. Pero al mismo tiempo, la separación
de las ciencias unas de otras está determinada, precisamente, por el hecho de que cada
ciencia abarca un campo particular de fenómenos, es decir, un campo de complejas
combinaciones de fenómenos elementales tales que se requiere un enfoque especial, una
técnica de investigación especial, hipótesis y métodos especiales.
Esta idea parece tan incontestable por lo que se refiere a las ciencias matemáticas y
a la historia natural, que insistir en ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con
la ciencia social ocurre algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en
el terreno, por ejemplo, de la fisiología, no avanzarían un paso sin tomar en cuenta
experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones hipotéticas,
últimas verificaciones y otras medidas más, se aproximan a los fenómenos sociales mucho
más audazmente, con la audacia de la ignorancia, como si reconocieran tácitamente que
en esta esfera extremadamente compleja de los fenómenos basta sólo con tener vagas
tendencias, observaciones diarias, tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios
sociales comunes.
La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo a un plan o sistema dispuesto
previamente, sino empíricamente, a través de un largo, complicado y contradictorio
batallar de la especie humana por la existencia, y, luego, por conseguir un dominio cada
vez mayor de la naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo
de esto y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo, fraccionario, en forma, por
decirlo así, de reflejos sociales condicionados que, en última instancia, son reducibles a las
necesidades de la lucha del hombre contra la naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que
gobiernan el desarrollo de la sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos o
sobre la base de lo que se llama opinión pública, etc., equivale casi a formarse un juicio
sobre la estructura anatómica y fisiológica de un lagarto en función de sus sensaciones
cuando se halla calentándose al sol o cuando sale arrastrándose de una grieta húmeda. Es
bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de un lagarto y su
estructura orgánica. Pero este lazo es objeto de investigación por medio de métodos
objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser de lo más subjetivo en los
juicios sobre la estructura y las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana
en términos de lo que se da en llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideología
contradictoria, desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas
comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de que la ideología social se halla,
después de todo, en un plano más alto que la sensación de un lagarto. Todo ello depende
de la manera en que se aborde la cuestión. En mi opinión, no hay nada paradójico en
afirmar que de las sensaciones de un lagarto se podría, si fuera posible enfocarlas
debidamente, sacar conclusiones mucho más directas por lo que concierne a la estructura
y la función de sus órganos que en lo que concierne a la estructura de la sociedad y su
dinámica a partir de tales reflexiones ideológicas como, por ejemplo, los credos religiosos,
que ocuparon y aún continúan ocupando un lugar tan destacado en la vida de la sociedad
humana; o a partir de los códigos contradictorios e hipócritas de la moralidad oficial; o
finalmente, por las concepciones filosóficas idealistas que a fin de explicar los procesos
orgánicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la responsabilidad en
una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las cualidades de impenetrabilidad
y eternidad.
La reacción de Mendeleyev a los problemas de la reorganización social fue hostil y
aun despreciativa. Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado de esta
tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que surgiría por medio
de las ciencias positivas y sobre todo de la química, que revelaría todos los secretos de la
naturaleza. Es interesante yuxtaponer este punto de vista al de nuestro notable fisiólogo
Pavlov, que opina que las guerras y las revoluciones son algo accidental, resultado de la
ignorancia del pueblo y que piensa que sólo un profundo conocimiento de la "naturaleza
humana" eliminará tanto las guerras como las revoluciones.
Puede colocarse a Darwin en la misma categoría. Este biólogo altamente dotado
demostró cómo una acumulación de pequeñas variaciones cuantitativas produce una
"cualidad" biológica enteramente nueva y, con esta prueba, explicó el origen de las
especies. Sin tener conciencia de ello, aplicó de este modo el método del materialismo
dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Aunque Darwin no conocía esta filosofía, aplicó
brillantemente la ley hegeliana de la transformación de cantidad en calidad. Al mismo
tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo Darwin, para no mencionar a los
darwinistas, tentativas profundamente ingenuas y anticientíficas para aplicar las
conclusiones de la biología a la sociedad. Interpretar los antagonismos sociales como una
"variedad" de la lucha biológica por la existencia, es como buscar sólo mecánica en la
fisiología de la cópula.
En cada uno de estos casos observamos un único e idéntico error fundamental: los
métodos y logros de la química o de la fisiología, violando todos los métodos científicos,
son transplantados al estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría aplicar
sin modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos al de las moléculas,
regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen una posición completamente
diferente hacia la sociología. Muy a menudo desdeñan la estructura históricamente
condicionada de la sociedad en beneficio de la estructura anatómica de las cosas, la
estructura fisiológica de los reflejos, la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la
vida de la sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos
lados de procesos químicos, representa, en sí misma y en última instancia, una
combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad está constituida por seres
humanos cuyo mecanismo fisiológico se puede reducir a un sistema de reflejos. Pero la
vida social no es un proceso químico ni fisiológico, sino un proceso social conformado por
leyes propias, sujetas a su vez a un análisis sociológico objetivo cuyo análisis debería ser:
conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la sociedad.
En sus comentarios a los Principios de Química, Mendeleyev dice: "Hay dos fines
básicos o positivos en el estudio científico de los objetos: el de la predicción y el de la
utilidad... El triunfo de las previsiones científicas tendría poco significado si no condujeran,
en última instancia, a una utilidad directa y general: la previsión científica basada en el
conocimiento dota al poderío humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la
esencia de las cosas por el canal deseado". Y más adelante añade con cautela: "Las ideas
religiosas y filosóficas han prosperado y desarrollado durante millares de años; pero, las
ideas que rigen las ciencias exactas capaces de predecir, se han producido sólo durante
unos pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han transcurrido
todavía dos siglos desde que la química forma parte de esas ciencias. Ante nosotros hay
muchas cosas por deducir de ellas por lo que concierne a predicción y utilidad."
Estas palabras llenas de cautelas, "sugestivas", son notables en labios de
Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra la religión y la filosofía
especulativa, a las que compara con la ciencia. Según dice, las ideas religiosas han
prevalecido durante miles de años y son escasos los beneficios que de ello ha sacado la
humanidad; con vuestros ojos, en cambio, podéis ver la contribución de la ciencia en un
breve período de tiempo y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje
anterior incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres más
pequeños en la página 405 de Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era un hombre
cauteloso y rehuía cualquier querella con la opinión pública!
La química es una escuela de pensamiento revolucionario, y no precisamente por la
existencia de una química de explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios.
Sobre todo, porque la química es la ciencia de la transmutación de los elementos, es
enemiga de todo pensamiento conservador o absoluto que esté encerrado en categorías
inmóviles.
Resulta instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presión de la
opinión pública conservadora, defienda el principio de estabilidad e inmutabilidad en los
grandes procesos de la transformación química. Este gran hombre de ciencia insistió,
incluso con terquedad, en el tema de la inmutabilidad de los elementos químicos y en la
imposibilidad de su transmutación en otros. Necesitaba encontrar bases sólidas de apoyo.
Decía: "Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iván Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su
propia individualidad, lo mismo ocurre con los elementos".
Mendeleyev atacó más de una vez la dialéctica, menospreciándola. Pero no entendía
por dialéctica la de Hegel o Marx, sino el arte superficial de jugar con las ideas, que es
mitad sofisma mitad escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales
de pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es la
transformación de cantidad en calidad. La química hunde sus raíces más profundas y
esenciales en esta ley. Toda la ley periódica de Mendeleyev se basa en ella, al deducir
diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias cuantitativas de sus pesos
atómicos. Engels vio la importancia del descubrimiento de los nuevos elementos de
Mendeleyev desde este punto de vista precisamente. En el ensayo El carácter general de
la dialéctica corno ciencia, escribía:
"Mendeleyev demostró que en una serie de elementos relacionados, ordenados por
sus pesos atómicos, hay algunas lagunas que indican la existencia de elementos no
descubiertos hasta ahora. Describió con anterioridad las propiedades químicas generales
de cada uno de estos elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus
pesos, relativo y atómico, y su lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma
inconsciente la ley hegeliana de la conversión de la cantidad en calidad, descubrió un
hecho científico que por su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta
desconocido Neptuno por Leverrier calculando su órbita".
Aunque posteriormente modificada, la lógica de la ley periódica demostró ser más
poderosa que los límites conservadores en que quiso encerrarla su creador. El parentesco
de los elementos y su metamorfosis mutua pueden considerarse empíricamente
comprobados desde el momento en que fue posible dividir el átomo en sus componentes
con la ayuda de los elementos radiactivos. ¡En la ley periódica de Mendeleyev, en la
química de los elementos radiactivos, la dialéctica celebra su propia victoria deslumbrante!
Mendeleyev no poseía un sistema filosófico acabado. Quizá ni siquiera tuvo deseos
de tenerlo, pues le habría enfrentado, inevitablemente, con sus propias costumbres y
simpatías conservadoras.
En Mendeleyev podemos ver un dualismo en aspectos básicos del conocimiento.
Podría parecer que se orientaba hacia el "agnosticismo", cuando declaraba que la
"esencia" de la materia permanecería siempre más allá del alcance de nuestro
conocimiento, por ser ajena a nuestro espíritu y conocimiento. Pero, casi al mismo tiempo,
nos da una fórmula notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el
agnosticismo. En la nota citada, Mendeleyev dice: "Acumulando de forma gradual su
conocimiento sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar,
también en función del grado en que lo hace, predicciones más o menos precisas,
comprobables por los hechos, y no se divisa un límite al conocimiento del hombre y su
dominio de la materia." Resulta evidente que si en sí mismo no hay límites para el
conocimiento, ni en el poder del hombre sobre la materia, tampoco hay una "esencia"
imposible de conocer. El conocimiento que nos dota de la capacidad de predecir todos los
cambios posibles de la materia, y del poder necesario para producir estos cambios, agota
de modo efectivo la esencia de la materia. La llamada "esencia" incognoscible de la
materia no es entonces sino una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto
de la materia. Es un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la materia
desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definición que dice
que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso. Evidentemente, si llegamos
a conocer el metal precioso de los fenómenos y conseguimos darle forma, podemos
permanecer indiferentes respecto al "agujero" de la sustancia; y hacemos de ello un
divertido presente a los filósofos y teólogos arcaicos.
Pese a sus concesiones verbales al agnosticismo —"esencia incognoscible"—,
Mendeleyev es, aunque inconsciente, un dialéctico materialista en sus métodos y en sus
realizaciones en el terreno de la ciencia natural, especialmente en la química. Pero su
materialismo aparece ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que protegía su
pensamiento científico de conflictos demasiado agudos con la ideología oficial. Lo cual no
significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparazón conservador para sus
métodos, él mismo estaba atado a la ideología oficial y, por eso, sentía una aprensión
íntima a tocar el filo de navaja del materialismo dialéctico. No ocurre lo mismo en la
esfera de las relaciones sociológicas. La urdimbre de la filosofía social de Mendeleyev era
de índole conservadora, pero, de cuando en cuando, entre sus hilos, teje notables
conjeturas materialistas por su esencia y revolucionarias por su tendencia. Pero, al lado
de estas conjeturas, hay errores de bulto, y ¡qué errores!
Sólo señalaré dos. Mendeleyev, rechazando todos los planes o pretensiones de
reorganización social por utópicos y "latinistas", imaginaba un futuro mejor sólo a través
del desarrollo de la tecnología científica. Tenía una utopía propia. Según él, habría días
mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del mundo pusieran en práctica la
necesidad de ser fuertes y llegaran entre sí al acuerdo de eliminar las guerras, las
revoluciones y los principios utópicos de anarquistas, comunistas y otros puños belicosos,
incapaces de comprender la evolución progresiva que se realiza en toda la humanidad. En
las Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos, podía percibirse la aurora de esta
concordia universal. Esos ejemplos son los errores más graves de este gran hombre. La
historia sometió la utopía social de Mendeleyev a una prueba rigurosa. De las
Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra ruso-japonesa, la guerra de los
Balcanes, la gran matanza imperialista de las naciones y una aguda decadencia de la
economía europea; y, de la Conferencia de Marruecos, brotó la repugnante carnicería de
Marruecos, que recientemente ha sido completada bajo la bandera de la defensa de la
civilización europea. Mendeleyev no vio la lógica interna de los sucesos sociales, o mejor
dicho, la dialéctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de prever las
secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la previsión reside sobre todo
el interés. Si releéis lo que escribieron los marxistas sobre la Conferencia de La Haya en
aquellos días, os convenceréis fácilmente de que los marxistas previeron correctamente
sus consecuencias. Por eso, en el momento más crítico de la historia demostraron tener
puños belicosos. Y, de hecho, no hay por qué lamentar que la clase que se levanta en la
historia, armada de una teoría correcta del conocimiento y de la previsión social,
demuestre finalmente que estaba armada de un puño suficientemente belicoso para
inaugurar una nueva época de desarrollo humano.
Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribió:
"Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética general bajo el
‘socialismo de Estado’". ¿Eran fundados sus temores? Hoy día, los estudiosos más
avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las vastas posibilidades que
para el desarrollo del pensamiento científico y técnico-científico ofrece el hecho de que
este pensamiento esté, por decirlo de alguna forma, racionalizado, emancipado de las
luchas internas de la propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de
los poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de las
naciones como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos que ahora
establece el Estado es sólo un síntoma material, a escala reducida, de las posibilidades
ilimitadas que se derivan de ello.
No cito estos errores para estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La
historia ha dictaminado su fallo sobre los principales puntos de la controversia y no hay
motivo para reiniciarla. Pero permítaseme añadir que los mayores errores de este gran
hombre contienen una importante lección para los estudiosos. Desde el campo de la
química solamente no hay salidas directas ni inmediatas para las perspectivas sociales. Es
preciso el método objetivo de la ciencia social. Este es el método del marxismo.
Si un marxista intentase convertir la teoría de Marx en una llave maestra universal e
ignorar las demás esferas del conocimiento, Vladímir Ilich le habría insultado con el
expresivo vocablo de komchvantsvo —comunista fanfarrón—. Lo cual, en este caso
específico, significaría: el comunismo no es un sustitutivo de la química. Pero el teorema
inverso también es verdadero. El intento de descartar el marxismo, en base a que la
química, o las ciencias naturales en general, pueden resolver todos los problemas, no es
más que una "fanfarronería química" específica, que, por lo que a la teoría se refiere, no
es menos errónea y, por lo que a los hechos afecta, no es menos pretencioso que la
fanfarronada comunista.
Mendeleyev no aplicó el método científico al estudio de la sociedad y su desarrollo.
Como escrupuloso investigador que era, se verificaba una vez y otra a sí mismo antes de
permitir que su imaginación creadora diera un salto al plano de las generalizaciones.
Mendeleyev siguió siendo un empirista en los problemas político-sociales, combinando las
conjeturas con una visión heredada del pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue
realmente de Mendeleyev cuando se relacionó directamente con los intereses científicos
industriales del gran hombre de ciencia.
El espíritu de la filosofía de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo
técnico-científico. Mendeleyev orientó ese optimismo, que coincidía con la línea de
desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales, contra los
seguidores de Tolstói y, en general, contra todo retroceso económico. Mendeleyev
confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza. De ahí su aversión al
maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev. En todos sus escritos, bien los de ciencia
pura, bien los de divulgación sociológica, bien los de química aplicada, lo resalta.
Mendeleyev saludó con efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa,
1,5%, fuese mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la población
mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos años no lo
preocuparon, escribiendo: "No sólo 10.000 millones, sino una población muchas veces
mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante la aplicación del trabajo, sino
también por el persistente incentivo que rige el conocimiento. El temor a que falte
alimento es, en mi opinión, un puro disparate, siempre que se garantice la comunión
activa y pacífica de las masas populares".
Nuestro gran químico y optimista industrial habría escuchado con poca simpatía las
recientes declaraciones del profesor inglés Keynes, que, durante los festejos académicos,
nos dijo que deberíamos preocuparnos por limitar el aumento de la población. Dimitri
Ivanovich la habría contestado con su vieja observación: "¿quieren los nuevos Malthus
detener este crecimiento? En mi opinión, cuantos más haya tanto mejor."
La agudeza sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo
de fórmulas deliberadamente simplificadas.
Desde ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran
fetiche del idealismo conservador, el denominado carácter nacional. Escribió: "En
cualquier parte donde la agricultura predomine en sus formas primitivas, una nación es
incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: sólo podrá trabajar de
manera arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las
costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma, de
frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez acompañada por
extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se ha
desarrollado la industria fabril a gran escala, puede verse que, además de la agricultura
esporádica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las fábricas: ahí se consigue
entonces una apreciación justa del trabajo, y así sucesivamente". En estas líneas es
importante la consideración del carácter nacional no como elemento primordial fijo, creado
de una vez por todas, sino como producto de condiciones históricas y, dicho con mayor
precisión, de las formas sociales de producción. Este, aunque sea parcial sólo, es un
acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Mendeleyev considera el desarrollo de la industria como el instrumento de la
reeducación nacional, la elaboración de un carácter nacional nuevo, más equilibrado, más
disciplinado y más autorregulado. Si comparamos el carácter de los movimientos
campesinos revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del
proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicción de Mendeleyev queda iluminada
con suficiente nitidez.
Nuestro industrioso optimista empleaba igual lucidez al hablar de la eliminación de
las contradicciones entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscribiría sus
opiniones al respecto. Mendeleyev escribió: "El pueblo ruso ha comenzado a emigrar a las
ciudades en masa... En mi opinión es un disparate total luchar contra este desarrollo; el
proceso se terminará sólo cuando la ciudad por una parte se extienda de tal modo que
incluya más partes, jardines, etc.; es decir, cuando la finalidad de las ciudades no sea sólo
hacer la vida lo más saludable que se pueda, sino cuando provea también de espacios
abiertos suficientes no sólo para los juegos de los niños y el deporte, sino para toda clase
de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas, etc., la población no
urbana se extienda de tal forma que exija la construcción de casas de varios pisos, lo cual
creará la necesidad de servicios de aguas, de alumbrado público y otras comodidades de
la ciudad. En el transcurso del tiempo, todo esto conducirá a que toda área agrícola
(poblada con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con las casas
separadas por las huertas y los campos necesarios para la producción de alimentos y con
plantas industriales para la manufactura y la modificación de estos productos".
Mendeleyev ofrece aquí un testimonio convincente en favor de las viejas tesis
socialistas: la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no
plantea en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma social de la economía. Cree
que el capitalismo conducirá automáticamente a la nivelación de las condiciones urbanas y
rurales mediante la introducción de formas de habitación más elevadas, más higiénicas y
culturales. Ahí radica el error de Mendeleyev. El caso de Inglaterra, a la que Mendeleyev
se refería con esa esperanza, lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra
eliminase las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se había
metido en un callejón sin salida. El paro corroe su economía. Los dirigentes de la industria
inglesa proponen la emigración, la eliminación de la superpoblación para salvar la
sociedad. Incluso el economista más "progresista", el señor Keynes, nos decía el otro día
que la salvación de la economía inglesa está en el maltusianismo... También para
Inglaterra el camino para resolver las contradicciones entre la ciudad y el campo es el
socialismo.
Hay otra conjetura o intuición formulada por nuestro industrioso optimista. En su
último libro, Mendeleyev escribía: "Tras la época industrial vendrá probablemente una
época más compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará
especialmente por una extremada simplificación de los métodos para la obtención de
alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta extremada
simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes décadas".
Palabras notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas contra la
realización de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera, estas palabras esbozan las
perspectivas técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas productivas
que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos de la obtención de
alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría claramente la oportunidad de reducir
al mínimo los elementos de coerción en la estructura social. Con la eliminación de la
voracidad completamente inútil en las relaciones sociales, las formas de trabajo y de
distribución tendrán un carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo
no será precisa una revolución, puesto que la transición depende por completo del
progreso técnico de la sociedad.
El optimismo industrial de Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los
temas y problemas prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura encontramos su
pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas económicos. En una
de sus disertaciones, dedicada al problema de la disolución del alcohol con agua, de gran
importancia económica hoy todavía, inventó una pólvora sin humo para las necesidades
de la defensa nacional. Personalmente se ocupó de realizar un cuidadoso estudio del
petróleo, y en dos direcciones, una puramente teórica, el origen del petróleo, y otra
práctica, sobre los usos técnico-industriales. Hay que tener presente a esta altura que
Mendeleyev protestó siempre contra el uso del petróleo sólo como simple combustible: "La
calefacción se puede hacer con billetes de banco", exclamaba nuestro gran químico.
Proteccionista convencido, participó de forma destacada en la elaboración de políticas o
sistemas de aranceles y escribió su Política sensible del arancel, de la cual no pocas
sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista del
proteccionismo socialista.
Los problemas de las vías marítimas del norte despertaron su interés poco antes de
su muerte. Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que resolvieran el
problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se derivarían importantes rutas
comerciales. "Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros minerales, nuestra propia
América. Sería feliz si muriera en el Polo, porque allí uno al menos no se pudre". Estas
palabras tienen un tono muy contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre
la muerte, pensaba sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba
ocasionalmente con morir en una atmósfera de eterno frío.
Nunca se cansaba de repetir que la meta del conocimiento era la "utilidad". En otras
palabras, abordaba la ciencia desde la óptica del utilitarismo. Al tiempo, como sabemos,
insistía en el papel creador de la búsqueda desinteresada del conocimiento. ¿Por qué se
iba a interesar alguien en particular en abrir rutas comerciales por vías indirectas para
llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es un problema de investigación desinteresada
capaz de excitar pasiones deportivas de investigación científica. ¿No hay aquí una
contradicción entre esto y la afirmación de que el objetivo de la ciencia es la "utilidad"? En
modo alguno. La ciencia cumple una función social, no individual. Desde el punto de vista
histórico social es utilitaria. Lo cual no significa que cada científico aborde los problemas
de investigación desde una óptica utilitaria. ¡No! La mayoría de las veces los estudiosos
están impulsados por su pasión de conocer, y cuanto más significativo sea el
descubrimiento de un hombre, menos puede prever con antelación, por regla general, sus
aplicaciones prácticas posibles. La pasión desinteresada de un científico no está en
contradicción con el significado utilitario de cada ciencia más de lo que pueda estar en
contradicción el sacrificio personal de un luchador revolucionario con la finalidad utilitaria
de aquellas necesidades de clase a las que sirve.
Mendeleyev podía combinar perfectamente su pasión por el conoci-miento con la
preocupación constante por elevar el poder técnico de la humanidad. De ahí que las dos
alas de este Congreso, los representantes de las ramas teórica y aplicada de la química,
están con igual derecho bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva
generación de hombres de ciencia en el espíritu de esta coordinación armónica de la
investigación científica pura con las tareas industriales. La fe de Mendeleyev en las
ilimitadas posibilidades del conocimiento, la predicción y el dominio de la materia, debe
convertirse en el credo científico de los químicos de la patria socialista. El fisiólogo alemán
Du Bois Reymond consideraba el pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en la
escena de la lucha de clases y lo definía con el lema ¡Ignoramus et ignorabimus!
Es decir, ¡nunca conocemos ni conoceremos! El pensamiento científico, uniendo su
suerte a la de la clase en ascenso, repite: ¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el
conocimiento consciente. ¡Alcanzaremos todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos
todo!
Materialismo dialéctico y ciencia
Teoría del caos, Relatividad y Mecánica Cuántica
Introducción
A. Materialismo dialéctico: el método del marxismo.
B. El contexto del surgimiento del método marxista.
C. Engels y el método del marxismo.
¿Qué hay detrás del intento de separación entre el método del marxismo y el
marxismo?
I. Movimiento, materia y teoría del conocimiento
A. Movimiento único absoluto en la naturaleza.
B. Consideraciones sobre el concepto de materia y teoría del conocimiento.
II. La teoría de la relatividad y el materialismo dialéctico
Introducción.
A. Teoría especial de la relatividad (unidad dialéctica materia y energía).
B. Teoría general de la relatividad (unidad dialéctica materia, espacio y tiempo).
C. Teoría de la relatividad. ¿Materialismo o idealismo?
III. Teoría del caos y materialismo dialéctico
Introducción.
A. Teoría del caos: susceptibilidad a las condiciones iniciales. Necesidad y accidente.
B. El caos que nace del orden: Atractores extraños.
C. El orden del caos: Fractalidad (atractores extraños).
D. El orden que nace del caos: Ventanas de orden.
E. La creatividad del caos: La objetividad progresiva del tiempo.
IV. Mecánica cuántica y dialéctica
Introducción.
A. MECÁNICA CUÁNTICA ESTÁNDAR
1. Los saltos cuánticos o saltos dialécticos en la mecánica cuántica.
2. El campo magnético y el espectro electromagnético: unidad y lucha de
contrarios y negación de la negación.
3. Dualidad onda partícula o unidad de contrarios.
4. El ‘Principio de incertidumbre’.
B. FÍSICA CUÁNTICA RELATIVISTA
1. Unidad y lucha de contrarios, negación de la negación y saltos cualitativos.
2. Materia y antimateria, unidad de contrarios.
3. Las partículas elementales y el desarrollo del universo: unidad dialéctica de
lo finito y lo infinito.
Conclusiones
A. Los saltos cualitativos.
B. Unidad y lucha de contrarios.
C. Negación de la negación.
INTRODUCCIÓN
El marxismo como todas las expresiones ideológicas es, en última instancia, producto del
desarrollo de las fuerzas productivas y expresión de la lucha de clases. En la época del
nacimiento del marxismo, la visión mecanicista de la naturaleza empezaba a ser superada
por el desarrollo de la ciencia, que mostraba ya su relación recíproca rebasando el método
puramente analítico, que concibe los procesos de manera aislada como mariposas pegadas
en la pared de un coleccionista. Parecía que se regresaba a la visión dialéctica de la
filosofía griega, sólo que a un nivel cualitativamente superior en virtud de la cantidad de
datos concretos verificados científicamente (la teoría del caos y la reacción cada vez mayor
de la comunidad científica en contra de la sectarización y reductivismo del conocimiento es,
como veremos en su momento, un reconocimiento tardío de este planteamiento).
Como Engels menciona en varios de sus escritos (Anti-Dühring, El fin de la filosofía
clásica alemana, y Dialéctica de la naturaleza). A principios del siglo XIX, en el terreno de
la geología, Lyell rompió con la visión estática de la superficie terrestre, abriendo, al mismo
tiempo, las premisas de la adaptación y evolución de las especies. En Física, Joule
determina el equivalente del calor en fuerza mecánica, mostrando la vinculación de las
fuerzas físicas, su transformación mutua; su mediación universal como diría Hegel. Ahora
las fuerzas físicas ya no estaban separadas por una muralla china, sino que en
determinadas circunstancias, la fuerza mecánica se transforma en calor, el calor en luz, la
luz en electricidad, la electricidad en magnetismo, etc. En Biología el descubrimiento de la
"unidad básica de los organismos": la célula, significó el rompimiento de las especies
supuestamente fijas creadas por separado y sin más relación que la armonía
preestablecida. Darwin propuso una valiente teoría que rompía con la historia del Génesis y
situaba a las especies en un proceso de transformación en relación dialéctica con el
ambiente. Por otro lado en el terreno social en 1831, ocurrió en Lyón la primera
sublevación obrera, Europa entera se encontraba al borde de una proceso revolucionario
que estalló en 1848; el desarrollo de la industria había puesto de relieve la relación del
avance tecnológico con las transformación de las relaciones sociales y todas las
contradicciones estudiadas por Marx en El Capital.
Es dentro de este marco histórico como el marxismo se nos aparece: no como el
producto fortuito de un genio, aunque por supuesto esta teoría solo podía surgir, en la
forma magistral en que se nos legó, de la mente de un genio —ese recurso tan recurrido
por los románticos ante su incapacidad de explicar el proceso histórico— , no como una
teoría que bien podía haber aparecido en tiempos de Nabucodonosor, si en esos tiempos
los hombres hubieran sido tan inteligentes, sino como una teoría hija de su tiempo: que es
revolucionaria por su propia esencia, que no solamente trata de comprender al mundo por
una necesidad puramente teórica o escolástica, sino fundamentalmente comprenderlo para
transformarlo.
"La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica" decía Engels. Es intención de este
texto mostrar cómo los últimos descubrimientos y teorías científicas demuestran el hecho
de que la naturaleza se desarrolla en última instancia de manera dialéctica —confirmando
la afirmación de Engels—, y la importancia para la ciencia y el mundo contemporáneo de
esta forma de enfocar los procesos. Las nuevas ideas como la teoría del caos parecen
señalar que estamos al borde de una verdadera revolución científica. Como diría Tomas
Khunn, parece que el período de ciencia normal está al borde de una nueva era que abrirá
nuevos paradigmas y someterá a los antiguos, sobre todo al viejo método metafísico de
pensar (el cacareado positivismo), a una negación dialéctica. La teoría de Einstein de la
relatividad, la física cuántica, la nueva versión de la teoría de la evolución de Darwin,
desarrollada por el recientemente desaparecido Jay Gould, conocida como equilibrio
puntuado, la teoría del caos y la complejidad desarrollada por Benoit Mandelbrot, Lorenz, y
otros; los recientes descubrimientos sobre el genoma humano, entre muchos otros, son
muy llamativos por su similitud con la filosofía dialéctica. También llama la atención el que,
a excepción de Jay Gould, quien reconoció abiertamente la similitud de su teoría con el
materialismo dialéctico, todos estos descubrimientos y teorías, que apoyan conclusiones
dialécticas, se hayan desarrollado al margen de la filosofía dialéctica. Lo cual, en nuestra
opinión, es una muestra de que la concepción dialéctica es algo más que una mera
especulación y de que la dialéctica objetiva (la dialéctica de la naturaleza y la sociedad) es
la mejor prueba de su expresión teórica desarrollada (dialéctica subjetiva), sistematizada
por primera vez por Hegel y aplicada científicamente por Marx.
Por último, es importante señalar que el que nos basemos en las obras de Engels para
un trabajo sobre marxismo y ciencia no requiere mayor justificación. Las afirmaciones de
algunos académicos en el sentido de que el "materialismo dialéctico" es obra de Engels y
no de Marx y que, por lo tanto, el Materialismo dialéctico no es una parte integrante del
marxismo, no tienen ni pies ni cabeza y no resisten una crítica seria5. Marx tuvo la
intención de escribir una obra especial sobre el tema pero sus actividades como
revolucionario y el trabajo agotador de su obra cumbre lo impidieron6; fue a Engels, sobre
todo en su obra inconclusa Dialéctica de la naturaleza, a quien correspondió esta tarea que
no pudo, lamentablemente, concluir. Entre estos dos grandes revolucionarios hubo una
especie de "división del trabajo" dentro de una labor conjunta, a saber, la preparación
teórica de un método de análisis para transformar el mundo. Muchas de las obras clásicas
del marxismo fueron elaboradas en conjunto por Marx y Engels; es el caso de obras tan
tempranas como La sagrada familia y La ideología alemana. Uno de los textos más
trascendentales de la historia El Manifiesto Comunista se basó en un borrador de Engels;
incluso los tres tomos de El Capital, la obra cumbre del marxismo, pueden ser considerados
como obra conjunta. Es sabido que Marx consultaba a Engels en todos los problemas
teóricos, que sometió a su crítica todos los capítulos del primer tomo y que los dos tomos
siguientes no son sólo la recopilación de los borradores de Marx, sino la reconstrucción, en
base a los borradores, de esta parte imprescindible de El Capital hecha por Engels. Pero no
sólo eso, las bases del materialismo dialéctico y su aplicación se encuentran en toda la
obra de Marx, en sus trabajos filosóficos, históricos y económicos se encuentra su visión
del mundo. Si Marx no escribió una Lógica con mayúsculas sí escribió El Capital. Todas las
categorías de la dialéctica se encuentran en esta obra; de hecho la obra es imposible de
concebir sin método dialéctico. Una de las obras principales de Engels en que se expone el
materialismo dialéctico en relación con la ciencia (Anti-Dühring) no sólo la conoció Marx
sino, que además escribió uno de sus capítulos; El fin de la filosofía clásica alemana no es
más que la esencia resumida del Anti-Dühring. Marx, como sabemos por su
correspondencia, conoció y aprobó el plan de la obra Dialéctica de la naturaleza7; por lo
tanto la pregunta correcta no es "en dónde Marx expone su método dialéctico", sino "en
dónde Marx no expone su método dialéctico".
Quizá algunos preferirían una obra en que se les proporcionara como papilla una teoría
dialéctica acabada y lista para sacarse del bolsillo en los momentos adecuados, al estilo de
los manuales estalinistas; pero Marx partía de la premisa de que escribió para seres que
además de leer, saben pensar y que su método era para analizar el mundo, no un recetario
de verdades eternas. El marxismo pasó a la historia bajo el nombre de Marx porque el
mismo Engels, en el marco de la vida y obra maravillosa de estos dos grandes amigos y en
su lucha por crear una organización internacional de los trabajadores —base de su
profunda amistad y trabajo conjunto— rebajó conscientemente su papel y afirmó que en la
teoría marxista a él le correspondió "tocar el segundo violín".
Si Marx conoció y participó en una obra en donde se expone claramente la visión
dialéctica del mundo, Anti-Dühring, sin hacer mayor aclaración o comentario, sólo significa
que no había diferencias en este punto entre Engels y Marx. Tanto Marx como Engels
siempre fueron inflexibles en las cuestiones de principio; toda su obra es una constante,
concienzuda e implacable polémica con ideas que consideraban reaccionarias (en el terreno
filosófico, económico, político y social); sólo basta conocer aunque sea superficialmente la
vida y la obra de Marx para estar seguro que, de haber habido cualquier diferencia en este
punto, se habría dado una dura polémica. Para estos dos revolucionarios, las cuestiones
políticas y de principio estaban por encima de cualquier consideración individual, inclusive
su amistad (al mismo tiempo, esta postura es la base de su amistad).
Es claro que cada cual es libre de aceptar o rechazar el método de Marx. La inmensa
mayoría de las obras de los clásicos del marxismo (Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa
Luxemburgo) son obras polémicas que están a años luz del dogmatismo estalinista
(dogmatismo que es correctamente condenable, pero que es incorrectamente identificado
con el marxismo); para el marxismo la crítica de la teoría y su corrección, su no
dogmatismo —por un lado frente al desarrollo de las ciencias y por otro frente al
movimiento social— tiene un interés no sólo académico, sino práctico. Pero estamos
convencidos de que una crítica seria de dicho método, no puede tener como premisas la
tergiversación y la ignorancia. No somos tan ingenuos como para no percatarnos de que el
intento de separar la dialéctica de la obra de Marx, no es un hecho fortuito ni de interés
puramente académico o escolástico, es sólo el frente ideológico de la campaña sin
precedentes, basada en tergiversaciones, contra el marxismo después de la caída del
estalinismo; caída que, por cierto, fue prevista y explicada desde la óptica marxista, con
más de cincuenta años de adelanto, por León Trotsky. El trasfondo de este intento es
hacerle creer a las clases oprimidas que el sistema capitalista es eterno y que no vale la
pena luchar por derribarlo. Más que la ignorancia (que juega un papel importante), es el
intento consciente, según la inigualable frase de Trotsky, "de cortarle las barbas a Marx",
es decir, en convertir la teoría de Marx y Engels en algo inofensivo, muerto, sin vida; en
suprimir la esencia revolucionaria de Marx al suprimir el movimiento y el cambio
revolucionario que son su conclusión teórica y práctica; se trata, en fin, de hacer de Marx
un "Marx analítico", es decir, un vulgar positivista sin conexión con las masas y con la
práctica revolucionaria8.
Es evidente que todos aquellos que basan sus privilegios en la renta, el interés y el
beneficio, no pueden reconciliarse con una teoría que explica que el sistema social del que
obtienen sus privilegios debe ser reemplazado por el control democrático de las fuerzas
productivas por los trabajadores, si es que la humanidad no se ha de hundir en la barbarie.
Son conscientes, y en ello tienen razón, de que el marxismo es un arma revolucionaria
que, en un período de inestabilidad, de revoluciones y contrarrevoluciones como el actual,
puede volver a ejercer una influencia de masas; no es sorprendente, pues, que le teman
como a la peste y lo traten de sepultar bajo una "montaña de perros muertos" arrojados
por sus acribas y sus políticos. Estamos convencidos de que la marea de la lucha de clases
vuelve a soplar a favor de la teoría marxista —viento fresco que ya empieza a derribar la
mitad de la "montaña"— como lo atestiguan los procesos abiertamente revolucionarios en
América Latina y huelgas generales, sin precedentes desde los últimos veinte años, en
Europa, incluso en países que eran supuestos modelos de estabilidad capitalista (Bélgica,
Grecia, Italia, Francia, España, ...). Procesos que son indicadores de que los trabajadores
intentarán una y otra vez "tomar el cielo por asalto"; la reciente reedición por editoriales
comerciales de literatura marxista es un ejemplo menor; y finalmente, pero no menos
importante, el hecho de que el margen de maniobra de todos los matices de reformismo de
izquierda y de derecha, esté cada vez más reducido —por no hablar del keynesianismo,
que como receta para combatir la crisis es ya, en general, un cartucho quemado—.
"El movimiento en su sentido más general, concebido como modo de existencia, atributo
inherente a la materia, abarca todos los cambios y procesos que se producen en el
universo, desde el simple cambio de lugar hasta el pensamiento"9. Este es el punto de
partida del materialismo dialéctico, el movimiento como único absoluto. Según los datos de
la ciencia, la característica fundamental de la materia es el movimiento. Desde las
partículas más pequeñas conocidas, los neutrinos, hasta las más grandes estructuras
conocidas por el hombre, los supercúmulos de galaxias, se encuentran en un proceso de
transformación constante. En el interior del núcleo atómico, según la llamada fuerza de
intercambio de la física cuántica, los protones se convierten en neutrones y los neutrones
en protones viajando a una velocidad de 1.500 metros por segundo; alrededor del núcleo,
los electrones no sólo describen un movimiento orbital sino que además giran sobre su
propio eje (espín del electrón), movimiento que sólo se puede detener destruyendo el
electrón.
Las moléculas se encuentran en un equilibrio dinámico que aumenta o disminuye con el
calor, en este caso, incluso en el cero absoluto de la escala Kelvin (-273° C), en donde se
supone que la energía de las moléculas se reduce a cero, todavía queda algo de energía
que no puede desaparecer10. La Tierra, que en tiempos medievales se creía el centro del
universo y un ente inmutable, gira sobre su eje en 24 horas; el sol lo hace en 26 días y
alrededor de la galaxia en 230 millones de años. Se supone que las galaxia y los cúmulos
de galaxias tienen un movimiento similar.
Las estrellas nacen para consumir el hidrógeno, romper su equilibrio pulsante y explotar
liberando la energía en forma de supernovas o colapsar en agujeros negros creando, como
decía Carl Sagan, "polvo de estrellas": material para estrellas y galaxias nuevas. En la
superficie terrestre la tierra se mueve bajo nuestros pies, las placas tectónicas se
comprimen y cambian de lugar; ríos y mares se convierten, en un lapso de millones de
años, en desiertos, incluso, hace millones del años el polo norte se encontraba en el actual
polo sur. La vida, por su parte, no es más que la asimilación, transformación y desecho de
sustancias para mantener en equilibrio dinámico al organismo, es decir, para mantenerlo
vivo.
En realidad la materia y el movimiento son relativos y no pueden ser separados
metafísicamente; de hecho materia y movimiento son dos expresiones de un mismo
fenómeno, como señala la teoría de la relatividad, son equivalentes. La famosa fórmula
E=mc2 expresa toda la energía concentrada en el universo que se manifiesta en el brillo
del sol, en la desintegración radioactiva y en la vida misma. Con el conocimiento actual, no
se requieren nociones sobrenaturales, ni primer impulso, ni fuerzas misteriosas
inmateriales, ni la mano de Dios para explicar el movimiento. La fuerza sobrenatural, que
supuestamente impulsaba a la pecadora materia resultó ser, a fin de cuentas, la misma
materia. Engels decía: "El movimiento es el modo de existencia de la materia. Jamás y en
ningún lugar ha habido materia sin movimiento, ni puede haberla (...) La materia sin
movimiento es tan impensable como el movimiento sin materia"11. La teoría de la
relatividad, al determinar la equivalencia de materia y energía, ha puesto una sólida base
para esta tesis central del materialismo de Marx y Engels.
Las ciencias estudian los diferentes tipos de movimientos de la materia, desde el cambio
de lugar (estudiado por la mecánica), hasta el pensamiento (estudiados por la medicina,
psiquiatría y la psicología) y desde el pensamiento hasta la cosmología. Los procesos
mecánicos, físicos, químicos, biológicos y sociales son diferentes tipos de movimientos
estudiados por las principales ramas de la ciencia. Cada forma menos compleja de
movimiento se convierte, en condiciones propicias, en una superior por medio de un salto
dialéctico —así como la fricción mecánica se transforma en calor y el calor en electricidad y
como la materia inorgánica se convierte en materia orgánica— . Un movimiento complejo
contiene uno inferior como elemento subordinado —sin reducirse a él— así como las leyes
sociales no anulan las leyes genéticas en el hombre y, al mismo tiempo, es estúpido y
reaccionario explicar los fenómenos sociales como consecuencia de la genética. Por esta
interacción y transformación dialéctica de los diferentes tipos de movimiento es posible
tener una concepción general de los procesos que se dan en la naturaleza, la sociedad y el
pensamiento sin reducirlos unos a otros y atendiendo a sus leyes específicas estudiadas
por las ciencias particulares. La misma teoría del caos pretende tener una aplicación en
una amplia gama de fenómenos y por ende, consistir en una interpretación del mundo
(muy cercana como veremos al materialismo dialéctico).
Lo común en los diferentes campos de la ciencia es que todos ellos son casos específicos
de movimiento y que, como veremos, se dan a través de la tensión dinámica entre fuerzas
opuestas; que sus puntos de transición, en donde se convierten en otro tipo de fenómeno,
resulta de la acumulación cuantitativa de algunos de sus aspectos y que, finalmente, el tipo
precedente de movimiento es "negado" por el nuevo al mismo tiempo que se conserva
subordinado a leyes diferentes.
"Llamamos materialista a nuestra dialéctica", nos dice Trotsky, "porque sus raíces no
están en el cielo ni en las profundidades del libre albedrío, sino en la realidad objetiva, en
la naturaleza. Lo consciente surgió de lo inconsciente, la psicología de la fisiología, el
mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de la nebulosa. En todos los jalones de
esta escala de desarrollo, los cambios cuantitativos se transformaron en cualitativos.
Nuestro pensamiento, incluso el pensamiento dialéctico, es solamente una de las formas de
expresión de la materia cambiante. En este sistema no hay lugar ni para dios ni para el
diablo, ni para el alma inmortal ni para leyes y normas morales eternas (..) posee en
consecuencia un carácter profundamente materialista"12.
En la filosofía marxista, materia no se reduce, como en los antiguos materialistas
griegos, a alguna de las expresiones de la materia (aire, agua fuego, tierra, etc) o, como
en los materialistas ilustrados, a una de las formas de movimiento de la materia
(mecánica), sino que es una abstracción que expresa todo lo que existe
independientemente de la subjetividad humana, se refiere pues a la naturaleza en sus
infinitas expresiones: desde los neutrinos a los supercúmulos de galaxias y, aun, a las
infinitas cualidades que no conocemos y sus infinitas formas de movimiento (Lenin). Es una
abstracción, por tanto, que prescinde de las cualidades específicas de los objetos concretos
y se refiere únicamente a su existencia fuera de la conciencia humana como una realidad
objetiva. Es un concepto abierto porque no abarca nunca la totalidad de su objeto, por ser
inabarcable, pero es absoluto porque expresa, al mismo tiempo, la infinitud del universo y
el hecho de su existencia al margen de los procesos subjetivos13.
A diferencia de los prejuicios poskantianos, el marxismo, junto con el pensamiento de
Hegel, considera que no existe una muralla china entre el fenómeno y la cosa en sí o entre
la percepción y el objeto percibido. Como decía Hegel: "la ley no se encuentra fuera o más
allá del fenómeno, sino que le es directamente inmanente; el reino de las leyes es la
tranquila imagen del mundo existente o fenoménico. O mejor dicho, el fenómeno y la ley
forman una totalidad y el mundo quien, por sí mismo, constituye el reino de las leyes"14;
conocemos la cosa en sí cuando la convertimos en cosa para nosotros o según Marx
cuando además de contemplar la naturaleza, la transformamos. La transformación de la
naturaleza es lo que nos convirtió en humanos; el hombre mismo es parte del mundo
objetivo, de él surgió y en tanto ser social objetivo, es capaz de transformarlo.
La discusión sobre la existencia de la realidad material independientemente de la
subjetividad humana ocupó un lugar especial en la polémica que tanto Marx como Engels
(y posteriormente Lenin y Trotsky) sostuvieron con otras tendencias políticas y filosóficas
alrededor del movimiento obrero y con las tendencias que se consideraban de izquierdas
(tan sólo hay que recordar La sagrada familia, La ideología alemana y Miseria de la
filosofía). Esto no es casualidad; la postura filosófica sobre esta cuestión determina la
manera en que se aborda y se interviene en la realidad objetiva en sus infinitos niveles. Si
consideramos, por ejemplo, que las leyes del capitalismo son sólo proyecciones de la
subjetividad o, peor aún, que no existen tales leyes, no buscaremos la solución a los
dilemas contemporáneos estudiando la dinámica del capitalismo para poder intervenir en
ella, en tanto fuerza social objetiva para transformarla; al contrario, en tanto fenómeno en
función de la categorías, buscaremos la solución dentro de la subjetividad misma, o en la
intersubjetividad pura, en la introspección, en el arte per se, Dios, etc; nuestra no
intervención sería una forma de intervención que alargaría la putrefacción de la sociedad
capitalista con consecuencias desastrosas para la humanidad y la cultura. Es un hecho que
la burguesía por una infinidad de medios (desde la destrucción del contrato colectivo y la
promoción del contrato individual —conocida con el chillón eufemismo de "nueva cultura
laboral"— hasta la literatura basura sobre superación personal), promueve en los
trabajadores el individualismo, la introspección y el misticismo15. En esto, los miembros
más inteligentes de la clase dominante tienen claro, como lo tienen claro los marxistas,
que la fuerza de los trabajadores está en su acción colectiva. Si un médico no considerara
el organismo de su paciente como algo material y regido por sus propias leyes, sería
incapaz de entender el origen de la enfermedad y probablemente su no comprensión
provocaría la muerte del paciente. De la misma manera, la difusión de dichos prejuicios en
el movimiento obrero sería su declaración de muerte. Los dos fundadores del marxismo
consideraban que cualquier error teórico, sobre todo en esta cuestión cardinal, se pagaba
tarde o temprano en la práctica.
Por supuesto, el materialismo de Marx no era una petición de principio o una cuestión
dogmática. El criterio que nos permite salir del solipsismo* típico de las filosofías
subjetivistas es la práctica social. El conocimiento no es un proceso pasivo (encerrado en
las universidades), sino la unidad dialéctica entre percepción, pensamiento y práctica. En
este sentido discutiendo con el agnosticismo kantiano, Engels comentó: "Ni en un sólo
caso, según la experiencia que poseemos hasta hoy, nos hemos visto obligados a llegar a
la conclusión de que las percepciones sensoriales, científicamente controladas, originan en
nuestro cerebro ideas del mundo exterior que difieran por su naturaleza de la realidad o de
que entre el mundo exterior y las percepciones que nuestros sentidos nos transmiten de él,
media una incompatibilidad innata. Pero al llegar aquí, se presenta el agnóstico
neokantiano y nos dice: sí, podremos tal vez percibir exactamente las propiedades de una
cosa, pero nunca aprender la cosa en sí por medio de ningún proceso sensorial o
discursivo. Esta cosa en sí cae más allá de nuestras posibilidades de conocimiento. A esto,
ya hace mucho que contestó Hegel: desde el momento en que conocemos todas las
propiedades de una cosa, conocemos también la cosa misma; sólo queda en pie el hecho
de que esta cosa existe fuera de nosotros, y en cuanto nuestros sentidos nos suministran
este hecho, hemos aprehendido hasta el último residuo de la cosa en si, la famosa e
incognoscible Ding an sich de Kant. Hoy sólo podemos añadir a eso que, en tiempos de
Kant, el conocimiento que se tenía de las cosas naturales era lo bastante fragmentario
como para poder sospechar detrás de cada una de ellas una misteriosa cosa en sí. Pero, de
entonces a ahora, estas cosas inaprensibles han sido aprehendidas, analizadas y, más aún,
reproducidas una tras otra por los gigantescos progresos de la ciencia"16.
Sin esta comprobación práctica, comprendiéndose aquí a la práctica como práctica social,
puesto que el hombre sólo puede constituirse como tal, incluso constituirse como individuo
aparentemente aislado (enajenado), y sobrevivir en tanto ser social; los juicios del
razonamiento pueden elaborar una serie de deducciones lógicas, como la existencia de
Dios, la independencia mística del pensamiento de la materia que piensa (el cerebro),
incluso la incuestionabilidad del Estado como rector moral (Descartes, Hegel), que aunque
parezcan claras y distintas a la razón humana, no son correctas. En todo caso, la razón
humana no es infalible y necesita comprobar sus deducciones fuera de sí misma. Como se
ve, el pensamiento que funda su veracidad únicamente en la racionalidad (o irracionalidad)
humana, no sale de sus propios límites y sigue siendo puramente subjetivo. Marx critica a
los filósofos o a "estos metafísicos que con sus abstracciones creen que están haciendo
análisis, y a medida que van alejándose de los objetos creen estar aproximándose a ellos
más"17.
De acuerdo con Marx y Engels, es posible salir del pantano solipsista del cual no han
querido salir las modernas filosofías de moda; los siguientes dos ejemplos tal vez aclaren
este punto: Cuando, gracias a los adelantos técnicos, el hombre percibió por primera vez
una proteína, la percibió como fenómeno. De acuerdo con el escepticismo era imposible
saber si la representación percibida correspondía a la cosa material que la producía, ni
siquiera si existía tal cosa. Pero el hecho es que, de acuerdo a dicha representación y a la
teoría química-biológica, se han reproducido proteínas en condiciones de laboratorio. Este
simple hecho prueba más que mil argumentos escépticos, pues, estoy reproduciendo la
cosa que produce la impresión subjetiva y probando que las hipótesis sobre su constitución
corresponden al objeto que, para los escépticos, se suponía inaccesible. En tanto
reproduzco la cosa en sí pruebo que esta existe independientemente de mi percepción. Y
que entre el fenómeno (nuestra percepción del objeto) y el objeto percibido, no hay un
abismo infranqueable. Que la objetividad del pensamiento se demuestra en la práctica. "Es
en la práctica", nos dice Marx, "donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir,
la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o
irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente
escolástico"18.
Cuando un sujeto, por ejemplo, decide arrojarse del último piso de un alto edificio
matándose en el acto, un kantiano, si es consecuente, tendría que decir que las categorías
a priori al organizar dicho fenómeno habrían matado de hecho al desafortunado sujeto. Lo
que habría matado al suicida, según esto, no sería el suelo que en tanto cosa en sí se le
habría estrellado en la cabeza, —puesto que aceptar este hecho es por lo menos aceptar
que la cosa en sí tiene la propiedad de la dureza— sino las categorías que, al organizar los
datos de la sensibilidad, así lo habrían legislado. Resultaría que las categorías nos podrían
matar. Sólo basta plantear ejemplos de la práctica real de los hombres para darse cuenta
de los absurdos a los que nos lleva el escepticismo positivista.
¿No tendríamos que decir, en contra de la opinión kantiana, que en realidad fue la cosa
en sí (el objeto como tal y la velocidad del sujeto independiente de nuestros conceptos) la
que mató al suicida?
Si aceptamos esto, ¿no implicamos que podemos interactuar con la cosa en sí,
mostrando que no es inaccesible, y en virtud de dicha interacción, probar las
representaciones que tenemos acerca de ella?
¿No probamos que el cuerpo humano, al interactuar con la cosa en sí demuestra que
también es objetivo (cosa en sí)?
¿No es verdad que el suicida comprobó con su cabeza, al romperse con el suelo, que las
leyes científicas, cuando son correctas, reflejan cualidades reales del objeto? (aunque por
supuesto nunca alcanzamos a acceder al objeto en su totalidad pues éste es inagotable en
sus determinaciones). Experimento que, por cierto, puede realizar el propio kantiano (lo
cual no le recomendamos).
Con ello ¿no probaríamos que es la práctica individual y social la que en última instancia
constituye el nexo entre nuestro conocimiento y la cosa en sí?
La experimentación y la práctica objetiva, sin embargo, son sólo un elemento vital de
una totalidad orgánica que incluye la observación empírica, el razonamiento humano, la
generalización teórica y la inducción-deducción práctica. Esta totalidad orgánica es lo que
llamamos método dialéctico del conocimiento (esta interacción es lo que lo diferencia del
empirismo estrecho y el racionalismo idealista respectivamente y no digamos ya el
irracionalismo posmoderno que ha renunciado a toda posibilidad de conocimiento racional).
La investigación objetiva parte de la observación empírica bajo condiciones naturales,
abstrae a partir de estas observaciones hipótesis de explicación que están formuladas a
partir de las teorías, correctas o incorrectas, construidas por generaciones pasadas en su
praxis social, somete a una prueba práctica dichas hipótesis reproduciendo artificialmente
el fenómeno estudiado, o en su caso (como en las ciencias sociales) contrastando las
perspectivas con el desarrollo efectivo, de acuerdo a la hipótesis planteada. El fracaso o el
éxito de la práctica o predicción, permite, en el primer caso, descubrir que nuestra
hipótesis era precipitada, basada en observaciones incorrectas, debido a la transposición
de teorías que no son aplicables a todas las condiciones concretas, etc; en este caso el
error aumenta el conocimiento, lo delimita; en el segundo caso el éxito permite afirmar
que, dentro de ciertos límites, nuestra hipótesis es correcta, permite ampliar las teoría
precedentes; es decir, aumenta el cúmulo de nuestros conocimientos. En todo caso al final
de la investigación, ya sea que la hipótesis resulte correcta o falsa, no volvemos al punto
de partida sino que nos encontramos en uno nuevo. En las investigaciones próximas
tendremos un marco teórico ampliado que permitirá hacer inducciones o deducciones para
explicar un fenómeno dado19.
Este proceso de experimentación de científicos individuales, en el marco de ideas y
herramientas sociales determinadas históricamente, va conformando la acumulación
cuantitativa del conocimiento social (proceso cuantitativo llamado por Khunn, "períodos de
ciencia normal"). En determinados puntos, en donde la praxis comienza a demostrar y
acumular contradicciones entre sus resultados y la base teórica (paradigmas) desarrollada
en el período anterior, se comienza a abrir un proceso de revolución científica, de
transformación cualitativa que negará y conservará al mismo tiempo el período cuantitativo
anterior que, a su vez, abrirá otro período de ciencia normal, en un proceso dialéctico, en
espiral de conocimiento que nunca terminará mientras exista la humanidad20.
El hombre, por lo tanto, conoce las determinaciones de lo material transformado e
interactuando con la objetividad, tanto social como natural. En este proceso las ideas
condicionan relativamente la intervención y al mismo tiempo se transforman por ella; el
hombre no es sólo un ser receptivo de la objetividad (como lo entendía en general
Feuerbach y los materialistas anteriores a Marx) sino un ser receptivo activo y
transformador de lo objetivo; es esta actividad la que nos saca del solipsismo, ya que dicha
transformación no se da en el terreno inmaculado de las ideas puras o la subjetividad pura
sino en su praxis objetiva y al mismo tiempo objetivadora (porque transforma lo objetivo).
Una objeción bastante popular al materialismo marxista es la idea de que con el
concepto de materia se instituye, como nuevo objeto de fe, un nuevo Dios; se cree, en
efecto, que cuando Engels habla de materia esta realizando un simple juego de manos, una
sustitución de términos equivalentes, producto de la contaminación del materialismo
burgués, un mito pseudofilosófico. Así Dussel argumenta que: "Engels (...) en su Dialéctica
de la naturaleza (...) la materia deviene una masa infinita, eterna, retornante sin fin sobre
sí misma, de donde emerge todo, donde se funden el hombre y la historia. No hay así una
concepción socio-histórica de la materia (véase 3.3), sino una interpretación material de la
historia. El panteísmo de la Materia tiene la misma lógica que el de la Idea. En ambos
casos, sea la Materia o la Idea, todo es uno, idéntico, fundamento de toda diferencia. La
Materia es el principio necesario de todo lo que acontece. Lejos de ser atea esta posición es
en realidad un nuevo fetichismo. Es ateo del deísmo, pero panteísta de la Totalidad
material"21.
Esta objeción al materialismo, en esencia, no es nueva; ya hace más de 250 años el
obispo Berkeley la usó como arma ideológica en defensa del feudalismo caduco y contra los
ilustrados burgueses22.
El materialismo anterior a Marx, —el materialismo burgués y el de Ludwig Feuerbach23—
del cual Marx partió para negar y superar dialécticamente a Hegel, coincide con el
materialismo dialéctico en la convicción de la existencia de la realidad objetiva de la cual
proceden, en última instancia, la vida y el pensamiento; pero hay diferencias cualitativas
por las cuales no se pueden confundir. el materialismo de Marx no es un materialismo
puramente receptivo-contemplativo sino transformador, dialéctico y no sólo naturalista,
erudito, sino histórico; por ello, el ateísmo de Marx y Engels, su lucha contra el opio
religioso, no se concibe como una lucha contra la ignorancia y estupidez del pueblo o como
un acto de salvación individual de los dogmas modernos (Nietszche), sino una lucha contra
el sometimiento del destino de los oprimidos a la anarquía capitalista de la cual el
sentimiento religioso no es más que su reflejo impotente y, en cierto sentido, una forma de
protesta contra un mundo inhumano. El hecho de que para Marx la materia sea objeto de
transformación por la actividad humana no niega su materialismo, por el contrario, lo
reafirma como un materialismo consecuente porque es en su actividad donde el hombre se
percata de las leyes objetivas sociales y naturales.
Parece que contra lo que reacciona el profesor Dussel es contra el materialismo
mecanicista antidialéctico, en ello estamos de acuerdo, pero Dussel "tira el agua sucia con
el niño". En primer lugar las propiedades de la materia no dependen de la concepción
históricamente determinada que se tenga al respecto (de "su concepción socio-histórica").
Lo que sí se desarrolla socio-históricamente es el concepto de materia; pero sólo un
hegeliano confundiría la concepción socio-histórica del objeto material —desentrañado en
un proceso infinito por la intersubjetividad humana (en su praxis objetiva y
transformadora)— con la materia, la realidad objetiva, que tiene su desarrollo dialéctico,
objetivo, independiente de su concepción subjetiva. En segundo lugar la materia no es un
pseudónimo de Dios, porque materia se refiere a lo existente independientemente del
pensamiento, que no está más allá de la naturaleza, ni por encima de ella (el concepto de
Dios implica un ser determinante y creador más allá del mundo material); el llamar
panteísmo a la materia, por otro lado, esta fuera de lugar: el materialismo dialéctico no
convierte a la naturaleza en Dios; la naturaleza no es un ser con voluntad propia, su
desarrollo radica en leyes ciegas que pueden ser utilizadas y manipuladas por el hombre
(la libertad es el conocimiento de la necesidad para transformar la realidad).
La voluntad y la subjetividad surgen de la materia sólo en condiciones determinadas y
excepcionales; atribuir voluntad a la materia es proyectar una cualidad humana a la
naturaleza, esto no tiene nada que ver con el marxismo, sino con el pensamiento mágico y
el animismo (la semilla y la prehistoria de la religión).
Para el religioso todo lo que está más allá del pensamiento del hombre, y de la
naturaleza, no puede ser más que Dios o por el contrario sólo queda el escepticismo e
irracionalismo decadente; para el materialista no hay nada más allá de la naturaleza. No
cae en la falsa disyuntiva del idealista. Pensamiento y materia son las abstracciones más
generales que abarcan a la realidad, materia es lo primario porque hasta ahora nunca se
ha visto a un pensamiento sin cerebro. El pensamiento del hombre es, además reflejo
dialéctico no sólo de la naturaleza sino de su ser social. Para el religioso Dios es el
principio, idéntico a sí mismo y, sobre todo, por encima de la realidad; para el materialista,
materia es el principio y fundamento, por eso Engels habla de la materia como lo absoluto
(en el sentido de que no depende del pensamiento), pero es idéntico a la naturaleza en su
infinito despliegue y desarrollo dialéctico.
Quien no capta la diferencia, no capta el problema fundamental de la historia de la
filosofía, la diferencia cualitativa entre materialista e idealista expresado con infinitos
matices a lo largo de la historia: entre Demócrito y Platón, entre Lucrecio y Cicerón, entre
Averroes y Tomas de Aquino, entre Marx y Hegel, etc., etc.). Creer que la naturaleza existe
independientemente de las ideas del hombre, que la mente humana no es más que el
producto maravilloso de la materia altamente organizada y, en nuestros días, que el
capitalismo tiene una dinámica objetiva, que sólo comprendiendo las leyes materiales se
puede intervenir exitosamente en la realidad, eso, profesor Dussel, es ser materialista. No
hay nada mejor para fundamentar el materialismo moderno (el materialismo de Marx) que
la ciencia moderna y las revoluciones sociales.
Para concluir este punto podemos agregar que desde que Engels escribió Dialéctica de la
Naturaleza se ha comprobado, más allá de toda duda, que la cosa en sí o la materia (el
universo) existía antes de que existieran hombres que anduvieran por ahí con sus
categorías o subjetividad (ya sea individual o colectiva) para percibirla o incluso antes de
que hubiera hombre transformador de la materia. Que el hombre y sus categorías
proceden de la evolución de la naturaleza en vida, de la vida en conciencia y de la
conciencia animal en conciencia social. Esto, por supuesto, está en contradicción con el
pensamiento religioso y la teología, pero que le vamos a hacer, como gustan decir los
positivistas, "los hechos son los hechos"24. Por supuesto que nosotros preferimos retomar
estos conocimientos, antes que la escolástica positivista.
Introducción
Para la concepción del mundo marxista no hay que buscar la explicación de los
fenómenos naturales y sociales fuera de la naturaleza y de las relaciones sociales
objetivas. El mundo es concebido como una serie de procesos que se relacionan y se
transforman recíprocamente. Una razón concluyente por la que no hay que buscar fuerzas
externas que expliquen los fenómenos que se dan en la naturaleza radica en la
equivalencia de materia y energía, expresada en la famosa fórmula de Einstein, E=mc2. La
mecánica clásica, refutada filosóficamente ya hace bastante tiempo por Hegel, Marx y
Engels, explica el movimiento de un sistema en función de una fuerza inercial externa; esto
sugería la conclusión, al llevarse esta teoría más allá de sus límites, de que en la
intervención divina o en la mano de Dios se encontraba la fuerza o el primer impulso que,
como en un mecanismo de relojería, "daba cuerda" al universo; "Dios", nos dice Einstein
con respecto a esta visión reductivista, "creó las leyes de movimiento de Newton, junto con
las necesarias masas y fuerzas"25. Para Descartes, por ejemplo, la máquina humana era
puesta en movimiento por su unidad divina con el alma y para Newton el primer impulso
había puesto la fuerza tangencial necesaria para que los planetas siguieran sus órbitas
alrededor del sol. En última instancia este punto de vista radica en la separación absoluta
entre energía y materia. La materia por sí misma era vista como un ser pasivo y a la
energía como el elemento activo exterior a la materia. Una de las ideas básicas del
materialismo dialéctico es la relación intrínseca entre materia y energía, tiempo y espacio.
Como explica Einstein: "la Mecánica Clásica daba resultados fiables siempre que fuese
aplicada a movimientos en los cuales las derivadas superiores de la velocidad respecto al
tiempo son despreciables."26. La teoría de la relatividad de Einstein vino a poner a la
mecánica newtoniana* y a la geometría euclidiana** dentro de sus campos de
manifestación específicos determinados en función de los límites cuantitativos de la
velocidad de la luz, mas allá de los cuales se da el salto cualitativo de las leyes de Newton
a las leyes de Einstein; estas leyes muestran la unidad dialéctica entre energía, materia,
espacio y tiempo. El primer paso en esta dirección fue la teoría electromagnética de
Maxwell*** y Faraday****, que abría la primera brecha en el principio de relatividad de
Galileo, que afirma que las leyes físicas permanecen inmutables independientemente del
sistema de referencia. En el electromagnetismo, en efecto, el campo magnético de una
corriente eléctrica influye en una partícula cargada dependiendo de sus movimientos
relativos. Por primera vez se mostraba que las leyes físicas podían modificarse según la
relatividad de los movimientos de un sistema. El éter como punto de referencia eterno e
inmutable ya no era necesario; la luz no requería de un medio fantasmal e imponderable
(éter) para viajar (base para la importancia que la velocidad de la luz tiene en la teoría de
Einstein). E. Lorenz, en base a la teoría electromagnética, estableció las ecuaciones para
dejar invariantes las fórmulas de Maxwell al pasar de un sistema de referencia a otro, pero
aceptando que la realidad física del tiempo se transformaba con el sistema de referencia.
Esto significó una ruptura radical con las leyes de Galileo y de Newton. La teoría cuántica
de la materia de Max Planck, por su parte, sirvió de base para el descubrimiento de la
unidad materia-energía y la teoría del carácter contradictorio (dialéctico: partícula-onda)
del desplazamiento de la luz. El conocimiento más profundo de estos fenómenos ha
permitido abrir una fuente potencial inagotable de energía para la humanidad —hecho
expresado de manera trágica en Nagasaki— , y que pone sobre la mesa, la tarea cada vez
más urgente de planificar racionalmente esas potencialidades en beneficio de la
humanidad, tarea que choca frontalmente con la propiedad privada y la sociedad
capitalista.
Por estas interrelaciones entre los objetos, los eventos que pueden ser simultáneos en
un marco de referencia (por ejemplo dos explosiones simultáneas en vagones diferentes de
un tren) no lo son con respecto a otro marco de referencia (por ejemplo un receptor de luz
que está fijo a las vías del tren). Esto no quiere decir que en la teoría de la relatividad todo
sea relativo. O que una cosa sea tan buena como la otra y se pueda decir cualquier
barbaridad. Los marcos de referencia están determinados por los métodos de Lorentz42,
que tienen entre sus absolutos la velocidad de la luz y la energía en reposo. Muchos
intérpretes han sacado la conclusión de que la teoría de la relatividad afirma que el tiempo
y el espacio son fenómenos subjetivos (puesto que no hay tiempo ni espacio absolutos) del
hecho de que el tiempo y el espacio dependen del movimiento de un sistema material; así
en las explicaciones vulgares se nos dice que: "Einstein establece que tiempo y espacio no
significan nada fuera de lo que un observador percibe o mide: cada observador transporta
su propio espacio y su propio tiempo" (Enciclopedia Salvat). De esta manera se nos quiere
afirmar que la teoría de la relatividad postula que el espacio y el tiempo no son fenómenos
objetivos sino proyecciones del sujeto.
Estas interpretaciones, que fueron rechazadas por el mismo Einstein en su madurez, se
vieron reforzadas por la postura filosófica que Einstein mantuvo durante su juventud como
admirador del físico y filósofo Ernest Mach (uno de los fundadores del neopositivismo),
postura que permea en sus primeros escritos, donde explica popularmente su teoría.
Según esta corriente, las sensaciones son la única realidad y las teorías sólo formas lógicas
y económicas de organizar los datos de la experiencia, que nada tienen que ver con los
objetos en sí (o al menos es imposible saberlo). Así en La relatividad: teoría especial y
general, Einstein escribió: "Tenemos la costumbre de designar con la palabra verdadero la
correspondencia con un objeto real; y la geometría no tiene nada que ver con la relación
de la ideas con los objetos que conocemos por la experiencia; sino que se interesa
únicamente por la coherencia de esas ideas entre sí"43.
En las posturas filosóficas del joven Einstein se apoyaron los intérpretes idealistas de su
teoría. Hay que señalar que el mismo Einstein, junto con muchos otros científicos
eminentes como Max Planck, Ludwig Boltzmann, Louis de Broglie, Erwin Schrödinger, entre
otros, se opusieron a la interpretación idealista de la física (fundamentalmente a la
corriente de Copenhague, encabezada por el físico alemán Werner Heisenberg), que
increíblemente afirmaba que ¡las propiedades materiales solo aparecen en el acto mismo
de la medición! "Es un hecho interesante", nos dice Karl Popper, que no era precisamente
un marxista, "que el propio Einstein fue durante años un positivista y operacionalista
dogmático. Más tarde rechazó esta interpretación: en 1950 me dijo que de todos los
errores que había cometido, del que más se lamentaba era de ése. El error asumía una
forma realmente seria en su popular libro, Relatividad; la teoría especial y general"44.
El mismo Einstein afirmó, con respecto a la posición positivista respecto a la realidad
material, que "la aversión de estos investigadores hacia la teoría atómica", (relacionada
con el hecho de que Planck, según Einstein había comprobado la realidad material —
indepediente del observador— del átomo), "hay que atribuirla sin duda a su actitud
filosófica positivista, lo cual constituye un interesante ejemplo de que incluso
investigadores de espíritu audaz y fino instinto pueden verse estorbados por prejuicios
filosóficos a la hora de interpretar los hechos"45. Así, mientras que en sus primero escritos
las posturas idealistas de Einstein se mezclaban con conclusiones materialistas (por
ejemplo cuando dice que el tiempo y el espacio dependen del movimiento material), ya en
su autobiografía Einstein señala, sin lugar a dudas, que el tiempo y el espacio no dependen
del observador (aunque los métodos e instrumentos de medición sí contienen un elemento
subjetivo), que no son convenciones lógicas, sino hechos reales; en sus propias palabras
"La física es un esfuerzo por aprehender conceptualmente la realidad como algo que se
considera independiente del ser percibido. En este sentido se habla de lo físicamente real"
(....) "Mi opinión es que la actual teoría cuántica, con ciertos conceptos básicos que en
esencia están tomados de la mecánica clásica, representa una formulación óptima del
estado de las cosas"46.
Este punto, la aceptación de Einstein de la realidad material independientemente de la
percepción, es lo esencial en su alejamiento del positivismo lógico; debemos recordar que
el "Círculo de Viena" (Carnap y Neurat), que enunció los principios clásicos del positivismo
lógico, tenía como misión esencial erradicar de la ciencia toda metafísica47, es decir, toda
afirmación que vaya más allá del lenguaje; toda afirmación cuyo contenido implique la
existencia de algo más allá del sujeto que percibe, más allá de toda experiencia;
reduciendo la filosofía al estudio lógico del lenguaje; en palabras de Carnap: "La verdad es
que rechazamos la tesis de la realidad del mundo físico, pero no la rechazamos como falsa
sino como carente de sentido y que su antítesis idealista se halla sujeta al mismo
rechazo"48.
Einstein se distanció, además, del empirismo vulgar (otra característica del positivismo
lógico) al comprender el papel activo del pensamiento, incluida la libre especulación, al
interpretar los hechos. "El prejuicio" dice Einstein "consiste en creer que los hechos, sin
libre construcción conceptual, pueden y deben proporcionar conocimiento científico"49.
Como ya habían afirmado Engels y Marx (Grundrisse): "Sin pensamiento teórico no se
puede relacionar entre sí dos hechos naturales, ni entender el vínculo que existe entre
ellos"50. Es este pensamiento teórico el que nos permite ir más allá de lo concreto y al
mismo tiempo entender lo concreto en sus múltiples determinaciones, sin la generalización,
la practica se vuelve ciega, la investigación se convierte en una búsqueda en una caverna
obscura dando tumbos a cada paso porque los objetos se nos presentan por primera vez,
aisladamente, como las rígidas formas platónicas. En realidad el positivista, que se cree
muy realista, sólo opera con abstracciones vacías (esta mesa, ese gato, ese fenómeno, es
decir, ese hecho atómico), no sólo en la explicación de los hechos, sino en la teoría del
conocimiento (separación absoluta entre síntesis y análisis, experiencia y teoría, etc.) y se
postra ante los hechos consumados sin saber explicarlos. Es esta impotencia de explicar los
hechos e intervenir en ellos, sobre todo en el campo social, lo que lleva a estos realistas a
buscar salidas en supuestas leyes morales eternas (liberalismo) o en la introspección
mística y el nihilismo51.
Quizá Einstein exageró el papel independiente del pensamiento en la génesis de las
teorías, al señalar que entre la experiencia y la génesis de los conceptos científicos más
complejos no había un nexo, —quizá por considerar correctamente que el conocimiento
científico no puede surgir de la experiencia simplemente individual— , además de subrayar
insistentemente el carácter lógico formal que deben tener las teorías científicas (cerrando
aparentemente la posibilidad de otros tipos de lógicas no lineales). No obstante, Einstein
insistía en que la corrección de una teoría se verifica con la experiencia y su aplicación a la
realidad, concebía lo empíricamente determinable como "una magnitud ciertamente
real"52, es decir, no en el sentido positivista. Además aclaró que ninguna teoría, en
especial la suya, puede tener un carácter absoluto, sino debe verse como una
aproximación a la realidad, que con el tiempo será rechazada o complementada en
situaciones aún desconocidas (lo que al mismo tiempo debería abrir la posibilidad de otros
tipos de lógica). El conocimiento es un proceso infinito de aproximaciones sucesivas a la
verdad, en donde, como decía Lenin "el pensamiento humano se hace indefinidamente más
profundo, del fenómeno a la esencia, de la esencia de primer orden, por así decirlo, a la
esencia de segundo orden, y así hasta el infinito"53, proceso contradictorio que nunca
llegará hasta el final porque cada horizonte alcanzado abre otro nuevo.
Por supuesto que la postura filosófica de Einstein, postura que se acercó en puntos
importantes al marxismo, no es argumento para decidir las implicaciones filosóficas de su
teoría. Sin embargo es su teoría la que nos da elementos para fundamentar una postura
filosófica. Por ello es necesario insistir en que esta teoría implica la existencia de una
realidad orgánica cuatridimensional, compuesta por sus tres dimensiones, el tiempo como
la cuarta dimensión y al espacio, ligados íntimamente con la materia, independientemente
de que por ahí se encuentre un sujeto con "categorías económicas". Es la teoría de
Einstein, relacionada con el famoso efecto Doppler*, la que nos señaló que las estrellas que
vemos en el cielo nocturno son fenómenos que existieron en el pasado, mucho antes de
que hubiera vida y, mucho menos, sujetos con categorías. Es esta teoría la que nos ha
permitido medir escalas de tiempo gigantescas en virtud de la descomposición radioactiva,
testimonio de que la naturaleza material precede a la vida. Es esta teoría la que
fundamenta las hipótesis sobre el nacimiento de soles y galaxias. No cabe duda que todos
estos fenómenos existen independientemente de la subjetividad humana (a menos que
alguien crea que en una supernova pueda sobrevivir algún hipotético observador que haga
posible el fenómeno). El hecho de que el tiempo y el espacio no sean absolutos, no
significa que sean subjetivos, la relatividad del tiempo y el espacio se refiere al
movimiento, las características y las relaciones de los objetos materiales no a la
subjetividad (disfrazada en las vulgarizaciones como "punto de vista del observador").
Además, como ya vimos, esta teoría implica una relación dialéctica entre materia, espacio
y tiempo, además, de poner en la materia la fuente última de la energía.
Quizá el fenómeno más malinterpretado ha sido el concepto de simultaneidad. Los
profesores rojos, en el período posterior a la muerte de Stalin, ya habían polemizado con
las interpretaciones subjetivistas de la simultaneidad. Creo necesario, por su contundencia,
citar los argumentos principales en contra de las tergiversaciones de la teoría de Einstein.
"La identificación de lo relativo y lo subjetivo es totalmente inadmisible", nos dice el
profesor rojo Kuznetsov. "El sujeto que conoce, el observador, (...) no es en modo alguno
idéntico al sistema de referencia. Este es un sistema, con existencia objetiva, de cuerpos y
procesos materiales relacionados entre sí por un determinado tipo de coordinación espacio
temporal, condicionado, en última instancia, por interacciones materiales. (...) Considerar
las relaciones entre un cuerpo dado y el sistema de referencia elegido no significa poner el
fenómeno bajo la dependencia del punto de vista del observador, de su voluntad y de su
conciencia. Significa, únicamente, que de todas las relaciones objetivamente existentes de
un fenómeno con otro, nuestra atención se detiene en una y a través de ella son
estudiadas las propiedades del fenómeno mismo, que tiene existencia objetiva".
"El hecho de que el investigador puede elegir el sistema de referencia que estime
conveniente no va unido en absoluto a la existencia o inexistencia del objeto que se
estudia, a la presencia o modificación en él de unas u otras propiedades, etc. Esta elección
determina únicamente el camino concreto por el que el físico conoce el objeto, existente
fuera del sujeto e independientemente de él, pero que existe en relación con un
determinado sistema de relaciones materiales".
"Nos valdremos de una analogía para explicarlo: supongamos que estudiamos la forma
de un cuerpo examinando la forma que proyecta sobre pantallas planas. Al dirigir sobre él
un haz de luz sobre un lado, en la pantalla vemos un círculo negro. Cambiamos la posición
del cuerpo, lo iluminamos desde otro lado y en la pantalla vemos un triangulo negro. Así
ocurrirá si el cuerpo tiene forma cónica y la primera vez fue iluminado por un haz de luz
perpendicular a la base y la segunda por un rayo paralelo a la base. Está claro que el
cuerpo existe con independencia del observador. Lo único que depende de éste es la
elección de la perspectiva desde la que examinará el cuerpo. Pero ni la forma del cuerpo, ni
siquiera la forma de las proyecciones del cuerpo sobre la pantalla depende de la voluntad y
la conciencia del sujeto. Una y otra, vienen determinadas enteramente por la naturaleza
del cuerpo mismo y por el carácter de las relaciones espaciales que existen entre el cuerpo,
los haces de luz y las pantallas".
"Lo relativo es lo objetivo que existe en un sistema concreto de relaciones creadas por
ese sistema. Lo que en la teoría de la relatividad es considerado como relativo, depende
sólo de las condiciones materiales. Las longitudes de los cuerpos, su masa, el ritmo de los
procesos, la coordinación de los acontecimientos en el tiempo, la magnitud de las tensiones
de los campos eléctrico y magnético, etc.; no depende, en la teoría de la relatividad, del
punto de vista del observador, ni de la voluntad y la conciencia o de la elección que él
realiza, sino, exclusivamente, del movimiento material real, de las relaciones materiales
reales. En ello consiste su relatividad física"54.
Por supuesto que en la medición del tiempo hay un elemento subjetivo, a saber, el
patrón de medida que se utiliza para medir un intervalo. Así, por ejemplo, el
establecimiento de pesos y medidas es una elección arbitraria, así como lo es la medición
del tiempo de la vida diaria en función de la rotación de la Tierra (es claro, no obstante,
que la unidad de medida debe ser susceptible de expresar el tipo de movimiento que
pretende medir y que, por ende, la elección no es absolutamente subjetiva). Pero no se
debe confundir el acto de medir, con determinados instrumentos o fenómenos elegidos
arbitrariamente, con el objeto medido y su magnitud espacial o temporal. Esta última
existirá independientemente de la medición. Así, la Tierra tenía la misma circunferencia
antes de que el científico griego Eratóstenes la midiera por primera vez; este hecho no lo
altera la subjetividad humana sino, en todo caso, procesos físicos de orden material. De
modo que el hecho de que los procesos que son simultáneos en el celebre ejemplo del tren
en movimiento no lo sean con respecto a un observador fijo a los rieles, sólo significa que
la velocidad de la luz no depende del movimiento inercial de los procesos y por tanto, ésta
no se ve acelerada por el movimiento del tren y, por tanto, existe un retardo, aunque en
este caso infinitesimal, en la llegada de la luz al observador fijo, lo que explica la no
simultaneidad de los procesos en sistemas en movimiento diferentes. En este caso, tanto el
movimiento del tren, la posición fija de los rieles, la velocidad de la luz y las coordenadas
espacio-temporales entre todos estos elementos no dependen de la subjetividad del
observador y se darán de la misma manera en los diferentes campos de referencia
independientemente de que el observador pase por ahí.
No podemos terminar este capítulo, si no mencionamos que, además de los notables
puntos de convergencia entre el materialismo dialéctico y la teoría de la relatividad y las
respectivas teorías del conocimiento, Einstein, a partir del genocidio de Nagasaki, se acercó
al marxismo en un terreno más: en el de la política; (y cuando decimos que se acercó al
marxismo decimos que se mantuvo alejado del estalinismo). Dejemos que Einstein termine
este capítulo: "Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para
mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo". (...) La anarquía económica de la
sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal.
Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando
incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo. (...). A este respecto, es
importante señalar que los medios de producción, es decir, la capacidad productiva entera
que es necesaria para producir bienes de consumo, tanto como capital adicional (...) es,
propiedad privada de particulares".
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la
competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento
de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a
expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital
privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad
organizada políticamente de forma democrática. (....)
En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y
amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de ‘contrato de trabajo
libre’ para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía
actual no se diferencia mucho del capitalismo puro. La producción está orientada hacia el
beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y
quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un ejército de parados. El
trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y
trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable. (...) El progreso
tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo
para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre
capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del
capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada
conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los
individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema
educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al
estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su
carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el
establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo
orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son
poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada
que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a
realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada
hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias
capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para
sus compañeros— hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en
nuestra sociedad actual". Por último y después de mostrar que era un excelente lector de
El Capital, Einstein agrega algo que tira por la borda la afirmación infundada y superficial
de que en los países de bonapartismo proletario (estalinismo), por usar el término
científico de Trotsky, existía un supuesto socialismo real (cliché tan de moda que no explica
nada):
"Sin embargo", prosigue Einstein, "es necesario recordar que una economía planificada
no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la
completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos
problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una
centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia
llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del
individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?"55.
¡Sinceramente es difícil encontrar mejores lecturas de Marx!
Introducción
La segunda ley de Newton, F=ma, establece que si las fuerzas que actúan sobre un
cuerpo son conocidas también lo será la aceleración; si conocemos la velocidad y la
posición en un momento dado, el movimiento quedará determinado para toda la eternidad.
Así hasta hace muy poco la ciencia era sinónimo de determinismo absoluto; el azar y el
accidente estaban desterrados por decreto de la naturaleza o, en el mejor de los casos, se
consideraban como perturbaciones que no tomaban parte de la esencia de su desarrollo. El
azar era identificado con la ignorancia. En realidad, el azar no existía objetivamente, sino
que constituía un indicador de nuestro desconocimiento, hablábamos de un fenómeno
subjetivo. Así Laplace escribió en 1776: "si imaginamos una inteligencia que en un instante
dado abarcara todas las relaciones entre los entes de este universo, podría decir las
posiciones respectivas, los movimientos y las propiedades generales en cualquier tiempo
del pasado y del futuro (...) Así es como debemos a la debilidad de la mente humana una
de las más delicadas e ingeniosas de las teorías matemáticas, la ciencia del azar y la
probabilidad"56.
En contraste, ya en el año 400 a.C. Demócrito había dicho: "Todo se debe al azar y a la
necesidad"57. Para Engels, de la misma manera, necesidad y accidente sólo eran las dos
caras de la misma moneda; si el accidente era concebido, incondicionalmente, como un
fenómeno puramente subjetivo, la necesidad también sería convertida en ilusión. "El
sentido común y con él la mayoría de los naturalistas", comentó Engels, "tratan a la
necesidad y a la casualidad como determinaciones que se excluyen entre sí y para siempre.
Una cosa, una circunstancia, es un proceso, es accidental o necesario, pero no ambos a la
vez (...) Y luego se afirma que lo necesario es lo único de interés científico, y lo accidental
es indiferente a la ciencia (...) de ahí que toda ciencia llegue a su fin, pues tiene que
investigar precisamente aquello que no conocemos. (...) Cualquiera puede advertir que
éste es el mismo tipo de ciencia que proclama natural lo que puede explicar, y asigna a
causas naturales lo que no le es posible explicar. Que yo denomine casualidad la causa de
lo inexplicable o que la llame Dios, es en todo sentido indiferente a lo que se refiere a la
cosa misma. Una y otra equivalen a no sé. (...) De ahí que la casualidad no se explique
aquí por la necesidad, sino más bien la necesidad se degrada hasta la producción de lo que
es apenas accidental (...) En contraste con ambas concepciones, Hegel formuló las
proposiciones hasta entonces desconocidas de que lo accidental tiene una causa porque es
accidental, y de la misma manera carece de causa porque es accidental; que lo accidental
es necesario, que la necesidad se determina como casualidad y, por otro lado, esa
casualidad es más bien necesidad absoluta"58.
Esta manera dialéctica de concebir la naturaleza, la necesidad en el accidente y lo
accidental en la necesidad, es una de las ideas fundamentales de una nueva ciencia, que
algunos llaman junto con la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, la tercera gran
revolución científica del siglo XX: la teoría del caos. Esta teoría que apenas tiene poco más
de treinta años de existencia, ha abierto una prometedora línea de investigación para
entender fenómenos complejos y contradictorios, que parecían indescifrables para el
conocimiento humano y han transformado dialécticamente la idea de determinación en la
ciencia. El tiempo meteorológico, la dinámica de las poblaciones, la complejidad creciente,
las irregularidades en la naturaleza, entre muchos otros fenómenos, sólo se pueden
comprender si, como decía Engels, concebimos el caos y el orden en su mutua
determinación e interdependencia, en donde, el orden, la vida, los nuevos fenómenos, la
complejidad, surgen del caos y el caos del orden, de las bifurcaciones debidas a diferencias
accidentales, así como dentro del caos mismo se encuentra un orden subyacente complejo
y sencillo al mismo tiempo (fractalidad). Los fenómenos que creíamos lineales y mecánicos,
paradigmas del determinismo, se convierten por ese mismo cambio lineal en fenómenos
caóticos. Que la casualidad es un fenómeno objetivo, tanto como la más férrea necesidad y
que gracias a esta interdependencia la naturaleza no es un ciego autómata predeterminado
para toda la eternidad, sino que implica flexibilidad, creatividad, el surgimiento de infinidad
de nuevos fenómenos debidos a cambios accidentales que no se pueden determinar por
siempre y que, no obstante, no dejan de estar regidos por leyes subyacentes. Como dice el
premio Nóbel, Ilya Prigogine "El futuro es incierto, más incierto aún de lo que hacía
presagiar la mecánica cuántica tradicional con las relaciones de incertidumbre de
Heisenberg"59. Es un futuro incierto, es verdad, pero creativo y, al contrario de lo que
creía Heisenberg, regido por leyes objetivas. El accidente, que se creía haber arrojado
fuera de la ciencia, se ha metido por la puerta trasera, enriqueciendo prometedoramente a
la ciencia y a la concepción de causalidad misma.
Es intención de este capítulo mostrar que la teoría del caos representa, implícitamente,
una reivindicación de las ideas que hace más de cien años explicara Engels. Que estas
ideas se hayan desarrollado al margen de la filosofía marxista, aunque es cierto que los
primeros científicos en profundizarla fueron físicos soviéticos (V. Arnold y A. Kolmogorov),
es una muestra de que ésta no representa un dogma sino una aproximación a los
fenómenos complejos y no lineales. La teoría del caos, como veremos, implica la unidad e
interpenetración de los contrarios, los cambios cuantitativos que se transforman en
cualitativos, la negación de lo viejo y el surgimiento de nuevos fenómenos, la objetividad
de la línea del tiempo (del carácter progresivo del desarrollo), es decir, de las ideas que
Engels y Marx desarrollaron como concepción del mundo.
Si nosotros hiciéramos un corte transversal del toro para determinar la posición de las
trayectorias en un punto determinado de un sistema caótico (corte llamado sección de
Poincaré) como en la figura siguiente, nos percataremos que las trayectorias son fractales:
es decir describen una figura que tiene autosimilitud o, en caso de fractales no lineales,
irregularidad en su estructura a cualquier escala a la que la miremos, que tiene longitud
infinita y dimensión fraccional, su atractor, a pesar de que en el siguiente momento el
corte habrá cambiado, es un fractal una figura caótica pero ordenada.. ¡Todo este caos
misterioso se oculta en el simple movimiento de dos péndulos acoplados que se suponían
eran los paradigmas del movimiento lineal!, ¡aun la linealidad mas monótona de un
péndulo simple puede transformarse por pequeños cambios en un movimiento complejo!
Por eso es que Prigogine dice que la indeterminación no es necesariamente sinónimo de
muchas variables, como se creía en los cálculos de probabilidades de la termodinámica,
sino resultado de la acumulación cuantitativa de las perturbaciones en los movimientos
simples y mecánicos.
Los fractales se presentan como la "huella del caos". La fractalidad del caos, junto con la
misma teoría del caos, y la nueva matemática que ésta implica (llamada topología), está
en contradicción con la matemática euclidiana, que sólo puede trabajar con realidades que
se puedan medir con reglas, escuadras y compases, —de la misma manera que la lógica
formal sólo trabaja con tautologías y que el liberalismo sólo tiene ojos para el desarrollo
lineal (una verdadera obsesión enfermiza)— calificando a la realidad contradictoria,
abollada, irregular como una monstruosidad en lugar de adaptar su teoría a la realidad
(éste es el Talón de Aquiles del idealismo). Como decía Goethe: "gris es la teoría, pero
verde es el árbol de la vida". De hecho fractal significa fractura. Las fracturas y las
irregularidades nos rodean por todas partes; como decía Mandelbrot (trabajador de la IBM,
que desentrañó estas estructuras): "las nubes no son esferas, las montañas no son conos,
las costas no son círculos, ni la corteza de los árboles es lisa ni un rayo viaja en línea
recta... La naturaleza no solamente exhibe un grado mayor, sino también un nivel
diferente de complejidad". Los fractales no sólo aparecen en formas inertes sino, sobre
todo, en la dinámica de procesos caóticos. Parece que la mayoría de los objetos y procesos
del universo son fractales (aunque más complejos que cualquier abstracción). La
distribución de estrellas y galaxias en el universo mismo tiene una estructura fractal, la
superficie de las células, la forma de la nubes, las montañas, la radiación de los quásares,
los árboles, los líquenes, los relámpagos, la membrana nasal, los pulmones, las venas y
arterias, los nervios, el cerebro, la distribución de palabras en este texto, los ruidos de
fondo en un aparato telefónico, la música de Beethoven, etc. ¡La matemática había
ignorado la mayoría de los objetos del universo! En realidad la matemática euclidiana como
la lógica formal y el liberalismo, tienen campos de aplicación muy estrechos y se convierten
en abstracciones vacías mas allá de cierto punto.
Los fractales son estructuras que están plegadas sobre sí mismas de manera infinita, son
tan irregulares que no son diferenciables matemáticamente en ningún punto, es decir, es
imposible trazar una tangente en cualquiera de sus infinitos puntos. Se suponía que la
matemática era un ejemplo de perfección absoluta, ¡nada más lejano a la realidad! Cuando
vayamos a la costa, por ejemplo, intentemos medir su perímetro; como dice Eliezer Braun:
"podemos seguir indefinidamente de esta manera, tomando unidades cada vez más y más
pequeñas. Intuitivamente esperaríamos que la sucesión de valores que se obtenga para las
longitudes de la costa, medidas de esta manera, tendería a alcanzar un valor bien definido
que sería la verdadera longitud de la costa; sin embargo, esto no ocurre; de hecho lo que
sucede es que esta sucesión de longitudes aumenta cada vez más y más. Es decir, al
seguir el proceso indefinidamente la longitud de la costa que se mide se va haciendo más y
más grande, es decir, ¡la longitud de la costa tiene un valor infinito!"78. La curva de Koch
es un ejemplo de una línea infinitamente plegada, que encierra un área finitamente
determinada, como sucede en el perímetro de los continentes (véase la figura).
Los paladines de la lógica formal habían supuesto que el finito y el infinito se
encontraban separados por un abismo irreductible, en donde lo finito se dejaba para la
ciencia y el infinito para el misticismo; de hecho las bases del positivismo están en el
supuesto de que sólo conocemos las cosas particulares; pero en la vida real, el infinito se
encuentra en lo finito y lo finito no es más que un elemento de un infinito que, al mismo
tiempo, jamás conoceremos en su totalidad, ¡de otra forma llegaríamos al absurdo de una
totalidad infinita y sin embargo contada! Por eso cuando descubrimos una ley en un
conjunto de fenómenos finitos, podemos estar seguros que en todos los infinitos casos en
donde esas condiciones se presenten, la ley se cumplirá incondicionalmente. Engels había
comentado que "la infinitud es una contradicción en sí misma. Ya es una contradicción el
que una infinitud tenga que estar compuesta de honradas finitudes (...) precisamente
porque la infinitud es una contradicción, es infinita, un proceso que se desarrolla sin fin en
el espacio y en el tiempo. La superación de la contradicción sería el final de la infinitud"80.
Otro ejemplo es el movimiento browniano (se supone que las partículas subatómicas y
las partículas suspendidas describen este movimiento) que en su trayectoria describe una
infinita irregularidad de movimientos, de tal manera que, si nosotros establecemos los
puntos por los que pasa en un tiempo determinado y dibujamos su trayectoria (en un
segundo por ejemplo), para la medición en milésimas de segundo en el mismo lapso, la
partícula habrá pasado por otra infinidad de puntos aleatoriamente y así hasta el infinito,
para tiempos más cortos, pero, además, el dibujo de su trayectoria será fractal
(autosimilar) en todos los niveles. Es decir su irregularidad tendrá un patrón o un orden
fractal (véase la figura).
Los fractales, por tanto, son estructuras geométricas verdaderamente contradictorias
(patológicas como se les llama en matemáticas). Así, el polvo de Cantor (un fractal de una
dimensión) tiene longitud cero y al mismo tiempo, infinidad de puntos (porque a medida
que disminuimos la escala, la longitud total tiende a cero, mientras que "el polvo" va
aumentando), o la empaquetadura de Sierpinski (fractal en dos dimensiones), que tiene un
perímetro infinito, pero su área es de cero (véase la figura) o la esponja de Menger (fractal
en tres dimensiones), que tiene área superficial infinita y volumen nulo y por si fuera poco,
todas estas estructuras tienen autosimilitud hasta el infinito (véase la figura).
Debemos repetir que estos monstruos matemáticos no son curiosidades: "hay cada vez
más pruebas", nos dice Leonard Sander, estudioso de la formación espontánea de fractales
en la naturaleza, "de que la naturaleza siente un amor verdaderamente profundo por las
formas fractales"82. ¡Incluso el crecimiento demográfico de las ciudades tiene una
estructura fractal! (véase la imagen).
Para evitar cualquier interpretación mística de la fractalidad hay que aclarar que, aunque
la estructura fractal constituye una aproximación mucho más cercana a la realidad que la
matemática euclidiana, la fractalidad en la naturaleza es más compleja aún que los
modelos generados por computadora. En primer lugar la autosimilitud de las estructuras y
procesos caóticos constituye una autosimilutud estadística, se repetirá considerando
procesos y estructuras del mismo tipo a gran escala; en segundo lugar la autosimilitud
fractal en la naturaleza tiene límites cuantitativos más allá de los cuales se pasa a otro tipo
de estructura. "A nivel microscópico llegará el momento en que la figura se desdibuje y nos
encontremos con los átomos y las moléculas; a nivel macroscópico siempre hay una
frontera en que el objeto real cambia de un tipo de patrón a otro"84. Estos saltos
cualitativos de una estructura fractal a otra están determinados por las leyes mismas del
proceso estudiado, por ejemplo, por la gravedad (a nivel macroscópico) o por la función de
onda (a nivel microscópico). No es suficiente con mostrar la estructura fractal de un
proceso, puesto que la fractalidad se da en fenómenos muy diversos; es necesario, además
y sobre todo, explicar las leyes inmanentes al fenómeno y descubrir cómo éstas se
relacionan con la forma fractal. Para no mistificar la teoría es necesario, pues, vincular
orgánicamente la forma y el contenido del proceso estudiado o en otras palabras concebirlo
dialécticamente.
Los asombrosos conjuntos de Mandelbrot, figura resultado de representar en un plano
complejo números generados con iteraciones (repeticiones de una misma operación
sucesivamente sobre los resultados obtenidos) sobre la serie de números complejos
llamados "conjuntos de Julia", utilizando una función cuadrática, constituyen una clase de
fractales que se acercan aún más a la fractalidad que se presenta en la realidad concreta.
Estos son un conjunto de "fractales no lineales" que presentan autosimilitud conservada
hasta cierto punto, para transformarse posteriormente en otro tipo de estructuras
fractales, que se transforman en otras y otras por medio de saltos dialécticos hasta el
infinito (véase la imagen del conjunto de Mandelbrot) así como en la naturaleza nos
encontramos progresivamente en una dinámica infinita con estructuras autoorganizadas a
diversas escalas de la realidad, estructuras formales que ya predicen la existencia de leyes
cualitativamente diferentes con cada nuevo salto dialéctico: cúmulos de galaxias, galaxias,
estrellas y planetas, cordilleras, moléculas, átomos, partículas subatómicas, quarks...
El comportamiento del simple péndulo que veíamos más arriba, por tanto, no es una
simple anécdota académica. Éste se presenta también en el flujo turbulento, en el tiempo
meteorológico, en la dinámica de la población; y en un número cada vez más creciente de
multitud de fenómenos que parecían incomprensibles, inclusive, el movimiento del sistema
solar. En este último, que se supone es un sistema hamiltoniano (que conserva su energía)
y, además, es el símbolo clásico del mecanicismo, nos encontramos con nuestro buen
amigo el caos. Newton descubrió las leyes que rigen la interacción de dos cuerpos por el
simple hecho de tener masa y consideró al sistema solar como la simple interacción entre
el sol y los planetas como si éste se redujera a un sistema de dos cuerpos, considerando
que la gravedad de los demás planetas y masas que componen el sistema solar eran
despreciables en comparación a la fuerza gravitatoria del sol y, por tanto, lo trató como un
sistema estable para toda la eternidad, desde que Dios se dignó a darle el primer impulso
—de paso vemos como la imposibilidad de entender la relación entre lo necesario (las leyes
de Newton en este caso) y lo accidental (la perturbación de los otros cuerpos) llevó a
Newton directamente a la Teología para tratar de garantizar la estabilidad del universo—.
Sin embargo, la mecánica newtoniana significó un paso de gigante en la comprensión de la
naturaleza ya mucho antes con este método, aunque aún sin bases teóricas firmes, Tales
de Mileto predijo un eclipse que tuvo lugar el 28 de mayo del año 584 a.C.
Para los tiempos humanos la estabilidad del sistema solar está garantizada pero el
tiempo es, como vimos, relativo, y para el sistema solar los tiempos humanos no son más
que suspiros; en realidad el sistema solar no se reduce a la atracción entre dos cuerpos;
las cosas se complican con la interacción gravitatoria entre tres cuerpos y cada vez que
agregamos un cuerpo, las cosas se complican aún más; las leyes que dominan los sistemas
de más de dos cuerpos no son lineales y, por ende, son susceptibles a las condiciones
iniciales. "Resultó que el comportamiento de los nueve planetas, a partir de los próximos
cuatro millones de años, revela que el sistema planetario está en un estado caótico. Para
nuestra tranquilidad, esto no significa que el caos en el sistema solar sea de tales
características que se vaya a aniquilar dentro de poco tiempo, con planetas chocando entre
sí, o huyendo hacia otras galaxias, sino que sus órbitas son impredecibles cuando se
calculan para tiempos del orden de los cien millones de años y, por lo tanto, sólo se puede
anticipar que se moverán en el espacio dentro de zonas determinadas"85.
Esto significa que si un humilde asteroide pasa un kilómetro mas cerca de la Tierra,
dentro de cuatro millones de años, esa diferencia, junto con las miles de perturbaciones
provocadas por otros cuerpos miserables, se habrá amplificado exponencialmente y
cambiará su órbita radicalmente. Este comportamiento se observa ya en los asteroides
que, para pequeños cambios en la distancia del Sol, entran en una región caótica; lo
mismo se encontró en la órbita de Plutón y en el cambio periódico del giro sobre su eje de
un satélite de Saturno (Hiperión), provocado por simples irregularidades en su forma
elongada.
Quizá lo más importante en esta fascinante teoría es que, de acuerdo con Ilya Prigogine
y como veíamos con respecto a los fractales no lineales, la transición del orden al caos
puede constituir un proceso creativo y de surgimiento de nuevas leyes y nuevos niveles de
desarrollo, de la misma forma que para Marx la anarquía del capital y las revoluciones que
emergen de lo caduco, que sin duda son fenómenos de rompimiento de la continuidad y de
caos, son el caldo de cultivo donde todo lo inamovible y eterno es barrido y en donde se
empieza a gestar una nueva sociedad. "Los fenómenos irreversibles no se reducen, como
se pensaba antes, a un aumento del desorden", comenta Prigogine, "Estos fenómenos, por
el contrario, tienen un papel constructivo muy importante"90.
Así, de acuerdo con la ciencia del caos, los cerebros que en su encefalograma tienen
estructuras fractales o complejas, corresponden a los estados mentales más alertas. Los
sistemas biológicos por ser inestables se adaptan, cambian y sobreviven. Sin el caos, el
universo estaría muerto. En el caos aleatorio de las supernovas, las partículas elementales
vencen el punto de increíble oposición del electromagnetismo que las separa uniéndose en
virtud de la fuerza nuclear fuerte; el caos que une a las micropartículas permite el
nacimiento de los núcleos atómicos, que a su vez atrapan electrones y forman los
diferentes átomos para formar planetas, vida, mente y sociedades tecnológicas. Cada
punto de transición de lo potencial a lo irreversible crea nuevas leyes y nuevas
posibilidades de evolución; negaciones diferentes a sus antecedentes y que, por el famoso
"efecto mariposa", no se pueden anticipar para toda la eternidad. Un universo sin caos
sería un universo eternamente muerto y eternamente el mismo. Como se puede ver en la
siguiente figura, parece ser que el caos esta en el tuétano mismo del universo (véase la
figura).
La flecha del tiempo para la teoría del caos es un proceso creativo. "Esta flecha del
tiempo sigue presente en la actualidad. Es más, existe un estrecho vínculo entre
irreversibilidad y complejidad. Cuanto más nos elevamos en los niveles de complejidad
(química, vida, cerebro), más evidente es la flecha del tiempo"92. Esto, en verdad, es una
reivindicación de la idea dialéctica, tan menoscabada por la crítica superficial, del carácter
progresivo del desarrollo a través de contradicciones.
La flecha del tiempo era para Ludwig Boltzmann sinónimo de muerte térmica (o aumento
de la entropía), que convertiría al universo en una eterna nada incapaz de volver a crear la
luz de una estrella. La evolución del cosmos sólo tenía un camino sin retorno a la muerte
eterna; se concebía a la segunda ley de la termodinámica aplicable a un sistema
termodinámico aislado, como una ley absoluta de la naturaleza; paradójicamente al mismo
tiempo que Boltzmann planteaba esta idea, Darwin concebía una teoría en la que explica
que de la naturaleza podía surgir vida; pero hasta la física anterior al Caos, sólo se
comprendía cabalmente el primer boleto del universo. No obstante las limitaciones de su
tiempo, Engels había criticado la idea del final de todo movimiento "el movimiento no
puede, pues, crearse sino sólo transformarse y transportarse (...) por todo ello, un estado
inmóvil de la materia resulta ser una de las representaciones más vacías, para llegar a ella
hay que imaginarse el equilibrio relativo en que puede encontrarse un cuerpo en esta tierra
como un reposo absoluto, para generalizarlo luego al conjunto del universo"93. Con la
teoría del caos, se ha dado un salto cualitativo que ha confirmado experimentalmente esta
tesis de Engels.
Afortunadamente el Universo no es un sistema aislado reducible a las leyes de la
termodinámica. Las estructuras que se autoorganizan están por todas partes, la interacción
y el caos pueden organizar una vez llegados al punto de irreversibilidad de manera
espontánea a la materia, aun en la dinámica de los gases, donde se supone sólo se tiene el
camino hacia el desorden. Un ejemplo asombroso es el reloj químico, en donde una mezcla
específica de gases de diferentes colores a cierta temperatura, que de acuerdo a la
segunda ley debería llegar al equilibrio inerte "se observó que la solución cambiaba
periódicamente su color, pasando a intervalos regulares de incolora a amarillo pálido para
volver a hacerse incolora, lo que significa que la reacción retrocedía y volvía a avanzar
como si no pudiese decidir qué sentido tomar"94.
La importancia de este ejemplo en la autoorganización de la materia la comenta
Prigogine: "Tal grado de orden surgiendo de la actividad de miles de millones de moléculas
parece increíble y, de hecho, si no se hubieran observado relojes químicos, nadie creería
que un proceso semejante fuera posible. Para cambiar el color todas al mismo tiempo, las
moléculas deben tener una manera de comunicarse. El sistema tiene que actuar como un
todo. (...) Las estructuras disipativas introducen probablemente uno de los mecanismos
físicos más simples de comunicación"95, parece que, después de todo, el universo no tiene
un billete sólo hacia la muerte; el billete hacia la muerte implicaba su contrario, vida y
muerte se condicionan recíprocamente; la muerte de una estrella es el nacimiento
potencial de un nuevo sistema, de la misma forma que el metabolismo y la muerte de unas
células significa el desarrollo y la vida del organismo.
Ya habíamos comentado en otra parte que Einstein había puesto al tiempo en relación al
movimiento relativo de la materia. Para Prigogine las características de irreversibilidad,
bifurcación, caos y nuevo orden propios de los sistemas caóticos le dan al tiempo, además
de objetividad, un carácter irreversible con lo cual pretende fundamentar la flecha del
tiempo de Boltzmann, pero, ahora, como una flecha creativa ad infinitum y no como una
flecha hacia la muerte; en donde los puntos de rompimiento de la continuidad son también
rompimiento de la simetría temporal. Al igual que Einstein el tiempo depende del
movimiento de un sistema, pero se agrega la idea de que los sistemas dinámicos tienden a
la complejidad o en lenguaje dialéctico a la negación de la negación, en una dinámica en
espiral, en un progreso contradictorio.
La teoría del caos ha permitido una comprensión profundamente dialéctica de la
naturaleza y una promesa de cautivantes aplicaciones en la ciencia y la técnica, que van
desde la transmisión de información compleja con operaciones muy sencillas, la
reproducción de modelos y fenómenos naturales, que parecían imposibles de reproducir;
hasta el control de procesos caóticos para predecir, por ejemplo, un ataque al corazón o
estimular al caos para que genere una infinidad de estados ordenados de acuerdo con lo
que se requiera en un momento dado. Dejemos que Prigogine termine con sus propias
palabras este capítulo: "Después que tenemos la irreversibilidad, la flecha del tiempo,
podemos estudiar su efecto en otras rupturas de la simetría y la aparición del orden y el
desorden a la vez, a escala macroscópica. En ambos casos el orden y el desorden
emergen, a la vez, del caos. Si la descripción fundamental se hiciese en términos de leyes
dinámicas estables, no tendríamos entropía, pero tampoco coherencia debida al no
equilibrio, ni posibilidad de hablar de estructuras biológicas, y por lo tanto tendríamos un
universo del que estaría excluido el hombre. (...) Tradicionalmente estas leyes (las leyes de
la naturaleza) estaban asociadas al determinismo y a la reversibilidad en el tiempo. En los
sistemas inestables las leyes de la naturaleza se tornan fundamentalmente probabilísticas.
Expresan lo que es posible, y no lo que es cierto. Esto resulta especialmente palpable en
los primeros momentos del universo. En este momento el universo se puede comparar con
un niño que acaba de nacer y podría llegar a ser arquitecto, músico o empleado de banca,
pero no puede llegar a serlo todo a la vez. Evidentemente, la ley probabilista contiene
fluctuaciones e incluso bifurcaciones"96 y termina comentando que para la teoría del caos,
a diferencia de la visión lúgubre de la muerte térmica: "El mensaje es (..) optimista. La
ciencia empieza a ser capaz de describir la creatividad de la naturaleza, y hoy el tiempo ya
no habla de soledad, sino de alianza entre el hombre y la naturaleza descrita por él"97. De
la misma manera, como dice Alan Woods, a los marxistas, a diferencia de la decadente
filosofía del pesimismo: "Se nos ha acusado de ser unos optimistas incorregibles. Pues
bien, nos declaramos culpables. Los marxistas somos optimistas por naturaleza. Pero
nuestro optimismo no es artificial, sino que está arraigado en dos cosas; la filosofía del
materialismo dialéctico y nuestra confianza en la clase obrera y en el futuro socialista de la
humanidad"98.
Introducción
La física cuántica es una de las grandes revoluciones científicas del siglo XX, sólo
comparable a la revolución de la física newtoniana del siglo XVIII. Representa un aumento
espectacular en los horizontes del conocimiento y del potencial productivo de los hombres;
es perfectamente posible poner esas fuerzas increíbles descubiertas por la física cuántica y
la ciencia moderna bajo el control democrático y racional de los trabajadores,
arrebatándola al grupo de parásitos en cuyo interés egoísta de ganancia se desarrolla y se
utiliza.
Entre otras cosas, la física cuántica ha podido arrojar luz a fenómenos que van desde lo
más pequeño hasta ahora conocido (los quarks y los gluones), pasando por la tabla
periódica de los elementos, hasta lo infinitamente grande: la formación de las estrellas y la
explosión de supernovas, procesos que son la matriz de todos los elementos químicos que
hacen posible la existencia de soles, galaxias y, por supuesto, la vida y el pensamiento.
Esto representa por sí mismo una expresión de que lo infinitamente pequeño y lo
infinitamente grande son aspectos que sólo pueden ser comprendidos en su interconexión.
A pesar de ser una de las grandes conquistas del género humano, la física cuántica, sin
hablar de la ciencia y la cultura en general, es una gran desconocida para la mayoría de las
personas. De hecho, las ideas de la ciencia son el monopolio de un grupo reducido de
iluminados, trabajando para las grandes corporaciones, encerrados en las universidades y
que a veces, además de la ciencia, tienen intereses más sustanciosos que defender. Está
claro que, dentro del capitalismo, la población tiene suficientes cosas de qué ocuparse
antes que de la ciencia y de la cultura como, por ejemplo, el hambre, el desempleo y, en
general, sobrevivir al día siguiente.
Por si esto fuera poco, en realidad lo que se enseña al respecto en la escuela, con
maestros mal pagados, con estudiantes mal comidos y con planes de estudio en constante
agresión por parte de la burguesía, sirve de muy poco para interesarlos en la ciencia y en
general en cualquier cosa que no sea, para los que tienen el privilegio de ir a la escuela,
salir lo más pronto posible y conseguir un empleo para sobrevivir. Generalmente, por
ejemplo, se enseña en la escuela secundaria que el átomo es como un sistema planetario
en el que los electrones de carga negativa orbitan en círculos perfectos alrededor de un
núcleo formado de protones, con carga idéntica al electrón pero de signo contrario y de
neutrones con masa igual a la del protón, pero sin carga. Esta representación por supuesto
es desafortunada y sumamente abstracta y consiste en la transposición más o menos
arbitraria del movimiento newtoniano a un nivel de la realidad material que requiere otros
instrumentos conceptuales para reflejarla con mayor aproximación. Para poder comenzar
con nuestro tema, hay que acercarse un poco más a la complejidad concreta del átomo y
visualizar el escenario en donde se desenvuelve la física cuántica estándar y la relativista,
aún a costa de alejarnos un poco de los familiares esquemas académicos.
Los electrones, cuyo tamaño es al ser humano lo que el ser humano es a la vía láctea y
cuya masa es al mosquito, lo que el mosquito es al sol99, que giran alrededor del núcleo,
no describen un movimiento newtoniano en el que se pueda localizar el cuerpo en
movimiento con absoluta precisión (a=a) "La posición de una partícula, como el electrón",
nos comenta el profesor M. Y. Han, uno de los descubridores de los quarks, "nunca está
perfectamente definida, sino que se extiende sobre una región, dando lugar a
incertidumbres inherentes. Una órbita circular realmente se parece más a un anillo
toroidal, con contornos muy difusos. Se parecen mucho a los anillos que se hacen con
humo de cigarros, con una distribución desigual de humo que esta girando, fluctuando y
cambiando constantemente"100. El movimiento de las partículas subatómicas es caótico,
pero el caos, como vimos anteriormente, es al mismo tiempo ordenado, puede ser
representado mediante un espacio de fases, en este caso un anillo toroidal llamado nube
electrónica, que representa el espacio en donde podemos encontrar con mayor
probabilidad un electrón que, al mismo tiempo, estará cambiando su posición
constantemente y dejando infinitos puntos del campo de probabilidades por los que no
pasa. Por esta razón, la delimitación del átomo no es precisa, sino contradictoria y
dialéctica, porque cuando la nube del último nivel de energía comienza a difuminarse por
completo, es posible aun encontrar electrones que extienden el límite del átomo un poco
más allá, pero en la siguiente millonésima de segundo no existirá ninguno (aun así como
veremos más adelante, un miserable átomo tiene un alcance de influencia infinito).
El tamaño de los átomos fluctúa entre el pequeño margen de 1 a 3 angstroms (1
angstrom=1x10-10 metros) y aún así los núcleos atómicos son 60.000 veces mas
pequeños que el átomo, cuya unidad de medida son los fermis (1x10-35 metros), para dar
un ejemplo de lo que esto significa, tendríamos que imaginar esquemáticamente "un
aeropuerto cuya pista principal tiene tres millas de longitud. Justo en la mitad de la pista
en el centro del aeropuerto, cuyos límites están marcados por barreras de 12 millas hay
una pelota de baloncesto de cerca de un pie de diámetro. En un extremo lejano del
aeropuerto, a los pies de la barrera, escondido entre las hierbas, hay una piedrecita del
tamaño de un frijol"102. En este ejemplo los límites del aeropuerto representan los límites
del átomo, el balón representa el núcleo y el frijol al electrón. ¡En realidad el esquema
simplista del colegio no era más que una superficial e inadecuada caricatura! En este
escenario alucinante se desenvuelven los procesos estudiados por la física cuántica normal
y relativista
Cuando hablamos del mundo subatómico, estamos ante fenómenos que involucran
dimensiones de 10-10 metros (un angstrom); masas del orden de 9 x 10-28 grs. y a
tiempos característicos que fluctúan entre 10-10 a 10-20 segundos. Dimensiones y
procesos que escapan a la vida cotidiana y sobrepasan a la imaginación más desbordante.
Hablamos de un nivel de la realidad que ya no es posible explicar con los viejos modelos
cartesianos, ni con la vieja lógica del sentido común (a menos que caigamos en el
idealismo y en el subjetivismo). En estas condiciones estamos en el punto crítico más allá
del cual nos encontramos con partículas extremadamente susceptibles a la interacción
recíproca, o dialéctica diríamos nosotros; las variables que describen los fenómenos
subatómicos, a diferencia de la mecánica de Galileo y Newton, no son independientes y
están orgánicamente interrelacionadas, no se puede alterar una variable sin modificar otras
en el acto. Un fenómeno que, por ejemplo, desa-fía el sano sentido común y que es objeto
de una acalorada polémica, fundamentalmente entre una posición materialista (Einstein,
Planck, Prigogine y otros) y la ortodoxa o subjetivista (Heisenberg, Borh y otros), es que
mientras con mayor precisión conocemos el momento o velocidad de una partícula, más
indeterminada es su posición y viceversa (el famoso principio de incertidumbre enunciado
por Heisenberg). Por si fuera poco, el movimiento de estas partículas es dual (onda y
partícula) y probabilístico (como planteó Louis de Broglie): a toda partícula le corresponde
una onda y al mismo tiempo las propiedades de la onda están determinados por las
partículas que la portan. Si bien no es posible conocer con exactitud la posición y la
velocidad de una partícula individual, cuyo movimiento es caótico, es posible saber la
probabilidad de encontrar una partícula en un punto determinado, considerando un gran
número de partículas mediante la visualización del espacio de fases (principalmente gracias
a la mecánica matricial de Erwin Schrödinger), refutando de paso el prejuicio formal de que
el todo es igual a la suma de las partes.
Todas las propiedades del átomo sin excepción están cuantizadas, es decir, que sólo
cambian a otro nivel de energía —transformando sus propiedades o pasando a ser una
partícula totalmente diferente por la emisión o absorción de energía (en forma de luz,
rayos X, rayos gamma, alfa, u otras partículas)— , en puntos críticos que están
relacionados con la constante Planck, puntos en donde se da el salto cualitativo o salto
cuántico. En general, los paradigmas relacionados con la física cuántica además de la teoría
de la relatividad, son fundamentalmente dos: la constante Planck relacionada además con
la unidad materia y energía; y el principio de incertidumbre de Heisenberg. Discutiremos
sus implicaciones filosóficas.
A lo anterior se debe agregar que a niveles aún más pequeños en el interior del núcleo
atómico (cuya medida es como veíamos el fermi), a velocidades aún mayores, los efectos
de la relatividad comienzan a hacer efecto; entramos aquí al mundo de la mecánica
cuántica relativista, cuyas ideas fundamentales son el principio de Paul Dirac, según el cual
a toda partícula le corresponde una antipartícula. La idea de los cuantos de acción o
interacciones entre las partículas, proceso que supone, por ejemplo, en la fuerza nuclear
fuerte, la emisión espontánea de partículas o cuantos que transforman en su contrario en
tiempos inimaginablemente cortos, a la partícula emisora y receptora: transformación por
la que podemos decir que son ellas mismas y no son las mismas en millonésimas de
segundo. Los cuantos de acción son responsables de las cuatro fuerzas o campos
principales de la naturaleza: la fuerza electromagnética —con sus polos opuestos implícitos
que explica desde la interacción y unión entre moléculas, hasta la interacción sináptica—;
la fuerza nuclear fuerte, atractiva y repulsiva al mismo tiempo, que explica la unidad del
núcleo atómico; la fuerza nuclear débil, que explica la desintegración radioactiva y el hecho
de que los átomos inestables se conviertan con el tiempo en un elemento totalmente
diferente; y, finalmente, el campo gravitatorio (cuyo cuanto aún se desconoce). Aquí no
hay prejuicio más vulgar que la idea metafísica de que A=A. En realidad el átomo es una
suma de contradicciones en cuyo interior los opuestos se transforman el uno en el otro;
colisionan y se transforman en energía (luz) y en donde la energía es absorbida
transformándose en materia; en donde solamente en puntos críticos se dan
transformaciones cualitativas tanto del átomo como de sus "partículas elementales"; en
donde el movimiento se expresa en la unidad dialéctica entre onda y partícula y en donde
partículas cada vez más pequeñas presuntamente elementales, se encuentran en un
proceso aparentemente sin final, confirmando la idea dialéctica de la complejidad infinita
de la realidad y el proceso infinito de conocimiento humano.
No cabe duda de que una de las mejores maneras de fundamentar, nutrir y desarrollar la
filosofía de Marx y Engels es estudiando estas maravillosas conquistas del pensamiento
humano y, al mismo tiempo, aportar una salida al subjetivismo e idealismo de la ortodoxia
teórica de la escuela de Copenhague, pantano en el que desemboca el positivismo, y tener
una actitud materialista consecuente de la física cuántica; una concepción dialéctica de la
naturaleza. En este capítulo exploraremos todas estas fascinantes implicaciones. Con este
esquema inicial pasemos, por fin, a abordar la dialéctica del mundo subatómico.
Los electrones y protones son como imanes que implican la unidad entre cargas opuestas
y cuya relación determina la carga del átomo en cuestión y su capacidad para unirse con
otros átomos para formar moléculas. La interacción entre las cargas opuestas del protón y
el electrón determina el campo magnético del átomo. Sin esta contradicción sería imposible
la formación de cuerpos macroscópicos y por supuesto, usted y yo no estaríamos aquí
discutiendo sobre la dialéctica. El campo magnético implica la interacción entre contrarios:
lo positivo y lo negativo. A su vez, la unidad de contrarios entre la atracción
electromagnética y la repulsión que se le opone en el movimiento de las partículas,
específicamente en el electrón que se mueve a varios kilómetros por segundo, es el secreto
de la formación de moléculas que se manifiesta desde la pompa de jabón, cuya tensión
superficial es la tensión entre la fuerza electromagnética y la gravedad, pasando por la
unión entre las moléculas del ADN, hasta la interacción eléctrica entre la neuronas que, a
su vez, en su relación con el mundo externo, posibilitan el pensamiento (por cierto un
argumento más en contra del solipsismo idealista).
Al mismo tiempo, las moléculas o uniones entre átomos manifiestan propiedades que no
se pueden reducir a las características de los átomos que las componen. Cuando se une
una gran cantidad de moléculas que superan el punto crítico de magnitudes, tiempos y
masas que caracterizan a la física cuántica, la constante Planck y consecuentemente la
longitud de onda (o el carácter probabilístico del movimiento subnuclear) se hace
prácticamente despreciable; de hecho no desaparece, pero a efectos prácticos queda
subordinada a una nueva ley representada por la gravedad que la niega y la conserva al
mismo tiempo. Con la gravedad entramos al campo concreto donde las categorías de la
mecánica clásica se transforman de anacrónicas y falsas en pertinentes y verdaderas.
Muchas propiedades nuevas emergen con el salto cualitativo que representa la formación
de moléculas y cuerpos macroscópicos. En la teoría del caos y la complejidad, a estos
fenómenos se les llama propiedades emergentes. Por ejemplo nos dice Alan Woods: "Una
molécula de agua es una cuestión relativamente sencilla: un átomo de oxígeno unido a dos
átomos de hidrógeno gobernados por ecuaciones de física atómica bien comprendidas. Sin
embargo, cuando combinamos un gran número de moléculas, adquieren propiedades que
ninguna de ellas tiene aisladamente —liquidez— . Este tipo de propiedad no está implícita
en las ecuaciones. En lenguaje de la complejidad, la liquidez es un fenómeno
emergente"105. Aún más sorprendente es el hecho de que el fenómeno del pensamiento,
de acuerdo con la teoría del caos, es también un fenómeno emergente que no se puede
reducir a la suma de las partes o como resultado de simples hechos atómicos aislados.
Según el positivismo, los hechos atómicos o hechos de la experiencia son eventos aislados
y sin ninguna relación más que el haber sido objeto de mis impresiones empíricas e
inmediatas. Pero en el mundo real, los hechos no son aislados sino que están
interconectados en una red cuyos infinitos puntos de intersección determinan las
propiedades de los objetos y en cuya interacción orgánica emergen fenómenos nuevos e
inesperados. Así, nos explica de manera contundente Alan Woods: "El conocimiento de los
detalles de las neuronas, axones y sinapsis individuales no es suficiente para explicar los
fenómenos del pensamiento y las emociones. Sin embargo, no hay en ello nada místico. En
el lenguaje de la teoría de la complejidad, tanto la mente como la vida son fenómenos
emergentes. En el lenguaje de la dialéctica, el salto de la cantidad a la calidad significa que
el todo posee cualidades que no pueden ser deducidas de la suma de las partes, ni
reducidas a ellas. Ninguna de las neuronas es consciente en sí misma. Pero sí lo son la
suma de las neuronas y sus interconexiones. Las redes neuronales son sistemas no
lineales. Es la actividad compleja y las interconexiones entre las neuronas lo que produce
el fenómeno que llamamos conciencia"106.
Es irónico que la autoproclamada "filosofía de la ciencia" (El círculo de Viena) no quiso
darse cuenta de que la ciencia desarrollada en su tiempo (la física cuántica), trataba
precisamente de esos saltos cualitativos que habían sido tan desdeñosamente rechazados
como metafísica, prefiriendo entretenerse en su nueva y "profunda" ocupación de ser
"policía de la ciencia", un policía con un criterio empíricamente estrecho (como la
mentalidad de todo policía de tráfico); y en su sueño metafísico y quijotesco de encontrar
la estructura lógica formal de las matemáticas, proyecto ahora abandonado desde que Kurt
Gödel demostró que las matemáticas no se podían reducir a la lógica formal. En contraste
el genio de Engels, sin conocer nada de física cuántica ni mucho menos de teoría del caos,
tan sólo con los limitados marcos de la ciencia de su tiempo y con esa metafísica
desechada por los positivistas, ya había señalado la idea fundamental de "las propiedades
emergentes" de la teoría del caos: "La molécula" —nos dice Engels— "se descompone en
sus átomos, que tienen propiedades muy distintas de la de aquella (...) los átomos libres
del oxigeno naciente pueden lograr con gran facilidad lo que nunca conseguirán los del
oxígeno atmosférico, unidos por una molécula. (...) El campo en que la ley de la naturaleza
descubierta por Hegel celebra sus triunfos más importantes es la de la química. Se puede
denominar a ésta la ciencia de los cambios cualitativos de los cuerpos a consecuencia de
los de la modificación en la composición cuantitativa"107. De hecho con la unión atómico-
molecular, posibilitada por el fenómeno del electromagnetismo, emerge con un salto
cualitativo la interacción y trasformación de átomos, moléculas, iones y radicales, forma de
movimiento estudiado por la química; la química misma constituye una propiedad
emergente, inexistente en el átomo per se.
Cuando un electrón da un salto cuántico, libera (o absorbe) energía que se propaga en
forma de onda. El electromagnetismo no es más que la carga eléctrica en movimiento;
movimiento que genera una onda de fotones que se extiende en todas direcciones llamada
radiación electromagnética. El campo electromagnético y, en general, los otros tres campos
fundamentales de la naturaleza, son resultado del movimiento e interacción entre la
materia, expresado en sus respectivos cuantos de acción o partículas materiales. Al mismo
tiempo las propiedades del campo dependen de las características de movimiento del
cuanto específico. El espectro electromagnético, por ejemplo, representa los saltos
cualitativos en la radiación electromagnética, en función de los cambios cuantitativos de la
frecuencia de propagación de los fotones (o las oscilaciones por segundo, Hertz). Todo
mundo sabe la diferencia entre los rayos X y las ondas de radio; ambas tienen propiedades
totalmente distintas: los rayos X traspasan los órganos y se reflejan en el tejido óseo y
permiten obtener radiografías, las ondas de radio por su parte, al menos en el contexto
capitalista, constituyen un medio de difusión de estupideces y mentiras y de control
mediático de la clase dominante. La única diferencia está en que los rayos X se encuentran
en una frecuencia mucho más alta que las ondas de radio. Verdaderamente el espectro
electromagnético es una confirmación sorprendente de los cambios cuantitativos que se
transforman en cualitativos. Este espectro incluye, desde la frecuencia más alta hasta la
más baja: a los rayos gamma, rayos X, rayos ultravioleta, luz visible (pasando por el
violeta, azul, verde, amarillo, naranja, rojo), para pasar al infrarrojo, a las microondas con
las que calentamos nuestra comida basura; llegando a las ondas de radio, para finalizar en
la parte más baja del espectro con la onda larga usada en los walkie-talkies. Este ejemplo
es tan claro y evidente que hasta los positivistas, quienes se habían rasgado las vestiduras
en su lucha contra la dialéctica, lo podrían entender. Quizá la tesis de Engels ya no suene
tan descabellada, después de todo, a los oídos de los señores analíticos, "es probable que
los mismos caballeros que hasta ahora tacharon a la transformación de la cantidad en
calidad de misticismo y de trascendentalismo incomprensible", dice el propio Engels,
"declaren ahora que en verdad se trata de algo evidente por sí mismo, (..) entonces
tendrán que consolarse como el Monsieur Jourdain de Molière, quien hizo prosa durante
toda su vida, sin tener la menor noticia de ello"108.
4) El ‘principio de incertidumbre’
Como hemos señalado, una tesis fundamental del materialismo dialéctico es que
pequeños cambios cuantitativos pueden producir grades cambios cualitativos. La
proposición adicional a esta tesis es que el todo no es igual a la suma de las partes y que
las partes manifiestan propiedades específicas en relación al todo. Una de las
características más relevantes de las partículas subatómicas es el hecho de que son
extremadamente susceptibles a las perturbaciones o en lenguaje de la dialéctica, los
pequeños cambios e interacciones provocan en ellas cambios cualitativos recíprocos, sobre
todo, entre velocidad y posición. La "acción" o la capacidad que un sistema tiene de
modificar su entorno es muy grande en comparación con los sistemas reflejados en la
mecánica clásica. Una consecuencia de este hecho es que las características que definen al
nivel subatómico no pueden ser consideradas de manera aislada, como en el caso de un
mecanismo de relojería; en física clásica, por ejemplo, la posición y la velocidad no tienen
dependencia numérica alguna, es verdad que la velocidad es el resultado del cambio de
posición, pero el determinar la posición no nos dice nada con respecto a la velocidad, dos
cuerpos pueden adquirir la misma posición sin tener la misma velocidad.
En Física cuántica, por el contrario, la relación entre posición y velocidad se vuelve
esencial. Tan esencial que este fenómeno se expresa en el "principio de incertidumbre" un
principio fundamental de la física cuántica. Este principio plantea que "si determinamos con
absoluta precisión la posición de una partícula subatómica, el conocimiento sobre su
velocidad quedará indeterminado y, a la inversa, mientras mejor quede determinada la
velocidad de una partícula, más indeterminada será su posición". Este principio refleja la
relación entre las incertezas recíprocas de la posición y la velocidad, las dos no pueden ser
nulas al mismo tiempo, es decir, no pueden simultáneamente estar absolutamente
determinadas, la determinación absoluta de una modifica objetivamente a la otra al
aumentar su campo de probabilidad. De hecho, si se pudiera determinar la posición y
velocidad al mismo tiempo, como sucede en el movimiento mecánico, violaríamos lo más
esencial de la física cuántica: el hecho de que el valor de la capacidad de perturbación de
las partículas a este nivel no puede ser menor al de la constante Planck ya que al
determinar al mismo tiempo posición y velocidad, la constante Planck podría valer cero,
cosa que es imposible. En otras palabras diríamos que la parte no se puede separar del
todo y el todo resiente los cambios pequeños de sus elementos constituyentes.
La fuerza de la costumbre se imprime en nuestros cerebros de manera tan conservadora
que parece increíble que si en la vida cotidiana podemos determinar la posición de un
corredor de los cien metros planos en un momento en el tiempo sin modificar su velocidad,
en el mundo subatómico no sucede lo mismo; Alberto Clemente de la Torre comenta al
respecto que: "Considerar el sistema como susceptible de ser separado en sus partes, es
consecuencia de nuestra experiencia con sistemas clásicos, pero no necesariamente para
los sistemas cuánticos. Los observables de un sistema cuántico están ligados de cierta
forma que impiden su total independencia (..) La necesidad de considerar el sistema físico
en su totalidad, no siempre separable, se denomina holismo. Pero conviene resaltar que
este holismo en la física corresponde a argumentos científicos rigurosos con sustento
experimental y no debe ser confundido con charlatanerías pseudocientíficas"115. Lo que
muchos científicos destacados parecen no saber es que la relación entre los observables en
física cuántica representa una relación dialéctica; podemos parafrasear a Marx cuando,
citando a Maurice le responde "¿qué ha definido el autor sino el método dialéctico?". En
efecto, el holismo no es más que otra manera de decir que las características de los
sistemas cuánticos están en determinación dialéctica y que por nuestra parte sólo nos
corresponde poner en relieve esa relación y enriquecer nuestra filosofía en este hecho
material.
Es claro que la posición y la velocidad de una vaca en movimiento no se altera en lo más
mínimo porque lo iluminemos con un haz de luz, ya que la acción o capacidad de
perturbación es tan pequeña en los procesos mecánicos, como para ser modificada por
simples fotones. En contraste, en el mundo de la física cuántica la capacidad de
perturbación es tan grande, que el simple hecho de interactuar con un fotón transforma
sus cualidades; así cuando se observa un electrón con un microscopio, la única manera en
que podemos ver directamente a las partículas subatómicas, se altera el estado del
sistema, mientras la luz sea de onda corta (baja energía) la velocidad de la partícula
quedará determinada, quedando indeterminada su posición, mientras que con fotones de
gran energía determinaremos la posición y no sabremos nada de la velocidad. El
intercambio de energía del fotón lanzado por el aparato hace del fotón parte del sistema
observado.
Este hecho fue interpretado de distintas maneras por los científicos más eminentes. La
"escuela de Copenhague", con Bohr y Heisenberg a la cabeza, interpretó el "principio de
incertidumbre" de manera idealista y positivista. En realidad, de acuerdo con esta
interpretación: "el concepto de objeto material, de constitución y naturaleza
independientes del observador, es ajeno a la física moderna, la que, forzada por los
hechos, ha debido renunciar a esta abstracción"116, afirmó con toda claridad Heisenberg.
Lo que concebimos como una partícula elemental "no es una formación material en el
espacio y en el tiempo, sino, en cierto modo, un símbolo (..)"117, sostuvo W. Pauli.
Además Heisenberg afirmó: "la teoría cuántica no se refiere a la naturaleza, sino a
nuestros conocimientos de la naturaleza"118. La ciencia, según esta escuela, no afirma
nada sobre la realidad objetiva puesto que la observación es modificación y por tanto, la
ciencia no trata sobre la cosa en sí, sino frases sobre los aparatos utilizados y, en última
instancia, sobre fenómenos subjetivos.
Los fenómenos llamados objetivos sólo se materializan al ser observados. "Estas
consideraciones llevan a Bohr a decir que es falso creer que la meta de la física es
descubrir cómo es la naturaleza, pues, en verdad, sólo se ocupa de lo que podemos decir
acerca de ésta, dudando así que la realidad de la naturaleza sea conocible. La palabra
realidad, dice Bohr, es una palabra que hay que aprender a usar correctamente. La
descripción de la naturaleza que hace la física no es, para Bohr, un reconocimiento de la
realidad del fenómeno, sino una descripción de las relaciones entre diferentes aspectos de
nuestra experiencia. Heisenberg afirma, extremando el pensamiento de Bohr, que la meta
única de la física es predecir los resultados experimentales, excluyendo en el lenguaje toda
mención a la realidad"119.
Además, si no hay realidad objetiva con la cual podamos contrastar los esquemas
teóricos, las formas alternas de organizar la experiencia en teorías o sistemas son
complementarios; de esta manera se concilia la visión religiosa y científica pues son sólo
posturas complementarias120 de articulación de los "hechos de la experiencia".
En absoluto la idea filosófica central de la Escuela de Copenhague tiene sustento en el
principio de incertidumbre o en cualquier cosa que no sea la posición deliberadamente
idealista que Heisenberg sostuvo y que, por cierto, le sirvió de justificación para apoyar el
régimen nazi (aunque por supuesto, esto no disminuye en absoluto su aporte científico).
En primer lugar no es la observación, ni el acto subjetivo de medir, lo que trasforma las
propiedades del sistema cuántico, sino el electrón y el fotón que emite el microscopio el
que interactúa con el sistema de manera independiente a la observación. No es la visión
del sujeto, ni siquiera la medición lo que transforma el sistema; no se puede confundir el
acto subjetivo de observar y medir con la objetividad del instrumento usado para observar
y medir; ni siquiera es el aparato como tal el que cambia el estado del sistema, sino el
fotón lanzado por ese aparato, exista o no observador, sea o no un aparato el que lo emita.
El electrón por supuesto es un objeto material y no una proyección idealista, es la unidad
fundamental de carga y sustento de innumerables adelantos tecnológicos y fenómenos
naturales, inclusive el pensamiento mismo es resultado de la actividad eléctrica del cerebro
en su relación con el ambiente natural y social.
El formalismo de la mecánica cuántica no incluye por ningún lado la observación
subjetiva. El principio de incertidumbre, que expresa la vinculación dialéctica entre las
variables y su carácter probabilístico, se funda en la constante Planck, que es una ley
fundamental para el nacimiento de estrellas, galaxias, elementos químicos, los cuatro
campos fundamentales de la naturaleza y cuerpos macroscópicos. Procesos que de hecho
prueban su independencia con respecto a la subjetividad al ser condiciones esenciales de la
misma subjetividad. En efecto, no es posible la existencia de sujetos pensantes donde no
hay posibilidad de surgimiento de cuerpos macroscópicos. Procesos todos ellos regidos,
entre otras leyes, por los saltos dialécticos de la constante Planck. Sólo basta mirar por un
telescopio potente para presenciar eventos que ocurrieron antes de la existencia de la
subjetividad. La llamada radiación de fondo es testigo del nacimiento de soles y galaxias en
donde las leyes de la física cuántica jugaron (y juegan) un papel primordial, "pero la idea
de que esta radiación es el resultado de mediciones es absurda: ¿quién medía?"121, nos
dice con toda razón Ilya Prigogine. En realidad los positivistas se comportan como los
clérigos que no creyeron lo que veían por el telescopio de Galileo, pues contradecía las
sagradas escrituras y seguramente era cosa del demonio122. En el caso de los positivistas
no es posible la existencia del mundo y su cognoscibilidad porque eso es, (¡Dios nos libre!),
metafísica; en ambos casos existe una posición dogmática, subjetivista y sin ningún apoyo
en la ciencia. En segundo lugar el "principio de incertidumbre" sólo se manifiesta en
procesos en donde la constante Planck juega el papel central. Y constituye una
generalización abusiva y sin fundamento plantear la incerteza como propiedad absoluta del
universo. En tercer lugar la física cuántica no tiene nada de indeterminada, la medición de
los efectos de un ensamble de partículas, como por ejemplo el campo magnético, es una
de las más exactas y determinadas que existen dentro de la ciencia moderna.
La postura ortodoxa está en contradicción no sólo con la física cuántica, sino con la
experiencia científica en general, cuya idea implícita es que el mundo no sólo existe, sino
que además es cognoscible, que la ciencia describe leyes objetivas. De hecho, la mayoría
de los científicos, por no hablar del resto de la humanidad a lo largo de todos los tiempos,
tienen la convicción, aunque sólo sea por las características de su propia actividad y no una
posición filosófica deliberada, de que el mundo existe independientemente de su
percepción. Inclusive los pocos científicos que sostienen conscientemente la visión
ortodoxa, cuando están en las cuatro paredes de sus laboratorios y aún en el mundo
cotidiano, trabajan y actúan como si su objeto de estudio existiera al margen de su
pensamiento, lo cual parece ser una manifestación de lo poco que respetan sus
consideraciones filosóficas reservadas para las discusiones en los seminarios y en las
cafeterías. ¿Qué valor puede tener una filosofía científica que es inaplicable cuando se hace
ciencia? ¿Puede haber una filosofía científica al margen del quehacer científico? Y a la
inversa. ¿Qué sentido puede tener una ciencia que no dice nada del mundo objetivo?
¿Cómo puede tener valor práctico algo que no tiene conexión más que con nuestra
subjetividad? En realidad el positivismo como filosofía de la ciencia es inútil justo cuando se
hace ciencia, es como un paraguas que es inútil justo cuando llueve, como explica Engels:
"¿Qué se pensaría de un zoólogo que dijese: un perro parece tener cuatro patas, pero qué
sabemos si en realidad tiene cuatro millones de patas o ninguna? (...) pero los hombres de
ciencia se cuidan de no aplicar la frase de la cosa en sí a las ciencias naturales; sólo se lo
permiten al pasar a la filosofía. Esta es la mejor prueba de la poca seriedad con que la
toman, y del escaso valor que posee. Si se tomara en serio, ¿de qué serviría investigar
nada?"123.
Es una pena y un indicador verificar que detrás de la ortodoxia hay intereses no
meramente científicos (como el prestigio y el control de los recursos de los institutos por
ejemplo, que la posición de EPR, planteada por Einstein, Podolsky y Rosen, (además de
Erwin Schrödinger y el mismo Planck), que postula una interpretación materialista de la
física cuántica ha sido silenciada deliberadamente y que generalmente no sea planteada
con tanta insistencia como la visión ortodoxa, evitando una discusión general racional al
respecto. "Tal intento de callar el problema no es neutro", nos dice Clemente de la Torre,
"sino que favorece una interpretación ortodoxa de la teoría que se adoptó en sus
principios, sustentada por la enorme autoridad, bien merecida, de Bohr, Heisenberg y otros
de sus fundadores. Hoy, la mayoría de los físicos que investigan temas fundamentales de
esta teoría no se adhieren a dicha interpretación y encuentran necesaria una actitud más
crítica en la didáctica de la física cuántica"124.
Einstein, Podolsky y Rosen publicaron en 1935 ¿Puede considerarse completa la
descripción que de la realidad física da la Mecánica Cuántica?, en donde fundamentalmente
se argumenta que la mecánica cuántica describe fenómenos reales existentes, con
independencia de la subjetividad. Las partículas subatómicas tienen simultáneamente
posición y velocidad y el hecho de no poderla determinar con los instrumentos teóricos a
nuestra disposición sólo significa que la física cuántica como teoría aún es incompleta y
está en proceso de elaboración; existen variables ocultas que por principio no son
incognoscibles y que nos obligan, por ahora, a considerar de manera probabilística dichos
fenómenos. En este argumento debemos señalar dos elementos: a) que se reconoce la
existencia del mundo material y b) que la física cuántica es sólo una aproximación a los
fenómenos objetivos, dejando fuera de su consideración variables ocultas que impiden su
precisión absoluta, es decir, la física cuántica no es una teoría completa. El destacado
investigador Luis de la Peña señala la esencia de la posición de EPR y la suya: "(...) se
considera que la función de onda describe un sistema material que existe con
independencia de nosotros y que tiene la propiedad objetiva de encontrarse en ese estado,
independientemente de nuestro conocimiento sobre el sistema"125.
De igual manera, Erwin Schrödinger ridiculizó la visión ortodoxa en su famoso
experimento conocido como el gato de Schrödinger, en donde un gato es encerrado en una
caja con un frasco de cianuro y un tubo con un átomo que emite un electrón al segundo de
cerrar la caja, electrón cuya probabilidad de salir hacia la izquierda o hacia la derecha es
igual. En el lado derecho tenemos un detector de electrones que de ser activado romperá
el frasco de cianuro y, consecuentemente, el gato morirá y del lado izquierdo el electrón
saldrá y el gato vivirá. Si la visión ortodoxa es correcta, el "colapso de función de estado" o
determinación de la posición del electrón sólo ocurre con la visión subjetiva del fenómeno,
es decir, la posición del electrón no se materializa más que cuando alguna subjetividad se
digna mirar dentro de la caja. Como la probabilidad del electrón hacia la izquierda (gato
muerto) y a la derecha (gato vivo) es, en este caso, igual, mientras no abramos la caja, el
electrón no tiene, según la visión positivista, ni posición ni velocidad, por no ser
propiedades objetivas, por tanto el gato, mientras no se mire dentro de la caja, ¡no estará
ni vivo ni muerto! Las implicaciones de este conocido experimento mental son claras:
evidentemente el gato ya estaba vivo o muerto antes de que el científico abriera la caja, el
científico sólo cobra conciencia de un hecho preexistente a su constatación subjetiva;
consecuentemente el electrón tiene posición y velocidad, independientemente de la
subjetividad y la observación; y el hecho de que en los fenómenos cuánticos las variables
de posición y velocidad estén íntimamente vinculadas no impide su carácter material, ni es
argumento (ni siquiera desde el punto de vista de la lógica formal) para negar su
objetividad.
El adoptar una postura conscientemente materialista no se reduce a adquirir una postura
consistente con la ciencia moderna y en particular de la física cuántica, como habían
señalado ya los clásicos del marxismo. Todo error en la teoría se refleja tarde o temprano
en la práctica. La posición filosófica en la ciencia en tanto que unidad teórico-práctica
deriva en resultados concretos, como el investigar o no fenómenos de interés para la
ciencia moderna que de acuerdo con la visión idealista de Copenhague no tendría ningún
sentido investigar, en efecto, si la cosa en sí es incognoscible y "el principio de
incertidumbre" significa que no hay leyes ni causalidad objetivas "no hay mucho más que
investigar en relación al comportamiento azaroso de los electrones", nos dice Luis de la
Peña, "pero si se cree que el fenómeno azaroso es causado por algún agente externo," (o
interno agregaríamos nosotros) "es evidente que este agente requiere de una cuidadosa
investigación física, lo que abre un amplio terreno a la investigación"126.
Una alternativa materialista y dialéctica fascinante a la explicación de la estocasticidad
(aleatoriedad) de los fenómenos cuánticos constituye la teoría del caos, que tiene algunas
diferencias secundarias con las postura materialista de EPR. No es necesario buscar la
causa de la aleatoriedad en fenómenos externos sino en una característica inmanente de
este tipo de fenómenos: la acción o susceptibilidad asombrosa a los cambios por
interacción dinámica, o en palabras de teoría del caos "susceptibilidad a las condiciones
iniciales" pueden ser indicadores de que los fenómenos cuánticos son fenómenos
explicables en términos de caos. Son caóticos y ordenados al mismo tiempo o, en otras
palabras, del desorden y aleatoriedad de las partículas elementales, aleatoriedad inevitable
en virtud de su susceptibilidad a los pequeños cambios, de sus velocidades inmensas y su
complejidad aún mayor que en la termodinámica; nace el orden a gran escala, orden
probabilísticamente determinado con la función de onda. El orden y las leyes que nacen del
desorden del caos es tan sorprendente que el margen de error de la medición del momento
magnético, por ejemplo, es del orden de uno en 10.000 millones; la incertidumbre en la
mecánica cuántica no es obstáculo para adquirir certidumbres que superan la precisión de
la mayoría de las ciencias.
Así, las variables ocultas que buscaba Einstein y la posición EPR, podrían encontrar su
explicación en la teoría del caos y en las características inmanentes de los fenómenos
cuánticos; efectivamente, las partículas tienen posición y velocidad independientemente de
la observación y medición (el hecho mismo de que la medición objetiva transforme el
estado nos dice mucho sobre las leyes objetivas de ese fenómeno) pero su medición no
puede ser más que probabilística por las características mismas que no pueden ser
explicables en función de las partículas aisladas sino del todo cualitativamente distinto. Se
ha comprobado más allá de cualquier duda, que los sistemas cuánticos son sistemas
orgánicos o dialécticos irreductibles a las partes componentes; éstas son precisamente las
características fundamentales de los sistemas caóticos o dialécticos que conjugan
dialécticamente el orden y el desorden, el todo y las partes. "Por tanto", nos dice Ilya
Prigogine, "en mecánica cuántica tiene que haber un mecanismo intrínseco que lleve a los
aspectos estadísticos observados (...) este mecanismo es, precisamente, la inestabilidad, el
caos"127. Independientemente del desarrollo ulterior de la física cuántica y de que las
causas de la aleatoriedad se encuentren en la teoría del caos o en algún factor externo —la
teoría del caos es aún muy joven— , no cabe duda que la solución de esta fructífera
polémica se dará en el campo del materialismo y de la búsqueda de la solución en el
mundo objetivo y sus leyes inmanentes. La preocupación esencial de Einstein: que la
mecánica cuántica, como la ciencia en general, describen el mundo independientemente
del observador, sustituirá, sin duda, a la ortodoxia, cada vez más cuestionada y criticada.
CONCLUSIONES
El sentido común, herencia y expresión de la vida cotidiana nos dice que "A" es igual a
"A". Las leyes de la lógica formal son adecuadas para una gran cantidad de fenómenos de
la vida cotidiana, precisamente de aquellos eventos lineales y aparentemente estables
como, por ejemplo, reconocer la identidad y permanencia de los objetos de nuestra vida
diaria; saber que un perro es un perro (especialmente si se trata de mi perro), la
autoconciencia de mi propio Yo, saber reconocer los rostros familiares y queridos; todas
son condiciones para la supervivencia en el mundo cotidiano143.
Sin embargo, el mundo cotidiano no deja de informar continuamente de la complejidad
del mundo capitalista, donde la estabilidad es sólo un momento transitorio del movimiento.
La lógica formal es una fuerza esencialmente conservadora y tranquilizadora que se
convierte en una especie de rigor mortis mental cuando no se reconoce en sus propios
límites; la estabilidad relativa de lo cotidiano se transforma en su contrario por la gradual
acumulación de tensiones producto, en este caso, de las leyes inmanentes del capitalismo,
que actúan en las profundidades, que llegan a un punto crítico y emergen bruscamente a la
superficie; transformando la conciencia de los hombres, especialmente de los trabajadores.
El cuerpo muerto y rígido vuelve a cobrar vida; el Yo aparentemente inmutable se
transforma bruscamente; el Yo individualista se percata de su fuerza como clase social. En
realidad es ya otro sujeto cualitativamente distinto, una negación dialéctica de su
conciencia pasada. Estos procesos, impulsados en última instancia por factores objetivos,
obligan a las masas a intentar tomar el destino en sus propias manos. Se llaman
revoluciones; procesos que son profundamente dialécticos y que, en palabras de Marx,
constituyen la locomotora de la historia.
Ahora la lógica formal se torna en un cascarón vacío, rígido y sin vida porque la
estabilidad ha sido rota y el movimiento a través de contradicciones se vuelve absoluto.
"Trataré aquí de esbozar lo esencial del problema en forma muy concisa" nos dice Trotsky
hablando de los límites de la lógica formal. "La lógica aristotélica del silogismo simple parte
de la premisa de que "A" es igual a "A". Este postulado se acepta como axioma para una
cantidad de acciones humanas prácticas y generalizaciones elementales. Pero en realidad
"A" no es igual a "A". Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una
lente: son completamente diferentes. Pero, se podrá objetar, no se trata del tamaño o la
forma de las letras, dado que ellas son sólo símbolos de cantidades iguales, por ejemplo de
una libra de azúcar. La objeción no es válida; en realidad una libra de azúcar nunca es
igual a una libra de azúcar: una balanza delicada descubrirá siempre la diferencia.
Nuevamente se podría objetar: sin embargo una libra de azúcar es igual a sí misma.
Tampoco esto es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, color, etc.
Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista contestará que una libra de azúcar es igual a sí
misma en un "momento dado". Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este
"axioma", tampoco soporta una crítica teórica. ¿Cómo concebimos realmente la palabra
"momento"? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, entonces una libra de
azúcar está sometida durante el transcurso de ese "momento" a cambios inevitables. ¿O
este "momento" es una abstracción puramente matemática, es decir, cero tiempo? Pero
todo existe en el tiempo y la existencia misma es un proceso ininterrumpido de
transformación; el tiempo es en consecuencia, un elemento fundamental de la existencia.
De este modo el axioma "A" es igual a "A", significa que una cosa es igual a sí misma si no
cambia, es decir, si no existe"144.
Quizá cuando vamos al mercado y queremos comprar azúcar estas consideraciones
dialécticas carecen de importancia y aparentan ser necedades pedantes e inútiles.
Seguramente resultará un ejercicio bastante improductivo buscar contradicciones en todo
lo que vemos cada vez que vamos a La merced, —aun cuando Marx haya mostrado que "el
mercado" se encuentra plagado de contradicciones—. Pero cuando nos enfrentamos con
procesos dinámicos y complejos, a los que la vida cotidiana se encuentra en última
instancia subsumida, la cosa cambia. Precisamente estos fenómenos son los de más interés
para la ciencia moderna y la filosofía marxista y en los que se puede encontrar respuestas
a los problemas que aquejan a la humanidad. Y no es que los procesos complejos como los
estudiados por la economía política marxista, la teoría de la relatividad, la teoría del caos y
la mecánica cuántica, no puedan ser entendidos racionalmente. Todo lo contrario, la
condición para comprender racional y cabalmente y de forma coherente la dinámica interna
de estos procesos complejos se encuentra, según Marx, en "la reproducción de lo concreto
por la vía del pensamiento"145, en someter lo concreto, síntesis de múltiples
determinaciones, a un estudio objetivo que desvele sus leyes subyacentes, y a su vez,
comprender la riqueza del fenómeno como manifestación inmediata de su esencia (ley). El
materialismo dialéctico es un modelo general del movimiento, una guía para la acción y un
método para el estudio de lo complejo; un método basado en la historia y en las ciencias
particulares modernas, se abstrae de allí y se aplica como método para la intervención
práctica.
El objetivo primordial de este trabajo ha sido poner de relieve que la ciencia moderna
muestra, en general, que el movimiento lineal o la acumulación gradual de alguna de las
variables involucradas provoca saltos repentinos; que el movimiento implica la dinámica de
fuerzas y tendencias opuestas y diversas, y que los saltos cualitativos, debido a la
acumulación cuantitativa por medio de contradicciones, dan lugar a nuevos fenómenos y
estabilidades relativas que niegan las leyes anteriores al surgir nuevas y, al mismo tiempo,
procesos en los que se puede rastrear su antecesor porque conservan algunas leyes como
subordinadas. Estas son, a grandes rasgos, las tres leyes generales del método dialéctico
abstraído de la naturaleza y de la sociedad como un modelo que refleja en su generalidad
la dinámica del movimiento y que puede ser aplicado a lo concreto, nuevamente para
comprender sus múltiples determinaciones específicas en sus manifestaciones infinitas.
Otra tesis que hemos intentado someter a prueba es la idea de "la unidad y lucha de
contrarios" o, en otras palabras, la vinculación recíproca, la tensión entre fuerzas opuestas
como fuente del desarrollo. Incluso el simple cambio de lugar, como decía Lenin, no puede
entenderse como una simple suma de estados de reposo sino, más bien, como la unidad
entre la discreción y la continuidad; como la discreción del objeto que pasa por una
sucesión de puntos y, al mismo tiempo, la continuidad de su trayectoria. Las
contradicciones se manifiestan de manera específica dependiendo del tipo de proceso y el
nivel de la realidad del que se trate y se vuelven mas relevantes y evidentes a medida que
la complejidad del proceso aumenta. Como comentó el destacado profesor y doctor en
Ciencias, Pedro Miramontes: el movimiento requiere contradicción. En una esfera
platónicamente perfecta, idéntica a sí misma, situada en el vacío es imposible saber o
determinar movimiento alguno, ni relación ni punto de referencia alguno para determinar
su movimiento; se requiere pintar una raya a la esfera perfecta, pero con ello deja de ser
perfecta, se rompe su simetría. El movimiento requiere que esa "A" deja de ser "A" o igual
a sí misma para que suceda el movimiento, condición esencial para la existencia148.
Hemos intentado mostrar que las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza implican
una relación de tendencias opuestas. La fuerza nuclear débil implica la unidad y tensión
dinámica entre protones y neutrones en su transformación recíproca, emitiendo partículas
radiactivas (alfa, beta o gamma); la "fuerza nuclear fuerte" se presenta como unidad
dialéctica de la atracción y repulsión y la interacción de las partículas con sus cuantos; el
electromagnetismo con sus polos opuestos inmanentes y como resultado de la relación
entre las cargas del núcleo y de los electrones, además, del campo magnético implícito en
los protones, electrones y otras partículas en sí mismas; a nivel del núcleo atómico la
unidad y lucha de contrarios se manifiesta en la correspondencia entre materia y
antimateria y su aniquilación mutua para dar origen a energía o fotones; los fotones, a su
vez, como potencial de surgimiento de partículas y antipartículas, por no hablar de la
oposición y diversidad implícitas en la inagotable complejidad de las partículas elementales.
La unión entre finito e infinito que implica el campo magnético y gravitatorio, así como la
unidad entre lo infinitamente inmenso: el universo y lo infinitamente pequeño: las
partículas elementales; la unidad entre lo finito e infinito en los fractales; la unidad
dialéctica entre orden y caos en Teoría del Caos, en donde la aleatoriedad puede
comprenderse determinada en su espacio de fases y en sus atractores extraños y el orden
como producto del caos creativo; o en otras palabras, quizá menos académicas: "Un
desmadre organizado"149. La vinculación entre necesidad y accidente en donde el punto
crítico es fracturado por un accidente aparentemente insignificante que manifiesta la
necesidad misma de ese rompimiento y de las leyes que llevaron hasta este punto crítico.
Los opuestos irreconciliables de la mecánica clásica, espacio, tiempo, materia y energía,
se han comprendido en su interacción recíproca con la teoría de la relatividad: el espacio se
curva y se determina por la materia que contiene; la materia no puede concebirse, en su
heterogeneidad, fuera del espacio; el tiempo se transforma con el movimiento de un
sistema material; las longitudes, masas y tiempos propios de un cuerpo están en relación
con su movimiento. La materia y la energía no están separados por un abismo
infranqueable, en tanto que la fuente del movimiento y desarrollo de la materia esta
implícita en ella misma En la evolución estelar vemos la unidad de contrarios en la tensión
entre la expansión de la energía de la estrella y su contracción gravitacional, que hace de
la estrella un sistema con relativa estabilidad. Contradicciones que anuncian ya la
posibilidad del rompimiento de dicha estabilidad, rompimiento que genera nuevos
fenómenos cualitativamente distintos como enanas blancas, estrellas de neutrones y
agujeros negros destructivos y extraordinariamente creativos al mismo tiempo; tanto que
se encuentran en el centro de toda galaxia, atestiguando su unidad con la creación de
planetas y estrellas y eventualmente vida y conciencia.
La teoría de la evolución se explica como la unidad entre lo accidental y lo necesario: Lo
accidental de la mutación genética, lo accidental de infinidad de características fenotípicas,
que no tienen ninguna utilidad evolutiva y al mismo tiempo accidentalidad, que en su
interacción dialéctica con el medio, posibilita a que algunos de esos accidentes se
manifiesten como necesarios en la supervivencia y en relación con la transformación
constante del medio. La contradicción concreta se encuentra en el núcleo de la propia vida:
"Vivir es consumirse y consumir la propia vida es ya morir. La vida y la muerte están
estrecha e indisolublemente unidas. Los contradictorios, concretamente, están unidos, ¡son
idénticos!"150.
En matemáticas Marx y Engels ya habían puesto de relieve la unidad dialéctica entre una
recta como un fragmento infinitesimalmente pequeño de una curva cuya integración daba
origen a su contrario: la circunferencia. Las contradicciones han sido la característica
esencial de la matemática moderna dando, de paso, el tiro de gracia al intento de
encontrar una estructura lógico formal a todas las matemáticas: podemos hablar de la
topología en donde un plano es un fragmento pequeño de una esfera y en la fractalidad en
donde existe autosemejanza estructural infinita en una estructura finita. Matemáticas que
tratan del mundo tal cual es: un mundo abollado, doblado, retorcido o en otras palabras
contradictorio. Es importante tomar conciencia de que estas tensiones entre la diferencia y
la oposición no son arbitrarias sino que se fundan en las fuerzas mas generales de la
naturaleza hasta ahora conocidas y en las matemáticas implicadas.
c) Negación de la negación