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Es una poderosa arma de sometimiento que aliena a los dominados al asumir la ideología
de los dominadores y al reproducirse multilateralmente con vida propia. El Estado, las
instituciones, las estructuras, las clases, las familias están configurados por el racismo
sobre indígenas, negros y mestizos asumiendo la forma de invisibilización y negación
como sujetos en las instituciones, estructuras y la vida cotidiana quedando consolidadas
en relaciones de colonialismo interno y colonialidad del poder. La forma mas extrema de
racismo es la destrucción de la identidad, su forma más violenta, después del genocidio y
el etnocidio. Los pobladores de América resintieron la violencia del desarrollo capitalista,
de la instauración de la modernidad en las metrópolis y después la construcción de un
Estado-nación que les negó su humanidad en aras de la colonización.
No obstante las alteraciones estadísticas para blanquear las poblaciones, las políticas
integracionistas y las deficiencias censales, seis son los países latinoamericanos y del
Caribe mayoritariamente indígenas: México, Bolivia, Perú, Guatemala, Paraguay y
Ecuador. Los demás países son afroamericanos o afrocaribeños. Entre los primeros
destacan Brasil y Colombia; entre los segundos se encuentran Cuba, República
Dominicana y Jamaica. A los intermedios, Venezuela, Costa Rica y El Salvador,
podríamos calificarlos de mestizos. En conclusión, estamos frente a una población
latinoamericana y caribeña afrolatina, indígena, mestiza y minoritariamente
euroamericana. En toda esta parte del continente el racismo, con sus distintos niveles y
formas, existe en mayor o menor medida. Y en todos contribuye a alterar las identidades y
la subjetividad asociadas a la colonialidad del poder y del saber.
Racismo es una categoría compleja como todas y para utilizarla en nuestra región
debemos tener las suficientes precauciones con los intelectuales eurocéntricos como para
no incurrir en confusiones derivadas de la extrapolación del examen de solo un país o
peor aun de lo ocurrido con el nazismo. La falsa teoría de la inferioridad, inventada para
justificar la conquista y colonización, con los años se va transformando en instrumento y
justificación de la explotación servil del inferior. En el actual momento histórico, por
racismo latinoamericano se entiende toda la diversidad de ideologías, actitudes y
prácticas que se expresen en forma de intolerancia asociada a la negación de derechos
que conduzca a la discriminación, opresión o violencia de mayorías que son consideradas
minorías; cualquier forma de heterofobia que afirme al grupo propio y rechazo, miedo o
desprecio del diferente; cualquier forma de desigualdad que atribuya posición diferencial
al otro generando segregación y explotación, y cualquier modo de naturalizar diferencias.
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dominación-explotación en el caso del racismo antiigualitario. Las dos lógicas existen en
América Latina, con dominancia de la segunda, pero ambas naturalizando las diferencias
que con el neoliberalismo reaparecen y se agudizan. Las dimensiones del racismo
abarcan lo interno y externo, es imperial y colonialista interno, es institucional y
socializado, es de explotación y es de exterminio1.
En las culturas latinoamericanas, la colonialidad del saber surge del acto etnogenocida de
las coronas europeas en el proceso de colonización que buscó destruir las avanzadas y
milenarias culturas originarias, consideradas primitivas por los bárbaros conquistadores.
Corona e Iglesia, colonizadores y pueblos oprimidos de América por las culturas más
fuertes, unidos contra la encarnación del imaginario de moros y cristianos, inician la
conformación de una colonialidad del poder y del saber, de una mentalidad que será el eje
de una dominación que se prolonga por diversas formas coloniales hasta hoy, cuando se
agudiza con el neoliberalismo. Las formas clasificatorias combinan rasgos, señales y
atributos construidos sobre la base de elementos culturales y fenotípicos para legitimar la
opresión y expropiación al servicio de la explotación y la acumulación capitalista. El
racismo se unifica a la etnicidad y a la clase, a la superioridad de unos sobre otros, a la
jerarquía de conquistadores sobre conquistados. Lo importante es que el otro es
minusvaluado y sujeto de expropiación y abuso, de violencia y exclusión, de trabajo
gratuito y menor derecho a la vida. La cultura occidental se va legitimando como
dominante sobre los pueblos indígenas, andinos y amazónicos y después sobre las
poblaciones afrocaribeñas, afroamericanas, estructurando todo un sistema de relaciones
e instituciones que son el eje de la dominación colonial.
También se tuvo que apelar a alianzas y procesos de mestizaje con estratos de los
pueblos originarios para confrontar a los poderes hegemónicos encontrados y obtener
mayor dominio. Estas relaciones de violencia y mestizaje dieron lugar a la
multiculturalidad, que a fines de la colonia había logrado avances en su coexistencia:
1
Taguieff, P. La force du préjugé. Essai sur le racisme et ses doibles, París, La Decouverte, 1988.
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pueblos originarios, vertientes africanas y asiáticas, grupos europeos, pueblos mestizos e
incluso -más adelante- emigrantes del Medio Oriente entrando en una dinámica de
asimilación, transformación y resistencia. Como bien señala Elizabeth Peredo en un
excelente ensayo, los españoles aprovecharon las rivalidades y estratificaciones del
imperio incaico para fortalecer su poderío, kuracas de ayllus y mujeres fueron sometidas
al control imperial:
En los pueblos es, sin embargo, donde se daba el proceso de desindigenización, más en
la república española que en la de indios, pues en ambos vivían. Las escuelas, la
catequización y la castellanización ladinizaban a los indígenas, de donde paradójicamente
salían los rebeldes. En ese proceso tan complejo intervenían un mosaico de factores,
como la subjetividad, la distancia, la geografía, la fuerza de la cultura -como la maya y
quechua-, la fuerza de adaptación de los modelos urbanos, las relaciones entre la cultura
de los pueblos indígenas y las de los pueblos dominantes, el papel del Estado; en fin,
múltiples circunstancias, interrelaciones y contextos determinarían los grados de sumisión
o rebeldía.
2
Elizabeth Peredo Beltrán, Una aproximación a la problemática de género y etnicidad en América Latina, cepal-iidh,
Santiago de Chile, junio de 2001.
3
Bernd Hausberger, "Política y cambios lingüísticos en el noroeste jesuítico de la Nueva España", Relaciones 78, vol. xx,
colmich, México, 1999. pp. 39-77.
4
Albert Memmi, Retrato del colonizado, Ed. Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1974.
4
En los últimos años, en el mundo en constantes procesos de recolonización –muy mal
llamado poscolonial- han aparecido un conjunto de intelectuales que se ubican en este
mismo campo de reflexión con valiosas aportaciones: Inmanuel Wallerstein, Aníbal
Quijano, Edgardo Lander, Walter Mignolo, Fernando Coronil, Edward Said, Ranajit Guha,
Michel Rolph Trouillot, Arturo Escobar, V. Y. Mudimbe, entre otros. Estos autores nos
introducen en un debate acerca de la cebolla de la colonización eurocéntrica, metáfora
para denominar las múltiples capas que se van creando en el largo proceso colonizador,
para buscar alternativas.
Unos países optaron por la inclusión como objeto del derecho, como indígenas bárbaros,
como mestizos y otros por la exclusión como siervos de hacienda, soldados o a través de
la servidumbre doméstica; en ambos casos, fueron estrategias interrelacionadas que
invisibilizaban en distinto grado. La religión, la escuela y las fuerzas armadas pretendían
sacarlos de la abyección y el atraso, pero terminaban creando nuevas formas de
desigualdad y diferenciación, reforzando el caudillismo paternalista, patrimonialista y
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clientelar como nuevas estrategias de dominación. Al acrecentarse numéricamente las
ciudades y las clases medias con sus nuevas demandas, se construyó el populismo.
Desde fines del siglo xix aparecen los intelectuales no oligárquicos, algunos de provincias,
rebeldes y creativos, anarquistas y marxistas, quienes confrontan al darwinismo social y al
positivismo, al liberalismo y al conservadurismo -que generalmente se matizaban unos a
otros- y también -los menos- al colonialismo y al racismo. Los indios y otras etnias se
hacen visibles a través de estos intelectuales. Paralelamente el racismo se difumina
desde el Estado por toda la sociedad mezclando viejas y nuevas formas de dominación,
incorporando las sutilezas. Al observar las grandes migraciones europeas de fines del
siglo xix a Argentina y Brasil, los estados recurren a políticas de colonización para
"mejorar la raza". Resignados en su lucha para acabar con la barbarie, buscan soluciones
externas. El atraso y las crisis recurrentes son atribuidos a esa mayoría indígena. Cuando
se rebela recurren al exterminio, a la estigmatización y deslegitimación de los rebeldes. Y
mediado por el racismo, de comunistas pasan a ser terroristas y después narcotraficantes.
Sin embargo, nosotros pensamos que en la actualidad, siendo muy difícil de estimar la
población indígena de México, Perú, Ecuador, Paraguay, Guatemala y Bolivia, que
aparece en los censos -cuando aparece- o que es estimada por distintos métodos, está
sumamente subvaluada. Sólo en el caso de México, donde se ha aceptado oficialmente
que son diez millones, o sea 10 por ciento de la población, éstos fácilmente podrían
alcanzar más del 50 por ciento, lo que significaría en un nuevo cálculo que de unos 160
millones de personas en estos seis países, los indígenas son más de 90 millones, que
sumados a los que hay en el resto de la región superan fácilmente los cien millones. Algo
similar ocurre con la población negra y mestizo-negra, que podemos estimarla en casi la
mitad de la población de la región latinoamericana. Esto significaría que América Latina es
mayoritariamente afrocaribeña y afrolatina, y en segundo lugar -destacando los seis
países mencionados, donde son mayoría- es indígena. En resumen, nuestras repúblicas
criollas no son tales, aunque la mayor visibilidad del racismo, la xenofobia y la intolerancia
junto al neoliberalismo hayan acrecentado el autorrechazo indígena y negro. Sólo que
ahora es acompañado de amplios sectores que se reidentifican y al hacerlo adquieren
visibilidad.
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la etnicidad y conseguir información verídica al respecto es casi imposible; sólo podríamos
acercarnos a su conocimiento distorsionado e impreciso, pues la misma realidad está
convertida en un mosaico trizado y vuelto a ensamblar de inmensa complejidad. Como
parece evidente, la situación adquiere mayor dificultad en los pueblos y ciudades, o en
lugares de migración fuera de la región; éstas son las sedes de la desidentificación y
autorrechazo, o la simple negación de su antigua condición social pues ella implicaba
menosprecio, racismo y desprecio. A ello se agrega la aculturación, la asimilación, el
consumismo y el individualismo. Es por ello que la lengua, los signos exteriores, la
ubicación geográfica y la autopercepción son los elementos más verificables.
Desde que nacen nuestros estados se establece un orden social por medio del cual se
constituyen jerarquías que quedan tan engranadas en el tejido social que ocultan la
existencia de un discurso y práctica de supremacía racial, en que se desatan las
dicotomías tal como lo moderno-primitivo-salvaje, tan presente en toda historia de
colonización. La otredad se construye desde las alturas de círculos exclusivos de diálogos
que se hacen pasar por democracias6.
El racismo recorre todo el ciclo de vida de las víctimas. Desde la infancia son sometidas a
la mentalidad superioridad/inferioridad, se reproduce en la escuela y en la religiosidad,
reaparece en el empleo/desempleo, las políticas salariales, en la localización y el tipo de
la vivienda, en el acceso a la cultura y a las tecnologías de la información, en las
relaciones con el poder, con la seguridad y la justicia. Todas estas y otras desigualdades,
y sus consecuencias, como el laceramiento de la autoestima, son naturalizadas,
fetichizadas e invisibilizadas con los discursos sobre ciudadanía y democracia. El racismo
es una construcción social que recoge estereotipos, prejuicios, ideologías,
constituyéndose en estructura mental realimentada permanentemente por la propia
realidad que mantiene a esta población discriminada fuera y dentro de una nación
construida por los criollos, para los criollos y sus poderosos aliados del norte. La igualdad
6
Celina Romany, De frente a la impunidad: La erradicación de la discriminación racial en el camino hacia las
democracias pluriculturales y multiétnicas, CEPAL-IIDH, junio de 2001.
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jurídica y las libertades pierden toda su potencialidad asignada por los liberales, con
excepción de algunos países que crearon el mito del mestizaje incluyente.
Quienes piensan y escriben sobre el Cono Sur deberían dejar de hacer generalizaciones
absurdas, pues de otro modo no podrían explicarse la rebeldía y la violencia de quienes
con justa razón no se identifican con la nación criolla y buscan ocupar simbólica y
realmente espacios sociales, culturales y políticos intentando hacerse visibles. El poder es
una relación social que lo permite, no sólo para los indígenas y negros, sino que en estos
tiempos -donde las clases medias también son excluidas y discriminadas- también los
mestizos expresan a través de su presencia en el poder la necesidad de hacerse visibles.
La movilidad social ascendente de las capas medias ya no pasa por la economía ni por lo
social. Las clases han cambiado, antes subsumían en la clase lo étnico, lo económico y
social adquiría centralidad; ahora la clase es incapaz de hacerlo y más bien lo étnico
viene interrelacionándose con la clase. Antes, a través de la clase desaparecían las
diferencias étnicas; ahora estas diferencias se agregan a las de clase. La nación
dominante se ha elitizado aún más y ha excluido a las clases medias. Las culturas
indígenas y negras siguen reflejando la situación estructural que le otorgó el colonialismo
externo e interno, pero manteniéndose en la resistencia y sobrevivencia ahora aliadas con
sectores de las clases medias y sus culturas.