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1
Sesión de formación en política y gestión cultural
Madrid, 4-7 de abril de 2006
Extractos de la ponencia:
Cultura y desarrollo - Alfons Martinell

Las conclusiones del informe del PNUD sobre desarrollo humano de 2004 constataron
que no hay Desarrollo Humano sin cultura. Todo desarrollo sostenible tiene que asimilar la
dimensión cultural: como forma de vida, proceso creativo y actividad productiva. La
inversión en la cultura debe ser reconocida como inversión en el desarrollo.

El objeto principal de la cultura es contribuir al bienestar colectivo de los ciudadanos, no


sólo al lúdico o estético, pero también a la lucha contra la pobreza, la marginación y la
exclusión social. Vice versa el desarrollo humano se ha de contemplar de manera global
teniendo en cuenta no solamente los aspectos materiales, pero también la prosperidad
social y cultural. Todavía no sabemos cómo incorporar la cultura al índice de desarrollo
humano, pero hemos de hallarlo.

En la acción futura hay que tomar en cuenta los principios siguientes


- Las actividades culturales hacen parte integrante de los procesos de participación
de los ciudadanos y consolidan la cohesión social.

- Para defender la diversidad hemos de preservar la memoria colectiva, las lenguas y


las culturas marginales.

- Cooperar es permitir que el ser humano se desarrolle en su contexto.

- La cultura no se desarrolla de manera aislada. Hay que buscar relaciones,


sinergias con otros ambientes: economía, defensa del medio ambiente.

- La política cultural debe ser plural y diversa. La vida democrática comporta el


derecho de participa en la formulación de la política cultural. El derecho a la cultura es un
derecho fundamental.
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4. reforzar la relación entre economía y comunicación


5. conservar el patrimonio
6. incorporar actividades culturales a la educación
7. defender y promover los derechos culturales

- La cooperación cultural no es unidireccional. Las partes son protagonistas de su


cultura.
- La cultura puede crear unas relaciones más pacíficas y prevenir conflictos.
- Lo que pretendemos es un desarrollo sostenible. Hay que contemplar todo el
proceso de la cultura y sus impactos. La acción cultural no puede lograr todos los
impactos, pero debe tenerlos en cuenta.

En la base de estas consideraciones, siete líneas de acción:

1. desarrollar el capital humano


2. reforzar las instituciones culturales y la legislación (relaciones entre cultura y
política) 3. reforzar la relación entre cultura y economía (industria y turismo cultural)
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Sesión de formación en política y gestión cultural


Madrid, 4-7 de abril de 2006
Extractos de la ponencia:
Cultura y desarrollo - Lupwishi Mbuyamba

Dos rasgos característicos de la relación entre cultura y desarrollo en este inicio del siglo
XXI: el antagonismo entre los procesos uniformizadores de la globalización y la toma de
conciencia de la importancia de las diversidades culturales.

La globalización tiende a imponer un solo modelo de desarrollo basado principalmente en


los criterios de rentabilidad económica que ignora la diversidad de las realidades socio-
culturales. Pero este modelo tiende a perpetuar y aún agravar las desigualdades, la
pobreza, la inseguridad y la marginación.

Los procesos de globalización y las innovaciones tecnológicas ofrecen nuevas


oportunidades para la libertad, el reparto y la solidaridad, pero al mismo tiempo comportan
graves amenazas de dominación, desigualdad y exclusión. Ofrecen nuevas perspectivas
para el florecimiento de la diversidad cultural, la participación y el incremento de los
intercambios, comportan también la estandarización, del consumo pasivo de productos
que se distribuyen en un flujo unidireccional desde un número cada vez más pequeño de
centros creativos.

Una de las causas más importantes de dicha situación, especialmente en África, tiene que
ver con el desprecio por parte del modelo de desarrollo vigente de las realidades,
tradiciones y particularidades del entorno sociocultural.
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Sesión de formación en política y gestión cultural.
Madrid, 4-7 de abril de 2006
Extractos de la ponencia:
Política cultural para el desarrollo - Kovács Máté

Al abarcar el tema de política cultural para el desarrollo hay que recordar antes todo los
antecedentes y las grandes etapas que conducían a la emergencia de este concepto.

Estos son los siguientes

- la Declaración universal de los derechos humanos (1948).

- el Pacto internacional de los derechos económicos, sociales y culturales (1966).

- la Declaración de los Principios de la Cooperación Cultural Internacional (1966).

- la serie de conferencias intergubernamentales organizadas sobre políticas


culturales por la UNESCO (Venecia – 1970; Helsinki – 1972, Yogyakarta – 1973,
Accra 1975, Bogotá – 1978).

- la Recomendación relativa a la Participación y la Contribución de las Masas


Populares en la Vida Cultural (Nairobi, 1976).

- la Recomendación relativa a la Condición del Artista, (Belgrad, 1980).

- la Conferencia mundial sobre políticas culturales (MUNDIACULT, Méjico, 1982)


que adoptó el concepto amplio, eso es antropológico, de la cultura y definió el
desarrollo como un proceso complejo, global y pluridimensional.

- El Decenio mundial para el desarrollo cultural (1988 – 1997)

- La Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, instituida en 1992, y su informe,


publicado en 1995 bajo el título «Nuestra diversidad creativa».
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Los derechos culturales* se basan en la idea que las personas deberían tener ciertos
derechos que garanticen su posibilidad de expresar, consumir, producir cultura, y
participar en la cultura de su elección.

Los derechos culturales, junto con los demás derechos humanos promueven las
posibilidades de las personas de seguir y elegir la forma de vida de su propia elección. Por
lo tanto, los derechos culturales forman parte del derecho internacional y de los derechos
humanos que son universales.

De esta forma los derechos humanos no deben sólo formar parte de la gobernabilidad
sino ser principios vinculantes a nivel jurídico a través de los cuales los estados y
autoridades garantizan la diversidad y riqueza de la expresión cultural. El relativismo
cultural opone a esta idea y confirma que los derechos humanos / culturales son relativos
y dependen del contexto cultural en que están ejercidos.

En el lenguaje normativo los derechos culturales se refieren principalmente a los


instrumentos internacionales como el artículo 27 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos (1948) y el artículo 15 del Pacto Internacional de los Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (1966), y otros instrumentos (declaraciones, artículos,
pactos, convenios, etc.).

Algunos de los derechos culturales son por ejemplo el derecho de participar en la vida
cultural, los derechos de autor, la protección del patrimonio cultural, la libertad de
expresión y la libertad artística, así como también la responsabilidad del estado de
proteger, promover y desarrollar las culturas nacionales / regionales. A nivel africano uno
de los instrumentos más importantes es la Carta Africana de los Derechos Humanos y de
los pueblos (1981). En la sesión se presentarán los instrumentos principales de la
arquitectura de los derechos culturales.

Los derechos no son nunca absolutos, y llevan en sí una dimensión de deber. Durante los
últimos años se ha hablado mucho sobre los deberes / las responsabilidades culturales
que son el objetivo de los estados y la base de la convivencia. Según el artículo 29 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos todos los miembros de la sociedad
tienen responsabilidades hacia la propia sociedad.
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Los deberes culturales no se refieren solamente a las responsabilidades de los estados


y las autoridades, sino también a las responsabilidades compartidas entre todos para el
mantenimiento de la convivencia armónica. Los derechos y deberes culturales no
significan la negación de las diferencias culturales o de la pluralidad cultural sino la
riqueza de la diferencia. Los deberes fundamentales están relacionados con los
principios de los derechos humanos relativos a la no-discriminación, la dignidad humana
y el respeto al otro.

Los derechos culturales ofrecen nuevos contenidos a las políticas culturales, pero
también dan pautas para definir relaciones entre grupos. Es en el entorno local donde se
siente el impacto de los derechos culturales. Pueden facilitar el acceso a la cultura. Si son
instrumentos jurídicos, los Estados están obligados a protegerlos y promocionarlos.

El desarrollo de la cultura necesita:

- Recursos: Medios, instrumentos, recursos materiales, pero también recursos


humanos que se asegura a través de la capacitación, formación permanente,
formación de formadores.

- Espacios: infraestructuras e instituciones permanentes: Centros administrativos


(ministerios de Cultura), de enseñanza (escuelas de música, de danza), museos,
centros culturales, etc.

- Instrumentos: Legislaciones y reglamentos, cuadro jurídico que garantice la


preservación y la promoción por ejemplo del arte, del derecho de autor y del
patrimonio.

- Educación y formación cultural: en el nivel de la educación general, pero


también formación profesional de artistas y agentes culturales (en estructuras públicas
y privadas).
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- Gestión: mecanismos y personales para asegurar la viabilidad económica de


las instituciones, iniciativas y empresas culturales, y también para desempeñar de
tareas como la planificación estratégica y la promoción, movilización y administración
eficaz de recursos, el marketing, la distribución y la comercialización, la información
del público, etc.

- Medios: tecnologías utilizadas en el proceso de creación, preservación,


difusión, información, etc.

Al crear estas condiciones e instrumentos arriba mencionados, la política cultural tiene


el objetivo y la tarea de asegurar la participación democrática y el acceso a la vida
cultural por las comunidades.
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Derechos culturales y desarrollo humano.
Jesús Prieto de Pedro.
Transcripción no revisada por el autor. OEI.
Pensar Iberoamérica, revista de cultura.
no. 7 septiembre 2004.
...Dicho esto, es pertinente plantearse la pregunta referente a la definición de los derechos
culturales. La palabra «derechos» significa poderes jurídicos garantizados
jurisdiccionalmente y por otros mecanismos jurídicos. En este caso, no estamos ante
derechos comunes, subjetivos y generales. Por el contrario, hacemos referencia a unos
derechos singulares y fundamentales -poderes jurídicos superiores, especialmente
protegidos por un sistema de garantías que no disfrutan los derechos sujetivos
ordinarios„Ÿ definidos como derechos humanos.

Entre esas garantías encontramos las constitucionales, frente a la reforma de los textos
en la interpretación del propio texto constitucional. Algún autor dijo que los derechos
fundamentales vencen a las mayorías. Considero que esa es su fortaleza dentro del
sistema jurídico, pues hay toda una serie de mecanismos jurisdiccionales „Ÿcomo los
juicios de amparo„Ÿ que son procedimientos sumarios, privilegiados y urgentes de
protección a estos derechos. Por otro lado, estos también constituyen fines primarios del
Estado que deben orientar la actuación de los poderes públicos.

Los derechos culturales están delimitados por el adjetivo «cultural». En este sentido se
descubre uno de los focos problemáticos, pues hay dos acepciones de cultura en esta
expresión concreta: una que se restringe a los pueblos minoritarios y otra que implica que
son derechos que afectan a todos los ciudadanos.

Las primeras normas jurídicas en el ámbito internacional provienen del Pacto


Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales del año 66, entrado en vigor
el año anterior. Es aquí donde por primera vez se acuña en un texto importante esta
expresión y se recoge en el sentido amplio y abierto. Sin embargo, el desarrollo inmediato
que ha experimentado y en el que se ha visto envuelto ha sido, precisamente, lo que lo ha
limitado a los grupos minoritarios que reivindican una situación de debilidad frente al
grupo mayoritario.
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Este es uno de los grandes errores con los que nos enfrentamos en este momento. Un
callejón sin salida por haber aceptado una propuesta que sitúa a los derechos culturales
como una reivindicación de las minorías frente a las mayorías; cuando los derechos
culturales forman parte del patrimonio de todos los seres humanos.

Por este motivo, propongo entender los derechos culturales como aquellos derechos que
garantizan el desarrollo libre, igualitario y fraterno de los seres humanos en esa
capacidad singular que tenemos de poder simbolizar y crear sentidos de vida que
podemos comunicar a otros.

Quisiera hacer una pequeña reflexión sobre la evolución de los derechos humanos. Dicha
evolución se ha caracterizado por una cadena ininterrumpida de construcción de los
derechos fundamentales formulados en las tablas de derechos. Desde las constituciones
de principios del siglo xix hasta hoy, las cosas han cambiado mucho y esas tablas se han
vuelto mucho más extensas y complejas.

La propuesta clásica aceptada por la mayoría de juristas es la que distingue o separa en


tres generaciones los derechos fundamentales e introduce un principio de orden mental
en este mundo tan complejo. La primera generación estaría constituida por los derechos
fundamentales de libertad; la segunda, por los derechos de igualdad; y la tercera, por los
derechos fundamentales de solidaridad. Todos ellos se relacionan con el tema central de
la revolución francesa: liberté, égalité et fraternité.

Los derechos fundamentales de libertad se vinculan con autonomía. Libertad significa


autonomía porque crea ámbitos de resistencia en los que el poder público no puede
entrar. El individuo se ve recubierto de una esfera inmune para ejercer su libertad sin
intromisión del poder; por ejemplo la libertad de expresión, de asociación, de conciencia o
de culto.

Los derechos de la segunda generación son los derechos económicos. A diferencia de los
anteriores, aquí no se trata de que el poder público se mantenga al margen y respete ese
círculo de poder que el derecho le otorga al individuo. Ocurre, precisamente, todo lo
contrario. El poder debe comprometerse con el desarrollo de la igualdad de los individuos,
ofreciendo servicios y prestaciones.
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Estos son los derechos a la educación, a la salud y a la cultura que se toman cuerpo a
través de la prestación de servicios culturales y de la institucionalidad de la cultura.
Eleanor Roosevelt, que presidió la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas cuando se estaba elaborando la Declaración Universal, lo expresó brillantemente:
«Un hombre necesitado, no es un hombre libre». Este es el problema que trata de atender
la citada generación.

En la tercera generación aparecen los derechos de solidaridad. Estos incluyen a todos


aquellos que no encajaban en los derechos de libertad ni en los derechos de igualdad. Por
un lado, son los derechos que protegen intereses difusos como el medio ambiente, los
consumidores, el derecho a la paz; y por otro, los que nos interesan aquí: los derechos de
grupo, donde se sitúan los derechos de identidad.

A pesar de que solo la segunda categoría hace referencia explícita a los derechos
culturales esta clasificación hace evidente su complejidad, pues en cada una de las
categorías encontramos elementos de ellos. Por ejemplo, en la primera incluimos la
libertad de la creación cultural, la libertad artística, la libertad científica, la
comunicación cultural, la libertad de comunicación de las expresiones creadas en la
cultura, etcétera.

El llamado derecho de acceso a la cultura es un derecho típico de la segunda generación,


porque para acceder a la cultura hacen falta prestaciones relacionadas con los grandes
servicios públicos (los museos, archivos y bibliotecas son instrumentos de realización del
derecho de prestación de acceso a la cultura). Asimismo, en la tercera generación se
presentan, bajo la forma de derecho al patrimonio cultural, el derecho a la conservación de
la memoria cultural y los derechos al desarrollo de su identidad de los grupos étnicos y de
los grupos culturales diferenciados.

Dicho esto, quisiera hacer algunas propuestas, para invitar a la reflexión y sobre todo,
tratar de sentar algunas líneas de trabajo para el futuro.
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En primer lugar, es preciso realizar un esfuerzo teórico interdisciplinario. El tema de los


derechos culturales es demasiado complejo para que solo los juristas se ocupen de ellos.
Debe haber un esfuerzo conjunto de reflexión sobre los derechos culturales para
conseguir que esta categoría, teóricamente subdesarrollada de los derechos humanos,
adquiera su carta de naturaleza y el status que le corresponde por las expectativas
sociales y políticas que tienen nuestras sociedades en relación con este asunto. Los
filósofos, los antropólogos, los científicos políticos, los juristas estamos de alguna manera
encerrados en nuestras celdas, con discursos un tanto endogámicos. El asunto ¿no es,
acaso, lo suficientemente importante, como para que todos hagamos el esfuerzo de
encontrarnos y realicemos aportes conjuntos?

Como segunda medida, resulta imprescindible superar el actual atasco conceptual en el


que nos hemos metido, al considerar a los derechos culturales como derechos especiales
de los excluidos y las minorías. Estos deben ser vistos como derechos de todos los grupos
y seres humanos, independientemente del diferente grado de realización que unos y otros
hayan logrado. De no dar este paso conceptual, es imposible que podamos hablar de los
derechos culturales como derechos universales y considerarlos como un subsistema de
los derechos fundamentales (dentro de los que se encuentran los derechos políticos,
económicos sociales y culturales).

En tercer lugar, vale la pena resaltar como línea de reflexión la doble dimensión o el
géminis que representan los derechos culturales en el Zodíaco de los derechos
fundamentales. Hay una clara doble dimensión, individual y colectiva, puesto que el
individuo no es un átomo aislado de otros. De ser así, se marchitaría o desnaturalizaría.
Por el contrario, su yo se construye a partir de la interacción con otros seres iguales. La
sociabilidad es un presupuesto de la existencia humana; como decía el poeta Antonio
Machado «un corazón solitario no es un corazón».

Estos valores colectivos se constituyen en bienes jurídicos que han de ser protegidos. Las
garantías de protección de los derechos colectivos responden a garantías diferentes que,
en unos casos, convierten la protección de los derechos colectivos en una parcela de la
propia urbanización del Estado.
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Este proceso se realiza a través del sistema de autonomía personal „Ÿpoco usado„Ÿ o
bien, el de autonomía territorial „Ÿel sistema más común„Ÿ que da lugar a las distintas
formas de estados (federales, regionales o atípicos) que tienen ámbitos de autonomía
territorial reconocidos en su seno, donde se ejercen poderes de auto gobierno en régimen
de autonomía en determinados grupos de población, significados precisamente por esa
diferencia cultural.

Por otro lado, también está la garantía institucional. En este sentido, es ilustrativo citar el
caso de la lengua. Cuando un grupo humano tiene una lengua propia en el seno de una
población más amplia, hay una dimensión individual de ese derecho que les da opción a
los individuos a elegir su modo de expresarse, su lenguaje. Asimismo, la libertad colectiva
en lo que refiere al uso de esa lengua no equivale a la suma de las libertades individuales
de todos ciudadanos. Si no existe una acción del poder público que institucionalice a la
lengua del grupo como oficial, no será posible de realizar el derecho colectivo.

Por último, es preciso continuar en la articulación de esta dimensión individual y colectiva.


Hay que empezar por desdramatizar los derechos colectivos desde una concepción no
esencialista. Las constituciones de América Latina constituyen un buen ejemplo. En los
últimos años han dado un avance extraordinario en la consagración de los derechos
culturales para el desarrollo creativo. Actualmente, representan el vivero o semillero más
importante de derechos culturales que existe en el constitucionalismo mundial. Pero este
es un tema que no se resalta; por el contrario, se tiende a pensar que en América Latina la
situación es negativa.

Estas realidades se tienen que afrontar con tratamientos diferenciados dentro de los
derechos culturales. Es preciso comprender que los derechos colectivos no equivalen a la
suma de los derechos individuales del grupo, tal como sostiene el liberalismo, sino que
implican mucho más. Estos grupos son portadores de universos simbólicos del conjunto
de sus miembros, y generan la identidad como repertorio de sentido compartido.

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