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PJ RUIZ 2009
- ¿De dónde vienes, marinero?
Era todo cuanto había dicho aquel náufrago delgado hasta los huesos nada más ser
turbulencias del Cabo de Hornos, el sitio más inesperado donde encontrar a alguien
con vida entre las heladas aguas que en gran parte llegaban de los hielos del polo.
quitarle la ropa empapada. Estaba blanco como el lomo de una sardina, y aun en
sueños vomitó tanta agua salada que parecía mentira que pudiese caber en vientre
tan delgado. Durmió durante horas mientras todos especulaban de dónde podía
haber salido aquella criatura que retornaba a los cálidos designios de la vida, pero
nadie fue capaz de hilar algo coherente con lo poco que sabían. Sólo que
notificación, al menos en los últimos días. No había nada en sus ropas que pudiese
dar detalles sobre semejante circunstancia ¿Cuánto tiempo llevaría en el agua sobre
La noche fue tranquila, y el hombre, con las cuencas de los ojos muy hinchadas y
ennegrecidas, parecía dormir más profundo que las praderas abisales. Alguien dijo
en broma que parecía un cadáver, y nadie rió, pero lo cierto es que, dormido, se
intentando tirarse al mar mientras dos marineros luchaban por sujetarlo. Apenas
podían con aquel saco de huesos debilitado de fuerte que era su decisión, pero
escapaban filos hilos de espuma. El médico apareció con una jeringa que le clavó
hasta el tuétano sin pensarlo dos veces, pero no dejó de oír aquella monserga
- ¡Él camina sobre las aguas! ¡Él camina sobre las aguas! ¡Y no es Cristo,
por Dios!
- ¡No!¡No! ¡No me entendéis! ¡Vosotros no podéis! ¡No habéis visto lo que yo!
fin del mar y he mirado los ojos de El Que Camina Sobre Las Aguas. ¡Estoy
al horizonte una vez más, presto a dormirse, pero con un terror que no podía
disimular. Todos sabían que aquel hombre nunca más tendría arrestos para
- Mientras yo viva no. – Después de eso, cayó en un sopor intenso que duró horas.
- Mi nombre es Hans. Hans Lefevre ¡Para qué saber más! Baste deciros que soy
holandés, de familia vieja como las piedras y marinera como los cangrejos, no
mal hombre, aunque como todos he tenido momentos, quién no. Estoy solo y
casquete polar e investigar los hielos más antiguos en busca de vestigios de vida
sofisticado. Mi cometido sería gobernar la nave bajo los designios del capitán y
blanca, un lugar que ya conocía de anteriores viajes. Supongo que eso ayudó a
dotado de medios suficientes, un hombre alto de aspecto serio, mal encarado me citó en
su camarote, muy cercano al que ocupaba el capitán. Sólo podía tratarse del alojamiento
Me sentó frente a una mesa llena de papeles, y a su modo intentó ser amable conmigo,
pesar de que no soy medroso en absoluto. Me ofreció una copa de excelente Oporto,
cosa nada habitual entre oficiales y marineros, y mientras lo degustaba algo nervioso me
extendió una carta náutica sobre la mesa. No era una normal, no, como casi nada de lo
que rodeaba a aquel tipo de traje negro elegantemente impropio de la mar y uñas tan
Miré aquella carta con mis ojos de navegante experto formado en centenares de
singladuras, y ¿saben lo que pude reconocer? Nada, amigos. Tengo una gran habilidad
para situarme, puedo demostrarlo. Pónganme una carta de algún sitio sobre la mesa,
tapen los datos de encabezado y yo les diré a qué mar o costa pertenece, sin duda
alguna. Pero aquel lugar no me era familiar en absoluto, y así se lo hice saber. Él me
miró y pude distinguir un brillo en los ojos verdaderamente feroz, algo animal que salía
(y esto no lo olvidaré mientras viva): “Es una zona inexplorada. Cuando lleguemos a
ella quiero que tome el mando de la nave y nos guíe hacia esa costa. No debe
preguntarse nada más ni comentar algo de esto con el resto de la tripulación o le haré
colgar por los pulgares. Hasta entonces viajará usted como pasajero y no hará el menor
esfuerzo. Le quiero descansado. ¿Me ha entendido?”. Asentí mientras miraba de nuevo
aquella carta enigmática donde pude ver cosas que después me dieron que pensar. Me
hizo salir y todo terminó. Así de sencillo. Nunca ninguno de nosotros supo el nombre de
aquel ser, medio atrapado entre las llamas de la tortura y una ira interior que no podía
disimular porque se filtraba a través de unos ojos que llegaban al alma, pero no se
Tuve pesadillas con lo sucedido durante días, pero no escuché a mi interior que gritaba,
y dejé las cosas fluir en medio del solaz más intenso mientras toda la tripulación
trabajaba de sol a sol. Yo, siguiendo las órdenes, me relajaba y a veces incluso
conseguía disfrutar de la singladura. ¡Es hermoso el océano para quien no tiene que
Zarpamos en Febrero, y nos encaminamos hacia el sur del mundo a buen ritmo. El
Pecador, que así se llamaba el buque, era un excelente casco de 55 metros de eslora,
muy reforzado, tanto que a veces costaba imaginarlo a flote, la verdad. No se había
escatimado en acero, eso lo aseguro. Por lo demás, no era confortable, esos barcos
nunca lo son, pero su cometido tampoco, así que hasta ahí todo bien. Estaba hecho para
Rumbo al Atlántico sur paramos en Mar del Plata para aprovisionarnos bien y recoger a
otros de Brasil y Chile. Todos gente muy preparada y al parecer de renombre, pero yo
del capitán, y se celebró a lo grande, con bebidas y música. Era un buen hombre, eso se
Así las cosas, no pasaron muchos días hasta que llegamos al círculo polar, y entonces
apareció aquella niebla. Era densa, y… ¿Cómo decirlo? Su olor…. Su olor era raro…
sofocante… me cuesta definirlo, pero había algo en ella que no era agua de mar, ni sal
oficiales tampoco, pero dejamos que nos envolviese como el kraken de las leyendas, del
importancia al evento, como si lo hubiese esperado, salvo quizás por el hecho de que en
una de sus manos había empezado a mover algo, un objeto que después pude saber por
otros que se trataba de un relicario de plata, pero que ceñía tan fuerte en el puño que
Paseaba por la cubierta en silencio, mirando siempre al frente y sin alterarse por nada,
como un alma en pena vagando por suelos de azufre fundido. ¿Por qué demonios
parecía importarle. Fuese lo que fuese lo que tenía en mente, ocupaba todo su tiempo y
no dejaba sitio para nada más. Parecía sólo existir para algo muy concreto.
A medianoche de esa jornada de niebla un marinero llamó a mi puerta y me condujo a la
sala de mapas. Allí estaban el hombre elegante y el capitán. Se les notaba tensos entre
sí, como si acabasen de discutir algo, pero no supe el qué, y sin esperar que nadie
mediara me habló directamente, sin esperar nada, casi impaciente. Me dijo: “llévenos a
ese punto que está marcado ahí en rojo. Pero debe evitar los lugares señalados en la
transparencia que hay encima. Eso es muy importante, no lo olvide, o la misión será un
con una delgada transparencia de plástico que estaba sobre él, unida con clips
delicadamente puestos. El punto rojo estaba en esa costa rara para mí, pero rápidamente
reconocí la posición del buque, y los lugares a evitar, señalados con letras que iban de la
A a la G. “Son los siete castillos del rey del mar. Usted no debe hablar jamás de esto,
señor, o los demonios no podrán evitar que lo encuentre y aplaste como a una rata.
Llévenos ahí evitando esos castillos” – su voz era tan terrible que no sentí la realidad de
la amenaza hasta después, porque la verdad es que sólo quería salir de allí, alejarme de
él… como todos. Pero por desgracia tenía que hablarle antes.
- Pero señor… esos… castillos… están señalados en el mar. No hay nada ahí.
- Están ahí, créame. Son de un tiempo que las aguas no cubrían los fondos. Usted
evítelos, y así todo irá bien. Tenemos siete días para llegar, ni uno más. Tome el
mando del timón como en su día aceptó hacer. Estamos en sus manos.
del supuesto primer castillo bajo nosotros, dos hombres desaparecieron. Nadie los oyó
ni vio caer al mar, pero sencillamente dejaron de estar. “Dos hombres. Es el tributo que
se paga para entrar en las aguas malas. Mi abuelo viajó con Scott y lo sabía bien” decía
el sobrecargo, pero yo procuraba no pensar en ello. Fue una jornada trágica, pero a
otear el agua en busca de los desgraciados. Mala cosa es dejar atrás a los compañeros,
un feo augurio.
menos, lo cual es raro, pero así fue. Lo curioso era su color, de un tono anaranjado que
nunca antes vimos, muy bonitos, pero intrigantes. Ya no nos dejaron en toda la
singladura, jugando y saltando a veces tan cerca del casco que notábamos la frialdad de
su mirada.
El tercero amaneció sin niebla apenas, pero el cielo no era el habitual en esas latitudes.
Su tono era plateado, casi como el acero, y reflejaba luces blancas que no sabíamos de
problemas, pero supe muy bien hacerme con la posición inercial y continué
triangulando gracias a mi experiencia e intuición. Fue el último día que vimos las
La cuarta jornada se comenzaron a oír los tañidos de una campana enorme debajo del
mar. El hombre elegante dijo al capitán que era el aviso de la torre del cuarto castillo,
que transmitía nuestra situación a los demás. Nunca supimos si eso era así, pero desde
francamente nerviosa, pero hacía gala de una disciplina magnífica. Por la tarde a la
campana inicial parecieron contestar otras situadas a mayor distancia. ¿Una locura de
El quinto día, por debajo de lo que arriba ya parecía descaradamente una bóveda de
acero, se divisó la figura descomunal de un gran navío que nos sobrevolaba muy alto,
pero no de nuestra época, sino un bergantín negro que flotaba a la par de los vientos. Sé
que suena ridículo, pero así fue. Con los prismáticos apenas se distinguían las velas y un
casco viejo, coronado por un mascarón que no se podía divisar bien. Todos lo vimos, así
que no era una alucinación, lo afirmo, señores. A mí, personalmente, me dio muchísimo
miedo contemplarlo, porque en mi interior sentía que nos observaban desde allí… y no
bóveda de arriba, sino a un color negro casi como la tinta. Sin embargo era muy
transparente, cosa rara, y a lo largo del correr de las horas comenzamos a divisar el
fondo marino con nitidez, como si estuviésemos volando sobre tierra firme. Era
agua… y sin embargo esta era negra en las manos, opaca… una maldita lujuria del
infierno. Debimos volvernos ahí, como muchos dijeron, pero el capitán supo aplacar a
los hombres y el del traje elegante seguía muy tranquilo mirando al fondo y gritando
cosas que parecían encrespar el mar, que de vez en cuando lanzaba una ola inusual
contra nosotros. A eso de las 17 horas estalló en voces que sonaron como una tormenta.
amenazaban con sólo mirarlas. - ¡Es el sexto castillo! ¡Sólo nos queda uno,
piloto! – me gritaba con ojos rojos de fuego desde una barandilla que parecía
crédito. Era un castillo, si, y tan abajo en el fondo que pareciese que íbamos en
que batía nuestra hélice en lugar de agua, pero tenía ya tanto miedo que no dije
ninguna parte, y es por ello que sentí como mis sentidos se plegaban mientras
El séptimo día la nave en las alturas se quedó atrás. Los delfines también se alejaron del
Aparecieron los primeros témpanos de hielo, y al atardecer uno de los vigías anunció
tierra, cosa que los radares fueron incapaces de detectar. Desde los días de niebla
además se había perdido la señal satélite, así que gracias a mi pericia conseguimos
llegar a donde aquel extraño sujeto pretendía. Fondeamos un 10 de Abril a eso de las
13,40 en lo que consideré un lugar apropiado, con buen fondo y sin corrientes notables.
A no más de ciento cincuenta metros teníamos una playa de barro oscuro, aspecto
lodo y la más inmunda ciénaga, con la notable excepción de la ausencia total de vida.
No había peces, algas, restos…. ¿Qué quería aquel hombre de allí? No lo supe, pero
muy importante debía ser para arriesgar tanto en un ambiente que se antojaba hostil en
extremo.
Sólo se que partió en una chalupa con un grupo de diez hombres que no había visto
antes (supuse que estaban alojados en la sentina), y que a partir de ahí todo se sucedió
con rapidez. Iban armados y con todo tipo de provisiones para varios días, así como un
transmisor que no funcionó en ningún momento. Era tan tenebroso que la misma
persecución de Acab a la ballena blanca parecía más bien una fábula de niños. ¿Dónde
demonios estábamos? Tenía las cartas, pero no lograba ser coherente con la ubicación
Sólo puedo decir que vi a Selena… ¡o al menos me lo pareció! Yo sabía que no podía
tratarse de ella, pero……. ¡Era tan real! ¡Dios mío, ¿Cómo pudo suceder?! …. Verán,
amigos, Selena era mi hermana menor. Ella… falleció hace más de 30 años, cuando
éramos niños. Cayó por un acantilado y murió contra las rocas, yo lo ví, eso no se
olvida jamás. Mis padres acabaron culpándome, pero bien sabe Cristo que no tuve nada
que ver. Jugábamos y ella resbaló, nada más…. Y de repente la veía allí, Tan cerca, tan
guapa, con su pelo rubio muy largo y esos ojos verdes centelleantes, llenos de vida….
sentidos, pero mi sorpresa fue darme cuenta de que él también estaba absorto. Sin
embargo no era a Selena a quien veía, sino la figura incuestionable de su propia madre,
según me dijo casi balbuceando… y así cada uno. Todos veíamos en la orilla a alguien
diferente… seres muy queridos ya perdidos en la noche de los tiempos. Y no era
ninguna bendición, sino completamente diabólico, porque el modo en que nos llegaba la
escena era insano, cuajado de sombras y manchas negras. ¡Un maldito regalo de algún
Alguien gritó que dejásemos de mirar, pero era muy difícil. Yo lo intenté, pero en aquel
momento me quedé enganchado por los ojos enormes de Selena, que sabía que estaban
clavados en mí. ¡Los veía nítidamente a casi trescientos metros de distancia! Y ahora se
había transformado en una mirada dura, recia, sin ningún amago de cariño, pero
tremendamente hipnótica, hasta el punto de que Larsson, uno de los marineros, tuvo que
tirar de mí cuando estaba a punto de saltar al agua. Otros no tuvieron tanta suerte, y se
lanzaron a las olas, donde poco a poco fueron desapareciendo entre los gritos de
desesperación de todos los que arriba nos habíamos quedado. Intentaban nadar, pero
algo se los llevaba sin ni siquiera batir la superficie. Sencillamente los absorbía y se
iban. Monstruoso. El cocinero, Joseph, gritaba que eran sirenas, y Tazio, el suboficial de
comunicaciones, que se trataba de brujería, pero para el caso daba igual. La aparición de
quería seguir en el sitio. Personalmente puedo decir que no volví a mirar, pero que
sentía una voz en mi cerebro que me retorcía para hacerlo, del mismo modo que le
hombre elegante mientras muchos hombres ululaban con dolor de cabeza. Una vez más
fui consciente de que no había nada que me permitiese saber qué tierras eran esas, pero
nunca pensé en qué podría tener dentro. Ramius, que así se llamaba el hombre al
mando, me miró con ojos fríos y me dijo una única frase que albergaba la esperanza
conjunta de todos los que estábamos a bordo: “sáquenos de aquí”. Después se agarró la
cabeza y gritó con fuerza mientras dos hombres lo sacaban hacia su camarote preso del
histerismo.
Dentro había anotaciones y escritos, algunos en lenguas desconocidas por mí, pero uno
sobre todos me llamó la atención, porque tenía un esquema en el que pude percibir
reflejada la ruta que habíamos hecho hasta llegar allí. Lo miré varias veces antes de
cerciorarme de que estaba en lo cierto. El destino estaba marcado con una cruz sobre la
que había un octavo castillo, y sobre él un nombre: Berenice. Puedo jurar que aquel
nombre de mujer estaba escrito con sangre, señores, sangre seca que se deshacía en
parte como polvo bajo mi uña. Ante eso… ¿qué decir? ¿De qué siniestra burla del
segundo dar las órdenes oportunas para retornar por una vía lejana a los castillos.
veces, pero no hubo manera, de modo que los dimos por desaparecidos
apresuradamente y nos propusimos salvar la nave. Quizás no estuvo bien, lo sé, pero
Además… el del traje negro y esos hombres extraños…. Cualquiera que fuese su
destino se notaba que estaba muy lejos del mundo. No en vano, me preguntaba si habían
tenido derecho a meternos en semejante lugar sin saber nada, así que no le di mas
vueltas al asunto.
El buque navegó a toda máquina lejos de aquella costa tenebrosa, pero aquello no
resultó suficiente porque descubrimos que algo nos retenía. No conseguíamos alejarnos
más allá de unas millas, y en plena discusión estábamos cuando como en un suspiro se
hizo la noche negra… no… negrísima. Fue tan rápido como un parpadeo, igual que si
alguien hubiese apagado la gran lámpara de arriba, que de sobras sabíamos desde hacía
días que no se trataba del Sol ni de nada benigno. ¡Entonces un faro comenzó a
alumbrar desde la diabólica playa! No lo habíamos visto a luz del día, pero allí estaba,
eso seguro. Y era enorme, sí de una altura que parecía llegar a la negrura de la bóveda
singular que había sustituido al cielo y que dejaba aquel remedo de noche sin la menor
como si alguien buscase algo. Era una luz blanca, poderosa, pero pude notar algo…
diferencias con otras que había visto muchas veces en infinidad de costas. Ésta parecía
tener cuerpo, solidez… no sé si me explico, pero lo cierto es que cuando el haz tocaba el
agua se notaba cómo ésta se movía agitada, igual que si fuese atacada por la madera de
un remero. Como si hasta el agua de aquel lugar infernal temblase de puro terror. Era
muy extraño, pero observé que su efecto se deshacía con la distancia, y nosotros
estábamos bastante alejados de lo que parecía ser su alcance, así que no di mas vueltas
No tardé en darme cuenta de que, lejos de ello, nos íbamos acercando a velocidad
cambiando para tomar un rumbo horrible que no éramos capaces de controlar, y en esas
estábamos cuando el ojo del gran faro se fijó en nosotros y comenzamos a sentir su
Lo primero que notamos es que el mar debajo nuestro desapareció, iluminado por
torrentes blancos que atravesaban su piel hasta ceñirse al fondo, a veces coralino, a
veces lánguido y muerto, las más de ellas, la verdad. Estaba más cerca a medida que nos
tiempo hasta chocar en las ratoneras que para nosotros había dispuesto algún sonriente
bufón del Hades. Entonces noté como el aire se escapaba de mis pulmones, y hasta la
saliva de mi boca, porque aquello, fuese lo que fuese, me lo estaba aspirando con una
fuerza demencial que tiraba para afuera de todas mis vísceras, casi llegando al alma.
Estaba apoyado dolorosamente en una de las barandillas, y mirando hacia abajo. Ya casi
ahogado por la presión del vacío interno que había expulsado la comida de mi
estómago, opté por saltar, dispuesto a estrellarme contra aquel fondo que parecía
desprovisto de mar, pero… ¡había olvidado el agua, que sin embargo seguía estando!
Nada más caer, mi cuerpo se relajó y dejé de sentir la zozobra titánica de aquel ojo de
Cíclope que casi me mata. Pensé en los demás mientras oía sus gritos en la cubierta del
buque que se alejaba, adentrándose ahora en su trayecto final, toda vez que el calado era
desprenderse, y un gran golpe final que sin duda debió ser el último azote que sufrió el
Pecador antes de hundirse para siempre en aguas someras. El haz de luz estaba fijo en la
zona, y casi terminando mis pensamientos y reconciliándome con Dios pude aun divisar
dos cosas al amparo de su maldita claridad. Una que toda la costa, y digo toda, estaba
repleta de buques encallados de montones de tipos y épocas, como si se tratase de un
extenso muestrario del fracaso humano en su conquista de aquello que va más allá de
donde nos está conferido alcanzar, un cementerio de la vanidad. La otra, mucho peor,
fue la presencia tangible de una figura que caminaba sobre las aguas, una figura que sin
duda intentaba hacerse pasar por Selena, pero que sólo conseguía provocarme
acercaba con sus pies rozando la superficie, y de algún modo me hacía pensar en la
cercanía del fin, pero no fue así. Cuando estaba a menos de un par de metros se agachó
y me tendió su mano, la que parecía ser de mi propia carne, y yo la acepté sin seguridad
ya de nada que no fuese la muerte. Estaba más fría que el agua helada, y entonces me
vino una frase que una vez leí y hasta muy mayor nunca entendí: el único emperador es
el emperador de los helados, decía. ¡Dios! ¡Qué verdad es! Casi al instante supe que se
llamaba a sí mismo El que Camina Sobre las Aguas, aquello me llegó directo a la mente
antes de que boca se abriese y exhalase una voz que más bien parecía regurgitada del
Apretó mi mano evitando que me hundiese. Yo estaba casi inconsciente ya. Por mi boca
tragaba algo que sabía que no era agua, carente de sabor, pero nauseabundo en extremo,
me encontraba muy solo en medio de ninguna parte y debí dejarme llevar por la locura
o el miedo, bien lo sabe Dios, pero lo cierto es que acepté. ¡Oh, si… acepté, amigos!
Acepté para mi perdición…. Y entonces desperté sobre las maderas justo antes de que
me recogieseis. No recuerdo nada más, pero sé que yo debí haber muerto entonces y
Todos callaron ante el relato de Hans, el hombre blanco como un lomo de sardina
llamaba Albert Giresse, y era el encargado de las redes. Se las apañó para quedarse a
solas en uno de los momentos más relajados de los días posteriores, y habló con él.
- Sí. Totalmente. Tuve esos papeles en mis manos cuando el capitán Ramius me
dio los documentos del hombre elegante. ¿Qué significará? ¿Tienes idea?
- Soy muy viejo en el mar. He arrastrado estos huesos por montones de sitios
antes de caer aquí, hijo, y esa palabra que dices me ha traído un recuerdo muy
Hace tiempo conocí a un pintor. Se llamaba Armand, Armand de la Croix. No era uno
cualquiera de esos que van por ahí con el caballete y demás, no. Este era un perdido de
mucho cuidado, un hombre extraño, violento sin motivo aparente y que siempre estaba
envuelto en peleas y líos de faldas. Gustaba demasiado de las mujeres de otros, y eso
cómodo. A la par era un ser dotado de un talento grande, sí señor, un poderoso retratista,
pagaba alguna copa en los antros de Calais. Un día me invitó a su casa, un barracón
asqueroso lleno de ratas, pero en el que había conseguido aislar un trozo de las
humedades para pintar y colgar su curiosa obra, que se desperdigaba entre botes vacíos
de pintura y sus escasas pertenencias. De todos los cuadros que me enseñó hubo muchos
No me extraña que no vendiese nada de eso. Pero en el rincón había un lienzo enorme
que permanecía oculto por una sábana tan polvorienta que indicaba que hacía mucho
que no era levantada. Inquirí por él a Armand, pero hizo como que no se enteraba.
Entonces le agarré del brazo y se zafó con fuerza, como una fiera. Me clavó los ojos y
me dijo que ese cuadro no estaba hecho para ojos humanos, así que presintiendo un
asunto, me disculpé y me fui. Él se quedó allí sin decir nada, pero noté que le había
afectado.
Casi olvidé el hecho hasta que semanas después vino a mi casa, que antes de que se la
quedara el puto banco la tenía en el puerto. Su aspecto era cadavérico, y se le veía mal.
Me confesó que pasaba hambre desde hacía días, y le arrimé un buen plato de cocido y
algo de queso. Comía como una hiena, pero me complacía ver que disfrutaba con ello,
pese a que no tenía los más mínimos modales ni cuidados. No debía haber sido mal
hombre, pero su mala vida lo estaba llevando a extremos lamentables. Entonces me hizo
guardar silencio de su existencia hasta su muerte, a lo cual asentí sin dudas de ningún
estirando algo la lengua, y me dijo cosas que no entendí y que detesto haber olvidado,
pero que estuvieron ahí. Me sonaron tan extrañas y fantasiosas que no les presté mayor
atención, cosas sobre cómo y dónde pintó el retrato, en la casa de un duque de nombre
rancio que decía provenir de tierras más allá del fin del mundo y que se había hecho
que pasaba largas temporadas fuera. Me contó que nunca conoció al duque, hombre tan
rico como escurridizo, pero que la mansión estaba siempre helada, cosa que no parecía
afectar a la bella mujer, cuya piel se mostraba tan hermosa que casi insultaba al sentido
común. Una historia de pasiones y engaños, como tantas, así que… ¿Qué misterio podía
haber en un simple lienzo hecho por un loco? Le pregunté si también se había acostado
con ella, pero me miró con cierta seriedad pese a su estado ebrio para aclararme que
jamás se hubiese acercado por más que le gustase. Según él había ciertas cosas que no le
acabar con los dos riendo en algún bar. Pero cuando lo vi lo entendí. Aquello no era un
lienzo normal, no señor. Era… ¿cómo decirlo? Era la mayor obra de arte que he visto en
toda mi vida, eso era. Un retrato impresionante de una mujer de belleza singular,
poética, dijérase que diferente a todas, provista de unos ojos que estaban captados en el
espléndido brillo de la lozana juventud y que parecían abrirse para quien los estuviese
mirando. Quedé embelesado por semejante obra, le pregunté quién era, y sólo me dijo
cuadro tenía tanto detalle que se veía cómo en la mano derecha la mujer
pintor. Era la de un hombre con impecable traje negro que miraba glacialmente
Una semana después de oír el relato, Hans falleció por lo que pareció ser una septicemia
descontrolada, rara y sin sentido, pero fatal a todas luces. Fue un duro golpe para todos
los que habían hecho tanto esfuerzo para salvarlo, pero así de despiadadas son las cosas
en el mar. Nadie quiso hacerse más `preguntas, y la singladura prosiguió hasta que
meses después Albert Giresse arribó de nuevo a Calais para alojarse en casa de su
hermana Federica, siempre con la segura convicción de que aquel marinero escuálido
recogido en alta mar se había quitado de algún modo la vida, incapaz de soportar los
Nada más llegar a casa, su hermana le comunicó que desde hacía semanas habían traído
un enorme cuadro con instrucciones de no ser abierto salvo por él mismo, y que ello era
rara enfermedad que le había minado hasta los huesos. Giresse, abatido por la nueva
tragedia inesperada, se dirigió a donde había sido depositada la obra bajo la raída
Quitó la tela y bajo ella estaba el retrato prodigioso de Berenice con su relicario en la
mano, tal como la recordaba de maravillosa, pero a su espalda algo había cambiado, y
ahora se veía la figura inconfundible de un hombre alto con traje negro muy elegante, el
mismo que había desaparecido de la pequeña joya, que ahora se veía cerrada. Miraba a
la mujer con ojos de fuego desde una playa siniestra, oscura, y a sus pies se adivinaba la
cara inolvidable del hombre que un día fue Hans Lefevre retorcida por lo que debía ser
Lloró.
Giresse guardó silencio de cuanto conocía, pero siempre tuvo la seguridad de que el
pobre marinero estaba ahora atrapado en aquel lugar inmundo que no aparece en los
mapas de los hombres, el mismo que había visitado en vida por los designios de un loco
Sí, había incumplido la promesa que un día hizo a El que Camina Sobre las Aguas y
pagaba su culpa. Pura superstición, si, quizás creáis que son patrañas, pero… lo cierto
es que el cuadro no dejó de estar en el mundo hasta que un incendio lo devoró años
después, y que aunque sólo los ojos atormentados de Albert Giresse lo contemplasen en
su esplendor, sí es una gran verdad que semejante obra, sin duda, y en lo que a mi
respecta… ¡existió!