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I Encuentro Internacional Culturas Científicas y Alternativas Tecnológicas

Comentarios sobre el texto “Ciencia, Tecnología y Democracia:


distinciones y conexiones” de Andrew Feenberg

Gustavo Giuliano

Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas e Ingeniería


Universidad Católica Argentina

Es para mi un gran privilegio comentar hoy aquí con ustedes, en este encuentro en el
que hemos cifrado grandes esperanzas y al que le hemos dedicado especial atención
y ocupación, el trabajo del profesor Feenberg.
Su título, “Ciencia, Tecnología y Democracia: distinciones y conexiones”, generó en mi
gran ansiedad en tanto imaginaba que su contenido podría guardar relación con
algunas inquietudes vinculadas con la pragmática de la lucha política, que habían
quedando rondando por mis pensamientos luego de unos encuentros que, bajo el
mismo título, habíamos organizado junto con compañeras y compañeros de la Central
de los Trabajadores Argentinos.
Se lee en su primera línea: “Este artículo argumenta que a pesar de una considerable
superposición, la ciencia y la tecnología deben ser distinguidas”. ¿Por qué el profesor
Feenberg deseaba adentrarse de lleno en el pantanoso terreno de la demarcación?
Más aún ¿por qué lo haría si era un tema que había eludido, al menos frontalmente,
en sus principales textos ocupados por pensar y actuar sobre la tecnología?
En su línea de pensamiento la tecnología se presenta por vía no demarcativa, a través
de la selección de casos paradigmáticos representativos como los medicamentos para
el SIDA, la educación a distancia o el famoso caso del Minitel francés. No se
encuentra en su principal obra “Questioning Technology”, definiciones instrumentales,
antropológicas o sistémicas de la tecnología, del tipo la tecnología es el conjunto de
herramientas construidas para satisfacer necesidades, o es un saber hacer del
hombre, o es un sistema de acciones intencionales, etc. Mucho menos aún sobre la
ciencia.
Recordaba sí haber marcado un pequeño párrafo en “Transforming Technology”
donde Feenberg señala que “distinguir la crítica a las ciencias naturales de la crítica a
la tecnología tiene consecuencias tácticas y estratégicas” (Feenberg, 2002, p. 174) y,
apenas un poco más adelante, que “la crítica de la racionalidad tecnológica no
necesita del holismo ontológico. Es posible una formulación no ontológica de una
teoría crítica de la tecnología en términos que dejan fuera de escena a las ciencias
naturales.” (ibid., p. 175). Es también en estas pocas páginas que Feenberg nombra el
término “tecnociencia”, muy poco común en él, al punto de que es una palabra que no
figura en el indexado de “Questioning Technology”, hecho que se entiende como nada
casual.
Lo que parece decirnos es que sin que implique asumir ni su pureza ni su neutralidad,
no es necesario pensar las condiciones de posibilidad de una “ciencia alternativa” para
actuar sobre una “tecnología alternativa”. Sobre la condición de la validez de esta
premisa, el profesor Feenberg desarrolla su “Teoría de la Instrumentación”, uno de los
puntos más originales de su pensamiento.
Según esta teoría es posible reconciliar en un solo marco teórico miradas
substantivistas, instrumentalistas y constructivistas considerando que la tecnología no
tiene uno sino dos aspectos. Un aspecto, al cual denomina “instrumentalización
primaria”, que explica la constitución de objetos y sujetos técnicos, y otro aspecto, la
“instrumentalización secundaria” que explica la incorporación de los objetos y sujetos
constituidos en redes técnicas reales (Feenberg, 1999, p. 202). Substantivistas e
instrumentalistas ofrecen sólo una visión de la instrumentalización primaria de lo
técnico, a través de la cual una función es separada de la vida cotidiana. Pero si bien
la instrumentalización primaria caracteriza las posibilidades técnicas en cada sociedad
y momento histórico, la tecnología incluye también rasgos que evolucionan de acuerdo
con una segunda instrumentalización que incluye aspectos políticos, sociales y
culturales, como indican los estudios constructivistas.
En consecuencia, según la Teoría de la Instrumentalización, la tecnología debe ser
necesariamente analizada en dos niveles. En el primer nivel se buscan “oportunidades
de utilidad” arrancando elementos de su contexto original para ser reducidos a sus
propiedades utilizables y sometidos a análisis y manipulación. En el segundo nivel se
emplean estos elementos en diseños nuevos o se los integra con otros ya existentes
de acuerdo a diversas constricciones sociales (p. e.: principios éticos y estéticos). El
nivel primario simplifica los objetos para su incorporación en un mecanismo, mientras
que el secundario integra los objetos simplificados en un entorno natural y social. Los
objetos son “desmundanizados” para ser vueltos a “mundanizar” en otra configuración
más compleja (Feenberg, 2002, p. 178).
El proceso dialéctico entre instrumentalización primaria y secundaria culmina en un
artefacto que, en las cuestiones prácticas cotidianas, se presenta principalmente frente
a nosotros a través de sus funciones. Las restricciones sociales internalizadas durante
el proceso de instrumentalización secundaria son borradas del dispositivo que se
presenta ahora como si fuera su destino técnico inevitable. El proceso de
“concretización” –concepto que toma Feenberg de Simondon– es así un inconciente
tecnológico presente sólo en la forma sedimentada de “códigos técnicos” que son
interpretados como puramente racionales y aislados de la sociedad.
Si el profesor Feenberg está en lo cierto, entonces es posible diseñar otros tipos de
tecnologías, o criticar algunas de las ya existentes, abriendo y modificando el código
técnico subyacente, en tanto que un código técnico no es otra cosa que la realización
de un interés bajo la forma de una solución técnicamente coherente a un problema.
(Feenberg, 2005, p. 114).
De este modo, el producto de las elecciones técnicas respalda el modo de vida de uno
u otro grupo social influyente. En estos términos las tendencias tecnológicas de las
sociedades modernas podrían ser interpretadas como una consecuencia de limitar los
grupos capaces de intervenir en la etapa de diseño a sólo una parte particular
interesada (p.e.: corporaciones y expertos técnicos) la que vela por el cumplimiento de
sus objetivos sectoriales sin existir una participación democrática que legitime este
proceso. Esta apreciación conduce al último elemento de la tríada enunciada en el
título del trabajo que nos convoca y que aún no había entrado en el análisis: la
democracia.
Si es posible sostener que el desarrollo tecnológico no es esencialmente unilineal sino
que se encuentra sobredeterminado por la conjunción de factores técnicos y sociales,
entonces se abre la posibilidad de ramificaciones del diseño en variadas direcciones.
El profesor Feenberg llama a esta potencialidad la “ambivalencia de la tecnología”: los
artefactos y sistemas pueden ser diseñados tanto para sostener y reproducir el orden
social existente como para subvertirlo y encaminarlo hacia otro rumbo (Feenberg,
1999, p. 76). Para marchar en esta última dirección se requiere abrir a la participación
pública cuestiones hoy reservadas sólo a algunos sectores corporativos de modo de
alcanzar una noción de racionalización fundada en la responsabilidad de la acción
técnica, y no sólo de sus productos, por los contextos humanos y naturales a los que
influenciará de uno u otro modo. Se debe aspirar a alcanzar una “racionalización
democrática”.
Ahora bien, cómo se marcha en esta dirección cuando el propio Feenberg admite que
la resistencia a la racionalidad dominante se encuentra actualmente fragmentada en
una miríada de variados intereses, desperdigados entre movimientos ecologistas,
trabajadores desempleados y grupos minoritarios, y cuando los ciudadanos parecen
más ansiosos por escapar a estas responsabilidades que por asumirlas (Feenberg,
1992). Sucede que para desarrollar las nuevas necesidades hay que empezar por
suprimir los mecanismos que reproducen las viejas necesidades. Pero, para suprimir
los mecanismos que reproducen las viejas necesidades, ha de existir antes la
necesidad o el deseo de suprimirlos. Es aquí donde el esfuerzo analítico de
integración de Feenberg parece quedarse sin aliento, atrapado en un círculo vicioso tal
como le sucediera a su precursor Marcuse, sólo que ahora con la esperanza puesta en
nuevos actores sociales que suplantan a los ya anacrónicos hippies y estudiantes
parisinos de los sesenta, y con el temor desplazado desde la hecatombe atómica de
una tercera guerra mundial hacia la hecatombe medioambiental generada por la
industria.
¿Es el pensamiento del profesor Feenberg utópico? Posiblemente la respuesta sea
afirmativa, en la medida en que se deje librada la lucha por la ambivalencia de la
tecnología sólo a un esperanzado “emergente espontáneo” de la sociedad. Sin
desmerecer la importancia de este tipo de acciones no coordinadas, es una vieja
enseñanza política que la falta de organización es una mala compañera de batalla que
agota fuerzas con escasos resultados, actuando a favor de aquello que se desea
combatir.
Sin embargo parecería que el trabajo que hoy nos ocupa, y esto lo confirmará o
desmentirá nuestro invitado, intenta cubrir este punto débil, en tanto que si bien es
posible pensar la realidad como una “tela sin costuras” es mucho más difícil actuar
sobre ella, con alguna posibilidad de éxito, sin contar con algún criterio de
demarcación que permita articular discursos y programas con capacidad de acción. La
complejidad y el holismo son ideas muy interesantes pero lamentablemente muy poco
eficaces y en gran medida funcionales a la preservación del orden establecido. Aún
cuando sea deseable seguir investigando en nuevas formas de acción basadas en
modelos difusos, es difícil negar que las sociedades modernas necesitan distinguir
áreas de gestión sujetas a normativas específicas, que permitan, entre otras cosas,
instrumentar una clara y eficiente administración de los recursos públicos. Como
sostiene Feenberg en el trabajo que nos ocupa “más allá de los cambios, precisamos
de las viejas distinciones. Ellas corresponden a divisiones vitales estratégicas dentro
del mundo de la política”.
Todos sabemos que no hay una solución única al problema de la demarcación, que
ella dependerá de lo que entendamos por cada uno de sus conjuntos componentes. La
tarea radica entonces no tanto en cuestionar una definición en sí misma, de la que
podrán encontrarse argumentos tanto a favor como en contra, sino en analizar cuál es
la potencialidad de una nueva propuesta, si ésta es mayor o menor que otras
igualmente posibles en función de los objetivos buscados (Giuliano, 2008).
Siguiendo esta estrategia el profesor Feenberg propone una demarcación basada en
las diferentes dinámicas que existirían entre la relación ciencia-sociedad y la relación
tecnología-sociedad por la cual no sería adecuado el empleo del término, tan usado
hoy en día, de “tecnociencia” (tenemos aquí una explicación al hecho ya señalado de
que no lo emplea en sus libros). En el caso de la investigación científica, si bien se
deben buscar interacciones públicas y compromiso mutuo, se debe dejar a los
científicos “sacar sus propias conclusiones y resolver las posibles controversias dentro
de la comunidad científica”. En tecnología, en cambio, la dinámica tiene la forma de
una “jerarquía entramada” que imposibilitaría diferenciar un adentro y un afuera. Los
grupos sociales se forman en derredor de la tecnología que al mismo tiempo media
sus relaciones, posibilita su identidad común y moldea sus experiencias.
Para Feenberg, el objetivo primario de los científicos es, aún cuando estén
involucrados en actividades comerciales, “obtener un conocimiento confiable de la
naturaleza” y en este cometido los factores sociales externos juegan sólo un papel
indirecto. Por el contrario estos mismos factores ocupan un lugar relevante en las
decisiones tecnológicas debido a la “subdeterminación técnica” existente en todo
diseño. Como sostiene en el artículo que nos ocupa “verdad y utilidad claramente
corresponden a mundos distinguibles”. En consecuencia, las políticas de ciencia y
tecnología deben diferir en tanto que la contribución de los grupos sociales al cambio
científico es mucho menos directa que en el caso del cambio tecnológico.
Bajo estas consideraciones, el término “tecnociencia” es peligroso ya que induce a que
se mezclen las cuestiones cognitivas propias de la ciencia con las regulatorias propias
de la tecnología, con consecuencias que pueden llegar a ser desastrosas para los
sistemas de innovación en tanto la ciencia genera controversias sobre ideas y la
tecnología sobre hechos. En palabras del profesor Feenberg, “a menos que
mantengamos estas cuestiones claramente separadas pareceremos irracionalistas
rechazando la ciencia, cuando de hecho la necesitamos justamente con el fin de
controlar las actividades de los actores tecnológicos tales como las corporaciones”.

El profesor Feenberg propone que es necesario distinguir la ciencia de la tecnología


sobre la base de que ellas requieren de programas de democratización diferentes:
reformas “desde adentro” para la ciencia y reformas “holísticas” para la tecnología.
Incluir ambos conceptos en uno único de “tecnociencia” representa un error
estratégico grave ya que imposibilita actuar adecuadamente en estos dos planos
disímiles.
La ciencia debe abrirse a los reclamos sociales, escuchar las demandas de los
ciudadanos comunes y correr en su auxilio cuando éstos la requieran. Los científicos
deben trabajar en un cambio de actitud, no de su racionalidad ni de sus programas y
metodologías. No existe una “ciencia alternativa”, sí es posible y deseable una ciencia
que se vincule de manera diferente dentro del entramado social.
Si bien el profesor Feenberg se preocupa en remarcar que este razonamiento no
implica neutralizar a la ciencia, resulta difícil entender cómo no caer allí. Si se debe
defender la autonomía de la ciencia ya que es “la única garantía para su avance”
¿cómo lograr que los científicos cambien su actitud de indiferencia cuando la cultura
en la que se encuentran insertos se autovalora internamente? El científico, en tanto
trabajador asalariado, se encuentra fuertemente condicionado por las exigencias de su
entorno laboral. Aún cuando existan demandas legítimas y buenas intenciones por
parte de los actores éstas quedarán en segundo plano frente a las prioridades de
mantener la fuente de trabajo, conseguir recursos y progresar en la carrera. Luego,
parecería que no alcanza con propiciar un deseable cambio de actitud en los
investigadores sino que deberían existir cambios externos en la política científica que
permitan y alienten tal tipo de acciones asignándoles valor normativo y económico.
Por el contrario, el profesor Feenberg afirma que la tecnología sí necesita de reformas
amplias. A diferencia de las abstracciones y experimentos científicos que se
encuentran confinados en un laboratorio la tecnología proporciona entornos de vida
siguiendo una dinámica de “jerarquía entramada”. Ahora bien, asumiendo que los
emergentes de la ciencia, sin ser los únicos, son vectores importantes para la
innovación tecnológica y ante la urgencia de determinadas cuestiones sociales y
medioambientales ¿cómo es posible sostener desde este lugar la autonomía de la
ciencia? Nuevamente parecería que deben existir criterios externos que marquen
prioridades en la agenda de investigación que permitan reconciliar las urgencias
materiales del mundo de hoy con los intereses cognitivos y atemporales de la ciencia.
En el caso de la reforma tecnológica, como ocurría para la ciencia, también parecería
estar presente una excesiva confianza en la posibilidad de autorregulación de los
sistemas democráticos, puesta de manifiesto en esperar que los cambios ocurran
impulsados por emergentes espontáneos y autoorganizados de la sociedad que
luchan por emplear la “ambivalencia de la tecnología” a su favor. Nuevamente, y sin
restar importancia a este tipo de colectivos, parecería que en tanto no exista una
política científico y tecnológica adecuada se corre el riesgo de que tales emergentes
sean fácilmente apagados por los fuertes intereses corporativos y el poder de la
propaganda.
En definitiva, y para culminar con el análisis, las preguntas centrales que surgen del
inspirador trabajo del profesor Feenberg se vinculan con la cuestión pragmática de la
acción política: ¿cómo se puede articular su conceptualización de la ciencia y la
tecnología con un mundo que requiere de cambios urgentes?, la defensa de la
autonomía de la ciencia y la sola esperanza de que surjan grupos sociales que pugnen
por la reforma tecnológica ¿no son condiciones que terminan siendo funcionales a la
preservación del orden establecido?, ¿cómo puede armonizarse su posición teórica
con una política científico y tecnológica organizada?, ¿es esto posible?, en caso
afirmativo ¿cuáles deberían ser sus lineamientos principales?

Referencias
Feenberg, Andrew, 2005, “Teoría Crítica de la Tecnología”, Revista Iberoamericana de
Ciencia, Tecnología y Sociedad, N° 5, vol.2, junio de 2005, pp. 109-123.
Feenberg, Andrew, 2002, “Transforming Technology: A critical theory revisited”, Oxford
University Press, New York.
Feenberg, Andrew, 1999, “Questioning Technology”, Routledge, New York.
Feenberg, Andrew, 1992, “Racionalización democrática: tecnología, poder y libertad”,
disponible en www.sfu.ca/~andrewf/demsapinsh.htm.
Giuliano, Gustavo, “Tecnología, desarrollo y democracia: hacia otra artificialidad
posible”, revista Scientiae Studia, Vol. 6, Nro. 3, julio–setiembre de 2008, pp. 371-377.

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