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Los ciudadanos del Estado ideal deberán distinguirse por sus capacidades y disposiciones
naturales, y se especializarán en trabajos para los que están por naturaleza bien dotados.
Los miembros de la clase de los guardianes necesitan un carácter dotado de
especiales atributos si han de actuar eficientemente y han de mantener la estabilidad de
la sociedad. Tanto los jefes como los ayudantes deben ser valientes y
decididos, y desarrollar un compromiso de entrega total al bienestar de todos sus
conciudadanos. Jefes y auxiliares por igual deben ser hombres y mujeres virtuosos. Para
Platón, los hombres y las mujeres se hacen virtuosos sólo si tienen una visión correcta
sobre qué es lo correcto y qué lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo
sabio y lo estúpido. Una conducta virtuosa existe sólo cuando se basa en un conocimiento
verdadero o en una correcta opinión. La adquisición de unos puntos de vista honestos
necesita un sistema educativo eficaz para inculcar y desarrollar esos puntos de
vista.
El método educativo propuesto en la República se basa en la concepción que Platón
tiene de la psicología humana y en su análisis de la estructura de la personalidad
humana. El contenido del sistema educativo se deriva de su concepción teórica de
la naturaleza última de la realidad y de la escala cognoscitiva por la que es posible
ascender desde el mundo de la ilusión de las imágenes hasta la intuición del bien
en sí mismo. El objetivo de la educación que prescriben los guardianes tiene dos
caras: el desarrollo físico, moral e intelectual del individuo y la creación de una
clase de jefes y auxiliares que posean las cualidades personales, las capacidades
físicas y mentales, las actitudes y disposiciones las destrezas y el conocimiento que
se requieren para ejecutar las órdenes de los guardianes. La educación de quienes
han de gobernar y guardar el Estado es demasiado importante para dejarla, como en la
Atenas de Platón, a la iniciativa privada y a una decisión personal; hay que establecer
un sistema estatal. Un sistema estatal existía en Esparta y algunos detalles de dicho
sistema encuentran eco en el sistema que se hace proponer a Sócrates: el sistema
educativo en el Estado ideal mantiene, sin embargo, en su espíritu profundas
diferencias con el sistema de Esparta.
Los niños de la clase de los guardianes siguen un curriculum de tres disciplinas,
música, gimnasia y matemáticas. El éxito en el desarrollo del carácter del niño
depende de que se mantenga el equilibrio entre estas tres disciplinas del currículo.
Platón pensaba que las artes literarias, visuales y musicales tienen un poder inmenso
para configurar y formar el carácter. Tienen, en consecuencia, un importante papel
que desempeñar en la educación. Los relatos, canciones, poemas, representaciones
teatrales, la música instrumental, y las obras de arte visuales no son meros objetos de
interés estético; están llenas de significación, expresan ideas, valores y emociones.
Exponer a un niño a una colección de obras de arte literarias, musicales y visuales
elegida al azar es una locura pedagógica; equivale a exponer la mente del niño a la
influencia formativa de una serie desordenada de ideas, valores y emociones que
resultan tanto más poderosos si tenemos en cuenta el atractivo y el encanto de las obras
de arte. Un sistema educativo correcto implica seleccionar muy cuidadosamente las
obras de arte que habrán de exponerse a los niños.
Los relatos son de gran importancia para los niños. En época de Platón, los niños de
Atenas habían de vérselas con un denso programa de mitos y leyendas, sobre todo de
relatos basados en los poemas de Homero y de Hesíodo. El sistema educativo que se
propone para los guardianes implica el rechazo de la práctica totalidad del corpus
homérico y hesiódico: las mentiras sobre la divinidad no son aconsejables como
material educativo.
Platón insiste en que los relatos sobre dioses y héroes deben ser verídicos: la
divinidad es perfecta, inmutable, profundamente verídica. Los relatos sobre la
inmoralidad de los dioses, sobre dioses que adoptan cambios de actitud y que son
ladrones, mentirosos y adúlteros no tienen cabida en la educación. Al argumentar
así, Platón está siguiendo los pasos de Jenófanes y Heráclito; ambos fueron sumamente
críticos con los estúpidos relatos que se contaban sobre los dioses. Algunos intérpretes
de mitos han intentado defenderse de estas críticas recurriendo a interpretarlos
mediante elaboradas alegorías que les proporcionaban un significado aceptable. Platón
rechaza aceptar que la existencia de tales interpretaciones justifique el empleo de los
mitos y leyendas que él condena. El propio relato tiene el poder de influir sobre el
niño, independientemente de la interpretación que se le dé.
Los relatos que se utilizan en la educación de los niños deben tener un apropiado
contenido moral. No deben socavar el desarrollo moral del niño con representaciones
de dioses y héroes que dan rienda suelta a una conducta inmoral; no deben
enseñar que el obrar mal sea una fuente de felicidad, ni que una conducta virtuosa
conduzca a la desgracia. Deben alentar una conducta virtuosa. Los relatos en los
que se estimula el fraude, la cobardía, la intemperancia o la injusticia deben ser
eliminados junto con aquellos relatos que estimulan una excesiva frivolidad.
En el caso de las representaciones dramáticas se precisa la mayor cautela; malo es que
al representar un papel se le pida a uno ser, por así decirlo, dos personas a la vez; pero
si además el papel implica representar acciones moralmente indignas, con ello se
pone en peligro la salud moral del actor. Es permisible representar el papel de un
personaje moralmente superior y dramatizar sus buenas acciones; en caso contrario
las representaciones no tienen valor educativo, y la narración deberá sustituir a la
representación dramática en todos los demás casos.
La poesía, la canción y la música tienen también importancia en el desarrollo del
carácter. La endecha y la elegía, sin embargo, carecen de valor educativo, ni
tampoco lo tiene ninguna forma de música que conduzca a la autocomplacencia,
laxitud, holgazanería, o al ebrio abandono del autocontrol. Estamos educando a
guerreros y gobernantes, no a gente sensual y voluptuosa. Debemos preferir los
tonos más recatados y sobrios de la lira a las más salvajes emociones de la
flauta. El vigor marcial del modo musical dorio y la austera belleza del frigio nos
proporcionarán el conjunto total de melodías que necesitamos; son indeseables para
el sistema educativo estos cuatro modos: las cualidades melancólicas del mixolidio
e hiperlidio y la febril sensualidad del jonio y del lidio.
Durante su desarrollo el niño deberá estar rodeado de objetos que encarnen y expresen
el orden, la armonía y la belleza. De esta manera, los propios sentidos se transforman en
un medio de educación moral e intelectual. El joven aprendiz de guardián adquiere
así un gusto por el orden, la armonía y la proporción. Una apreciación de la
belleza suficientemente desarrollada es en sí misma moralmente bastante educativa.
La bondad y la belleza son, en última instancia, una misma cosa.
Una educación basada en la verdad, el orden y la armonía no sólo contribuye al
desarrollo de una conducta virtuosa, una apreciación estética y un pensamiento
racional: también proporciona al futuro guardián la capacidad de discernir aquellas
cualidades de la belleza física, moral e intelectual que hacen que otra persona le
considere como un amigo valioso. La amistad es tanto una parte de la educación
como uno de sus objetivos: «el amor superior es el amor por el orden y la belleza de
una manera autocontrolada y civilizada» (403 a). La belleza de carácter nos atrae,
incluso si va unida a defectos físicos. El amor que se basa en el discernimiento de las
buenas cualidades de otras personas puede expresarse por sí, mismo mediante el
afecto físico, pero no se le debe consentir que degenere en libertinaje sexual. El
desenfreno sexual conduce a los excesos del sensualismo a un hedonismo desenfrenado
absolutamente impropio de la formación del carácter de los jóvenes guerreros y gober-
nantes. La base de la auténtica amistad no es otra que aquel amor de la belleza que es
el contenido y fin de una educación liberal.
SÓCRATES: ¿Es que no has oído que soy hijo de una excelente y vigorosa partera
llamada Fenáreta?
TEÉTETO: Sí, eso ya lo he oído.
SÓCRATES: ¿Y no has oído también que practico el mismo arte?
TEÉTETO: No, en absoluto.
SÓCRATES: Mi arte tiene las mismas características que el de ella, pero se diferencia
en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los
que dan a luz, pero no sus cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en el arte de
ayudar a parir es la capacidad que se tiene de poner a prueba por todos los medios si lo
que se engendra es algo imaginario y falso o fecundo y verdadero. (...) Los que tienen
trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza
nuestra relación, todos hacen admirables progresos. Y es evidente que no aprenden nunca
nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran
muchos bellos pensamientos. No obstante, los responsables del parto somos él, Dios y
yo.