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AMANDO A DIOS

85 AÑOS BAJO EL VIGILANTE OJO DEL SEÑOR


INDICE

Algunas palabras solamente 3


La lluvia de perlas 5
El mimado del abuelo 15
Bajo la tutela de Paramahamsa 28
Aventuras académicas 38
El desastre y la liberación 45
Casado de por vida 61
Apetitosa adyacencia 91
Adiós al dolor 120
La penitencia es reemplazada por la pluma 133
El Amor en marcha 147
Mis traducciones 163
Su historia La historia 172
Reactivando la luz en templos 205
El niño cincelado 211
El amoroso Dios 224

ALGUNAS PALABRAS SOLAMENTE

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Todos y cada uno tenemos que vivir el volumen de biografía que traemos con
nosotros cada vez que nacemos, página tras página, capítulo tras capítulo, por nutrida que
sea la puntuación de puntos y rayas, interrogaciones y exclamaciones, comas y puntos
seguidos, hasta que, por último, termine la frase con un punto final. Afortunadamente, sin
embargo, tengo como compañero inseparable y como consultor a Bhagavan mismo: es El
quien pone los puntos sobre las íes y tarja las tes, mientras yo vivo las líneas de cada página.
El ha hecho de mi biografía el Libro de la Vida: trascendental y del mayor significado para
mí.
Debo confesar, no obstante, que no merezco este libro sobre mí escrito por mí. Sé
que hay millones que están absorbiendo mucho más profundamente el Amor del Dios
Viviente y Amante y que, por ende, pueden sobresalir como mensajeros de Su Amor. Ellos
pueden conducir con pasos mucho más firmes a los que no aman ni son amados hacia la
Presencia del Redentor, del Consolador, del Salvador, del Avatar, de Sai.
Así y todo, al manifestar Bhagavan un interés levemente favorable cuando alguien
osó susurrarme en Su Presencia que muchos recibirían con agrado un puñado de
reminiscencias mías, me sentí impulsado por esa sonrisa a embarcarme en esta audaz
aventura. Mi memoria asumió el rol de Editor en Jefe y de ahí que esta crónica adolezca de
una cronología imperfecta. Puesto que las cuatro partes del Sathyam Shíuam Sundaram
relatan la mayor parte de lo que he anhelado comunicar, el presente libro viene a ser un
Testamento Personal, a menudo quizás demasiado personal como para ser tolerado, de
modo que pido perdón por este acto de indiscreción.
La adulación es el alimento de los necios, dicen aquellos a quienes les ha sido
negado este sustento. No me atrevo a negar mi paladar, porque he sido dejado como necio
por aduladores que me han lanzado apelaciones como las de poeta, erudito, lingüista,
humorista, filósofo y, ¡hasta el sabio del montículo hormiguero!
Querido lector, recuerda, por favor, que estoy luchando lo mejor que puedo para
eliminar el veneno del ego, y compadéceme cada vez que veas que este reptil levanta su
cabeza entre las líneas de este libro.

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Algunos "antiguos alumnos" de mis clases en la Universidad Aradhya,
Venkatesaiah, Prabhu Prasad que probaron las páginas recién sacadas de la máquina de
escribir, me pidieron que no cejara. Mi nieto Rajaram y su mujer Indira se juntaron con
otros de Prashanti Nilayam para descifrar mi manuscrito y pasarlo a máquina tan pronto
como les entregaba una cierta cantidad de material y con gusto me pedían más. Hermanos
del Nilayam que temían que me estuviese acercando a los bordes de mi existencia, me
pedían que escribiera más rápido. El hermano Achuthanandam de Madras, se encargó de
llevar el texto a esa ciudad, donde unos editores que habían adoptado el nombre del pionero
impresor anglosajón Caxton. Otro hermano, el Profesor P.K. Sundaram, se ofreció para
revisar las pruebas de imprenta.
Como resultado, este libro, Amando a Dios, se pone ahora a los Pies del Señor y en
las manos de aquellos que viven en el Amor del Señor. Jai Sai Ram.

Día de Navidad
N. Kasturi
1982
Prashanti Nilayam

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LA LLUVIA DE PERLAS

Esta vez inhalé el Aliento de Dios el Día de Navidad de 1897. Baba dice: "Una
persona nace para aprender
a no nacer de nuevo". El secreto acerca de cómo lograr esta meta me estuvo
eludiendo durante anteriores apariciones; por ende, hube de entrar nuevamente a la escuela.
En mi largo camino desde la amiba al antropos, poco aprendí del alfabeto de la liberación,
¡y ni siquiera la A del Atma! Es por eso que llegué al seno de una familia hindú, en la
Nochebuena, cerca de las costas del Mar de Arabia, vomitando y lloriqueando, con la
impotencia habitual, ante la perspectiva de otra estadía en la Tierra.
El día que nací, la mitad del globo estaba iluminada con la adoración al Hijo de
Dios. ¿Sería esto en recompensa por alguna obra de mérito notable durante mi última
paradilla aquí? ¿O era un augurio de mi propia resurrección? No me atrevo a dudar. El
pasado, inevitablemente, configura el presente, y también el futuro configura el presente
con la misma inevitabilidad. Muy a menudo, la tracción del futuro resulta más decisiva que
la presión del pasado. El árbol de mañana está concentrado en la semilla de hoy tan
ciertamente como el que la semilla de hoy resultó del árbol del ayer. El Gita fue
pronunciado para moldear a un Gandhi, siglos después. El Llegar a Ser patente requiere de
un Ser latente.
El nacimiento, el Día de Navidad, presagió una página luminosa en mi libro de
vida. Dejé la aldea en que naciera en 1919 y reingresé a ella sólo en 1968, con Baba, al que
miles de cristianos de muchos países adoran este día como Aquel que enviara a Su único
Hijo para salvar al género humano. El propósito de esa visita de Baba fue el de bendecir a
un devoto cristiano y el de colocar la primera piedra para un terriplo que éste le estaba
construyendo. Se trata de una historia que revela la Gloria de Baba y la piedad de Elías.
Elías fue atraído a una casa distante seis millas de la suya, en donde la voluntad de
Baba hacía brotar la sagrada ceniza curativa (vibhuti) que a menudo crea con un
movimiento de Su Manodesde Su retrato (!) y, para asombro de todos, también de uno de
Jesucristo. Elías fue, vio y se conmocionó. Había oído decir que Baba era un "hindú". Sabía
que estaba a cientos de millas de distancia. Fue testigo del funcionamiento de la Voluntad
Divina. Se dio cuenta de que el Unico responde a cualquier nombre pronunciado en
cualquier idioma. Decidió construir un templo dedicado a su "Cristo venido de nuevo",
como el Consolador (Sai) con el nombre de Verdad (Sathya), vestido con ropajes de color
rojo sangre, como se le revelara a San Juan.
Baba me trajo a mi aldea en el Impala y se alojó en casa del cristiano. El "Sermón
de la Montaña" fue pronunciado desde la terraza de aquel hogar. Mientras subía la escalera,
hizo girar Su mano y, de Su palma, creó una bella cruz para otro cristiano, el Ministro de
Salud del Estado de Kerala. La terraza dominaba la vista sobre el campo de fútbol de la
escuela secundaria, mi querida alma mater. Esa tarde, el campo se convirtió en un vasto
jardín de rostros sonrojados y ojos brillantes. Pude divisar a varios de mis contemporáneos,
sentados serenamente en las primeras filas de la audiencia.
El contexto decía nuevamente "enrolla tu ropa de cama y sígueme". Con Su infinita
compasión nos instó a levantarnos del lecho de la inquietud, en el que jadeábamos y
gemíamos, nos retorcíamos y revolvíamos, y a caminar por las huellas del Salvador. Tuve el
placer, no frecuente, de traducir Su discurso al malayalam, el idioma de Kerala. No es que

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requiera de un intérprete: El activa todas las lenguas. Fue Su voluntad la de presentarme
como hijo de esa aldea y la de concederme ese placer aquel día. Eso es todo. Cuando
fracasaba en traer a mi memoria con rapidez algún término malayalam, puesto que había
estado ausente por tres décadas de la región, ¡El me sacaba de apuros! Cuando me faltaba
algún adjetivo o algún cnnjuro Suyos, ¡El salía al rescate del auditorio con una palabra que
les era conocida!
La aldea de Tripunittura tiene, como corazón, un templo en el cual, según la
tradición, Arjuna había instalado un ídolo de Vishnu (Narayana) quien, en Su encarnación
como Krishna, le había servido de auriga durante los dieciocho días de la batalla en el
campo de Kurukshetra. Puesto que las riendas que sostenía no sólo guiaban a los caballos
por las vueltas y giros, los desafíos y batidas, las iras y agonías de la batalla, sino también a
Arjuna, este acto único en su género de benevolente servicio a un suplicante, llevó a que
Krishna fuera aclamado como Parthasarathi: el auriga de Partha que era otro nombre por el
que era conocido Arjuna.
El undécimo día de mi carrera terrenal, mi madre me llevó al templo, como lo
exigía la costumbre, y me colocó sobre la piedra bajo la gran lámpara que cuelga frente al
ídolo de Parthasarathi. Observó el rostro del ídolo en busca de una señal de bendición. Las
llamas de las lámparas a la izquierda y a la derecha chisporrotearon por unos instantes. Ella
atesoró en su corazón la sonrisa que hicieron dibujarse en el rostro del ídolo, y me llevó
muy contenta a casa. De ahí en adelante, me llevó todas las mañanas al templo, hasta que
me fue posible caminar por mí mismo y recitar algunos salmos propiciatorios que atrajeran
hacia mí la Gracia del Parthasarathi. Entonces pude recibir del sacerdote una pizca de pasta
de sándalo húmeda para llevarla en mi frente y una cucharada de agua bendita para limpiar
mi interior.
Mi abuelo era el Karyakar o Encargado del Templo. Traía a casa, cada noche, la
parte que le correspondía de las ofrendas de alimentos que se ponían dos veces al día ante el
Señor. Se nos mantenía despiertos hasta su llegada y a mí se me daba "la parte del cachorro
de león" del dulce arroz para sustento del alma que Parthasarathi me enviaba.
El templo quedaba opuesto al camino que más tarde debía tomar para llegar al
"comedor" gratuito y a mi escuela. De modo que, cada día, me paraba frente a mi
Parthasarathi para contarle, entre lágrimas y sollozos, suspiros y gestos, de mis temores y
sentimientos, mis quejas y logros, hasta que las pestañeantes lámparas proyectaban lo que
parecía una sonrisa de aprobación y de afirmación en la expresión del rostro del ídolo. Le
rogaba que hiciera que mi comida fuera sabrosa y que persuadiera al administrador del
"comedor" para servirme cada día unos bocados de más. Rogaba por lápices y pastillas de
menta. Oraba por llegar a resultados correctos en la solución de mis problemas de aritmética
en las muy frecuentes pruebas en la escuela. Recé para que pospusiera la visita a nuestra
aldea del Vicerregente, hasta que yo no tuviera una chaqueta nueva para ponerme, porque
sin ella no podía formarme con mis compañeros al borde de la acera y poder tener un buen
puesto de observación de la procesión. Parthasarathi era mi guía, mi amigo, mi confesor, mi
aliado, mi camarada y hasta mi "compañero de cama" cuando estaba en el mundo de los
sueños.
Baba se declara la encarnación de Krishna, de Dios, el Parthasarathi retratado en la
antigua épica india. El anuncia que es el Sarathi o Auriga, el Guía y el Indicador de la senda
de cada ser viviente, desde que despertara la vida en la materia terrestre, vale decir, desde
los días del Sanathana. Dice que El es el Sanathana Sarathi, el Auriga Universal Eterno. Los
textos budistas afirman que el Thrsha (la Sed Interior) tiene una potencia incalculable. "

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¡Thrsha desea ver y tenemos ojos! ¡Desea escuchar y tenemos oídos! La planta anhela
florecer, y tenemos flores en todo el derredor." Yo anhelaba desde niño al Parthasarathi y
conseguí al Sanathana Sarathi a los cincuenta años. Los eventos venideros se pueden
conocer con años de anticipación por el ruido que hacen. En 1957. cuando tenía sesenta
años de "vejez", mi Parthasarathi me designó como Editor del Sanathana Sarathi, para
sostener la pluma que traza en las páginas de esa revista el Gita que El ha venido a enseñar.
Mi abuela se sintió defraudada cuando, al actuar de partera con su hija menor, me
sostuvo en sus brazos y me miró con el primer par de ojos que me dio la bienvenida a mi
presente trayecto. Era un niño demasiado frágil como para llenar su corazón con la emoción
de la esperanza. Incluso sin pesarme me encontró esmirriado.
Papá tenía dieciocho años y mamá doce cuando los ritos védicos invocaron al Dios
del Fuego para ser testigo de su matrimonio. Mamá me contó que las compañeras que
estaban sentadas a su alrededor aquella soleada mañana, se abstuvieron de congratularla al
ver que papá era tan oscuro como el color de sus pupilas y mamá tan blanca como el resto
de sus ojos (ojos que en ella eran felinos). La abuela pasó por alto mi color: eso no le
preocupaba, ya que era varón. Le preocupaba mi falta de peso, porque se inclinaba por las
piernas humanas redondas como calabazos, como las que nos salen al encuentro desde los
botes de alimentos infantiles. Intentó diversas drogas, aceites, masajes y mixturas vegetales
que me aplicó por meses, pero yo me negué resueltamente a inflarme.
Presenté también otro problema para poner a prueba la inteligencia y la tolerancia
de la abuela. Exhibía, al descender al mundo, algunos apéndices suplementarios, los que
ella cortó con unas tijeras, sin ceremonia alguna ¡y bastante inexpertamente! No. El
problema no era el que hubiese llegado con vestigios de cola: ella se dobló fuera de la vista.
Lo que sí lo era, era que traía seis dedos en cada mano y en cada pie, aunque estos dígitos
superfluos no eran más que incipientes y no funcionales. Tenían uñas en las puntas, pero
éstas colgaban sueltas de los ligamentos. Cuando agitaba los brazos o pataleaba, acostado
de espaldas, mis dedos sin huesos colgaban sueltos pero no me herían. La que se sentía
herida era la abuela. Cuando, después de su subrepticia cirugía hizo alarde de su regocijo,
mamá se puso a llorar por este acto irreligioso y calamitoso al mismo tiempo. Estos dedos
supernumerarios, por elementales que fueran, eran considerados como signos de buena
suerte por los que creían en la astrología y en las tradiciones populares. La abuela nada
sabía al respecto, de modo que lloró arrepentida. Fue así que justamente la persona más
interesada por mi futuro fue la que me arrebató la cuchara de plata de la boca.
La intención de la abuela había sido irreprochable, mas no así las tijeras. De modo
que los cortes se infectaron y, a las dos semanas de mi llegada a la Tierra, tuve que dar
algunos pasos hacia el ámbito de la muerte. Como dicen los antropólogos, en momentos de
crisis el hombre regresa al pasado, a lo primitivo y hasta a lo prehistórico. La abuela
descubría que nuestros antepasados adoraban al Señor de las Siete Colinas en cuanto
Deidad Guardiana y, encontrando a un peregrino que se dirigía a ese santuario, envió con él
algunas monedas para ofrecer allá un dedo de plata con el objeto de lograr el perdón por su
impensado crimen y para rogar por mi vida. Su plegaria halló respuesta: la plata cumplió su
objetivo.
Pronto me repuse de la operación a tijeretazos. Y pronto también mi tamaño
satisfizo a la familia. Lo atribuyeron a la Gracia del Dios Venkateshwara de las Siete
Colinas.
De hecho, Venkateshwara, adorado a lo largo de los siglos por millones, es
Bhagavan Baba mismo. Años más tarde lo comprobé con mis propios ojos. Se trata de una

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larga historia, pero debo hablar de ello ahora, en esta conexión. Cuando pasé mi
adolescencia, subí por una senda de la acción de gracias a la colina y me postré ante el
santuario. Más adelante, subí, peldaño a peldaño, por las serpenteantes escaleras de piedra,
con mi hijo pequeño a caballo sobre mis hombros. Habíamos hecho la promesa de cortarle
el pelo con que naciera en ese lugar sagrado y de acostarlo en el suelo del templo para que
fuera bendecido por la benévola mirada del compasivo Señor. Diez años más tarde, subí al
santuario para iniciar al hijo en el sagrado Gayatri Mantra en la Divina Presencia. Lo había
bautizado como Venkata Narayana, con el objeto de tener el nombre del Señor entre
nuestros labios y en su memoria. A su hermano menor lo bauticé como Venkata Adri (la
Sagrada Colina de Venkateshwara), por la misma razón. Doce años más tarde subí la
escarpada pendiente hasta la altura en que se encontraba Dios, con mi mujer y mi hijo.
Tanto Venkateshwara como el santuario de la colina estaban profundamente grabados en
nuestros corazones. Portando, junto a miles de otros, lámparas encendidas de Kerala, le
glorificamos, leímos historias que evidenciaban Su misericordia y entonamos cánticos
invocándole. Pasaron los años. Cuando fui aceptado en la Presencia de Baba, fue
disminuyendo la urgencia por mantener el contacto con la Sagrada Colina, aunque me
golpeaba la conciencia un sentimiento de culpa de que actuaba como un villano, cada vez
que pasaba por la carretera a sus pies y divisaba, a través de las ventanillas del coche, las
guirnaldas de luces pestañeantes que adornaban las escaleras ascendiendo por los
empinados riscos.
Por más de quince años estuve cerrando los ojos, esperando que no se notara. Hasta
que, un buen día, le abrí mi corazón a Baba y le pedí bendiciones para una postergada
peregrinación. Baba dijo: "Puedes ir, pero ¿a quién verás allá?" "A Ti", respondí. Movió la
cabeza asintiendo: "Ve y sé feliz".
Cuando persuadí a mis septuagenarias rodillas para que me llevaran escalones
arriba, muchos de ellos proverbialmente del alto de una pierna, me obedecieron sin
murmurar, puesto que Baba había dicho: "Ve". En el santuario, todo fue como lo había
anticipado y según Su volición. El imponente y enjoyado ídolo de Vishnu le cedió el lugar a
Baba: El estaba de pie en Su lugar, sonriéndome, ¡con las cejas levantadas, como
sorprendido de verme allí!
La duodécima mañana de mi vida me prendieron una etiqueta, en medio de una
gran algarabía religiosa. Mi padre me vio recién entonces, cuando llegó para darme un
nombre. El nombre que se me adhirió desde entonces era muy antiguo y más luminoso,
porque lo habían llevado una serie de abuelos. La norma era que el primogénito había de ser
bautizado por el padre con el nombre de su propio padre. De modo que mi padre me puso el
nombre que había llevado el suyo... Mi primer hijo fue bautizado como Narayana por mí,
porque era el nombre de mi padre... Papá me tomó de los brazos de mamá y se sentó en el
suelo, frente al santuario familiar, conmigo en la falda. Le rezó a 'Dios para que bendijera el
nombre y me ayudara a agregarle mayor fragancia. Luego me levantó hasta su rostro,
cogiéndome por los hombros, y susurró por tres veces en mi oído derecho una larga sarta de
extraños sonidos por los cuales habría de ser conocido a partir de entonces. Fue una
fanfarronada de nueve sílabas. Había tropezado con la casta Brahmín, de modo que las dos
últimas habían de ser Sharma, para simbolizar ese estatus. El resto del nombre:
Kasturiranganatha, no indicaba ni al Dios idolatrado en mi aldea ni al Dios instalado en las
Siete Colinas. Denotaba a Dios tal como es adorado por millones en Tamilnadu, instalado
en una postura reclinada sobre una serpiente de múltiples cabezas y roscas, a la cual ese
nombre describe como "adornada con puntos de almizcle". Kasturi significa "almizcle",

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ranga significa "escenario" y natha, "director" o "maestro". El templo de Ranganatha con la
mancha de almizcle está situado en una isla llamada Sri Ranga (El Escenario) en el río
Kaveri, el que la formara a medio camino entre la meseta de Mysore y la bahía de Bengala .
. . . La sustancia llamada almizcle se valora como un precioso perfume. Como
también es de color oscuro, un punto de almizcle en el entrecejo sirve para alejar el "mal de
ojo". Nobles y princesas lo preferían a materiales más baratos. El entrecejo del ídolo en
Srirangam se marcaba con el punto de Kasturi, porque nada menos podía satisfacer a los
devotos adoradores. El nombre de "Director de Escena", nos recuerda que "todo el mundo
es un escenario" en el que Dios dirige el drama cósmico, sin ser afectado. Se reclina,
magnífico, sobre el terror y el veneno, con Su cabeza sobre una almohada de serenidad. Su
volición logra y motiva. La Katha Uponishad declara: "Sentado, El viaja; reclinado, está en
todas partes".
Kasturi Ranganatha Sharma era un término demasiado largo para ser pronunciado
completo cada vez que se hablaba de mí o que se me dirigía la palabra. El símbolo Sharma
de casta podía ser amputado sin dolor. El resto debía ser acortado, pero el problema residía
en el dónde: ¿la cabeza o la cola? Mi abuelo era abordado o llamado por todos los que
tenían que tratar con él, sólo como Ranganatha y para la nuera, mi madre, ¡era tabú
pronunciar el nombre del suegro! De modo que la segunda parte había de ser eliminada. El
resultado fue que pasé a ser conocido como la fragante sustancia animal empleada para
marcar el Entrecejo Divino.
¡Pude pararme, con las manos juntas, en la presencia del "Kasturi Ranganatha",
sólo a los setenta años de edad! Lo que se produjo por la Gracia de Baba. Unos amigos me
invitaron a una ciudad llamada Tirupur, para que hablara acerca de Baba el 24 de diciembre.
Y Baba me ordenó ir. Yo, sin embargo, anhelaba pasar la Navidad con El, puesto que me
recordaba mi entrada al escenario del mundo. Pedí permiso para ir de Tirupur a Srirangam,
para adorarle como Ranganatha, reclinado sobre la serpiente. Dice Baba que la serpiente es
símbolo de contaminación, veneno y muerte, y a Dios se le representa como sometiendo,
calmando y dominando estos malos rasgos. Baba dijo: "Sí, ve a Sri Rangam y come tu
porción de arroz dulce". Esta referencia al arroz dulce no me sorprendió. Años antes, en el
trayecto a Madras, Baba, según Su costumbre, le pidió a cada persona que iba en el coche
que le cantara una canción. Mis genes no tenían nada de música entre sus componentes,
pero no podía sino obedecer. La memoria recordó una canción que le había oído cantar a un
payaso durante una representación a la que asistí en 1a escuela. Se trataba de una plegaria a
Shiva por un poquito de arroz dulce, entonada por un hambriento espectador de una cena
para ricachones. ¡Baba debe haber descubierto que mi subconsciente había pescado esta
tonadilla en particular, porque yo mismo, en mi fuero interno, llevaba un apetito
insatisfecho por este preparado! E( decidió eliminar esas ansias en mi septuagésimo
aniversario, en Srirangam.
Me sentí emocionado al pararme frente al santuario y llenar mis ojos y mi corazón
con la embelesadora visión del ídolo de seis metros de altura, tendido sobre los anillos de
una serpiente de siete capuchones que exudaba un cautivador encanto iconográfico. Para
mis ojos, las plantas de los pies no eran de piedra verde oscura, como el resto del Divino
Cuerpo: eran de alabastro, con una tonalidad azulada. Eran suaves, tiernas, claras,
familiares, vivas: ¡eran las de Baba! Me alejé desganado de los portales del santuario. Según
creo, la ofrenda rutinaria en el Santuario de Ranganatha era el arroz dulce, mas aquel día se
nos dio únicamente laddus y muruks.

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Nos quedaba un templo más por visitar en la santa isla: uno de Shiva con el
sagrado árbol del Jambosero. Cuando salíamos de él, el sacerdote corrió tras de nosotros
para anunciar que era un día especialmente sagrado, "en el que se le ofrece arroz dulce a la
Deidad". Estas sí que fueron en verdad buenas noticias... Insistió en que volviésemos al
templo. Nos hizo sentarnos en cuclillas hacia la derecha del santuario, extendió hojas de
banano frente a nosotros y nos sirvió generosas porciones del preparado del que Baba me
había pedido "satisfacerme".
Mi padre era el menor de cuatro hijos. El, con sus padres, vivían en una aislada
aldea, treinta millas al Este del lugar en que creciera mi madre. Sus antepasados habían
huido de la caballería del Sultán Tippu de Mysore, desde el valle que le quitara a la East
India Company, hacia el reino del Maharaja de Travancore que había detenido a los
depredadores.
Cuando mi padre se convirtió en el yerno de la abuela y el abuelo, los hermanos
mayores de mamá que eran tres decidieron proveerle de medios de subsistencia más cerca
de Tirupunittura. Uno de los tres era el amanuense y la "conciencia" de un próspero
abogado de la Suprema Corte del Maharaja de Cochin, situada a siete millas de distancia, en
una ciudad llamada Ernakulam. En su camino al Cabo Comorin (Kanyakumari), como parte
de su proyecto de sondear en la pobreza, tanto material como espiritual de sus congéneres,
Swami Vivekananda había permanecido por un día en el "bungalow" de este abogado.
Caminando sobre el piso de mosaicos de los corredores llenos de actividad de la
Corte Suprema de Cochin, junto a su cuñado, mi padre tuvo una idea brillante al observar
las filas de los que veneran al papel sellado y de los que redactaban documentos legales para
sus clientes: él sería uno de ellos, haciendo ambas cosas.
Siendo el hijo menor, mi padre era la "rueda de repuesto" no utilizada en los
trabajos agrícolas de la familia: los hermanos mayores eran los que observaban las nubes
para prever la lluvia y los que rasguñaban el terreno para la siembra, todo lo que se requería
para el arroz paddy. El no había hecho sino ansiar la libre y abierta vida de la costa.
Anhelaba poder mirar más allá del alboroto de las olas hacia el cielo del ocaso, allá donde el
sol se lanza a zambullirse en la dorada caldera del atardecer. El tío le insufló fervor a sus
ilusiones. El abogado, a quien le servía con una lealtad rayana en el servilismo, bendijo la
empresa. Prometió enviarle a papá sus clientes y conseguirle la licencia necesaria para
desempeñar el oficio.
Mi padre era un calígrafo digno de elogio. La gente se preguntaba si manejaba una
pluma o un pincel. Podía escribir páginas y más páginas de la jerga legal en el único idioma
que conocía, el malayalam. Vendió su parte del patrimonio por lo que le quisieron pagar, en
realidad, algunos cientos de rupias, y puso la suma en manos del mayor de mis tíos para que
la cuidara. Nunca le fue devuelta. La pérdida de esa fortuna persiguió por largos años a mi
madre y a sus padres.
Ernakulam se levantó en la costa oriental de la profunda, amplia y azul laguna que
la separa de la ciudad costera de Cochin, por la cual se conocía al pequeño Estado. La
extensión de las salobres aguas cubre una superficie de aproximadamente cinco millas de
ancho por unas doce de largo, y se internan en la isla por largos y angostos canales, uno de
los cuales también llegaba hasta mi aldea. Cochin era puerto de arribo desde los días de
Vasco da Gama, para los mercaderes que comerciaban pimienta y especias como el
cardamomo, la canela y el jengibre. Barcazas con ruedas de paleta movidas a vapor
navegaban de ida y vuelta, llevando pasajeros por las aguas interiores. También había
numerosos botes y piraguas nativas que se deslizaban silenciosamente de un palmar al otro.

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Mi padre amaba el penetrante olor de la pura brisa marina. Aunque se ganaba el
cotidiano pan en la costa oriental, en la galería de la Corte Suprema de Justicia, prefería
vivir en la costa occidental, más cerca del mar. Durante las vacaciones y los feriados de la
Corte, no cruzaba hacia ese lado. Se deleitaba jugando con las olas y observando los
variantes estados de ánimo del cielo y del mar. Solía buscar un lugar apropiado para
nosotros y me permitía jugar con las conchas y la arena y observar los cangrejos que se
escurrían hacia sus refugios.
Nuestra casa en Cochin estaba rodeada por un alto muro de cocoteros que la
protegían del sol y la cubrían de la luna. Como vecino más próximo teníamos un templo con
una réplica del Lingam, que se decía que había sido instalado por Rama, junto a esta costa,
antes de tender el puente hacia Lanka, a la cabeza de sus hordas de primates. El lugar en que
Rama instalara a Shiva o Eshwara, en la costa oriental se llama Rameshwaram; también el
templo en el lado occidental que mi padre amaba, se llama Rameshwaram.
El nombre de mi padre, Narayana, indica al segundo de la Trinidad o al Trimurthy
Vishnu. Este, sin embargo, era un apelativo heredado. Era el tercero, Shiva, el Destructor de
los Malvados y los Desgastados, el Infinito que termina con todos los finitos, el que
monopolizaba su adoración. Cargado con el nombre de Vishnu, se postró ante la forma de
Shiva. De hecho, se dice en el Ramayana que Rama, El mismo manifestación del aspecto
Vishnu de la Omnivoluntad, instaló a Shiva en un gesto propiciatorio con el objeto de
apartarle de Ravana, gran devoto Suyo.
Diariamente, en las horas de la mañana, mi padre caminaba en torno al patio
interior del templo, recitando en voz alta versos elogiosos para Shiva, conmigo a su lado,
sujeto firmemente del dedo índice de su mano derecha. Tambiéri repetía esta caminata
circular la mayoría de las tardes. Durante la rutina mañanera, me dejaba correr a casa al
final de la tercera, la quinta, la séptima o la novena vuelta. El, en cambio, se paraba en el
pavimento de piedra, de cara al oriente, y le ofrecía postraciones al Dios Sol. Cada
ejecución completa, comprendía una serie de dobladuras y estiramientos espasmódicos,
agacharse y ponerse de pie y golpes. Papá tenía manchas oscuras y duras en su frente, su
pecho, codos y rodillas: insignias dignas de elogio de su incansable devoción por el ritual
solar.
El templo me proporcionó inolvidables horas de alegría. Había un estanque como
parte del complejo del templo. Estaba cubierto por verdes hojas de loto y un gran racimo de
botones y de flores. Todos los días el sacerdote recogía las flores para el culto a Shiva.
Circulaba en el agua de una flor a la otra, sentado en un recipiente redondo de cobre que se
utilizaba para cocer grandes cantidades de arroz en los días de festival. Yo observaba
desconsolado su trayecto, desde los escalones de piedra que llevaban hasta el borde el agua.
El sacerdote se dio cuenta de mi pena y me mostró simpatía, de modo que me gané unos
cuantos paseos en ese improvisado bote de metal: circulé por sobre la verde alfombra,
fascinado por las caritas sonrosadas que salían del agua para echarme una mirada. Cuando
vi que el hombre que iba a mi lado agarraba una de esas caritas por el cuello y la
estrangulaba en su puño, le di un codazo de desaprobación. Sin embargo, la oportunidad de
compartir la gira por el estanque que me daba ese servidor de Shiva, era una experiencia de
susto que me gustaba.
Unos meses más tarde, mis padres me llevaron al templo de Shiva en Vycome, el
mismo que saltara a la fama internacional posteriormente, al convertirse en blanco de una
campaña de Sathyagraha encabezada por Gandhiji, ¡para que se le permitiera a los Harijans
pasar por un camino frente al santuario! Mi padre recorrió la distancia de unas veinte millas

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por etapas, llevándome a menudo sentado sobre sus hombros, en tanto que mamá trotaba
tras de nosotros. Se trataba de cumplir una promesa: la de ofrecerme, el primer hijo varón,
como esclavo a la Deidad ínstalada e invocada es ese sagrado santuario. Extendieron una
larga y ancha hoja de bananero frente a la puerta abierta del santuario y me acostaron
desnudo sobre ella. Mi padre y mi madre se postraron, acostados cara al suelo a mi lado, y
luego se levantaron quedamente para caminar tres veces en torno al santuario, orando
ininterrumpidamente. A mí se me pidió que me quedara allí, quieto. Cuando iban por la
mitad de la tercera vuelta, el sacerdote principal del templo se les acercó para transmitirles
un mensaje de Shiva Mismo: "Tengo un niño en Mis Manos, tómenlo y criénlo por Mí, con
cuidado y devoción". Los rostros de mis padres brillaban al correr hacia mí. Me levantaron
tiernamente y me obligaron a postrarme ante Shiva. Hace mucho que esto ha sido un voto
hereditario. Años más tarde, cuando mi propio hijo tuvo cinco años de edad, le llevé hasta el
mismo santuario para ofrecérselo al Señor y recibirle de vuelta como el esclavo de Shiva, al
que nos confiaba para que lo educáramos para Su Gloria.
Supongo que tenía unos seis años cuando papá y mamá conspiraron para ver cómo
grababan en mí el que tenía que ir a la escuela y por qué, al igual que mis compañeros de
juegos. Me dijeron que ya estaba atrasado en doce meses. Los demás niños habían
comenzado hacía tiempo a manejar pizarras y lápices. Me resigné a lo inevitable, tal como
lo había hecho al ser destetado. El profesor mismo me llevó con él a la escuela y me trajo a
casa una vez terminadas las clases. Esto puso verdes de envidia a los chicos, porque me
consideraban por encima del resto.
No obstante, tuve que descontinuar mis estudios antes de haber pasado una semana.
Una noche, mi padre faltó a su visita al templo. A la mañana siguiente, pasó por alto su
inmersión en el estanque. Pasó la mayor parte del día en cama. Noté que mi madre, estaba
en cuclillas en la cocina, triste y abatida. Tuve que subirme en sus espaldas y soplar en su
oreja para sacarle una sonrisa forzada. Tiernamente me empujó, apartándome de su lado, y
suspiró profundamente. Se movió hacia la cama en que yacía mi padre. No se acercó a él y
mi padre tampoco me llamó para que me sentara a su lado, aunque se volvió hacia mí con
los ojos abiertos. Oí que mi madre le decía, con pena pero perentoriamente, a la mujer del
sacerdote del templo: "No venga a esta casa por unos días. Amma ha esparcido perlas sobre
el padre de Kasturi". Después de mi nacimiento, mi madre se refería a mi padre sólo con
este circunloquio.
Mi curiosidad fue despertada por la referencia a perlas. Mamá tenía perlas a ambos
lados del disco de oro que llevaba en torno al cuello, en una sarta con hilo de oro. Mas, ¿por
qué le habría tirado alguien perlas a papá? ¿Qué tenía eso que ver con su tristeza? ¿Quién
era esa Amma que daba esas cosas preciosas con una mano y enfermedad con la otra? ¿Por
qué no podía ver las perlas sobre el cuerpo de papá?
Aunque me estaba vedado, logré acercarme para atisbar a mi padre que gemía de
dolor. Vi sobre su rostro, su pecho y sus brazos unos glóbulos amarillentos pegados a la
piel. ¿Perlas? Mamá me sorprendíó en el acto. Sentándome en su regazo, rompió en
sollozos. "Mariamma, la Diosa, ha lanzado esas perlas. Significan la viruela", dijo. La única
droga que podía curar la viruela era la oración; la única atención que podía esperar el
paciente era el aislamiento. Familiares y parientes, vecinos y amigos huían de la persona
elegida por Mariamma, temerosos de convertirse en blancos de su atención. Esa era la
creencia predominante en Kerala en aquel entonces.
Mamá quería que me fuera al otro lado de la laguna, con su hermano el amanuense.
Papá me había llevado a menudo hacia la costa de Ernakulam en la barcaza con las paletas a

12
vapor. Las monstruosas ruedas que batían furiosas la espuma, el motor formidable y
humeante, la sirena aulladora, me fascinaban, incluso infundiéndome miedo. Me dijo:
"Preguntas por el `bungalow' del abogado en la galería de la Corte Suprema. Luego le
preguntas a cualquiera de sus empleados acerca de dónde vive tu tío. Es bastante simple.
Mandaré a Keshav contigo". Keshav era un pequeño y querido amiguito mío, hijo del
sacerdote del templo, con el cual a menudo había compartido bananas en el santuario
interior. Mamá me entregó una carta para dársela al tío, escrita sobre un pedazo de papel
mojado.
Me sentí muy importante. Llegué al lugar sin ninguna ayuda de Keshav, sólo por
mí mismo. El tío se llenó de pánico. Volvió por el siguiente ferry con nosotros. Quería
arrendar uno de los botes nativos: un tronco ahuecado con ambos extremos en punta, en el
que se podían acomodar cuatro personas, aparte de la tripulación: timonel y remero. Le
tomó tiempo conseguir uno, porque muy pocos accedían a embarcar a un paciente enfermo
infectado de viruela. Se contaminaría el bote; la gente tendría miedo de viajar en él después.
Además, la tripulación debía constar de hombres que hubieran sobrevivido a la gracia de
Mariamma. Una vez que uno hubiera pasado la prueba de las "perlas", se creía que no
volvería a sufrir su embate. El tío sufrió sombrío la prueba. Al igual que mamá, también él
le había escapado a Amma.
Ya había oscurecido. Tres horas después de que el sol se hundiera en las aguas del
mar de Arabia, el bote, llevando a papá en su camilla, con mamá en cuclillas a su lado, tocó
la costa oriental. La segunda canoa, con el tío en la proa y yo en sus rodillas, atracó
segundos después. Pude ver que la camilla era levantada con un nervioso cuidado y
depositada en tierra firme. Escuché los quejidos de papá y los sollozos de mamá. Pude
sentir el temblor de la mano de mi tío, ya que me aferraba a sus dedos, cuando se aproximó
a la camilla. Era una noche desolada y untuosa la que se cerraba sobre nosotros.
El tío había contratado algunos hombres para que nos esperaran en la plataforma de
atraque. Entendí que papá había de ser llevado con el abuelo y la abuela. Escuché que se
discutía sobre la palabra "Tripunittura". La camilla fue levantada sobre los hombros de
cuatro fornidos gigantes dirigidos por un sirviente del abogado. Caminaron bastante rápido,
perdiéndose en la noche, y mamá mi querida mamá, mi propia y única mamá se apresuró
en seguirlos. Mi tío me sujetó con fuerza. Me dejó clavado en el suelo. Ni siquiera pude
llorar. Todo fue tan súbito, estaba tan oscuro. Cuando estallé en sollozos y grité de todo
corazón, ella ya estaba demasiado lejos como para oírme y responder. Las estrellas me
miraban pestañeando ante mi pena. El aire estaba quieto. La noche se ablandó un poco
como para dejar ver el muro de ladrillos de la Corte Suprema de Justicia.
Los hijos del tío, que eran tres, me fastidiaban cada vez que encontraban la
oportunidad. Me desafiaron a recitar de la A a la Z. Yo no conocía sino seis letras. Había
tenido que dejar la escuela cuando recién descifraba la F, por lo que no podía repetir tantas
letras. Era incapaz de correr con la rapidez que lo hacían ellos, con ese nudo en mi garganta
y el vacío en mi corazón. Me sentaba malhumorado al borde del camino que corría de norte
a sur, fuera de la casa. Observaba a los bueyes resoplando mientras tiraban de pesadas
carretas. Les pedía en malayalam (porque el carretero lo hablaba) que le dijeran a mi madre
en Tripunittura que me viniera a rescatar pronto de esta plaga de tres tipos.
El mensaje llegó hasta la abuela y mamá envió a un hombre para que me llevara
con ellos. El trío de la banda protestó; lloraron diciendo que los días se les harían aburridos
y monótonos sin mí. Mas el tío insistió en que debía irme sin tardanza. Partí con lo puesto:
una angosta faja rosada como entrepiernas. Iba trotando y galopando tras el hombre de

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largas piernas que había venido a buscarme. En ningún momento acortó el paso por mí.
Troté las siete crueles millas que me separaban de papá y de mamá, imaginando cómo papá
las había recorrido sobre los hombros de los gigantes, con mamá apurando el paso a corta
distancia. El hombre me dijo que debía llegar a la casa de otro hermano de mi madre,
porque ella me estaba esperando allí. Me pregunté por qué se habría ido de la casa de los
abuelos.
Mamá salió a recibirme corriendo y me abrazó con fuerza, llorando y gimiendo
como nunca antes la había oído. "¿Dónde está papa? ¿Dónde están las perlas?", pregunté.
¡No debería haberlo hecho! Ella chilló y gritó de angustia. El sirviente que me había traído
desde Ernakulam le gritó: "¡Amma, no llores! Tu hijo está hambriento y cansado". Le tomé
la mano, sequé sus lágrimas y le di palmaditas en el cuello rogándole, tan tiernamente como
ella solía hacerlo: "No llores". Por último, alguien me arrancó de su regazo y me llevó a una
habitación interior. Mas yo me rehusé a comer o a beber, a menos que mamá me alimentase.
Corrí hacia ella; le acaricié la barbilla; le pellizqué la nariz húmeda; me reí suavemente para
que hiciera otro tanto. No me di cuenta de que estaba como paralizada por un rayo.
Al parecer, papá no se había levantado de la camilla fatal. El abuelo lo había
cuidado hasta el final, pero la muerte no había tenido misericordia y papá exhaló su último
suspiro. Mamá no tenía sino veintidós años y el destino la había marcado para la viudez.
El siglo XX y la liberación femenina no hacían sino atisbar desde la tumba del
XIX. El abuelo era el administrador del templo en el que estaba instalada la deidad familiar
de los Señores del Estado. Tenía que respetar las costumbres populares y las prescripciones
textuales que controlaban los destinos de los vivos y los no nacidos, los muertos y los
sobrevivientes; de lo contrario, se le marcaría como un hereje y un paria. Mamá sabía
acerca de las consecuencias del no conformarse a las normas. Fue así que al undécimo día
después de la muerte de papá, las largas, gruesas, negras, lustrosas y sedosas trenzas, con las
que me encantaba jugar y que a menudo peinaba y rehacía, le fueron afeitadas por un
horrible barbero sin corazón. Soportó valientemente la tortura, sin rencores contra los
antiguos legisladores. Se maldijo a sí misma y a nadie más. ¡Pobrecilla! ¡Pobrecilla! Le
lancé una piedra al demonio que se llevaba los rizos que me eran tan queridos... y erré.
La muerte por la viruela era interpretada como un terrible castigo divino para la
víctima. La persona era condenada incluso después de muerta: al cuerpo se le negaba el
privilegio de ser ofrecido al Fuego, había de ser consignado a los gusanos. También los ritos
funerarios habían de ser llevados a cabo en algún lugar especialmente sagrado, como para
que el alma pudiera liberarse de la penumbra de la maldición y seguir sin obstáculos hacia
el destino que se hubiera labrado a lo largo de sus diferentes vidas. La pobreza obligó al
abuelo y a los tíos a postergar los ritos penitenciales purificatorios para mi padre. Yo pude
cumplir con este deber veintitrés años más tarde. Me dirigí a Rameshwaram en donde
estaba el templo paternal que papá adoraba, cerca de Cochin, sobre la costa oriental.
Cuando la invocamos a través de las fórmulas védicas, el alma de mi padre debe haber
venido para ser impulsada por su camino. Llevé a cabo los ritos en compañía de mi madre y
de mi "otra mitad" (mi mujer) y, como caridad, le di a los sacerdotes granos, oro y una vaca.

EL MIMADO DEL ABUELO

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Un vil individuo, formado en la escuela local del escándalo, difundió una falsedad
acerca del abuelo y el barro quedó adherido a su reputación. Mi abuelo hubo de renunciar a
la administración del templo y perdió su diaria cuota de las ofrendas al ídolo. Nuestra
ingesta de calorías se vio fuertemente reducida por este cruel recorte.
La segunda tragedia la representó la llegada, en una calurosa tarde, de tres
estómagos hambrientos que reclamaban su parte de la disminuida provisión de alimentos.
Mamá y yo nos habíamos asegurado apenas nuestras posiciones en el orden de los que
comían, cuando su hermana mayor llegó a buscar refugio en la casa paterna, con su hija de
doce años y su hijo de siete. Había sido abandonada por su marido en Nagapalam,
¡quedando abandonada a su suerte y a llegar como pudiera a la casa de sus padres!
Siendo normalmente un hombre de genio vivo, el abuelo golpeó el suelo con la
cabeza entre las manos y las rodillas en tierra. Se puso tenso, quisquilloso, irascible y hasta
rabioso cuando la abuelita trató de calmarlo y le aconsejó enfrentar la crisis con valentía.
Con mis primos nos convertimos en molestias, moviéndonos y haciéndonos ovillos cuando
se movían otros. Eramos cargas no deseadas. Cada vez que el abuelo miraba a sus dos hijas
y a su lastimosa progenie, el aturdimiento ensombrecía su expresión.
Las hermanas lloraron primero por las cosas primordiales. Presionaron exigiendo
que se nos pusiera a mí y a mi primo en la escuela. Pero el abuelo lo objetaba, porque en
esos días el estudio en una escuela representaba un lujo que sólo podían darse las personas
ricas. Comprendía muchos gastos en libros, pagos de escolaridad, un abrigo y una gorra (no
se insistía en la camisa), los que constituían una vestimenta obligatoria, más un horarío
regular de almuerzo, para que los pupilos se encontraran presentes a su hora. Significaba
una lámpara encendida una hora extra cada noche, para cumplir con las tareas en casa.
Requería de monedas para lapiceras, plumas, lápices y papel. De modo que el abuelo se
propuso explotar nuestro estatus de casta (Brahmín) y lograr los beneficios de los especiales
favores que podíamos conseguir por este motivo. Se propuso entregarnos a ambos al
Patasala Sánscríto gratuito, para aprender los Vedas de memoria y llegar a dominar la
gramática, la retórica, la fonética, la lógica, etc., como complementos a los estudios védicos.
Esta proposición significaba que ambos habíamos de permanecer diez años lejos de casa,
con la seguridad de dos comidas al día y una estera sobre la cual dormir de noche.
Mamá se opuso valientemente al viejo y a su estratagema de exiliarme a una
Academia de Hojas de Palma. Su hermana, en cambio, se sometió al abuelo sin un
murmullo. No pudo encontrar argumentos para apoyar su desacuerdo. Mi madre, por su
parte, tenía algunas joyas que como viuda no podía usar (la hermana, puesto que su marido
no había muerto, debía seguir usando el botón de oro de la nariz, el disco matrimonial en
torno al cuello y los aretes de oro con piedras preciosas). Mamá ofreció vender sus joyas y
salvar así el procedimiento para mandarme a la escuela por tres o cuatro años. Fue así que
mi primo encaminó sus pasos por la senda hacia Panini, Badarayana, Gaudapada, Sankara y
Vidyaranga, en tanto que yo emprendí el camino hacia Donne y Dryden, Shakespeare y
Scott, Black y Burke, Carlyle, Gibbon y Toynbee. Estaba destinado a procurarme la más
prestigiosa moneda del mundo: el idioma inglés.

Durante las celebraciones de Dasara en Prashanti Nilayam, hace algunos años


atrás, hablando sobre el pensamiento védico, Baba mencionó el idioma sánscrito y el
precioso panorama de valores que uno puede experimentar por su intermedio. Viéndome

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sentado frente a El, dijo: "Este idioma ha sido preservado y fomentado como el arca del
tesoro de las victorias espirituales, por los brahmines. Este Kasturi, sin embargo, aunque es
un brahmín, tropezó cuando niño con el ABCD, perdiendo con ello una valiosa oportunidad
de aprenderlo..." Y en otra ocasión, en el sagrado santuario de Badrinath, en medio de los
Himalayas, cuando Baba le pidió a los brahmines que estaban con El que le recitaran
algunos himnos específicos de los Vedas, mientras El se encargaba de incrementar la
potencia del ídolo de ese lugar sagrado, no pude sumarme a los pundits que respondieron.
Baba me vio mohino en un rincón del recinto lleno de gente y se compadeció de mi
situación. Dijo: "¡Pobre hombre! Te caíste al inglés perdiendo el apoyo de los antiguos
himnos". En ese instante resolví aprender los himnos que mis amigos le estaban recitando.
Más tarde, en Puttaparti, Baba me permitió corregir ese lapso de Badrinath. Pude recitar
cada día, por algunos meses, esos cautivadores pasajes celebrados como Namaka y
Chamaka, en la Presencia.
Los gobernadores de Cochin habían establecido un internado para estudiantes de la
tradición védica. También tenían varias "casas comedor" gratuitas, en diferentes lugares de
todo el Estado, en las cuales recibían dos comidas de arroz los miembros indigentes de la
casta brahmín, hombres, mujeres y niños, con excepción de los días de "ayuno" que caen en
la undécima fase de la luna. Durante los cuatro meses y medio del verano se servía
únicamente harina de arroz y garbanzos cocidos. Caminé las cuatro millas, de ida y vuelta,
dos veces al día durante diez años, para equiparme del magro porcentaje de las calorías que
pedía mi cuerpo. Debo estarle agradecido a la familia real que proveía el sustento, por muy
escaso que fuera, a cerca de diez mil de sus súbditos de la casta superior, diariamente y en
más de cincuenta poblados del Estado de Cochin.
...Los Rajas de Cochin mantenían la mejor de las tradiciones de la cultura india.
Los Vedas proclaman: "El Unico es descubierto por los sabios en los Muchos". Los
gobernantes le daban la bienvenida a los Muchos en cuanto facetas del Uno. Le dieron asilo
a los cristianos que huían de los emperadores romanos y que llegaron desde Siria, Caldea y
Palestina. Recibieron con los brazos abiertos a los judíos de Israel. No rechazaron a los
portugueses que, en su celo católico, persiguieron a los sirios, los caldeos y los cristianos
nazarenos con iniquidad inquisitorial. Le dieron la bienvenida a los holandeses protestantes
que siguieron a los barcos de Su Majestad Católica. Aceptaron los ruegos de la Britania
Anglicana por una porción del comercio con el Este y, como consecuencia, sufrieron de una
anemia perniciosa en lo político ...
...Cuando llegó navegando el primer embarque de judíos errantes y lamentadores,
cuyos barcos seguían las nubes del monzón, el rajá les adjudicó para su sinagoga un terreno
adyacente al templo de su Deidad familiar, Bhagavathi, la Madre, lo Femenino
Fundamental. Algunos cortesanos expresaron horror ante el hecho de tener una sinagoga
como vecina del Templo del Palacio. El Rajá los silenció revelando un sueño que se le
había otorgado: "Apareció Bhagavathi y ordenó que les diera ese pedazo de terreno...
`¡Alégrate dijocuando Mi Gloria sea cantada en otro idioma por Mis devotos de allende los
mares! . . . ".

Los Rajas sentían una profunda reverencia por la casta brahmín, porque desde
milenios se había destacado, separadamente, para cumplir con siete duras tareas para
beneficio de todo el género humano: llevar a cabo rituales para propiciar a la Naturaleza y al
Dios de la Naturaleza; estimular la observación de tales rituales; estudiar las Escrituras;
enseñarlas; dar como caridad a los demás todo lo que les haga felices y llene más el

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propósito de la vida, y vivir en base a donaciones entregadas con una motivación pura y
procedentes de riquezas logradas por medios puros. Baba le recuerda a menudo a los
modernos detractores que los brahmines se imponían una disciplina y privaciones rigurosas
en su diario vivir, en la vida familiar y en los contactos sociales, con el objeto de promover
la pureza, la rectitud, la acción correcta y la humildad, tanto en sí mismos como en los
demás.
Como muestra de gratitud, los Rajas decidieron que ningún brahmín había de morir
de hambre en el reino. Cuando trasladaron el Palacio de Cochin a Tripunittura, también se
estableció allí una "casa comedor" y fue así que mamá le pudo decir al abuelo que era
posible que yo pudiera seguir la educación superior, puesto que ella podía pagar los
derechos y el Raja mantendría en una pieza de mi piel y mis huesos. En los días de ayuno de
cada mes, mi madre hizo arreglos para mi comida con una familia que vivía camino de mi
escuela.
En 1960, cuando pude poner a los pies de Baba la primera copia del libro Sathyam
Shiuam Sundaram, mamá estaba sentada entre las damas devotas en la sala de oración de
Prashanti Nilayam. En aquella feliz ocasión describí cuán bendecido me sentía, puesto que
mi madre, que había luchado contra circunstancias difíciles para educarme en una escuela
inglesa, estaba viva y presente para ser testigo de que su hijo llegara a tener esta buena
suerte única. Su hijo había podido escribir en inglés la biografía de lo Divino venido como
humano y ofrecer esta fragante flor a Sus Pies de Loto en su presencia. Baba me tomó por
los hombros para hacerme levantar cuando derramaba lágrimas sobre Sus Pies y era incapaz
de moverme. Mamá también estaba radiante tras un velo de lágrimas.
Podía conseguir mi alimento en la casa comedor real y luego seguir rumbo a la
escuela. Después de clases, vagabundeaba un poco hasta lograr allí mi cena y, luego,
llegaba de noche a casa. Eramos cerca de doscientos cincuenta: jóvenes, viejos, hombres y
mujeres, los que íbamos a ese galpón a comer.
No obstante, ¡qué miserable mezcla de escoria ociosos, melancólicos eruditos,
estudiantes, bohemios y vagos se juntaba en el galpón! ¡Yo engullía atemorizado y
escapaba llevado por el pánico antes de que entraran las revoltosas bandas! En cuatro
auspiciosos días del mes de Escorpión, nosotros, "los tragadores de la casa comedor real",
teníamos la oportunidad de reunirnos en los pasillos brahmines del Templo de Parthasarathi,
para un "festín". Este festín también se hacía para los cumpleaños de los Avatares. Los
niños brahmines los esperábamos con ansias, no porque se nos hiciera agua la boca, sino
porque nos picaban los dedos por conseguir lápices de grafito. Cierto es que el templo nos
servía en cada plato de hojas un par de "pappads" fritas (las que podían ser deshechas y
saboreadas por la lengua), como también una banana madura. Nosotros, sin embargo, las
poníamos ansiosamente de lado y las llevábamos fuera del recinto del templo, en donde
bondadosos hermanos nos las arrancaban de las manos, dándonos, a cambio, uno o dos
lápices o un pedazo de goma india, artículos que debíamos poseer para evitar palizas en la
escuela. ¡Que Dios bendiga a aquellos entusiastas de la economía del trueque!
Cuando estábamos en el quinto grado de la secundaria, uno de nosotros de nombre
Kumar, propuso que se discutiera una resolución en la Unión de Debates de la Escuela, la
que rezaba: "En opinión de esta Casa, deberá abolirse en todas partes la alimentación sin
trabajo". La resolución se pasó con una confortable mayoría. Sin embargo, gracias a Dios,
la comida gratuita siguió igual: el Raja no tomó en serio dicha resolución.
La escuela a la que ingresé en 1903 y de la que egresé en 1914, era una de las
mejores del Estado. El cuerpo docente era seleccionado de un panel de eficientes

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profesores, puesto que los príncipes de la familia real que asistían a ella llegaban en,una
magnífica carroza tirada por cuatro caballos moteados de gris y con pompones en sus
crines.
Eran como quince de ellos. Venían apretados en un carruaje y, de vez en cuando,
también asistía a clases con ellos uno de los tíos reales. Se sentaban en sillas y tenían mesas
al frente, en tanto que nosotros teníamos bancos y usábamos nuestros muslos para apoyar
los cuadernos. El director, Gopala Krishna Iyer, era el hijo del famoso Narayana Iyer
"inglés" que había sido tutor del Raja reinante. "Lo que él no sabe del idioma inglés, no vale
la pena saberlo" es lo que la gente decía de él. También su hijo era profundamente versado
en gramática, sin embargo, tenía un agudo apetito por la buena poesía y era un decidido
admirador de Swami Vivekananda, a quien había conocido en Madras, en la Casa del
Helado, en la playa.
Yo tenía en mí clase a un hijo del mayor de los príncipes de la familia real, Gopala
Marar, un muchacho alto y de estructura débil que encerraba una pasión por la música, la
meditación y los alcances superiores de la mente. El Director era su tutor personal. Gopal
tuvo que irse del palacio al hogar del tutor, con sus libros y textos. Sin embargo, lo que
Gopal ansiaba y recibía de Gopala Krishna Iyer, eran más dosis de Vivekananda y de
Ramakrishna que de Goldsmith y Steele. Y las recibió en buena medida. En los días de
ayuno, cuando me tocaba almorzar en casa de la dama rica, mi camino a la escuela coincidía
con el de Gopala Marar. De modo que me reunía con él en su palacio y caminábamos juntos
hasta la casa del Director. Esperábamos hasta que estaba listo para salir, llevando el dhoti y
el vibhuti, un largo abrigo negro y un blanco turbante musulmán. Cuando se postraba ante
su madre y se paraba frente al retrato de Sri Ramakrishna Paramahamsa con las palmas de
las manos unidas, sabíamos que saldría. Durante la caminata de media hora escuchábamos
profundos epigramas védicos y explicaciones en inglés acerca de ellos.
En la escuela, cada clase contaba con sólo cerca de trece alumnos. De modo que el
profesor podía moldear nuestros talentos y voluntades con amor y cuidado consistente. El
Director solía entrar a la sala sin anunciarse (aunque siempre era bienvenido), cada vez que
el docente encargado de dictarla se encontraba ausente. En su habitación tenía montones de
copias a roneo de los poemas que le gustaba enseñar: El Guerrero Feliz, El Ermitaño, La
Elegía, escrita en una Iglesia Rural, La Aldea Desierta, Los Arquitectos del Destino,
Intimaciones de la Inmortalidad y otros por el estilo. Solía distribuir copias y empapar
nuestras cabezas con sublime dulzura.
Otros profesores eran invitados a emular al Director, N.R. Subba Iyer, que nos
enseñaba Historia Británica (obligación en aquellos días de dominio inglés). Nos daba una
serie de diez lecciones que se basaban según creo en el libro de Anson, publicado en esa
época, sobre La Práctica Parlamentaria, que resultaba de gran interés para nosotros, los de
quinto. La lectura nos hacía pensar en los cotejos y balances, las reglas y las restricciones,
los modos y los estilos que dirigían el proceso legislativo para un imperio de extensión
mundial.
En 1921, como Catedrático en Historia en una Escuela Colegiada en la
ciudad de Mysore, establecí un Parlamento de Estudiantes, con un portavoz, con bancadas
ministeriales y de oposición de censura, primera, segunda y tercera lectu ra de proyectos de
ley y un impresionante libro de Estatutos encuadernado en papel pergamino, en el cual los
proponentes de leyes aprobadas podían asentar el ingreso de las cláusulas, en medio del
aplauso de toda la Cámara. Funcionó alrededor de veinte domingos por año, hasta 1928, año
en que dejé esa escuela.

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Subba Iyer adiestró a un grupo de sus alumnos para representar la Acusación a
Warren Hastings ante la Cámara de los Lores por la de los Comunes. Extractamos nuestros
discursos en base a los volúmenes de las intervenciones recopiladas por Edmund Burke que
encontramos en la biblioteca de la escuela.
Otro de los profesores, Padmanabhan Pilla¡, nos guiaba en elocución y debate en la
Asociación de Estudiantes. Recuerdo que, un buen día, le preguntó a los reunidos: "¿Quién
dirigirá el debate la semana próxima? y, ¿cuál es la proposición que será discutida?"
Kumaran, mi compañero de banco, se levantó y nos sobresaltó cuando dijo con voz sonora:
"Las clases sometidas y la supresión de la opresión que se ejerce sobre ellas". (Recuerdo
que corría el año 1913.) Los que lo apoyaron, obtuvieron una victoria resonante.
La biblioteca de la escuela era presidida por otro profesor. Nos persuadía a leer los
libros que elegía para nosotros y trataba de descubrir qué nos parecían. Recuerdo que,
siguiendo sus sugerencias, leí los libros de María Correlli, y me fascinaron. Yo no era
ningún prodigio, pero debo admitir que, sin embargo, me sentía prodigiosamente
hambriento de libros. Teníamos una versión abreviada de El Talismán, de Walter Scott,
como texto de estudio en general, no en detalle, aunque nuestro Director era alérgico a las
ediciones abreviadas. Quiso que consiguiéramos el texto completo y recorrió toda la novela
con nosotros. También leí a Henty, Meadows Taylor, Rudyard Kípling, Cervantes y Dumas.
Durante la visita, en 1913, de un Inspector de Escuelas, me preguntó en clase: "¿Qué libro
estás leyendo ahora?" Repliqué con orgullo: Los Miserables. Esto lo decid¡ó a hacerme
sentir miserable. Me reconvino y le pidió a mi profesor que me dejara de pie sobre la banca
por el resto del día. Mi crimen había sido no pronunciar correctamente el título en francés,
idioma que me parecía aún más absurdo que el inglés.
Mi abuelo era un individuo de esos capaces de hallar un problema acechando
detrás de cada solución. No era capaz de navegar con un rumbo fijo, porque para él, cada
brisa era una tormenta. No tenía tierras, no tenía vacas, no tenía ingresos fijos de ningún
tipo. Mas, Kerala era bondadosa con los pobres... Y mi abuelo descubrió que era poseedor
de un raro talento que podía venderse: contar cuentos. Se convirtió en un vendedor
ambulante de historias. Era capaz de hilar largas fibras multicolores. Los niños le podían
prestar oídos, boquiabiertos, por horas. Los adultos quedaban fascinados con sus
narraciones de viajes. Llegaba hasta las casas de los príncipes y sus familiares, hasta donde
su fama le había precedido y, después de una o dos horas, salía más rico en una o dos
rupias, anudadas en una punta del dhoti que vestía. A menudo me hacía acompañarle para
que pudiera llevar la atención hacia mí y los requerimientos financieros para mi educación,
para extraer de esta manera algunas monedas extra de sus patronos.
Baba hizo uso de una de las historias de mi abuelo para atraerme hacia sí desde mi
"habitat" nativo o, al menos, para llevarme hasta medio camino. En una ocasión, en un
relato en el que describía a los hombres y su medio, mi abuelo hizo referencia a los jardines
de la ciudad de Mysore. Describió vívidamente, reproduciendo para la visión de todos, la
Colina de Chamundi, el zoológico mantenido por el Maharaja y la Procesión de Dasara.
El héroe de esta historia era un príncipe de Rajput y la heroína, una princesa
musulmana. En el zoológico, el príncipe observaba a los pavos reales paseando altivos en la
amplia jaula, cuando la princesa se acercó a ella por el lado opuesto, acompañada por sus
servidoras, y sus ojos brillaron maravillados. Cuatro ojos cruzaron sus miradas por primera
vez y las aves celebraron el evento con una danza, abriendo el abanico de mil ojos de sus
colas. "El príncipe y la princesa se comprometieron recíprocamente dentro de sus
corazones", dijo mi abuelo. Cuando recibí mi M.A. (diploma de Master of Arts) pude haber

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optado por cualquiera de las muchas Escuelas Universitarias situadas en Chídambaram o
Narasaopet, Gorakhpur o Junagadh; sin embargo, las verdes avenidas, los llamativos frutos,
el eco de las vibraciones de los himnos cantados en la Colina, el esplendor aterciopelado de
los cuellos del pavo real, hicieron inevitable que mi elección recayera en la ciudad de
Mysore.
Mi abuelo recurrió a otro método para mantener la olla llena. Discurrió
peregrinaciones a Kasi o Devaraka, Puri o Rameshwaram y le extrajo donaciones a ricos
mercaderes, terratenientes y abogados que sentían respeto por su edad y su piedad. A su
regreso les traía imágenes de las deidades y otras evidencias de haber cumplido con sus
votos personales y los de ellos. Su talento persuasivo le fue dando peso a su monedero, en
tanto que la mesura en los gastos garantizaba, después de cada regreso, dinero suficiente
como para uno o dos meses. Además, fuera del dinero, retornaba con sacos de material para
sabrosas historias.
El gobierno de Cochin me otorgó, por ser uno de los cinco que pasó la prueba
estatal con el mejor puntaje, una beca mensual de cinco rupias, durante tres años, cuando
estudiaba los grados cuarto, quinto y sexto. Cada tres meses, el Director me hacía entrega de
un soberano de oro con la efigie de la Reina Victoria. Era una moneda legal, cuyo valor era
de quince rupias, y el abuelo la descomponía de inmediato en plata, níquel y cobre.
Había otro abuelo que estaba sumido en un problema más angustioso que el del
mío. Llevaba la carga de dos hijas viudas y tres nietas que dependían de sus magros
ingresos, y que clamaban por alimento, vestimenta y vivienda. Aquéllos eran días en que los
brahmines, tanto pobres como ricos, sucumbían a la desesperación cuando sus hijas se
aproximaban a la edad de nueve o diez años, y ellos no les habían encontrado un novio, para
podérselas transferir por medio de los ritos matrimoniales, al gotra (clan) del marido. Los
dos pájaros del mismo plumaje se pusieron de acuerdo y decidieron el destino de sus
impotentes protegidos: yo, el nieto, y ella, la nieta. No lejos de nuestra casa había un templo
donde estaba instalado el ídolo de Subrahmanya, el comandante en jefe de Dios en Su
eterna guerra en contra del mal. Cada tarde, cuando la penumbra se condensaba en
oscuridad, explotaba una serie de dieciocho detonaciones para anunciar el Arati que se le
ofrecía al Señor para cerrar el día. Cuando los dos ancianos sellaron el destino de ambos
nietos e intercambiaron hojas de betel de un mismo plato, estallaron las dieciocho
detonaciones. Este "Big Bang" les proveyó la prueba necesaria de que el Señor
Subrahmanya había bendecido su conspiración para juntar a los dos niños.
Se fijó la fecha del matrimonio. Se informó a los parientes. Tíos y tías se
prepararon.Yo tenía catorce años, ella nueve. Cerca de veinte de nosotros nos dirigimos a la
aldea de Thottuvoi, junto al sagrado Kaladi, lugar de nacimiento de Sankaracharya. Me
arrodillé en la ribera izquierda del mismo río Poorna. Las madres estaban
indescriptiblemente dichosas. Sentado frente al fuego sagrado, repetí exactamente los
mantras, mientras lo alimentaba con ghee y varitas consagradas. A los siete años había sido
iniciado en el Gayatri y los rituales védicos, de modo que pasé por las vocalizaciones y los
gestos manipulativos de manera plenamente satisfactoria para mis mayores. Sujeté el dedo
del pie izquierdo de la novia mientras ella daba los siete pasos en torno al fuego. Recité la
plegaria védica que afortunadamente era ininteligible para ambos, pidiéndole que pariera
diez hijos y que, después, me atendiera a mí como al undécímo.

Ahora, ella tiene ochenta años y desde hace siete está confinada en su lecho,
después de sufrir una parálisis qué también le dañó la memoria. Yo tengo ochenta y cinco

20
años, manteniéndome firme con Sai como el invisible marcapasos en mi pecho. Tuvimos
cuatro vástagos, dos de los cuales viven: un hijo y una hija.
Las celebraciones duraron cuatro días completos. A1 segundo, recibí un
inolvidable regalo del abuelo. Me encontró nadando en el río Poorna. Recordó al cocodrilo
que había cogido en sus fauces a Sankaracharya niño, mientras nadaba en el mismo río,
doce siglos antes. Tal vez temió una repetición de la tragedia, de la que Sankaracharya se
había salvado únicamente por su promesa de convertirse en un monje. Temió que yo
estuviera cortejando a un desastre similar. En mi caso, ¡habría que haber descartado también
a la mujer a la que había desposado sólo catorce horas antes! Por lo tanto, me llamó tan
afectuosamente como lo habría hecho con Sankara y, cuando salí del agua, empapado y
chorreante, me dejó negro y azul azotándome con un haz de ramas. Me arrastró hasta la sala
de bodas, exhausto; el dolor era terrible. Llevando las marcas sangrantes en mi espalda
desnuda, los miré a todos a través de mis ojos hinchados y me fui a sentar junto al fuego
sagrado.
No obstante, me refiero a este matrimonio como algo llovido del cielo, porque el
abuelo logró negociar un precio de novio de seiscientas rupias con su compañero de
desgracia. El viejo prometió pagar la suma firmando con su dedo pulgar, porque nada sabía
de pluma ni de papel y tampoco tenía dinero. Fue así que puso su huella digital en una nota
preparada por mi abuelo. Esta suma representaba un precio fantásticamente alto por un
tierno adolescente como yo, que era alimentado por el Raja de Cochin durante veintiocho
días cada mes y que luchaba con los gerundios y las hipotenusas en el cuarto grado de la
secundaria. Mi abuelo político se comprometía, en esa nota, a enviar por correo tres rupias
el primer día de cada mes, en cuanto intereses devengados por este depósito invisible, a la
tasa de seis rupias por cada cien al año.
Mamá no le permitió al abuelo enriquecerse con este trato. Recibía el dinero para sí
misma, puesto que le correspondía a su hijo. Insistió en que se gastaran dos rupias para
proveerme diariamente, al mediodía, de unos montoncitos de arroz bañado en requesón que
vendía una anciana viuda brahmín en su cabaña junto a la escuela. Debo agradecerle a mi
mujer por este maná suplementario que aumentaba el anémico menú de la casa comedor
real. Ello me permitió pararme hombro a hombro con mis pares e incluso ingresar al equipo
de fútbol de la escuela (de los subjuveniles). La tercera rupia bastaba para pagar el salario
mensual de una sirvienta que le ayudaba a mamá a lavar la ropa y barrer las pocas
habitaciones de nuestra casa.
El Director despertó nuestro interés por las conferencias de Vivekananda y las
parábolas de Ramakrishna. El profesor que nos enseñaba los textos malayalam, despertó en
nosotros una verdadera sed por la poesía, en especial las baladas que describían a héroes y
heroínas e instancias de intervención divina en los conflictos humanos. Los largos thullals,
rítmicos y llenos de retintines, de Kunjan (el satirizador social del siglo XVI) eran mis
favoritos. Me sentaba al lado de la lámpara de aceite y gozaba leyéndolos y recitándolos con
los gestos dramáticos y las acrobacias vocales apropiadas, hasta que me vencía el sueño.
Mamá me escuchaba, aprobando con movimientos de la cabeza; en cambio, el genio de la
abuela comenzaba a hervir, en tanto que el abuelo se movía en el ámbito de los sueños,
acompañado por aterradores ronquidos.
Una noche, mi abuela llegó a tal punto de malhumor que me ordenó callar, justo
cuando estaba en las alturas del fervor. Al no poder obedecerle e impulsado a continuar,
¡arrancó las páginas de mi mano, las rompió en pedazos y me los metió en la boca! Le pedí
ayuda al abuelo, pero él no osaba oponerse a las iras de la abuela.

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Los thullals de Kunjan reverberaban en mi cabeza pese al relleno de mi boca o tal
vez, como consecuencia de ello; años después, cuando ansiaba comunicarle a los habitantes
de Kerala la alegría derivada de la cercanía a Sathya Sai Baba, mi lengua vibraba con esa
melodía, el cerebro tejió las líneas en la métrica thullal y los dedos las escribieron en el
estilo de Kunjan. El So¡ Bhagauatham, estoy seguro, le complacería a Kunjan. Si pudiera
escucharme recitándolo solo, estaría contento. Pero cuando mi hijo lo canta en las rapas que
Kunjan amaba, de seguro que se emocionaría; porque están todos los ingredientes con los
que se deleitaba en llenar sus baladas: el amor, la lealtad, la devoción, la dedicación, la
divinidad, el heroísmo, el sacrificio y el asombro.
Finalmente llegó el atardecer, cuando habíamos de dejar a nuestros compañeros de
clase, a los instructores e inspiradores. Debíamos presentarnos para el examen del
certificado de término de escolaridad en Ernakulam, a siete millas de distancia. Hicimos el
trayecto a pie, con las cabezas pesándonos con Scott, Addison, Kunjan, Tout, Marsden,
Nesfield y toda la variedad del restante bagaje de estudios. El Director se aseguró de que los
dieciocho que íbamos hubiéramos nacido, en verdad, dieciséis años antes, porque ningún
hijo de hombre menor que eso podía someterse a la prueba que le daba derecho (si salía
ileso de ella) a seguir en el servicio público o la educación superior. Nos recibió en grupo
antes de partir y nos bendijo: "Dios estará junto a ustedes como guardián. Inhalen a Dios y
exhalen a Dios. Cuando les entreguen el cuestionario, pónganse de pie con él en las manos y
oren: `Dios ilumina mi cabeza, afirma mi mano, haz correctas mis respuestas y legible mi
escritura'. Crean que Ramakrishna está con ustedes y Vivekananda en ustedes, animando e
iluminándoles". Yo repetí esta plegaria cada día y con mayor ahínco el día en que hube de
vérmelas con preguntas sobre aritmética, álgebra y geometría. Debo confesar que soy un
zopenco en las tres. Nunca fui capaz de rasguñar ni siquiera la mitad del puntaje necesario
para pasar estas materias. Era promovido de clase, únicamente después de recibir severas
advertencias de parte del profesor de la materia. El Director me hablaba acerca de que debía
dominar el arte del dragado craneal matemático.
Ese día respiré larga y profundamente a Dios y fue El quien hizo las sumas,
resolvió las ecuaciones y comprobó los teoremas por mí. El total de los dieciocho alumnos
de nuestra Escuela pasó el examen, dieciséis de ellos con distinción. Yo encabezaba la lista
de todo el Estado de Cochin en dos temas: Malayalam (el idioma y su literatura) e historia.
Obtuve el quinto lugar y, por ende, me hice digno de una beca mensual de diez rupias, por
dos años (1914 16), cuando estudié para el examen intermedio en la Escuela Universitaria
del Maharaja en Ernakulam.
¡También había una casa comedor gratuita en Ernakulam! Mas, sus horarios no le
servían a los estudiantes de la escuela. La beca y los intereses sobre "mi precio" me
ayudaron a evitar la anemia. Me alojaba en una habitación del "bungalow" de un camarada
y obtenía mis calorías de una vieja viuda brahmín que, por un cierto importe, aceptaba a
unos pocos huéspedes juveniles.
Fue en julio de 1914, cuando el Kaiser atusaba sus famosos mostachos planeando
echar por tierra los tronos imperiales de los Hohenzollern, los Habsburg y los Romanoff,
que yo le tendí la mano a Glyn Barlow, Director de la Escuela Universitaria del Maharaja,
mano que él sacudió vigorosa y cálidamente. Pedía de cada alumno que ingresaba a su
escuela, que le diera la mano. Quince novatos habían venido de Tripunittura y hacían fila
frente a su puerta esa mañana, vistiendo abrigo y gorra y luciendo una amplia sonrisa.
Barlow era el editor del Diario Madras Mail, publicado por la sede central de la Universidad
a la que estaba afiliada nuestra escuela.

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Compré la Historia de Grecia (no abreviada) de J.B. Bury, por las cinco rupias que
recibí como beca por el último mes de la secundaria. Como temas de estudio elegí Historia
de Grecia y Roma, Historia de la India, Historia Constitucional de Gran Bretaña y
Elementos de Lógica, además de inglés como primer idioma y el malayalam, como
segundo.
El Director se fue poco después de llegar nosotros. El siguiente fue un vivaz
irlandés, F.S. Davies. Tenía una ancha aura de amor a su alrededor. Nos guió a través de las
líneas de Julio César, de Shakespeare, tan pedagógicamente, que desarrollamos
apasionamiento por la paráfrasis, la epitomización y los comentarios. Nos ayudó a
representar una gran parte en el escenario de la escuela. Se me dio el papel de Bruto y logré
recitar con éxito mis líneas, después de la encendida oratoria de Marco Antonio, tan
prosaicamente persuasivas como lo quería Shakespeare.
Estando en la secundaria, había subido tres veces al escenario. Uno de mis tíos era
una estrella de moderado talento. Asistí a una representación de Otelo, por la Asociación de
Abogados de Ernakulam. El había interpretado entonces a Desdémona. Me enseñó a recitar
un poema que le gusta y que comenzaba por: "Recuerdo, recuerdo la casa en que naciera...".
Me ofrecí para recitarlo ante la reunión de padres. Una ojeada al auditorio me dislocó la
memoria. Tenso, pronuncié el primer verso, modulado como lo indicaba mi tío. Seguí
repitiendo: "Recuerdo... recuerdo. .. ", con la esperanza de que el segundo verso emergiera
de mi subconsciente, pero no lo hizo. Afortunadamente, una mano compasiva me sacó del
estrado. La segunda aparición se produjo un año más tarde, como un trovador vagabundo,
cantando una balada en malayalam. Esta vez hubo aplausos de apreciación y no de
desaprobación. Antes de dejar la escuela, se me incluyó en el reparto de algunas escenas de
La Tempestad, de Shakespeare, como Próspero.
El curso preuniversitario en la Escuela del Maharaja duró dos cortos años. Tuvimos
que enfrentar un examen diseñado en la distante Madras: a este matadero le sobrevivían
solamente alrededor de quince adolescentes de cada cien. Había que lanzarse a una ruda
esgrima mental en las semanas anteriores y formábamos pequeños grupos para compartir
conocimientos y aparentar confianza. Nos poníamos en guardia unos a otros, respecto de
quedarnos dormidos muy pronto, y en las primeras horas de la madrugada nos poníamos a
consumir tajadas superlativamente ácidas de mango, para reforzar nuestra determinación de
mantenernos despiertos. Pasé los exámenes, logrando los primeros puntajes de la clase y el
segundo puesto entre los que pasaron de todas las escuelas del Estado de Cochin. Tenía una
disposición para perder el primer puesto, tan adherida a mí como el verticilo de la huella de
mi pulgar... ¡La operación digital de la abuela! murmuró mi madre.
El amigo que logró el primer puesto se inscribió en la Escuela de la Presidencia en
Madras. Podía optar por una beca de la Universidad de Madras y, si lo hubiera hecho, podía
haber gozado de la beca estatal de Cochin, a la que él debía renunciar, ya que ningún
estudiante podía beneficiarse con dos becas. Sin embargo, para gran pesar mío, se decidió
por la beca estatal. "La Universidad otorga diez de estas becas y no tendría el honor de ser
sólo uno entre los becados, en tanto que el Estado de Cochin no entrega sino una y yo soy el
único beneficiario. Por lo tanto, resulta más honrosa la beca del Estado", me escribió.
Esta carta me obligó a renunciar a toda esperanza de ingresar a la Escuela de la
Presidencia y adorar a la Musa a la que anhelaba servir. El Director Davies había instalado a
otro profesor en mi corazón. Se trataba de Mark Hunter, profesor de inglés en la Escuela de
la Presidencia. Mientras nos enseñaba Julio César, Davies respetaba y recomendaba leer los
comentarios al margen de la edición de Mark Hunter de la obra, incluso más que las de la

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Verity. Por ende, yo anhelaba aprender los tesoros de la literatura inglesa directamente de
boca de este crítico y comentarista gargantúico. Mas no había de ser.
Tuve que volverme a Trivandrum, cerca de la punta sur de Kerala, en donde otra
familia real había establecido otra casa comedor gratuita para gente como yo, y donde
existía otra Escuela del Maharaja administrada por el gobierno. Era la capital del Estado de
Travancore y la residencia del Maharaja. N.R. Subba Iyer me estimuló para que estudiara
Historia de la India. El Director me pidió que mantuviera el contacto con el grupo
RamakrishnaVivekananda de Trivandrum e indicó que estaba planeando construir allí un
Mandir. Un tío, hermano de mi madre, recién había sido contratado como profesor en la
escuela secundaría de allí. Pero, y por sobre todo, el cuerpo de docentes de la Escuela del
Maharaja de Trivandrum tenía como profesor de Historia de la India a un prodigioso pundit
del sánscrito, un pilar de la cultura Bharathiya, un gurú modelo, erudito enciclopédico y
brahmín ideal, KV Rangaswamy Iyengar.
Decidí ingresar a la Escuela de Historia a su cargo. De modo que mamá tuvo que
cortar el cordón umbilical conmigo. Estando en Ernakulam, podía caminar de ida y regreso
a Tripunittura durante los fines de semana. De hecho, mi abuelo me echaba de menos más
que mamá, porque se había convertido en mi admirador. Hablaba con orgullo de mí a sus
patronos y príncipes. Yo sentía que progresaba con rapidez en mis estudios como resultado
de sus oraciones al Señor Manifestado en el Templo de Tripunittura. Los sábados por la
tarde, se sentaba sobre el muro bajo del patio de la casa, para verme cuando doblaba el
recodo del camino, por el borde del campo de paddy que separaba el terreno de la carretera.
Tan pronto me divisaba, solía cortar una piña, un mango o una banana en trozos, para
ofrecerme su corazón lleno de amor, envuelto en el jugoso regalo, cuando me acercaba a
tocar sus pies.
En 1916, Trivandrum era un punto lejano en el mapa: a ciento cincuenta millas y
treinta y dos horas de distancia, en tanto que Madrás, que quedaba tres veces más lejos,
estaba sólo a veintiséis horas de viaje. Teníamos que ser transportados por las grandes
extensiones de las aguas interiores, lagunas poco profundas y angostos canales, en barcazas
de ruedas de paleta que debían ser empujadas y alzadas a veces, al cruzar aguas que no
llegaban arriba de la rodilla, o arrastradas a través de túneles excavados en los rojizos
farallones de laterita.
Recién se había abierto una asignatura de Honores en Historia, con una duración de
tres años, por la Universidad de Madras en Trivandrum. El Profesor Rangaswamy Iyengar
me aceptó en su rebaño, sin siquiera preguntar por qué ni de dónde venía. El Director
anunció que podía optar por la beca de la Fundación Grigg, de un monto de doce rupias por
mes durante tres años, por el hecho de encabezar la lista de todos los novatos que
ingresaban a la escuela. ¡Nuevamente caía maná del cielo! Otra fuente confiable de sustento
la representaba mi tío y, además, podía extraerle a mi abuelo político algunas gotas de la
reserva del precio de marido que tenía con él. Con eso podía valientemente suplementar el
escuálido menú distribuido por el Maharaja en el templo, con algunas onzas de yogurt y una
porción de encurtidos picantes que se le vendían a muchachos como yo en quioscos
cercanos al templo.
Mi profesor tenía en su casa una biblioteca que era una verdadera mina de oro. Me
permitía hurgar en las estanterías por todo el tiempo y la frecuencia que quisiera. Su amigo
y vecino era un ingeniero, un Banerji que era una pieza clave y el volante de la Misión de
Ramakrishna en la ciudad. Me entregaba montones de folletos y algunas libretas con
recibos. Mis amigos y yo pasábamos algunas horas cada semana recolectando sumas de tres

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cifras como donaciones para el Mandir de Ramakrishna en Aruvikkarai, en las afueras de la
ciudad.
Mi profesor enfatizaba el valor y la validez de los ritos y rituales, los códigos de
conducta, las leyes y limitaciones, las direcciones y metas establecidas por los sabios y
profetas para el individuo, la familia, los grupos profesionales, las clases trabajadoras, las
castas y los círculos interactuantes en cada campo de la vida. El regulaba sus movimientos y
compromisos de acuerdo a lo que debía o no debía haberse prescripto por el pasado. Cuando
sus alumnos presentaban sus solicitudes para ingresar a la Universidad y ser admitidos a los
exámenes, él recomendaba la fecha y la hora en que debían entregarse, después de indagar
personalmente en sus horóscopos. Poseía un vehículo de dos ruedas tirado por dos
musculosos bueyes que le llevaba a la Escuela, al Palacio, al Templo de Padmanabha
(Ranganatha, el del Ombligo de Loto) y a la playa. Me llevaba consigo cuando se dirigía a
las arenosas planicies junto al mar, porque deseaba que también yo me beneficiara
espiritualmente con las íntimas conversaciones entre ambos y, más aún, con la sagrada vista
que se tenía desde allí de las águilas de cuello blanco en vuelo. Según las Escrituras, el
Señor Vishnu tenía una de estas águilas, Garuda, como vehículo. Debo admitir que lo que
ganaba estimulándolo con preguntas acerca de los Vedas, las Upanishads, el Gita y el
Dharma de los budistas, los jainos, los saívitas y los vaishnavitas, era mucho más valioso
para mí que lo que me daban las aves buscando peces. Sus fascinantes exposiciones sobre
los antiguos textos me hacían ansiar durante toda la semana este banquete vehicular.
Pronto tuvimos también otro profesor, un hombre joven, recién egresado de
Oxford, el que miraba con desdén a nuestro afectuosamente amado Rangaswamy Iyengar y
al irritante símbolo rojo y blanco de casta que brillaba sobre su entrecejo. Se oponía al
homenaje rendido a las remotas tradiciones. Hacía referencia a tales colegas como a
"vegetales". Nos inició inocentemente en los cigarrillos, aunque él era atacado por una tos
asmática cada vez que fumaba. Tuvimos que ejercitar nuestros talentos en tergiversación y
en camuflaje, para poder retener el afecto y la apreciación de ambos profesores.
No puedo dejar de mencionar al Profesor Schloss que nos enseñaba sobre el
"Renacimiento" de Walter Pater y al Profesor Sahasranama Iyer, un especialista en las
tragicomedias de Shakespeare.
Cincuenta años después de abandonar su sala de clases y poco antes de fallecer,
Iyer me escribió una carta acerca de un error gramatical que yo cometía al escribir en inglés.
Había notado esta tendencia en artículos escritos o editados por mí en el Sanathana Sarathi.
Esto demuestra su constante interés por la reputación de sus pupilos.
En esa época, mi tío era un maestro mal remunerado. Sin embargo, tanto él como la
tííta me sacaron adelante con vida de un feroz encuentro con la fiebre tifoidea. No podía
seguir recorriendo dos veces al día el trayecto hasta la casa comedor junto al templo, de
modo que me convertí en un miembro de su hogar. Durante el tercer año de estudios, el
abuelo enfermó gravemente. Cuando llegué junto a su lecho, respondiendo a sus deseos, el
habla se le había congelado en la lengua. Las lágrimas constituyeron la única indicación que
me informó que identificaba al Kasturi al que idolatraba. Para mamá, su muerte fue como si
le quítaran el suelo bajo los pies.
La casa en la que murió hubo de venderse para pagar los costos de su funeral. La
abuelita se fue bajo el alero de su hijo mayor, que vivía a cuarenta dificultosas millas de
distancia. Tuve que traerme a mi madre a Trivandrum, en donde se asiló con su hermano. El
abuelo no dejó sino un montón de deudas: todo lo que había logrado juntar rasguñando,

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había sido disipado en su ambiciosa aventura de. arquitectura aérea para un templo en el que
esperaba poder instalar a su propio Vishnu.
Fue así que a los veintiún años, cuando emergí de la pupa de la escuela, con un
Diploma de Honor en Historia, tenía una mujer y una madre pesando sobre mis manos.
Busqué desesperadamente un gancho donde colgarlas y, afortunadamente, conseguí trabajo
como profesor en una escuela secundaria, tipo Dotheboys Hall, en Trivandrum mismo.
Instalamos intrépidamente el hogar en 1919. Sentía una punzante sensación de humillación,
porque había ganado laureles como el Segundo Hombre de Honores de toda la Presidencia
de Madras; mi profesor de Oxford me había aguijoneado para presentarme a los exámenes
del IAS y el IAAS. Pero había tenido que venderme barato: por cuarenta monedas al mes.
Para poner a salvo mi conciencia, me inscribí en la Escuela de Leyes que funcionaba por la
mañana y por la noche. Podía decirle al mundo que había abrazado las penurias de la
pedagogía sólo como plato secundario, como sustituto temporal, porque mi amada era la
ley.
La suerte llegó muy pronto a acompañarme. Se me entregó casi un cincuenta por
ciento de aumento en mis ingresos mensuales. Un tal Damodaran Potti, algo chiflado, me
pidió ser su escritor anónimo. Se había presentado como editor para una revista mensual en
inglés, la People's Friend (el Amigo del Pueblo) y me ofreció quince rupias por cada
ejemplar que llevara su nombre. Tenía una pequeña pieza como oficina, frente a la calle
principal, junto a la cual crecía un cocotero de edad mediana, del cual me permitía usar los
frutos para mis necesidades culinarias. Potti era un patriota en tiempos en que el amor al
país constituía una aberración criminal y el Vandemataram (Te saludo, oh Madre) era un
paño rojo para "John Bull" (Gran Bretaña). Tenía que escribir de buen o mal grado algunas
páginas que golpearan en un inglés cáustico, porque Potti era un patrón astuto. Quería que
yo aguijoneara las pomposidades pretensiosas y el falso parloteo de aquellos a los que
elegía como blancos. Me dediqué a pinchar y punzar tan aguzadamente como él lo deseaba,
pero debo admitir que me dolía más que las aversiones favoritas de Potti.
Me infectó también a mí con el virus del Vandemataram y gastó dinero para
llevarme con él las doscientas millas hasta Salem, con el objeto de estar presente cuando
Mahatma Gandhi visitara la ciudad, apoyando una mano en el hombro de Mohámmed Ali y
la otra en el de su aún más fornido hermano, Shankal Ali. Ambos llegamos unos días antes
de su arribo. Nos alojamos en casa del Director de la Escuela Superior Municipal de Salem.
Este había sido profesor mío en Trivandrum antes de aceptar esta nueva nominación.
Cuando el poderoso trío de Mahatma Gandhi y los dos hermanos musulmanes descendieron
del tren en la estación, ambos gritamos "Jais" a voz en cuello, pero Gandhi no miró hacia
arriba del árbol en que estábamos subidos, al pasar bajo nosotros. Es posible que
desaprobara que la gente mirara desde lo alto a los Alis. Fuimos arrastrados por la
muchedumbre, pero debo agregar que llegamos sin un rasguño hasta el estrado desde el que
hablarían. Coincidía la visita con la Exposición de Swadeshi. Sri C. Rajagopalachariar
(Rajaji) estaba presente, supervisando la organización. Le escuchamos dándoles la
bienvenida cuando llegaron y agradeciéndoles la visita cuando se fueron. Entre ambas
intervenciones fue muy poco lo que pudimos oír, porque la vitoreante y sudorosa multitud
que rodeaba el estrado nos dio empellones, nos empujó y casi nos trituró. Retornamos al
"Amigo del Pueblo" exhaustos, pero entusiasmados.
La diosa de la viruela a la que había sido ofrendado papá, nos persiguíó hasta
Trivandrum y exigió a mamá. Pero ella se defendió valientemente. Tuvimos que emplear a
una enfermera para cuidarla durante los días críticos y ella la sacó adelante. Incluso antes de

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que mamá fuera liberada de su gracia, su mortal lluvia de perlas apareció sobre mi mujer, la
que también era mi camarada, consejera y compañera de alegrías y pesares... hasta tal punto
había llegado a convertirse en parte de mí mismo. Salió de la prueba ayudada por las
oraciones y la afectuosa atención de la Nightingale que habíamos contratado y, además,
cargada con un presente: Mariamma le propinó un puntapié de despedida al asma que la
había tenido resollando desde el atardecer hasta el alba por siete largos años. Desde
entonces, está sin novedades sobre su respiración.
Pude cumplir tanto con la secundaria como con la Escuela de Leyes. De hecho, mi
entusiasmo extracurricular me rindió buenos dividendos bajo la forma de alegría íntima.
Pese a que el dueño de la secundaria pagaba mí salario sólo cuando llegaba a reconocer su
deber (vale decir, por ataque, con atrasos y con un alto grado de resistencia interior),
encontré suficiente talento entre los estudiantes como para representar una obra en tres
actos, en inglés, escrita y dirigida por mí, titulada Shah Jehan, con el objeto de recolectar
fondos para los estudiantes pobres. El material lo extraje del Aurangazeb del profesor
Jadrinath Sarkar que se publicara ese mismo año. Yo interpreté el papel de Aurangazeb,
aunque la trama giraba en torno a Shah Jehan. En la Escuela de Leyes, persuadí a un grupo
de amigos para poner en escena, el día de la escuela, la obra Rivals, de Sheridan. Por mi
parte, iba ascendiendo en la escala de los logros históricos, puesto que después de Próspero,
Bruto y Aurangazeb, me promoví al sublime rol de la señora Malaprop.
Posteriormente, en Puttaparti, cuando Baba escribía obras para ser representadas
por los alumnos del Patasala Sánscrito, sobre Radha, Dhruva y Prahlada, Sakku Bai y para
los estudiantes de Sus Institutos Superiores, sobre Shankaracharya, los Pandavas y
Jesucristo, pude compartir con El la placentera tarea de observar y aconsejar a los actores
durante las sesiones de ensayo, las que duraban a menudo algunas semanas.

BAJO LA TUTELA DE PARAMAHAMSA

27
Entretanto, revisaba las columnas de avisos de los diarios en que se solicitaran
conferencistas en institutos superiores o escuelas universitarias. En ninguna parte podía
entrar como profesor, puesto que no tenía licencia para enseñar, ni diploma o bachillerato en
educación. En tanto que para un conferencista no se requiere sino disertar. El suegro de mi
suegro me advirtió, desde el mismo día en que supo de mi ingreso a la Escuela de Leyes:
"¡No seas un abogado! ¡No engañes! ¡Enseña! Sólo el profesor puede llegar a ser feliz, tanto
en este mundo como en el otro". Mamá me presionaba para que aceptara cualquier
ofrecimiento de una Escuela Superior que no estuviera ni muy cerca (teníamos demasiados
parientes pobres) ni muy distante (decía que nuestros Dioses guardianes estaban en el sur de
la India). De modo que tuve que dejar de lado ofrecimientos de Gorakpur en Utthar
Pradesh, Junagadh en Gujarat e incluso de Vishakhpatnam en la Presidencia de Madras. Un
buen día, después de responder un cuestionario para mi examen de Leyes, caminé hasta la
sala de lectura de la escuela en donde ¡me saltó a la vista un anuncio de una secundaria
D.B.C. de Mysore! Se buscaba (afortunadamente para mí) un "Conferencista en Historia".
Mysore quedaba lo bastante lejos y lo bastante cerca. Solicité el puesto. Antes de diez días
recibí la respuesta de que había sido aceptado. Decidimos cambiarnos a la tierra de las
minas de oro y los bosques de sándalo.
Habiendo estudiado en el Estado de Cochin, siendo titulado en el Estado de
Travancore y también munido de un Diploma de Honor en Historia (y uno en Leyes que no
me atrevía a mostrar), tuve que aparejar mis velas para un viaje más bien temerario hacia
una región de mesetas de la que apenas si sabía algo, fuera de las cuatro guerras de Mysore
que libró la East India Company en contra de sus gobernantes. Sabía que iba a tener que
luchar duramente para sobrevivir en el clima lingüístico, literario, intelectual y social que
había de enfrentar allá y con los que no estaba familiarizado. El mismo viaje desde
Trivandrum a Mysore representaba una formidable odisea de sesenta y ocho horas de
duración, con seis paradillas a lo largo del camino: bajándonos con todo y volviendo a
amontonarlo de vuelta. Mamá, sin embargo, me apoyaba para enfrentarlo con valentía.
Ni yo ni mi mujer teníamos hermanos o hermanas. Teníamos, en cambio, un gran
número de parientes pobres que esperaban, desde hacía ya tiempo, que alguien llegara a
aportar al mes una suerte de bonanza de tres dígitos. "Ninguno de ellos se aventurará tan
lejos".. . me consolaba mi madre. Por otra parte, empero, insistía en que yo debía rescatar a
una allegada de la casa de mi mujer: su madre. También ella observaba mis progresos y
oraba por la oportunidad de poder aliviar a su anciano padre de la carga de mantener a dos
hijas viudas, con sus respectivos hijos, bajo su agujereado techo. Debíamos despedirnos del
viejo patriarca, camino a Mysore, y recoger a la suegra.
En el embarcadero de Trivandrum arrendé una barca de tamaño mediano, en la que
podíamos acomodarnos los tres junto a los enseres de la casa. Fue una odisea que duró tres
noches y dos días, durante los cuales la barca sorteó canales, aguas interiores y extensas
lagunas. Los dos tripulantes hundían sus largos palos de bambú en el fondo y hacían
avanzar la embarcación. Al salir hacia superficies de aguas anchas y profundas, desplegaban
la vela y usaban un remo como ayuda suplementaria.
Sentado solo en la pasarela transversal, bajo un cielo que, nada comprensivo,
esbozaba un cuadro de mí mismo en Mysore, admirando los prados, dirigiéndome a los
alumnos en el salón de la Escuela, completa o moderadamente aislado de los demás por ser
brahmín (el movimiento en contra de esta casta había ganado ímpetu para entonces en el sur
de la India) o tratado con frialdad cuando fuera incapaz de hablar su idioma. Oraba porque
el destino me protegiera, por poder abrir rectamente mi surco. Le rogué a las estrellas que

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me evitaran ser foco de una atención malévola. Miré a las dos mujeres que dormían en la
quilla. Sabía que también ellas debían estar soñando con la Mysore en donde habrían de
vivir. Me preguntaba: "¿Encontrarán allí luz, risas y dulzura? ¿Podrán ser felices juntas,
bajo un mismo techo?"
Repentinamente, resonó una voz estentórea a través de la densa oscuridad salobre.
Provenía de un hombre parado en la ribera de la laguna por la que navegábamos: un policía
de la aduana. Nos encontrábamos justamente en la línea fronteriza, trazada años atrás sobre
el agua, entre el Estado de Travancore que nos había alojado por tanto tiempo, y el Estado
de Cochin, hacia el que nos deslizábamos. El policía podía ordenar que nos detuviéramos,
enviar una canoa para revisarnos y constatar si llevábamos contrabando e incluso confiscar
la barca si nos descubría culpables. No me sentía seguro respecto de si los boteros llevaban
algunos paquetes de opio o de hojas de tabaco entre sus cosas. La voz, sin embargo, no nos
ordenó detenernos ni acercarnos al muelle. "¡Eh, ustedes! ¿Hacia dónde se dirigen?"
Nuestro piloto, que era una engreída amalgama de músculos y jactancia, replicó
displicentemente: "¡A Mysore!"
Esto era, realmente, el colmo de la impertinencia. ¡Cómo podía un bote llegar a
Mysore! Me preparé para la inevitable confrontación con los guardianes de la ley que
seguramente provocaría esta insolente respuesta. Era posible que tuviéramos que esperar en
el muelle de la aduana hasta aclarar las cosas y que la policía perdonara esta reacción
pendenciera. No obstante, para mi alivio, la voz nocturna se suavizó y gritó sarcásticamente:
"¿Cómo? ¿No conocen ningún otro lugar más allá de Mysore?", terminando la conversación
con una carcajada. ¡Esto representó el permiso oficial para que ingresáramos ilesos al
Estado de Cochin.
Veintisiete años más tarde, cuando Baba me dijo en Bangalore, la capital del
Estado de Mysore: "Ven a Puttaparti y mira por ti mismo", se me ocurrió la idea de que ¡el
lugar "más allá de Mysore" al que se refirió la voz aquella noche, era Puttaparti! Supuse que
fue Bhagavan mismo quien habló a través del policía, para informarme que Puttaparti,
Prashanti Nilayam, la Morada de la Paz Suprema, era el puerto destinado a cobijarme. En
verdad, Baba confirmó con una encantadora risita que había sido El Mismo el que me había
bendecido entonces con un atisbo de mi futura buena suerte.
Desde Ernakulam, los tres proseguimos por tren y por carreta hasta la aldea de mi
mujer, junto al río Poorna. Lo encontramos en plena crecida, lleno de salvajes remolinos.
Había que cruzarlo. Los boteros de la zona eran diestros en hacer cruzar a la gente y
tuvimos que confiarles obligadamente nuestras vidas: arribamos a salvo delante de la casa
del abuelo. No teníamos sino dos días para las postraciones, los adioses y los llantos. La
suegra se mostró más que feliz al aceptar la invitación de mamá. Era un hecho que
anhelaba. De modo que, cuando volvimos a cruzar este verdadero Rubicón para nosotros,
éramos cuatro a bordo.
Cuando bajamos del tren en la estación de Mysore, encontré banderas, banderines,
guirnaldas de hojas verdes y sonrisas en todos los puntos hacia los que mirara. Se celebraba
el festival del Cumpleaños del Maharaja de Mysore. Descubrí que el equipaje consignado
para acompañarnos en el mismo tren, no había llegado. Era evidente que no había sido
transferido en ninguno de los tres lugares en que cambiamos de línea. El Jefe de Estación
estaba demasiado ocupado como para escuchar mis reclamos. Me pidió que lo contactara
después de la semana de festividades, cuando se hubiera calmado el trajín.
Para mí, esto constituía un desastre mayor. Significaba la compra inmediata de
vestimenta y utensilios de cocina: se traducía en la ruina financiera. La suma que había

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solicitado en préstamo para mantenerme el primer mes, se había reducido ya casi a la mitad.
Tendría que presentarme ante el Director, para comenzar a trabajar y tal vez enfrentarme a
los alumnos, con mi ropa de algodón sucia después del viaje. En la caja tan cruelmente
separada de mí, tenía una chaqueta impresionante, una hermosa corbata, una espléndida
camisa, un atractivo par de pantalones y un lustroso par de zapatos livianos. El impacto que
hubiera podido causar en mi superior, mis colegas y mis alumnos, se desvaneció en una
cómica fantasía.
Por otra parte, ¿en dónde podía alojarme en esta ruidosa y desbordante metrópolis
del Maharaja? Había personas en Ernakulam que me habían dicho que existían muchos
hospedajes en Mysore, en los que se podían arrendar habitaciones. Sin embargo, el
conductor del transporte que contraté me dijo que se llenaban muy rápidamente. Se ofreció
a llevarnos de gira por varios lugares, hasta que encontráramos alguno en donde quedarnos.
Le agradecí a la desesperación que se pintaba en mi rostro el despertar en él el deseo de
mostrarse servicial. En diez minutos, su destartalado vehículo nos llevó a un patio posada
para caravanas: el custodio declaró que no nos podía ayudar. Otro corto paseo. Me bajé y,
como me indicara nuestro conductor, pasé por una reja en arco hacia la oficina de esta
posada. Alguien me gritó desde la ventana de una habitación en lo alto de la arcada:
"¿Quién es usted? ¿De dónde viene? ¿Trivandrum?"... Era la voz de un ángel. Bajó hasta
donde yo estaba, un pugilista alto y macizo. Dijo que era estudiante en la Escuela Colegiada
a la que yo venía. Sabía que iba a llegar alguien de Trivandrum para ayudarle a pasar los
exámenes. Había fracasado tres veces. Pero era el yerno del propietario del decrépito
edificio que veía ante mí. Me dio una pequeña habitación con una minúscula cocina
adyacente, de modo que nos tendimos en el polvo, entre las hormigas, para descansar un
poco.
A la mañana siguiente, temprano, puse mi mejor cara. Sacudí mi dhoti y mi camisa
golpeándolos contra la muralla, y me puse mis seniles sandalias de cuero. Caminé a la
D.B.C.H. (Dharmaprakash Banumiah Collegiate High School) y subí las escalinatas de
madera hasta el despacho del Director, avergonzado por mi proletaria vestimenta, temiendo
la fría reacción que debería enfrentar, ensayando para mis adentros la excusa y el apretón de
manos inaugural.
¡Cómo podría describir la sorpresa que me esperaba! El Director se levantó y salió
a mi encuentro. Se detuvo con las palmas juntas y dijo: "¡Vaarungo, vaarungo!" (¡Venga,
venga!, en tamil). Vestía un dhoti, lucía una sonrisa de swadeshi bajo su blanco turbante
musulmán. En un minuto, nos convertimos en primos carnales. Cuando mencioné mi
dilapidado alojamiento, me felicitó por haber encontrado un techo cuando la ciudad
rebosaba de visitantes. Había un Shakar Rao sentado a mi lado, escuchando el relato de mis
vicisitudes. También él había venido para entrar a la Escuela como Profesor de Ciencias.
Me llamó aparte y me ofreció un préstamo que bastaría para cubrir el costo del guardarropa
de la familia hasta tanto los Ferrocarriles de Mysore me entregaran el equipaje.

De este modo, las cosas tomaron un cariz relativamente mejor. Se me asignó la


enseñanza de Historia para la clase de ingreso a la Universidad y la de Economía e Inglés
para dos clases de secundaria. Los cursos no eran muy numerosos y ¡los muchachos no eran
de palo! El fundador de la escuela, sin embargo, era astuto. Trataba con las instituciones
como si hubieran sido de su propiedad. Era comerciante de granos, prestamista y miembro
del Concejo Municipal de la ciudad. Nos pagaba personalmente los salarios en su tienda,

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verificando cada mes nuestras credenciales con una enervante acuciosidad. Una vez
convencido de que debía pagar nuestros emolumentos, nos los entregaba con expresión de
dolor.
Todos los que alcanzaban las notas mínimas en el examen de certificado de egreso
de la escuela secundaria, eran declarados oficialmente aptos para el servicio público, en
tanto que los que obtenían un mayor puntaje, eran declarados aptos para la admisión a
estudios superiores. Estos últimos debían seguir un año de instrucción en la clase
"Colegiada" y pasar un examen de admisión. Esto representaba un harnero bastante
selectivo. Sólo alrededor de quince candidatos aterrizaban ilesos; el resto era aventado
como paja.
Disfrutaba enseñando y amaba a mis alumnos. Las lecciones aprendidas de
Gopalakrishna Iyer y de Subba Iyer configuraron mi personalidad. Escribía cada día una
nueva "Plegaria" para que la leyera entusiastamente uno de mis alumnos frente a la clase, ya
sea que la compusiera yo mismo o la seleccionara entre los escritos de pensadores de todos
los países. Estimulaba la representación y la actuación de obras en inglés. Hubo una de una
obra sobre "Chandrahasa" en la que representé el papel del ministro malvado que trata de
usurpar el trono. El Vicecanciller, N.S. Subba Rao que asistió, dijo en su charla posterior
que yo era "perverso" hasta la punta de mis dedos. Formé un Parlamento Estudiantil y edité
una revista de la escuela. Con mi amigo Shankara Rao, visité los hogares de los estudiantes
y desperté el interés de los padres por las "débiles e irregulares" virtudes de sus hijos. Dirigí
una encuesta acerca de los antecedentes económicos de los estudiantes de la ciudad de
Mysore que buscaban ingresar en las Facultades de la Universidad. El informe final fue
publicado en el Diario Universitario.
Mi madre se llevó armoniosamente con sus contrapartes en la espaciosa casa que
ocupé. Tenía una vista panorámica del Chamundi Hill y del templo en su cima. Mi suegra se
encerró en sí misma, dejando confusa a mi madre, porque dejó de lado toda demostración
de afecto hacia su única hija, mi mujer. Mas, este gesto generoso aseguró la tranquilidad
doméstica. ¡También mi mujer fue lo suficientemente inteligente como para preocuparse
más por mi madre que por la suya! Y, más que nada, se ganó el afecto y hasta la adoración
de ambas madres al ser madre ella misma, en 1923. Un nieto llevó el calor del sol a sus
envejecidos corazones, un sentido de plenitud a la vida de sus progenitores y uno de
continuidad entre el pasado y el futuro.
Los modos y hábitos del fundador me causaban una inmensa preocupación. Insistía
en que debíamos conseguirle votos durante las elecciones municipales y las de la Asamblea
de Representantes del Estado. Hacía uso del amplio vestíbulo de la escuela para almacenar
carretadas de granos e incluso cebollas de temporadas pasadas. Daba órdenes de cerrar la
escuela cuando tenía necesidad de utilizar las habitaciones. El salón se lo arrendaba a
grupos teatrales itinerantes.
Debido a todo esto, intentaba desesperadamente escapar en busca de aire puro. Un
colega mío, gandhiano y conferencista en Lógica, alumno favorito del Dr. S.
Radhakrishnan, quien enseñaba por aquel entonces en el Instituto Superior del Maharaja en
Mysore, ¡sugirió que me dedicara a la práctica legal! Había quedado impresionado por mis
ruidosas argumentaciones en la Sala Común y me pintó un panorama color de rosa acerca
del servicio público y la prosperidad personal. Su cuñado era, hereditariamente, el Gurú de
alrededor de cincuenta aldeas en el Estado de Mysore. El anciano trotaba de poblado en
poblado en un pony, marcando sobre la piel de todos los miembros de su grey los sagrados
símbolos que les podían franquear la entrada a su paraíso, cobrando al mismo tiempo una

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suma por ello. Mi amigo me aseguró que este Gurú, cuya palabra era ley, podía ordenarle a
sus parroquianos, una agresiva turba dada a las "vendettas", que me aceptaran como su
siempre victorioso abogado ante los tribunales de justici i. Hice el viaje de trescientas
cincuenta millas hasta su aldea: Siddavanahalli, y me sentí alentado por las seguridades que
me diera. Me acompañó hasta Chitradurga, la cabecera del distrito, y me prometió
permitirme el uso de su oficina en el primer piso, que le pertenecía, sin pagar arriendo hasta
que yo ganara lo suficiente como para poder hacerlo.
Existían, sin embargo, tres puntos en contra mía para lanzarme al ejercicio de una
profesión que, voluntariamente, había evitado por tanto tiempo. Uno lo constituía un
conocimiento a nivel infantil de los idiomas que hablarían mis clientes: kannada y telugu.
¡Todavía ponía en situación embarazosa a mis alumnos dirigiéndome a ellos en el plural e
insultaba a mis colegas, al Director y al venerable fundador, al dirigirme a ellos por medio
del singular! El segundo embrollo lo representaba el hecho de que mi diploma no constituía
una calificación suficiente como para permitirme la práctica legal. Habría de pasar otro
examen sobre los Códigos de Procedimiento Civil y de Procedimiento Penal. Este último
obstáculo lo enfrenté directamente y me hice del diploma. ¡El tercer impedimento lo
constituía mi "ignorancia de la ley"! Sólo la había degustado como un píldora amarga.
Solíamos referirnos a uno de los profesores de la escuela por el mote de "Necesidad",
porque, como todos saben: "la necesidad nada sabe de leyes". ¡Tuve que aprender ahora, por
la vía más difícil: a través de mis clientes! Ellos tendrían que enseñarme cómo abogar por
ellos. Solicité a la Corte Suprema de Mysore el ser enrolado como abogado, autorizado para
ejercer como tal ante ella y ante sus tribunales menores.
Bhagavan Ramakrishna Paramahamsa, empero, me sujetó al borde mismo del
cambio. Una helada mañana de diciembre, mi amigo Shankar Rao trajo hasta mi puerta a
una persona con la que había viajado en el mismo tren y en el mismo vagón desde
Bangalore. Se trataba de Gopala Maharaj, bajo cuyo paraguas yo había caminado muchas
mañanas de lluvia torrencial, desde su palacio hasta nuestra secundaria, deteniéndonos en el
camino solamente para presentarle nuestros respetos al Director. El había partido a Madras
y continuado sus estudios en el Christian College. Según había sabido, se había convertido
en un monje de la Orden de Ramakrishna, pero jamás había imaginado poderle ver en su
bata ocre con una feliz sonrisa enmarcando sus dientes, parado frente a mí en Mysore,
desafiando a mi memoria con la pregunta de: "¿Me reconoces?" Por supuesto que sí, aunque
desconocía su nombre monástico de Siddeshwarananda. Se encontraba en Madras, en el
Ramakrishna Math, dijo, cuando llegaron órdenes de la sede central, el Belur Math,
pidiéndole hacerse cargo del nuevo centro abierto en Mysore. Sentía aprehensiones respecto
a su designación en una ciudad renombrada aunque desconocida para él, al igual que me
sucediera a mí, al levar anclas para iniciar mi viaje. Había oído decir que su camarada de
niñez se había establecido en algún punto del Estado de Mysore, y tuvo la sensación de que
si, de alguna manera, me podía tirar una cuerda, su navegación sería fácil. En Bangalore,
durante una paradilla de siete días en el Ashram de Ramakrishna, interrogó al vendedor de
frutas, al jardinero, al hijo del vecino, a los más viejos y más jóvenes de los devotos que
asistían a las clases del Ashram, acerca de un cierto Kasturi de Kerala. Pero puesto que me
había convertido rápidamente en un mysoriano, nadie pudo decirle dónde se encontraba el
Kasturi de Kerala. Necesitando desesperadamente un hombre en donde apoyarse, le hizo la
misma pregunta a los cerca de treinta pasajeros que iban en el vagón del tren que lo traía a
Mysore. Shankar Rao levantó la mano derecha, y lo trajo hasta mí. ¿Cómo podía ahora

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proseguir con mis planes de "morir" como profesor y ser "sepultado" entre "vendettas" y
legajos legales?
Debido a un golpe de suerte, Swami Srivasananda, el monje que había propuesto,
planificado e inaugurado el Centro de la Misíón en Mysore, había elegido un "bungalow"
que estaba a diez yardas de mi propia casa. Sólo el ancho del macadam y la casa de un
devoto de Tirupati me separaban de mi amigo monacal. Srivasananda también había
persuadido a unos veinte personajes de primera línea de la audiencia que asistió a su
conferencia de iniciación de campaña, en el Ayuntamiento, para acordar una donación de
diez rupias mensuales cada uno, para la mantención del Centro. De modo que
Siddeswarananda contó con un Centro totalmente amoblado, con amigos, financiamiento y
un Secretario (es decir, yo). A los pocos meses, la fascinación inicial de los personajes de
primera línea se desvaneció, la corriente de donaciones se secó y nosotros, los de la Misión,
nos sentíamos ridículos ante nuestros propios ojos, deprimidos, pero contentos.
Muchos de mis alumnos de la secundaria colegiada provenían de la clase de los
comerciantes. Una investigación más acuciosa reveló que sus padres o tíos manejaban
tiendas de provisiones. De modo que acompañados por un grupo de estudiantes, ambos
apelamos a ellos en busca de ayuda. En la apretada lista que llevábamos, cada dueño
anotaba el artículo (arroz, trigo, legumbres, aceite, combustible, sal) y la cantidad (libras u
onzas) que nos podía donar gratuitamente cada mes. La respuesta que logramos fue buena e
incluso entusiasta. Sin embargo, también esta buena voluntad fue menguando muy
rápidamente y muy pronto el Centro se encontró varado en los bajos.
El Ashram me brindó la oportunidad de salir de entre los muros de la escuela. El
primero de los discursos que di en el idioma kannada, lo pronuncié cuando me tocó hablar
ante la Conferencia de los Terratenientes de Cooz, en un pueblo llamado Ammathi. Gopal
Maharaj (Swami Siddeswarananda) habló en inglés y yo le seguí, en kannada. Leí el
discurso, preparado con la ayuda de tijera y pegamento, extractado de libros en kannada
sobre Ramakrishna. Me sentí envalentonado para aceptar otros compromisos, cuando mis
conocimientos del kannada fueron mejorando con el uso.
El problema que teníamos era el de reclutar jóvenes para servir bajo los pendones
de Ramakrishna. En aquellos días eran muchos los que poseían la lealtad, mas el obstáculo
era su apatía. Sugerí que comenzáramos por clases de instrucción gratuitas, para la
rehabilitación de los que habían salido lesionados o decapitados de los exámenes para la
admisión en la Universidad. Se trataba de un número considerable: ochenta y cinco u
ochenta y seis de cada cien que le presentaran sus pechos desnudos a la metralla. Yo sabía
que Gopal Maharaj se ganaría los corazones de los que llegaran al Ashram para estos
cursos, por medio de su innata suavidad, dulzura y su sadhana espiritual. Logramos
asegurarnos los servicios de muchos profesores de la Escuela del Maharaja y de la
Colegiada. Cada año fueron más de ochenta los que se sometieron agradecidos al
reacondicionamiento, retornando como bajas sólo algunos, una que otra vez.
Entretanto, me enrolé como experto en un campamento para Rovers (los jefes de
grupo de scouts) y a mi regreso, seleccioné a unos veinte entusiastas jóvenes de entre ellos,
y los nombré Vivekananda Rovers. Me sentí muy orgulloso cuando recolectaron fondos
para la tropa, emprendiendo la pesada tarea de lavar y pintar "bungalows" y de pegar
carteles en cercas y muros. Un soleado lunes, la fortuna se cruzó inesperadamente en
nuestro camino. El grupo venía saliendo de la empresa de hilandería Sri Krishna Rajendra,
después de haber pasado por cada una de sus secciones, aprendiendo acerca de todo lo que
sucede cuando las bolas de algodón son transformadas en hilo. Estábamos relajándonos bajo

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un árbol junto al camino, partiendo maní, cuando la sirena anunció ¡Fuego! Siguieron tres
horas de heroica actuación de los Rovers. Recibimos una carta de agradecimiento del
Director Gerente de la empresa.
Era en esos días que el imbatible genio literario T.P. Kailsam, actuaba en sus obras
teatrales en kannada, divertidas en la superficie, aunque latiera el dolor por debajo, como
"Poli Kitti" (el que nunca prospera), por ejemplo. Mis Rovers presentaron un espectáculo
realmente bueno al representar esa obra durante el Rally Estatal de los Scouts en Mysore,
cuando el Príncipe Jayachamaraja Wodeyar era iniciado como novato en el scoutismo.
Produjimos una tan buena impresión que su padre, el Yuvaraja de Mysore, nos invitó a
representar nuevamente la obra en su palacio, para que el príncipe la pudiera ver de nuevo
en compañía de sus padres y hermanas.
Otra obra que nos trajo fama fue La Hija de( Director, escrita por mí, con un
reparto enteramente masculino. Cuando el Maharaja de Benares visito Mysore, el Maharaja
de Mysore organizó un "garden party" en el hipódromo y honró a la tropa,de los
Vivekananda Rovers con una invitación para presentar esta obra ante Su Alteza. Nos
disparamos en la estima pública como individuos que eran capaces de atraer a la realeza
para presenciar sus travesuras. Comenzamos a llevar a las tablas tanto sátiras sociales como
obras moralizadoras basadas en temas mitológicos, y donamos los ingresos que obteníamos
al Ashram a los fines de subvencionar la comida para los pobres (en ocasiones como el
Cumpleaños de Sri Ramakrishna) en Mysore y en Ponnampet, en Coorg.
Durante uno de estos espectáculos en Mercara, Coorg, tuve que arrastrar a los
actores del escenario a los camarines, porque oí a alguien que. gritaba: "¡Dispárenle a ese
tigre!" El caballero de marras estaba ebrio y no quería otra cosa que ir de cacería. El telón
ante el cual se desarrollaba la trama, era absolutamente irrelevante para el tema: se actuaba
en una riña callejera, pero el telón de fondo representaba a un tigre de Bengala en medio de
altas hierbas. Puesto que Coorg estaba fuera de la jurisdicción de la Ley de Armas y que la
mayoría de sus habitantes eran ases en puntería, los amigos me congratularon por mi
presencia de ánimo. El ebrio y entusiasta dignatario fue rápidamente sacado de la sala y se
continuó con la representación, aunque el miedo había enfriado la pasión de los actores.
No obstante, todo lo que sube habrá de caer algún día, algún momento, en alguna
parte... Y así sucedió, en Hassan, en donde nuestras ganancias no alcanzaron sino para
costear una fotografía del grupo, de "nosotros", los heroicos participantes, ¡todos
caracterizados! En esta foto, tenemos frente al grupo a una Tímida damisela, sentada en el
suelo (uno de los Rovers), junto a una grandísima caja de latón sobre la que habían pintado
las letras °M.T." para subrayar el triste final de nuestra aventura. ¡Significaban: "empty"
(vacía)!
Los Vivekananda Rovers le dieron un buen uso al garaje desocupado en el Ashram.
Cavaron a una cierta profundidad en el suelo y rellenaron la excavación con tierra roja, para
utilizarlo como un cuadrilátero de lucha. En esos días, la Escuela del Maharaja podía
enorgullecerse de los muchos campeones en ciernes que tenía. Contamos como visitante
regular con un miembro de la familia real, un patrono de la lucha, para guiar a los
muchachos en el aprendizaje del valiente arte.
Gopal Maharaj era el Presidente y yo, el Secretario, pese a que no tenía secretos
que requirieran que yo los protegiera de la vista del público. Visitábamos los albergues y
alojamientos de los estudiantes que llegaban casualmente al Ashram, que frecuentaban las
charlas que dictaba Swami o que estaban inscriptos en los cursos de instrucción. Deseo
hablar de una de estas visitas, porque tuvo repercusiones superlativas en los tres

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involucrados. Se nos dijo que un joven estudiante, muy brillante, que solía venir a intervalos
para leernos los poemas que fluían de su pluma, estaba enfermo. Su nombre era K.V.
Puttappa. Vivía con su primo en la decrépita parte alta de un almacén de granos situado en
el ruidoso y polvoriento Santhepel o Gran Bazar de la ciudad. Lo encontramos tendido en la
cama con fiebre. Sospechamos que tenía tifoidea. Contactamos al médico residente del
Hospital Krishna Rajendra y Puttappa fue admitido como paciente interno. Cuando fue dado
de alta, después de permanecer allí una semana (durante la cual le visitamos a diario), Gopal
Maharaj insistió en que debía convalecer en el Ashram. Habíamos encontrado numerosas
colonias de bichos en los pilares y murallas de la malsana buhardilla en que vivía. Le
rogamos, en el nombre de Ramakrishna, que dejara para siempre ese alojamiento. Cuando
algunos iniciados e internos protestaron por la intrusión de un joven no iniciado en el
círculo sagrado, Gopal Maharaj escribió al Belur Math indicando que Puttappa estaba
destinado a convertirse en un firme pilar de la magnífica mansión de la Cultura Bharathiya.
Estaba determinado a apoyarlo por todos los años que el joven poeta quisiera.
Durante sus años en el Ashram, Puttappa floreció como poeta con sensibilidad de
estilo y de pensamiento. Se llenó con la percepción de la Conciencia Cósmica a través del
impacto de Ramakrishna y Vivekananda. Siddheswarananda y yo ganamos alegría por
medio de este Sadhana de Seva. También aprendimos de Puttappa la riqueza de los clásicos
kannada, en donde bardos jainos, saivitas y vaishnavitas ensalzaban las victorias espirituales
alcanzadas por ellos mismos y por los santos de esta tierra. Mientras Puttappa leía con celo
las stanzas, nosotros escuchábamos maravillados a los variantes estados de ánimo de la
Musa, el trueno, el retumbar, la cascada, el golpeteo de la lluvia, el murmullo y el silencio.
Siddheswarananda impresionaba a la élite de la ciudad de Mysore como un Sanyasi
simple y santo. Fue capaz de ganarse el respeto y el afecto de estudiantes y docentes a
través de su dulce y directa sinceridad, su amor a la música y su refrescante sentido del
humor.
Ambos nos acercamos al Dr. Brajendranath Sea¡, el Vicecanciller de la
Universidad, y le pedimos que nos diera algunas charlas sobre el Gita. Accedió y fuimos
muy beneficiados, porque era un gigante intelectual, poseedor de un colosal dominio de los
sistemas filosóficos orientales y occidentales. El Swami habló con los Profesores de
Psicología y Filosofía de la Universidad, además de los académicos de la Escuela de
Sánscrito auspiciada por el Maharaja de Mysore. Muy pronto el Ashram se convirtió en un
lugar en el que monjes y novicios de la Orden de Ramakrishna podían residir y equiparse
para cumplir con sus deberes como expositores del pensamiento y la cultura indias. El
encargado de inscripciones de la Universidad, Sri V. Subrahmanya Iyer, era un acreditado
profesor de la escuela monista de pensamiento iniciada por Sankaracharya. Fue aceptado
por Suddeswarananda y los monjes. Como Secretario del Ashram, tuve el privilegio de
sentarme con ellos en las clases, beneficiándome con las charlas sobre Lógica de Oriente y
Occidente, las Upanishads, el Gita, las escuelas no dualista y dualista del pensamiento indio
y, también, psicología. Muy pronto, estas exposiciones se convirtieron en un curso de dos
años de duración para sucesivos grupos de monjes. El Maharaja que había honrado a Sri
Subrahmanya tomándolo como su instructor, le dio su ayuda financiera al Ashram para el
establecimiento de estos cursos.
En 1937 llegó a Mysore Swami Sivananda, conocido como Mahapurushji y Tarak
Maharaj. El tener la oportunidad de ver a la persona que, a través de un camarada y
compañero en la senda espiritual llegó a ganarse, en Dakshineshwar, el apelativo de
"Mahapurush" con que lo distinguiera Swami Vivekananda, constituyó en verdad, un

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valioso presente del Paramahamsa para mí. Recordé, al estar sentado frente a él, lo que
había leído acerca suyo en el Sri Ramakrishna Leela Prasanga. "El Día de Shivaratri, en
1887, a las 9 de la mañana, cuando Mahendranath Gupta ingresó al Baranagore Math,
encontró a Mahapurushji y a Brahmananda danzando juntos, cantándole una canción a
Shiva, compuesta por Vivekananda." Tarak Maharaj se había sumido en el Sivananda y fue
éste el nombre monacal que adoptó. Gopal Maharaj me aconsejó que me dejara iniciar en un
mantra por él, para que mis ejercicios espirituales que eran intermitentes y algo indiferentes,
se volvieran más sistemáticos y fructíferos. Algunos días más tarde, cuando el Mahapushji
se encontraba en el Ashram de Sri Ramakrishna en Bangalore, me entregó el mantra de Sri
Ramakrishna, dándome sus bendiciones para mi progreso espiritual.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que la meditación y la posición de loto no
constituían mi fuerte. Pese a mi participación regular y a una rigurosa postura observadas
más para conseguir la aprobación de Gopal Maharaj y asegurar así mi estatus como
Secretario del Ashram que para alcanzar una sintonía espiritual no sentía llamado interno
alguno para descubrir la luz interior a través de la punta de mi nariz. No podía aislarme de
los vínculos familiares ni sociales. Es así que, poco después me liberé de la rutina, para gran
pesar de mi monacal amigo y mentor. El Karma Yoga, vale decir "adorar a Dios en y a
través del Hombre" constituía, en mi opinión, la senda hecha para mí. Gopal Maharaj
terminó aceptando mi actitud como algo que me sería genuinamente beneficioso.
En el encargado de las inscripciones de la Universidad, un incansable maestro del
Advaita, encontré a un prestigioso cómplice. Cuando Paul Brunton llegó a la India para
proseguir su investigación de las enseñanzas secretas de Oriente, el Maharaja de Mysore él
mismo un serio buscador de ellas envió a este caballero con una misión al lugar en que se
encontraba el maestro (la estación de Kemmagundi Hill en los Ghats Occidentales). Paul
Brunton lo describe como "un caballero brahmín, de anteojos y blanco turbante, de
expresión plácida y de baja estatura". Cuando entró en la habitación de Brunton, llevaba tres
pequeños libros bajo el brazo. Estos libros eran sus compañeros inseparables: el Bhagauad
Gita con los comentarios de Shankaracharya, la Mandukya Upanishad de una docena de
versos con un comentario que se extendía por doscientos versos del Sabio Gaudapada y el
Ashtauakra Samhitha. El Samhitha es un texto esotérico de la escuela de pensamiento
Advaita. Se dice que una copia de este texto la guardaba Sri Ramakrishna bajo la almohada
de su camastro, en Dakshineswar. Solía llamar a Vivekananda a su lado y, entregándole el
libro, le indicaba estudiar el contenido. Subrahmanya Iyer le presentó este texto a Brunton,
a quien le reveló nuevos horizontes para la experiencia intuitiva del Sí Mismo Superior. El
Samhitha no recomienda a los gurúes, los mantras ni el sentarse en dhyana.
Los monjes y novicios del Ashram en Mysore aprendieron del mismo viejo
brahmin con anteojos el Advaita, tal como él lo exponía, por intermedio de estos tres libros.
¡A muchos no les gustaba el Ashtauakra Smhita, porque no eran capaces de la temeridad de
participar en la ingesta del menú que el Paramahamsa consideraba adecuado para la
potencialidad digestiva de Vivekananda! Lo que me atraía entonces en el Ashtauakra era su
caracterización del dhyana, en cuanto ritual estéril. Declara que la idea misma de la
meditación es una confesión de la imperfección de uno, como asimismo un insulto
imperdonable al Sí Mismo Perfecto que todos somos. El cognoscente que medita en lo que
se busca conocer a través del proceso y el conocimiento adquirido por él, representa una
tríada que no existe. "Solamente existe Aquello". No se requiere nada más que una
aprensión de este hecho.

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Este consejo me proveyó de un argumento en contra de las fórmulas de adoración
aceptadas. No creía que Dios o la Persona cuya voluntad encontrara expresión en el mundo,
pueda ser abordada o apaciguada a través de la meditación en santos o en gurúes. Mi
supuesto era que todos nacemos y nos vemos abofeteados por fuerzas que nunca llegaremos
a entender y que no debemos desestimar. La mejor manera de reaccionar ante estos apaleos,
era el "sonreír y soportar" o el "reírse y dejar de lado", teniendo corno único sadhana el
hacer tan felices como podamos a nuestros prójimos.
Entretanto, la Universidad emprendió su habitual manipulacíón de cursos y
curricula. El 2+2+2 (cursos de pregrado, de grado y de postgrado) había sido desfigurado
años antes como 1+3+2 (ingreso a la Universidad, grado y postgrado). Repentinamente se
redescubrí¿) la validez del 2+2+2. El curso de pregrado fue rebautizado como Intermedio y
fue dictado en escuelas superiores especiales. Se le agregó un curso de honor de tres años,
con un año adicional de estudios para lograr el grado de Maestría. De modo que se
reformuló como 2+2+2 ó 2+3+1. Yo me había desempeñado como conferencista para el
curso de ingreso a la Universidad en una Escuela Superior Colegiada y no era sino correcto,
justo y decente el que se me transfiriera a las Escuelas Intermedías, todas las cuales
dependían de fondos públicos y eran administradas por la Universidad. Después de
prolongadas vacilaciones y negociaciones, en medio de intermitentes asaltos de
conferencistas de otras escuelas, temeroso de ser desmontado o pisoteado por el hecho de
haber entrado de contrabando, Dharmaprakasha Banumiah me transfirió a la Universidad de
Mysore en junio de 1928.

AVENTURAS ACADÉMICAS

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La Universidad me contrató por el mismo salario que recibía desde 1920, es decir
ciento cincuenta rupias al mes. Me mantuvieron con el mismo ingreso por diez años más.
Pero en la Escuela Intermedia y posteriormente en la de Artes del Maharaja, adyacente
(cursos de grado y de postgrado) a la que fuera transferido, encontré suficiente
compensación en las ilimitadas facilidades para hurgar en la Biblioteca y para desarrollar un
constructivo compañerismo con los estudiantes a través de dramas, debates y campamentos
de servicio en áreas rurales.
Durante diecisiete años completos estuve en medio de colegas cuya forma de vida
era tan significativa y activa como la mía. Se dedicaban a diferentes Facultades exponiendo
sobre inglés, kannada, telugu, tamil, hindi, sánscrito y persa, como también sobre Historia,
Filosofía, Economía, Sociología y Psicología. La "Sala Común" en la Escuela del Maharaja
era la arena en que luchaban veinte gladiadores, finteaban pugilistas y luchadores
demostraban sus llaves, con los modales más untuosos y el más gentil de los estilos.
Solíamos correr hacia las sillas que nos esperaban, tan pronto como la campana sonaba para
liberarnos de las salas de conferencia, para continuar la refriega desde el punto en que la
habíamos dejado. Con el objeto de ganar la victoria para nuestros prejuicios favoritos o de
incapacitar a las predilecciones, mascota de un colega resistente, nos estrujábamos todo el
día el cerebro. Una tradición popular, un giro fonético, un proverbio, una cita, un axioma o
un adagio, eran perseguidos por todo el planeta, para que pudiéramos retrazar sus raíces o
encontrar sus emparentamientos.
Mis colegas a menudo me provocaban con bromas por mis belicosas bravuconadas.
Un amigo, Narayana Sastry, del Departamento de Psicología, ha inmortalizado este
desafortunado rasgo mío en su libro en kannada sobre los "Sueños". Estaba escribiendo
sobre el Censor y cómo, por temor al Censor, los deseos reprimidos surgen a la superficie
con otra vestimenta, a través de las grietas de la tapa junto a la cual monta guardia. Lo que
al parecer deseaba, era amordazarme. El malvado anhelo fue reprimido en el subconsciente,
pero había de ser disuelto en el país de los sueños por medio de un drama actuado por
intérpretes disfrazados. En el sueño veía a la mujer del gran Gandhi, cuyo nombre llevo,
yaciendo arnordazada sobre el estrado en el que estaba de pie Sastry, leyéndole un discurso
de bienvenida al Mahatma.
A pesar de estas aberraciones, éramos un grupo feliz y divertido, que adoptaba
cualquier locura que tuviera sentido, en la vestidura y el lenguaje. Desechamos las corbatas
y abotonamos los cuellos de nuestras chaquetas a partir del 15 de agosto de 1947.
Convertimos en un rítual de mediodía el comer naranjas, en tanto que los pobres sólo
podían consumirlas cuando lo recetaba el médico. Nos multábamos con una tartaleta cada
vez que usábamos una palabra en inglés al hablar kannada. Buscábamos apresurar el
progreso del idioma y de su literatura. Tradujimos La Defensa de la Poesía de Shelley; el
ensayo Sobre la Historia, de Carlyle; El Culto de un Hombre Libre, de Bertrand Russell y
otros documentos que son simiente del pensamiento inglés. Presentábamos nuestras
versiones en kannada después de comer en nuestros espacios para pic nic. Formamos una
Asociación de Profesores Universitarios. Yo era uno de los dos Secretarios, junto a un
dinámico conferencista en Filosofía de agradables modales, G. Hanumanta Rao.
Proyectamos programas para Semanas de Extensión de Lectura y estudiamos las
invitaciones de sociedades literarias de ciudades distantes. La idea prendió y ganamos una
vasta experiencia en el "modus operandi" de comunicarle al hombre común la información
con que contábamos y la inspiración que podíamos entregar. Yo estaba enseñando
Antropología Social en la Facultad, de modo que podía hablar sobre costumbres

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matrimoniales, las castas, el "mal de ojo", la creencia en fantasmas, las costumbres de
sepultación, etc. Como conferencista en Historia India, hablaba sobre Ashoka, Akbar, los
peregrinos chinos a la India budista, profesores indios en la China budista y la difusión de la
cultura fuera de la India.
Aquéllos eran días en que la mayor porción de la gente de habla kannada se
encontraba inscripta bajo administraciones con predominio de los idiomas marathi, urdu,
telugu y tamil, centradas en Bombay, Madras y Hyderabad, y bajo más de una docena de
gobernantes llamados Nawabs, Rajas y Sultanes. Estos potentados contaban también con
variados grados de independencia respecto de la supremacía de la Corona Británica,
ejercida por el Virrey en Delhi. El Nizam de Hyderabad, por ejemplo, fue promovido del
usual "Su Alteza" a "Su Exaltada Alteza" y más tarde, al peldaño más alto de la escala
(apoyada en el muro británico) de "¡El Aliado de Su Majestad!" Un gran pedazo de los
exhaustos dominios del Nizam era kannada de todo corazón. La elite intelectual del Estado
de Mysore no pudo mantenerse marginada del movimiento que surgía entre los súbditos de
estos regentes en cuanto a unificar al pueblo kannada, al menos en lo concerniente a los
niveles social, artístico y literario. Nosotros, los académicos universitarios, entramos en este
arriesgado campo de la fraternalización. Me sentía contento de compartir con otros los
saludos que recibíamos, como "zapadores y mineros" del ejército kannada, más allá de los
límites del Estado de Mysore, como mensajeros de la reunión, en todos los festivales
literarios.
También era invitado por grupos de devotos a muchas ciudades y aldeas para
hablar sobre Ramakrishna y Vivekananda. Tanto los Rovers de mi tropa como los
participantes en las clases de instrucción se mostraban ansiosos por tenerme en sus aldeas
por algunos días. También pude reclutar a unos pocos estudiantes para lo que llamábamos
"Reconstrucción de Aldeas". Como Secretario del personal docente de la Unión
Universitaria (establecida sobre la base de uniones similares en las Universidades de Oxford
y Cambridge, con un Secretario elegido por los estudiantes y uno, del personal docente,
nombrado por el Director), pude tomar un interés más profundo en este tipo de trabajo. Mi
amigo, el conferencista en Matemáticas, T. Krishnamurthy, era un entusiasta de los
programas de alfabetización para adultos y participé activamente en ellos, preparando
"Libros de Lectura" de primer grado en kannada, para los recientemente alfabetizados,
después de dictar clases en una colonia de artesanos en bambú, en Chamundipura.
Se descubrió que era imposible que los adultos de las aldeas se mantuvieran alerta
o al menos despiertos, durante nuestras eruditas disertaciones o que ni siquiera pudieran
vadear a través de los intrincados laberintos de deducciones e inducciones que gusta exhibir
la Universidad. De modo que decidí comunicar el mensaje del mejoramiento individual y
social a través de un medio que ya les era familiar: la música y el drama.
Con la ayuda de un grupo de talentosos jóvenes estudiantes, incluyendo a mi hijo,
realizaba giras durante las semanas de vacaciones, presentando en las aldeas obras teatrales
acerca de la eliminación de la intocabilidad (Nanadar y Thiruppanalwar), la erradicación de
supersticiones (Mankasura Vadha), la promoción de la alfabetización (Sambho). Puesto que
estas obras se basaban en antecedentes épicos, puránicos o hagiográficos y se presentaban
con cantos y danzas populares, salpicados con apariciones en caracterizaciones clásicas,
eran recibidas con aclamaciones. En su mayoría se trataba de obras sin un guión escrito,
sino que yo y mi equipo improvisábamos sobre el escenario mismo, tejiendo la trama con
hilos multicolores de profundidad y jocosidad, de pavoneo y pusilanimidad, de repentinas
entradas y salidas de Dioses y Santos.

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Intenté también el medio del Harikatha, la narración dramatizada de las Vidas y
Mensajes de Santos, héros épicos, Avatares, copiosamente matizadas con cantos y
comentarios sociales. ¡Mis propias cuerdas vocales siempre han sido reticentes para acatar
las exigencias de la música! Por eso había entrenado a algunos estudiantes y a mi hijo para
que me ayudaran a interpretar los cantos en los contextos apropiados. Me iba con ellos por
las aldeas, motivado por el deseo de sacudirlas o impactarlas hacia la toma de conciencia de
su inercia y sus insuficiencias. Estas representaciones (Katha) las montábamos sobre Buda,
Sri Ramakrishna, el Gita, Thiruppandalwar, Nandanar, Vivekananda, Meera y
Akkamahadevi, en numerosas aldeas. Incluso reuní audiencias en ciudades como Bangalore
y Davangere. En donde fuera que lograba entregar el mensaje, el mayor crédito le
correspondía al equipo musical. Llevando el chal naranja oscuro terciado (tomado en
préstamo de los pundits de palacio), fijando castañuelas de plata en las palmas de mis
manos (que me fueran regaladas durante el Día Anual de la Unión Universitaria, nada
menos que por el Vicerrector de la mía), pude hacer campaña, sin provocar resentimientos o
rechazo, sobre la proliferación de facciones en las aldeas, lo exorbitante de los gastos en
ceremonias, los sacrificios de animales para propiciar a deidades maléficas, el aislamiento y
la explotación de las clases inferiores, e incluso la explosión demográfica, porque descubrí
docenas de ganchos en los antiguos mitos y leyendas, como también en las vidas de los
santos, de los cuales colgar mis homilías. ¡Era la primera vez que un señor universitario se
había puesto el ropaje del Harikatha y había hecho sonar tam tams de plata! Muchos colegas
se espantaron ante esta "devaluación de la Torre de Marfil". Otros lamentaron que me
hubiera convertido en un "rural maníaco". Unos pocos se mostraron felices viendo que la
profesión de la recitación Harikatha había adquirido un brillante ariete y que podía ser
también una cruzada.
Sir Mirza Ismail, el Dewan de Mysore, había invitado a Bangalore a un joven e
inteligente egresado de Oxford con la misión de entusiasmar a los estudiantes en la labor de
mejoramiento social a través de centros instalados en las barriadas de pobres. Se construyó
un amplio edificio para que le sirviera de centro de actividades. En Mysore, comprometió a
la Unión para arrendar una casa en medio de Adikarnatakapuram: zona en que se
apretujaban más de mil quinientas viviendas de Harijans. Los estudiantes fraternizarían con
ellos a través de clases de alfabetización, de bhajans, de lectura diaria de noticias para
grupos de mayores, juegos de "volley ball" para los jóvenes y una atención consistente para
los enfermos.
Cuando se iniciaron las operaciones para el censo de 1940, Krishnamurthi y yo
optamos por Adikarnatakapuram como campo para encuesta. Teníamos un grupo de doce
encuestadores. Uno de ellos, un brahmín como yo, se rehusó a entrar en el área, ¡puesto que
era tabú para los nacidos con un mantra entre los labios! Logré exorcizar el temor que
amenazaba con estrangular a su buena disposición. Vino conmigo al Templo de Rama de
los Harijans y les escuchó cantar bhajans desde el corazón al Señor de las Siete Colinas,
pese a que en esos días no les era permitido poner los pies ni en el primer peldaño de los
siete de subida. Mi amigo encuestador derramó lágrimas al contemplar la fe que mostraban
por los mismos textos hindúes que les marginaban. Cuando terminó el trabajo del Censo,
organicé una comida para los que actuaron bajo mi dirección. El brahmín había aprendido
hasta tal punto a admirar y a compadecer a los Harijans, que aceptó gustoso el sentarse a la
misma mesa con sus colegas Harijans. "Señor me confesó usted ha derrotado a este
pequeño yo que había en mí".

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Como organizador del servicio a las aldeas de la Unión, llevé durante dos años,
todos los sábados, a un grupo de estudiantes para montar un campamento de un día de
duración en Coorghalli, una aldea situada a diez millas al oeste de Mysore. Después de
llegar hasta allí en bus, reuníamos a los niños, les enseñábamos juegos y les contábamos
cuentos. De a dos y de a tres, entrábamos en sus hogares y conversábamos en forma casual
sobre los problemas que planteaban o que les interesaban. Llevábamos médicos con
nosotros, los que los examinaban y, según el caso, diagnosticaban y recetaban
medicamentos. Representábamos obras teatrales y leíamos libros de índole espiritual sobre
las vidas de grandes hombres y mujeres. Desde Coorghalli llevábamos a pequeños grupos
de hombres y mujeres al palacio, a la granja ganadera real, a la estación de radio y al
Colegio Quadrangle. Se nos recibía como a hermanos y hermanas, y pronto nos
convertimos en amigos íntimos y guías de confianza.
A través de los años yo había desarrollado un opresivo sentimiento de asombro, de
perplejidad y hasta de indiferencia frente al alboroto y el esfuerzo a que se sometían los
seres humanos en todas partes, en tanto que yo mismo llevaba un oasis dentro de mí,
llamado Dakshineswar. Había llegado a la conclusión de que yo no era sino un balón de
fútbol inflado, pateado por jugadores por el campo de juego de mi destino. Me congratulaba
por cada puntapié, porque me hacía rebotar y darle alegría a la persona que lo propinaba. El
estadio de mi imaginación se ponía de pie y aclamaba mi fortaleza. Rara vez se agriaba mi
sentido del humor, pese a que reconocía la mezquindad y pusilanimidad, la ampulosidad y
la astucia en aquello que los demás consideraban como grandeza de corazón y coraje,
sinceridad y genuinidad.
La revista de la Unión Universitaria publicó algunas de mis ironías y sarcasmos,
parodias y juegos de palabras escritos en kannada. Un intrépido joven de Mandya arriesgó
su dinero y su reputación publicando una recopilación de ellos, en forma de libro, bajo el
título de Yadwathadua (Así como es, es). La ilustración de la cubierta: un tren que,
habiendo descarrillado, sigue adelante sin orden ni concierto, revelando la naturaleza del
tren de pensamientos en que se basa el contenido. Reventar burbujas, tomaduras de pelo,
quitar puntos de apoyo, minimizar montañas mostrándolas como granos de arena, revelar la
imagen verdadera, exponer los pies de barro, demoler castillos hechos en el aire, hacer
roncar a los "perros" dormidos y despertarlos para ladrar... en esto me entretenía
preferentemente.
Mis libros en kannada, Allola Kallola, Upovauedanta, Anaku Minuku, estaban
llenos de estos ejercicios. Las novelas Galigopura, Sanka Vadya, Grihadaranyaka y
Ramgamayaki, la narración biográfica de un asalariado: Chengooli Cheluua, una
recopilacíón de enfoques de un simple oficinista: Chakradrshtf, contienen todas una
subterránea corriente de dolor y compasión que, en cada párrafo, se plantea el dilema de
"¿Nos reímos o debemos llorar?", frente al absurdo, la oscuridad, la incongruencia, el
quijotismo, la pomposidad o la obscenidad. El libro Aanarthakosa, una ficción, representó
un experimento en su factura, no sólo en cuanto a darle nuevos significados a palabras
antiguas, sino también por el amonedar de nuevos términos para un uso corriente y la
reacuñación de viejos proverbios en monedas contemporáneamente válidas. Mantuve mi
posición en la Facultad, publicando una monografía en kannada sobre el gran Emperador
Ashoka y un libro sobre Antropología Social en el mismo idioma, acerca del matrimonio.
En inglés publiqué resultados de investigaciones sobre Kerala en Karnataka y Los Ultimos
Rajas de Coorg.

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Mi hijo mayor, Narayana Murthy, seguía su curso de Geología en el Central
College de Bangalore. Estaba alojado en el albergue del mismo y el Dr. M. Sivaram, como
visitador del albergue, lo conocía. El doctor era un entusiasta estudioso de las Ciencias
Mentales, en especial de las exploraciones de la psique realizadas por los santos y videntes
de la India. Se le conocía como maestro de humor chispeante y luminosa sabiduría. Era
amigo íntimo del ciclónico Kaílasam, quien había remontado la fama por su tumultuoso
humor, sus burlas quirúrgicas y su análisis diagnóstico de los episodios puránicos. El Dr.
Sivaram lanzó con osadía una publicación humorística mensual que tituló Korauanji,
término kannada para la mujer de "Punch" (famoso personaje británico de humor político
N. de la T.), Judy. Koravanji es la adivina gitana de la India rural. Antes de lanzarse a esta
peligrosa aventura, le pidió a mi hijo que me consultara y se asegurara de mi cooperación,
porque, como me escribiera más tarde, "su sentido del humor es el feliz término medio:
puede golpear sin herir".
¡Me uní con alegría a él! Por más de diez años esparcí, cada mes, mi efervescencia
por la mitad de las páginas de Koravanji. Me apodaba "Rudramma" cuando la burla se
inclinaba hacia la ortodoxia y "Srimathi Kesarí" cuando lo hacía en sentido contrario. Me
ponía nombres para los numerosos tipos de humoradas y cocciones literarias por las que me
aventuraba: Patali, Naka, Taraka, etc. El Dr. Sivaram y yo nos movíamos en un lubricado
unísono, como dos manos derechas de un mismo cuerpo. Tuvimos la suerte de poder sacar a
la luz del día a unos pocos estudiantes, como R.K. Lakshman y Nadig, que estaban dotados
de la aviesa tendencia necesaria como para ser plasmada en deliciosas caricaturas.
Cuando leí en las páginas de The Hindu que Shankar, el Low indio, un alma afín
con la misma chifladura, iba a lanzar un semanario con su nombre y su primer ejemplar iba
a ser anunciado con clarines y fanfarrias por Jawarlal Nehru, le escribí una carta
preguntándole si pensaba incluir una sección similar a la de "Charivaria" del "Punch". ¡Le
ofrecí enviarle un paquete de perdigones llenos de pimienta por una columna así, cada
semana! Tengo que admitir que fue una audaz exhibición de engreimiento.
Shankar respondió que la columna de "Charivaria" estaría en manos de un
distinguido panel de editores. Además, indicó que los matices del idioma inglés estaban más
allá de la comprensión de la mayoría de los lectores de su semanario, por lo que no había
pensado al respecto. Le contesté que estas "cerdas punzantes" yo las fabricaba en kannada
para mi columna "Urigaalu" del
Koravanji y le adjunté algunos ejemplos. La carta llegó a tiempo para el segundo
ejemplar y, unos días después, el cartero me trajo el semanario que incluía la "pushística"
progenie de mi zonza materia gris, una bajo la otra, con el encabezado de "Mera Cháchara".
Después de eso y por siete largos años, seguí chachareando en la parte inferior de la página
tres, justo por debajo de la caricatura de la semana, de autoría del temible Shankar mismo.
Observándome desde su laboratorio de ratas blancas en el Departamento de
Psicología de la Escuela del Maharaja, se encontraba el Dr. M.V. Gopalaswamy. Había
estado presente cuando J.C. Rollo, el Director, me alabó durante su discurso del día de la
escuela, refiriéndose a mí como al "camello" de ella, debido a que llevaba tantas cargas sin
protestar y con evidente agrado, pidiendo otras más. Decidió poner otro atado sobre mis
espaldas. Volviendo de Holanda, de una conferencia de Psicólogos, había traído consigo a
Mysore un minitransmisor "Phillips". Estimulado por un pequeño monto de dinero anual de
los fondos de la Corporación Municipal, deseaba emplearlo para emitir programas
educativos para el hombre común, durante una hora al día. Encontró en mí al hombre
indicado para la tarea: me encantaba diseñar programas y enrolar a locutores y artistas. El

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no podía sino prometerles el precio del transporte en "tonga" y el tradicional "coco y pan".
Después de algunos años de serio perillear, pudo lograr permiso para hacer uso de
transmisiones en onda corta por períodos más largos y contar con fondos mayores. Se pudo
extender el alcance y la amplitud de onda de la emisora y se hicieron más variados los
programas. Un día, el Dr. Gopalaswamy se presentó en la Sala Común, el "cónclave" de la
escuela, y nos puso su cefalea sobre la mesa, pidiéndonos descubrir una cura. Deseaba
encontrar una palabra india para bautizar a su emisora. Hizo suya mi elección: Akashvani, y
quedó así para extenderse por todo el aire.
Luego pudo persuadirme para que me uniera a él, como Director Asistente de la
estación, con tiempo completo.
Esos eran años de guerra y el enemigo se había acercado tanto como para estar en
Malasia, desde donde podía escuchar nuestras transmisiones. Cada palabra había de ser
sopesada y revisada, en especial los boletines noticiosos. ¿Les revelo cómo preparaba los
boletines? Tenía en casa una radio "Zenith" cargada de años. Escuchaba las "Delhi News"
con el oído pegado a ella. Seleccionaba lo que sentía podía interesar a los auditores en
kannada, lo traducía y enviaba el material, escrito a mano, a la estación con el anunciador,
un estudiante llamado H.K. Ranganath, ¡el cual cruzaba volando las dos millas de distancia
en su bicicleta! Cada día era una prueba de fuego para mí, pero peleábamos por defender la
vanguardia. En una oportunidad descubrimos, demasiado tarde, que no debíamos haber
incluido en el Boletín que el General Wavell visitaba los jardines de Brindavan, ¡bajo la
represa de Cauvery! Otro día, se nos echó la culpa de haberle permitido al locutor decir:
Srothrugalu (auditores), sin haberlo escuchado previamente, ya que, por la forma en que lo
pronunciara, ¡algún caballero de largas orejas podía haber oído Sathrugalu (enemigos)!
El 9 de agosto de 1942 escuché, como de costumbre, el noticiero de la mañana. Lo
traduje y lo envíe con mi ciclista. El arresto del Mahatma y de varios otros fue emitido
desde nuestra estación de radio. Estaba en casa, escuchando a los Murdabads en el camino,
las excitadas multitudes dirigidas por M.V. Krishnappa, alumno mío de la escuela, cuando
se apoderó de mí el pánico: ¿Había escuchado bien en mi "Zenith"? Me desplomé, era
incapaz de pronunciar palabra ni de ver nada. En ese instante transmitieron noticias en
marathi. Mi hijo menor me sacudió diciendo: "Escucha". Se confirmaba lo anterior. Me
recobré del colapso.
Fuera de estos momentos de terrible tensión que eran exclusivamente míos, éramos
un animado grupo que experimentaba permanentemente con nuevos o mejores métodos de
comunicación. El Director, Dr. Gopalaswamy, tomaba un interés personal (demasiado
personal a veces) en los programas. Mis sugerencias y correcciones las aceptaba de buen
grado. A menudo se preocupaba cuando "le pisábamos los callos" a personajes
encumbrados o de posición. En una ocasión en que transmitiéramos el cuento de La
Cenicienta, temió que hubiéramos herido los sentimientos de un hipersensible aristócrata
que tenía tres hijas, la menor de las cuales se encontraba más o menos en el mismo
predicamento que la heroína del cuento. En otra ocasión, quiso que cancelara un recital
musical muy publicítado y bien ensaya
do, que se había programado en nueve sesiones durante las nueve mañanas del
Festival de Dasara. Ya se habían dado cuatro y habíamos sido muy encomiados. El quinto
día, los cantos se dirigían a otro de los sagrados nombres de la Diosa Madre. Imaginó que
un cierto personaje muy importante podía resentirse por el uso de ese nombre, dado que era
el que llevaba su mujer. Quiso suspender las emisiones por todos los días restantes, pero
decidí arriesgarme a desobedecerle. Como consecuencia, el Director pidió que un colega

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mío de la escuela fuera designado como asistente y yo volví a la Universidad. Debido a que
yo navegaba por entonces en la cresta de una ola de simpatía entre los auditores, fui
"lanzado de un puntapié" a una escuela Intermedia a doscientas millas de distancia, en
medio de las tierras altas de Mysore, infestadas de malaria, en donde los funcionarios
recibían cada mes un salario extra, para permitirles adquirir paquetes de quinina en las
oficinas postales. Este tiro futbolístico me sacó del campo de juego. Aunque no pasó mucho
tiempo sin que retornara al partido.
No podía sino rebotar en Shimoga, la ciudad a la que me enviaran. Durante los dos
años que estuve allí, curando la herida que me había dejado infligir, experimenté tres ideas
para acrecentar el amor de la gente del área por su tierra y su idioma. Los cuerpos literarios
de las tierras bajas de Mysore celebran cada año, con entusiasmo, el Festival de la
Primavera. Sentí que había que celebrar con igual deleite la llegada del monzón y los
interminables días de lluvia, acompañada del tonante aplauso de los cielos y el alborotado
clamor de la tierra. Los ríos Cauvery y Tungabhadra se llenan con las lluvias del monzón y
llevan la fertilidad y la festividad a las tierras bajas, hasta llegar al mar. Las tierras altas se
cubren de un exuberante tapiz verde. Las forestas son reconfortadas por las copiosas y
refrescantes lluvias. En cada casa, todos se reúnen felices en torno al fogón. El joven poeta
Parameshwara Bhat y el coordinador del Shimoga Karnataka Sangha, Vishnu Bhat y yo
mismo (apodado como Brahma Bhat), formamos la trinidad para celebrar el Varshagama
Mahotsava, el Festival de Bienvenida a la Lluvia. La idea prendió y el calendario estatal de
festividades agregó otra fecha en rojo para el Karnataka Sangha en Shimoga. Otra
proposición presentada y aceptada fue la del Concurso de Actuación Improvisada para
grupos teatrales "amateur". Se asignaba una obra en kannada, de unos tres cuartos de hora
de duración, sobre uno de cinco o seis temas o situaciones preestablecidas, y se permitían
tres horas para su preparación y representación a partir del momento en que había sido
asignada. Debido a que yo ya estaba familiarizado con este medio como parte del Proyecto
de Mejoramiento Rural en que había participado, huelga mencionar que mi equipo ganó, en
más de una oportunidad, el primer premio. Otra idea que tomó fuerza desde entonces.
Otro experimento lo constítuyó el "Día de los Humoristas", durante Deepavali. Lo
bauticé como "Haasya Chataaki", en reemplazo de los tradicionales fuegos artificiales,
riesgosos y onerosos. Se persuadió al Sangha para reunir a una variedad de personas gordas
y divertidas: un oficial de policía, un profesor, un médico, un abogado, un comerciante, un
cobrador de impuestos y un agricultor, dándoles diez minutos para hacer gala de todo su
humor. Se logró un Deepavali lleno de carcajadas y muchos volvieron a casa con los
músculos doloridos de tanto reír. Este programa resultó altamente contagioso y se extendió
incluso hasta la impertérrita Academia Literaria Kannada, en la metrópolis de Bangalore.
En 1946 me asignaron al Colegio Intermedio de Bangalore. También tenía que
dictar charlas sobre Historia Constitucional y Social de Gran Bretaña a los estudiantes del
Instituto Central que se preparaban para el Diploma de Honor en Literatura Inglesa. Mi hijo
mayor había completado el curso en el Instituto Indio de Ciencias, como investigador, en
tanto que el menor, Venkatadri, ingresaba a la Escuela de Ingeniería en Bangalore. Vendí
mi casa en Mysore y estaba buscando una nueva, alejada del bullicio y las diversiones de la
ciudad, aunque lo suficientemente cercana como para cumplir con mis compromisos
académicos, con Koranvanji y con el semanario de Shankar.

EL DESASTRE Y LA LIBERACION

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Eran agitados días aquellos, cuando India calentaba sus músculos para la vuelta
final de su lucha por liberarse del Imperio Británico. Cuando el 15 de agosto a medianoche,
la pelea terminó en victoria y fue proclamada la Independencia de la India, mi hijo mayor se
encontraba en Glasgow cursando estudios superiores en Geología y el segundo estaba en
cama con fiebre tifoidea. Escuchó por la radio la ceremonia de medianoche. A1 día
siguiente, mientras oía el discurso pronunciado en Red Fort por Jawaharlal Nehru, hubo de
ser llevado en ambulancia a una clínica, por calles que retumbaban con los ¡Dais! y bajo
arcos triunfales de oro y verde. Era un alegre muchacho de dieciocho años, prodigioso
lector de libros, miembro activo del Cuerpo Nacional de Cadetes, buen tirador, talentoso
dibujante y la niña de los ojos de todo el mundo en casa, en el gimnasio, la biblioteca y el
taller de su escuela. La clínica, sin embargo, no pudo ayudarle para detener a las virulentas
hordas. Mi más querido amigo, el Dr. Shivaram, con fama de Koravanji, era su médico. La
temblorosa llama se rindió finalmente ante la tormenta circundante. No vivió sino nueve
días en la India Libre a la que podía haber servido por largo tiempo.
Fuimos condenados a continuar nuestras vidas cojeando, con un vacío abierto por
compañía. Mi mujer y mi madre se mostraban inconsolables. Yo me movía apático en
medio de la tristeza. Apenas si me había recuperado de la puñalada que me enviara,
sangrante, a Shimoga, cuando este golpe me rompiera el corazón. ¡Pero, a través de esta
rotura, se metió dentro el calor Divino! Swami Sambhavananda, de la Misión de
Ramakrishna en Mysore, me consoló diciendo: "¡Serás salvado por el mismo Dios que te ha
infligido esta herida!"
Una semana más tarde, vino a verme Gopi, íntimo compañero de colegio del hijo
que había perdido. Había sabido la noticia por su hermana. Me contó que había
interrumpido su viaje en un lugar llamado Dharmavaram, para pasar a rendirle homenaje a
un tal Sathya Sai Baba a quien veneraba. No osó pasar de largo junto al Divino Maestro y
seguir su camino. Baba le había dado unos paquetitos de vibhuti para los padres de su
amigo fallecido. Me los puso en la mano diciéndome que este Baba nos daría la sabiduría
para soportar el dolor y el coraje para continuar con los deberes y responsabilidades
normales. Este Baba era un joven de veintiún años; hablaba kannada y telugu, su lengua
materna. Según Gopi, era la Divinidad.
Reaccioné cortante: "Mi Dios nos ha abandonado, como puedes ver... ¿qué podría
hacer tu Dios para salvarnos?" No me sentía de ánimo como para aplicar la ceniza que me
traía en mi frente o mi lengua. Tampoco tuve la temeridad de tirar los paquetes. Gopi me
contó que este Sai Baba era la encarnación del Sai Baba que había vivido y enseñado en
Shirdi, cerca de Nasik en la región de Maharashtra. ¿Cómo podría la ceniza traerle consuelo
a un padre que le había prendido fuego al cuerpo de su hijo y no tenía lágrimas como para
apagar el fuego que ardía dentro de él? (Los paquetitos le fueron enviados a un vecino que
tenía al Sai Baba de Shirdi en su santuario).
Muy pronto, un anciano pariente mío vino para asegurarme que la ceniza sí podía
apagar este fuego, porque era un Presente de Gracia de Sathya Sai Baba. Era un inspector
sanitario retirado, mas sospeché que se había "abuelado" demasiado. Su alegato sonaba
patentemente fanático. Su hijo, un entomólogo, había ganado una beca de la UNESCO para
estudiar la invasión de escarabajos que estaba arruinando las palmas cocoteras, y había
dejado Delhi para ir al Lejano Oriente. De modo que el viejo había venido a Bangalore para

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quedarse con su hija. Su yerno era contador de la Hindustan Aircraft Ltd. iniciada por
Walchand Hirachand. Había descubierto a Baba estando en Delhi aún. Había conocido a
muchos de sus devotos allá y, más tarde, ¡había viajado más de una docena de veces a
Puttaparti! Baba le conocía tan íntimamente que lo había apodado "Potti", el enano. Se
sentía en verdad orgulloso y feliz de haber sido elevado a la posición de una curiosidad
fisiológica en la Divina Presencia. La mujer de mi hijo era la hija de su primo. Por lo tanto,
tenía libre entrada a mi casa; de buen o mal grado, nuestros oídos tenían que tragarse sus
narraciones y descripciones, aunque ellas no hacían sino despertar en nosotros la piedad por
su enorme credulidad.
Mi Gurú, Mahapurushji, como asimismo todos los monjes de la orden establecida
por Vivekananda, advierten acerca de las personas que realizan "milagros", además del
daño espiritual que estas engañosas demostraciones le causan, no solamente al individuo
mismo, sino también a otros. Un impertinente giro humorístico me hizo ver que el nombre
mismo asumido por Baba resultaba inapropiado, por decir lo menos. Le dije al anciano que
"Sayee" implicaba una maldición en la región de Kannada: la imprecación de "vete y
muere". Tenía un amigo abogado, Dikshit, en Mysore, que había muerto una semana
después de regresar del Sayee de Shirdi. De modo que, aunque el anciano podía seguir
como quisiera con sus cuentos, debía permitirme seguir aferrado a mis prejuicios.
Potti Iyer, sin embargo, tenía un nieto, el único hijo de su hija, un Bachiller en
Ciencias y brillante conversador. En verdad, resultó ser un abogado mucho más persistente
y persuasivo de la Divinidad de este joven Baba. Aquí había un joven, argüía yo, un
graduado del Colegio de St. Joseph de Bangalore, adorando a una persona de su misma
edad como a un milagro andante. Realizando él mismo un milagro, me convenció de aceptar
echarle un vistazo a este Baba que lo tenía fascinado.
Fue así que yo, mi mujer, mi hija y mi madre, acompañamos al grupo de Potti Iyer
hasta el "bungalow" del anfitrión de Baba, en el Bull Temple Road. El salón estaba atestado
de humanos. A Baba se le veía sentado en un sofá, en medio de todos, con la cabeza
apoyada en las palmas de sus manos. No se podía ver más que la gran mata de pelo crespo.
Era dudoso que se percatara de nosotros o de cualquier otro. No me sentí impresionado.
Mas, en el camino, le dije a mi mujer: "Estas personas consideran a este silencioso Baba
como su Maestro. Si dijera una palabra, accederían a recibir a Padma en su hogar".
Padma era mi hija. Le había sugerido más de una vez a Potti Iyer que debía
desposar a su nieto. Mi corazón estaba puesto en ello, en especial después de unas pocas
lecciones que le había impartido sobre la Constitución Británica, para su examen del ICS.
Mas sus padres no recibieron de buen grado la idea: tenían otros planes. Temían
que mi chequera fuera demasiado delgada como para proveer la dote a la que su hijo podía
aspirar. En verdad, por propia iniciativa, el padre se había mostrado dispuesto ¡a explorar,
amigablemente, las posibilidades de un yerno para mí!... Tomé esta promesa como un
artilugio para calmarme. De modo que, cuando fui testigo de su asombrosa lealtad por este
montón de pelo crespo, me pasó por la mente el pensamiento de que, si por algún medio, El
pudiera ser engatusado como para que dijera una palabra, la boda podría realizarse. No fue
más que un débil chispazo de la psique, un imperceptible susurro flotando en el viento.
Estaba ansioso por saber más de este Baba, como un evento interesante en la
historia. Había ido donde estaba Ramana Maharshi y permanecí allí tres días completos.
Gopal Maharaj me había dicho que si conseguía a alguien que leyera frente a él sus propios
poemas sobre el Arunachala o el Sí Mismo, me vería recompensado por una visión de su
calidad de Paramahamsa, la serena calma de "la madre pájaro, sola en su nido, quieta sobre

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sus huevos", como lo expresara. Descubrí que mi amigo lo había predicho acertadamente.
Visité el Ashram de Swami Siddharoodha en Hubli y aspiré las vibraciones de Shanti de
Shiva. Mas la inmensa corona de grueso pelo que había visto, la "creación" de vibhuti, los
"pronunciamientos proféticos", las "menciones del pasado", los "sondeos en el futuro", todo
ello despertaba temores y dudas en mí, a pesar de existir una traza de esperanza, de
apreciación, de admiración y de amor. Aunque me alerté a mí mismo en contra de ser
arrastrado por la corriente de exagerada alabanza que echaban mis parientes sobre este
Baba, no me atreví a negar, a desacreditar o a desafiar. Me aferré a mi primer amor con
manos temblorosas y fe debilitada. Gopal Maharaj, que podía haber sido mi puntal cuando
la muerte cobró su presa, estaba lejos, en algún lugar cerca de Tolouse, enseñándole coraje a
la Francia asolada por la guerra, y exponiéndose él mismo a la venganza de Rommel.
Pocas semanas después, Parameswara Iyer, padre del novio en que había puesto mi
corazón, dio con un joven del que estuvo seguro que me iba a encantar. Subrayando sus
logros y posibilidades, afirmó que la estrella bajo la que había nacido indicaba una carrera
como ingeniero de calibre excepcional. Llevé a cabo una encuesta preliminar sobre sus
calificaciones y antecedentes familiares. Su padre me recibió y me confesó que se sentiría
feliz de tener a mi hija como nuera. Hicimos una visita formal a su hogar en Bangalore. Mi
mujer revisó la cocina, en donde mi hija estaría ocupada varias horas al día, si se realizaba
el matrimonio. La encontró amplia, bien iluminada y limpia. Yo emprendí un diálogo
indagatorio con el novio. Lo encontré alegre, inteligente y lleno de encanto. Supe que había
sido iniciado en una rutina de cultura física por un discípulo de segunda generación de
Eugene Sandow. Pude percibir la sustancialidad de sus bíceps y pectorales a través de la
delgada camisa que vestía. Nos despedimos, invitando al novio y a sus padres a nuestra
casa. En casa encontramos a nuestra hija en un mar de lágrimas: le había hipotecado su
corazón al nieto de Potti Iyer...
Parameswara Iyer recomendó el jueves como auspicioso para el encuentro
matrimonial de la pareja; agregó que Baba había declarado, cuando aún era un infante, que
El era especialmente benevolente ese día de la semana. Barrimos el piso, sacudimos los
muebles, colgamos cortinas, nos aprovisionamos de dulces y uvas, sacamos la platería y nos
aprontamos para recibir al grupo. Para asegurarme que no lo olvidarían, corrí a la casa de
Iyer y golpeé a su puerta a las diez de la mañana, aproximadamente, puesto que había
prometido acompañar a la familia y asegurar su aceptación de la proposición matrimonial.
Se tomó algún tiempo en abrir la puerta. Su hijo ya había partido al trabajo. Era
contador en la Oficina de Agrimensura de la India. Podía oír los irritados y sonoros susurros
intercambiados entre marido y mujer al otro lado de la puerta. Me preguntaba acerca de qué
estarían hablando, cuando la puerta se abrió, después de un imperativo "¡chiiit!" del
hombre, dirigido a la mujer.
Al parecer, Parameswara Iyer había tenido un sueño (!!) el miércoles en la noche.
Sathya Sai Baba había aparecido en él (...la mente suele jugar estos trucos mientras la
inteligencia del dueño no está en casa...). Le pidió al devoto encontrarse con El a la mañana
siguiente. De hecho, Iyer le estaba informando a su mujer de lo ocurrido durante la
entrevista. "`Quería que vinieras para reconvenirte', fue como comenzó Swami, tan pronto
le toqué los pies", dijo Iyer. Todo resultaba muy confuso para mi lógica. ¡El sueño, la orden,
la confirmación! ¡Un contador de más de cincuenta años respondiendo a una invitación
alucinatoria y orgulloso de haber sido reconvenido por un Baba recién salido de la
adolescencia! ¡Resultaba patético, por decir lo menos!

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"Sí, Baba aparece en sueños de acuerdo a Su Volición. Quien le conoce, escucha
atentamente las palabras que pronuncia en ese nivel de conciencia, atesora las directivas, los
consejos, las advertencias que entrega y actúa conforme a ello al despertar... Le envié una
nota a mi jefe, pidiéndole permiso para ausentarme y me apresuré a ir hasta Su presencia",
dijo. "¿Cuál fue la reprimenda?", pregunté algo impaciente, porque deseaba volver a casa
para poner los puntos sobre las íes en la agenda de la hospitalidad que se estaba preparando
allá. "Me llamó severamente la atención por haberme puesto a buscar un yerno para usted",
me espetó. "Lo siento, lo culpan por ayudarme, cuando no lo hizo sino por compasión",
intervine. "No, no... Escuche todo lo que tengo que decir. Estaba absolutamente enojado
conmigo me dijo . No debía haber desestimado la proposición de que mi hijo desposara a
su hija, ni haberme puesto a buscar alternativas". "¿Mencionó mi nombre?", pregunté. "¡Sí,
el nombre suyo y el de su hija! Me preguntó por qué no había demostrado entusiasmo
cuando usted lo sugiriera, hace algunos meses", continuó. "¡Pero tenemos a esta otra familia
que viene a mi casa esta noche"..., dije. " ¡Me dijo que ésa era justamente la razón por. la
que había ideado un sueño y quería verme hoy en la mañana! Quería que le pidiera perdón a
usted y que le dijera que su hija se casará con mi hijo", concluyó Iyer.
Apenas podía darle crédito a mis oídos. Vale la pena cultivar a este Baba, pensé.
Iyer pensó en la dificultad: cómo salir del embrollo del compromiso con la persona que
había descubierto para mí, en especial porque le había informado de las formalidades esa
misma tarde. Le aseguré que podía desviar su odio hacia mi cabeza. "¡Déjemelo a mí!", dije.
Corrí a casa para darle las buenas noticias a mi hija, mi mujer y mi madre. Envié a mi
vecino, un ex alumno mío, con una nota para el padre del novio descartado que decía:
"Recibí una carta de mi hijo en Calcuta que me obliga a posponer la celebración del
matrimonio de mi hija por un año más. Por ello, lamento informarle que la visita propuesta,
queda cancelada". Había fabricado una buena excusa.
Iyer ofreció llevarme con Baba. Este estaba en Bangalore, en el "bungalow" del
gerente comercial de los South Indian Railways, en Richmond Road. Llegamos allá
temprano, el viernes. Mi corazón latía con fuerza, porque estaba seguro que Baba me
concedería uno o dos minutos para que pudiera agradecerle que, sin que se lo pidiera,
hubiera intercedido en mi favor. Sin embargo, la duda creció. Yo deseaba saber si El
reconocería al Kasturi a quien pretendía conocer tan bien. De modo que me senté entre
algunos jóvenes del Instituto Indio de Ciencias, a quince yardas de distancia de donde hice
que se sentara Iyer. Baba estaba en la habitación interior, donde se cantaban bhajans. Me
había quedado para alguna sesión de bhajans en el Ashram de Ramakrishna, aunque no
tenía oído para la música, ni gusto por el frenesí. Pueden catalogarme como adicto sólo a la
actividad, al servicio. Oímos la campanilla de Arathi que anunciaba el término de los
bhajans. Mis vecinos me dijeron que Baba pasaría por la fila de devotos sentados, con la
llama de alcanfor sobre una bandeja de plata. ¡Cada uno podría, entonces, "calentarse las
manos"! Se detendría frente a cada persona. A1 pasar, podría ser que le dijera: "Ve hacia el
hall" a unos pocos. Me subió la temperatura mientras se iba acercando a mí. ¿Lo hará? ¿No
lo hará? ¡Oh, cuán tiernos son esos pies! ¡Qué brillo hay en esos ojos! Sonrió... ¡la sonrisa
del reconocimiento, de la bienvenida! ¡Habló! "Entra", en tamil.
Eramos como seis personas en el hall. Una a una nos fue llamando a una habitación
interior. Yo fui el cuarto. Cerró El mismo la puerta y estuvimos juntos. ¡Me dio una
afectuosa palmadita, como si yo hubiera sido un amigo perdido por mucho tiempo! Antes
de que pudiera encontrar las palabras que había planeado pronunciar, me preguntó: "¿Estás
contento de que haya elegido a ese muchacho? Deseabas que intercediera con Potti Iyer e

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hiciera que estuvieran de acuerdo. Perdiste un hijo, ¡pobrecillo! Este muchacho será tanto
un yerno como un hijo para ti. No te preocupes. Sé que en la Universidad no te han dado el
estatus que mereces. Muy pronto recibirás eso también. Tu anciana madre estará feliz
ahora..." "¡Te estoy agradecido, Swami! Se ha rehusado y me han llevado a lugares..."",
dije. "Lo sé'", respondió. " ¡Swami! Puesto que son tan devotos tuyos, me sentiría feliz si
permites que la boda se realice en Tu presencia, en Puttaparti'", le rogué. ";Bien! Puedes
hacerlo. Sólo quiero que tú y tu mujer, la que sabe mejor lo que se necesita, vengan a
Puttaparti y conozcan el lugar. Es una aldea pequeña. Tus amigos puede que encuentren que
el viaje es duro. Puedes organizar una recepción en esta ciudad, después de la boda",
sugirió.
Apoyó Su mano en mi hombro. Se paró frente a mí. Podía ver mi imagen en esos
ojos. "Haz la boda en Puttaparti. Ven y díme cualquier cosa que necesites. Y después de
retirarte de la Universidad, quédate conmigo. Puedes escribir mi Jiva Charithra (biografía)",
dijo. "¡¿Yo?!", balbuceé. "Sí. Yo te diré a quien consultar para los detalles... padres,
hermanos, parientes, vecinos, profesores, etc. Yo ayudaré también".
¡Era julio de 1948! Enmudecí de estupor. ¿Se trataba de una amonestación, una
observación irónica por denigrarlo, una clarificación, una broma por mi engreimiento como
escritor, una advertencia respecto a no solamente parlotear en semanarios, un llamado para
tomar mi destino por las astas?... Me empujó suavemente fuera de la habitación para admitir
a la próxima persona. ¿Lo pensaba realmente? ¡Yo!... ¿escribir un libro sobre El?
El caso de Arnold Schulman, veinte años después es, en líneas generales, similar al
mío. Estaba contento y hasta orgulloso de poder descartar "a los fanáticos religiosos de
Benares junto con toda la relación maestro discípulo hindú como en el mejor de los casos, la
dependencia sentimental entre neuróticos y, en el peor de ellos, como la sistemática
explotación de compulsivos psicopáticos". Había visto a Sathya Sai Baba en Whitefield.
Así es que fue la voluntad de Bhagavan el que volviera de nuevo hasta El, para
sacarle los anteojos. En Nueva York, Schulman desarrolló un deseo compulsivo de escribir
un libro sobre Sathya Sai Baba, deseo que era incapaz de alejar, de reprimir ni de
racionalizar. Su editor aceptó el libro, incluso antes de haber escrito la primera palabra. Su
mujer había sido misteriosamente curada de un nódulo en una mama. Solicitó el permiso de
Baba para pasar unos días con El.
Sin embargo, en la primera entrevista, semanas después de haber llegado a la India,
Baba le dijo: "¿Es que no entiendes? Te dije 'Escribe el libro' sólo porque te quería a ti.
¿Entiendes? A ti, no al libro. El libro es publicidad. Yo no necesito publicidad. Te quiero a
ti. Quiero tu fe. Quiero tu amor. Todos los que llegan aquí para verme piensan que lo han
arreglado así. Mas soy Yo el que lo arregla. Cuando el momento es el preciso, llamo a todos
los que me necesitan, para que vengan a Mí, cuando ellos están listos. De otro modo, nadie
puede llegar aquí para verme. Quiero tu alma, porque ahora es el momento en que dejes de
vacilar".
Yo también había vacilado. Yo también equivoqué la senda. Yo también era un
escritor y El también puso ante mí el cebo de escribir un libro para atraerme a Su Presencia.
Después de unas semanas más, le dijo a Schulman las mismas palabras que podía haberme
dirigido a mí durante mi primera entrevista. "Te preguntas por qué te he llamado hasta aquí,
en lugar de hacerlo con otras muchas personas, porque no te gusta lo que sientes por mí.
¿No es así? Y eso hace que te preocupe que te haya llamado".
Realmente me preocupó cuando me asignó la tarea de escribir Su vida, cuando
había miles que habían estado más que ansiosos por lograr esa maravillosa experiencia.

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Y cuando Schulman le pidió permiso para escribir un libro sobre El, le respondió:
"¿Qué es lo que sabes acerca de Mí? ¿Crees en Mí en la forma en que he dicho que debes
creer en Mí?" A mí me tomó doce años el aproximarme un poco al tipo de creencia que nos
pide tener, doce años de Darsan, Sparsan y Sambhashan. Y, aunque escribí el libro, con Su
permiso, en 1960 (permiso que concedió únicamente por Su compasión por mí) estoy más
consciente ahora, en el año 1982, de cuán poco sé de El...
¡Era demasiado bueno para ser verdad, demasiado dulce para tragarlo, demasiado
repentino para tenerlo en la mente! ¡Oh, los regalos que derramaba! ¡El matrimonio de mi
hija, la aceptación de mi pedido, el benevolente ofrecimiento de mejorar mi posición oficial,
la oportunidad de escribir un libro sobre Su niñez y Su juventud! Sí. No era un sueño, no era
una proyección de mis deseos, no era una alucinación producida por un subconsciente
confundido. "Fue un real consentimiento de Dios", dijo Iyer.
A unos pocos colegas que no iban a dudar de mi sanidad mental, les conté que
Baba, con un giro de Su voluntad ¡había creado un yerno para mí! Una ganancia incidental
aunque muy importante, fue que los padres del novio, en su leal aceptación del mandato de
Baba, olvidaron exigir dote alguna. Todos los planes que habían hecho para gastar la suma
que esperaban extraerle a alguna víctima boyante en dinero que tuviera una hija
adolescente, se hicieron humo en medio de la tormenta que había desatado la amonestación
de Baba.
En agosto de 1948, nos aventuramos, yo y mi mujer, a llegar hasta Puttaparti: un
viaje penosamente lento en tren hasta Penukonda, un pueblo malhumorado y perdido; tres
millas en una destartalada jutka tirada por un rocinante, hasta la terminal de buses; quince
millas de bus, en medio del polvo y en un enfermizo vehículo que apenas avanzaba, movido
por gas, y cuatro millas a campo traviesa en una carreta de dos ruedas, sin resortes,
arrastrada por un par de bueyes alimentados a latigazos. Finalmente, descendimos frente al
Mandir en donde residía Baba, para el canto de bhajans.
Un largo galpón, piso de losas, techo de latón corrugado, con un estrado en el
extremo oeste sobre el cual, apoyados contra el muro, había dos pinturas al óleo
representando al Sai Baba de Shirdi y al joven Sai Baba que había venido a rescatarme.
También se podía ver un ídolo de tamaño natural en papel maché pintado de Krishna con
la flauta.
Subiendo cuatro peldaños entramos a una galería con una habitación (de 8 x 6 pies)
en cada extremo. Se nos dijo que hacía como seis años que Baba utilizaba la habitación de
la derecha como vivienda. Siguiendo adelante, entramos en una sala en que podían sentarse
escasamente unas treinta personas para bhajans, frente a un santuario que tenía los bustos de
yeso de ambos Babas. Otro paso nos llevó a la galería trasera, con habitaciones a ambos
lados. El suelo era de losas de piedra y el techo de tejas de greda cocida.
Detrás, quedamos en un pequeño patio cuadrangular de 20 pies de lado, con una
hilera de estrechas habitaciones con el techo de media agua hacia la izquierda, un pozo en la
esquina adyacente a la última y una estructura como una terraza ante nosotros. Susurrando,
nos dijeron que Swami estaba allí, en la pequeña habitación a nuestra derecha. ¿Y para qué
es la mitad de la izquierda? "Ese es el baño de Swami", fue la respuesta. En la esquina
opuesta, en el lugar del pozo, se levantaba un feo galpón, en el que funcionaba un
"generador" para iluminar el Mandir los días de Festival. A lo largo del muro encontramos
una serie de improvisadas cocinillas armadas por los visitantes, en que se encendía fuego
con ramas secas recogidas en los campos. Las habitaciones que vimos a nuestra izquierda,
eran las cocinas usadas por los pocos residentes.

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Dejamos nuestros paquetes cama y cajas junto al muro del galpón exterior, en
donde se realizaban las sesiones de bhajans. Apenas estiramos nuestras piernas y nos
refrescamos con sorbos de agua, cuando Swami apareció frente a nosotros y ¡se sentó sobre
uno de los paquetes cama! Ambos nos sentamos frente a El en el suelo, a cierta distancia,
pero insistió en que nos acercáramos. Unas ocho mujeres y cuatro hombres se habían
sentado silenciosamente detrás de nosotros y a nuestro lado, para compartir la presencia.
¿Podía ser éste el Mahapurush al que me hubiera traído mi gurú Mahapurushji? O, como lo
jura Potti Iyer, ¿era El la encarnación, en la región telugu del Sai Baba de Shirdi? Podía,
lanzando suaves rayos de sol con el brillo de Sus ojos, hablar por teléfono desde Madras: "
¡Eh tú! Acepta este vibhuti; aplícatelo y estarás curado". ¿Y hacer que caiga un puñado de
ceniza desde el auricular del receptor, en Bangalore, a doscientas veintidós millas de
distancia? La mujer del Gerente Comercial le había relatado este episodio a Iyer. Ella fue
testigo de este "milagro" telefónico.
Baba me hizo las preguntas preliminares usuales. Luego habló en telugu acerca de
la importancia de las peregrinaciones hasta los lugares sagrados, mas yo estaba demasiado
distraído como para absorber el propósito de Sus palabras. El piso común, las murallas
polvorientas, los manchones marrones en el estrado, los anacrónicos ídolos astrológicos en
el rincón suroriental de las Nueve Deidades Planetarias, los delgados pilares de madera que
sostenían el techo de hierro, las losas de piedras que cubrían como puente la canaleta entre
el galpón y la casa y, en medio de todo esto, el joven fenómeno Preceptor Profeta, sentado
sobre mi ropa de cama... Me sentía aplastado por la incongruencia y el misterio, la
potencialidad y la promesa de este Dios de veintidós años.
No me convencía que hubiese nacido en 1926. Sentía que debía haber sido más
cerca de 1932. El ancho y suave rostro, la amplia frente, las orejas ocultas en el magnífico
halo de oscuro cabello sedoso, la nariz cincelada con perfección iconográfica, los dibujados
labios que revelaban, cuando sonreía provocando a alguien sobre algún absurdo con una
broma, los bordes de sus dientes blancos... Veía por largo rato ese rostro, dondequiera que
mirara. ¿Y los pies? Asomaban por debajo de su dhoti de seda roja, asombrosamente
tiernos, marfileños, cruzados con trazos y lazos rojos y azules. ¿Podían ser éstos los imanes
que atraían a estos hombres y mujeres sentados ante El, desde cientos de millas de
distancia? Todos ellos habían abandonado a los gurúes a los que adoraban, las tumbas de
sus santos y los templos de sus dioses, tan sólo por la dicha de tocar esos pies. Me atreví a
tocarle los dedos y, cuando soportó la insolencia en silencio, me aventuré a presionarlos
débil y suavemente. Ni los guijarros y pedruzcos, la arena, la tierra y las espinas de los
cerros y valles alrededor de Puttaparti habían endurecido esas plantas. La palma de mi mano
me concedía emoción tras emoción.
Cuando las personas en torno a mí emitían risitas ahogadas o reían abiertamente
ante alguna salida ingeniosa de Baba, también yo sonreía o reía, aunque no podía captar el
leve pinchazo de censura, la agudeza o el reproche que Baba entretejía en Su charla. Mi
telugu era demasiado incipiente como para penetrar en las lecciones envueltas en deleite.
Todavía estaba en la etapa de no comprender los modismos del idioma, la cual es,
evidentemente, la que debe preceder a la comprensión. Baba se levantó repentinamente,
entró a la sala de oración y siguió hacia el patio, dobló a la izquierda y entró a una de las
cocinas. Había una señora en ella, conocida como Bhajan Krishnamma de Masulipatam. El
hermano de Baba, Seshamaraju, tenía allí a un cuñado (el hermano de su mujer). Era
funcionario de una agencia de seguros. La ciudad estaba en la costa de la Bahía de Bengala
a ochocientas millas de Puttaparti. Krishnamma y sus hijos (un ingeniero, un director de una

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escuela agrícola y un niño sordomudo) habían llegado con nosotros, uniéndosenos a medio
trayecto. Ella había sido testigo de muchos incidentes milagrosos: agua de mar
transformada en dulce leche, Baba flotando sobre las olas y manifestándose como
Mahavishnu. Decidió entonces, pasar el resto de sus años en Su presencia inmediata y
rechazando las objeciones de sus dos hijos mayores, viajó a Puttaparti con el menor
minusválido. También encontré a una madre con su hijo impedido por la polio y a un padre
a quien Baba había salvado cuando estaba al borde del suicidio. Unas pocas personas habían
escuchado el llamado de este nuevo Shirdi: "Vengan a Mí todos ustedes que trabajan y que
llevan pesadas cargas, Yo les refrescaré". También había algunos visitantes casuales
atraídos por la curiosidad. Me confiaron que aún tenían que comprobar lo genuino de las
historias que hacían circular los devotos.
Baba pidió un almanaque. Un hombre voluminoso, quien era, como supe más
tarde, el Inspector General de Prisiones de la Presidencia de Madras, desapareció
rápidamente, trayendo, minutos después, el Calendario Astrológico del año lunar telugu
actual. "Voy a elegir un día y una hora auspiciosos", me dijo Baba. Aprecié Su apego a la
tradición pero me pregunté cómo había aprendido a coordenar e integrar los diferentes
factores planetarios, positivos y negativos, como para decidir qué día y qué hora eran los
más auspiciosos para una boda. Mientras El hojeaba el almanaque, me atreví a sugerir que
se me diera tiempo como para asegurarme el financiamiento necesario. Me advirtió en
contra de las extravagancias: Me dijo que en Puttaparti no había necesidad de impresionar a
nadie con pomposidades exhibicionistas o consumos conspicuos. "No pidas un préstamo.
Deja que el matrimonio sea tan simple como sea posible. Yo te daré toda la alegría que
esperas", me aseguró.
Baba me dio dos semanas completas para comprar las joyas y saris para la novia y
los presentes de bodas para familiares y parientes. Anunció que el día ideal sería el décimo
del Festival de Dasara. Esto nos dio una inmensa satisfacción, porque sabíamos que era una
fecha sagrada que celebraba el triunfo del Bien sobre el Mal. Cualquier hora de ese día sería
ciertamente auspiciosa. Durante Dasara es adorada, en todo el país, la Madre: durante tres
días como Protectora, durante otros tres como Proveedora y como Preceptora durante los
tres últimos. También estábamos seguros de que habría un gran número de devotos el Día
de Vijayadasami en el Mandir. Imaginé, entonces, que la boda sería presenciada por una
sala llena de personas que le desearían todo lo mejor a la pareja.
Baba nos llevó unos pasos fuera del galpón techado, la plataforma con la planta de
tulsi y el santuario planetario, hasta un espacio de terreno abierto. "La boda se realizará en
ese galpón; los comestibles se pueden servir allí mismo. Aquí, junto a este muro, estará la
cocina", dijo. "Haré que se prepare una zanja larga y angosta que servirá de fogón. Los
recipientes se pueden colocar atravesados y la leña arderá debajo. Habrá sombra, no teman".
Había sabido que era escaso el combustible para los aldeanos y me aventuré a expresar mis
temores. "Le pediré a alguien que se procure una provisión", dijo. Luego le mandó un
recado al padre para que viniera al lugar en que estábamos.
Se encontraba en las "tiendas" que administraba, en el primer recinto de bhajans
(de 8 x 6 pies), adyacente a la casa ancestral, en el extremo occidental del camino, al otro
lado del Mandir. Los peregrinos y el resto recurrían a estos "almacenes" para el arroz, el
ragi, el azúcar de palma, el kerosene, aceite comestible, cebollas, jabón, fósforos, etc.
Contaba con un pequeño stock de saris y de ropa de hombre, como también de artículos
para niños. A la izquierda de los "almacenes" se encontraba la cabaña del centenario abuelo,
el venerado Kondamaraju.

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Mientras observaba las polvorientas calles, las ruinosas techumbres de paja, el
flaco ganado y el ruidoso alboroto de las peleas infantiles, me preguntaba cómo esta aldea
de Puttaparti podía haber sido el lugar de nacimiento de Baba, el que se elevaba en estatura
por encima de todos sus habitantes, por encima de sus profesores en las escuelas e incluso
por encima de monjes y eruditos de renombre atraídos a Su presencia, ya sea por la
curiosidad o animados por el estúpido deseo del desafío. Baba se había declarado a Sí
Mismo como el Sai Baba de Shirdi, venido de nuevo para continuar y terminar Su misión.
Me asombraba que un niño criado en este poblado, rodeado por colinas que lo aislan del
mundo circundante, pudiera alegar identidad con un Fakir sepultado en su tumba años antes
que este Baba apareciera en la Tierra. En Shirdi hablaba marathi e hindi. Se dejó ver cuando
tenía dieciséis años de edad, anunció que vendría ocho años después de dejar ese cuerpo. ¡Y
encontré en el Mandir a una familia, devota desde hacía mucho tiempo del Sai Baba de
Shirdi! Me sentía abrumado por el misterio y afligido por la duda, mientras estaba allí, de
pie frente a Baba, esperando la llegada de su "padre".
El padre llegó prontamente al ser llamado. Noté que no se sentó en presencia de
Baba, aunque al llegar, éste estaba sentado sobre una cama enrollada, con algunos de
nosotros sentados en el suelo frente a El. El padre era delgado y de apariencia tal que podía
pasar desapercibido, pero su persona irradiaba afabilidad y generosidad. Cuando nos vio a
mí y a mi mujer (recién llegados) su rostro se iluminó en una cálida bienvenida. Llevaba un
dhoti en torno a la cintura que le llegaba a sólo un pie por debajo de la rodilla, además, una
ajustada camisa sin mangas. El pelo largo, algo ralo sobre su frente, lo llevaba atado en un
nudo en la nuca. En los lóbulos de las orejas, llevaba botones de oro con gemas que
brillaban cuando movía la cabeza.
Baba le dijo que yo volvería de Bangalore con un grupo de unas treinta personas,
para celebrar la boda de mi hija el Día de Vijayadasami. "Deberás procurar las provisiones,
vegetales y frutas que él pueda requerir. Provéelo de todo lo que necesite". Volviéndose
hacia mí, dijo: "Otros entregan una lista de lo que quieren y pagan por anticipado para que
él pueda traer los artículos desde Dharmavaram o Hindupur. Tú, empero, puedes recurrir a
su mercadería cuando lo necesites y pagar cuando tu grupo se marche".
El padre contestó "Sí" y se fue. Sentí que estaba en un mundo patas para arriba. En
otros centros espirituales que había visitado, aunque la administración estaba centrada en un
santo individuo, había otros, usualmente el padre o el hermano, tío o sobrino, marido o
madre, que se hacían los importantes y lo manipulaban todo. ¿En dónde estaban aquí los
hermanos y hermanas, la madre y el padre? No podía ver sino buscadores, suplicantes y
sadhakas. Nadie proyectaba una sombra o tiraba de una cuerda en su mano. Baba lo era
todo, todo en todo.
Seshagiri Rao, ex inspector sanitario empleado por el gobierno de Mysore, era la
persona encargada de preparar el galpón y el estrado de Puja para las sesiones de bhajans.
Los bhajans de la tarde empezarían a las seis en punto. De modo que vimos un flujo de
hombres y mujeres llegando con guirnaldas de flores y gruesos manojos de tulsi. Baba los
tomaba en sus manos y los lanzaba revoloteando para que fueran a caer alrededor de la
cabeza del ídolo de Krishna situado entre los retratos de ambos Babas. El se sentó en la
alfombra, frente al ídolo. A los pocos minutos llegó apresuradamente su hermana,
Venkamma, y tomó asiento al lado de las mujeres, cerca del santuario. Baba cantó un
bhajan, verso tras verso, con la más dulce de las voces humanas. Todos repetíamos los
versos después de El. Eramos como cuarenta personas en total. La hermana cantó el

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próximo. Su voz también era embelesadora y extraordinariamente genuina al comunicar los
anhelos del alma.
Yo estaba sentado allí, preguntándome ¿por qué Baba dirigía el bhajan, cantando
sartas de nombres para que los repitieran los devotos aficionados, sentados detrás Suyo? Mi
vecino me susurró que Baba estaba cantando sus propias composiciones sobre Sí mismo y
que Venkamma era su primera y mejor alumna entre los jóvenes de Kuppam, Karur,
Trichinopoly, Madras y Bangalore. Tranquilicé a mi mente agitada por la duda, afirmando
para mí mismo que Baba solamente nos enseñaba a rezar, como una madre le enseña a
hablar a su hijo, canturreando sonidos, inclinando su rostro hacia la criatura en su regazo,
para que pueda aprender a repetirlos.
De hecho, Su misión avatárica es la de despertarnos a la concientización de El en
nosotros y a nuestro alrededor. "Rara cosa lastimera y fútil", nos dice, mientras dormimos el
sueño de la inercia. "¡Oh, inocentísimo, cieguísimo, debilísimo! ¡Yo soy Aquel a quien
buscas!" El nos guía con majestuosa insistencia hacia la Morada de la Paz Suprema,
Prashanti Nilayam. Se empeña en salvar a los que permanecen en la Presencia, los que se
extravían alejándose o los que vienen a quemarse en Su Luz de Sol. Escribe "Oraciones"
para cada individuo distinto, para sublimar sus ansias y desinfectar sus carencias peculiares.
Tengo conmigo algunas de estas "Oraciones". Me atreveré a revelar el contenido de tres de
ellas que me fueran dadas, benevolentemente, el día de Su Cumpleaños, en el año 1959 y,
como parte de las Bendiciones de Año Nuevo, en 1960 y 1962. Son muy por el estilo de los
bhajans, sólo que la agonizante sed del sí mismo por el Sí Mismo Superior, encerrada en
frases como "Krupa Karo, Bhagavan" (concede misericordia, oh Señor) o "Darusana dee jo"
(bendíceme con la visión de Ti), es elaborada aquí en un ruego por la Gracia y una
afirmación de Fe.

¿Dejarás, mi Señor, de sostenerme?


No lo harás, no lo harás,
no me soltarás
por muy malo que yo sea.

¿Dejarás, mi Señor, de sostenerme?


No lo harás, no lo harás
no dejarás que me destruya,
por muy torpe que yo sea.

¿Dejarás, mi Señor, de sostenerme?


No lo harás, no lo harás,
no me dejarás huir
por muy caprichoso que yo sea.

¿Dejarás, mi Señor, que me escape de Tu mirada?


No lo harás, no lo harás
no me dejarás escapar
por muy desobediente que yo sea.

No puedes sino correr a rescatar lo Tuyo,

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No puedes demorarte viendo pros y contras,
No puedes ser indiferente cuando lloramos,
No puedes sino responder a las plegarias de los desdichados.

A comienzos de 1960, recibí la siguiente oración compuesta por El y escrita de Su


puño y letra en una tarjeta de saludos. Para aumentar la alegría de recibir esta joya, Swami
mandó la tarjeta con alguien, para que la pusiera en el correo en Bukkapatnam, a cinco
millas de distancia, aunque el destinatario estaba en Su Presencia, en el mismo Prashanti
Nilayam. Cuando el cartero entregó la Bendición junto con otra correspondencia, la
sorpresa, la emoción, la gratitud y el anhelo de expresárselo directamente a El, me dejaron
incapaz de hablar o de moverme.

Creo firmemente que no hay nadie más bondadoso que Tú,


para derramar Gracia sobre mí.
Dime, ¿no es ésta la razón por la cual estoy a Tus Pies de Loto?
Creo firmemente que vas a responder cuando rezo y suplico.
Dime, ¿no es ésta la razón por la cual estoy clamando a viva voz por Ti?
Creo firmemente que Tú estás siempre junto a mí para guiar rectamente mis pasos.
Dime, ¿no es ésta la razon por la cual soy Tuyo durante el día y la noche?
Creo firmemente que jamás puedes decir "No", sin importar lo que te pida.
Dime, ¿no es ésta la razón por la cual anhelo una mirada Tuya?
¿Cuáles Tu designio para mí, esta vez?
¿Por qué esta terrible demora en entregar Tus dones?
Aunque sea mucho el tiempo que me hagas esperar y llorar, no me marcharé.
Me quedaré tranquilo aquí hasta que Tus amorosos ojos se vuelvan hacia mí.

P.S: "Kasturi, comienza el Nuevo Año con la anterior oración". Y las Bendiciones
y Dones se sucedieron en abundancia, porque escribe: "Dotado de larga vida y firme salud,
rodeado por hijos, nietos y amigos, sigue embebiéndote de alegría a través del Bhakti y el
Jnana. Te bendigo para que tus días pasen en el servicio de Sarveswara, el Señor de todos,
para que vivas tu vida en paz y felicidad abundantes. Baba"
Noten la infinita compasión y la exhortación insistente para hacer el bien y para ser
bueno.
Permítanme compartir con ustedes otra oración que Baba compusiera para mi uso y
que enviara por el correo de Prashanti Nilayam, dirigida a mí en el mismo Prashanti
Nilayam, para darme una agradable sorpresa, el 23 de noviembre de 1962, día de Su
Cumpleaños.
En la esperanza de que Tú me has de guiar en este día o el siguiente, espero Tu
llamado uno y otro día. En la esperanza de que des darshan, pero temiendo que no lo hagas,
me mantengo alerta hora tras hora.
En la esperanza de que vengas directamente hacia mí, en este mismo instante, estoy
observando y rezando en todo momento. En la esperanza de que me has de sonreír, aunque
sea el último y no el primero, te miro anhelante, con ojos sedientos.

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Firme me mantendré y me quedaré, con gran tristeza, hasta que sí despunte el día
de mi dicha. ¡Soy Tuyo, soy de Ti, aunque esté exiliado, amado Padre mío! ¡Sana, por
favor, a Tu hijo!
Aquellos de nosotros que recibíamos tal sorpresa, muy pronto corríamos a Su
presencia para ponernos a Sus Pies. Baba compartía nuestra alegría y, tomando las cartas de
nuestras manos, nos enseñaba a recitar la oración y explicaba los sentimientos que pulen
nuestras mentes cuando le dirigimos nuestras plegarias. Nos solía decir que la oración no
necesita ser ni unción ni erudición. No era sino una conversación con Dios. Ramakrishna le
rogaba a Kalimatha: "Rézate a ti misma en mí. Enséñame a buscarte". Cuando recitamos
estos poemas dados por El o cantamos los bhajans a coro, El pone en nuestra boca a través
de nuestro oído: "El se está rezando a Sí Mismo en nosotros" o, más bien: "Nos estamos
rezando a nosotros mismos, porque El es el Sí Mismo que somos".
Después de los bhajans, el Arati, el rotar la fragante llama de alcanfor, hasta que se
consume por completo, sin dejar cenizas; Baba sostenía el plato de plata sobre el que ardía
el alcanfor y lo movía en círculos frente al ídolo de Krishna y los retratos de los Babas, por
todos nosotros, en tanto que los devotos entonaban un canto a El. Como en Bangalore, Baba
trajo el plato con la llama por el pasillo abierto entre hombres y mujeres, para que todos los
presentes "se calentaran las manos". No pude sino echarle la culpa a Seshagiri Rao por esta
incongruencia. Podía haber persuadido a Baba de permitirle a él traer la llama, en lugar de
confiarle esta rutina al Maestro.
Potti Iyer me había contado que Baba, estando aún en la escuela, a los catorce años,
había tirado un día todos sus libros y se había marchado de su casa, para ir a sentarse en un
jardín. Se sentó sobre una roca que sobresalía un poco del terreno, rodeado por la gente que
lo había seguido. Les pidió, por medio de un potente nuevo canto de bhajan, que adoraran
Sus Pies, los Pies del Gurú (!), con fe en sus corazones, porque esa adoración podía
salvarles de la rueda de nacimiento vida muerte a la que estaban atados.
Y ocho años después, en Bangalore y en Puttaparti, le encontré enseñándole la
misma lección a la gente de allí, a través de bhajans. Sin embargo, ¿por qué realizaba la
insignificante tarea de hacer girar la llama y de presentársela a los devotos reunidos? Se
anuncia a Sí mismo como el Confortador y el Liberador y, al mismo tiempo, asume las
rutinas del ritualismo. En Puttaparti, este interrogante me salía al paso fuera donde fuere que
me volviera.
Entretanto, el venerable abuelo Kondama Raju, llevando muy erguida la sabiduría
acumulada por ciento ocho años, entró al Mandir. Baba no se mostró ni contento ni
preocupado. Se me dijo que era un visitante frecuente. Cuando los devotos emplearon la
expresión "para presentar sus respetos", levanté las cejas indicando duda, pero me
aseguraron que su interpretación era correcta, porque se la habían escuchado al anciano, que
mostraba su dicha, porque una persona divina había aparecido en su familia de Ratnakaram.
"Ratnakaram" significa el Océano con Corales y Perlas. "Ahora ha producido una
gema celestial", decía con los ojos húmedos. Narraba el sueño en el que la Divina Consorte
de Sri Krishna, Sathyabhama, se le apareciera, pidiéndole construir un lugar en el que Ella
pudiera reposar, y explicaba que Sathya había nacido con Hermosura, Sabiduría y Poder
Divinos, debido a las bendiciones logradas al cumplir con este deseo suyo. También
hablaba, con lágrimas de alegría corriéndole por las mejillas, acerca de un santo, un monje
que había cortado toda atadura y que vagaba, libre como el viento, en los dominios de Dios,
un Avadhootha a quien él llamaba Venka, un antepasado no muy lejano. "Este nieto

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también es un Avadhootha, mas El está en el mundo para el mundo", me dijo. Caí a sus pies
y le supliqué sus bendiciones para mi hija, rogándole que estuviera presente en su boda.
Consumiendo algunas frutas traídas de Bangalore y algunos pedazos de pan, nos
quedamos un tiempo en el galpón. Luego vimos personas que llevaban sus paquetes cama
hacia el patio de atrás. Hicimos otro tanto. Encontramos un catre de hierro ubicado en el
centro del cuadrángulo, con anchas bandas de algodón atadas como trama y urdimbre.
Alguien puso una cama encima. Las mujeres tenían sus colchones en el suelo, hacia la
derecha del catre y los hombres, hacia la izquierda. Baba salió de Su habitación y se tendió
en este camastro. Seshagiri Rao era el que tenía su cama más cerca de Baba. Los demás
hombres y mujeres estaban a algunas yardas de distancia. El cielo se había sacudido las
nubes, las estrellas tenían una clara visión de Puttaparti, del Mandir y del Baba en medio de
nosotros. No pudimos dormir... la proximidad de Baba resultaba desconcertantemente
estimulante. Se nos dijo que rara vez duerme, que visita en sus sueños a personas de lugares
muy distantes. Algunos juraron que esa noche tuvieron ese sueño. Nos consideramos como
inferiores, puesto que no habíamos tenido sino unos sueños cuestionables, aunque
estuviéramos tendidos en ese mismo cuadrángulo, a sólo unas cinco yardas de distancia.
Temprano, al día siguiente, fuimos hasta la casa de la hermana Venkamma, para
presentarle nuestros respetos a Eswarama, la madre de Baba. Potti Iyer me había pedido que
no dejáramos de verla. Cuando Baba había abandonado el hogar, Eswarama corrió a
Uravakonda, pero El se había referido a ella como Maya (ilusión engañosa). Pese a ello,
Baba había accedido a su deseo de residir en Puttaparti mismo y de desechar los planes para
buscar otros lugares como centros para Su Misión de Avatar. Puttaparti se había convertido
en un lugar santo, gracias a su deseo. Fue por eso que Potti Iyer insistió en la necesidad de
expresarle a ella nuestra gratitud.
En esta historia vi la verificación del versículo del Gita en donde Krishna habla de
Maya como de "Mi Maya". Encontramos en ella a una mujer curiosa y considerada, simple
en sus maneras y espontánea en su amor. La hice feliz cuando le conté cómo Baba había
determinado la boda y que volveríamos durante basara. Al oír estas novedades, su alegría
fue realmente sincera, porque siempre recibía a los devotos de su hijo con afecto maternal.
Por ella supimos que el hermano mayor de Baba se encontraba en Dharmavaram, a 25
millas, enseñando telugu en la escuela secundaria y que su hermano menor estaba siguiendo
un tratamiento en Madras por una afección pulmonar.
A la mañana siguiente, cuando mi mujer se acercó a Baba y pidió permiso para
irnos, Este protestó afectuosamente: "Quédense este día. La hija no debe dejar el hogar de
su madre un viernes", le dijo. "¿El hogar de su madre? ¿Qué bendición era esa?", me dijo mi
mujer. Esa tarde, hacia las cuatro, supimos por qué había pospuesto nuestra partida. Todo el
lugar bullía de excitación. Baba había propuesto que la sesión de bhajans se llevara a cabo
en las arenas del Chitravathi. Nos preparamos para seguir a Baba. Le estaba hablando a dos
recién llegados de Madras: una persona que tenía un lucrativo criadero de perros de raza y
un exportador de losas para sepulcros, sobre tópicos que no quise escuchar ni casualmente.
Por último, Baba les preguntó: "¿Dónde nos sentaremos?" Uno de ellos apuntó hacia un
sitio en que las arenas brillaban de limpias. Todos nos sentamos allí, en torno de El.
Durante los bhajans, observé que el círculo se iba estrechando cada vez más,
porque los devotos, de a poco, se iban acercando a Baba. Le pregunté acerca del por qué a
mi vecino, y su respuesta me dejó profundamente intrigado. Creían que Baba podría crear
algún sagrado regalo para alguien de entre nosotros, sacándolo de la arena y no querían
perder de vista el milagro. El bhajan terminó abruptamente cuando Baba hizo girar Su

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mano. Le hizo señas a Seshagiri Rao para esperar, cuando estaba a punto de sacar una
cerilla para encender la llama de alcanfor.
Entonces se produjo el milagro, justo frente a cincuenta pares de ojos. Baba le
pidió al hombre de Madras que amontonara arena frente a El, hasta una altura de un pie. No
me era posible adivinar el propósito. ¿Iba a sentar a uno de los niños sobre él o iba a jugar
con la arena? Baba, sin embargo, alisó la parte superior hasta nivelarla, murmurando de
manera audible a todos: "¿Ven? Me gusta la arena. ¿Quién puede sentarse en la arena sin
querer jugar con ella?" Y entonces, mientras mirábamos casi sin respirar, dibujó un gran
círculo con el dedo, un óvalo aplastado apoyado en él, dos líneas a los lados y otros dos
dibujos redondeados debajo de ellas, diciendo, con una risita ahogada: "Me gustaba dibujar
en la escuela. Al profesor le gustaban mis dibujos". "Si ésta es la muestra de su talento, no
puedo felicitar al profesor por su buen juicio", pensé para mis adentros. Baba habló:
"Ganesha ha venido. ¿Ven? Esta es la panza, éstas las patas. Está listo". Metió ambas manos
en el montón de arena ¡y extrajo un Ganesha de plata sólida, brillante y bello, de diez
pulgadas de altura y correcto hasta en el más mínimo detalle de la ortodoxia iconográfica!
Me llevó largo rato recobrarme. Lo llevó en brazos y lo acercó a cada uno de los presentes
para que lo viera, mientras alguien lo iluminaba con una linterna. Luego, retomando su sitio,
tomó un puñado de arena y lo vertió lentamente sobre una bandeja. Lo que cayó en ella ya
no era arena, sino caramelo cristalizado. "Esto es para todos ustedes", dijo. Creo que el
Ganesha se lo regaló al entusiasta criador de perros. No lo puedo asegurar, porque los
devotos lo rodeaban cuando se puso de pie. Regresamos al Mandir, mientras un devoto
alumbraba la senda con una lámpara de gas. Durante todo el camino, Baba los hacía reír.
Me sentí pequeño, puesto que al no saber telugu, no podía responder como los demás.
A la mañana siguiente se nos permitió partir, aunque no estábamos de ánimo como
para regresar. La carreta de bueyes que contratamos para llevarnos de regreso a
Bukkapatnam, le pertenecía a un joven de la misma edad de Baba, cuya casa era vecina a
aquella en que naciera Bhagavan. Quedaba encerrada entre este sagrado hogar y la de varios
pisos del Karnam, la que dominaba el chocerío circundante, al igual que un halcón
cerniéndose sobre un nido de palomas. Kesava, que era su nombre, se entusiasmó al vernos
ansiosos por prestarle oídos a sus relatos sobre la infancia y la niñez de Baba. Los fue
deshilvanando hasta que llegamos a Bukkapatnam y hasta que llegó el bus que nos llevaría
a Penokonda. Había sido uno de los alumnos del Gurú, es decir de Sathyanarayana Raju o,
resumido, Sathya. Eran unos doce que crecieron juntos desde la edad de tres o cuatro años,
cuando ya podían retozar en las calles. El formó parte del grupo de bhajan de chicuelos,
reunido y dirigido por Sathya, quien le enseñaba cantos para Vittal, la deidad instalada en
Pandharpur, en el Estado de Mararashtra, adorada por los Marathas, los Andhras y
Kannadigas. Kesava nos contó que cuando una mortal epidemia de cólera asoló el distrito,
en 1935, Puttaparti no fue afectada. La gente lo atribuyó a la Gracia del Dios de
Pandharpur, Vittal, invocado por los niños que cantaban bhajans por las calles de la aldea.
Kesava nos dijo que Sathya, su líder, era en verdad Tukaram, Namdev, Gorakumbar, Sakku
Bai y otros famosos santos de Pandharpur, todos juntos en uno. Por eso, dijo, Vittal no
permitió que el cólera entrara en la aldea en que el grupo de Sathya se dedicaba al bhajan.

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¡Me sorprendió la coincidencia! Las cosas me parecían cada vez más
curiosas en Sai Baba landia. Había leído un libro acerca de Sai Baba de Shirdi en
el que Dhabolkar, el autor, menciona que el primer milagro que le indujo a
perpetuar a Baba en la memoria humana a través de. su libro Soi Sathcharitha,
fue el que "¡Sai Baba mantuviera al cólera fuera de los límites de la aldea de
Shirdi!" Un día vio al Shirdi Baba moliendo trigo para harina. Mientras estaba
observando, cuatro osadas mujeres de entre la multitud ubicada frente a la
mezquita de Dwarkamai, se abrieron paso hasta la piedra del molino manual y
tomando el mango de las manos de Baba, continuaron el trabajo cantando
canciones sobre sus milagros. Cuando terminaron la molienda, dividieron la
cantidad de harina en cuatro montones para llevárselos consigo a casa. Sai Baba
se puso furioso. Gritó: "¡No van a robarse esto! ¡No es la propiedad de su
abuelo! (Una expresión también usada frecuentemente por Sathya Sai Baba.)
Tomen esta harina y vayan derramándola alrededor de todo el límite de esta
aldea". Ellas lo hicieron tal como lo ordenara y el cólera no se atrevió a cruzar la
banda protectora de harina que rodeaba las casas de Shirdi. Dhabolkar (apodado
"Hemadpant" por Baba en Shirdi) escribe en el So¡ Satcharitha: "Este incidente
es inexplicable. Debería escribir algo al respecto y cantar de todo corazón los
lilas de Baba". Y fue así que llegó a escribirse Su historia.

Cuando Kesava nos contó cómo se había dejado fuera de Puttaparti el cólera,
gracias al grupo de bhajan Pandarí, sentí que el Sathya So¡ Satcharitha que él me había
asignado estaba siendo inaugurado por un lila idéntico, debido a que este Baba era aquel
Baba, venido otra vez.
Kesava nos contó que el coro de bhajans de Sathya era invitado a caminar por las
calles de muchas aldeas en los alrededores de Puttaparti, invitaciones a las que Baba accedía
con entusiasmo. Ni siquiera esperaba que llegaran carretas para transportarlos hasta los
aterrorizados poblados. Según Kesava, su política era la de: "Nos necesitan, vamos". Aldeas
situadas a cuarenta millas de distancia, como Penokonda e Hindupur, también requerían de
las curativas vibraciones de la voz de Baba. Kesava confesó que el trayecto hasta
Penukonda (dieciséis millas) había sido muy penoso, pero que, de ahí en adelante,
disfrutaron de su primer viaje largo en bus, que los llevó hasta la ciudad de Hindupur.
Cantaban cantos a Vittal como:

Vengan, vamos al Santuario de Pandari


en donde está Víttal parado sobre ásperos ladrillos.
El camino es largo, la meta es Dios:
yendo más rápido, antes llegamos.
Cantando hacemos más corto y fácil el camino.

Kesava dijo que le cantaban también a un "Saideva" que, como pensaban, era un
nombre que su Gurú Sathya, le daba a Panduranga. Sin embargo, personas de Hindupur les
habían dicho: "Hemos oído de un Sai Deva o Sai Baba que vivió y murió en un lugar de la
región de Pandharpur". Le rogamos que nos cantara también esa canción y,
afortunadamente, la memoria de Kesava era muy fiel:

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¡Sálvanos, oh Sai! No hay Dios más bondadoso que Tú.
Estoy sumido en el error, estoy trabado en el mal;
no encuentro ayuda y busco Tu Gracia.
Húndeme en la leche o húndeme en el agua,
no me alegraré. No me quejaré.
Has venido entre los hombres en la Era de Kali
para liberarlos de las cadenas que se han forjado.
¿Pueden sondear Tu Gloria los débiles indiuiduos?
¡Les parece una rareza y una locura!
Cuando te adoro con firme fe,
como Avatar real de Dios en la Tierra,
estás siempre a mi lado, para sanar y para salvar.

Cuando entré en la Sala Común de la Escuela Central en Bangalore, después de mi


peregrinación a Puttaparti, mis colegas, que de algún modo se habían enterado de esta nueva
lealtad mía, me recibieron con miradas de curiosidad, con sonrisas despectivas y suspiros de
compasión. Yo también los enfrenté con compasión, porque eran incapaces de desechar sus
tejidos mentales favoritos y deshacerse de sus duros quistes intelectuales, santificados por
venerables testimonios de oídas. Yo mismo había despertado a medias de mi sopor
dogmático. No había logrado reajustar mis anteojos como para atisbar por detrás de los
prejuicios que por tanto tiempo había acariciado. El entender a Baba exige de una
reevaluación revolucionaria de valores, de nuestros criterios favoritos de relevancia y de los
parámetros de juicio. Yo mismo no me había recuperado del asombroso impacto del
Fenómeno. Entonces, cómo podía esperar que me congratularan los que son obstinadamente
ciegos al "ultravioleta" y al "infrarrojo" del espectro de la conciencia humana, por mi
estimulante escapada hacia lo esotérico y lo eterno en Puttaparti. Sólo les hablé acerca de la
boda y de la afectuosa consideración que me había mostrado este "Mesías de Andhra".

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CASADO DE POR VIDA

Cuando se acercaba Dasara, Parameswara Iyer me vino a ver con más frecuencia,
porque sentía que era su deber el guiarme. El rol usual de los padres del novio es mucho
más distante y autoritario. Los padres de la novia deben tratarlos como superbendecidos
beneficiarios de la Gracia, cuyo incontestable derecho era ser tratados como dueños
enviados desde el cielo de la progenie masculina. Tanto ellos como sus parientes pueden
cancelar la boda y llevarse al novio, sobre la base de cualquier pretexto antes de que el
crucial y final rito védico se haya llevado a cabo hasta su término.
De hecho, mi propio tío se había sentido ofendido cuando el padre de la novia,
obviamente amoscado, le regaló un paraguas de marca barata a su hijo, el novio, al iniciar
su simbólica "caminata hacia Benares", uno de los ritos preliminares básicos que ejecuta,
antes de aceptar a la novia. ¡El tío nos llamó a todos con gran enojo y también a su hijo,
para que nos fuéramos a la estación del ferrocarril! El padre de la novia trajo rápidamente
un artefacto antisol y lluvia más costoso, y cayó a los pies de mi tío emitiendo excusas por
docenas. Nos quedamos y la boda del hijo del tío se llevó a cabo.
Por eso, le agradecía a Baba concederme, no sólo un novio deseable, sino también
un "contenedor sin deseos". Parameswara Iyer me ayudó a empacar, contrató los coches con
caballos para que fuéramos hasta la estación del ferrocarrril, discutió con los porteadores la
tarifa y nos mantuvo frescos y cómodos durante el trayecto a Penukonda. Allí, para gran
sorpresa nuestra, encontramos un micro enviado por Baba para llevarnos a todos a
Puttaparti, ahorrándonos la prueba quebrantahuesos de una dosis de coche tirado por
caballos y la dosis de tortura del tiro de bueyes. No teníamos sino que cruzar el lecho de
arena del Chitravathi, desde Karnatanagapalli hasta Puttaparti. Nos apuramos para poder
tener, lo antes posible, el darshan de Baba.
Encontramos a Baba esperando en la reja del Mandir, con un grupo de devotos tras
El. Nos condujo hasta la sala interior y las habitaciones de atrás; supervisó la descarga y el
ordenamiento de las cajas y los paquetes cama. Eramos como veinte. Mi vecino (un querido
estudiante de mis clases de M.A.) había venido conmigo para prestarme su ayuda. Potti Iyer
fue encargado por Baba de los ritos matrimoniales, como maestro de ceremonias. Sus
hombros quedaban libres. Llamó a la pareja y, colocando las manos sobre sus hombros, les
dijo: "¡Alegría y Prosperidad!"
Baba me indicó seguirle. Me llevó a través de una puerta en el muro oriental del
galpón, hacia una marquesina cubierta por material alquitranado, en donde se había abierto
recientemente una larga zanja, profunda, de aproximadamente un pie y medio de ancho.
"Esta es la cocina donde pueden poner manos a la obra los cocineros que trajiste de
Bangalore. Que comiencen por juntar agua del pozo. Más tarde, puede que sea más
complicado. La gente se caracteriza por llegar de golpe. Puedes conseguir algunos utensilios
grandes de cobre y de bronce con Grham Abbayi", dijo. "Mandaré por él, puedes conseguir
con él toda la variedad de recipientes que necesiten los cocineros".
Grham Abbayi llegó y me condujeron hasta él. Imaginen mi sorpresa al ver ante
mí, como Grham Abbayi, ¡nada menos que a Pedda Venkapa Raju, el padre de Baba, a
quien ya había visto más de una vez! Se me dijo que Baba se refería a él como "Grham"
(casa) "Abbayi" (niño). Hasta antes de la declaración respecto de que era Sai Baba venido

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en otra forma humana en Puttaparti, se dirigía a él como "Padre". ¡A partir de ese día, sin
embargo, fue "Niño de la Casa" el apelativo con que se refería a Pedda Venkapa Raju! Me
llevó algo de tiempo reponerme, también él debe haberse preguntado qué había sucedido
para trastornar mi equilibrio.
Eswarama, la madre, también sufrió la marea del cambio. Se hacía referencia a ella
por la nueva expresión de "Grham Ammayi": la Niña de la Casa. Los Avatares Rama y
Krishna reconocieron de manera consistente, incluso durante conversaciones casuales, el
estatus de las personas a quienes el mundo saludaba como a sus padres. Baba es un caso
único al anunciar de esta manera Su posición, pensé. Para mi fuero interno argüía que,
después de todo, el Avatar tenía razón, puesto que el Bhagauatha Purana, al narrar la
historia del nacimiento de Krishna, dice que Dios, con el objeto de ponerse la vestidura de
Humanidad, entró en "la mente" del padre putativo, Vasudeva, y éste transfirió el Principio
Divino así recibido, a su consorte Devaki: "así como un Gurú le comunica una fórmula
mística a un discípulo, para que éste pueda meditar en ella en silencio y realizar la
Bienaventuranza que ella le puede conferir".
"Entró en la mente, transfirió a la mente": éstas eran las expresiones. Yo había
leído: "el niño estaba en el útero como la luna en el cielo". Vale decir, sin extraer sustento
alguno de la madre. ¿Por ende, por qué imponerle la paternidad y la maternidad a personas
que criaban en la mente o que eran solamente testigos del desarrollo? ¿Por qué no declarar
que Dios lo quiso y que el Verbo se hizo carne?
Habíamos llegado a Puttaparti el penúltimo día del Festival de Dasara, el Día
Noveno. Se nos dijo que cada noche, Baba era llevado en procesión por las calles de la
aldea, sentado en un palanquín o sillón, profusamente decorado por los artistas florales de
Bangalore, cuya devoción por el joven Baba era patentemente fantástica. Remodelaban el
sillón o asiento en un Cisne, un Elefante o un Aguila Sagrados, de modo que cuando Baba
estaba sentado allí y era levantado y colocado sobre los hombros de los devotos, el verle
despertaba tanto admiración como adoración. Aquel día, los que observaban el diseño que
se iba desplegando al pasar por entre sus diestros dedos, juraban que esa noche representaría
una "cabalgata". Estábamos encantados. Vi a los niños de la aldea saltando y corriendo
jubilosos. Cuando la procesión salió del Mandir, nos unimos a la multitud y sumamos
nuestras voces al coro de cánticos.
No obstante, descubrí que íbamos en dirección equivocada. Nos encontrábamos por
delante del "caballo" sobre el que iba Baba. Sin embargo, extrañamente ¡vi que todos los
demás caminaban hacia atrás! "¿Qué tiene esto de divertido?", pregunté y alguien
respondió: "¡Mira el rostro de Baba!"
Nos volvimos. A diez yardas de distancia se podía ver el "caballo" que Baba
montaba, iluminado por lámparas a gas. "¡Mira!", me apremió una voz a mi lado, mientras
la persona apuntaba un dedo al entrecejo de Baba. Sí. El entrecejo mostraba una gran
mancha de polvo rojo. "Kumkum" dijeron y "¡Jai Sai Ram!", vocearon. Mientras más
miraba, más veía. Mientras más veía, más dudaba de mi sano juicio. Era medianoche
cuando llegamos al Mandir. No pude conciliar el sueño ni por un segundo para calmar la
mente: había visto demasiado.
Vijayadasami llevó al Mandir a algunos funcionarios de Madras, Anantapur y
Bangalore que habían recibido ayuda de Baba. La ceremonia de bodas que se celebró en el
galpón, después de la sesión de bhajans de la mañana, tuvo una numerosa asistencia. Mi
hijo había regresado de Inglaterra convertido en todo un doctor en Filosofía con mención en
Geología. El y su mujer supervisaban la preparación de la comida de la fiesta. Baba se sentó

62
por más de una hora observando las ceremonias en el galpón. Bendijo los regalos que le
hicimos al novio y los que recibió la novia. Bendijo el collar de oro que el novio le puso al
cuello a la novia, como símbolo del vínculo matrimonial. Cuando mi hija fue conducida por
su marido para dar los siete pasos en torno al fuego sagrado, Baba hizo llover sobre las
cabezas de ambos los sagrados granos de arroz amarillo: que caían desde Su mano vacía. A
continuación, entre ambos sostuvieron una guirnalda de flores, que Baba,
benevolentemente, permitió que le ofrecieran. Cayeron a Sus pies y El les hizo levantarse,
mientras pronunciaba profusas bendiciones en sánscrito y les dio unas palmaditas en la
cabeza.
Con mi mujer habíamos celebrado, algunos años antes, el matrimonio de mi hijo.
También en esa oportunidad se llevó a cabo lo de los siete pasos en torno al fuego sagrado,
con gran meticulosidad, recitando los mismos mantras de las Escrituras. Sin embargo, el
amor y la compasión de Baba, la milagrosa lluvia de arroz, la bondad y generosidad de los
devotos que le rodeaban y la atmósfera de fraternidad que respirábamos en Puttaparti,
hicieron de la boda de Vijayadasami una experiencia paradisíaca.
Mi hijo me recordó que la comida estaba lista para ser servida, por lo que los
invitados podían ser llamados a tomar asiento.
Potti Iyer que era un veterano en materia de organización de almuerzos, comidas y
reuniones, sugirió que debíamos rogarle a Baba que nos concediera el placer de Su
Presencia. Mi mujer logró obtener Su benevolente consentimiento. Decidimos sentar a la
pareja de recién casados en el hall interior, teniendo frente a ellos el platillo de plata para
Baba. Potti Iyer había dado una vuelta en misión de investigación y preparado una lista de
los VIP que encontraba en la zona. Como padre de la novia, era yo quien debía,
protocolarmente, invitarlos, en persona, a compartir la comida. Cumplí con esta grata tarea
y les pedí que se sentaran próximos a Baba, tan pronto como éste entró en la sala.
Entretanto, mi hijo y su mujer habían discurrido la estrategia por la cual, cada uno
de los componentes de la larga fila de devotos podía ser servido de todos los preparados del
menú en su plato de hojas de bananero, en forma rápida y abundante, por parte del equipo
de sirvientes que circulaban con los recipientes de acero que eran llenados en la cocina, en
forma separada para damas y varones. En medio de todo, Baba nos dio la sorpresa de entrar
en la sala. Mi hija y mi yerno tocaron Sus Pies y El les palmoteó las espaldas, diciendo:
"¡Bangaaroo!"
Potti Iyer, Parameswara Iyer y yo nos apresuramos también a entrar. Baba me
preguntó: "¿Estos platos? ¿Quiénes son todos los que vienen?" Los VIP estaban todos de
pie tras de El, gozosos de la oportunidad de estar a Su lado durante el almuerzo. Uno de
ellos respondió a Su pregunta: "Swami, Kasturi nos invitó para estar aquí, al lado Tuyo".
Baba replicó con un "No" cortante, agregando: "Vayan y tomen asiento en el galpón.
¡Kasturi! Llama acá a las `parejas' que sean de tu grupo y del de Potti Iyer. Este día es tuyo.
Yo estaré entre ustedes. Otros no necesitan entrometerse en tu alegría. Para el almuerzo de
bodas, todos nos sentaremos con la novia y el novio. Permite que tu anciana madre sirva.
Vejez es Oro". Mamá se sintó encantada: lo tomó como una bendición extra.
La reacción inicial de mi hijo frente al trastorno de su bien preparado y ensayado
plan de circulación del menú entre la cocina y las filas de personas con sus respectivos
"platillos", fue un "resentimiento" que flotaba como espuma sobre una corriente de
"tristeza". Sin embargo, en un instante fue vencido por la alegría y la admiración, porque se
dio cuenta de que Baba era absolutamente diferente de todos los Babaji, Gurúes y Mahants
sobre los que hubiera leído o que había encontrado. Baba no hacía diferencia entre cabras y

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ovejas: ambas pastaban juntas y con igual deleite bajo Su mirada. "Este Baba es un
demócrata", me comentó cuando se sentó con su mujer junto a su hermana, en la sala. Este
incidente me dio la seguridad de que mi hijo aprovecharía, de ahí en adelante, las
oportunidades de sondear en este Fenómeno Sai que ya se había apropiado de un rincón del
corazón de su padre. Nos habíamos juntado allí seis parejas; además de los novios y mi hijo,
estábamos Potty Iyer y su mujer, yo y la mía, Parameswara Iyer y la suya más un primo y la
de él. Baba animó de tal manera el almuerzo con Sus ocurrencias y agudezas, Sus ironías y
juegos de palabras, que casi no nos percatamos de lo que comíamos, ni del tiempo que
tardábamos. Los recién casados fueron los blancos principales de la andanada de diversión.
El Mandir estaba siendo preparado para los bhajans de la tarde, con que se cerraría
el Festival de Dasara. El retrato de Baba y el ídolo de Krishna estaban siendo decorados con
guirnaldas multicolores. Un devoto de Madras había traído consigo a su pequeña hija, la que
había estado asistiendo a la escuela de danza desde hacía un año. Con su mujer estaban
atareados en ataviarla maravillosamente, con la esperanza de que Baba le permitiera mostrar
algunos pasos de danza ante El y los peregrinos. Nos sentíamos felices de poder ver este
encantador número como sorpresa de bodas. Cada uno de los presentes en el atiborrado
galpón no perdía de vista la puerta por la que entraría Baba para sumársenos.
Divisamos la bata naranja y la tupida cabellera, partida a un lado, en una porción
más voluminosa y otra más pequeña. Repentinamente, Baba pareció resbalar en el suelo del
pórtico y la multitud exclamó: "¡Trance!" Ello me produjo un real sobresalto, aunque los
residentes y los devotos reunidos allí no mostraban conmoción ni impacto alguno. Su
hermana Venkamma me confió que este "viaje extracorporal" constituía un "sine qua non"
en el día de Vijayadasami. Ella se mantuvo de pie, separada del grupo de hombres jóvenes
ocupados en masajear los pies, las manos y el pecho de Baba. Los ojos de Swami estaban
abiertos, pero no miraban hacia ninguna dirección en particular. La importuné
preguntándole adónde había viajado Baba. Me respondió: "Va a Shirdi, en donde es adorado
hoy con una ceremonia especial, ya que fue en este día que abandonó su envoltura física de
Shirdi".
¿Qué podía pensar de un incidente tan fuera de lo ordinario, que se producía ahí,
frente a sus narices, un MA, BL, miembro de la Facultad de Historia en la Universidad de
Mysore? Baba se había vuelto inconsciente de lo que sucedía a Su alrededor, sin embargo,
en lugar de interpretarlo como una desafortunada crisis física, los devotos se dejaban llevar
por una burda y equivocada interpretación. ¡Cómo iba a ser posible que la conciencia
desencarnada de Baba pudiera ser percibida en Shirdi, a seiscientas millas de distancia! Yo
y mi hijo, doctor en Geología, nos atrevimos a acercarnos al postrado cuerpo de Baba. Este
pestañeó como en un estupor incipiente. Habló. La voz manifestaba una leve irritación y las
palabras sonaban rápidas y fuertes, como si estuviera advirtiéndole a alguien sobre algunas
graves consecuencias. Una pareja de Sholapur, en Maharashtra, exclamó: "¡Son términos
marathis. Le está ordenando a un hombre que le sirva dulces a otro". Miré la cara de mi hijo
y él me miró a mí. La mirada de Baba se fue aclarando y su marathi se hacía más
entendible.
De pronto se puso de pie y se fue caminando hacia el galpón, en donde, de
inmediato, resonaron los bhajans desde cientos de gargantas. De modo que mi hipótesis de
que sufría de ataques no concordaba con los hechos. Baba se sentó en la fila con dos
cantores de Madras mellizos que lideraban los bhajans, armonizando sus voces con la
Suya.

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La conversación después de los bhajans, durante la comida y aún después, giró
incesantemente en torno al viaje que Baba emprende cada Vijayadasami hacia Shirdi, Su
primera residencia. Extraño, Divino, Increíble: eran los adjetivos con que se entremezclaba
la discusión. Me preguntaba: ¿Por qué este joven no se revela a sí mismo como Sí Mismo?
¿Por qué un muchacho aldeano de catorce años declara que era un Fakir de Maharshtra,
sepultado, que ha venido de nuevo para continuar la tarea de integrar al hombre con el Dios
que mora dentro de él? Individuos más astutos habrían declarado que sus originales habían
sido Muruga de Tamil Nadu, Ayyappa de Kerala, Sankar Dev o Chitanya del Nordeste de la
India, Ramakrishna o Jnaneswar de Bengala y Maharashtra. Y esto, sólo después de llegar a
adultos. "Este jovencito, sin embargo, se atuvo a la Verdad", me dije para mis adentros.
Decidí investigar y exponer la identidad de ambos Babas en la Vida que habría de escribir.
A1 amanecer el día, Potti Iyer nos recordó que habíamos de partir temprano en un
bus que llevaría a los miembros de la comitiva del matrimonio hasta la estación de
ferrocarriles de Penukonda. El "trance" o el "viaje extracorpóreo" de la tarde anterior había
trastornado el Padapuja o "Adoración de los Pies". La pareja de recién casados era la más
privilegiada, pero todo el que quisiera, de entre nosotros, podía unirse a la ceremonia. Se
nos indicó que Baba tomaría asiento en el sillón ornamentado, ubicado en la cabecera de la
sala. Colocaría Sus Pies sobre una bandeja de plata. Entonces podrían ser lavados con agua
santificada, como se había hecho en Shirdi y sobre Ellos se podrían poner puntos de pasta
de sándalo y de kumkum. Todo esto, mientras eran entonados los ciento ocho Nombres de
Sai Baba, para poner luego flores sobre Sus Pies. A continuación, se le podían ofrecer frutas
o caramelos, que El podía aceptar o probar. Por último, se haría girar ante El la llama de
alcanfor para (básicamente) apartar el "mal de ojo" y (por derivación) como plegaria, para
obtener la sublimación de nuestros impulsos. Este Padapuja representaba una "obligación"
para los peregrinos, aunque Baba mismo la estimaba como "optativa". Baba había
proclamado en Uravakonda que Sus Pies, los Pies del Maestro Universal, podían liberar al
género humano de los alternados bombardeos de Alegría y Pesar o Regeneración y
Degeneración.
Aunque yo no me había "tragado" la validez de esta afirmación con tanto
entusiasmo como Potti y Parameswara Iyer, esperaba el Padapuja como a un rito curioso o
costumbre popular tradicional, estimulados por gurúes de todos los credos desde hace siglos
en la India. La mayoría de los gurúes usan sus pies para recoger dinero y acrecentar sus
balances bancarios. Me sentí aliviado al oír que Baba nunca permitía que una moneda
contaminara la atmósfera de adoración.
No obstante, puesto que Baba había partido a Shirdi y se había demorado como una
hora en volver, hubo que renunciar al
Padapuja. Sólo pudimos tocar Sus Pies y poner sobre ellos unas cuantas hojas de
tulsi, antes de hacer girar la llama de alcanfor. Baba hizo girar Su mano derecha, con la
palma hacia abajo unas dos o tres veces y, rápidamente, recogió un montón de vibhuti que
cayó de ella. Puso una cantidad de ceniza en nuestras manos. Yo había leído que el Baba de
Shirdi mantenía un fuego encendido en el lugar donde permanecía casi todo el tiempo y que
la ceniza que se producía se la daba a la gente en el momento en que se despedían de El.
Pero Baba no tenía un fogón. La ceniza no era caliente al tacto.
De pronto oí gritar de alegría a uno de los niños. "¡Es dulce!" Había lamido la
ceniza tan pronto Baba la pusiera en sus manos. Puse una pizca en mi lengua... era salada.
Baba había distribuido el vibhuti del montón original brotado de la misma mano, con los
mismos dedos, en un movimiento continuo, entre todos los presentes, mas al niño le sabía

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dulce y al adulto, salado. Tuve que descartar una buena porción de mi arrogancia y echar
rápidamente mano a mi sentido del humor para rellenar el vacío. ¡Mi horizonte estaba
siendo ampliado más allá de lo mensurable! Tuve que renunciar a la comodidad que me
había ganado con la estrechez de miras.
Baba llamó a algunos de los miembros del grupo que habían venido para la boda
para pasar detrás de la gruesa cortina que ocultaba el Santuario del resto del galpón. Se paró
sobre el peldaño que usaba Seshagiri Rao para echarle combustible a las lámparas al
costado del estrado. Separó las cortinas, llamó a los recién casados en primer lugar y los
bendijo.
Nosotros, los que estábamos de este lado de la cortina, sólo podíamos captar una
risita o una expresión de asombro ocasionales, un suspiro o un sollozo, todo unido por un
suave y continuo susurrar. Luego le llegó el turno a otros. También mi alumno fue llamado.
Entró por el medio de las partes de azul. Cuando salío, tropezó y fue sostenido por
Parameswara Iyer, quien lo sostuvo justo antes de tocar el suelo. Según dijo, se sentía
abrumado por la compasión de Baba por las seguridades de empatía que le había dado.
Había perdido cinco hijos, uno tras otro, cuando comenzaban a caminar o a hablar. Le
quedaban una bebita y un robusto niño de tres años. Baba le había dicho que compadecía la
situación de la madre. Palmoteó la cabeza a Ven~ kataramiah, diciendo: "Los hijos que
tienes ahora estarán a salvo. Vivirán por largo tiempo y ganarán fama por su bondad".
Venkataramiah me preguntó: "¿Cómo pudo saber que había perdido cinco hijos y que me
quedaban dos?" Le pregunté: "¿Cómo pudo saber que yo tenía una hija?" Potti Iyer que nos
había escuchado, dijo: "Pregúntame después".
En ese momento vi el rostro de Baba en la cortina entreabierta y me llamó por mi
nombre, indicando que me acompañara mi mujer. Subimos los peldaños y nos quedamos de
pie frente a El. Debo confesar que no podía comprender aquel "enigma envuelto en
rompecabezas" que nos sonreía tan angelicalmente. Me reveló que mi problema residía en
cómo reconciliar mi devoción por Ramakrishna con mi gratitud hacia El. "Pobre hombre le
dijo a mi mujer , no sabe que fue Ramakrishna quien le trajo a Mí. Ramakrishna le
recompensó por su duradera lealtad. Le condujo hasta Kothacheruvu". Lo dijo con una risa
ahogada. (Kothacheruvu es una aldea que queda a nueve kilómetros de Puttaparti.) "El le
guió hasta este lugar y se fue, porque el gurú no tiene nada más que hacer una vez que el
discípulo está cara a cara con El". Me preguntaba cómo habría podido enterarse de mi
iniciación en el redil de Ramakrishna. En un instante hizo girar la mano y tomó dos
monedas de plata con unas pequeñas argollas adheridas que se habían manifestado
misteriosamente. Le entregó una a mi mujer y otra a mí. "Llévala al cuello", le indicó. Tenía
Su retrato en el anverso y a la Diosa Lakshmi en el reverso, la Diosa de la Fortuna.
"Cuélgala en tu `hilo de iniciación"', me dijo. La que yo recibí, tenía Su imagen en el
anverso y la del Baba de Shirdi en el reverso. Ella iluminó una huella que me lanzó a vagar
por los ámbitos de la teología, la mitología y la hagiología. ¿Son uno los dos Babas? ¿Se
trataba de otra Resurrección? ¿Había sido genuino ese viaje a Shirdi? ¿Podría tratarse de
una Reencarnación emprendida voluntariamente por la misma Omnivolición que había
decidido la personificación de Shirdi? La mente me saltaba de pilar a poste, de un punto de
interrogación a otro de exclamación.
El micro especial nos estaba esperando en la ribera oriental del Chitravathi.
Vadeamos por las arenas, dejando una buena parte de nuestros corazones con Baba en el
Mandir. El caminó con nosotros hasta el borde de las arenas y agitó su pañuelo hasta que el
último de nosotros llegó al otro lado. Potti Iyer y su hijo deleitaron al grupo cantando

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bhajans. Mi yerno cantó algunas de las canciones que había compuesto para Baba.
Venkataramiah se mantuvo en silencio, rumiando los dones que había recibido. El lecho
seco del embalse de Bukkapatnam, el camino de Kothacheruvu, los campos de arroz en
torno a Locherla, las colgantes ramas de los margosa, la línea marcada en negro de las
cumbres de los cerros, nos observaron alejarnos rápidamente. Me prometí a mí mismo
varios felices regresos por el mismo camino serpenteante.
Mi madre era el miembro más contento del grupo. Su fanática adhesión al código
de lo que se debe y lo que no se debe hacer, establecido por los legisladores hindúes desde
épocas tan remotas como el año 400 a.C., había sido sistemáticamente demolida por Gopal
Maharaj, quien la había instalado como la madre de la familia de Ramakrishna
Paramahamsa en Mysore. Cuando los intocables fueron admitidos en los templos de sus
Dioses Vycome por ejemplo gracias a un decreto dictado por el Maharaja de Travancore,
ella celebró el evento permitiéndole a sus nietos entrar a su oasis de ortodoxia: la cocina
(que hasta entonces había protegido de profanaciones), con ropas no recién lavadas y
cuerpos no recién bañados. Ahora, en Puttaparti, en compañía de mujeres de todas las
castas, había estado degustando vegetales a los que había excluido, de acuerdo con Manu,
por largo tiempo. Se había enamorado de Sai Baba y Su hospitalidad de brazos abiertos que
se rehusaba a dejar fuera a cualquier buscador, por rico o pobre, pomposo o proletario, de
alcurnia o desconocido, erudito o subnormal que fuera. Al igual que una fruta que sabe
amarga cuando joven, que desarrolla acidez al llegar a adulta y se va llenando de dulzura
hacia la vejez, ella también se había dulcificado con la edad. Aceptaba lo Universal como
Real y descartaba lo limitado, considerándolo una prisión.
Coloqué un retrato de Baba al lado de uno de Ramakrishna. Mi corazón se aceleró,
pero no recé para ser perdonado. Comenzamos con sesiones de bhajans en casa, cada tarde.
Mamá se preocupó de poner una taza de leche frente a Baba cada día, durante los bhajans.
Cuando descubrimos que un cuarto o un tercio de la cantidad de leche desaparecía, ¡no nos
demoramos mucho en llegar a la conclusión de que Baba, de manera subrepticia y
deliberada, estaba aceptando la ofrenda! ¡Ah! ¡En verdad Potti Iyer estaba en lo cierto! De
modo que lo invitamos a contarnos más y más historias sobre nuestro hallazgo.
Aproveché cada oportunidad para ir a Puttaparti. En una ocasión, Baba nos planteó
un problema sobre el cual reflexionar: "¿Qué es lo que sabe mejor: la leche caliente que se
entibia vertiéndola repetidamente de una taza a la otra o la leche caliente cuya temperatura
se baja a la de la lengua, colocando la taza por un rato en un recipiente con agua fría?'. No
supe qué contestar y Baba tampoco dijo nada. El problema quedó en suspenso puesto que
debía ser resuelto con un experimento de laboratorio y un catador experto. ¿En qué forma
podría afectar el procedimiento de enfriamiento al sabor? Pero Baba dijo: "Cuando regreses,
hazle la pregunta a tu madre. Dile que lo que ella hace no es lo correcto".
Así lo hice y descubrí que mamá enfriaba rápidamente la leche, antes de colocarla
delante de Su retrato, con ayuda de un recipiente de agua fría, tal como lo había revelado
Baba. Baba, por lo que sabía, jamás había sido un rigorista en cuanto a los alimentos, nunca
había mostrado que su paladar fuera sensible a las variaciones de sabor o exigente en cuanto
a manjares especiales. Le había oído declarar que nuestra felicidad era el alimento por el
que vivía y que le hacía feliz que comiéramos alimentos saludables, inofensivos y sabrosos.
Sorprendente era que, además, ¡no le gustaba ni la leche ni los productos lácteos!
El Día de Vijayadasami, cuando se sirvió requesón entre los platillos del almuerzo de bodas,
hizo un gesto rechazándolo y dijo bromeando (¿o sería una declaración probatoria?): "¡Oh!
Cuando estuve aquí la vez anterior, como Krishna, consumí leche, requesón y manteca en

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cantidades suficientes como para satisfacer a muchos Avatares". Por lo tanto, seguro que era
Su infinita compasión lo que lo impulsaba a beber la leche de la taza colocada ante Su
retrato, en la casa de la duodécima calle, Wilson Gardens, en Bangalore, en la que vivíamos.
A través de esta encuesta acerca de la superioridad de uno de los métodos, el rápido o el
lento, para enfriar la leche, Baba había ratificado la conclusión a la que habíamos llegado
respecto al destino del líquido que estaba desapareciendo.
Mamá fue bendecida también de otras maneras por Baba. Mientras todos,
incluyendo unos pocos vecinos, tomábamos nuestros puestos para los bhajans muy cerca de
la alcoba que era el santuario, mamá se sentaba sola, a algunos pasos de distancia,
apoyándose contra el muro. Marcaba el ritmo con las palmas tan vigorosamente como el
más fuerte de los devotos asistentes, porque le encantaban los bhajans. Incluso había
compuesto uno en tamíl e insistía en que se lo cantáramos a diario a Baba. Un día, cuando la
sesión estaba por terminar, se quedó con las manos unidas en la pose de Namaste. Sintió
una sustancia entre las manos, algo que giraba por sí solo entre sus palmas. Imaginó que era
una abeja grande y las separó asustada, para encontrar en su mano dos hojas y un botón de
la sagrada planta de tulsi. ¡Un real Regalo de Gracia! Mamá se alegró tanto de haber sido
elegida para esta bendición que también nosotros nos aventuramos a emularla. Por turnos,
cada uno de nosotros se fue sentando a diario en el mismo lugar que ella, apoyados contra el
muro; también nosotros golpeábamos vigorosamente las palmas y nos levantábamos
uniéndolas, para finalizar. Pero nadie fue bendecido con una repetición del don. Concluimos
en que Baba tenía Sus propias razones para cada acto Suyo, ya fuera en la Presencia Visible
en Puttaparti o en la Presencia Invisible, más allá del ámbito de la percepción sensorial.
Me escapaba a Puttaparti cada vez que podía, porque Bangalore se había
convertido para mí en las Islas Andaman, a las que eran despachados los reos sentenciados
de por vida. Durante una de estas visitas me dio la bienvenida nada menos que el Dr. B.
Thirumalachar, Director del Instituto Superior y Profesor de Zoología. Oficialmente era mi
jefe, aunque, por otro lado, era un jovial camarada y un alegre "ramakrishnita". Parecía
como si el grupo de devotos hubiera estado esperando mi llegada, tal fue la calidez de la
recepción que se me brindó. No me había dado cuenta de que el calendario había anunciado
luna llena para ese día y que los profetas del tiempo habían pronosticado un cielo sin nubes.
Las noches de luna llena constituían ocasiones festivas en Puttaparti, porque Baba llevaba a
los devotos hacia el lecho de arena del río, ya sea para bhojan o para bhajan o para ambos.
Bhojan representaba una reunión de comensales, para la cual cada familia aportaba víveres
y todos compartían el total reunido, con Baba uniéndose al grupo como un alegre
participante.
Se me dijo que, al parecer, se le habían roto algunos rayos a la rueda. Baba se
mostró silencioso y distante cuando se le mencionó el Chitravathi. Un velo de tristeza
descendió sobre el Mandir. El rostro de Baba era el único que se veía radiante. Parecía
disfrutar con el desconcierto reinante. El Director y otros imaginaban que si yo sumaba mis
plegarias a las suyas, Baba podría ceder y acceder a sentarse con nosotros en las arenas para
bhajan e, incluso, aceptar el bhojan. Estábamos seguros de que las arenas animarían la tarde,
porque Baba se sentiría, naturalmente, tentado a jugar con ellas y el juego podía desembocar
en la creación de un medallón, un anillo, vibhuti o un ícono para ser adorado por alguien.
Baba se paseaba lentamente de Este a Oeste y de Oeste a Este en el galpón de
bhajan, indiferente a la pléyade de devotos que rogaban en silencio para que se repitiera la
dádiva de la luna llena. Cinco de nosotros, aproximadamente, caminábamos en grupo tras
de El, a lo largo del galpón, siguiendo Sus pasos, ansiosos por distraer Sus pensamientos,

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aunque temerosos del castigo que podía infligirnos. "¡Swami! Hoy es día de luna llena.
Tengamos la reunión en las arenas del río..." rezábamos, mientras El continuaba con Su ir y
venir. Se detuvo al llegar al extremo Este del galpón y volviéndose bruscamente hacia
nosotros, nos espetó: "¿Piensan que puedo transformar únicamente las arenas del
Chitravathi? ¿Es que no hay arena en torno al Mandir en construcción?" ¡De modo que
sabía que le estábamos suplicando ir hacia las arenas!
Por cierto que había grandes montones de arena de río en el lugar donde estaba
emergiendo Prashanti Nilayam. Entonces, mientras El continuaba Su paseo, le dije:
"Swami, iremos al montón de arena y nos sentaremos allí para cantar bhajans". Se detuvo en
el extremo Oeste. No mostraba un ánimo condescendiente. "Sé que no son los bhajans lo
que les interesa. Desean que les entretenga con milagros. Y piensan que para eso debo tener
arena", se rió y giró para seguir caminando de vuelta al otro extremo. Le seguimos. Alguien
dijo: "¡Muy bien, Swami! Sabemos que puedes crear cosas desde el aire. No necesitamos
acercarnos a la construcción. Reunámonos en el Mandir. Un milagro puede producirse aquí,
ahora, si fueras benevolente". Le felicitamos por su agudeza mental y sumamos nuestras
voces: "El dónde no importa en absoluto. Deseamos disfrutar felizmente de la luz de la luna
en Tu presencia. Eso es todo". Baba se detuvo. Nos enfrentó y dijo: "Milagro, milagro... eso
es lo que claman. Pero nada saben de un milagro: ustedes... cada uno de ustedes... vuestra
existencia misma es Mi milagro". Echó por tierra toda esperanza de diversión de luna llena.
No obstante, a través de esa declaración tan simple en apariencia, ¡reveló que era un
fenómeno mucho mayor de lo que cualquiera de nosotros hubiera sabido estudiando la
historia humana!
¿Yo, Su milagro? Me sentí avergonzado por haber sido arrastrado a una trampa y
por haber pedido regalitos triviales de este Baba que afirmaba, como el Señor Krishna, que
El es la simiente que se desarrolló en todo esto. Reuní a mis compañeros, apartándonos, y
me reí de mí mismo ante ellos por ceder al asalto de la tentación y de la curiosidad infantil.
Les dije que no sólo había que amar a Baba, que adorarlo, que acercarse a El en busca de
Gracia y dones, sino que, más que todo, había que "temerle". Mientras estaba en Shirdi,
Baba inspiraba temor, porque nunca excusaba la mezquindad o la prevaricación. Este Baba
de ahora es más compasivo, pero ese día le encontramos más profundo que cualquier otro
fenómeno divino del que hubiésemos sabido que existiera en cualquier lugar o cualquier
época. "Ustedes son Mi mayor milagro"... ¿Quién se atrevería a hacer ese anuncio, salvo
alguien que fuera Dios venido para decir la Verdad en el idioma que entendemos? "En qué
forma hemos de acercarnos, de aprender, de adorar y de obtener beneficio de esta persona
única en su género... eso es lo que cada uno de nosotros deberá determinar", les dije.
Cuando dijo que todos somos Sus milagros, me acordé del Salmista que expresara su
gratitud a Dios: "Tú fuiste el que configuró mis partes internas; Tú me armaste en el útero
de mi madre. Te alabaré, porque me llenas de asombro: eres maravilloso y maravillosas son
Tus obras. Tú me conoces totalmente; mi cuerpo no es un misterio para ti, tal como fui
secretamente configurado, modelado en las profundidades de la tierra. Tú viste como se
desarrollaban mis miembros en el útero y en Tu libro se encuentra anotado, día tras día; y
todos ellos fueron formados y ninguno se atrasó en crecer".
No pude dormir esa noche; ni dejé que durmieran mis amigos de Bangalore.
Salimos quedamente de nuestras camas y nos sentamos en un apretado grupo sobre la arena,
a la luz de la luna. Volvimos a reflexionar sobre la significancia de la declaración que había
escapado de los labios de Baba.

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Baba lo había expresado tan espontánea, tan casual y tan enfáticamente que no
podíamos descubrir en ello ningún brillo de fanfarria, de fantasía ni de ficción. No se trataba
de una pose pedante. El Dr. Thirumalachar indicó que Sri Ramakrishna había declarado que
El era el Principio Divino que se había encarnado en forma humana, primero como Rama y
más tarde como Krishna. Sin embargo, le dijimos que esto había sido durante la hora final
de su existencia terrenal y como respuesta a un ruego que había de ser contestado. Swami
Vivekananda anhelaba escuchar de boca del Maestro, antes que descartara su cuerpo, algo
acerca de Su autenticidad. Para sus adentros, había pensado: "Si solamente lo declarara, al
menos ahora"... Y sucedió.
Sri Rathnayya señaló que en el Gita, el Señor Krishna dijo que el misterio de que
El fuera Dios no había de serle revelado a cualquiera. "Esto no debe serle dicho por ti a
nadie que no practique austeridades o que carezca de devoción, a nadie que no disfrute con
el servicio, ni a los que hablan mal de Mí." "Baba, sin embargo, declara aquí la `Guhyaad
guhyataram jnanam' (la verdad más secreta que todos los secretos) para ti, para mí y para
ellos, mientras camina por un galpón abierto para que todos lo escuchen. Para mí, éste es el
misterio", dijo.
Intervino otra persona: "Este joven nació en una casa de muros de adobe y techo de
paja, en esta pobrísima aldea y cuidó ganado en las riberas de este río. Como un diamante
enterrado en las profundidades, reluce ahora con su esplendor original. ¿Quién creería que
este villorio se convertiría muy pronto en el Cielo en la Tierra?"
El conocimiento de que volvíamos sobre nuestros pasos para pasar las horas de la
noche, bajo el cielo estrellado, en las cercanías de nuestro "Hacedor y Maestro", nos llenaba
de una extraña mezcla de humildad y de orgullo, de temor y de confianza, de vacío y de
riqueza. Baba sabía que habíamos salido y que habíamos vuelto más contentos y más
sabios, de modo que se abstuvo de hacer reproches.
Apoyada en la almohada, mi cabeza nadaba en círculos en torno a una estrofa del
Gita (11, 29): "Una cierta persona considera Esto como una asombrosa maravilla. Así
también, otra persona habla de Esto como una asombrosa maravilla. Otro escucha acerca de
Ello como una asombrosa maravilla. ¡Sin embargo, pese a escuchar todo Esto, nadie lo
entiende realmente!" Yo he visto a Baba; El me ha hablado y yo le he hablado; yo he oído
cosas de muchos... ¡No obstante, El sigue siendo una asombrosa maravilla, eludiendo la
evaluación y saltándose los juicios! ¿Puede ser que esta persona, que yace acurrucada sobre
este camastro de hierro, sea el Principio Absoluto envuelto en vestidura humana? ¿Cómo
puede ayudarme mi fe infiel a serle verdaderamente fiel?
Unos pocos días en la presencia de Baba en el Mandir representaron una
experiencia educativa, que nos inculcaba reverencia por las fuentes básicas de la cultura
india y nos enseñaba el proceso del amor puro. Encontré a los padres de un niño de cinco
años, de un villorio próximo a Trichinapoly, al que había traído para ser iniciado en el
alfabeto por Baba. Les dijo que había pasado por alto algunos ritos preliminares que habían
de ser observados, de acuerdo a los antiguos textos. Le cortó algunos rizos de cabello e hizo
que le raparan la cabeza a continuación; supervisó el baño que le dieron antes de la
iniciación. Con un movimiento rotatorio de la mano, creó dos largos alambres de oro,
aguzados como agujas en un extremo. Atravesó con ellos los lóbulos de las orejas del niño,
ya que esta perforación es otro de los ritos obligatorios para los niños hindúes. Luego
levantó al niño y lo sentó en Sus rodillas, radiante de alegría, y sujetando el índice de la
mano derecha del chico en Su mano, lo dirigió para escribir el OM, que encierra todos los

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sonidos y palabras. La voz del hombre nace en la laringe y termina en los labios y así
también, el OM surge en la garganta, rueda sobre la lengua y termina en los labios.
Baba visitaba con bastante frecuencia a los devotos en Bangalore. Mi mujer y yo
nunca perdimos oportunidad de recibir Sus bendiciones. Mamá también se nos unía de buen
grado. Pese a que eran cientos los que se arremolinaban en torno a El buscando la
oportunidad de tocar Sus Pies, El se las daba con una sonrisa o un gesto de Su mano, como
lo habíamos notado, y permitía que se le acercaran. Solía quedarse con Sri Purnayya, el
Superintendente Comercial de los Ferrocarriles del Sur. Su mujer, Nagamani Amma, era
muy gentil con todos los devotos de Baba. Su casa estaba abierta para todos durante Su
estadía. E incluso cuando El ya había partido hacia Puttaparti o cualquier otro lugar, solía
pasar horas con devotos, narrándoles gustosa los milagros que había tenido el privilegio de
presenciar. Nos sentíamos atraídos hacia su casa, puesto que sus reminiscencias constituían
evidencias genuinas de la divinidad de Baba, que nosotros ansiábamos explorar y vivenciar
cada vez más profundamente. Mi alegría aumentaba escuchándola y nunca me saciaba.
Baba visitaba el hogar de las hermanas de la Rani de Chincholi en Bangalore. Una
vez, Baba nos invitó a su salón. La menor, Seethamma, había sido mi alumna mientras
preparaba su BA en la Escuela de la Maharani en Mysore. Baba habló en kannada, de modo
que pudimos disfrutar plenamente Su humor y Sus ocurrencias. Ambas hermanas habían
perdido a sus maridos. La mayor, Rajamma, también había perdido una hija, aunque le
quedaban un hijo y otra hija. Tenían a su anciana madre viviendo con ellas. Baba recordó
los días que había pasado con la hermana mayor de ambas, la Rani, en Hyderabad, cuando
estaba en su momento álgido el frenesí comunal de los Razakars. Relató varios incidentes
en los que había intervenido Su Voluntad para salvar a la Rani y a quienes la rodeaban.
Habló de la profunda devoción que el extinto Raja de Chincholi sentía por El cuando estaba
en Shirdi, y describió la forma en que el Raja demostraba esa devoción a través de la
humildad y de la conmiseración hacia los pobres y los necesitados. De ahí, Su charla derivó
hacia el tópico de la dedicación y la entrega como sadhana: "Resulta fácil hablar de la
entrega a Dios, ¡pero no son `libres' para rendirse a El! Los sentidos, a los que ya se han
rendido ¡no les permitirán entregarse a ningún ideal superior!", dijo. "No han llegado a
dominar sus mentes. Ellas les arrastran hacia veinte direcciones diferentes. Ravana tenía
diez cabezas. Cada cabeza planeaba de manera diferente. ¿Cómo podía, entonces, rendirse a
Shiva? ¡No es de extrañar que tramara destronarlo!" Baba se volvió hacia mí y me preguntó:
"¿Cuál es el mayor error de Ravana?" No pude descubrirlo en el acto, de modo que Baba
proveyó la respuesta: "Robó a Prakriti de Su Dueño. Los científicos están cometiendo el
mismo error hoy en día y van a arrastrar a todos los que los alaban y los siguen hacia la
perdición. Sita es la Naturaleza, Prakriti, la hija de la Tierra, encontrada en un surco.
Ravana secuestró a Prakriti; la Ciencia está explotando a la Naturaleza, y se siente orgullosa
de haberla conquistado. Ravana hizo caso omiso del Señor de la Naturaleza, Rama. La
Ciencia no venera la vida; no teme insultar ni lesionar a Prakriti. Así, niega a Rama, el
Señor de Prakriti". Descubrí una nueva faceta de la personalidad de Baba: la infrecuente
claridad y Su entendimiento de la condición humana contemporánea.
Baba le habló al hijo de la hermana mayor. Había sido seleccionado como
funcionario en el Servicio Policial y estaba siguiendo un entrenamiento especial en Mount
Abu. Baba citó abundantemente el Gita mientras le aconsejaba cumplir con su deber tan
concienzudamente como le fuera posible y tan escrupulosamente como lo pide o exige la
ley. Cuando el joven rogó que Baba le guiara y protegiera, Baba replicó: "Lo hago por todos
los que buscan; es mi deber. He afligido al hombre con el hambre y debo darle alimento; he

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plantado los árboles, por lo tanto riego sus raíces". Me quedé estupefacto ante la revelación
de la singularidad de esta Aparición. Había leído en el So¡ Sothcharitha de Baba, que
declaró en Shirdi que Sus arcas del tesoro estaban repletas, por lo que podía darle a
cualquiera lo que quisiese. Le había comentado en esa época a mis amigos que eso no era
sino un alarde; ahora, sin embargo, Baba estaba probando que el jactancioso era yo.
El anhelo de alojar a Baba en mi casa se agudizaba en cada una de estas
oportunidades de gozar de Su compañía y conversación en los hogares de otros devotos.
Pronto descubrí que esta dádiva constituía un acto de Gracia espontánea. No podía ganarse
por ningún otro medio que no fuera la oración. Un buen día, mamá se animó a detener a
Baba cuando salía de una sesión de bhajan y le planteó su queja. Recibió la bendición. El le
respondió con un: "¡Voy a venir!", que repitió tres veces. Mas, ¿cuándo? ¡Cuando Su
Voluntad lo decida! Esta positiva promesa Suya, sin embargo, fue una fuente de consuelo.
El Festival del Cumpleaños en 1948 y el Shivaratri de febrero de 1949 nos llevaron
a Puttaparti. Las celebraciones fueron simples, con la asistencia de unos cien devotos
cercanos. Baba derramó Gracia sobre todos, incluyendo los hombres y mujeres de la aldea.
La deliciosa comida fue la principal de las manifestaciones del Cumpleaños. Shivaratri
representaba la ocasión para la vigilia y el canto de bhajans toda la noche. Baba se retiró a
la habitación donde pasaba el día, en el momento en que el lingam debía emerger de El.
Sólo unas pocas personas, además de dos acompañantes de Su misma edad, se encontraban
presentes durante la sagrada ocasión, aunque también otros lograban el privilegio de ver el
sagrado símbolo que se había formado dentro Suyo. También llegaban aldeanos en gran
número, con sus carretas cargadas de caña de azúcar, lista para la molienda. Rogaban por
las bendiciones de Baba para que la caña diera bastante jugo y para obtener un buen precio
por la melaza que hacían.
Me había construido una pequeña vivienda para mí en los suburbios de Bangalore.
Tenía que caminar más de tres millas, con sol o con lluvia, para llegar a mi escuela. Un día,
¡llovía tan torrencialmente que parecía que iban a comenzar a caer peces de las nubes!
Busqué refugio en un pórtico que ya estaba repleto de burros, vacas, perros y humanos.
Sabía que el Jefe de Registros de la Universidad estaba en la ciudad. Resolví pedirle un
cargo para mí como Conferencista en una escuela universitaria de cualquier lugar, por
distante y ruinoso que estuviera, pero que me permitiera vivir cerca de mi trabajo.
Me aventuré a salir a la llovizna de esos momentos y me dirigí apresuradamente a
la Universidad. El Jefe de Registros seguramente estaba en el edificio central, al frente, pero
primero tenía que dictar una materia a una clase que me esperaba y de ahí me dirigiría a
verle con mi petición. El Dr. Tirumalachar, el Director, esperaba en la entrada misma y me
recibió con un: "¡Congratulaciones! Baba le ha bendecido: se irá a la escuela intermedia en
Davangere como Director. El oficio universitario acaba de llegar. Mañana es jueves, el día
de la semana especialmente bendecido por Baba. Quiero que envíe un telegrama de
inmediato y que alcance a tomar el tren nocturno que parte a las 21 horas. Lo dejará allá a
las 7 de la mañana".
Ya durante la primera entrevista Baba me había asegurado que mi salario y mi
posición en la Universidad subirían, ambos, muy pronto de rango. Sus palabras se habían
hecho realidad. Su Voluntad había predominado. De modo que, en Su Día, me presenté ante
Sri O.K. Nambiar a quien iba a reemplazar, quien se despojó, con sumo agrado, de la
corona de espinas que llevaba en la cabeza, para que yo me hiciera cargo de ella.
Me enteré que el Campus Universitario representaba la árida arena para el
enfrentamiento de facciones rivales, corrompidas por cáusticas lealtades de casta; que el

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Vicecanciller había enviado a cuatro Directores en cinco años a Davangere con la íntención
de poner las cosas sobre rieles; que si no se me permitía funcionar, él no vacilaría en cerrar
definitivamente la escuela. De modo que, inconscientemente, ¡había traído conmigo una
espada de Damocles para colgarla sobre el templo de Saraswathi! No era una perspectiva
muy agradable. Puesto que Baba me había mandado para allá, confié en que las espinas de
la corona se convirtieran en suaves nudos.
Instalé un retrato de Baba en mi despacho; rogué por Sus bendiciones al entrar en
él y cada vez que tenía que estampar mi firma en alguna carta, cheque, documento,
notificación u orden. El mantra del Amor de Sai sanó la alergia crónica frente a cualquier
actividad que oliera a educación de la que sufría una porción de los estudiantes. Con ese
mantra, planté el arbolito del servicio en los barrios de los Harijans de Davangere. La
ciudad tenía una fábrica de aceite vegetal, ya que era el centro comercial del área productora
de cacahuete de Mysore del Norte. También era el centro de una región de tierras oscuras
con cultivos de algodón en expansión. Por ende, también había tres fábricas de algodón.
Tenía una barriada de choceríos de Harijans, aislada y abandonada, cuyos residentes se
ocupaban principalmente de mantener limpia la ciudad. Elegimos el Rama Mandiram, una
choza de barro de diez pies de largo por ocho de ancho que los Harijans habían construido
en este barrio, como Centro de Servicio de la escuela. Demarcamos una cancha de "volley
ball" y la equipamos de postes, red y pelotas. Allí, en ese sagrado rectángulo, actuaban
hombro contra hombro los estudiantes y los jóvenes Harijans, sirviendo, haciendo pases,
saltando y marcando tantos. ¡Qué diversión y entusiasmo amigable era aquello! Muchos
eruditos de la sociedad ortodoxa hicieron oír sus voces de sospecha y de temor, mas el
idealismo de los estudiantes les ganó. Pegamos un boletín semanal en los muros del Mandir,
con imágenes pegadas que explicábamos gustosamente a los viejos. Cantábamos bhajans,
organizábamos discursos, charlas y obras musicales. Cada vez que cualquier VIP o Ministro
visitaba la escuela, lo llevábamos hasta el Mandir y lo persuadíamos con una explicación.
Algunos concejales de la Municipalidad no se sentían muy felices, lo tildaban de
alcahuetería, acusaban de exhibicionismo y nos acusaban de utilizar recortes de revistas a
las que estaba suscripta la escuela; los muchachos, sin embargo, gozaban con este cinismo y
los programas se alimentaban de ello. Debido a que sus propios hijos se encontraban
involucrados y a que invitados distinguidos visitaban las barriadas, la Municipalidad se vio
obligada a mejorar los caminos y alcantarillas y a buscar un remedio para los problemas de
los residentes. Repetí mis recitales de Harikatha tanto en el Centro de Davangere como en
algunas aldeas vecinas, como Malladihalli. El último día de mi ejercicio como Director,
invité a los Harijans a un Harikatha sobre Nandanar, el santo Harijan del siglo XV, que
fuera llevado al magnífico Templo de Shiva de Chidambaram, por los mismos sacerdotes
Brahmines. Aquel día, presidió la reunión en el Rama Mandiram el Ministro de Educación
del Gobierno de Mysore.
Inicié también un novedoso programa rural como parte de las actividades de la
escuela. A cargo de esta rama de servicio, una Exposición Educativa Móvil, quedó la tropa
de Rovers. Recolectamos cerca de cien fotografías y las enmarcamos en tamaños uniformes;
cincuenta de ellas servirían para inspirar a los adultos y las otras atraerían e instruirían a los
niños. Preparamos también un conjunto de aproximadamente veinte experimentos de
laboratorio en física y en química que despertarían asombro e implantarían la curiosidad.
Seleccionamos conchas poco comunes, ramas de coral, nidos de pájaros, plumas de pavo
real y cornamentas de ciervos. Las cajas que contenían estas colecciones eran transportadas
por autobús o carreta a las aldeas circundantes, hasta treinta millas de distancia.

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El montaje de la exposición se hacía en el salón de la escuela del lugar. Se
preparaban los experimentos (que eran demostrados por los estudiantes), se colgaban los
cuadros a las alturas apropiadas. Fuera del local, la tropa colgaba banderitas y guirnaldas en
los caminos. Uno de los scouts se paraba en la puerta del local, golpeando el gran tambor
que llevábamos con nosotros, para atraer a toda la aldea al salón, hombres, mujeres y niños.
Entraban en filas separadas y eran muy bien atendidos.
También los profesores habían de ser apartados de sus tendencias antiescolares y
probelicosas. Hice el intento de reuniones sociales quincenales de los miembros del cuerpo
académico, asumiendo la hospitalidad ellos mismos en forma rotativa. Esto ayudó a la
confraternización. Muy pronto surgió una jovial atmósfera de competencia en la provisión
de los platillos del menú. Esos eran días en que Davangere estaba a diez millas de la
Presidencia de Bombay y a escasas treinta de la Presidencia de Madras. Un gran porcentaje
de la población de ambas Presidencias hablaba el idioma kannada y estaba ligado a los
habitantes del Estado de Mysore por lazos culturales, de credo, familiares y comerciales.
Impulsé a mi equipo de docentes para que fueran conmigo a las aldeas y poblados de los
distritos adyacentes, afiliados a Bombay y a Madras y sometidos a las presiones lingüísticas
y culturales marathi, urdu y telugu. Hablábamos, en las reuniones de nuestros congéneres,
en kannada, sobre los santos y estudiosos, el arte y la cultura, los mitos y leyendas, los
héroes y heroínas que hicieran grande y gloriosa a la tierra kannada. Encontré un gran
entusiasmo entre los maestros de mi escuela por ampliar el proyecto. Como grupo de
misioneros culturales visitamos todas las ciudades a las que nos llevaba el ferrocarril, desde
Davangere hasta Hubli y a las que nos transportara el autobús desde Davangere hasta
Hospet y Gadag.
No es de extrañar que le pudiera informar a Baba, cuando me retiré del servicio
activo a la edad de cincuenta y seis años (la norma decía que debía dejar de servir al
Gobierno cumpliendo tos cincuenta y cinco años), en abril de 1954, dejando la Universidad
y Davangere, "Swami, ¡Tus bendiciones me permitieron pasar cinco felices años en ese
lugar renombradamente `difícil'! Cuando me fui, se juntó una muchedumbre de Harijans y
de estudiantes para despedirme en la estación. Las guirnaldas de flores casi me sofocan".
Swami dijo de inmediato: "¡Bien!" e hizo girar Su mano. Creó ahí mismo un rosario de
semillas de tulsi. Cuando lo sostuvo frente a mis ojos, parecía ser como de cuatro pulgadas,
muy corto; pero cuando lo desenrolló y me lo colocó en torno al cuello, tenía el largo
apropiado. Baba nos ayuda en cada paso y, cuando tocamos la cinta de la meta al final de la
carrera, nos mima con regalos por haber ganado, a través de Su propia y constante Gracia,
¡aunque pretendamos que lo hemos hecho por nuestro propio esfuerzo!
No obstante, fueron muchas las cosas que sucedieron antes de dejar mi cargo de
Director. Mi hija me indicó que Baba estaría llegando a Bangalore, para que pudiera
presentarme en el lugar que estuviera e invitarlo a pasar algunos días en mi casa, en la que
ella vivía ahora con sus suegros. (Recuerdo la primera vez que utilicé ese odioso término
egocéntrico.) "¡Oh! ¿Es tu casa? ¿Cierto?", interpuso Baba. "¡Swami! ¡Es Tu casa, toda ella
es Tuya!", repliqué. Ante esto, espetó: "¿Quién eres tú para invitarme a Mi casa? Puedo
entrar y salir de Mi casa como quiera. A ti no tiene por qué importarte".
En una ocasión, era el día en que estábamos celebrando el Festival de Ganesha. Me
encontraba en Bangalore con mi mujer y mi madre. Había accedido a venir, pero supe de
algunos amigos a los que también les había dado la benevolente seguridad de visitarlos.
Cerca de una docena de devotos esperaban el don con las puertas y los corazones abiertos;
hasta las últimas horas de la tarde, y en la noche, Baba nos encontró a todos a Sus Pies, con

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los ojos rojos de resentimiento y las lenguas paralizadas por la tristeza. Baba parecía
disfrutar de la escena. Dijo: "Realmente visité sus casas. Nunca falto a mi palabra.
¡Díganme! Les dejé una seña a todos y a cada uno. ¿No se cortó en pedazos la guirnalda de
flores que había colgada sobre mi retrato?" ¡Sí, había sucedido en cada caso! Nuestras caras
se iluminaron, le tocamos los Pies con gratitud.
No hubo Festival de Dasara en Puttaparti en 1950. Se debió a que el Prashanti
Nilayam (la Morada de la Paz Suprema) que hacía ya más de dos años que estaba en
construcción en base a los planos que El diseñara, estaría listo para ser inaugurado junto con
el vigésimo quinto Cumpleaños de Baba, el 23 de noviembre, y se estaban haciendo
elaborados arreglos para subrayar la ocasión, que constituiría un paso mayor en la carrera
avatárica. Llegué sólo unos pocos días antes y me uní a hermanos de Hyderabad,
Venkatagiri, Madras, Salem y Bangalore, para limpiar los desagües y calles de la aldea y
para levantar arcos de bienvenida a lo largo de la ruta de un cuarto de milla que tomaría la
procesión, desde el Mandir en la aldea hasta el Prashanti Nilayam en la ladera de las colinas
hacia el sur. La ruta tomaba por una angosta franja de terreno entre los verdes campos de
arroz y flanqueda por arbustos espinosos. Un ingeniero de Bangalore que participó algunos
días en la supervisión de la construcción, me señaló un arbusto desde donde Baba solía
tomar naranjas y manzanas para él y para otros, cuando caminaban desde el Mandir al
nuevo edificio para constatar los progresos. "Cómo deseaba que cogiera de ahí una botella
de mi marca favorita de whisky", se lamentaba desvergonzadamente el hombre. Le tuve
compasión a la víctima.
Había miles en el camino esa mañana. Los devotos floristas de Bangalore habían
preparado un palanquín superlativo para Bhagavan. Tenía gruesos rollos de rosas y
jazmines colgados de las esquinas del arqueado dosel. Baba se sentó sobre el lecho de seda,
debajo de una gran borla de hilos de oro. Levantado reverencialmente sobre los hombros de
relevos de devotos, se movió majestuosamente hacia el Nilayam. Flautas y tambores y una
banda de clarinetes, cornetas, saxofones, gaitas y tamboriles, lo precedían, en tanto que
grupos de bhajans cantaban a voz en cuello, por delante, a los lados y atrás del séquito.
Todas las miradas estaban dirigidas hacia el rostro del "Salvador" que le franqueaba la
entrada a una Era de Paz en la Tierra y de Buena Voluntad entre los hombres. Muchos
podían ver cómo el entrecejo de Baba revelaba el punto luminoso en el Centro, donde los
sabios describen el Tercer Ojo de Shiva. Notamos que Baba deshojaba juguetonamente las
flores, juntando los pétalos hasta que Sus manos estaban llenas, para hacerlos llover sobre la
multitud que caminaba a Su lado. Cuando los pétalos llegaban al suelo o tocaban la cabeza
de alguien, ¡ya no seguían siéndolo! ¡Cada uno de ellos se había convertido en una medalla
de plata con la imagen de Baba en una cara y la del Baba de Shirdi en la otra! Pero esta
lluvia no era toda de plata ni de medallas; caían anillos, monedas, chocolates, pasas, nueces:
cada regalo era una sorpresa para cada persona que lo recogía. Fue así que una dorada
alegría divina fue lloviendo por todo el camino, de Norte a Sur.
Antes de que el palanquín tocase el suelo, y en medio de las aclamaciones extáticas
de la vasta masa humana, Baba señaló a los portadores para que se detuvieran, arrancó un
gran montón de pétalos que ya no eran ni de rosa ni de jazmín ni de ninguna otra clase
botánica familiar. También cayeron como brillantes monedas de plata, tal vez acuñadas en
el cielo, con claras imágenes de El mismo y con la consoladora inscripción: "¿Por qué temer
si Yo estoy aquí?", escrita en varios idiomas indios y en inglés. Supimos que la Era de Sai
estaba alboreando en todos los cielos, cuando esa Magna Carta nos aseguraba la liberación
del temor.

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Entre los ingenieros que habían venido especialmente para presenciar la
inauguración, había algunos que vacilaban en recoger las monedas. No querían ser
"víctimas" de la histeria de masas. Preferían preservar intacta su lógica. Les mostré las dos
que había conseguido y los persuadí para que comprobaran que eran genuinas. Sin embargo,
recurrieron a frases huecas para apoyar sus hipótesis con anteojeras. ¡Qué lástima!
Veinticinco años más tarde, decidió encontrar a Baba un psiquiatra de San Diego,
California, el Dr. Samuel Sandweiss, "para estudiar y para entender... para probar que los
milagros no existen (¡) A mi manera de ver, la fe en los milagros surgía en base a
fenómenos psicológicos tales como la histeria de masas, el delirio de grupo o de la
capacidad de alguien para someter a otros a una misteriosa influencia, hasta el punto de
alterarles la percepción de la realidad. Sentí que observar a Baba en persona me permitiría
formarme una idea de lo que podía haber sucedido en los tiempos de Cristo, ¡como para que
se propagaran esas historias increíbles!" Estas frases han sido sacadas de su libro Sai Baba y
el Psiquiatra.
Vino y observó a Baba. Y, algunas páginas más adelante del mismo libro,
demostrando inconscientemente la insuficiencia del título que había elegido para él, escribe:
"Esas historias bíblicas, evidentemente, no son simbólicas sino verdaderas. Lo divino se
manifiesta, en verdad, con el objeto de enseñar. Dios aparece ciertamente en la Tierra.
Existen fuerzas en el Universo, poderes del ser que nunca podremos imaginar" y, en la
misma página, exclama: " ¡Sorprendente! ¡Increíble! ¡Impensable! La experiencia más
extraordinaria e inconcebible: como si las ficciones científicas más inimaginables se vieran
convertirse en realidad".
Sí. El ha venido para aguijonear la soberbia de la ciencia y la tecnología, porque
quienes la practican están promoviendo, a sabiendas o inconscientemente, la violencia, el
odio, la codicia y la tiranía. El nombre que le puso al Centro de Su actividad: Prashanti
Nilayam, simboliza la suma de las cualidades que ha resuelto implantar en el corazón del
género humano: amor, servicio mutuo, renunciación y fraternidad. "Prashanti", implica el
Shanti o Paz Superior y no el intervalo de calma entre dos tormentas, sino la suprema e
inalterable quietud serena de una mente libre de pasiones, de un intelecto limpio y
purificado para reflejar el Amor de Dios. Dice el Gita: "Prashanti es la naturaleza humana,
cuando descansan las pasiones (Saaritha rajasam) y la razón es inmaculada
(Akalrraashram). El estado de Prashanti no conoce el miedo (Vigata bhee) porque no está
contaminado por la venganza o la voracidad". Baba anunció ese día, en Su vigésimo quinto
Cumpleaños, muy tranquilamente, que no estaba inaugurando un edificio llamado
Prashanti Nilayam, sino el Mundo como un vasto Prashanti Nilayam. Todo aquél provisto
de oídos podía escuchar el eco de ese anuncio alrededor del globo.
En visitas subsiguientes encontramos nuevos edificios que se levantaban hacia la
derecha de Prashanti Nilayam, destinados a los devotos que desearan pasar algunos días en
la Presencia.
Desde los hornos cerca del pozo al lado oriental del camino, acarreábamos cargas
de ladrillos hasta el sitio en que los albañiles trabajaban con sus llanas. Baba, sentado en
una silla, observaba las dos largas cadenas de hombres y mujeres, pasando los ladrillos de
mano en mano hasta que el montón junto al pozo era trasladado hasta el montón junto al
lugar de construcción. Luego, pasamos en una sola y larga fila frente a El, para recibir "el
salario" de Su mano: una moneda de cobre para cada uno, del valor de un cuarto de anna,
circular, delgada y con un agujero en el centro, pensado por los gobernantes británicos de la

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India para economizar metal... ¡Representaba un valioso recuerdo de Su Amor, Su
juguetona diversión.
Nos estaba enseñando que no teníamos derecho a explotar el trabajo de nadie, por
rico o pobre que fuera, por cercano o ajeno. La gratitud es un rasgo noble, el aceptarla no es
un signo de debilidad ni lo es de superioridad el ofrecerla. Pese a que muy pronto se
elevaron cuatro edificios para alojamiento, la mayor parte de nosotros encontraba lugar sólo
en la aldea, en el Mandir tan lleno de recuerdos felices para nosotros, pero bautizado
patéticamente ahora como el "Viejo Mandir"; allí cocinábamos y comíamos, nos bañábamos
y dormíamos, descansábamos y nos refrescábamos, nos reuníamos y conversábamos, pero
en todo momento, el "nosotros" esencial permanecía en Prashanti Nilayam, en donde estaba
Baba. Asistíamos allá, dos veces al día, para los bhajans. Preparábamos en nuestros fogones
lo que esperábamos fueran platillos apetitosos y, llevándolos con nosotros con nerviosa
precaución, solíamos colocar los recipientes en torno a la mesa en la que Baba se sentaba a
la hora de almorzar. Al igual que en Shirdi, Baba comía aquí únicamente lo que le ofrecían
los devotos. En Puttaparti, tenía a su madre y sus hermanas como devotos y también ellas
presentaban sus experimentos culinarios para su aceptación.
Volvíamos nuestros pasos hacia la aldea a mediodía y en la noche, solamente
después de que Baba se hubiera retirado luego de estos "almuerzos" y "comidas" rituales.
Cuando nos eran devueltos nuestros recipientes, nos encontrábamos conque Baba, en Su
infinita compasión, había sacado una cucharada. E incluso podía suceder que le dijera a
alguna cabizbaja dama que retorna al Viejo Mandir con el platillo devuelto en su mano,
observándola desde la galería del primer piso: "Estaba sabroso tu rasam", "Tu arroz agrio
sabía muy bien", nada más que para hacerla sentir dichosa. "Tu bendición me hace feliz",
"Tus palabras son como néctar para mi corazón".
En Davangere no estábamos lejos de Baba, aunque el mapa indicara que estaba a
doscientas millas de distancia. Tan pronto llegamos, una profesora llamada Padma,
Bachiller en Artes y Educación, pariente de la piadosa Subbamma de la familia del Karnam
de Puttaparti, me trajo una carta de Baba en la que El le daba a entender que le estaba
enviando hacia aquel retirado lugar, a "un padre" y "una madre". La adoptamos al instante.
Había sido testigo de numerosos lilas infantiles de Baba y pude tomar copiosas notas para
mi libro sobre El. Había tenido una extraña experiencia en la estación de ferrocarriles de
Bangalore, en donde Baba, en Su forma de Shirdi, la había persuadido para retornar a casa
en lugar de aventurarse, como ella lo había decidido, hasta el teatro de operaciones de un
hospital en Mysore.
Baba, con una vigorosa personalidad de púgil, estaba vestido con una larga túnica
abierta en el cuello que le llegaba a los tobillos, lucía una corta barba y caminaba ágilmente
haciendo resonar unos zuecos de madera. Le dijo que tenía un Ashram cerca del Vidura
Aswatha, un antiguo baniano sagrado plantado por el sabio Vidura, mencionado en la épica
del Mahabharatha. (Puttaparti queda a unas treinta millas de ese sagrado árbol.) También le
dijo que, después de algunos años, iría a Shirdi con todos los discípulos que se encontraban
ahora en Su Ashram y se establecería allí. Luego sacó un puñado de paquetitos de vibhuti
de una bolsa que colgaba de Su hombro y, dividiéndolo en dos mitades, le dio una a ella
para su propio uso y la otra "para la persona que será como un padre para ti". Y me escribió
que iba a venir pronto con los paquetitos, porque, a la noche siguiente, en Tumkar, tuvo un
sueño en el cual el "mismo viejo" se le apareció y le preguntó: "¿No le has dado el vibhuti a
Kasturi?"

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En diciembre de 1951, recibí una carta de Baba con el correo del día, escrita en
kannada, pero con escritura anglosajona. Yo no leía ni escribía el alfabeto telugu y mi
comprensión del lenguaje era vacilante e incipiente. Por eso Baba tuvo que recurrir a este
dudoso método dual de correspondencia para comunicar Sus órdenes. La carta me
enorgulleció y me dejó compungido al mismo tiempo. Era una orden envuelta en una
petición. Debía descubrir el retrato de Bhagavan durante la función del Día de la Escuela.
¡La función de la Directiva Distrital de la Escuela Sri Sathya Sai Baba de Bukkapatnam!
Como medida de abundancia de precaución, Baba había escrito que el que se me diera esta
oportunidad única, representaba una muy preciosa buena suerte.
Me sentí avergonzado de no saber hablar telugu, porque la gran mayoría de la
gente que se reunía en Bukkapatnam ese día, no tendría idea de inglés y el kannada era
como esperanto para ellos. Fue así que, después de aceptar con la mayor humildad el
cometido, viajé a Bangalore, me confabulé con un profesor de telugu y escribí el guión de la
versión en telugu de mi intervención en kannada con escritura malayalam, mientras él me la
dictaba palabra por palabra. Llegué a Puttaparti y puse ante Baba este asunto a medio
cocinar. El se rió al verme trémulo y desechó el manuscrito. Dijo que el discurso no había
de ser artificial: debía ser "cordi ficial". Volví aliviado a Davangere. Y enriquecido con un
nuevo término idiomático.
La escuela secundaria de Bukkapatnam constituía un regalo de Baba a la ciudad, la
que debía su existencia y prosperidad a los ingenieros en irrigación del siglo XIV
contratados por el emperador Bukka del Imperio de Vijayanagar. Bukka mismo seleccionó
la orientación de los diques para una canalización a partir del río Chitravathi. Baba asistía a
la "educación media" en este lugar cuando tuvo edad suficiente como para dejar la
"primaria" en Puttaparti. No tenía necesidad de que se le enseñara: usaba al profesor para
enseñarle a sus pares y compañeros que los hombres sabios y los mayores habían de ser
reverenciados. Utilizaba a sus pares y compañeros para enseñarle a los aldeanos que los
niños habían de ser apreciados como potenciales pilares de la sociedad. La escuela
intermedia a la que asistía en Bukkapatnam fue elevada a la categoría de Instituto Superior
con ayuda de una considerable donación del Raja de Venkatagiri, quien fuera atraído a
Puttaparti por una serie de misteriosos sucesos producidos por la volición de Baba. Baba
tuvo que viajar a Madras para contactar al Jefe del Ministerio y asegurar que se aceptara el
Instituto Superior. Para el "personaje" a cargo de la Presidencia parecía dudoso que un
punto tan insignificante en el mapa mereciera una tan prestigiosa institución. Surgió
también otra dificultad inesperada que había de ser solucionada: si la escuela se ubicaría en
el extremo oriente o el poniente de la represa.
La escuela secundaria de Bukkapatnam representó la primera incursión de Baba en
la promoción y el auspicio de instituciones educacionales para los jóvenes. Tuvo el honor
de ser conocida por Su Nombre. El era el Presidente del comité escolar. La visitaba a
menudo e impartía constructivos consejos al Director y al cuerpo docente. Como parte de
las celebraciones del Cumpleaños, Baba organizaba cada año una fiesta para los estudiantes
de la escuela, en Prashanti Nilayam. Conocía a cada muchacho por su nombre y también sus
antecedentes domésticos. Su simpatía era profunda y se expresaba magnánímamente en la
práctica. Le regaló a la escuela un conjunto de instrumentos musicales para que se pudiera
formar una banda que actuara en todas las ocasiones festivas. Aprendieron a tocar bhajans
para cuando se reunían en Prashanti Nilayam. Como bendición de Cumpleaños, entregó
uniformes a los niños Harijans. Equipó a la escuela con muebles, una biblioteca, un sistema
de altoparlantes y un radiorreceptor. De hecho, sustentó a Su escuela desde su nacimiento y

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continuó siendo su Patrono y Presidente hasta que se convirtiera en una de las mejores
instituciones de su género en el distrito, tanto en lo académico como en otras áreas.
El Día de la Escuela habría de ser presidido por el Honorable Sri Koti Reddy,
Ministro del Erario de Andhra. Baba me había conferido el mote de Doctor Honoris Causa
en Filosofía, que hizo imprimir en la tarjeta de invitación para la función y elevó al rango de
"Superintendente" el de Director. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando vi impreso mi
nombre como:
"N. Kasturi, M.A., B.L., Ph.D., Director, DRM College, Davangere" en los
anuncios.
Tenía en mi haber un número de tesis en estado fetal sobre temas en que había
puesto mi corazón con el objeto de lograr un doctorado en Filosofía de las Universidades de
Madras o de Mysore. No había podido seguir más allá de unos pocos capítulos sobre Leyes
fabriles en la India; casi llegué a completar un estudio sobre Los Ultimos lajas de Coorg;
había copiado de la Secretaría de Estado de Cochin algunas docenas de expedientes sobre
Mercaderes Holandeses en Cochin. Por ende, le tuve que confesar a Swami, cuando caí a
Sus Pies en Bukkapatnam, que no tenía derecho al Ph.D. Baba sonrió y me palmeó la
espalda. "Eres un Ph. D.". Sri Vitala Rao, viejo amigo mío que había trabajado en el
Departamento Forestal de Mysore, preguntó: "¿De qué Universidad, Swami?". Swami se
volvió hacia él y respondió: "Universidad de Puttaparti". Treinta años después, en el
Auditorio del Poornachandra, ante una concurrencia de cincuenta mil devotos, con el
Presidente de la Corte Suprema de la India presidiendo y el Gobernador del Estado de
Maharashtra como Huésped de Honor, Bhagavan inauguró la Universidad de Puttaparti
Instituto de Estudios Superiores Sri Sathya Sai con El como Canciller y el Dr. Vinayaka
Krishna Gokak, M.A., D. Litt, como Vicecanciller... No hay ninguna palabra de Baba que
pueda ser casual, estéril o frágil.
Llegué a Bukkapatnam una hora antes de que comenzara la función y le fui
presentado amablemente a la distinguida compañía. Cuando llegó mi turno, me levanté de
mi silla y, afortunadamente sin cometer torpezas, tiré de la cinta de la que colgaba el velo de
seda, dejando expuesto el magnífico retrato del Señor. A continuación, colgué en él una
guirnalda de flores.
Me dirigí a la concurrencia en inglés, como lo había permitido Baba. Dije que las
escuelas se honran colocando frente a sucesivas generaciones de alumnos, los retratos de
una u otra personalidad inspiradora: Ex alumnos distinguidos, donantes generosos e ilustres
personajes de nivel mundial. Mencioné que Baba había sido alumno inscripto en los
registros de la escuela cuando no era más que una intermedia. Esto lo convertía en un "ex
alumno" que cualquier escuela se enorgullecería de tener. También había sido
personalmente responsable por su establecimiento, su rango y su progreso. Baba era un
Fenómeno Divino cuyo retrato le daría fama y poder a cualquier institución que promoviera
el conocimiento y prescribiera normas de moralidad y espiritualidad en cualquier país. El
hecho de que El era el Presidente del Comité de la Escuela era de un valor único, destaqué;
Baba amaba por sobre todo a los niños y los impulsaba en todo momento a desarrollarse en
capaces, eficientes y honestos ciudadanos del mundo.
Ese fue mi primer discurso sobre Baba. Me regocijé cuando El me sonrió al ir a
sentarme hecho un atado de nervios, después de los diez minutos de tensión, en el borde de
mi silla. El me había indicado no usar notas, además de no pasarme del tiempo asignado. Al
Ministro le permitió hablar algunos minutos más. Su mujer, una famosa trabajadora social y
oradora por derecho propio, también habló hasta que el público comenzó a impacientarse.

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Llegué a Puttaparti, tarde en la noche, después de una comida en la presencia de
Baba en la misma escuela. A la mañana siguiente, Baba me llamó a la habitación
(popularmente conocida como la "Korike", una palabra telugu que significa "deseo": la
habitación en que se cumplen los deseos, de hecho). Ese día, sin embargo, ¡resultó ser para
mí una "habitación de frustración de deseos"!
Permítanme explicar. En una ocasión en que me quedara en Puttaparti, algunos de
los príncipes de la familia real de Venkatagiri, me habían hablado de una travesura peculiar
que le gustaba a Baba. Cuando el momento era propicio, extendía Su mano hacia alguien
que tuviera un anillo con gemas engarzadas en el dedo, diciendo en tono de crítica: "¡Oh,
qué vergüenza! ¿Por qué estás cargando piedras sin que te paguen por ello? ¿Cuánto hace
que realizas este despreciable trabajo? ¡Dame ese anillo!" Cuando la persona así interpelada
(con una censura técnicamente correcta) se sacaba el anillo y se lo colocaba en la palma,
Baba solía soplarle encima y éste se transformaba en un anillo con un retrato en esmalte de
Su Propia Forma. Y me mostraron un anillo que había sufrido el milagroso impacto del
Divino Aliento.
Me nació el deseo de ver este milagro único y de llevar un anillo así
metamorfoseado. De modo que me mandé hacer un anillo de oro con un gran granate
engarzado en él. Estaba seguro que al verme cargar con una piedra más pesada que las que
llevaban otros, despertaría Su compasión. También esperaba que no dejara de notarlo y que
me lo cambiara por un bello retrato de mayor tamaño. La atracción de la piedra era
ineludible. Mas Baba me animó a sufrir: pasaron dos años completos sin que me pidiera el
anillo.
Una mañana entré en la Korike con el brazo derecho apoyado en mi pecho, como
para que el anillo quedara de modo que el brillo del granate fuera bien patente: ¡Baba
extendió Su mano por el anillo! ¡Oh! Lo coloqué sobre la sedosa palma. Mis dedos
temblaban de excitación. Baba continuó hablando: "¡Oh! Deseas tener un gran retrato para
poder ufanarte de gran devoto. Así todos te envidiarían, eso te haría famoso. No. La gente
exhibe mi retrato en los dedos, en relojes, en medallas colgadas al cuello, en los muros de
sus casas, en los altares de sus santuarios. No. Llévame en tu corazón. Ese es Mi Hogar". A
continuación soplo Su Aliento sobre el anillo que sostenía entre Sus dedos. Ya no estaba
allí: mi oro y mi granate se habían disuelto. Me tragué un suspiro, e inmediatamente
después, un sollozo incipiente.
Baba dijo algunas palabras de aprecio acerca de mi discurso del Día de la Escuela.
Preguntó acerca de mi madre y de mis hijos. Luego colocó en mis manos los paquetitos de
víbhuti y abrió la puerta para que yo pudiera salir de la habitación "en que se cumplen los
deseos". Apenas si alcancé a dar dos pasos, cuando Baba me llamó nuevamente.
"¡Pobrecito!" dijo con simpatía"¿Quieres de vuelta tu anillo?" Luego, muy
compasivamente, un dulce "¿No?", y una encantadora sonrisa iluminó repentinamente Su
rostro, hizo girar Su mano derecha y produjo lo que me impactó como un pedazo de luz. Era
un anillo de oro en el que estaban engarzadas nueve gemas preciosas, ensalzadas en las
leyendas con el poder de lograr al que las lleve, los dones que los nueve planetas pueden
otorgar: perla, rubí, topacio, diamante, esmeralda, lapislázuli, coral, zafiro y circón,
dispuestos de a tres en tres secciones. Lo puso en mi dedo. Calzó perfectamente.
Dijo: "Ahora no me andarás anunciando como tuyo, incluso antes de reconocer que
eres Mío. Este anillo lo llevan muchos que creen que los Navagrahas (nueve planetas)
deben ser propiciados. Poco a poco irás descubriendo que Mi Anugraha (Gracia) puede

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vencer los siniestros designios de los nueve planetas. Hasta entonces, ten éste". Salí de la
habitación, la segunda vez, con una sonrisa de oreja a oreja.
Baba estaba ciertamente conmigo durante los años que trabajé en Davangere. Hizo
fracasar muchas conspiraciones para destronarme, desplazó hacia lugares distantes a
muchas figuras claves alineadas en contra de mí. Protegió a los que me eran leales. Durante
los meses de vacaciones viajé a Bangalore y me ocupé desde ahí de la correspondencia
oficial. Una vez, la oficina de Davangere me envió un cheque extendido por la Tesorería
local, por una cifra de cinco dígitos, que había que cancelar por concepto de beca a
estudiantes de la escuela. También había enviado un sobre oficial franqueado, como para
que yo pudiera devolver el cheque firmado, por correo certificado. Tomé un ómnibus y me
dirigí al centro comercial de la ciudad, con el sobre en el bolsillo. Llovía copiosamente.
Terminé con unas pocas compras en cinco o seis tiendas y llegué al mesón de la Oficina de
Correos, para encontrarme con mi bolsillo mojado y vacío. Mi cabeza daba vueltas por la
impotencia.
Corrí desesperadamente, retomando mi recorrido y tratando de redescubrir los
micros que había tomado. Temía que la persona que hubiera encontrado el sobre cobrara
por sí misma el cheque en la Tesorería. Incluso, si no lo hacía o no podía hacerlo, la
situación me acarrearía irrefutables acusaciones de negligencia, irresponsabilidad y ausencia
no autorizada de la sede, y me involucraría en amenazas y excusas. ¡Ni siquiera llevaba
conmigo el número del cheque! Por ende, no podía telefonear a la Tesorería o enviar un
telegrama informando el extravío. Sumido en el pánico, partí hacia Davangere en el tren
nocturno y llegué a la escuela como a las 8 de la mañana. Llamé al contador con el objeto
de obtener una carta escrita a máquina, informando al Tesorero y dándole instrucciones. El
contador llegó a las 9, 30 horas.
Antes de que pudiera dictar la carta, entró el cartero con un montón de
correspondencia, entre la cual descubrí una carta certificada: ¡la que había extraviado en
Bangalore! Dentro y a salvo estaba el cheque. Era evidente que se me había caído bajo la
lluvia y en alguna esquina de mucho movimiento. Había sido pisoteada. Un alma caritativa
(¿Baba?) la había recogido y echado en un buzón cercano. El jefe postal que la seleccionara,
había escrito en el sobre: "encontrado en un buzón" y, puesto que el franqueo era correcto,
se había tomado el trabajo de registrarla y despacharla a la dirección indicada. ¡Así, había
viajado conmigo en el nocturno y llegado a mi despacho junto conmigo! Nunca revelé a mis
asistentes lo sucedido ni por qué les había sorprendido con mi llegada.
Los exámenes de setiembre, conducidos por la Universidad de Mysore, de la cual
mi escuela era miembro, comenzaban. ¡Y era Dasara en Puttaparti! Como Director, debía
dirigir los exámenes, abrir los paquetes sellados con los cuestionarios y distribuir estos
formularios entre los examinandos, organizar a los supervisores, empaquetar los formularios
respondidos y hacerlos llegar a los examinadores. Como devoto, anhelaba asistir al Festival
de Dasara, por lo menos durante los últimos tres días, con mí mujer y mi madre.
Afortunadamente, esos tres días eran feriados para todas las escuelas, incluyendo la mía.
Por lo tanto, le telegrafié a mi mujer para que estuviera en la estación de Bangalore al día
siguiente en la noche y que esperara allí mi llegada desde Davangere. Desde ahí podíamos
seguir juntos a Puttaparti en tren. El plan era perfecto hasta esa disparatada mañana.
Los examinandos habían tomado sus asientos. Los sobres sellados estaban frente a
mí. Tomé los cuestionarios y me dirigí a la primera sala. Los comencé a distribuir entre
unos veinticinco estudiantes. Repentinamente hubo un vocerío a gritos. Los veinticinco se

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levantaron en protesta: ¡los cuestionarios no guardaban relación con el tema sobre el que
debían ser examinados esa mañana! ¡Trataban sobre historia de Gran Bretaña!
Tenían razón. Yo estaba equivocado. Recogí los papeles de sus manos. Corrí de
regreso a mi despacho; abrí la caja fuerte; extraje el paquete correcto; con dedos
temblorosos abrí los sellos y distribuí los cuestionarios. Me senté cabizbajo en el sillón de
mi despacho, rumiando el daño. Me levanté, cerré la puerta. Me puse frente al retrato de
Baba y lloré.
"¿Qué es esto que me ha pasado? ¿Por qué, oh, por qué había permitido que me
equivocara tanto? ¡El texto sobre la historia de la India se hacía seis días después! Ahora
habría que reunir a la comisión examinadora en Historia para discutir y decidir sobre un
nuevo cuestionario... Este habría de ser impreso y despachado luego a cerca de quince
Centros en donde había alumnos esperando. Una tarea prácticamente imposible de cumplir
en seis días. Aquellos a los que no les era grato, aquellos a quienes había disgustado, los que
no me tenían simpatía, todos ellos se agruparían ahora. A los examinandos, cerca de
cuatrocientos, habría que convocarlos a los centros dos semanas más tarde, por lo menos.
Esto, ciertamente, levantaría una ola de indignación, puesto que le supondría un gasto
grande a cada estudiante, además de todos los inconvenientes para todos los implicados".
Eso le dije a Baba, llorando. Le envíe un telegrama a mi mujer, indicando que yo tenía que
ir hasta Mysore por asuntos urgentes, de modo que ella y mamá podían viajar solas desde
Bangalore a Puttaparti, tal como se había planeado. Yo no podría sino llegar más tarde.
Tomé el tren nocturno a Mysore y llegué a las 7 horas. Me fui directamente a lo de
mi amigo el Encargado de Registros. El calmó en gran medida mis temores. Me dijo que
estaban en Mysore dos miembros más de la comisión examinadora de Historia y que podían
ser contactados. Telefoneó a la imprenta del Gobierno y le indicaron que podían tener lista
la impresión de los cuestionarios esa noche, siempre que les fueran entregados hasta las 14
horas a más tardar. Indagó acerca del servicio de correos y descubrió que el feriado de
Dasara comenzaría recién dos días más tarde. Quiso que yo lo esperara en casa del
Vicecanciller, cerca de las 10,30 horas, porque debía asistir a una reunión histórica en el
Crawford House, donde el Jefe del Ministerio, Shri Hanumanthaiya, iba a lanzar un
revolucionario programa de estudios y un sacudón administrativo sorpresa. Sugirió que yo
también podía asistir como Director de mi escuela y recibir después los inevitables
"reproches" y "censuras" del Gran Mogul. Su casa estaba en las cercanías de nuestro
destino.
De modo que tomé asiento en el Crawford Hall, justo bajo las narices destinadas a
husmear en mi estupidez, unas horas más tarde. Muchos me felicitaron por mi entusiasmo
por estar presente para el lanzamiento de un plan educacíonal que afectaría a millones... ¡un
entusiasmo que me había hecho viajar toda la noche entre Davangere y Mysore! Le
respondí a cada uno de ellos con una amplia sonrisa, aunque absolutamente falsa.
La función comenzó con un estallido. El Jefe Ministerial entró al hall al son de
trompetas y tambores. Cuando se puso de pie para hablar, toda la sala quedó sumida en un
denso silencio. Pronunció sus primeras palabras en inglés, ante lo cual los estudiantes, en el
fondo del hall, aglomerados en las puertas y asomados a las ventanas, comenzaron a gritar:
"Kannada Zindabad", "Angreji (inglés) Murdabad", "Kannada Matha K¡ Jai". El coro de
imprecaciones era ensordecedor. El Ministro retornó a su asiento. La policía sintió que su
intervención era esperada en la situación. Comenzaron a llover los golpes sobre los jóvenes
tanto dentro como fuera del hall, en especial sobre los que trataban de esquivarlos. El
Ministro le lanzó algunos punzantes adjetivos al Vicecanciller, sentado a su lado. Vi que

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tenía las orejas gachas. Me di cuenta de que se estaban usando gases lacrimógenos para
dispersar a la gente y para que pudiéramos retirarnos a salvo.
Finalmente, cuando pude pasar por entre las nubes de gas, corrí a la casa del
Vicecanciller y tomé posición en la galería, para que no dejara de verme al llegar. El
Encargado de Registros ya estaba dentro, listo para intervenir si se requería. Se pudo ver al
Vicecanciller entrar rengueando, rumiando acerca de los calamitosos incidentes y los
selectos vituperios que le llovieran, cuando los estudiantes de sus escuelas se convirtieron
en fanáticos luchadores por la causa de su silenciada lengua materna. Sus ojos estaban tan
enrojecidos como los míos por los efectos del gas. "¿Qué hay de nuevo?", me preguntó,
dejándose caer en una silla frente a mí. "Me metí en algunos problemas", repliqué. "¿Con
los estudiantes?", preguntó, con voz temblorosa. "No, Señor. Esta vez son sólo míos y
causados por mí", dije. Eso lo tranquilizó. Se puso de pie y extendió la mano para un
apretón. "Me alegro", comentó. "Durante todos estos años, usted ha mantenido tranquilos a
los estudiantes de Davangere. ¡Mire la confusión que hay aquí, esta mañana!", se lamentó
encendiendo un cigarro. Le hablé del error que había cometido y de la urgente necesidad de
arreglar las cosas. Se volvió a levantar. "¡No se preocupe, Kasturi! Errores como ésos se
producen hasta en las instituciones más organizadas. Mientras logre mantener a sus
estudiantes bajo control, estoy dispuesto a pasar por alto cualquier error que pueda
cometer". Luego llamó al Encargado de Registros.
Me retiré a otra habitación para escribir un borrador de cuestionario sobre historia
de la India. Antes de una hora llegaron otros dos miembros de la comisión examinadora y lo
firmaron, aprobándolo. A las 12 en punto fue enviado a la imprenta. Uno de los miembros
de la Comisión había sido alumna mía y se ofreció para corregir la prueba. La Oficina de
Correos confirmó que los paquetes llegarían a tiempo a los Centros.
El Vicecanciller me dio una retumbante palmada en la espalda: "Siga adelante,
señor Kasturi, tan felizmente como hasta ahora. No pierda su sentido del humor. No se han
venido abajo los cielos. Los estudiantes están tranquilos. Todo está bien. Ahora puede partir
hacia su Puttaparti".
Salí a las 15 horas y llegué a la estación donde mi mujer y mi madre me esperaban
ver bajar del tren de Davangere. No habían recibido mi telegrama, pese a que lo había
enviado "Urgente", pagando un monto extra. Baba no había alterado nuestro itinerario. Baba
me llamó a Su habitación en el último minuto de mi estadía. Le rogué: "¡Swami! No quiero
continuar como Director de la escuela. Es demasiado..." Swami me interrumpió con: "¿Qué
es lo que realmente sucedió? Sé que abriste un paquete en lugar de otro. Lloraste ante mí...
¡y, eso, en tu despacho! ¡Bien! Tu jefe te mandó acá con una palmada en la espalda... ¡No lo
sabré yo! Esta no es la primera vez que te has equivocado. Yo estoy siempre contigo. ¡Sigue
tropezando! Yo seguiré salvándote de lesionarte".
Me volví, estupefacto ante la ilimitada compasión de Baba. De Su percepción
consciente de cada acto, de comisión u omisión, de aquellos a quienes ama. No me atrevo a
agregar "y aquellos que le aman".
Porque, ¿cómo podría declarar, con la mano en el corazón, "le amo"? Le temo, me
siento fascinado por El, le adoro, anhelo escucharle hablar consoladoramente conmigo y
con otros. Mas, no sé si le amo así como El me ama a mí.
La profesora que me fuera dada como "hija" constituía una inspiración en
Davangere. Nos contaba muchas historias de la temprana vida de Baba en Puttaparti. Lo
había visto crecer como gurú. Había sido testigo de las asombrosas manifestaciones del
Todopoder en la Colina de Kalpataru. Había tenido visiones del Tercer Ojo, de El como

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Krishna en el columpio, de Baba como Varalakshmi y como el Sai de Shirdi. Recordaba los
días pasados y elevaba su corazón en oración a Baba al igual que la tierra sedienta por la
lluvia. No se había casado. Sin embargo, con ánimo de broma, escuché a Baba dirigiéndose
a ella como "viuda" (un apelativo de mala suerte), cosa que la hirió. Pero Baba pareció
gozar con su reacción. Un día hablé en favor suyo, mas Baba dijo, como explicación: "¡Sí!
Su marido se ahogó en el Yamuna".
Ella estalló en lágrimas y se le pidió que le preguntara a sus padres acerca de qué
persona se trataba y de cómo había sucedido. Ellos contaron el incidente que había sucedido
hacía diecisiete años en verdad. Todos lo habían borrado de la memoria, salvo Baba.
Dijeron: "Hace mucho tiempo, cuando eras una pequeñuela de cinco años, nuestro vecino
en Chamarajapet era un ardiente devoto de Krishna. Pertenecía a Udipi el sagrado lugar del
culto a Krishna. Era dueño de un hotel en la ciudad y su negocio era floreciente. No tenía
hijos; gastaba su dinero y la mayor parte de su tiempo haciendo puja para un encantador
ídolo de mármol que había adquirido en la misma Mathura. Cada día despertaba a Krishna,
lo bañaba, lo vestía, lo alimentaba, lo abanicaba, le daba leche tibia y manteca endulzada y
le ponía a descansar y a dormir.
"Un día, decidió celebrar el matrimonio de Krishna con Rukmini. El Pundit, cuyas
peticiones no podía desechar, le aconsejó conseguirse un despierto querubín que hiciera las
veces de novia. De modo que Padma fue llevada por sus padres a la casa vecina e inducida,
por medio de liberales regalos de caramelos, a desempeñar el papel de novia. Se la vistió
con ropas nuevas de seda y de terciopelo, y le pusieron guirnaldas en el nombre de Krishna,
mientras un grupo de brahmines recitaban los mantras apropiados en voz alta.
"Pasaron algunos años y Padma olvidó por completo aquel festival y la fiesta que
lo siguió. El mandala sutra fue cambiado por dinero contante al día siguiente mismo, para
gastos domésticos urgentes. También el vecino fue perdiendo su fanática veneración por
Krishna. Sus negocios decayeron. Sus empleados se reían de él porque decían que había
despilfarrado una fortuna en corpulentos brahmines, codiciosos pundits y el sordo ídolo de
mármol. Muy poco después enloqueció. No podía soportar la visión del Krishna al que antes
amara como a la niña de sus ojos.
Lo metió en un saco, lo llevó en tren hasta Mathura (la ciudad natal de Krishna) y
en una noche oscura, se adentró caminando en el río y dejó caer en sus aguas al amado
enemigo que lo había exprimido. Padma, la novia de cinco años quedó inscripta como
`enviudada' en el Libro de Dios debido a ese desesperado crimen. " No resulta extraño que
Baba le hiciera bromas y se riera de su novelesco duelo.
Cada vez que Padma iba a Puttaparti (lo hacía a menudo, ya que la segunda mujer
del Karnam era su tía) Baba le hacía contarle acerca de cómo nos iba. Un día, ella le dijo
que mi madre se sentía apenada de no ser bendecida por Su darshan por largo tiempo, ni
siquiera en sueños. Baba reaccionó comprensivo. "¡Sí! La anciana señora tomó mis manos
cuando se despidió y rogaba que le diera darshan en sueños. Satisfaré sus deseos esta misma
noche". Padma escribió para preguntar acerca de lo sucedido, indicando la fecha de la
promesa de Baba.
¡Maravilla de maravillas! Cuando llegó la carta estábamos aún dichosos porque
Baba había visitado nuestra casa. Esa misma noche, mamá había salido bajo el mosquitero
que cubría su cama, se había parado junto a ella y caminó algunos pasos hacia la puerta (que
estaba "abierta", como dijo) en cuyo umbral estaba parado Baba, a plena luz del día.
Alborozada se tiró a Sus Pies, tendida en el suelo. Cuando levantó la cabeza, no se veía a

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Baba en la oscuridad. Me llamó a mí, desperté, encendí la luz y para mi, enorme sorpresa,
encontré a mi madre, sonrojada de excitación, tartamudeando acerca de su experiencia.
Padma entró cojeando una noche en nuestra casa en Davangere. Su tobillo derecho
había sufrido una seria torcedura al bajar los escalones de la escuela. Tenía fuertes dolores.
Esa noche, acostada y con la luz encendida, se quejaba a Baba por descuidarla y le rogaba
que la librara de la ignominia de andar cojeando por la calle llena de gente por la que debía
pasar para llegar hasta su escuela. Repentinamente Baba la llamó por su nombre y cuando
fue a abrir la puerta para dejarlo entrar, El le dijo: "No me eches la culpa a Mí por tu
descuido". Traía con El una botella con un espeso líquido amarillo y una esponja. "¿Cuál es
el pie que resbaló en el peldaño?", preguntó. Le aplicó, el remedio y se fue desvaneciendo.
Y Padma se quedó dormida. Ni siquiera cerró la puerta. A la mañana siguiente, llegó
caminando a saltitos y ágilmente a nuestra casa. Nos mostró el pie que estaba cubierto por
una gruesa costra amarilla, que no podía lavarse, ¡ni siquiera con agua caliente y jabón!
La omnivolición puede hacer que suceda cualquier cosa en cualquier parte. Puede
aparecer en la Forma de Sai en un centenar de lugares y ejecutar cien tareas diferentes; y,
sin embargo, puede ser El Mismo, inmutable, no afectado. El lo llama Su Sankalpa, la
realización inmediata de Su Voluntad, la proyección de Su personalidad hacia cualquier
tarea, la concretización de Su pensamiento. Nos asegura que cada uno de nosotros tiene
como núcleo esa misma omnivolición. Cada vez que lograba tal atisbo del Amor que El
encarna, resolvía y le rogaba a Baba que fortaleciera mi resolución de amar a Baba, con
todo mi corazón, toda mi alma, toda mi mente y todas mis fuerzas. Porque Baba nos ama sin
calcular nuestras calificaciones, sin insistir en devoluciones e incluso ignorando, como
meros errores, nuestros pecados y nuestros vicios.
Tuve la buena suerte de ser testigo del efecto de la alquimia del amor de Baba en
Ananthappa, que le hizo amar a Baba tan intensamente como yo deseaba hacerlo. Su fe en
El y en Sus directivas era más firme y más profunda que la mía. El era uno de los dieciséis
"peones" que mi escuela tenía en sus listas. Yo lo había heredado de Nambiar. Los peones
tenían trabajos asignados en la oficina, la biblioteca, los laboratorios, el gimnasio, el
albergue, etc. En esos días, el Director podía retener a uno de estos peones para el servicio
en su residencia. Elegí para mí a Ananthappa, porque, según Nambier, era el más necio de
todos y él lo había tenido que soportar por dos largos años. Si su amo hubiera sido cualquier
otro miembro del personal de la escuela, el tontito perdería su trabajo en menos de una
semana, temí. Ananthappa era un alma piadosa. Le encantaba dar vueltas por la ciudad para
comprar las flores, las varitas de incienso, el alcanfor y frutas para el puja de Baba que mi
mujer y mi madre hacían cada mañana y para los bhajans que teníamos los jueves. No era
ningún rigorista en cuanto a la exactitud matemática. Sumaba, restaba, multiplicaba y
dividía según los dictados de su fantasía. Por este motivo, debía ser enviado una y otra vez a
la misma tienda para devolver el dinero extra que debíamos por las cosas compradas y
traídas. La mayor parte del tiempo dormitaba en el piso de madera que se ponía para él,
dentro de la casa, junto a la puerta de entrada. Sin embargo, despertaba de inmediato cuando
sonaba la campana del puja y observaba desde la ventana el rostro de Baba. Tan pronto se
colgaba la nueva guirnalda sobre el retrato, mi mujer ponía en las manos de Ananthappa la
guirnalda descartada. Para él, eso era un tónico, un talismán, un tesoro.
Una vez que fuimos a Puttaparti, le llevamos con nosotros. Baba me dijo que había
sido un Vibhishana en Lanka. Hanuman, quien saltara por sobre el mar para aterrizar en
Lanka, encontró, mientras buscaba el escondite en donde Ravana había confinado a Sita, un
solo lugar en donde pudo sentir intensas vibraciones de dedicación y devoción hacia Dios

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en esa ciudad dorada. Era allí donde vivía Vibhishana, el hermano menor de Ravana (el
titánico tirano). La choza de Ananthappa rebosaba la fragancia de pensamientos sátvicos. La
atmósfera no estaba enrojecida por la ira ni ennegrecida por el rencor. Fue como
reconocimiento de su simplicidad y sinceridad que Baba le bautizó según el piadoso
hermano de Ravana. Para mí, significó también una palabra de advertencia en cuanto a no
tratarle como a un mero patán incapaz de cumplir con las diligencias más elementales.
También me reveló el valor de una dieta democrática de Amor, la única que puede sustentar
a los peregrinos que van en camino hacia Dios.
Baba le dio un claro aviso una vez, por medio de un sueño. ¡Su mujer tuvo,
simultáneamente, el mismo sueño! Su mujer estaba en la lista de empleados de la escuela,
como auxiliar en el tocador de las estudiantes. Su hermana era empleada en una fábrica de
hilados. Una noche, su marido, absolutamente ebrio, comenzó una riña y la golpeó con un
bastón hasta dejarla caída en los umbrales de la muerte. Baba apareció en el sueño de
Ananthappa diciendo: "¡Eh, levántate! ¡Anda a ver lo que le está pasando a tu cuñada!" Su
mujer se levantó, advertida por el mismo sueño, al mismo tiempo. La pareja corrió a la
choza, en la misma barriada, y la hermana se salvó de las garras de la muerte.
Baba asumió con gran afecto la función de proteger y de guiar a Ananthappa. En
una oportunidad, cuando yo dejaba la Presencia para emprender el viaje de regreso a
Davangere, Baba me sorprendió trayendo un retrato Suyo de gran tamaño y, pasándomelo,
dijo: "Lleva esto a Davangere y ponlo en el santuario de Ananthappa", con una sonrisa
iluminándole el rostro. Ananthappa vivía en una choza de barro, en medio de otras cien
similares, a una milla de la escuela. Su hijo e hijas cantaban bhajans en una pieza de 8 por 6
pies. Su nombre estaba en boca de los profesores y asistentes, no solamente de mi escuela,
sino también de la escuela de Ingeniería. Muchos de ellos transitaban por las embarradas
calles de la barriada, para sentarse sobre losas de piedra fuera de la casa, a escuchar los
bhajans y recibir ansiosos la sagrada ceniza después del Arathi.
En ese santuario instalé el retrato donado por Baba. La piedra rechazada por los
constructores había sido aceptada por Baba como piedra angular para Su mansión en
Davangere. ¡Qué ocasión de éxtasis elevador fue aquélla en esa colonia de miseria y
descontento! Muy pronto se convirtió en un pequeño Prashanti Nilayam.
Ananthappa solía estar sentado, solitario y por largo rato, perdido en silenciosa
meditación o conversando con Baba sobre todo lo que le preocupaba. Se paraba frente al
retrato y protestaba en contra de Baba, en su propia desmañada manera, por dejar caer una
flor para él desde el retrato de Shirdi Sai colgado por encima del de Sathya Sai Baba. Hacía
pucheros con la boca e insistía: "¡No! Sólo te veo a ti, Baba. Soy Tuyo más que Suyo.
¡Tienes que darme esa flor!" y, oyendo su ruego, Baba aflojaba una flor de la guirnalda en
torno a Su retrato, lanzándola rectamente hacia la mano extendida de Ananthappa.
Ciertamente, la luz brilla sobre los justos y la alegría se derrama sobre los buenos.
Conozco sólo unas pocas ocasiones en que Baba le haya dicho a los parientes de
alguna persona enferma que no hay esperanzas de sobrevivir. Sabe que muchos no
entenderán y que, de todos modos, se lamentarán ruidosamente, como si la muerte
significara el fin de la carrera de una persona. Es un desvestirse y un vestirse; el alma aún
no ha llegado a ser lo suficientemente inmaculada como para pararse desnuda ante Dios.
Pero, cuando enfermó seriamente la hija mayor de Ananthappa, Baba le aconsejó no correr
tras los médicos ni gastar dinero en píldoras y cápsulas, jarabes y mixturas. "Será liberada
de la vida antes de fin de mes". Ananthappa pasó el resto del mes rumiando por sí solo la
verdad de que la muerte no es más que el ocaso del alma, para que le puedan ser revelados

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los cielos estrellados antes de que vuelva a asomarse a un mundo desgarrado por la lucha.
Cuando su mujer fue mordida por un perro al que todo el vecindario consideraba hidrófobo,
ella se rehusó a creer en Pasteur y se curó sólo a través de Puttaparti. La mayoría de los
"peones" de la ciudad se convirtieron en clientes de Ananthappa, del vibhuti que había
colocado frente al retrato enviado por Baba. Se quedaban para los bhajans y cantaban con él
para poder merecer el regalo.
Una de sus hijas menores estaba casada con un empleado de los ferrocarriles de
Mysore. Vivían en uno de los suburbios menos equipados de Bangalore. El hombre tenía
una naturaleza muy celosa. Cuando su mujer abría una ventana, ¡estaba seguro de que era
para mirar a alguien que iba pasando! La mantenía como prisionera en la casa oscura. La
golpeaba a menudo con el pretexto de su coquetería. Los esfuerzos de Ananthappa y de
otros para tranquilizarlo y llevar armonía a la familia fueron inútiles. La pobre mujercita, le
hizo un día una proposición a su marido: "Llévame con Baba y pregúntale a El: si dice que
soy y que seguiré siendo una mujer fiel, manténme a tu lado. Si no lo dice, le pondré fin a
mi vida. Hay pozos lo suficientemente profundos en, Puttaparti". Ananthappa y su mujer
fueron a Bangalore y acompañaron a la hija y al yerno a Puttaparti.
Baba, durante la entrevista, le dijo al testarudo yerno que ella era tan pura como
Sita, la consorte de Rama, y como Parvati, la consorte de Shiva. Eso resultó un trago
demasiado amargo para el orgulloso hombre. Perdió la compostura allí mismo y lo
contradijo a gritos. Acusó de infidelidad a la muchacha y exigió una compensación. Baba lo
empujó suavemente fuera de la habitación y cerró la puerta. Le dijo a Ananthappa: "No te
preocupes. Puede ser pacificado. Es un buen tipo. Van a vivir felices".
Llegaron a Penukonda demasiado tarde como para alcanzar el tren del día. De
modo que se quedaron hasta cerca de medianoche en la misma estación, con el yerno
manteniéndose algo alejado, rumiando su ira en contra de los gurúes y planeando golpe por
golpe. Cuando llegó finalmente el tren, hizo subir a Ananthappa, a su hija y a la madre a un
compartimiento de tercera clase, en tanto que él se acercó a uno de los conductores para
pedirle permiso para dormir en uno de los de primera, en que los camarotes estaban vacíos,
indicándole que ningún pasajero subiría durante las horas de la madrugada. El guarda sabía
que era así y se lo concedió, puesto que, además, era empleado de ferrocarriles y viajaba
gratis.
El resto de la historia lo relató el mismo guarda. Se produjo de manera inesperada.
Yo no tenía idea del sufrimiento de la hija de Ananthappa. Estaba en Bangalore ese fin de
semana. Zapateando por las calles de la ciudad por toda clase de diligencias; estaba
demasiado exhausto para caminar de regreso a casa, de modo que me paré en la parte ancha
del pavimento frente al Vidhana Soudha, bajo el letrero de PARADA DE AUTOBUSES,
esperando el arribo de uno que me llevara en mi dirección. No pensaba en otro vehículo,
porque los conductores son unos pícaros superlativamente temperamentales. Justo en esos
momentos apareció un "jukta" con un pasajero solitario. Al verme congelándome allí, me
habló con tono respetuoso. Dijo: "Los conductores están en huelga hoy. Suba aquí". Se
trataba de un antiguo alumno mío. Subí. "Señor me dijo desearía ir a Puttaparti y tener el
darshan de Sathya Sai Baba". Me quedé boquiabierto. No podía imaginar que un individuo
que era un fornido zaguero de fútbol, cuyo cráneo era tan grueso que una vez cabeceó la
pelota directamente al arco, para ganar el partido, y que ahora era un guarda de ferrocarriles
que agitaba linternas y banderas, pudiera albergar sed por un refresco espiritual. Le
pregunté: "¿Por qué? ¿Qué te ha sucedido?"

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"¡Señor! La otra noche estaba de guarda en el tren proveniente de Guntakal. En
Penukonda, le permití a un empleado de ferrocarriles subir a la primera clase, aunque no
tenía derecho sino a la segunda; pero todos los camarotes estaban vacíos y era más de
medianoche. Cuando el tren se detuvo, hora y media más tarde, en Thondebhavi usted sabe
que no para sino diez minutos el hombre de marras, bajó de un salto, demostrando gran
dolor y lamentándose a gritos. Se masajeaba las mejillas con ambas manos. Corrí hacia él;
los porteros me seguían a mí; pronto estuvo rodeado por mucha gente. "¿Quién más está en
el vagón? ¿Quién fue el que le golpeó tan fuerte en la cara? ¿Escapó?", le preguntamos,
porque era evidente que el pobre tipo había sido maltratado por algún intruso. Entre
sollozos y quejidos nos contó la historia, sentado en una silla en la oficina del jefe de
estación y tomando té. "Mientras el tren estaba a unas seis millas de Thondebhavi, se
encendieron repentinamente todas las luces del vagón; se sentó en la cama. Entonces, el
lugar se tiñó de rojo oscuro y apareció Baba, llenando todo el compartimiento. Le llovieron
los golpes por todos lados. Oyó una voz que le advertía: `¿No me quieres creer cuando te
digo que ella es inocente? Deja de pegarle, ella es mi hija. Todos los que sufren son míos'.
Cuando nos acercamos a la estación, El desapareció y la luz se volvió blanca".
"Ahora, señor, sabe la razón por la que deseo tener el darshan de Sathya Sai Baba."
¡Oh, qué milagro era éste! No pudo pronunciar palabra por unos dos minutos.
Interrogué a Ananthappa, pero estaba profundamente dormido en su vagón, y
siguió así hasta llegar a Bangalore. No supo más que la secuela: su yerno, después del viaje
a Puttaparti, se ha vuelto suave y dulce y su hija escribe que todo está tranquilo en el frente
hogareño. Conocí al explosivo yerno. Confesó su infantilismo, se disculpó por sus ofensas y
confesó que merecía el castigo. Me confesó que, cada mes, le pasaba todo su salario a su
mujer y que recibía de ella sólo quince rupias para el bolsillo.
Meses más tarde, durante una conversación con unos pocos devotos, Baba hizo
referencia al Sai Baba de Shirdi y habló de sus estallidos de ira, durante los cuales golpeaba
a la gente con su bastón. Me armé de valor para intervenir con la pregunta: "Y ahora, en
este Avatar, ¿has golpeado a alguno?" Baba dijo: "Soy todo amor ahora". "¿No has
golpeado a nadie, aunque no sea directamente como lo solía hacer Shirdi Baba?", pregunté.
"¿Te refieres al yerno de Ananthappa? También eso fue por amor", dijo Baba. "El amor
derramado sobre esa pobre hija perseguida", agregué. Mas Baba insistió: "También sobre
ese loco yerno". Ese comentario desencadenó una serie de pensamientos dentro de mi mente
sobre la infinita compasión del Señor que se rehúsa a catalogar a nadie como pecador.
Baba me dijo una vez, en Puttaparti: "Los bhajans del jueves en tu casa (en
Davangere) me dan una hora de dolor de oídos". Yo sabía que no había sido bendecido con
una voz melodiosa, sino con una que suena algo chillona, como un silbato barato. De modo
que yo cantaba los bhajans en silencio, sólo para mis adentros. Le dije a Baba que no me
unía al grupo. Contestó: "No se trata de ti. ¿Quién es ese vecino que viene todos los jueves?
Pídele que no levante tanto la voz, resulta irritante". ¡Otro obstáculo en el camino de
escribir el libro! ¿Cómo podría describir con palabras, alguna vez, a un fenómeno del que
dicen las Escrituras: "Ante el cual retroceden las palabras, al cual la mente no puede
alcanzar"? El está presente en cualquier parte que yo o ustedes estén.
Otro día en Puttaparti le hizo recordar a mi mujer y la reconvino suavemente:
"Llegué hasta tu puerta en Davangere. Dejaste caer media anna en el pequeño tarrito que
llevaba, aunque pasó un chispazo por tu mente de que Yo podía ser de Shirdi. Te pedí más y
tú dijiste: `El señor no está en casa', como si Yo no lo supiera. Entonces fui a la escuela y
grité `Om' por la ventana del despacho de tu marido. ¿No te contó nada? Tal vez él también

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pensó que Yo no era sino un mendigo". Como dicen las Escrituras: "El Señor tiene ojos por
todos lados, rostros en todas partes, brazos por todos lados y pies en todo lugar; El lo
impulsa todo por medio de Sus infinitos brazos y Sus infinitos pies". Cada declaración Suya
o cada respuesta que da, separa un poco la cortina de duda con que jugamos para proteger
de daños al ego.
Un antiguo alumno mío de la Escuela del Maharaja en Mysore, Siddhaveerappa,
que conocía la chifladura que hacía que me involucrara con villoríos rurales y ghettos de
Harijans, tenía su estudio de abogado en Davangere. Era uno de los miembros de la
Asamblea Constituyente que había redactado la laberíntica Constitución de la India. En
viaje a Delhi, fue inducido por la Voz Interior a detenerse en Shirdi. Años más tarde,
cuando Baba le vio en medio de un grupo de abogados, le dijo que lo había visto en Shirdi,
señalando el año, el mes y el día. Como para entonces yo ya sabía que el mismo Baba había
venido de nuevo, invité a Siddhaveerappa para que narrara sus experiencias y fui
ampliamente recompensado.
Fundó un Centro para la adoración del Sai Baba de Shirdi y yo me asocié a él como
secretario. Muy pronto llegó hasta la familia de Sathya Sai Baba. Baba creó para él un
lingam, durante la visita de algunos legisladores a la represa que provee de agua potable a
Bangalore. Baba complementó esta dádiva con una visita a su hogar cuando el lingam fue
ritualmente instalado en él (pertenecía al credo Lingayat del Hinduismo). En esta
oportunidad, Baba le concedió una visión de Sí Mismo como el Baba de Shirdi. Como
resultado de esta extraordinaria revelación, cuando Suddhaveerappa llegó a ser Ministro del
Interior del Estado, entregó un amplio terreno en el centro de la ciudad de Davangere para
la construcción de un Centro de Servicio de Sri Sathya Sai y para que se instalaran en él
tanto el Baba "de entonces" como el "de ahora".
Meses antes de retirarme de la profesión docente, comencé a anhelar el día en que
pudiera liberarme de la montura, los estribos, las riendas, para poder mordisquear y pacer a
gusto en los verdes prados de la literatura. Pese a que el 15 de agosto de 1947, cuando India
se convirtió en una nación libre, saludaba a cada árbol que veía y lo exhortaba a crecer más
verde y hacer penetrar sus raíces hasta donde se encontraran las fuentes del Sanathana, el
fratricida frenesí que siguió, me heló el alma. Muy pronto emergieron las malezas de la
codicia para alimentarse de la cosecha.
También mi escuela tuvo que hacerle frente a los bofetones de la ferocidad gratuita.
Incluso, mientras mantenía capturada la atención de mis cuarenta y cinco alumnos
describiéndoles el mensaje completo de Asoka, Akbar o Shivaji, sus oídos eran asaltados
desde la calle por ensordecedores "slogans" y saltaban por las ventanas para seguir al
patriótico "Flautista de Hamelín". Comencé a contar los meses, y luego los días. Cuando
encontraba que la clase se agitaba y se retorcía moviéndose hacia la salida cuando gritaba
algún "patriota", les decía: "¡Escuchen! Ojalá que la próxima vez nazcan como profesores
de alguna escuela y ojalá puedan observar cómo desertan sus amados y dilectos alumnos,
cada vez que un megáfono megalomaníaco los llama hacia las calles".
Dicen que la historia se repite. Pienso que debe ser así, porue nadie le presta
atención a las lecciones que enseña. Encon é también que el profesor de Historia se ve
obligado a repetir, ño tras año, la misma secuencia sórdida de las insensateces y curas,
visiones y extravagancias humanas. Al cabo de treinta ños de trituración, grité "¡Basta!".
Sin embargo, tuve que contituar trabajando veinticuatro meses más, hasta el momento en
¡ue la musa Clío me liberó y pude ser yo mismo.

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Decidí vivir en mi pequeña y acogedora casa de Wilson Garlen en Bangalore. La
ciudad era considerada entonces, afectuo;amente, como el Paraíso de los Jubilados. No era
tan húmeda :omo Bombay, ni tan lluviosa como Cochin, ni tan sudorosa cono Madras, ni
tan miscelánea como Hyderabad, ni tan somnoienta como Mysore, ni tan sin brillo como
Mangalore, ni tan ex:)losiva como Calcuta, ni tan transmundana como Benares o tan ?
stratocrática como Delhi. Tenía amplios y arbolados parques y avenidas cubiertas de verde,
equipadas con suaves bancos de pieAra, sentados en los cuales los camaradas de afinidad y
de largo aliento podían guillotinar sin peligro a sus sucesores en el cargo. Además yo tenía
mi Koravanji y a su patrono el Dr. Shivaram. Planeé transformar esa "Judy" kannada en un
semanario "dorado", como Punch. El nacimiento por cesárea de la India Libre le había
infligido al cuerpo político del país madre muchas heridas irremediables que podrían ser
aliviadas en algo mediante una dosis semanal de parloteo agridulce. Me imaginaba a mí
mismo como el boticario del pueblo, especialista en egopuntura.
Después de treinta y dos años en la profesión docente, salí de la sala de clases para
siempre, el Día de Engañabobos de 1954. A partir de esa auspiciosa fecha, el Gobierno de
Mysore dejó de pagar mi salario. Al Departamento correspondiente, le tomó más de un año
aprobar el pago de mi pensión. Tenía que vivir a expensas de mi propia materia gris.
Traduje para el Delhi Sahitya Akadami dos libros del malayalam. Traduje mi antiguo
favorito de Les Misérables al kannada para un editor de Bangalore. Cociné una Charivaria
Kannada para un diario y las vendía a cinco rupias la docena. Pero no lograba que los
ingresos alcanzaran. Fui donde el Vicecanciller, mi amigo de largos años, y le expuse mi
plan para encontrar una salida. "Estoy redactando una inserción para los periódicos; en ella
apelo a mis antiguos alumnos para que me presten la suma que me debe el Gobierno y les
prometo pagar la deuda tan pronto salga aprobada y cobrada mi pensión". ¡Quedó espantado
ante la publicidad que este proyecto haría estallar! Me rogó renunciar a él. ¡Recibí los
retroactivos y la pensión del mes antes de la semana!

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APETITOSA ADYACENCIA

A hora ya teníamos un techo de tejas sobre nuestras cabezas en Puttaparti, a sólo


veinte yardas hacia la derecha de Prashanti Nilayam, la Sala de Oraciones como también la
residencia de Sai Baba. Se habían levantado a ese lado tres bloques de dos casas cada uno,
paralelos a la calle principal de la aldea. Había rezado porque se me adjudicara una y había
viajado más de siete veces con mi billetera, con la vana esperanza de que el pago de un pie
pudiera confirmar la gracia. Baba me presionaba para que me guardara la suma, diciendo:
"Tu necesidad es grande y lo que Yo necesito es tu felicidad". Cuando fuimos llevados a la
casa por Baba, me aseguró que El había "limpiado" el lugar ceremonialmente con mantras
védicos e incluso había llevado hasta ella, en un momento auspicioso, a una vaca con su
ternero, para asegurar salud, felicidad y abundancia. Sentado en un banco en la única
habitación de la casa (detrás de ella estaba la cocina y delante, la galería abierta) uno podía
ver, a través de la ventana abierta, el darshan de Baba, cada vez que El caminaba por la
galería o el porch del primer piso del Nilayam.

¡Oh, la emoción que daba! Años más tarde, Swami Amrithananda (que el Ramana
Geetha llama "Yathindra" o "Jefe entre los Monjes") tuvo este darshan, a través de esa
ventana, muchas veces al día y durante muchos días, porque Baba no se movía de
Puttaparti, por muy sofocante que se pusiera el verano, cuando el Swami estaba alojado
conmigo. Un día, el Swami me llamó cerca y me preguntó: "¿Cuánto vale esta ventana?"
Cuando dije: "Algunas rupias solamente, no es de madera de teca", me interrumpió con algo
de severidad: "No. Vale cien mil, no es madera, es diamante. ¡Escuche! Aunque le ofrezcan
el Palacio del Maharaja de Mysore a cambio, nunca renuncie a esta casa. ¡Desde aquí recibe
el darshan de Dios! Es Kanakana Kindi".
Hizo referencia a un milagro del siglo XVI. Kanaka, un pastor, tenía experiencias y
visiones místicas con el Señor. Algo interno lo impulsaba a visitar sagrados santuarios.
Llegó hasta el famoso Templo del Señor Krishna, en donde Madhwacharya instalara el
ídolo. Sin embargo, como los pastores criaban ovejas, cabras y corderos para cortar lana y
proveer carne, no había nadie de esa casta ocupacional que fuera permitido dentro de estos
sagrados recintos. Kanaka o Kanaka "Das" (Servidor del Señor) clamó en agonía: "¡Señor!
Dame Tu darshan". Repentinamente hubo un terremoto y un rayo. El ídolo giró en 180
grados; el muro de piedra tras El se derrumbó y Kanaka, quien cantaba alabanzas al Señor,
abrió los ojos para ver la grieta ("kindi") en el muro, a través de la cual podía ver la Forma
del Dios que encerraba en su corazón. Amrithananda explicó que el Kindi o ventana a través
de la cual podía ver a Baba, era una dádiva de este Krishna para él y para nosotros.
Fue por completo la idea de Baba. Ni yo ni mi madre nunca, ni en nuestros más
alocados sueños, lo habíamos pensado. Yo había pasado una semana en Nueva Delhi,
cuando asistí al Congreso de Historia para toda la India. Desde la Galería de Visitas, pude
observar a Babu Rajendra Prasad presidiendo la Asamblea Constituyente y a Jawaharlal
Nehra hablando con viveza sobre una u otra enmienda. Para mí ese Congreso sobre Historia
fue un evento histórico. Después, también me quedé por más de veinte días en Calcuta,
cuando mi hijo estaba en el Lake Hospital con una fiebre que más tarde fue identificada
"como emparentada con Kala Azar" y no una afección común, como habíamos supuesto.

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Cuando viajé a Puttaparti para contarle a El que había recibido el monto
correspondiente a todo un año de pensión (12 x 180 14 rupias) en un pago, sugirió (vale
decir, ordenó) que fuéramos en peregrinación a la región del Ganges, a Harwar, Kasi,
Prayag. Gaya, Dakshineswar. Al demorarme algunos segundos en responder, Baba puso Su
mano sobre mi hombro, diciendo: " ¡Anda! Lleva a tu madre a Kasi, Triveni y Gaya. Ha
rezado por años por esta oportunidad. Ella cree que el alma de tu padre logrará la paz sólo si
se hacen ofrendas de honras fúnebres en la Santa Gaya. ¿Por qué vacilas? Compra tres
billetes para el viaje. Nosotros cuatro podemos viajar con ellos". Ese comentario decidió el
programa. ¡De modo que fue una peregrinación desde "Kasi" con el Señor Viswanath, hacia
Kasi! En Madras, mamá propuso pasar un día con el hijo de su hermano, el hermano que se
había "tragado" las últimas cuatrocientas rupias de mi padre, porque Baba había borrado esa
cicatriz de enojo de su mente. Viajamos con el expreso Gran Trunk que se fue cojeando
desde Madras a Delhi. Está la historia del hombre que se acostó sobre los rieles esperando
que el expreso le pasara por encima. El pobre tipo tuvo que morirse de hambre, porque el
expreso llegó muy retrasado al lugar. Nuestro expreso llegó con seis horas de retraso a
Nagpur. Nos dio más oportunidades para admirar el paisaje y observar el trabajo y las
diversiones de los campesinos. En Nagpur estuvimos con una familia tan devota de Baba
que, algunos años más tarde, El salvó milagrosamente del suicidio al que la mantenía.
En Delhi tuvimos la buena suerte de ser alojados por gente que había sido
recompensada, así como lo había sido yo, por Sri Ramakrishna Paramahamsa, con el
acercamiento a Baba. Swami Ranganathananda, a quien conocía desde el día en que
abandonó su casa y se refugió en el regazo de Sri Ramakrishna, se había convertido en el
Presidente de la Misión en Delhi, después de pasar por la invasión japonesa de Rangoon y
el Programa de Partición en Karachi. Pasamos horas hablando de nuestros años de
sementera en el estudio del Vedanta, a los pies de Gaudapada y de Ashtavakra, a través de
Subrahmanya Iyer y de nuestros denodados esfuerzos por hacer servicio social en Mysore;
hablamos de las ideas e idiosincracias de mi amigo y compañero de clase, su mentor, Gopal
Maharaj (Siddheswarananda) y del prolífico poeta silvestre Puttappa. El Swami recordó con
gratitud los platos de Kerala que mi madre solía cocinar para él y para Gopal Maharaj.
Nueva Delhi era el país de las maravillas para mi madre y mi mujer. Pudimos
asistir a las sesiones de Loka Sabha y Rajya Sabha, ya que Sri S.V. Krishnamurthi, un
abogado de Shimoga que había actuado en muchas de mis vivaces interpretaciones
improvisadas y en muchas sesiones de "ChatakC, era miembro del Parlamento y
Vicepresidente del Rajya Sabha. Deseábamos verle cuando presidía la Cámara. Cuando
estábamos observando al Loka Sabha dormitando sobre pesadas agendas o pasando como
niveladora sobre otras, un suntuosamente vestido chaprasi (un rnensajero, para ser simple)
me trajo una nota invitándonos a acompañarlo hasta la Galería de Visitantes del Rajya
Sabha. El Dr. S. Radhakrishnan se había ausentado y Krishnamurthi presidía. Cuando
ocupamos los asientos de felpa que nos daban una amplia visión del espectáculo, el
Vicepresidente se puso de pie y, con las palmas unidas, se inclinó reverentemente hacia la
Galería VIP en donde estaba mi madre. Era el tributo del límpido corazón de un simple hijo
de la Madre India hacia una venerable abuela que personificaba la herencia que él adoraba.
Muchas cabezas se volvieron hacia arriba para mirar a mamá, la que se levantó de su
asiento y lo bendijo.
Una pregunta que mamá hizo a menudo mientras recorríamos Nueva Delhi, era:
"¿Cómo fue que el `hombre blanco' pudo dejar todo esto atrás e irse a casa?" Admiró su
sabiduría cuando le respondí que él sentía que la carga se estaba haciendo muy pesada. El

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sabía que podía retener nuestro amor, pero no nuestra lealtad, yéndose de la India cuando
Gandhi le presionó para hacerlo. "Otros habrían luchado por cada pulgada de terreno",
comentó. "Dices que esta ciudad fue la Hastinapura o la Indraprastha del Mahabharatha. Y
bien, Duryodhana, un hombre de los nuestros, no pudo dejar esta ciudad e irse. Luchó por
dieciocho días, destruyó dieciocho ejércitos y murió junto con sus cien hermanos, en lugar
de entregársela a sus primos, ¡los que tenían el derecho de estar aquí! Estos `hombres
blancos' son mil veces mejores". Ese fue su juicio, pronunciado cuando dejamos Nueva
Delhi para ir a Hardwar.
La familia que nos alojó en Nueva Delhi había vivido, al igual que yo, el impacto
de Sri Sathya Sai, incluso mientras llevaban a cabo sesiones de Sadhana en los Ashrams de
Ramakrishna, en especial el de Delhi. Llegaron a conocer a Baba a través de un violinista
empleado por la All India Radio. La señora de la casa había contratado a este artista para
que le diera clases sobre "el arte de hacer música melodiosa" de (como dijera un bromista
malicioso) la cola de un caballo y la tripa de un gato; sin embargo, lo que mejor aprendió
fue la increíble historia de un Fenómeno en forma humana que podía revelar la música de
las esferas resonando desde el núcleo de un miserable guijarro. La curiosidad la llevó a
Puttaparti, la maravilla se transformó en admiración, y la admiración había madurado en
adoración.
En Harwar nos alojamos en el Ashram de Ramakrishna mismo, felices de
acurrucarnos en el regazo de Gurú Maharaj. La abundancia, la benevolencia y la belleza del
Ganges han sido cantadas en todos los idiomas de la India desde hace siglos, por poetas,
pintores, escultores, dramaturgos y pundits. Llega al plano en Harwar, bajando en tobogán
desde los glaciares, después de saltar por sobre muchas vallas y de dar rodeos en torno a
muchos picachos en los Himalayas. El espectáculo que atrae a cientos de peregrinos hasta
este sagrado punto, es el ancho, lleno y fresco Ganges, aplacado su tumulto, su rugir
calmado, su fluir vuelto lento y maternal. Cada tarde, al caer el sol, se juntan multitudes en
sus riberas, junto al templo de la Ganga ma (Madre Ganges), para presenciar el Arati;
lámparas piramidales de múltiples mechas, son balanceadas desde los escalones de la
sagrada escalinata junto al río, para expresar la gratitud de los millones de esta tierra por la
fertilidad, la fecundidad, la fortuna y la plenitud que trae. Mientras dura el Arati, la gente
llevada por un piadoso fervor, adora al Ganges lanzando flores a su regazo. Envían trémulas
luces, flotando sobre la concavidad de pequeños barquitos de hojas, orando por dádivas. Se
bañan en sus aguas hasta que la santificación vibra en sus venas.
Nos dirigimos hacia la escalinata del Arati la noche de nuestro primer día en
Harwar. Encontramos que el lugar ya estaba lleno de masas humanas. Pero, vimos frente a
él un pequeño islote sobre el que se elevaba la torre de un reloj. Desde ese punto de
observación se podía obtener una bella vista de las luces que flotaban en el río y las que
eran agitadas desde los escalones. Además, había un puente peatonal que nos invitaba a
cruzar. Lo usamos y nos unimos a un pequeño grupo de peregrinos que estaban allí parados.
Resonaban caracolas, tocaban trompetas, retumbaban tambores, tintineaban campanas,
ululaban las voces humanas. Los sacerdotes sostenían en alto las pesadas lámparas de
bronce y las movían en círculo frente a... ¡Oh, frente a Baba! Sí. El recibía la ovación y la
adoración. El estaba allí, a la vista de todos, o para que lo viéramos nosotros, hasta que
terminó el Arati, en medio de un unísono "Ganga Maa K¡ Jai". Apenas nos podíamos
mover, aunque otros ya habían cruzado de regreso. Reencontramos lentamente el camino, e
inclinándonos profundamente, tocamos el peldaño en que El había estado tanto rato de pie.
La imagen de Baba aceptando el Arati se mantuvo vívida y bendiciente hasta que llegamos

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a Benares y nos paramos en el santo de los Santos: el santuario del Viswanath Lingam,
donde fuimos bendecidos por un éxtasis sobrecogedor. Nuestra visita a Rishikesh y el
retorno a Delhi, Agra y Brindavan no borró el aura de la imagen de Baba impresa en
nuestros corazones.
Sri Baba le pidió una vez a Balaram Mankar que se fuera de Shirdi y se quedara en
Machindragat en el distrito de Satara. Se fue como le ordenara, pero con el corazón pesado.
Al cabo de unos pocos días, Baba se le apareció allí y dijo: "Pensabas que estaba tan sólo en
Shirdi y no fuera de Shirdi. Pensaste que era este cuerpo de tres codos y medio de altura.
¿Te das cuenta ahora que lo que has pensado hasta este momento no es correcto? Esta fue la
razón por la que te envié hasta acá". Parecía como si Baba me estuviese también dando la
misma lección acerca de Su Realidad. ¿No ha declarado que se mueve en cada pulgada de
este vasto Mundo ("Inchi Inchi Bhoovalya mye Sancharinchunu")?
En Brindavan también nos alojamos en el Ashram de Rama~ krishna. Nuestra
anfitriona en Delhi le envió un telefonograma al monje encargado, indicándole la fecha y
hora de nuestra probable llegada. Cuando nos bajamos del taxi frente a la entrada, los
monjes se quedaron sorprendidos de ver al Kasturi de la ciudad de Mysore, el compinche de
Gopal Maharaj, parado frente a ellos, con su madre y su mujer, de quienes sabían que
trabajaban febrilmente en la cocina del Ashram de Mysore en los días de festival. Dijeron
que estaban esperando a otro grupo de un Sai Baba, el que había enviado un telegrama
desde Delhi. Me lo mostraron y vi que, en lugar de Kasturi, el nombre del remitente había
sido descifrado en la terminal de Brindavan como "Sai Baba". ¡Cierto que Baba estaba con
nosotros todo el tiempo!
Mathura y Brindavan habían cobrado más importancia para mí desde que leyera en
el Evangelio de Sri Ramakrishna que El había recorrido esas arenas en un continuo
bhavasamadhi, dominado por la visión del Niño Divino y la melodía de la Divina Flauta.
Nos alojamos en el Dharmasala Estatal de Mysore, en Benares por toda una
semana. Durante nuestra primera visita, tuvimos el darshan de Baba en el más interno de los
santuarios del Templo de Viswanath, donde estaba parado tal como es, con la corona de
cabellos, la larga bata naranja y una mano levantada para bendecir. No pudimos ver el
lingam. Vaciamos los recipientes con agua del Ganges que habíamos subido por las
escaleras para una ablución ceremonial del lingam, sobre los Pies de Loto de Baba. No
protestó.
Nos quedamos dos días en Gaya, una ciudad que estaba grabada en mi corazón
como un "sancta sanctorum". Era el lugar que se recordaba cada vez que se llevan a cabo
ritos funerarios por parte de los hindúes, en cualquier lugar en que se encuentren, para que
la pronunciación de este nombre derramara su santidad única sobre ese lugar y lo volviera
tan meritorio como Gaya misma. Cada año, por más de cincuenta, cuando ofrecía los
alimentos prescriptos para mis antepasados en el aniversario de la muerte de mi padre, había
rezado: "Que esta ofrenda te resulte tan aceptable, ¡como si te fuera presentada en Gaya!" Y
ahora, ¡tenía la suerte de hacer lo mismo en Gaya! ¡Qué momento tan satisfactorio! Cuando
nos sentamos en torno a la losa sobre la que coloramos los alimentos, los mantras llamaron
a descender para e' festín, no sólo a mi padre y antepasados, sino también a los esr ritus de
mis parientes fallecidos, de mis amigos y alumnos, de mis mascotas, de las vacas y terneros
que había cuidado y hasta de las hormigas, moscas e insectos que pude haber muerto por
puro capricho o por mera negligencia.
Gaya era el lugar en el que Suddartha llevó a cabo su histórica penitencia que lo
transformara en Buda. El "Arbol Bo", bajo el cual se sentara resuelto a no levantarse hasta

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no encontrar el remedio para liberar al género humano del sufrimiento, sigue creciendo allí
mismo. Hay ramas suyas que han sido trasplantadas, desde hace dos mil quinientos años
hacia tierras muy distantes y siguen siendo veneradas en esos lugares por su asociación con
ese voto y esa victoria.
Gaya también cuenta con el sagrado santuario de Gadadhar (Vishnu con la Maza),
el mismo en el que el padre de Ramakrishna Paramahamsa tuviera una visión y escuchara
una voz que le decía que el Redentor nacería como hijo suyo.
Pronto llegamos a Calcuta. Mi hijo estaba allí, sirviendo como funcionario en
Estudios Geológicos de la India. Para mí, Calcuta era la ciudad por las calles y pasajes de la
cual había caminado Ramakrishna y el grupo de jóvenes que se aferraban a El, yendo a las
casas de devotos, a las Reuniones de Oración de los Brahmos, los lugares predilectos de
Girish Babu. Era la ciudad que Guru Maharaj había visto ardiendo en odio y codicia, desde
la cual fluían los visitantes materialistas hacia el Templo de Dakshineswar; la ciudad en la
que esperó la llegada de nuevos aspirantes amantes de la libertad ansiosos de la Liberación
eterna. Aproveché cada oportunidad para llegar hasta el templo junto al Ganges y sentarme
en la serena atmósfera de la habitación en la que había pasado años Gurumaharaj,
iluminando e instruyendo a mi Gurú (Mahapurushji) y a otros discípulos: Vivekananda,
Brahmananda, Ramakrishnananda y otros. Me sentaba en la base de las tres veces bendita
Panchavati. Me adentré en el Gangas que había sido testigo de los esfuerzos y austeridades
de Gurumaharaj. Pasé horas en la Cassipore Garden House, en donde Ramakrishna había
sido afectuosamente cuidado por devotos apóstoles durante sus últimos días. Visité los
demás lugares santificados por la Santa Madre.
Dejé a mi madre con mi hijo y con los bisnietos y me fui con mi mujer a
Kamarpukur y Jayaram batí, porque no podía dejar de ir allá. El impulso era demasiado
fuerte. Tuvimos suerte en llegar a la aldea de la Santa Madre y quedarnos en el lugar mismo
en que había encarnado. El pesado mortero de madera que usaba para descascarar el paddy
y dejarlo como arroz, presionando la palanca con un pie mientras sostenía la cuerda en la
mano, estaba allí, en el mismo lugar. Debíamos descansar a su lado, mas la imagen de la
Madre de millones, que aceptara este trabajo para alimentar a los hambrientos, no nos
abandonaba. Debo confesar que sollocé hasta quedarme dormido.
Era día de festival en Jayarambati Akshaya Trithiya cuando se realizaba un Puja
especial en el templo y se alimentaba a varios centenares de personas. De ahí seguimos a
Kamarpukur, el poblado que escalara hasta las páginas de la historia mundial. Le rendimos
culto reverencialmente a toda el área, árboles, jóvenes, aves y ganado. Tocamos el amplio
árbol de mango que surgiera de la semilla que trajo Gurú Maharaj desde Brindavan.
Volviendo a Calcuta, nos fuimos de peregrinación a Belurmath y conversamos con
los monjes que habían sido discípulos de Mahapurushiji. Tuvimos la suerte de
acompañarlos para el almuerzo, en donde compartimos con ellos el bhog de ofrenda a Sri
Ramakrishna.
Llegando a Bangalore, después de permanecer un día en Madras, le escribí una
carta a Bhagavan, quien estaba en Kodaikanal, un lugar de temporada en la montaña, cerca
de Madurai. Describí la emocionante experiencia, que claramente no era resultado de
alucinación o de ideación mental, en Harwar y Benares, y le hice presente mi gratitud por
llevarnos dulcemente por la tierra de Ramakrishna. Recibí una respuesta en "lengua
kannada" de Baba, escrita en letra cursiva. Me escribía: "Estoy feliz de que hayas vuelto
lleno de alegría, después de visitar lugares santos con tu `matrudevi' (venerable madre) y tu
`grhalakshmi' (bendita diosa de la prosperidad doméstica). ¿Cómo podrían cruzar tu camino

95
las demoras, las decepciones o los peligros, siendo que Swami está siempre contigo? Mi
Nombre no es distinto de mi Forma. El Nombre lleva a la Forma ante el ojo de la mente tan
pronto se le pronuncia, se le recuerda o se le escucha. Cuando la Forma está frente a la
vista, el Nombre llega en ese mismo instante a la conciencia. Puesto que el Nombre danza
permanentemente sobre tu lengua, la Forma debe estar siempre frente a ti y junto a ti. ¿Qué
necesidad había de que lo mencionaras en tu carta como regalo para Mí? Debo manifestar la
Forma cada vez y dondequiera que Mi Nombre sea recordado con fe o cantado con
devoción.
"Podrías decir que esas Visiones eran dones de Gracia de Swami. No. Siempre
digo: `Primero el Sadhana, después el Sankalpa'. Mi Sankalpa (volición) confiere dicha sólo
después de evaluar la profundidad del Sadhana (anhelo). El Sadhana es el prerrequisito
esencial. Fuiste profesor por mucho tiempo. De modo que puedes entender esto fácilmente.
Debes haber evaluado las respuestas escritas de muchos estudiantes. Pones las notas sólo
después de un cuidadoso escrutinio, para descubrir cuán diligentes fueron en sus estudios.
Yo también mido y sopeso la sinceridad y la firmeza del Sadhana que le hayas impuesto a
tus pensamientos, palabras y obras, y conformo mi Sankalpa de acuerdo a tu progreso. Son
muchos los que no se dan cuenta que la angustia en la que se encuentran' puede ser anulada
por el Sadhana y el Sankalpa que puede ganarse a través de él".
Esta carta, debo agregar, no revela la asombrosa espontaneidad de la compasión de
Baba. Sankaracharya describe al Divino Supervisor como "Ahethuka daya sindhu" : la
encarnación de la Compasión Inagotable que no examina credenciales. El medir y sopesar el
Sadhana con el objeto de adecuar el Sankalpa no es algo operativo sino después de que Su
Gracia haya enderezado los pasos errabundos de vuelta al rebaño. Ya cuando era un joven
saliendo de la adolescencia, Baba había anunciado al mundo, a través de una carta escrita a
Su hermano mayor, que había decidido "llevar de la mano" y salvar a los infortunados que
habían errado el camino hacia "la liberación del temor" (Abhaya) que en las Upanishads es
identificada con el Moksha mismo.
Le pregunté una vez por qué El había de llevarnos de la mano. Todo lo que piden
es: "Guía, amorosa Luz", dije. Baba dijo: "La Luz puede ayudarle únicamente a los que
tienen visión interna. Los ciegos, los miopes y aquellos cuya imaginación ha producido los
humos del fanatismo o nubes de niebla, han de ser llevados de la mano. Hay muchos
resbalones entre un paso y el otro. Además, tengo que vacunarles en contra de la cobardía
con la vacuna del coraje, debo administrarles inyecciones para reforzar la fe y la fortaleza.
¿Cómo podría usar la aguja el médico si no le sujeta la mano al paciente?" Al hablarle a
miles en muchos lugares, ha anunciado a menudo: "Si me necesitan, me merecen". Y es El
quien juzga la urgencia y la intensidad de la necesidad. Puede que uno ni siquiera se dé
cuenta de que está mortalmente enfermo o de que el néctar que puede conferir la
inmortalidad está disponible en la palma de Su mano. Confíen en el médico y sigan el
régimen: el Sadhana. Todo irá bien.
Resolvimos pasar el resto de nuestras vidas en el bendito santuario, Prashanti
Nilayam. La atmósfera invitaba, vibrante de fraternidad, felicidad, caridad y amor,
desplegándose y envolviendo. Nos sentíamos contentos por haber navegado hacia esta
serenidad y frescura y decidimos echar anclas allí. Eramos únicamente unos cincuenta
residentes y se nos unían aproximadamente veinte visitantes para las sesiones de bhajans
por las mañanas y las tardes. En algunos días venían los jefes de las aldeas de los
alrededores, con algunos de los campesinos, para exponerle a Baba algunos conflictos
locales para su solución o para pedir Su bendición para aventurarse a cultivar productos

96
comerciales. Traían bueyes recién comprados a Su presencia para que Sus bendiciones les
aseguraran una larga vida y buena salud.
Recuerdo a un anciano, cuya llegada era saludada por Baba con una exclamación
de bienvenida. Había sido testigo de los años de niñez de Baba en Puttaparti; sin embargo,
debido a que sus hijos habían conseguido trabajo en las oficinas del gobierno en Penukonda,
hubo de exiliarse de Baba. Su adoración por Baba era tan profunda, que llegaba hasta la
Presencia, al menos una vez por semana. Baba conversaba cariñosamente con él, por horas,
acerca del Sadhana, los Héroes épicos, los Santos y los Lugares Sagrados. Baba mostraba
preocupación por su salud y la felicidad de sus hijos y nietos. Cada vez que se lo veía
durante las sesiones de bhajans, Baba solía levantarse de la silla de plata en la que estaba
sentado, salir al prado e ir a sentarse al suelo junto a él para charlar íntimamente, bajo el
árbol frente al Mandir. Recuerdo que Baba me dijo un día: "Este Thirumalappa es una de las
pocas personas en la aldea que creía en mi singularidad. Le imploraba a mis padres que
reconocieran y respetaran Mi Realidad como encarnación de Dios. En esa época yo era un
niño bastante chico".
Durante esos años, Baba descendía de Su habitación en el primer piso,
habitualmente alrededor de las cuatro de la tarde. Se había convertido en un programa casi
invariable. Se levantaban ocho departamentos hacia la derecha del edificio, cinco a la
izquierda y una hilera de piezas solamente en la parte de atrás. Estas últimas estaban tan
cercanas al Mandir, que los olores de las cocinas invadían el hall de bhajans, cada vez que
el viento se volvía travieso.
A1 descender, Baba solía pararse inmóvil por unos momentos, haciéndonos pensar
hacia dónde volvería Sus pasos. Muy pronto decidía a quien bendecir... primero. ¡Cuán feliz
nos hacía! Entraba en cada vivienda y pasaba algunos vivificantes momentos con sus
ocupantes. Preparábamos la casa todos los mediodías para recibirle. Barríamos y
fregábamos, lavábamos y sacudíamos. Se hacían diseños en el piso, se colgaban verdes
hojas por encima de la puerta. En cada vivienda había una silla para El, artística y cómoda,
ubicada sobre un tapiz, con el escañuelo en posición. La lámpara metálica colocada en el
altar, ya sea en un nicho en el muro o en un rincón de la habitación única, se mantenía
encendida y ardiendo alegremente. Cada familia tenía una linda cajita para hojas de betel
para el uso de Baba, mientras se sentaba y charlaba. Se conseguían hojas tiernas de betel,
supari levemente aromático y lima con sabor a rosa, para componer esta ofrenda para El.
Cada cual aguardaba, casi sin pestañear, el ver la bata naranja y la corona de
cabellos, aunque rara vez dejaba de lado una casa en Su misericordiosa gira y aunque uno
tenía la certeza de Su visita a su casa después de abandonar la adyacente. Mi casa quedaba a
la derecha del Mandir. Jocosamente, Baba había bautizado esa fila de departamentos como
"Brindavan", poniendo énfasis en la tercera sílaba, con lo que le daba el significado de
"jungla". Esto se debía a que, detrás de nuestras viviendas, crecía un grueso cerco de
arbustos espinosos que nos separaban del camino que llevaba a los aldeanos hacia el río, al
Este. La hilera de viviendas a la izquierda del Mandir, las había bautizado como
"Gokulam", "rebaños de ganado", porque el edificio más prominente de ese lado era un
establo para unas pocas vacas.
A menudo nos gastaba bromas, pretendiendo entrar aunque seguía adelante, con un
divertido mohín, para entrar en la casa del vecino, dejándonos entre la risa y las lágrimas.
Nos poníamos verdes de envidia cuando pasaba de largo y prefería a la persona de al lado.
A menudo, desde ahí, nos exasperaba haciendo gala de Su Gracia con cantos y bromas.
Oíamos las risitas ahogadas que provocaban Sus salidas. Nos condenábamos a nosotros

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mismos por la mala suerte de estar perdiéndonos todo eso. Repentinamente, parecía haber
caído una densa niebla de silencio que duraba algunos torturantes segundos: ¡cinco o hasta
diez! ¿Se habría levantado de Su silla? ¿Estará saliendo? ¿Vendrá a vernos a nosotros?
¿Estará masticando betel? ¿Estará tomando unos sorbos de jugo de naranja? ¿Estará
recorriendo esa habitación, viendo las fotografías en los muros? No, no es eso, porque
cuando lo hace, habitualmente está tarareando alguna melodía para Sí mismo. Sí. Puede que
haya caminado a la cocina... ¡Ah! ¡Ese es el sonido que hace la puerta que da al patio de
atrás! ¿Estará mirando hacia la acogedora choza de paja donde reside el "padre'
Venkaparaju? ¿Estará por bajar los tres peldaños de losas de piedra y atravesará el camino
de tierra?
No nos atrevemos a atisbar a través de una rajadura en la puerta de nuestra cocina.
Sería un sacrilegio. ¿Cómo podría nuestra telaraña de suposiciones desentrañar Su infinita
potencialidad? ¡Ah! Eso fue un golpe en la puerta de nuestra propia cocina... ¡Es El! Entra
en nuestro hogar por esa puerta, entonando una canción destinada a barrer con nuestra
depresión, una canción en idioma kannada tan querido a nuestros oídos, compuesta hace
cinco' siglos por el Santo Purandara Das. Comenzaba con "No duden del Señor"... La
afirmación era una amonestación.
Otro día, Baba se dirigió al patio trasero de las primeras viviendas de Brindavan y,
mientras nosotros oteábamos hacia la distancia Norte para atisbarle en el momento en que
emergiera de la puerta de esa casa y aprontarnos, se las arregló para salir por la puerta
trasera y caminar sin ser visto por el angosto paso entre las número seis y siete, y escurrirse
por detrás de mí, pobre inocente, llegando desde el Sur. Me tapó los ojos colocando
brevemente Sus palmas sobre ellos para otorgarme la más dulce de las sorpresas. Cuando
me preguntó: "¿Adivina quién es?", mi respuesta fue una cascada de lágrimas. ¿Infantil? ¿El
juego de la "gallinita ciega" entre uno en la treintena y otro en los sesenta? Sí, Su Forma
estaba en la tarde de la juventud, pero el contenido era un Niño: el Niño que ha venido a
regañar y a cambiar, el Niño que ha venido para dejar al descubierto la hipocresía del
"homo sapiens" y hacer que el género humano se haga consciente de la farsa a la que
corteja.
La leyenda habla del pomposo orgullo de un emperador, montado en un corcel
enjaezado, precedido y seguido por caballeros y cortesanos, vistiendo ropas que eran
demasiado diáfanas como para existir. En verdad, los astutos tejedores le habían prometido
vestirle con los más delicados atavíos de oro. Sus súbditos miraban su cuerpo desnudo, que
estaba magníficamente ataviado. Ni uno solo de entre los millones que observaban la
procesión triunfal con el emperador, en ropajes de cumpleaños, osaba hablar de la fea
verdad. Un pequeñuelo, sin embargo, gritó: "¡Miren! ¡El emperador no lleva ropas puestas!"
Baba es el Niño que ha venido para revelar la vacuidad de la pompa de los doctos y
de los millones de bombásticos, y a ridiculizarnos hasta que nos demos cuenta de la
realidad. Este Niño Divino aplica con Su palma sedante, el fresco bálsamo de la bendición
sobre nuestros ojos enrojecidos por la envidia y cegados por la ira. Cuando El tapa estos
ojos, el Ojo Interno pierde sus anteojeras; después, ya no hay división: sólo la visión de El,
quien le pregunta a cada uno: "¿Adivina quién es?" Este Niño nos atrae hacia Sí por medio
de un amor espontáneo e inmaculado y por Su auténtica y brillante sabiduría.
El niño humano se ve a sí mismo como el centro del Universo y ve al mundo como
una extensión de su Ser. Este Niño Divino sabe que es así. El niño humano llega sin la
etiqueta de un nombre: nosotros le prendemos una en el entrecejo. Baba, el Niño Divino, ha
anunciado: "No tengo nombre; respondo a todos los nombres". Baba ha declarado: "No

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tengo lugar alguno que pueda reclamar como propio; pertenezco a todos los lugares. Estoy
allí, dondequiera que se me quiera". Los niños se preocupan especialmente del "ahora".
Baba nos recuerda que "el pasado es pasado. No se vuelvan para mirar con añoranza o con
tristeza el camino que ya han recorrido". Los niños no ven el mundo fragmentado por muros
como el de Berlín, la Muralla China o los que se levantan sólo para molestar. Los niños
están comprometidos con cada cosa y toda persona. Representan la inocencia, el amor, el
perdón y la fraternidad verdaderas. El niño carece de orgullo o de desprecio. Este Niño
Divino afirma: "Entre los hombres soy un hombre, entre las mujeres soy una mujer, entre
los niños soy un niño". Esta declaración resuena también en las Upanishads, las que
describen a Dios: "Tú eres una mujer, tú eres un hombre, eres una niña y eres un anciano
apoyado en un bastón". Al niño humano le gusta dejar que se escurra la arena entre sus
dedos. A este Niño lo vi recoger un puñado de las arenas del Chitravathi: se convirtió en un
libro: el Bhagauad Gita. La arena se coaguló en cuentas cuando Baba jugaba regocijado en
la blanca playa del Cabo Comorín. Este Divino Niño se sentó en la playa, cerca de
Dwaraka, y hundió ambas manos en la arena: ¡emergió un ídolo de oro de Krishna! Este
niño nos inspira para volver a ser niños, para que podamos estar siempre con El.
La conciencia de esta Verdad se me hizo cada vez más clara con el paso de los
años y aún persiste hoy día, cuando El anda en los cincuenta y yo en los ochenta. La
naturaleza juguetona le es inherente a la relación de Dios con el hombre. Baba ha escrito:
"Creé el mundo para Mi diversión". En otra ocasión, declaró: "Yo estoy dirigiendo este
espectáculo para Mi diversión". En otra ocasión, declaró: "Yo estoy dirigiendo este
espectáculo de títeres, y me complace". El pinchar burbujas, el reventar globos de ego, el
demoler castillos en el aire, el jugar a las escondidas: estos son Sus pasatiempos favoritos.
"Amen Mi incertidumbre" es lo que nos aconseja este divino Fenómeno. Y, ¿quién podría
ser más incierto que un niño? Cuando distribuye dulces laddus e induce a cada devoto a
atraparlo, cuando lo lanza en su dirección, hay veces en que hace el gesto y se ríe frente a la
incomodidad que causa. Al siguiente instante, puede que nos dé dos y una palmadita en la
espalda, para suavizar el impacto de la desilusión.
Recuerdo una tarde, en 1959, cuando envió a alguien para que me llevara a Su
habitación en el Mandir. Baba me dijo que el editor de un diario publicado en Hyderabad
había pedido mi fotografía, porque la iba a publicar con un artículo, presentándome como
editor del Sanathana Sarathi. Baba le había prometido enviársela y me indicó que me
arreglara, porque la iba a tomar El mismo, con una cámara nueva que había elegido para
este propósito. ¡Mi alegría no tuvo límites! Me llevó hasta el séptimo cielo. Bajé corriendo
los peldaños para ir a casa para un rápido embellecimiento.
Volví a la Presencia a los pocos minutos, afeitado y almidonado, con una amplia
sonrisa en el frontispicio. Baba me tomó por los hombros y me colocó a una distancia
apropiada. Miró a través de la lente y me felicitó por mi "cara fotogénica". Me sentía
contento porque mi foto sería vista al menos por treinta mil lectores en todo Andhra
Pradesh. ¡Mi sonrisa se extendió luciendo todos los dientes! Baba hizo un gesto e hice
desaparecer la sonrisa de un golpe. Me advirtió con un "quieto" y apretó el disparador...
¡Una cosa negra y peluda de larga cola salió volando de la cámara y rebotó en mi cuello!
Con un estridente chillido salté hacia un rincón de la habitación manoteando a la horrenda
hirsuta... ¿era una rata? ¿Estaba muerta? No... era un ratón de algodón... que había sido
astutamente metido dentro de la falsa cámara, para que saltara al presionar el disparador.
Baba se rió con ganas ante mi pánico. También yo me reí para liberar la tensión.

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Me retó dulcemente por tragarme la historia que había inventado para desinflar mi
ego. Me recordó que el hecho de ser editor no respondía al tipo de "noticia" en la que estaba
interesado el mundo. Una fama duradera no había de ser buscada por intermedio de los
periódicos que se transforman en papel desechado a la mañana siguiente, sino a través de un
servicio dedicado a Dios y a los piadosos.
Abandoné Su habitación como un hombre más flaco y más sabio.
Misericordiosamente, Baba nos ayuda lenta y sutilmente a liberarnos de la carga del ego.
Condena a la modestia como mera pose destinada a atraer hacia uno la atención o la
admiración. Aconseja que seamos nosotros mismos y que no usemos máscaras tras las
cuales ocultarnos. "¿Qué estatus más alto podrías lograr que el de ensobrar y despachar Mi
mensaje a miles de devotos cada mes?", me preguntó.
Baba es un sol demasiado resplandeciente para los ojos humanos: podemos
tostarnos y bañarnos en la luz del sol, pero no le podemos mirar. El sol debe disminuir Su
esplendor por sí mismo y transformarse en un hermoso disco rojo, como lo hace dos veces
por día, para que el hombre pueda embeberse de su dorada grandeza. Así también, Baba nos
entrega frecuentes atisbos de la Gloria que El es.
Baba había regresado de Venkatagiri dos días antes. Una anciana señora que
residía en el Nilayam, había viajado a su aldea natal que quedaba en el camino por el que
había de pasar Baba, ya sea a la subida o al descenso de allá. Ella planeaba hacer detener Su
coche durante el viaje de regreso y ofrecerle la hospitalidad de su casa. A1 saber que Baba
ya había vuelto a Prashanti Nilayam, se apresuró a regresar también.
Mientras Baba conversaba, desde la galería, con un pequeño grupo de visitantes
(entre los que yo me había filtrado) parado frente a El, ella se ubicó a una cierta distancia y
se quejó en voz alta: "¡Swami! ¿Cómo es que Tu coche pasó por nuestra aldea sin ser
percibido? Nuestros hombres montaron guardia a ambos lados del camino de día y de
noche. No se vio coche alguno". Mientras Baba se reía entre dientes de su lamento, oímos
de pronto Su risa tras de nosotros... ¡y ahí estaba! "¿Ves? He venido de allá hasta aquí y, si
puedo hacer esto, ¿no podría pasar sin ser visto por tu aldea, con coche y todo?", dijo. Nos
quedamos boquiabiertos ante esta Revelación. Sentí un tirón en mi corazón. Caí a Sus Pies.
Su rostro se veía esplendorosamente divino... Jesús salió del Templo, "por entre todos ellos
y siguió de largo". ¡Baba había seguido de largo, con coche y todo!
Meses antes de mi primera visita a Puttaparti, el hermano mayor de Baba, Seshama
Raju, le había escrito una carta expresándole la vergüenza que sentía frente a los sarcasmos
indirectos y las burlas obtusas que los extraños anuncios y las más extrañas aún acciones de
Baba estaban provocando en la región. Baba le respondió: "Ellos no saben quién soy ni para
qué he venido. Me miran a través de sus miopes ojos y me ven sólo como quieren verme.
De hecho, nadie puede apreciar mi realidad, por mucho tiempo que lo intente y por
cualquier método o medio que adopte". Por lo tanto, era un ejercicio inútil inquirir acerca de
cómo dominaba el tiempo y el espacio. Para nosotros bastaría la emoción que implica.
Decidí, entonces, no medirle, sino atesorarle.
Permítanme relatar otra bella experiencia. Un día en que se movía a lo largo de la
hilera del lado Brindavan de las viviendas, Baba pasó de largo frente a la nuestra con un
encantador mohín. Mi madre le tentó a entrar: "Te haré el Arati con alcanfor. ¡Entra,
Swami!" Baba se detuvo y dijo: "No, eso no es suficiente. Tienes que hacer dos Aratis.
¿Puedes hacerlo?" Mamá respondió: "Sí, con el alcanfor y la mecha". Swami entró, se
quedó sentado por más tiempo que el acostumbrado y recibió los giros del Arati extra que
había conseguido. Luego se fue para otorgarle instrucción y alegría a nuestro vecino.

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Con un puñado de bromas, un estallido de risa, una canción o un relato, una
parábola o un proverbio, iluminaba cada hogar. Circulando a gusto por las viviendas, notaba
cada utensilio o recipiente recientemente adquirido que hubiera en las repisas y preguntaba
para qué se necesitaban. Levantaba las tapas de las ollas sobre el fogón para hacer
comentarios acerca del valor en calorías o las consecuencias perjudiciales del menú en
preparación. Sus palabras y actos constituían el tema de conversación del campus y cada
cual sabía lo que todos los demás habían disfrutado recibiendo. De este modo, todos los
residentes habían sido soldados en una feliz familia, que gozaba de un grato patrón de
actividad.
Baba plantó unos pocos brotes de cocoteros frente al Mandar. Habían de ser
regados cada día junto con los macizos de flores que había en torno a las construcciones. El
agua debía ser traída de un profundo y ancho pozo al otro lado del camino, a unas cien
yardas del Mandir. Se elegía a los devotos varones, que eran pocos en número, para la parte
más pesada del trabajo: el llenar los recipientes de aluminio en el pozo e irlos subiendo, de
mano en mano, hasta que se hicieran cargo las mujeres que estaban en la parte alta del
terreno y los enviaran por las correas transportadoras de las manos dispuestas hasta llegar a
los árboles o las plantas. Otra fila de mujeres, especialmente las mayores, se encargaba de ir
pasando de mano en mano los recipientes vacíos, hasta entregarlos en el borde del pozo.
Algunos días, cuando era lento el proceso, Baba prometía un premio para la fila, ya
fuera la masculina que levantaba verticalmente o la femenina que transportaba
horizontalmente, que cumpliera más rápidamente con lo que le correspondía. ¡Si no estaba
en alto el recipiente lleno al ser devuelto el vacío, ganaban las mujeres; si no estaba pronta
la mano receptora cuando llegaba arriba el recipiente lleno, ganaban los hombres! El premio
que nos daba Baba era una medalla con Su retrato o el del Baba de Shirdi o el Pranava, para
cada uno. Con un movimiento de Su palma hacía tantas brillantes piezas de plata como
ganadores hubiera ante El. Expresó tanta complacencia por el silencio, la sinceridad y la
constancia de este servicio que, una tarde, hizo los arreglos para que se tomara una
fotografía de ambos grupos, cada uno con uno de los recipientes y con Swami sentado sobre
uno de ellos, boca abajo, con unos niños de pie a Su lado. Un vivaz pequeño querubín
estaba sentado en Su regazo, sosteniendo en, su manecita un "chombu" chico de cobre en el
que su abuelo había traído agua del Ganges desde Kasi. Ese pequeñín trabajaba a diario con
los demás, regando diariamente las plantas con esa vasija. Al ver a esta "ardilla"
cumpliendo su parte del Seva, Baba le había palmoteado la espalda diciendo: " ¡Sigue así!
¡Agua de Puttaparti en un recipiente de Kasi! Bien".
Como Baba formaba parte del grupo que era fotografiado, me dio las instrucciones
acerca de cómo y cuándo tomar la foto. A Su voz, disparé, exactamente como me lo había
indicado. Cuando los devotos comenzaron a clamar por copias, Baba, ¡pobre de mí!, me
presentó como el culpable. Al parecer, presioné el botón o la tecla equivocada, ¡y la película
quedó en blanco! En todo caso, los ceremoniosos preparativos para una fotografía con
Baba, la proximidad a El que ofreció, la emoción experimentada cuando Baba supervisó la
formación de las filas y cuando se aseguró de que apareciera claramente cada bendita cara,
sin interferencias en la futura fotografía, el nerviosismo de los segundos previos al click,
todo ello dejó un deleite duradero. Es posible que eso fuera lo único que quiso conceder,
puesto que "la actividad produce mucho más alegría que lo que resulta de ella", dice Baba.
"El karma es más gratificante que la consecuencia."

101
No había un horario específico en que uno pudiera esperar ser llamado por Baba
para una conversación personal. Las personas podían comunicarse con Swami y obtener
valor, consuelo, consejos confortantes y curaciones durante el Padapuja (adoración
ceremonial de los Pies del Gurú, una modalidad normal y tradicional de culto) que, en
aquellos días, El le permitía a cada familia peregrina antes de que volviera a casa. Cuando
los visitantes traían consigo a un bebé cuyo pelo de nacimiento había de ser cortado en un
momento auspicioso, mediante ritos apropiados, o a quien había que asignarle un nombre
por el que habría de ser conocido a lo largo de su vida, o que debía ser alimentado con el
primer bocado de arroz, Swami entraba al alojamiento en donde hubieran sido acomodados,
mientras todos los demás estaban dedicados a cantar bhajans. Solía sentarse entre ellos,
cortando unos mechones del pelo del bebé, darle al mismo un nombre según Su voluntad o
colocar en su boca con Sus dedos un poco de arroz endulzado. Si lo que se solicitaba era la
iniciación al alfabeto, Baba untaba un anillo o una moneda de oro en miel y con eso escribía
CM, la letra mística, sobre la lengua. O tomaba la pizarra que el niño sostenía y, después de
santificar su marco con marcas de rojo y amarillo, escribía en ella las letras CM con tiza,
para que el niño siguiera los trazos y aprendiera a gusto. El OM es la fuente, la corriente y
la suma de todos los sonidos que pueden emitir las cuerdas vocales humanas. En estas
ocasiones, El crea, invariablemente, una cadenita para medallas que se considera un
talismán y que coloca en el cuello al niño.
Cuando llega una familia con una persona enferma, se hacen más frecuentes las
visitas a su alojamiento. Giran esas manos y de ellas caen en abundancia cenizas curativas,
píldoras, tabletas y cápsulas desconocidas en el inventario farmacéutico. Swami ha dicho:
"Es la mente del hombre la realmente responsable de su enfermedad o su salud. Es así que,
cuando se trata de sanar o de curar, ha de ser creada para este propósito la sufriente fe en su
mente. Todo lo que hago es hacer que invierta la confianza, la fuerza de voluntad en el
sanarse. Los resultados deseados son producidos por la abundancia de Mi Amor, en
reciprocidad por la intensidad de la fe del devoto en Mí".
No obstante, es tan espontánea la compasión que El no retarda la cura hasta que no
brote y crezca en intensidad la fe. Da tres pasos hacia la persona que sufre, incluso antes de
que ella sepa que debe dar el primero. Aún no existía hospital alguno en el recinto, de modo
que muchas de las viviendas eran pabellones para enfermos. Mi madre estaba sentada un día
en la galería, cuando un grupo de gente de Madhya Pradesh le preguntó: "¿Cuánto tiempo
ha estado aquí?" Ella respondió: "Cuatro años". Quedaron asombrados y exclamaron:
"¡Hace cuatro años que está en este lugar y aún no ha sanado!" Habían traído con ellos a
una niña enferma, ¡y la respuesta de mamá les pareció mala noticia! No pude explicarles
que todos nosotros estábamos recibiendo medicación y rehabilitación. Baba dijo una vez
que nos estaba tratando para la anemia de la voluntad, la miopía del orgullo, la ictericia
(envidia) de la visión y la contracción del corazón.
Escribiendo sobre Sus modalidades de tratamiento, recuerdo uri extraño "modus
divinitas" del que fui testigo una mañana memorable.
Estaba en el Nilayam un refugiado de la ex Provincia del Sind, con su hija que
presentaba el problema de estar afligida por trastornos mentales. Se reía y lloraba, vagaba
apática o se enfurecía sin razón aparente. Murmuraba para sí un mismo conjunto de sílabas
todo el tiempo. Baba toleró sus rarezas y explosiones por algunas semanas. Le había
asegurado al padre que curaría el mal antes de que dejaran el lugar. Había llegado la hora y
Baba se encontraba en su habitación. Le aplicó vibhuti en la frente. La niña se desplomó
delante de Su silla. Baba puso Sus palmas a los lados del cráneo y, mientras iba aumentando

102
poco a poco la presión, pudimos ver como brotaban de la raíz de cada cabello unas gotas de
un líquido café oscuro que, escurrido sobre una bandeja, llegó a una cantidad de unas diez
onzas y media. Cuando ya no quedó más material que estrujar, Baba se levantó y se lavó las
manos con jabón. El grupo partió hacia Bukkapatnam en una carreta para llegar a la
estación de ferrocarril de Dharmavaram, en un autobús.
Pasaron tres años. Baba estaba en Bombay. Decidió visitar el Campamento de
Refugiados de Sind, en uno de los suburbios, para bendecir al padre y a su hija. Ella corría
por toda la casa para atender a los devotos que se habían reunido para el darshan de Baba.
Ella cantaba bhajans con entusiasmo y demostró que había sido "remodelada" en una
robusta y feliz beldad.
Con posterioridad fui testigo de dos "estrujamientos de cráneo" más. Mi vecino en
Prashanti Nilayam tenía como esposa a una mujer que sufría de ataques epilépticos
intermitentes que la habían vuelto temerosa, débil e inestable. Baba la volvíó a la
normalidad con el mismo tratamiento heterodoxo. El exprimir a través de las raíces del
cabello el líquido pútrido sanó a otra dama, hija de un devoto de Bangalore, que sufría de
ataques de histeria recurrentes.
Cada vez que le cuento esta historia a mis amigos, ¡ponen en duda mi sanidad
mental! Sin embargo, se muestras renuentes a decírmelo en mi cara, por temor a que yo
dude de la de ellos. Se preguntaban: "¿Cómo fue que este individuo, cuya prodigiosa
incredulidad y sentido del humor solía demoler la reputación de impostores y fakires,
embusteros y farsantes, haya podido ser una presa tan fácil para un Baba, a quien le dobla la
edad?" Dicen que a un hombre se lo juzga por la compañía que frecuenta. Pero a mí se me
juzgaba por la compañía una vez que les dejé. Se sentían terriblemente superiores a mí y se
aferraban con un loco fanatismo a sus anticuadas concepciones.
Afortunadamente, mi fe en el Amor, la Sabiduría y el Poder de Baba, en lo
milagroso de Sus acciones, en la eterna intangibilidad de lo divino, se iba profundizando
proporcionalmente a la compasión y el desprecio que mis anteriores admiradores y amigos
sentían por mí. No podía sino compadecerlos como retribución, porque sus ojos estaban
velados por el prejuicio y encandilados por la autoestima. En lo concerniente a las
experiencias que iba ganando en la presencia de Baba, no podía sino "exclamar", pero no
"explicar". Me sentía atraído por Su Esplendor y no ofendido por El, como le sucedía a esos
otros. Gracias a Dios había logrado salir a gatas del purgatorio de la duda. Algunos amigos
habían venido hasta Puttaparti para confirmar su juicio acerca de mi cociente intelectual.
Mas, como dijera Jesús: "Viendo no podían ver, escuchando no oían, tampoco
comprendían, porque sus corazones se habían endurecido. Y sus oídos se habían
ensordecido y sus ojos los habían cerrado, no fuera que vieran, oyeran y entendieran, en
cualquier momento, con el corazón, y se convirtieran".
Las sesiones de bhajans se realizaban en la Sala de Oración, frente al retrato de
Baba y al de la encarnación inmediatamente anterior de la Divinidad, el Sai Baba de Shirdi.
En las murallas de la sala colgaban retratos de santos y líderes espirituales pertenecientes a
todas las épocas y tierras. Baba me comisionó para traer desde Bangalore retratos de gran
tamaño de Zoroastro, Buda, Mahavira, Jesús, Shankara, Ramanuja, Madhwa, Nanak,
Meera, Surdas y Basava. Cantamos a coro muchos himnos y plegarias que rogaban por la
paz y la pureza que Baba había compuesto y que nos enseñara cuando nos sentábamos a Su
alrededor en las arenas del Chitravathi o en el prado frente al Mandir.
Muchos de estos cantos nos explicaban los pasos del progreso espiritual. Uno nos
hacían entender la lección de levantar la mansión de la vida sobre los pilares de concreto de

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la Verdad, el Vivir Correcto, la Paz Interior y el Amor. Otros nos enseñaban a conocer a la
Divinidad como Verdad, Sabiduría y Eternidad. Los himnos estaban dedicados a la
adoración de las variadas Formas de Dios como las visualizaran los santos y místicos de
todos los países. Nos hacían recordar aquella Gloria y Majestad que energetiza a las
criaturas, tanto a las vivientes como a las que están luchando por entrar en la corriente de la
vida. Cada Nombre que denotaba al Uno evocaba una emoción, un destello, una fragancia,
porque representaba una épica encerrada en una sílaba o una Escritura resumida en una
Palabra. Cuando los mellizos Rama y Lakshmana, que por algunos años cantaran en la All
India Radio de Nueva Delhi, se quedaban en el Nilayam, Baba les impulsaba a cantar con El
las composiciones en telugu del místico del siglo XVIII, Thyagaraja.
Ante una reunión en Tirupati, Baba declaró una vez: "¡El afecto que siento por
Thyagaraja data desde hace siglos! Cuando cayera muy bajo el nivel de la conducta moral,
recetó la droga del Ramanam en atractivos envases. El raga es apropiada para el ritmo
emocional de la idea que se explica en el canto; la marca del compás es apropiada para la
elaboración del significado; los adjetivos ordenados en aliteraciones dictan los intervalos y
acentos. Ellos conducen a la voz por los atractivos arcos de la arquitectura de la canción,
despertando, a través de sus vibraciones, las energías yóguicas tanto del cantante como del
oyente".
Después de oír una de las composiciones de Thyagaraja interpretada por Baba, un
anciano conocedor de música no pudo contener su emoción. Exclamó: "¡Swami! ¡Siento
que fue Thyagaraja mismo el que acaba de cantar!" Baba se volvió hacia él: "Y, a propósito,
¿quién crees que inspiró a Thyagaraja para cantar así?"
Al Niño Divino le encantaba cantar las composiciones de Thyagaraja,
Bhadrachalam Rama Das y Purandara Das, hasta el punto que no le gustaba que ninguno de
nosotros, por ninguna razón, perdiera la función. Durante Su ronda de visitas de la tarde, El
mismo difundía las buenas noticias: "Voy a cantar hoy en la hora de bhajans". Y, con los
mellizos a la zaga, Su voz nos mantenía hechizados por una hora o más. Tenía algunos
temas favoritos que interpretaba frecuentemente. El canto "Brochevarevaru" le asegura al
hombre que Dios tiene un Poder infinito que maneja con infinita Misericordia. La lección
entregada por otro de Sus predilectos, "Rama nannu", es que el Señor activa todo el
Cosmos, tanto el macro como el micro: Brahma y la hormiga; el "Endaro" nos comunicaba
el mensaje que Baba gustaba implantar: "Saluden a todas las grandes almas, que han
vivenciado al Señor, que gozan ofreciendo sus talentos a Dios, que mantienen una
permanente solicitud por la humanidad sufriente, que descartan las dudas y las discusiones
sobre la Divinidad, que han captado las enseñanzas esotéricas encerradas en las Escrituras y
que se dedican a alabar la gloria del Señor".
Otra composición que le he oído cantar con deleite es "Mundu Venaka". Se trata de
una plegaria para la cual, como sabíamos, Baba mismo es la respuesta. Thyagaraja clama a
Rama: "¡Ven, Señor! ¡Sálvame de los peligros, frente y atrás mío, a la derecha y también a
la izquierda. ¡Ven pronto! ¡Ven con Tu invencible e infaltable Arco!" y Baba declaraba:
"Frente a cada llamado de ustedes, les guardaré como el párpado al ojo; estaré detrás de
ustedes, junto a ustedes, a vuestro lado y alrededor de ustedes". Baba nos enseñaba con
dádivas el rogarle a Dios. No hacía más que recordar la afirmación de las Upanishads acerca
de Su Omnipresencia, la que el hombre ha empujado perversamente al olvido: Purastaad
Brahma (Brahma frente a ti), Paschad Brahma (Brahma tras de ti), Dakshinathah (a tu
derecha), Uttarena (a tu izquierda), Adhah (por debajo de ti), Oordhwam (por encima de ti),
Brahma eva (Brahma solo), Idam V¡swam (este Cosmos). Baba aplastaba la maleza de la

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impotencia que duerme en nuestros corazones y la despertaba para que creciera hasta un
Arbol del Bodhi. La canción "Ninu Vina" despertaba en nosotros un anhelo de otra clase.
Thyagaraja describe en ella la dicha que lo embargaba al contemplar la belleza de Rama.
Cuando Baba nos llenaba con la melodía de esa canción, atraía nuestra admiración
trascendente hacia Sí Mismo. Reconocíamos y venerábamos cada una de las facetas que
fascinaban a Thyagaraja en Baba mismo: la sonrisa, el porte, el destello, la finura, la gracia,
la delicadeza.
Incidentalmente, los cantores mellizos aprendieron muchas lecciones de música
con Baba: ésta era la razón por la que tomaban el camino a Puttaparti cada vez que tenían la
oportunidad. Baba notó que su idioma tamil hacía que distorsionaran bastante las frases en
telugu de las composiciones de Thyagaraja, produciendo a menudo perversiones rayanas en
el ridículo. Para dar un ejemplo de muchas de estas instancias, estaban caricaturizando
inocentemente una sublime expresión de humildad en una de las canciones de Thyagaraja,
¡dejándola como un desafío irreverente y hasta insolente! Pronunciaban "pogada
kunte"'como "pokoda tinte" y masacraban la canción, porque con ello, profanaban
desastrosamente su sentido. En lugar de "¡Oh, Señor! Tu gloria es alabada por sabios y
profetas. No puede ser menguada por el silencio de este pobre y pequeño individuo", lo
desfiguraban en "¡Oh, Señor! Tu gloria no puede ser menguada si como un bocado picante
frito en aceite". Baba sacó a carcajadas estos lapsus de las mellizas lenguas.
Baba era, en verdad, un Canto en movimiento, Música en acción. Cuando era el
centro de una pléyade de devotos de habla kannada, canturreaban en voz alta
"Thallanisadiru Kandya. Thalu Manave" (No tiemble de temor, oh mente) una cancíón de
Pundara Das o una Vachana de Basavana: "Kalla Naagara Kandare" (Cuando ven una
serpiente de piedra) o un Ragale de Harihara sobre Kumbaara Gundanna (El santo alfarero
Gundanna). Cuando se sentaba a Su alrededor un grupo de devotos de habla tamil, los
versos eran de Gopalakrishna Bharathi sobre Nandanar o de Arunagirinatha sobre Muruga o
de Andal sobre Vishnu. La melodía se hacía cada vez más nueva cuando nuestras mentes se
acercaban cada vez más a El. ¡Oh! Cada línea y curva eran un pacificador para el corazón,
un tónico para los miembros, un bálsamo para el cerebro y un maná para la mente.
También nosotros, en cada una de las casas a las que entraba, cantábamos un salmo
o dos cuando El aceptaba quedarse tan largo rato. Mi mujer se atrevió a cantar un día una
plegaria en kannada, dirigida a El, que había estado practicando empeñosamente por varios
días. Comenzaba con "He venido con plena fe en ti, ¡Oh Majestuosa Maravilla! No sueltes
mi mano". Baba, sentado, nos observaba parados silenciosamente con las palmas unidas.
Cuando ella dejó de cantar, El comenzó a cantar una tranquilizadora respuesta al ruego. La
cantó en el idioma que era la lengua materna de mi mujer. "¿Por qué temes?", pareció
preguntar. "Sai Baba te dará dádivas incluso antes de que se las pidas. El vendrá a salvarte
incluso antes de que clames por ElV.
En ocasiones, El anticipaba la canción con la que los devotos estaban preparándose
para darle la bienvenida a sus hogares, ¡y entraba tarareándola audiblemente! Un día,
estando en Bangalore, Baba prometió venir a mi casa, "Ashoka" en Wilson Gardens y la
anticipación de Su visita nos tenía muy excitados. Mi mujer estuvo ensayando y tenía una
canción preparada. Mi madre "compuso" una acerca de la singularidad de este Avatar y la
tenía lista en la punta de la lengua. Cuál no será nuestra sorpresa cuando Baba se bajó del
coche cantando en voz alta los primeros versos de la canción que mi mujer tenía la
intención de cantarle tan pronto entrara en el santuario de nuestra pequeña vivienda: "¡Baba,
el de la ilimitada compasión!", comenzaba. Le pidió a mi mujer que cantara el resto del

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poema. A mi madre le dio una inmensa alegría al pedirle que repitiera su composición:
"Entre todas las piedras preciosas que he visto y que he querido, ninguna es tan bella como
la gema Sai Ram". Baba dijo "Bien", cuando mamá le tocó los Pies. Luego me pidió que
encendiera la llama de alcanfor. " ¡Comienza! Sadaa enna hrdayadalli", me dijo (`Siempre
en Mi Corazón') para que hiciera girar la llama del Arati. Y ésa era la canción del Arati que
yo compusiera y que se usaba cada vez que se cantaban bhajans en la casa de Bangalore.
"De modo que El escucha todos nuestros bhajans", nos dijimos.
Todos los días había sesiones de bhajans que duraban una hora en el Salón de
Oración. La tarea de girar la llama del Arati le fue asignada a Seshagiri Rao algunos meses
después de la inauguración del Prashanti Nilayam. Baba se levantaba de Su silla de plata
para recibirlo y a continuación se acercaba a los recipientes que contenían las ofrendas de
comestibles y las consagraba probando algunos granos. Luego se paraba cerca de la puerta
de salida hacia el Norte, para que los hombres pudieran hacer el Padanamascar al ir saliendo
y, después que todos se hubieran retirado, atravesaba el hall hacia la puerta Sur para
conferirle la misma gracia a las mujeres.
En aquellos días, Dasara se celebraba en el Nilayam mismo. Era más evidente la
participación femenina y también más entusiasta que la de los hombres, puesto que Dasara
se dedica al culto de la Madre que cría, bendice y educa a Sus hijos. Tanto en la mañana
como en la tarde de cada día, las mujeres se sentaban en filas dentro de la Sala de Oración,
cada una con una foto de Baba colocada frente a sí y recitaban los mil ocho nombres de la
Madre en sus diferentes encarnaciones. Le ofrecían el Puja con los rojos polvos de kumkum
a Baba, la personificación trina de Durga, Lakshmi y Saraswathi. Siendo que en ninguna
parte de esta Madre Patria de todos se les permitía a las viudas el participar en este tipo de
culto, Baba les abría también las puertas. Su compasión se rehusaba a mantener a los
infortunados en el ostracismo. Hacia el final del Puja, Baba entraba a la Sala y caminaba por
entre las filas de mujeres, otorgándole a cada una un momento para tocar los Pies de Loto,
al detenerse frente a ella. Los montoncitos de kumkum cargados con el contacto santificador
del retrato y las vibraciones de la devoción, se recogían y se guardaban hasta el décimo y
último día del Dasara, cuando Baba mismo los vertía sobre el Idolo de Plata del Sai Baba de
Shirdi, el cual, en ese día, oficiaba como el símbolo silencioso de Swanii mismo.
En las tardes, Baba pasaba en procesión por las calles de Puttaparti, e incluso
después de volver a entrar a Prashanti Nilayam, permanecía sentado en un jeep que era
decorado de manera diferente cada día, por las manos de los devotos, ya sea como Hamsa o
Garduda, Carro de Combate o Vimana, como también de Palanquín. Las calles de la aldea
eran demasiado angostas como para permitir el movimiento de las multitudes de devotos, de
modo que Baba redujo el evento, más adelante, a un solo día: el décimo. Los bhajans, los
nadaswaram, las gaitas, los tambores y los fuegos artificiales lo convertían en un fabuloso
festival popular. Por supuesto que la mayor fuente de alegría era la emergencia desde el
Divino Entrecejo de vibhuti, kumkum o rayos de Luz. Los aldeanos lo denominaban el
"Vibhuti de Kailas", puesto que en los antiguos textos, el Dios Shiva que reside en la cima
del Monte Kailas, lleva gruesas líneas de ceniza sobre Su frente y cubre todo Su cuerpo con
ella.
Un día, cuando tuve la oportunidad de decirle el nombre que se utilizaba
comúnmente entre nosotros para el vibhuti, explicó: "Shiva se unta el cuerpo con las cenizas
que recoge de los lugares de cremación donde se ha quemado en la pira, el cuerpo de una
persona buena y piadosa. ¿Quieres que te dé un poco? Un sadhaka muy piadoso ha muerto y
su cuerpo ha sido entregado al fuego a orillas del Ganges". Diciendo estas palabras, hizo

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girar Su mano y aparecieron en Su palma algunas onzas de cenizas. Cuando las vertió en mi
mano, temí quemarme. Estaban calientes. "Esta es la ceniza que Shiva bendice", dijo.
El Festival de Dasara le confirió a los devotos diez días de un exquisito éxtasis. No
éramos sino unos cuantos cientos, bastante para llenar la Sala de Oración del Nilayam. Al
igual que en el Viejo Mandir, también aquí se nos daba desayuno, almuerzo y cena todos los
días, de modo que todo el día podía pasarse orando y haciendo penitencia. Uno de los días
se dedicaba a los hijos de los devotos: cantaban bhajans y actuaban obras basadas en las
épicas. Baba mimaba a los participantes y estimulaba a los niños para que recitaran y
comieran golosinas. Otros días, los escolares de la aldea, los de los grupos de Pandan
Bhajan y niños del Instituto Superior Sathya Sai Baba en Bukkapatnam, presentaban un
programa de ejercicios y gimnasia. Un día se dedicaba al servicio social: limpiando calles y
pasajes, alimentando a los menesterosos, distribuyendo vestimentas a los indigentes,
además de charlas dictadas por los que tenían experiencia en estas actividades de servicio.
El Día del Niño, que se celebró a partir de 1945, fructificó en las clases de Bal
Vikas en todo el mundo y en la "Educación de los Niños en Valores Humanos", cuya
adopción ha ido en aumento en todos los Estados de la India. El Día del Servicio Social
también se ha ido expandiendo hasta la formación del Seva Dal, en el que unos treinta mil
hombres y otras tantas mujeres son instruidos para brindarle, con amor, diferentes servicios
al prójimo.
Los pocos pandits que llegaron hasta Puttaparti tuvieron la oportunidad de explicar
pasajes de las Escrituras y fueron bendecidos por Baba con regalos tradicionales. El noveno
día de Dasara estaba marcado por el Saraswathi Puja, la adoración de la Diosa del Saber. Al
atardecer de ese día, estudiosos del telugu y el sánscrito, incluyendo a Vidwan Seshama
Raju, el hermano de Baba, leían y explicaban los poemas que habían escrito acerca de Baba
y las bendiciones que esto les significara. También yo me atrevía a leer uno o dos versos en
inglés y en kannada cada año, en la presencia del "Kaveenaam Kavi", el Poeta de poetas.
También llegaban músicos para estar en la Santa Presencia y se les permitía exhibir
sus talentos. Baba respondía con alegría cuando los naturales anhelos por la Visión de Dios
se reflejaban en el desarrollo de un raga o la interpretación de una canción. Recuerdo que,
cuando estaba cantando Honnappa Bhagavathar, el famoso vocalista de Bangalore, ¡Baba se
levantó de Su silla de plata y se fue a sentar junto a él en el estrado, entre los artistas que
tocaban el violín, el mrudanga, el ghatam y el tambor! Cuando terminó el programa, Baba
creó un collar de oro para él y se lo colgó al cuello con Sus propias manos. Aunque relaté
esa historia en Sathvam Shivam Sundaram, vale la pena repetirla aquí, porque yo mismo fui
testigo emocionado del desconcierto, la desesperación y la renovación del músico.
Camino de regreso a Bangalore, Honnappa Bhagavathar y sus amigos evaluaron el
valor en quilates de oro. Se enredaron en estimaciones divergentes de su valor monetario.
No vacilaron, tampoco, en cuestionar hasta la genuinidad del milagro. Pronto se vieron
metidos en una parte inundada del camino que le impidió avanzar al coche en el que
viajaban, puesto que las aguas pasaban furiosamente sobre él. De modo que se detuvieron
para esperar la mañana siguiente, acurrucados dentro del mismo vehículo. Cuando bajaron
las aguas y se pudo hacer partir el auto, descubrieron que el collar había desaparecido del
cuello de Bhagavathar. No se lo encontró en parte alguna. No podía ser recuperado y el
músico decidió retornar a Puttaparti y pedir perdón. Baba me había hablado de la tragedia
que le había sucedido, antes de que llegara. Por ende, me fue difícil controlar mi excitación
frente al desenlace de los apuros del famoso músico. Se mantuvo de pie, deprimido,

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apoyado en uno de los pilares, reprimiendo los sollozos y las lágrimas, hasta que se
rompieron los diques cuando Baba se acercó a él.
Baba lo mimó y lo acarició por largo rato. "No había nada de malo. No es sino lo
que cualquiera habría hecho. Además de que los otros te incitaron. Así y todo te quiero.
Aprecio las dudas, ya que sólo ellas pueden confirmar la fe. ¡Bien! Aquí lo tienes de nuevo:
el mismo. Cualquier cosa que yo cree es parte de Mí y debe retornar a Mí". Diciendo esto,
hizo girar Su mano y el perdido collar le fue devuelto al asombrado penitente.
Debo consignar aquí mismo lo que le sucediera veinte años más tarde a un cierto
ingeniero noruego, de apellido Tidemann. Cuando se despidió de Baba para dirigirse a
Bangladesh, para hacerse cargo de un proyecto en el Puerto de Chittagong, el que se estaba
reconstruyendo en gran parte, Baba le creó un anillo y se lo puso en el dedo índice de la
mano derecha. Seis meses más tarde, apareció repentinamente a las puertas del "bungalow"
de Baba en Brindavan, Whitefield. Viendo que estaban por comenzar los bhajans, se
escurrió hacia un rincón y acomodó su humanidad entre el Dr. S. Bhagavantham y yo. Baba
lo miró y preguntó: "¿Dónde está el anillo?" Tidemann respondió avergonzado: "¡Perdido!"
"¿Dónde?", preguntó Baba. "Estando en Chittagong, estaba bajando por una cuerda por el
casco de un barco y caí al río", explicó Tidemann. "¿Cuándo?" "El 23 de febrero". "De eso
hace tres meses", me dije para mí mismo.
Vi que la palma giraba una, dos veces y luego se cerraba sobre algo que estaba por
caer de ella. Lo levantó entre dos dedos y nos lo mostró para que pudiéramos ver que era el
anillo... ¿Pero, era "el anillo"?, fue la pregunta que surgió en la mente de todos. Estaba a
punto de preguntar, cuando se me anticipó el Dr. Bhagavantham... ¡No pudo controlar su
curiosidad científica! Baba se volvió hacia él y dijo: "¿Cómo? ¿Tu fe no es firme todavía?"
Entretanto, Tidemann se levantó y fue a tocarle los Pies. Baba colocó el anillo en
su palma extendida, con las siguientes palabras: "Es el mismo. ¡Cayó en Mis manos! Yo
estoy en ese río. Yo estoy en todas partes; Mis ojos, Mis oídos, Mi rostro, están en todo
lugar. Yo permanezco envolviéndolo todo". Esa tarde volvimos a escuchar, una vez más, la
afirmación de las Upanishads, demostrando que Bhagavan ha venido en la forma de Sai
para eliminar el velo de la duda de nuestras retrógradas retinas.
Gayanapatu Saraswathi Bai llegó durante otro Dasara. La anciana dama emocionó
a cientos de devotos con su recital de música. Su cuerpo de setenta años respondió a las
exigencias de resistencia y de memoria. Cuando se despidió, Baba le regaló un sari de
Benares. Algo más tarde, el mismo día, le dijo a algunos de nosotros que tal vez el largo de
la seda no iba a ser suficiente para el estilo en que ella usaba el sari. Algunas señoras
confirmaron que Saraswathi Bai usaba saris de dieciocho codos de largo, y éste medía sólo
doce. Baba pretendió sentirse triste. Examinó otros saris de Benares del mismo lote y
descubrió, con aparente "desconsuelo" que también eran cortos. Unos días después, sin
embargo, recibí una carta de la distinguida cantante en la que describía su asombro frente al
milagro. Supo que el sari que le habían regalado era demasiado corto, de modo que decidió
usarlo sólo en la privacidad de su santuario doméstico. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando
descubrió que la voluntad de Baba no sólo lo había hecho estirarse hasta los dieciocho
codos, sino a unas cuantas pulgadas extra!
Vidwan R. Chowdiah, el renombrado virtuoso del violín, amenizó otra tarde con su
espléndido recital. A1 final de la hora de ejecuciones, Baba, que estaba sentado en Su silla
de plata rodeado por algunos de nosotros, hizo girar la mano y creó una medalla de oro para
él. Chowdiah se levantó para recibirla, mas, cuando Baba estaba por ponerle el regalo en la
mano, lo retuvo, diciendo: "¡Oh! Tú ya tienes muchas medallas. Esta debe tener grabado el

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nombre". Y sopló Su aliento sobre ella, mientras colgaba de Sus dedos y ¡oh sorpresa!, se
encontró que llevaba inscripto "Presentada a T. Chowdiah por Bhagavan Sri Sathya Sai
Baba" en el reverso, con una artística caligrafía.
¡Vendaval de milagros! Fueron gloriosos días para nosotros los de esa época en
Prashanti Nilayam. Casi no nos habíamos dado cuenta que el Prashanti Nilayam carecía de
límites y que los milagros no conocían restricciones geográficas, raciales o religiosas. Cada
vez que se nos confirmaban atisbos de la gloria, nos emocionábamos con la toma de
conciencia de la magnificencia de Baba.
En esos tiempos, Baba no dictaba discursos durante Dasara. De hecho, por muchos
años, se estaba limitando a discusiones o conversaciones de grupo y a sesiones de preguntas
y respuestas cuando los devotos se sentaban alrededor Suyo y planteaban puntos sobre
Sadhana o Filosofía. Incluso ahora disfruta con estas reuniones de pariprasna. Durante uno
de los días de Vijayadashami, cuando se mecía en el columpio adornado con flores que se
usaba durante el programa de Dasara fue que bendijo a la concurrencia con Su primera
"Charla" o "Discurso".
El año era el de 1953. Afortunadamente tenía mi pluma en el bolsillo y alguien me
prestó algunas hojas de papel. Pude anotar Sus palabras y transcribirlas. Comenzó con la
Confesión: "Todos estos años he estado dando consejos y respuestas a preguntas
individuales. Ellas eran como paquetes disponibles en tiendas especiales, entregados a
quienes las visitan con el deseo de obtener lo que en ellas se vende. Sin embargo, un
discurso como éste, debe ser como un bazar, una feria, en donde hay una variedad de
artículos a disposición de clientes de todo tipo. Pese a que un discurso mío representa para
ustedes una experiencia nueva, no es algo nuevo para Mí. Me he dirigido a grandes
asambleas de buscadores en el pasado, aunque no personificado así. Cada vez que el
Absoluto Sin Forma y Sin Atributos devela el misterio y aparece ante el género humano
como Hombre, debe enseñar e instruir con el objetivo de cumplir con Su tarea.
Permítanme hacer un paréntesis dentro del relato. Estando en el carro de combate,
Sri Krishna le reveló a Arjuna lo que Baba nos revelara aquel día estando en el "joola".
Dijo: "Le he dictado discursos, Eras atrás, acerca de esta senda perenne al Vivaswan. El
mismo misterio te lo declaro a ti ahora. Han sido muchas Mis apariciones en el pasado".
Como lo declarara Baba, Rama dictó frecuentes discursos en el Ramayana para grandes
multitudes, desde Su trono.
Continuando Su discurso, Baba dijo: "Los primeros dieciséis años de esta carrera
terrenal han sido dedicados al Lila (juego y jugarretas), los próximos dieciséis se dedicarán
al Mahima (manifestación del Poder y la Gloria). Después del trigésimo segundo año, me
verán cada vez más activo en la tarea del Upadesha, la enseñanza a la humanidad
equivocada y el dirigir al mundo por la senda del Sathya, el Dharma, el Santhi y el Prema.
Lo que no quiere decir que haya excluido al Lila y al Mahima a partir de ese año. Sólo
quiero decir que el restablecer el Dharma, el corregir la distorsión de la mente humana y el
guiar al género humano de vuelta al Sanathana Dharma, será mi principal tarea de ahí en
adelante". ¡Sin embargo, el Señor es compasivo y tiernamente misericordioso! Incluso al
anunciar estos límites cronológicos, había anunciado, misericordiosamente, Su propio
programa de Upadesha por cinco años...
Como era usual, cuando terminó la función del Joola de ese día, las mujeres
devotas insistieron en un elaborado Arati, que comprendía no menos de ciento ocho
lámparas movidas por otras tantas personas y también, la presentación de una variedad de
frutas y dulces. Todo terminó con el canto por ellas de sones tradicionales.

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El Cumpleaños de Bhagavan, celebrado el 23 de noviembre, era en esos años, una
reunión de vuelta a casa, un encantador festival de familia. En esos días, más que en otros,
Baba era la niña de nuestros ojos, el rayo de sol de nuestros corazones, el tegro a nuestro
alcance. Y El nos permitía mimarlo libremente. lurante algunos años, incluso después de
trasladarse al PrashanNilayam, Baba visitaba las residencias de las "hermanas" y cocía Su
almuerzo con ellas y con los "padres"; tiempo después, le aían los platillos especiales que
ansiaban, hasta el Nilayam misio. En las horas de la mañana, Baba se sentaba en el estrado
ccidental de la Sala de Oración, aquel en el que estaba instalada i imagen del Sai de Shirdi.
Aquel día tuvo que cederle el lugar al ,ucesor. Los padres, el hermano mayor con su mujer y
unos poos devotos ancianos con sus mujeres subían y ungían a Baba on algunas gotas de
aceite puestas en la corona de cabellos. Es:) no era más que un rito simbólico del "baño de
aceite" que la nayoría de las personas del sur de la India reciben para sus cum)leaños y otras
fiestas sagradas.
Se trataba de una función médico religiosa que la costumbre le ha impuesto a
hombres, mujeres y niños, para ser celebrada, al menos una vez por mes, si no más
frecuentemente. También Baba fue sometido a ella durante su niñez y como púber. Más
tarde, cedió ante las súplicas de los devotos y continuó con los "baños de aceite" hasta cerca
de los años '60.
Permítanme recordar y relatar, entre paréntesis, las infrecuentes oportunidades en
que se le aplicaba aceite a Su cuerpo y se lo lavaba después. Algunos de nosotros tuvimos la
envidiada suerte de jugar un papel en esta Ceremonia: saludábamos la ocasión como un Don
de Gracia. Se elegía una de las habitaciones residenciales con más espacio y libre de
muebles. Los devotos la limpiaban concienzudamente el día anterior al del "Baño". Se
colgaban festones de hojas verdes y se hacían auspiciosos dibujos en el piso con harina de
arroz. Baba llegaba hasta aquí cerca de las 9 de la mañana. Sólo cuatro o cinco varones
estábamos dentro. El fragante aceite de sésamo con sustancias medicinales se vaciaba en un
copón de plata. Se sacaba para pasarlo a lo largo de las filas de las madres y los padres
ancianos que lo tocaban recitando plegarias. Volviendo dentro, el aceite era vaciado sobre la
corona de cabellos y se hacía presión con los dedos vigorosamente para impregnar sus
infinitos rizos. La precisión y la fuerza necesarias le pertenecía sólo a uno o dos, los demás
aplicaban el aceite sobre la espalda, los hombros, los brazos y los pies y, en general, Baba
les ayudaba. Entretanto, los devotos llenaban con agua caliente un gigantesco recipiente de
cobre. Parecíamos estar desempeñando los papeles de Sus compañeros del Gokulam. Dos
de nosotros aplicábamos la pasta de nuez jabonera para sacar el aceite, en tanto que los
demás iban vaciando vivazmente agua caliente sobre El. Para quitar la pasta y los restos del
aceite, empleábamos jabón. Baba nos mantenía risueñamente felices, bromeando y riéndose
de nuestras bufonadas de aficionados, recordando nuestros absurdos y vicios, en otras
ocasiones. Entonces llegaban las toallas para el secado final.
Baba estaba rápidamente listo para pasar a la habitación adyacente, hacia la que
nosotros nos habíamos retirado. Entraba irradiando alegría y jovialidad. Se ponía el dothi de
seda y la bata, descansando después un rato, sorbiendo a veces un par de onzas de jugo de
naranjas. Se secaba el pelo en humo de incienso y lo sojuzgaba a su forma. Mientras nos
encontrábamos sirviendo a Baba dentro de las habitaciones, Brahmasi Kamavadhani, el
renombrado recitador de los Vedas (que lleva el título de Veda Samrat que le confirieran las
sociedades dedicadas al saber védico), aprovechaba invariablemente la oportunidad para
recitar, del lado de afuera de la puerta,. los mantras Namaka Chamaka que se pronuncian
usualmente cuando se le da el baño sacerdotal al ídolo de Shiva. Para él era cierto que Baba

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era Shiva llevando la vestidura de un cuerpo humano. A continuación, Baba salía para
dirigirse a la Sala de Oración y dar Darshan.
Terminado el paréntesis, prosigo. Yo era uno de los "ancianos" devotos bendecido
con la tarea de ungir a Bhagavan en el primer Cumpleaños en Prashanti Nilayam. Me
levanté de mi lugar en el lado de los varones y mi mujer lo hizo en el suyo, en medio del
grupo en que estaba sentada. Mientras me levantaba, Belcebú me susurró al oído una
venenosa proposición: "Esta es la oportunidad, descubre si es una peluca de pelo afro esta
corona única en su género que tiene". La voz le pertenecía a mi vecino, un conocido de años
atrás, el gerente de un banco en Bangalore, en el que depositaba mis reducidos haberes.
También yo había peregrinado a través de toda una serie de camerinos en mi tiempo, en los
que uno se ponía y se cambiaba de pelucas. Con ayuda de ellas me había metamorfoseado
en Surpanakha y la Sra. Malaprop, en Bruto y Aurangazeb, en Vidyaranya y Brahma. De
modo que, mientras caminaba hacia el estrado, el péndulo oscilaba entre la fe y la duda.
Decidí seguir el impulso y tirar de la peluca, si ello era posible. Mojamos la rosa en el aceite
fragante y, mientras mi mujer dejaba caer una gota de él, yo sostuve la cabeza e intenté dar
un tirón de lado al cuero cabelludo. Baba mantenía la cabeza inclinada hacia adelante para
que lo ungiéramos. Cuando sintió el impacto de mi impertinencia, me susurró: "¡Sí! Trata
de tirar también hacia la derecha". Sentí un escalofrío de miedo. Me maldije a mí mismo
por resbalar hacia el lodo de la sospecha. Mi mujer se preguntaba acerca de qué me había
pasado. Abatido, volví a tomar asiento al lado de la serpiente. Hasta ahora Baba relata, de
vez en cuando, la mencionada historia de mi audaz experimento para algunos grupos de
devotos y desata explosiones de risas conmiseratorias para incomodidad mía.
Después del rito del ungimiento, cada uno de los presentes subía al estrado y le
colocaba una guirnalda al cuello. Algunos le entregaban una ofrenda de cumpleaños a su
Bala Sai, su Chinni Sai (tierno pequeño Sai) que, en su mayoría, eran muestras de su afecto
y amor. Había guirnaldas de caramelos, nueces de cajú o damascos, muñecos y modelos de
coches, barcos y carros de combate, figuritas y juguetes, peinetas y espejos, flautas y
cornetas: todos dignos de ser aceptados debido a la sinceridad del dador y la largueza de
corazón del Receptor. Olas de alegría barrían la Sala de uno a otro extremo cuando se iban
abriendo los paquetes y se revelaba su contenido. Todos se sentían contentos cuando Baba
expresaba sorpresa y satisfacción con el objeto de demostrar Su conocimiento de la
devoción que inspirara la ofrenda. No obstante, cuando Baba descubrió que algunas
personas incluían monederos llenos con tantas rupias como los años que se celebraban,
mostró Su desagrado frente a este desprecio del sagrado vínculo y le puso punto final a la
ceremonia misma. De ahí en adelante, sólo se permitieron ofrendas florales.
Durante esos años, Baba visitaba el Instituto Superior Sathya Sai Baba en
Bukkapatnam en el Día de Su Cumpleaños, cuando se dispersaba la concurrencia en el
Nilayam. El Instituto llevaba Su nombre, porque Sus devotos habían rescatado el ruinoso
edificio en donde Baba estudiara con otros niños cuando chico. Reunieron fondos
suficientes como para convertir la escuela en un Instituto Superior y para trasladarlo a un
nuevo edificio. Aunque era administrado por la Comisión Distrital de Anantapur, tenía una
comisión ejecutiva de la que Baba era presidente. Este Instituto fue sustentado con amoroso
cuidado por Baba hasta que pudo seguir en forma independiente por sí mismo.
Baba tenía que cruzar caminando el lecho arenoso del Chitravathi y vadear algunas
yardas de su cauce para abordar un coche para llegar hasta Bukkapatnam, a tres millas de
distancia. Lo seguían otros vehículos cargados de devotos. En el Instituto, después de los
bhajans cantados por los alumnos, El le hablaba a los estudiantes (que llegaban a unos

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trescientos) y ponía en manos del Director Su regalo de cumpleaños para la institución.
Recuerdo un año en que regaló una cantidad de libros como para sofocar las estanterías de
la Biblioteca. En otro año obsequió un receptor de radio y en un tercer año, un conjunto de
instrumentos rnusicales para la banda del establecimiento.
Después de Su discurso, Baba generalmente le pedía a los estudiantes que fueran a
Puttaparti para la fiesta de Cumpleaños organizada por los devotos. Como era un trayecto
de tres millas, Baba le indicaba a los muchachos y muchachas que esperaran los coches de
los devotos para que les llevaran a la orilla derecha del Chitravathi. Baba se sentaba sobre el
grueso tapiz de verdes hojas de maní, para que también Su automóvil se uniera al convoy.
Nos mantenía ocupados a todos, alimentándonos de maní, hasta que se nos hubiera unido el
último grupo de estudiantes y profesores. Los autos habían de hacer el recorrido unas seis
veces antes de lograr trasladar a toda la escuela. A continuación, toda la concurrencia,
guiada por Baba y Sus seguidores, caminaba sobre las calientes arenas hasta el Nilayam.
Más tarde, cuando se planificó y se construyó un camino para la temporada de buen tiempo,
como parte de un Programa de Combate al Hambre, Baba utilizaba un jeep para ir hasta el
Instituto por carretera y se evitaba el tránsito a través de la arena y el agua.
El Cumpleaños del Señor Krishna también es observado en el Mandir. El centro de
atención del santuario en la Sala de Oración era un ídolo de tamaño natural de Krishna de
pie tocando la flauta. Baba le ponía al ídolo ese día un nuevo dhothi de seda y le prendía al
hombro un paño de gasa bordada en oro, con titilantes bordes de brocato. Le colocaba cada
año una nueva peluca y reemplazaba los aros, brazaletes del brazo y los de las muñecas, los
anillos y el cinturón, todo lo cual refulgía con grandeza. Le colgaba hasta siete u ocho
collares de perlas y de piedras preciosas al cuello, los que formaban un brillante círculo de
fulgor irisado sobre el ancho pecho del Señor. Eran bañadas las vacas del Nilayam y se les
ponían capas de terciopelo sobre los lomos. Sus cuernos se pintaban de rojo, de verde o de
amarillo. Sus caras se adornaban con puntos de kumkum y se aplicaba una gruesa capa de
haldi en sus pezuñas. Alrededor del cuello se les colgaban sartas de campanitas.
En la tarde, se sacaba en procesión el ídolo de Krishna, precedido por las vacas que
se pavoneaban con sus terneros y por los devotos cantando bhajans. Baba acompañaba a
Krishna cuando salía el ídolo, levantado sobre hombros piadosos. Se le llevaba frente a las
filas de viviendas al Oeste, Sur y Este del Nilayam. Los residentes le ofrecían el Arati a
ambos Krishnas delante de sus puertas. Cuando sostenían una guirnalda de flores para Baba,
El la tomaba en Su mano y la lanzaba al aire, en donde flotaba extendida en un círculo, para
caer justamente en torno al cuello del alto ídolo de Krishna. Baba no sabía rehusarse a los
ruegos de los devotos para entrar en sus casas y bendecirlas.
Ese día se adora a Krishna en cada hogar por todo el país. Cuando niño le
encantaba la leche y la manteca, la crema y el requesón, de modo que eran ésas las ofrendas
que se colocaban ante el santuario. Recuerdo Su visita al alojamiento temporal en el que yo
con mi mujer, mi hija y mi madre esperábamos para recibirle cuando traía a Krishna
consigo. Ya venía de bendecir el lado Gokulam y el lado Brindavan. Nuestra vivienda
estaba siendo remozada por algún motivo que ya no recuerdo y fuimos alojados en el garaje,
junto al "Plymouth" de Baba. Además, me había apodado "Plymouth" (boca atosigadora...
N. de la T.) para recordarme que mi logomanía se estaba haciendo casi insoportable.
Baba entró al garaje. Mi madre sostuvo ante El una taza de leche endulzada y una
pequeña bolita de manteca. A Baba le resultaba muy difícil desilusionar a mamá. A menudo
me había dicho: "Manténla feliz". Ahora, mojó un dedo en la taza y, abriendo la boca,
levantó la mano para que una gota de leche le cayera sobre la lengua. "Paatti", explicó, "me

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tomaba pocillos enteros de leche robada cuando atravesaba Gokulam, no siento inclinación
ahora por tomar leche". "Paatti" es el equivalente de "abuelita"'. Cuando Baba se dirigía a
ella, mamá era dominada por la visión de Krishna, el amoroso niño azul lleno de sonrisas.
Antes de que pudiera recuperarse, Baba se había ido. Tenía la parte sur pendiente en Su
itinerario.
El Cumpleaños de Rama también era un día especial. Baba visitaba el Mandir de
Rama en la aldea de Puttapartí una o dos veces en ese día y bendecía a los devotos allí
reunidos. Usualmente conducía a los devotos hacia las arenas y, mientras se cantaban
bhajans, El transformaba arena en ídolos de Rama, Sita, Lakshmana y Hanuman. En una de
estas ocasiones, colocó los cuatro ídolos sobre una bandeja y dijo: "¿Cómo podrían
permanecer estos cuatro como entidades separadas? Deben estar juntos". Volvió a hundir Su
mano en el mismo montón de arena y ¡oh sorpresa!, apareció una bandeja de plata, plana y
simple, montada sobre cuatro pequeñas patitas. "Colocaré a Rama aquí", dijo. Cuanc'~ el
ídolo se acercaba al punto indicado, ¡apareció ante nuestr )s ojos un perno sobre el que
podía fijarse la imagen! Los tres. restantes también fueron fijados sobre otros tres pernos
que se manifestaron misteriosamente. Lo extraordinario fue que Hanuman requería de uno
más pequeño, ubicado verticalmente respecto de la línea horizontal que formaban los de los
otros tres. ¡La voluntad de Baba moldeó la fijación necesaria sobre la bandeja plana!
Llevamos los cuatro ídolos firmemente instalados sobre aquella sagrada bandeja hasta el
Mandir, en donde estuvimos cantando bhajans por algunas horas más. ¡Qué milagro era
aquel que habíamos presenciado! ¡Los íconos, la bandeja con patitas, las fijaciones: todo
creado desde la arena por el toque de aquella Mano! ¡Magnificencia! ¡Para revelarnos la
importancia de Swami, para atraernos hacia Su taller en donde nos deshace para
remodelarnos a Su imagen!
Vaikunta Ekadasi, Utharayana, Yugadi, Sivarathri y Deepavali eran otros de los
festivales que se observaban en el Nilayam. Respecto del primero, se declara que las puertas
del Cielo (Vaikunta) son abiertas para todos en aquel undécimo día de la mitad luminosa de
la luna. Baba nos permitía celebrar el evento con bhajans que le eran ofrecidos en el lecho
del río. En ese día, recibíamos de El Ambrosía Celestial (Amritha), la que goteaba desde
Sus dedos en un receptáculo. Mientras se cantaban bhajans y mientras El marcaba el
compás levantando y bajando Sus manos, Su palma exudaba una extraña fragancia y parecía
estar saturada con una espesa miel. Baba apretaba Sus manos entre sí, manteniendo las
puntas de los dedos sobre el recipiente y de ellos fluía el Amritha hasta llenarlo.
Durante una de las noches del Ekadasi se produjo un milagro aun más extraño.
Había cerca de trescientos devotos en las arenas. Baba dijo: "Están sentados en el suelo en
torno a Mí y Yo también estoy sentado en el suelo. No pueden verme llenar el pocillo con
Amritha. Es una pena". Yo estaba sentado al alcance del oído, de modo que me armé de
valor para sugerir: "¡Swami! Puedes ponerte de pie y levantar Tus manos. Haz que un pote
de Amritha descienda del cielo hasta Tus palmas. Todos podríamos verlo venir y habrá
suficiente Amritha para cada uno".
Algunos días antes, en Madras, un bello y artístico vaso de cristal, con loros de
cristal posados en sus bordes, había descendido desde la nada hasta las manos levantadas de
Baba, el día del Cumpleaños de Krishna. Ese día se encontraba con Sri Hanumantha Rao y
su familia y, al finalizar los bhajans, dijo: "Les conseguiré Prasad de Mathura" y apareció el
vaso lleno con un maravilloso surtido de confites hechos en Mathura.
Por ende, mi súplica no era algo tan fantasioso como muchos pensaron. Baba
reaccionó a ella con Su tan propia inescrutabilidad. Dijo: "¡No! Voy a crear aquello de lo

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que se obtuviera el néctar". Del montón de arena extrajo una gran caracola de un blanco
radiante cuya espira giraba hacia la derecha: un raro espécimen de la venerable concha y,
por ende, rnás sagrado. Luego se puso de pie para que todos pudieran tener el darshan del
evento. Desde esa concha vacía salió gorgoteando un chorro de Amritha que llenó hasta los
bordes un recipiente de plata. El fanático dogma científico y la adoración idólatra de la
razón se darían con las puertas del cielo en las narices. Nosotros, en cambio, fuimos testigos
ese día de cómo ellas se nos abrían. Más tarde, en el Mandir, Baba puso una cucharada del
néctar sobre la lengua de los cientos que estaban presentes.
Vaikunta Ekadasi fue atrayendo cada año a más gente hacia el Nilayam, puesto que
podían observar y maravillarse, con seguridad, ante el milagro del Amrítha y arder en la
Presencia de la Fuente de la Dulzura. Durante otro Ekadasi, estando acurrucados sobre las
arenas y Baba no solamente estaba recibiendo nuestras "alabanzas" sino también
enseñándonos cómo articular y cantar Sus Nombres y Glorias, dirigiendo a la congregación
en sus cantos. Yo estaba sentado directamente tras El, perdido en las visiones que Su voz
había tejido para mí. Se detuvo repentinamente. Tomó el vaso de plata para el agua que
estaba junto a El y pensé que era la sed lo que había interrumpido la melodía. ¡Pero no!
Vació el agua en la arena y afirmó el vaso justo frente a El. Eso era un gesto extraño. Ni una
sola vez lo había hecho antes. Me quedé observando el despliegue de Su Voluntad. Muy
pronto me di cuenta de que hipaba, suavemente en un comienzo y luego cada vez más fuerte
y a intervalos más cortos. Los bhajans continuaban con fervor inalterable. Con un rápido
movimiento, Baba tomó el vaso vacío y lo sostuvo cerca de Su boca... y la fragancia invadió
el aire. Se escuchó un burbujeo largo y audible. Fluyó el Amrítha y llenó el vaso hasta el
borde. Baba me pidió que llevara esa preciosa Medicina que cura la Mortalidad hasta el
Mandir. Cada uno de mis pasos había de representar Su respuesta a mi oración que
suplicaba no derramar la preciosa parte Suya. Las escrituras dicen que Garuda, el Aguila
Divina, fue comisionada por el Señor para llevarle Amritha a los dioses. El ave pudo
deslizarse suavemente a través del cielo claro y sin nubes. Yo, empero, ¡tuve que salvar un
camino pedregoso por entre la agitada multitud de hombres y mujeres impacientes,
caminando cuidadosamente! Logré que me rodeara un círculo de fuertes hombros para
protegerme de los ataques de la curiosidad y el frenesí.
Me llevaron a salvo hasta el Mandir en donde Baba esperaba el Santo Cáliz. Con
un giro de Su mano convirtió un soplo de aire en una cuchara de oro. Los hombres se
sentaron en largas filas que se enfrentaban cara a cara. Esa cuchara no era ni una cucharita
de té ni una de mesa, sino de un tamaño intermedio. Debido a esto, a medio camino, ya no
quedaban sino un par de porciones en el fondo del vaso. Baba golpeó la boca del vaso con
Su palma extendida... y se llenó nuevamente. Mientras teníamos el Amritha sobre la lengua,
Baba nos dio a cada uno un upadesh (consejo espiritual) además: "¡Pon cuidado! Con el
Amritha esto ya no se contaminará", indicando que ninguna mentira debería corromper
nunca más la lengua sobre la que había caído el tónico de la Verdad con su dulzura... Los
milagros, como tales, no importan. Lo que realmente importa es su Fuente, algo que está
fuera de toda evaluación.
Yugadi era el Día de Año Nuevo para millones de indios que calculan el año sobre
la base de los movimientos de la luna. Un rito interesante y significativo que se observa ese
día es que se distribuye, no la dulce Amritha, sino un preparado agridulce, una mezcla de
azúcar con pasta de hojas de margosa disuelta en agua. Baba dejaba caer al agua un puñado
de vibhuti creado en el momento y la bebida así santificada le era dada a todos los

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presentes. Uno bebía con la plegaria de ser bendecido a lo largo del año venidero con la
fortaleza como para aceptar tanto las penas como las alegrías, con confianza y valor.
En Uttarayana o Día de Sankranthi, los devotos le dan la bienvenida al sol que, a
partir de ese día "se mueve" diariamente unos pocos pasos hacia el Norte. Los días se van
haciendo más largos y, en consecuencia, hace más calor en la Tierra. Ese día se celebra con
regalos recíprocos de azúcar y semillas de sésamo. El sésamo tiene un gran contenido de
aceite. Aceite, en sánscrito, es "sneha", que significa amistad, camaradería, fraternidad. Por
lo cual, tanto lo que se ofrece como lo que se recibe es "Fraternidad". Baba compartía la
cálida alegría de la amistad y el amor con los aldeanos que solían venir en gran número
durante ese día de festival.
Sivarathri era el Festival durante el cual más se manifestaba el Dios que es Baba.
El milagro de la formación en Su estómago de esferoides de piedra o de metal durante la
semana que precedía a la sagrada fecha (la que cambia cada año, puesto que se calcula
sobre la base de las fases de la luna), bastaba para electrificar la atmósfera del Prashanti
Nilayam. Con días de anticipación, le envolvía una ancha aura de blanco deslumbrante con
un borde rosado, en dondequiera que se encontrara. El mismo anunciaba que estaba
creciendo el lingam y, si los dolores de crecimiento eran inusualmente perceptibles,
predecía que su número iba a ser más de uno.
Hasta 1956 se pudo llevar a cabo en la Sala de Oración misma la vigilia y los
bhajans de toda la noche de Sivarathri. Baba se sentaba en la silla de plata colocada sobre
una piel de tigre extendida sobre una plataforma baja. Cuando la manecilla horaria del reloj
se acercaba a las ocho, el o los lingams indicaban el deseo de emerger y Baba mostraba
signos de lucha física para facilitarles el camino de salida. Año tras año he estado de pie a
Su izquierda, sosteniendo un jarro de plata con agua. Seshagiri Rao estaba a Su derecha, con
una bandeja de plata lista para recibir al lingam cuando cayera fuera. En un momento que se
podía determinar, el lingam se presentaba, después de haber pasado por la garganta, para la
vista del público o para uso personal. En un año emergieron once en hilera, uno después del
otro. Otro año, fueron nueve. De estos nueve, me dio uno. Es adorado con mantras
prescriptos en las Escrituras. El milagro del lingam se produce anualmente, en cada Día de
Sivarathri... en cualquier lugar en que se encuentre Baba.
La mayoría de las personas consideran al mundo de la materia como la única
realidad y se aferran a sus hipótesis acerca de su comportamiento como lo supremamente
válido; por ende, también afirman a toda voz que los milagros no ocurren ni pueden ocurrir.
Baba sabe que nosotros sabemos que el lingam es el símbolo del Huevo Cósmico, la esfera
que infla y desinfla el Aliento de Dios. Lo que Baba hace es manifestar la volición de que
estos símbolos se formen en El como para que nosotros podamos visualizar el Poder que
proyectó al Universo y, con ello, expandir nuestra conciencia. Este milagro hace que todas
las mentes se vuelvan una en Sai.
En años posteriores, al ir llegando los devotos más instruidos, Su voluntad creó
lingams que ilustraban con mayor detalle los procesos de la evolución y la involución, de la
energía y la materia como onda y partícula, como sujeto y objeto (Leeyathe, gampathe),
sumiéndose y emergiendo como lo indica la palabra "lingam" .

Me sentía conmocionado, más allá de todo límite, cada vez que miraba hacia atrás
y veía en perspectiva la huella que me había conducido hasta el Nilayam, la Morada de
Prashanti, la Paz Suprema. Para nosotros los residentes, cada día era un festival. Baba
soldaba a los distintos y distantes individuos y familias que El había reunido en torno a

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Prashanti Nilayam para conformar un ramo de flores multicolores. En las noches de luna,
proponía reuniones, con cada familia sentada en un segmento del círculo y colocando los
platillos que tenía para ofrecer frente a ella. A indicación suya, cada "madre" de familia
hacía una ronda, sirviéndole a cada uno su contribución. A menudo, Baba levantaba las
tapas de las ollas y descubría que la cantidad era demasiado exigua para la ronda. Entonces
decía: "¡Aquí! Pon la olla en mis manos. Cuando yo sirvo, la cantidad aumenta y puedo
poner un montón en cada plato", y así era. Mi madre sufrió en dos oportunidades esta
humillación (?) e hizo que Baba multiplicara los "vadais" y "papads" que había traído en
pequeñas cantidades para el "fondo" común. San Marcos dice (6;35): "Ellos no apreciaron
el milagro, porque sus corazones se habían endurecido", cuando Jesús partió cinco hogazas
de pan y de ellas comieron cerca de cinco mil personas y sobró. No se beneficiaron con el
impacto del milagro por su dureza de corazón. Para nosotros, sin embargo, en el año 1956
d.C. en Puttaparti, el mismo milagro revelaba la Compasión y el Poder del Padre Divino.
Esto no implica ni transgresiones ni suspensiones de las leyes naturales, porque las leyes
naturales no son inmutables. Los "vadais" y "papads" no eran producto de nuestras mentes,
eran triturados por nuestros dientes y nos proveían de calorías para nuestro sustento.
Cuando todos los platos habían recibido iguales números y cantidades, Baba se servía por Sí
Mismo en Su plato y se sentaba en el medio del círculo de regocijo. Cuando era grande el
número de participantes, Baba proponía el lecho arenoso del Chitravathi como lugar para la
reunión o nos sentábamos en filas en la terraza del mismo Nilayam.
El Hospital Sathya Sai, sobre la colina detrás del Nilayam, estaba en construcción
cuando un numeroso grupo de entusiastas devotos del área de Telengana del primitivo
Dominio del Nizam, llegó para una larga estadía en la Divina Presencia. Había cerca de una
docena de hombres jóvenes y apuestos que, ostensiblemente, ansiaban el ejercicio físico.
También los mayores, hombres y mujeres, elegían proyectos en los que pudieran ejercitar su
experiencia agrícola. Se dedicaron a limpiar pozos, a sacar arbustos, a atender al ganado, a
podar árboles y cortar el pasto de los prados. En especial, formaron bandas transportadoras
humanas que transportaron cargas de arena, ladrillos y bloques de granito, desde el bajo
hasta el recinto del hospital en la colina. Mientras ellos se dedicaban a esta tarea de subir
materiales, nosotros, los residentes, les proveíamos agua para beber y algunos bocadillos.
Más adelante, los voluntarios también le ayudaron a los albañiles a colocar mortero y
cemento e ir colocando las hileras de ladrillos.
La mayor parte del tiempo, Baba le confirió Su Presencia a la fila de voluntarios,
ya sea en el suelo o arriba de los andamios. Los bhajans que proveían de fuerza y
flexibilidad a los músculos se volvían más importantes en Su Presencia. Al terminar cada
día las sesiones de Seva por la mañana y la noche (cuando la luna iluminaba) los devotos de
Telengana le rogaban a Baba que distribuyera entre nosotros las grandes cantidades de
frutas o confites que se le ofrecían. Ese regalo borró hasta la última traza de cansancio del
cuerpo y aseguró la presencia de todos y cada uno al día siguiente.
El grupo era muy apegado a Baba. Cuando Baba estaba en la habitación del primer
piso, se apretujaban alrededor del sofá. Le acariciaban los Pies y, gradualmente, osaban
aplicar más presión sobre ellos pretendiendo hacerle el servicio de un "leve" masaje. Tenía
que acurrucarme entre ellos para asegurarme una grieta entre sus torsos para poder
acariciarle los Pies de Loto. Un día, mientras Baba creaba oleadas de risa en nosotros con
Sus bromas, Parthasarathi de Madras tuvo una brillante idea. Sacó su cámara de su bolso y
enfocándola, disparó y tomó una foto de todos nosotros alrededor de los Pies y de Baba
iluminado con sonrisas. Ante esto, Baba se levantó y pidió la cámara; temí que anulara la

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fotografía y velara el negativo con sólo sostener la cámara en Su mano. Sin embargo, le dijo
a Parthasarathi: "¡Ven! Párate detrás del sofá. Yo sacaré la próxima". Los hermanos de
Telengana no estuvieron de acuerdo. Dijeron a gritos que el sofá vacío no merecía una
fotografía: aún no habían aprendido que estábamos acostumbrados a las voces bajas y
serenas. Intervine: "¿Qué? Cuando Baba dispare, este sofá no va a estar vacío. ¡Se los
aseguro!" Baba respondió con un enfático: "¡Cierto, Kasturi!" Puse mi mano derecha sobre
el escabel mientras Baba miraba por el visor. Mi intención era comprobar si mi mano, en la
foto que había de materializarse, estaría bajo o sobre el pie. Pero Baba lo notó y dijo: "¡No!
Sácala..." Tuve que obedecer.
Cuando le devolvió la cámara a Parthasarathi, dijo: " ¡Eh! ¡Sé cuidadoso, Yo estoy
ahí!" Ante eso, le dije a Parthasarathi: "Tienes que darnos una copia a cada uno de nosotros"
y, levantando la vista hacia Baba, imploré: "Swami, debes decirle que nos dé copias, de lo
contrario no lo hará". Para gran alegría nuestra, Baba le indicó que debía hacerle llegar una
copia tamaño postal a cada uno... la mía me llegó diez días después: Baba estaba sentado en
la silla, Su rostro y Su cabello ligeramente borrosos y mostrando una expresión de sorpresa
por el rol que se había impuesto a Sí mismo.
Pese a que admiraba la profunda devoción del grupo de Telengana, era incapaz de
apreciar sus flagrantes travesuras, a veces en presencia misma de Bhagavan. Les vi abrir la
cajita de plata con las hojas de betel y tomar algunas para su uso personal. Fui testigo de su
comportamiento, parecido al de los boyeros de Brindavan, llevándose montones de bananas
que estaban cerca de la habitación de Baba y yéndose a pelarlas y comerlas, hasta darle fin a
todas. "No deberían fanfarronear así", le dije a mi vecino Radhakrishnan de Coimbatore.
También él sacudió la cabeza con impetuosa desaprobación. Resentíamos su "desprecio"
por la general y grande santidad del lugar. Comentamos, por supuesto que
confidencialmente, la fenomenal tolerancia con que Baba les permitía pavonearse. El colmo
lo constituyó para nosotros el que Baba aceptara acompañarles a sus aldeas natales cuando
se fueran.
Los jeeps que los habían traído semanas atrás y que nos ayudaban a llegar hasta los
diferentes lugares de picnic (entre los cerros, al interior de las florestas y a lo largo del
Chitravathi) apuntaron ahora de vuelta a casa. Les había oído planear visitas con Baba a
muchos sitios hermosos en los campos de Telengana y sus alrededores. Algunos de sus
nombres, como Ekasilapuri, la antigua capital del imperio Kakatiya y Ajanta, el depósito de
frescos budistas de siglos de antigüedad, despertaban en mí un gran anhelo por ser de la
partida. Años antes había llevado a mis alumnos en una gira educativa a esos lugares, mas el
visitarlos nuevamente con un grupo conducido por Baba, el Supremo Artista, sentía que me
elevaría. Nadie sabía a quién iba a favorecer Baba con la indicación de alistarse para partir,
de modo que la mayoría de nosotros estaba en ascuas.
Vi que bajaban dos grandes cajas de cuero por la escalera circular desde la
habitación de Swami. En ese momento, uno de los de Telengana bajó corriendo hacia donde
yo estaba y dijo muy excitado: "Swami te necesita". Aunque no terminó la frase, supuse el
mensaje: "Salta a uno de los jeeps". Cuando subí los peldaños de a dos en dos, encontré a
Baba hablando con Seshagiri Rao, el septuagenario devoto, Baba se volvía hacia mí y dijo:
"Kasturi, quédate aquí. Me llevó a Seshagiri Rao conmigo. A ti no te gustó mucho que esta
gente se tomara libertades conmigo. Era pura envidia lo que te molestó. ¡A ti y a tu
Radhakrishnan! ¿No podías ser feliz viendo que tantos de Telengana vinieran a Swarni y
llevaran a cabo tan espléndido servicio y ganaran tanta Gracia de Mí? Este Seshagiri Rao se

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sintió feliz por esa misma razón. Así es que no te llevo conmigo. ¡Seshagiri Rao, ve y toma
asiento en el jeep!"
¡Eso fue todo! Bajé los dieciocho peldaños pesadamente cargado con
remordimientos y arrepentimiento. Me quedé parado, atontado, cuando Baba y sus
compañeros boyeros partieron por el desigual camino que los llevaría hasta la carretera
asfaltada hacia Hyderabad. Esa fue la primera vez que me quedé hundido en una tan
lacerante soledad. No podía prestarle atención a cosa alguna que no fuera a la herida que mi
"complejo de superioridad" me había inflígido. Diagnostiqué el complejo con la ayuda de
mi cómplice Radhakrishnan. El bhakthi no siempre requiere venir empaquetado en camisas
almidonadas. Había malinterpretado su sinceridad tomándola por audacia, su inocencia por
grosería. Debía lanzar por la borda las chillonas adquisiciones académicas que me
aplastaban. Para nada me ayudaban a subir en la estimación de Baba los títulos
universitarios, la autoestima pedagógica, el barniz de vacuidad metropolitana. Al igual que
Seshagiri Rao, debía dedícarme de todo corazón a los deberes que se me han asignado y no
enredarme en las píruetas de otros. No juzgues si no quieres ser juzgado, me advertí a mí
mismo. Me empeñé para hacerme digno de estar en la Divina Presencia, absteniéndome de
mi vieja y enraizada tendencia Koravanji de descubrir las carencias y faltas de otros.
Busqué desviar mi sentido del humor hacia el descubrimiento, por debajo de los estratos de
roca, de las preciosas vetas de la bondad y la santidad.
El Nilayam me parecía desnudo y desolado desde el momento en que Baba me
dejara atrás para curar la enfermedad de mi mente. Me dediqué rigurosamente a limpiarme
del cinismo, un obstáculo que a menudo Baba ha clasificado como el número uno de los
males. Como alivio para mi pena, pasé más horas dedicado a la oración y a la meditación.
Venkama Raju, el padre, estaba más a mi alcance puesto que, después de la partida de
Swami, los almacenes que dirigía tenían menos parroquianos. Estuve transcribiendo muchas
horas de conversación con él y con la madre acerca de los años tempranos de Baba.
Sentía una gran reverencia por el padre, en especial después de que Baba me
permitiera leer una carta que le había escrito desde Madanapalli. Pedda Venkapa Raju había
ido allá al Sanatorio para Tuberculosos, para lograr que internaran como paciente a su hijo
menor de dieciocho años. Los médicos le intervinieron el pulmón derecho y el joven salió
de esto muy satisfactoriamente. El padre le escribió al respecto una tarjeta postal a Baba. Yo
estaba parado frente a El cuando llegó el correo y le observé cómo revisaba una a una las
cartas que tenía sobre las rodillas. Leyó rápidamente la tarjeta y me la lanzó. La recogí.
Swami me pidió leerla. Estaba en lengua y escritura telugu. Terminé con las dos primeras
líneas de las cortesías habituales con las que estaba familiarizado. "De Pedda Venkapa Raju
para Bhagavan Srí Sathya Sai Baba, con postraciones." Viéndome luchar con la escritura,
Baba dijo: "Para. Con eso basta". Me sentí feliz.
Baba me preguntó: "¿De quién es?" "De un Pedda Venkapa Raju de Madanapalli",
respondí medio temeroso de haber leído mal. "Ese es el padre de este cuerpo. Estabas
curioso por saber cómo se dirigiría a Mí, ¿no es cierto?", preguntó. Y tuve que confesar que
así era. Esa tarjeta me reveló que era un genuino devoto de su hijo y ni una pizca menos.
Esto me recordó a otro padre que fuera honrado por un Avatar que llegara como su
hijo. Había leído en el Bhagauatha la forma en que el padre, Kardama, el gran sabio,
reconoció el divino rol de Kapila, su hijo. Lo veneró y se postró ante El: "Has venido como
hombre y bendecido esta casa. Has venido a enseñarle al hombre que su naturaleza real es
Divina. Eres la encarnación de la Sabiduría y la Bienaventuranza. Cualquiera sea la forma
que asumas, ella no te limita ni te limitas a ella. Por lo tanto, la forma de cuatro brazos que

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ven los sabios y la de dos brazos que yo veo eres Tú, no es superior la una ni inferior la
otra", declaró Kardama. Cayó a los pies del Hijo antes de internarse en la floresta para sus
austeridades. El Hijo le permitió partir, diciendo: "Dedícame todas tus actividades,
sentimientos y pensamientos. Yo te revelaré el esplendor del Atma, que es el núcleo interno
de todos los seres vivientes. Te doy Mi consentimiento para vivir, de ahora en adelante,
como monje".
Venkapa Raju, después de tomar conciencia del Advenimiento del Avatar, también
le dedicó su vida al servicio de la gente que acudía hasta la presencia de Baba desde todas
partes. Solía consultarle a cada uno de los que visitaban el Nilayam o de los que residían allí
acerca de lo que podrían requerir, los lunes desde el mercado de Bukkapatnam y los jueves,
desde las tiendas de Hindupur, Ananthapur o Kothacheruvu. El lo conseguía y se lo
entregaba a los que hubieran hecho los encargos. Era una persona simple y serena, que se
ganaba los corazones de todo el mundo por su absoluta sinceridad.
Eswarama, por su parte, vivía agitada por la preocupación por sus hijos y nietos,
sus hijas y los hijos de éstas e incluso por Baba, el Guardián de Millones. Baba había ido
hasta Telengana con el grupo de devotos, pero no habíamos recibido cartas Suyas ni acerca
de El por más de dos semanas. La madre rechazó todas las recetas usuales para el valor y la
calma. Insistió en que yo fuera hasta Hyderabad, ¡para descubrir dónde estaba El y para
traerle de regreso! Envió a Krishnappa, sobrino de Venkapa Raju, conmigo porque, como
dijo: "Dos son compatiia". Si yo dejaba de enviarle una carta, estaba segura de que
Krishnappa lo haría.
Llegamos al "bungalow" del anfitrión de Swami a dos horas de Su retorno allí
desde Aurangabad, Ellora y Ajanta. Swami le había permitido al grupo de Telengana
regresar a sus hogares por adelantado, mientras El retornaba a la capital con Seshagiri Rao.
Ese día se realizaba una huelga de los vendedores de combustible en todo el Estado, a
consecuencia de la cual, según nos contó Baba, había tenido que cubrir la distancia de
ciento cincuenta millas sin una gota de gasolina. "Esta vez dijo con una sonrisa no le
echamos agua al tanque, porque no nos encontramos con laguna ni río alguno. Todo estaba
sequísimo por todos lados. Quise que las ruedas se movieran". ¿Increíble?... Pero cierto.
Cuando íbamos de vuelta a Puttaparti con Swami, llevábamos con nosotros a Sri
T.A. Ramanatha Reddy, un ingeniero de carreteras. Swami le había puesto el apodo de
"TAR° (alquitrán o brea en inglés N. de la T.), porque su principal tarea era la de `'asfaltar"
las carreteras.
Nos detuvimos aproximadamente una hora para desayunar en la Inspección en
Raichur y luego seguimos viaje hacia Hampi. Después de una hora de viaje, Swami
descubrió que el ingeniero no llevaba anteojos, aunque él mismo ya se había dado cuenta de
que no estaban sobre su nariz. Le confesó a Swarni que los había puesto sobre el alfeizar de
una ventana cercana al lavamanos, en la Inspección, y se había olvidado de ponérselos.
Baba dijo: "No te preocupes. Puedes enviar un telegrama desde Hampi al Recaudador del
Distrito de Raichur. El los recogerá y los remitirá con el próximo correo". Mientras le
consolaba con estas palabras, Swami hizo girar Su mano y, ¡oh maravilla!, había un par de
anteojos en Su graciosa palma. "¿Son tuyos éstos?", preguntó. Ramanatha Reddy estaba
silencioso; sus ojos respondieron "Sí", bañados por las lágrimas. "Consiguieron traer de
vuelta a Swami", dijo Eswarama. Su afecto maternal, francamente, había exagerado y
confundido nuestros roles. "Ansiaba una carta, pero lo han hecho mucho mejor", nos dijo.

119
ADIOS AL DOLOR

Sin embargo, yo tenía una carta que esperaba respuesta. La encontré al llegar. Mi
primera reacción fue la de ignorar su contenido. El pensarlo dos veces me aconsejó llevar el
problema ante Swami, porque, según parecía, Baba había diseñado un plan para sanar una
herida que yo había tratadopor largo tiempo y que, por último, había empujado hacia los
recovecos de mi subconsciente.
La carta en cuestión era una invitación para unirme al personal de una
recientemente establecida estación de radio para toda la India, en Bangalore, como
productor de programas en el idioma regional: kannada. Evidentemente, mi nombre le había
sido mencionado a la sede central en Nueva Delhi por el Ministro del Interior del Gobierno
de Mysore, Sri H. Siddaveerappa, un ex alumno mío que había sido testigo de mi
entusiasmo por el desarrollo de las comunidades rurales y por lanzarme hacia nuevos y
fructíferos medios de comunícación masiva. El Ministro de Informaciones y Radiodifusión
del Gabinete Central había puesto en marcha un nuevo plan para hacer desempeñar a
hombres de letras como productores, con el objetivo de que los programas difundidos
fueran atractivos para los oyentes, cálidos y que movieran a pensar. Cada estación reclutó a
figuras literarias populares de la región y se felicitó por haberlos adquirido. La
Radioestación Bangalore me desenterró de los archivos y los responsables quedaron
asombrados al descubrir que yo había sido el individuo que había acuñado el nombre con el
que fuera bautizada la estación: Akash Van¡. Descubrieron también que mi salida y exilio
de la A.I.R. había sido causada por un acto de "indisciplina" justificable e incluso loable.
Fue así que el Ministro que había lamentado tanto como yo que se me hubiera obligado a
dejar la Akash Vani en Mysore, recomendó mi nombre para que se me contratara como
productor de programas. Recibiría una suma atractiva como honorarios mensuales, y se
decía que este ingreso adicional de fondos públicos no afectaría la pensión de jubilado que
percibía.
Cierto es que el ofrecimiento era tentador. Pero no para mí. No me atrevía a
aventurarme al mar abierto después de haber echado anclas en este puerto celestial. Rogué,
supliqué, protesté, abracé Sus Pies y sollocé. El, sin embargo, me sacó de la obstinación con
Sus argumentos. Mi mujer también interpretó el ofrecimiento como un castigo. Porque Baba
nos estaba empujando de vuelta a Bangalore, justo cuando estábamos saboreando la delicia
de la Presencia Divina. Ambos nos arrastramos por el suelo a Sus Pies.
Baba no cedió. Dijo: "Tus talentos y saber no deben permanecer inactivos. Deben
ser eficientemente empleados. No tienes una real oportunidad de manifestarlos aquí. La
tarea para la que se te requiere también es Mía. ¿Piensas que le estarás sirviendo "a algún
otro" si aceptas este trabajo? No existe "algún otro" . Todos los trabajos son para Mí,
conmigo. Y, no te estoy mandando lejos de Prashanti Nilayam, hacia algún lugar extraño o
hacia algún destino desagradable y ajeno. Estarás a tres horas de distancia, en Bangalore, en
donde tienes una casa y a tu hija con sus niños. Tu tarea será la de hacer aquello en lo que
estás interesado, aquello a lo que estuvieras vinculado por muchos felices años. Kasturi es
otra denominación para Kannada, ¿lo sabías? (Un proverbio kannada afirma esta verdad,
acerca de que el lenguaje es tan fragante como el almizcle.) Sé que, en lo profundo de tu
corazón, se esconde un anhelo por compartir nuevamente el alboroto de la radioemisión y

120
de llevar por el aire tu voz hacia la gente de Karnataka. Esta invitación te llegó como una
sorpresa: tú no la buscaste. De modo que es un don de Gracia. ¡Ve! Tú no te estás apartando
de Mí. ¿Por qué? ¡Porque no podrías hacerlo ni aunque quisieras!", me aconsejó. Persuadió
a mi mujer para que me acompañara y se quedara en Bangalore. Mi madre estaba decidida a
no moverse. Baba reconoció y respetó su porfía. Dijo: "¡Paatti! Tú te quedas aquí. Si algo
que requiere atención te sucede, ¿qué es lo que hace Kasturi? ¡Viene corriendo a Mí!
Entonces, ¿para qué necesita estar aquí? Yo mismo iré corriendo a tu lado". No obstante,
nos fuimos con mucha reticencia, cargados con el más pesado de los equipajes: corazones
apesadumbrados.
Akash Vani me recibió como su viejo enamorado. Muchos artistas se habían unido
a su personal cuando yo la estaba moldeando años atrás. Los ejecutivos de programas eran
aquellos con los que me había codeado en los estudios de la naciente Estación de Radio, en
Mysore, durante los años cuarenta. Se mostraban más contentos que yo por mi regreso,
porque habían estado más enojados que yo frente al descortés despido como "Director
Asistente" sufrido a manos del Director de entonces.
Se me encargó el Programa para la Población Rural, Niños y Mujeres: en
reconocimiento a mis experimentos en la comunicación con los ¡letrados sedientos.
También tuve mucho que ver con la preparación y revisión de los guiones para numerosos
"Días", como el Día de la Marina, el Día del Ejército, el Día de la Artesanía, el Día de Palm
Gur, el de Khadi, el de la Bandera, el de los Derechos Humanos, el de las Naciones Unidas,
el de los Profesores, el de los Niños, etc., etc. Había que preparar guiones para cada una de
estas conmemoraciones recurrentes. Teníamos que editar cualquier manuscrito que llegara a
nuestras manos o traducir el material que nos llegaba con la correspondencia de Nueva
Delhi. Además de esto, había que honrar con programas especiales los aniversarios de
nacimiento y de muerte de más de cinco docenas de personalidades, hombres y mujeres, que
habían dejado sus huellas sobre las arenas de la historia. Trescientos millones de personas
han vivido por cinco mil años entre las montañas y el mar y la Madre India ha tenido
docenas de hijos que se han ganado días especiales para sí mismos en los calendarios hindú,
budista, jaino, sikh, cristiano, musulmán y de otros credos. Debíamos alabar a cada uno de
ellos como único en su género y pasar días en busca de adjetivos de adoración para
recordarle a los pocos que nos escuchaban que "nuestro homenaje al alma que ha partido ha
de ser la adopción sincera de su estilo de vida y su pensamiento". El 2.500° Aniversario del
Advenimiento, la Iluminación y la Muerte del Buda, nos significó la presentación de cerca
de un ciento de ítem de homenaje: narraciones de sus viajes, dramas, crónícas, entrevistas,
charlas, lecturas, recitaciones y exposiciones musicales.
Desde el momento en que la filosofía básica de nuestra na:ión es el que cada ser
viviente es una proyección de un mismo ?rincipio Divino, que el Sí Mismo en cada cual es
igual al Sí Mis no en todos los demás, la Asamblea Constituyente no pudo depar de
colocarnos en una democracia en la que cada individuo tenía su derecho a voto: rico o
pobre, inválido o íntegro, mujer o varón, letrado o analfabeto. Para ganar poder político uno
ha de recolectar más cabezas que las de su rival. Y, para atraer más cabezas a su molino,
tenía que respetar cada deseo y costumbre, cada chifladura y capricho que se engendrara
dentro de ellas. Esta necesidad ha dado por resultado una proliferación de luminarias cuyos
aniversarios de plata, oro, diamante y platino hacían impacto en la programación de las
emisoras y en el tiempo y el humor de los productores. No era de extrañar que nuestro
vocabulario y volubilidad se vieran tensados hasta un punto de quiebre. Reducidos muy
rápidamente al nivel de caballos y bueyes de tiro, fruncíamos taciturnos el entrecejo y

121
arreábamos con nuestras plumas de escribir. Por supuesto, desde que Baba me había
aconsejado utilizar mi talento para Su servicio (y el servicio como productor de programas
en la radioemisora era, como El dijera, indudablemente Su servicio), hice todo lo que podía
para justificar que me hubiera elegido para ese trabajo. Simultáneamente, rezaba para que
me bendijera con otro rol, en el que pudiera transmitir Su Advenimiento y Su Mensaje.
La única ocasión en que sentí una emoción y le agradecí a Baba por poner el
micrófono del estudio en mi mano, fue el 1 de noviembre de 1956, cuando se me designó
para que transmitiera un comentario continuado, en kannada, de la inauguración, por el
Presidente de la India Sri Rajendra Prasad, del nuevo Estado de Mysore (más tarde
Karnataka) que abarcaba todas las regiones Kannada. Por más de ciento cincuenta años un
gran número de personas de habla kannada habían estado respirando atmósferas tamil,
telugu y marathi. Su unificación en un Estado representaba la consumación para la cual
había usado mis talentos literarios, pedagógicos y de locuacidad, con tanto entusiasmo (si
no tan eficientemente) como mis colegas nacidos y criados en la región de Karnataka.
La posición de productor me ayudó también para asistir al Sahíthya Samarah en
Nueva Delhi y hablar por diez minutos acerca de las tendencias en la literatura kannada,
cuando el Pandit Jawaharlal Nehru presidía el Vigyana Bhavan. Las luminarias literarias de
la mayor parte de las regiones lingüísticas de la India habían sido tentadas por la
radioemisión y estaban allí. Asistimos a una recepción ofrecida por el Presidente de la
República en el Rashtrapathi Bhavan. La incongruencia de la gorra de Gandhi en medio de
tanta pompa nos resultaba realmente doloroso a nosotros, el sensible rebaño de los literatos.
Regresé de Delhi por Dakota. Este fue mi primer vuelo. Como había pedido el permiso de
Baba para volar de vuelta desde Delhi, deseché mis temores ante un posible estrellamiento y
sus consecuencias sobre mi carrera terrenal, y aterricé a salvo en Bangalore. Fue una
experiencia educativa mirar al país y a la gente desde arriba, ya que no hizo sino agudizar el
apetito por más de estas vistas a vuelo de pájaro.
Mientras volaba tranquilamente desde el Yamuna al Cauvery, me dolía la cabeza
con una chifladura que Baba me había introducido en la materia gris. El le había confiado a
mi madre algo sobre mí ¡que no le hacía feliz! "Muchos devotos de los que he bendecido
llegan a Puttaparti en automóvil, puesto que el camino les lleva directamente hasta el mismo
Mandir. Le he dado un ingreso extra, ciertamente, me haría feliz que el coche de tu hijo se
estacionara junto a los demás". Eso fue lo que le dijo a mamá, tal vez con una leve torsión
del labio. Dado que mi saldo bancario estaba peligrosamente cercano al punto de
congelación, no pude conseguir más que un senil Morris 8 de una persona que estaba más
que ansiosa por descartar el vehículo.
Mamá apreció la adquisición y le habló elogiosamente de ella a Baba. El se paró
algún tiempo a su lado y me susurró: "Era un hambre que has tenido desde hace años.
Ahora, date un hartazgo de altibajos". Para mí fueron más bajos que altos. El Morris era un
inválido crónico: pasaba la mayor parte de los días en hospitales. Sin embargo, tragaba muy
poco de la preciosa gasolina, ya que no requería más que buenos empujones o largas tiradas.
En una ocasión, camino a Puttaparti, pude sorprender a multitudes de aldeanos en
Palasamudram, Somandapalli, etc., con un automóvil que se las daba orgullosamente de
bueyomóvil. Yo iba majestuosamente sentado en el asiento trasero, el conductor
Chinnadorai iba sentado al volante, en tanto que el Morris 8, con un eje roto, era arrastrado
por el camino a Penukonda por un par de flacos bueyes.
Cierto que había rumiado el proyecto de tener un automóvil cuando era Director
Asistente de la Estación de Radio de Mysore. Con el objeto de mantenerme felizmente

122
ignorante de sus maquinaciones para enviarme de vuelta a la escuela, el Director me había
puesto ante los ojos la posibilidad de hacer uso del automóvil de la emisora. Me instó a
construir un garaje junto a mi casa, llamada "Kalpataru" en Krishnamurthypuram, Ciudad
de Mysore. Mas, cuando el garaje estuvo listo para recibir el coche, la flecha de su pluma
me dio en la espalda y aleteé hasta la Sala de Historia de la Escuela del Maharaja.
De modo que viajar en el Morris 8, por destartalado y recalcitrante que fuera, era
un bálsamo para la quemadura. Baba nos aconseja no caminar hacia adelante con los ojos
vueltos hacia atrás. "El pasado es pasado. ¿Para qué inspeccionar el camino que ya han
cubierto? No suspiren por los errores pasados ni midan la profundidad de los hoyos en que
hayan caído antes. Siéntanse felices con sus potencialidades actuales y marchen hacia
adelante", dice. El Morris 8 y las tácticas que me forzaron a separarme de la Akash Van¡ en
1947 porque los pensamientos también son objetos son cosas que estorban y te hacen
aflojar el paso, hasta que no las expulses de tu mente, quería decir.
Durante los quince meses que serví como productor, tuve que ausentarme dos
veces por un tiempo prolongado. Una de ellas fue para acompañar a Baba a Delhi,
Rishikesh, Brindavan y Cachemira. Baba me incluyó benevolentemente en Su comitiva.
Creo que fui incluido, porque El había notado mi entusiasmo por escribir Su biografía y
había escuchado mi plegaria de que no debía dejar de estar con El durante Su primera visita
al Norte de la India. Baba había sido invitado por dos resueltos Sanyasins de la Sociedad de
la Vida Divina de Rishikesh: Swam¡ Satchidananda y Swami Sadananda, quienes esperaban
que pudiera sanar a su internacionalmente famoso Swami Shivananda. Ambos Swamis
habían conocido a Baba en Venkatagiri, cuando Baba habló ante la Conferencia Nacional de
la Sociedad. Fue una gran ocasión aquella, porque Baba, a quien habían invitado a
inaugurar la Conferencia el Raja de Venkatagiri y la Rama Local de la Sociedad, era para
ellos tan sólo un protegido del Raja y nada más. Con el objeto de complacer al Raja, que era
el anfitrión de la Conferencia, se vieron obligados a aceptar a Sri Sathya Sai Baba, aunque,
hasta donde sabían, no tenía distinciones académicas ni estatus de Acharya. Mas el amor
que Baba dispensaba, la sabiduría que se traslucía en Sus discursos y conversaciones, la
tolerancia que había manifestado frente a las dudas e incredulidad, hizo confesar a muchos
participantes: "Ansiábamos desafiarle, pero, en cambio, hemos sido deificados por él",
porque Baba les aseguró que cada ser viviente era Dios y debía alcanzar la vida Divina.
Swami Satchidananda fue llamado por Baba para una conversación personal
después de la conferencia. Baba le habló de una visión que había tenido el monje de un
luminoso océano azul, calmo y fresco, bajo la brillante luz de la luna llena, y de la suprema
dicha que había experimentado, por semanas, al recordar aquella visión. Baba le reconvino
por haberse desviado de la senda cuando la meta estaba tan cercana. Le aseguró Su
constante Presencia con él para guiarle hacia adelante. Baba movió la mano en círculos para
regalarle algún recuerdo de Su Gracia, pero el Swami le tomó la mano, diciendo: "No. Te
quiero a ti conmigo, no una pizca de ceniza, un retrato de tu Forma o un pedazo de oro o de
plata. De las cosas preciosas que puedes dar, Tú eres la más preciosa, Tú nos revelas Tu
divinidad y también la nuestra".
Mientras los automóviles eran preparados en Puttaparti para el viaje a Madras,
desde donde volaríamos a Delhi, Eswarama, la madre, vino hasta mí con una solicitud, lo
que me hizo recordar la historia del Bhagauatha acerca de Krishna y de su madre Yasoda.
Aunque había sido testigo de muchos milagros de Krishna cuando niño y aunque podía ver
que la adoración y el homenaje que recibía de miles eran genuinos y justificados, Yasoda se
aferraba a la fantasía de que Krishna era su amado hijo, al que debía proteger y guiar.

123
Eswarama había prestado oídos a locas historias acerca de la animosidad de monjes de alto
rango, de rivalidades entre las órdenes monásticas y de la eficacia en el uso de a magia
negra para detener el surgimiento de rivales. Y, cuando taba se aprestaba para aventurarse a
una ermita en los Himalaias, impulsado por dos discípulos de un Maestro Monje, en su
tenerosa mente la madre conjuró las diferentes prácticas que poIrían ser empleadas para
apagar el misterio de su hijo. Según las ibuelas de la aldea, se podían producir
enfermedades de todo ti)o sólo con el mal de ojo. Le resultaba difícil descartar las creen ¡as
populares con las que había crecido. De modo que me pidió jue me mantuviera vigilante y
alerta. Yo sabía que Baba estaba nás allá del alcance de cualquier conjuro por muy
himalayo que ;uera, pero para consolar a la nerviosa madre ¡le prometí prote3er a Baba con
el poderoso Mantra Gayatri! Después de todo, mi propósito era tranquilizarla y lo logré.
Camino a Madras, Baba se detuvo en una aldea a más de ciento veinte millas de
Puttaparti, en donde instaló un ídolo de Sai Baba de Shirdi en un Ashram dirigido por una
dama devota. ¡Era una asceta que practicaba el Sadhana de la inanición! Baba jamás
estimula la autoinmolación, por lento que sea el proceso. Exhorta a la gente a mantener el
cuerpo libre de enfermedades y fiel a su misión, vale decir, a permitirle al dueño llegar a la
meta de la Bienaventurada Experiencia con el Uno. De modo que Su visita, aunque
aparentemente estaba destinada a instalar el ídolo de Baba, lo era primariamente para
romper el falso ídolo de un cuerpo hambreado que la piadosa dama estaba adorando. Los
aldeanos la adoraban, porque ella aceptaba privaciones que estaban más allá del alcance de
ellos. Baba les dijo que la santidad se gana por medio de disciplinas más rigurosas que el
matar de hambre al pobre estómago.
Los bhajans atraían a gente de todas las edades, clases y castas dondequiera que
Baba permanecía. Para permitir que la fe en un nombre y forma en particular de Dios echara
raíces y creciera hasta ser un árbol confiable, los fundadores de credos y cultos erigían
cercas en torno a la mente de los hombres. Los niños no pueden arrastrarse sobre sus
vientres ni gatear en las calles transitadas; cuando se han desarrollado en vigorosos niños y
niñas pueden dedicarse a jugar al aire libre y correr a lo largo y a través de los caminos. Las
advertencias como "Una sola vía", "Cruce con precaución", "Sólo para peatones", también
han de ser instaladas en el campo espiritual. El peligro, no obstante, reside en que estas
advertencias se transforman en grilletes. Muy pronto el "Este es el Camino" degenera en
"Este es el único Camino" y, más adelante, en "Otros Caminos llevan al Infierno" y "Te
rescataremos del Infierno, quieras o no".
Baba insiste en bhajans que glorifiquen todos los nombres y formas de Dios. Es
frecuente que las personas descubran al término de las sesiones que han estado cantando
bhajans para formas de Dios que habían estado pasando por alto por generaciones. Y se
sienten contentas de hacerlo. Baba quería que no existieran comparaciones ni críticas hacia
la variedad de conceptos que Dios ha provocado en la imaginación humana. Todos son
igualmente válidos y valiosos.
Después de unos pocos días en Madras, volamos a Delhi y seguimos en
automóviles hacia Rishikesh, en donde el Ashram de Shivananda esperaba el arribo de
Baba. También en este Ashram los bhajans formaban parte del programa regular de
actividades. La burbujeante corriente de dicha que fluía del Gurú hacía que el homenaje
fuera una hora de regocijo. Fuimos sorprendidos por un estribillo tras otro. Cuando dirigía
el bhajan, Shivananda Maharaj mostraba un modo infantil e inocente de absorber a cada
participante en el canto, cosa que nos llenó de alegría y expectación. Con un estilo íntimo
propio, enseñaba profundas lecciones acerca de verdades espirituales. "¡Rama! ¡Krishna!

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¡Govinda!", el primer verso, podía convertirse en "Collar Diamantes Govinda", en el
segundo y en "A B C D Govinda", en el tercero. El punto que buscaba enfatizar era El
Absoluto Universal inherente a todos los aspectos y conceptos.
Durante mi primera noche en Rishikesh, el sagrado punto junto al Ganges, logré
una victoria que había estado persiguiendo por más de nueve agonizantes años. Debo
admitir que me había convertido en una víctima del rapé durante mis años de estadía en la
Real Ciudad de Mysore. La preparación de una variedad oscura de cápsulas que, al ser
apretadas entre el pulgar y el índice, se volvían un aromático rapé para ser inhalado y
disfrutado, constituía un arte que le era conocido sólo a unas pocas familias de allá. Era una
adquisición aromática de la aristocracia. Mi amigo, el Swami Siddeswarananda, el poeta
Puttappa y muchos otros de esa generación eran devotos de este excitante artilugio >ara
despertar la mente. Ese vicio me llevó cogido de la nariz duante tres décadas. Cuando cedí
ante el impacto de Baba, decidí, ;omo en el caso de Simbad, echar por tierra al viejo que iba
nontado sobre mí. Sin embargo, se aferró con firmeza. A menulo, cuando estaba al alcance
de mis oídos, Baba hablaba severanente en contra del hábito, aunque, felizmente, sólo en
términos ;enerales. Hablaba en tono de menosprecio sobre algunas per;onas a las que yo
conocía y condenaba la flaqueza que les impelía zafarse del sucio y polvoriento hábito del
rapé. Me alegraba ie que no me hubiera puesto en la lista negra, nombrándome. _uando me
sumé a la partida de Riskiquesh, me aparecí con una ibra de peso del precioso material,
comprado en Madras, como Dara poder olfatear a gusto en la región sin rapé.
Esa noche, Baba vino desde la cabaña en el complejo del Nshram que se le había
asignado, hasta el dormitorio en donde ~o, con otros cinco, nos estábamos preparando para
descansar. Yo había hecho mi cama y disfrutaba de estirar mis miembros, zuando apareció
Baba seguido de Satchidananda y Sadananda. Se acercó a mi catre y movió la almohada
para dejar al descubierto la caja de rapé que descansaba cómodamente allí. Me estremecí de
remordimiento. Recordé el ritual de siglos de antigüedad que observaban los hindúes al
llegar a puntos de peregrinación: renuncian a uno de los hábitos que les son más queridos.
Baba me miró severamente. Pronunció una sola palabra: "Sucio". Tomé la cajita y la lancé
lejos en la densa noche. Apreté los dientes para sujetar mis sollozos. Hice un voto
vehemente, tocando los pies de Baba: "¡No más, Swami! ¡Lo dejo de lado desde este
momento!
Baba me dio una suave palmadita en el hombro, me agaché y saqué de debajo del
catre mi maleta de cuero, tomé la lata con la libra del desagradable material y estaba por
lanzarla hacia los arbustos de afuera, cuando dos renunciantes vestidos con túnicas ocres me
la arrancaron de las manos. Dijeron (evidentemente no formaban parte del Ashram de
Sivananda) que tenían que conseguir su provisión del "Jnana Choornam" (el Polvo que
fomenta el Intelecto) desde Nueva Delhi, lo que quedaba muy lejos. Escuchando el ruido,
Baba se volvió y se echó a reír. Satchidananda y Sadananda también se rieron. Desde
entonces no he vuelto a inhalar ese veneno rajásico. ¡Era realmente lamentable que aquello
que yo, un hombre de hogar, había lanzado al viento, hubiera sido recogido y capturado por
esos sanyasins!
Antes de ingresar al monasterio, Swami Sadananda había sido Profesor de Historia
en el Instituto Superior de la Presidencia en Madras. Había llegado hasta Puttaparti poco
antes, para el Año Nuevo tamil. Baba nos había llevado a ambos hasta un manantial que
sale a borbotones entre las rocas de un valle ubicado hacia el oeste del Mandir. Su tema
favorito de estudio era el Saivismo, una escuela filosófica y de culto que subraya el aspecto
de Shiva de la Divinidad. Baba lo llevó a hablar de la significancia del lingam. Baba explicó

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que representaba el Emerger del Cosmos desde lo sin forma como también la Inmersión del
Cosmos en lo sin forma. "El sol aparece como un enorme disco rojo tanto cuando se levanta
como cuando se pone", dijo Swami.
"Esta es una revelación en el Día de Año Nuevo para mí", dijo el sanyasin. "Han
pasado ya muchos años desde que celebraras el Año Nuevo. Entonces estabas rodeado de tu
familia. Ahora estás en la Familia Sai. Mira, toma esto", dijo Baba mientras giraba la mano.
Sobre Su palma reposaba un "obbattu", un preparado dulce que se sirve tradicionalmente
para el Año Nuevo en los hogares tamil: ¡caliente, fragante, cubierto de ghee, grueso,
circular y espolvoreado con azúcar! Se me hizo agua la boca. El asceta estiro la mano. En
vista de mi situación, Baba volvió a girar la mano y proyectó un segundo "obbattu" para mí.
Como en lo básico soy un tamil, nacido en la región del Malayalam y que viviera por treinta
y dos años en el área Kannada antes de navegar hacia el puerto de Sai (telugu), podía
considerar míos muchos días de Año Nuevo. Como dos receptores de los "obbattus de Año
Nuevo de Baba y dos profesores de Historia, Sadananda y yo nos juntamos en Rishikesh
como gemelos idénticos. Swami Sivananda era la encarnación misma de la ecuanimidad.
Sus discípulos lo empujaban en una silla de ruedas por todas partes, en medio de
vociferantes ruegos y protestas de visitantes e internos.
Durante el regreso de un largo día de permanencia en el Palacio de Garhwal, en la
ribera derecha del Ganges, unas millas río arriba, Baba entró, sin que nadie se lo pidiera, a
la Vasishta Guha (la caverna bautizada según el Gurú de Rama, Vasishta) para bendecir al
ermitaño que la había convertido en su oratorio y laboratorio. Cuando supo que yo venía de
Kerala, que podía hablar Malayalam y que había recibido la iniciación en la Orden de
Ramakrishna Paramahamsa de su propio Gurú, Tarak Maharaj (conocido como
Mahapurushji) me recibió muy cordialmente. Las cuerdas de mi corazón se tensaron cuando
me engañé a mí mismo enumerándole estos tres puntos de mis datos biográficos. Era un
monje que había renunciado a nombre y hogar, que había hecho el voto de adorar a todo
como igualmente divino. "¿Qué derecho tenía yo para revivir su memoria relatándole
eventos e ideas que había desechado trabajosamente?", me pregunté a mí mismo. Recordé
que Bodhidharma, el fundador del credo Zen, era conocido como el santo que mantenía
silencio en siete idiomas. Mi Malayalam podía haber desencadenado una corriente de
recuerdos en ese Swami acerca de su Kerala nativa, de Trivandrum y del templo real de
Anantha Padmanabha.
Mientras Purushothamananda se emocionaba en esa caverna, en ese punto tan al
Norte, con el recuerdo de este santuario cercano al punto más sureño de la India, Baba nos
pidió salir y que cerráramos las puertas de la caverna. El mismo se sentó en las rodillas del
septuagenario santo. El cuerpo de Baba estaba bañado por un resplandor divino y parecía
demasiado grande como para caber sobre las rodillas del anciano o hasta en la caverna.
Irradiaba rayos de un esplendor increíble en todas direcciones, desde Su rostro y cuerpo.
Purushothamananda estaba perdido en un trance extático. Sus dos discípulos estaban
demasiado sorprendidos como para entender, se sentían abrumados por el misterio. Supuse
que Baba estaba confiriendo una Visión única. Más tarde Baba explicó que le había
otorgado el darshan de Padmanabha, tal como lo llevaba instalado desde su niñez en el
corazón. "Fue el Jyothispadmanabha", dijo. Jyothi significa Luz.
Después de uno o dos minutos, Baba se puso de pie y, sentándose junto al
septuagenario, le llamó por su nombre y, lentamente, lo trajo de vuelta a la conciencia del
tiempo y el espacio. Baba entonó una canción sobre Rama compuesta por Tyagaraja y, al

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terminarla, hizo girar la mano y materializó un rosario de brillantes cuentas de espato para
Purushothamananda.
Treinta y ocho años antes, Purushothamananda le había escrito a su Gurú (y el
mío): "Todo es falso. No quedaré satisfecho hasta que no me enfrente cara a cara con la
Verdad". Creo que esa noche vio la Verdad. Cinco años más tarde, cuando el Swami dejara
atrás su cuerpo y se fundiera con esa Verdad, Baba me anunció su fallecimiento en
Puttaparti. Esto fue unos pocos minutos antes de la emergencia del lingam desde el
estómago de Baba, en donde estaba creciendo por días. Era Mahasivarathri, Baba me dijo
que el cuerpo del Swami sería sepultado con el rosario de espato sobre el pecho. (¡Así fue!)

Los incidentes en la Caverna de Vasistha eran literalmente asombrosos. Cuando se


nos permitió entrar, nos mantuvimos pendientes de cada palabra que Baba pronunciaba y
prestamos atención a cada señal de adoración que manifestaba el anciano monje: las cejas
que se alzaban, el brillo de los ojos, la exclamación reprimida, la sonrisa que asomaba por
encima de la barba. Baba le habló de las primeras pruebas que pasara en esa caverna, de sus
esfuerzos por encender fuego y de su sorpresa al encontrar una caja de cerillas escondida en
un rincón, una mañana. Baba le confirmó "Yo la dejé ahí para ti". El monje se irguió ante
esta sorprendente revelación. Los monjes que estaban allí explicaron que por muchos años
habían estado usando pedernal para encender fuego, golpeándolo hasta que las chispas
prendieran una llamita. También ellos quedaron estupefactos al descubrir que Baba sabía de
su Gurú, de sus dificultades y sus necesidades. "El lo sabe todo, El lo es todo", exclamaron.
El hombre no cuenta con medios para identificar aquello que no puede describirse,
explicarse ni medirse: sólo puede quedarse sentado en silencio, atónito y profundamente
consternado.
No podía creer en la Presencia de Baba en el mismo jeep. El efecto del aura era
casi insoportable. Baba debe haber notado nuestro predicamento, porque llenó el jeep de
risas con una continua lluvia de gratas parábolas, en su mayoría acerca de la cavidad en el
corazón en la que gusta morar el Señor. Nos hizo bajar a la polvorienta tierra en donde
habló de los "chinches" que forzaban a los Dioses a refugiarse en ¡las nieves de los
Himalayas, en las azules olas del océano o en las flores de loto!
Antes de dejar Rishikesh, Sadananda le solicitó a Baba que e diera consejos a los
internos del Ashram acerca del Sadhana y a vida espiritual. Baba les dijo que la indiferencia
era algo que ;urgía en forma natural allí donde la vida estaba demasiado reglanentada y era
demasiado segura. Quería que los monjes se sin:ieran frescos y libres en todo momento,
aceptando al "hoy" cono recompensa por ayer y como ensayo para mañana. La maiana del
día de nuestra partida, Swami Sivananda insistió en acompañar a Baba para dar una vuelta
por el área. Baba le ha)ía devuelto la salud con dosis diarias de agua del Ganges. Cuanlo
Baba se paraba en el escalón de piedra más cercano al nivel ¡el río y se agachaba para llenar
el jarro en él, por Su Voluntad, al Ganges se transformaba en el dulce, fragante y nectarino
remedio que el monje bebía de Su mano. Era deliciosamente gratificado. De este modo, la
estadía de Baba en Rishikesh fue mar ada por sucesos silenciosos aunque supremos que
revelaron Su soberanía.
Al volver a Delhi nos aguardaba otro precioso regalo: una estadía de una semana
con Baba en el encantador valle de Cachemira. El lago había invernado en los picachos
circundantes. Las praderas vestían saris de verde jaspeado. Jhelum portaba casas enteras
sobre su pecho. Fragantes plantas de azafrán crecían sobre balsas de madera que flotaban
sobre el agua. Fuentes, pinos, sicomoros, ciervos y loros por decenas y veintenas; hacia

127
donde se volviera la mirada había rosas deleitando la vista. Ríos de peregrinos desfilaron
por la barca en la que Baba les dio darshan. Muchos de ellos, como la hermana del temible
Subash Chandra Bose, fueron llamados a Su Presencia por Baba, lo mismo por medio de
sus sueños.
No ascendimos el Monte Shankaracharya, porque teníamos entre nosotros a
Shankara mismo. Los seguidores del Acharya habían inventado un dudoso milagro en los
relatos exagerados sobre su vida, el que podía ser desestimado como algo cómico y vulgar a
la vez. La historia, desprovista de los adornos legendarios, reza como sigue: El Acharya
derrotó a un contendiente en un duelo filosófico, pero la esposa, que no quiso aceptar la
decepción de su marido, declaró que ella era la otra mitad y que la victoria plena se ganaría
únicamente si ella también era derrotada. Y, en un ataque de audacia nada india ni
femenina, desafió al ascético Acharya para que respondiera preguntas acerca de
complicaciones de la vida sexual. Según esta absurda historia, ¡el Acharya pidió tiempo
para responder! Descubrió el cadáver de un Maharaja colocado sobre 1a pira funeraria y, de
inmediato, por su voluntad hizo que su propio principio vital entrara en el muerto y lo
reviviera, en tanto que sus leales discípulos cuidaban de su envoltura física. El Maharaja
liberado así del funeral o, más bien el Archaya enfundado en el Cuerpo Real, pasó meses de
juerga en el harem regio; pero tuvo que volver apresuradamente a su propio cuerpo cuando
las reinas comenzaron a dudar de la genuinidad del "Maharaja" misteriosamente resucitado.
Entonces, el Archaya venció a la dama en la batalla de inteligencia y salió triunfante,
incluso, de tan vulgar certamen. Baba explica que tales cuentos resultan demasiado
increíbles y triviales y no son necesarios para lanzar más luz sobre el esplendor solar de
Sankaracharya: no sirven sino para velar y apagar su gloria.
Baba decidió llevarnos hasta la altura en que comenzaba la nieve. El agente de
turismo que estaba organizando la visita, ya había descartado el rol de hombre de negocios
y se volvió humilde como uno de nosotros. Le rogó a Baba que fuera a visitar a sus
ancianos padres en Srinagar, que bendijera a su mujer e hijos y también a la familia de su
hermano. Muy contento, alquiló un autobús hasta Gulmarg y "ponies" desde allí a
Kilanamarg, en donde una gruesa capa de nieve cubría las laderas de los Montes Himalaya.
La Dra. Lakshmi me retuvo en la casa barca en cama; el termómetro marcaba una
temperatura bastante alta bajo mi lengua. Sin embargo, pude escapar a sus ojos de lince y
correr hacia el vehículo que ya estaba calentando el motor para partir. Pese a la gorra que
cubría mi cabeza y al chal de lana que envolvía mi cuello y hombros, Baba que estaba
parado al lado de su limosina, me reconoció. Dijo: "¡Kasturi! ¿Por qué tan atrasado? ¡Sube
rápido!" Me icé para entrar al autobús, dejando atrás el malestar y la fiebre.
Tuve que enfrentarme a un difícil e insoluble asunto en Gulmarg: montar o no
montar el pony que había sido alquilado para mí. Tenía un lindo nombre: "Black Beauty".
Era esbelto y tranquilo y dio un relincho de vacilante bienvenida. No había montado jamás a
caballo, ¡no había aprendido siquiera cómo subirme a un secarropa de travesaños! El animal
me miraba con evidente desconfianza: me dio la impresión de que prefería a cualquiera que
no fuera un profesor jubilado. Tampoco yo me sentía muy complacido con el proyecto de
equilibrarme sobre esa inquietud en cuatro patas. Escuché, entonces, la palabra de Baba
dirigida a mis vacilaciones: "¡Monta! Ese es tu caballo". Le pedí al mozo que llevara a
"Black Beauty" hacia un pedazo de muro a cierta distancia. Cuando estuvo junto a él, me las
arreglé para subir al muro y deslizarme sobre la montura, mientras el mozo me ayudaba a
poner los pies en los estribos. Mi trasero se acomodó en una montura que no parecía muy

128
segura sobre el lomo del animal. Cuando el caballo reaccionó ante el chasquido de la fusta,
casi me voy de cabeza, pero el mozo me empujó rudamente a la posición correcta.
Eramos como quince a caballo en total. Mi montura parecía ser afligida por un alto
grado de preferencias, de perjuicios y de travesuras. El mozo seguía atrás y dio con la fusta
en el anca. Esto hizo que la parte trasera del cuadrúpedo se levantara, aunque la mitad
delantera rehusó moverse. Muy a menudo tuvo que caminar junto a la "Beauty", tirando
firmemente de las crines sobre su frente, mientras pronunciaba toda clase de expresiones
abominables sobre sus ancestros. El pobre infortunado de mí, entretanto, le suplicaba a
Baba que pusiera la línea de la nieve cada vez más cerca. Iba sentado en la dura montura,
mientras mis piernas apretaban la tibia piel del animal. De modo que, al poco rato, comenzó
a arderme la piel y pronto amenazó con llegar el punto de ebullición. Algunos de los demás
caballos también comenzaron a ponerse histéricos y a mostrar arrebatos y desfallecimientos.
Cuando la huella se empinaba, se nos aconsejaba doblarnos hacia adelante y cuando bajaba
abruptamente, inclinarnos hacia atrás. Resultaba difícil decidir cuándo hacer qué.
Finalmente, terminó la odisea. Cuando desembarqué, noté que no había sufrido demasiado
daño. Pude subir hasta donde estaba Baba y tocar Sus Pies.
Muy poco después nos convertimos en una banda de chiquillos revoltosos
rodeando a Krishna. Baba nos lanzaba bolas de nieve y disfrutó de un tobogán con el que
nos deslizamos por la blanda ladera. Subimos la ladera y la bajamos sentados sobre tablas,
usando unas ramas cortas como frenos, las que enterrábamos en la nieve si aumentaba
mucho la velocidad. A Baba no le afectó el extremado frío. No llevaba nada de lana: vestía
la usual bata de seda. Nos hacía pensar en Shiva danzando sobre la alfombra de nieve de
Kailas.
Cuando quedamos demasiado exhaustos como para seguir haciéndonos bromas y
jugando con esa extraña sustancia, la nieve, Baba llamó a detener el juego. Bebimos café
caliente servido por madre Sai desde los termos y posamos para fotografías con Baba
montado en Raja, su caballo. Cada caballo, con su jinete a cuestas, tuvo la oportunidad de
ser bendecido de este modo. Después volvimos a Gulmarg y desde allí en autobús a
Srinagar. Toda la historia de Cachemira, tal como se la describe en la crónica en sánscrito
"Rajatarangini", escrita hace varios siglos, se fue desenrollando ante mis ojos, página tras
página, mientras pasaba junto a las gargantas, las planicies y los pasos de aquel valle: La
Joya de la Corona de la Madre India.
Los devotos de Delhi decidieron pasar un día con Baba en Mathura y Brindavan,
llenas de los ecos de vibraciones épicas de la Flauta de Krishna y las campanitas
tintineantes en los tobillos de las Gopis danzantes. Baba y nuestros anfitriones llegaron
mucho antes a Mathura que nosotros, porque nuestro autobús se quedó en la mitad del
recorrido y tuvimos que esperar que otro vehículo, desde Delhi, llegara a rescatarnos. Baba
no hizo nada hasta que no le alcanzamos: se resistió a ruegos, persuasiones y presiones. Se
rehusó a entrar a la ciudad o los templos en las riberas del Yamuna antes de que todo el
grupo pudiera hacerlo.

Siendo aún un muchacho que cuidaba el ganado y dirigía los Coros de Bhajans
Pandari, Baba había anunciado que El era el mismo principio divino que había venido como
Krishna en la región de Mathura Brindavan de la India. Le había otorgado visiones de Sí
Mismo como Krishna a aquellos que adoraban a Dios en esa Forma. Me di cuenta de que
una de esas personas, oriunda de las cercanías de Chebrole en el Distrito del Godavari
Oeste, ni después de siete años se había podido recobrar del éxtasis. Una dama repetía

129
continuamente "¡Krishna! ¡Krishna! ¡Krishna!" con cada respiración, en donde fuera que
estuviese.
Ese medio día fue, en verdad, una peregrinación inolvidable al Yamuna, con el
Krishna contemporáneo. Me sorprendí de encontrar las zonas de balneario repletas de
inmensas tortugas: símbolo desde hace siglos, tanto en la escultura como en la pintura, de
ese Sagrado Río. También encontré bandadas de pavos reales pavoneándose orgullosamente
y exhibiendo su sagrada historia que data desde el Bhagauatha. Parecían saber que, en Su
infancia, Krishna llevaba una pluma de pavo real insertada entre los pliegues de Su rústico
cintillo.
Baba nos llevó hasta el templo de Krishna en el que Meera Bai, la Reina Rajput,
había vaciado su alma en una corriente de melodías. Cuando propusimos recitar sólo
algunos de los Bhajans de Meera frente al santuario, Baba hizo girar Su palma en círculo en
la puerta y descubrimos en Su mano un ídolo que era la réplica exacta de aquel que
cautivara el corazón de Meera. Dijo: "Volvamos al `bungalow' de Dak y pueden cantar
bhajans a gusto frente a este Krishna". ¡Quién podía haber imaginado que Su voluntad
moldearía en "plata" un Krishna en miniatura, de siete pulgadas y media de alto, que
duplicaba en cada detalle cada curva y contorno, cada rasgo y pliegue, cada sombra y línea
lo que hacía tan vital y vibrante al Kríshna de Meera! Mi ansiedad por entender a Baba
aumentaba de manera insoportablemente insistente. Mas sólo podía orar porque ese estado
de la mente durara para siempre. Sólo anhelaba la humildad como para hacerle frente al
estremecimiento y el temblor de la emoción y no ceder a la jactancia de encerrarlo en una
fórmula, de explorarlo por medio de un silogismo o diagnosticarlo con ayuda de un dogma.
Ahí, en mi mano estaba el ícono sólido, porque lo había puesto bajo mi custodia. Más tarde
cantamos bhajans delante de él por una hora, después lo llevamos a Delhi, en donde se
encuentra ahora alojado en el altar del hogar de nuestro anfitrión.
Me hacía más viejo cada día, aunque rara vez me daba cuenta de ello. Baba nos
mantenía perpetuamente en tal estado de maravilla que no me sentía inclinado ni dispuesto a
contar las arrugas de mi frente. No obstante, me acercaba a mi sexagésimo cumpleaños: una
línea divisoria de la vida que está marcada por rituales védicos para apaciguar a los Dioses y
para iniciar las penitencias que son preliminares para actividades espirituales más intensas.
Baba aconseja que el haber completado seis décadas de vida se debe celebrar con un
ultimatum a los seis enemigos del hombre: lujuria, ira, codicia, apego, orgullo y odio. Yo
vacilaba planear la ejecución de los ritos, ya que mi hijo se encontraba lejos en Canadá,
trabajando en el Estudio Geológico del país. Su mujer estaba con él. Sus dos hijos, ambos
varones, estudiaban en Madras bajo la tutoría del Director de la Escuela, un leal teósofo.
Cuando los padres se despidieran de ellos antes de partir hacia Toronto, Baba le aseguró a
los niños: "Cuando sientan el anhelo de ver a su madre, piensen en Mí". Según los
dictámenes sociales, estaba por debajo de la dignidad de un padre anunciar y organizar la
celebración de su propio cumpleaños: este privilegio era monopolio del hijo. De modo que
guardé silencio.
Pero Baba dijo: "Debo tener la alegría de ser testigo de la alegría de tu madre", de
modo que tuve que saltar por sobre las normas del protocolo y preparar Yo mismo las
ceremonias religiosas... Se encontró a un sacerdote en Bukkapatnam y fue invitado a oficiar.
Llegaron algunos de mis amigos de la All India Radio desde Bangalore. El artista
Nadaswaram al que había integrado a la emisora en Mysore en 1943, llegó a Prashanti
Nilayam y ofreció sus servicios. Baba estaba tan ansioso por promover algo deleitable que
vino hasta mi residencia cuando se estaba llevando a cabo el ritual inicial para santificar el

130
aceite para nuestro baño ritual. Animó el evento con bromas y risas, en su mayoría a
expensas mías y de mi mujer. Entró en la carpa montada junto a mi vivienda y bendijo a los
cocineros que trabajaban allí.
Hacia las diez de la mañana el sacerdote se hizo cargo del programa. Vestía aos las
ropas que Baba nos había regalado antes y entramos a .a Sala de Oración. Postrándonos
juntos ante el santuario, fuimos luego a tomar asiento frente al fuego ya encendido sobre la
plataforma de piedra del extremo oriental de la Sala. Habíamos colocado la silla de plata en
la parte sureste de la plataforma. Para suerte nuestra, un devoto había traído ese mismo día
un escabel de plata, esculpido en forma de una flor de loto abierta. Con la aprobación de
Baba pudimos emplearlo para Su uso, mientras estaba en la silla, observando el
procedimiento. El sacerdote había recibido instrucciones de Baba en cuanto a seguir los
pasos que El consideraba esenciales: el culto a Ganesha, el propiciar a las nueve Deidades
planetarias y el rito penitencial para atraer hacia nosotros las bendiciones del Señor. Baba
estaba en la silla cuando se llevó a cabo el último de estos ritos. A1 finalizar, nos permitió
adorarle a El, con ofrenda de flores a los Pies que descansaban sobre el loto de plata. La
Sala estaba repleta de devotos.
El sacerdote leyó, uno por uno, en un estilo claro y convincente, los mil ocho
Nombres compuestos para Baba mucho tiempo antes por los pundits de los alrededores de
Shirdi. Yo estaba sentado a la derecha y mi mujer a la izquierda del loto y los dos montones
de flores de diferentes tonalidades y fragancias parecían crecer a cada segundo sobre los
Pies. Baba estaba sentado allí, sonriente y sereno, recompensándonos con una no merecida
buena suerte. Corrigió mi pronunciación de los nombres sánscritos y, a menudo, se
adelantaba al sacerdote en la recitación de Sus Nombres. No pude retener las lágrimas
cuando los nombres que yo enunciaba llevaban significados que me tocaban el corazón y
evocaban recuerdos del poder, la majestad y el misterio de Baba, el que había venido a
enseñarme a aceptar los golpes y los ramos de flores con ecuanimidad.
Con cada paso que doy hacia El, se expande el horizonte del cielo; con cada paso
que El da dentro de mi conciencia, se encoge el horizonte de mi soberbia. Mi mujer estaba
abrumada por lo inenarrable del fenómeno que había permitido tal proximidad. Cuando
terminó el Puja, Baba se puso de pie y vino hacia nosotros. Estábamos parados con mi
madre entre nosotros. La madre que me había puesto a los pies de Shiva, cuando niño, en
Vaikam en Kerala, estaba viendo ahora a Shiva en forma humana y a ese hijo parado, con
las manos unidas, frente al mismo Shiva.
Baba hizo girar Su mano y transformó el cielo que cogió en un Mangala Sutra para
ella y un medallón para mí, ambos hechos en lo que debe llamarse Oro de Sai. Mientras yo
le ataba a ella el Sutra al cuello, Baba sacudió Su palma sobre Su cabeza y de ella ¡llovió
granos de arroz coloreados, y polvo de kumkum y haldi! Estos son artículos
tradicionalmente auspiciosos con los que los mayores bendicen a los recién casados.
Estábamos siendo desposados de nuevo con votos celestiales. Baba puso, lento, en los
brazos de ella un sari de seda y un dhoti de seda, en los míos. Esto sí que era la compasión
con una dulzura superlativa. Mi mujer estaba abrumada. No estaba parada en el suelo, sino
en algún lugar del espacio. Hubo de ser ayudada para que no cayera y ser conducida
cuidadosamente hasta nuestro sitio con una expresión atónita y maravillada, con la cara
manchada de rojo y amarillo y los cabellos cubiertos de granos de arroz hasta entre los
enmarañados rizos. La ceremonia que marcara el Sexagésimo Cumpleaños estuvo, en
verdad, tan iluminada por la Gracia Divina que quedó más allá de mi entendimiento. El
recordarla me resulta inmensamente gratificante... aún ahora.

131
Nos volvimos a exiliar en Bangalore. El encanto de transmitir paquetes de cultura,
atrayentes al oído, a los millones de Karnataka que, como sabíamos, carecían de
radiorreceptores en sus hogares o en las salas comunales, se disolvió muy rápidamente. La
fotografía de los Pies sobre el loto de plata, con un montón de rosas sobre ellos, atraía mi
mente hacia Puttaparti a toda hora del día.
Tampoco mi madre era feliz con nuestra lejanía física de la fuente de alegría
eterna. Nos escribió cartas cada vez más frecuentes urgiéndonos a hacernos de alas para
volar fuera de la jaula de la AIR. "Baba entró a la cocina hoy y me encontró culpable de lo
que llamó `una alimentación escasa'." "Baba me llevó hoy de la mano hacia la sala de
entrevistas y me indicó que comiera más vegetales y frutas. Le he dado a Kasturi más
dinero del que necesita, voy a preocuparme del aprovisionamiento diario de buenas frutas",
dijo. "Hoy, Baba se quedó en casa por un largo rato. Me dijo que no te sentías feliz con tu
trabajo. Dijo que podías tener ahora un trabajo que hacer aquí mismo" . Estas cartas nos
impulsaron a empaquetar nuestras cosas y mantener los dedos cruzados.

132
LA PENITENCIA ES REEMPLAZADA
POR LA PLUMA

Recibí muy rápidamente las buenas noticias: Baba había venido a Bangalore y se
alojaba en la casa de Ser¡ Vittal Rao en el Road Cross 9, Wilson Gradens, a sólo cinco
minutos de la mía, "Ashoka", en el 12° Cross. Sabiendo que había una posibilidad de que
viniera, le di una propina al lavandero que se estaba ocupando del lavado de las cortinas de
la residencia, para que me informara tan pronto entregara el pedido. Me había dado cuenta
de que Vittal Rao hacía lavar y planchar las cortinas de ventanas y puertas como parte del
aseo general de la casa previo a la visita de Baba. Cuando, finalmente, se filtraron las
noticias, ubiqué a la hijita de mi doméstica sobre una banca de piedra frente a la casa, con
instrucciones de estar atenta a la llegada de un automóvil grande y de una bata naranja. Fue
así que, a los diez minutos de entrar Baba a la casa, ¡Vittal Rao se sorprendió de
encontrarme en su galería de entrada! "¡Espera, espera!", me rogó. Pero Baba me divisó y se
dirigió a mí con Su palma lista para caer sobre mi hombro. "Ahora tienes trabajo en
Puttaparti", dijo. "Pronto se comenzará con una revista mensual. ¡Adivina! ¿Cómo se
llamará?", preguntó. Confesé que no podía sondear en Su voluntad. Sin embargo, arrancó
algunos nombres de mi reticencia. "El Camino hacia Dios", "Karma Dharma. . . ",
"Premayoga". Desechó los títulos que estaba sugiriendo y anunció que había decidido
designarla como Sanathana Sarathi.
Este nombre es una clarinada. Es la caracola de Víshnu despertando a los
durmientes. Es el tamboril de Shiva desafiando a los descarriados a dejar de lado su
desobediencia. "Sarathi" significa "aquel que sostiene las riendas", "Sanathana" significa
"Eterno". Así, ese título le anunciaría al mundo que Baba es la Ovni voluntad que ha estado
moldeando y manipulando, desde el Principio de los Tiempos, las voluntades de los seres
vivientes, desde la ameba al astronauta. "Reconozcan a Dios como el Sarathi, cedan de
corazón a Sus directrices, lleguen en buenas condiciones a su destino", era el mensaje que
Baba nos transmitía con ese Nombre. Me sentía contento, elevado.
"Este es el trigésimo segundo año de la carrera avatárica y ya es tiempo de que El
se presente como el Maestro del mundo", me dije a mí mismo recordando Su primer
discurso durante basara en 1953. Fue mientras el Señor actuaba como el Sarathi (Auriga) de
Arjuna que le fuera conferido, a través suyo, el Bhagauad Gita al género humano. Por eso,
el Señor es conocido como Partha (Arjuna) Sarathi. Baba representa ahora al Sanathana
Sarathi: el Auriga para cada cual y en cualquier lugar.
Algunos días antes del lanzamiento del primer ejemplar de la revista, Baba declaró
frente a los reunidos en las arenas del Chitravathi: "El Bhagauad Gita es un libro guía, un
mapa, para el aspirante a la paz y la liberación. El Señor se ha instalado El Mismo en cada
corazón como el Auriga. Pídanle las directivas correctas y El responderá y guiará. Podrán
escuchar un Gita destinado especialmente a cada uno si invocan al Señor". Por lo tanto el
Sanathana Sarathi estaba pensado como un "Bhagawan Uuacha" (así dijo el Señor) para un
mundo que se ha descarrillado y que se encuentra en peligro fatal.
Informé al Akash Van¡ que me iba. La injuria que había sufrido en manos del
Profesor que fuera su pionero en Mysore, se había curado durante m¡ segunda estadía en la
emisora. Ello facilitó el procedimiento para alejarme. El Director trató de retenerme,

133
sosteniendo una zanahoria ante mis narices, pero, afortunadamente, me fui. Una semana
después, llegaron órdenes desde Nueva Delhi para recuperar de los productores (literatos
contratados, como yo) los honorarios extra que se les pagaban por las arcas fiscales.
Algunos sabuesos de la Secretaría habían descubierto la reglamentación de que ninguna
persona que se retirara del servicio gubernamental podía percibir, ya sea del gobierno o de
los gobiernos locales autónomos, más dinero que el de la suma que recibía el día de su
retiro. Yo me retiré ganando trescientas cincuenta rupias como salarío; mi pensión más los
honorarios de Akasha llegaban a la suma de seiscientas rupias. De modo que, si me hubiera
quedado, habría tenido que devolver doscientas cincuenta rupias por cada mes de mi
asociación con la Emisora. Otros pagaron, yo me libré de la sangría.
El Sanathana Sarathi me llevó de regreso a la morada de la Luz y el Amor desde
las regiones de las iras y las tormentas. Baba había exhortado a los monjes de la Sociedad
de la Vida Divina, en Rishikesh: "¡Inhalen únicamente el aliento de Dios! Esa es la real
Vida Divina. Carezcan de ego, sean huecos como la flauta, de esta manera Krishna, el
Señor, soplará a través de ustedes y llenará el vacío que hayan logrado. El creará
cautivadoras melodías que encantarán a toda la Creación". El Señor había resuelto exhalar
melodías a través del Sanathana Sarathi para cautivar a la Creación.
El primer número ya se había lanzado para Mahasivarathri en febrero de 1958. Sri
B.V. Reddy se había declarado como editor. Se había impreso en una Editora de
Dharmavaram y los pocos cientos de copias se distribuyeron entre devotos. Cuando Baba
visitó Bangalore, visitó la Editora Vichara Darpana en el Avenue Road (una larga carretera
sin árboles) acompañado por mí y Raja Reddy, y compró una pequeña máquina operada con
pedales, con una plancha de catorce pulgadas de diámetro, un rodillo hecho en alguna
matriz desconocida, dos cajas de tipos, una de inglés y otra de telugu.
En el Mensaje que escribiera para los lectores del número inaugural del Sanathana
Sarathi, Baba explicó por qué había bautizado así la revista. "A partir de este día anunció
el Sanathana Sarathi dirigirá al ejército (textos y escrituras espirituales) en contra de las
malvadas fuerzas de la injusticia, el desorden, la falsedad y la maldad, encabezadas por el
demonio Ego. Este Sarathi luchará por el firme establecimiento de la paz en el mundo;
proclamará su victoria con vibrantes golpes de tambor. Por medio de su triunfo, le asegurará
el Ananda a todo el género humano". Como Auriga, Baba estaba determinado a timonear al
mundo a salvo de enfermedades, desastres y desesperación.
En lo que respecta al Ananda, Baba ya afirmó en 1947, que el propósito con el que
se le diera la vestidura humana, era "el de rescatar el género humano del peligro inminente y
el de conferirle Ananda a todos lo S hombres, de todas partes". El Sarathi no era sino uno de
los instrumentos diseñados por Su voluntad. Y, a través de Su Gracia, yo me convertí en la
mosca sentada en el eje del carro, ¡con derecho a imaginar, regocijada, que sus ruedas se
movían, por estar ella allí!
Dorothy Sayers escrí.bió en 1954: "Futilidad; falta de una fe viva; la deriva hacia
una moralidad suelta; el consumo codicioso; la irresponsabilidad financiera y el mal genio
incontrolado; un individualismo opinante y obstinado; la violencia, la esterilidad; la falta de
reverencia por leo vida y la propiedad incluyendo las propias; la explotación del sexo; el
deterioro del lenguaje por medio de los avisos y la publiciGlad; la comercialización de la
religión; la complacencia con la superstición y el condicionamiento de la mente de la gente
por medio de la histeria colectiva y las fascinaciones de todo tipo; la v2inalidad y el manejo
de influencias en los asuntos públicos; la deshonestidad en las cosas materiales; la
deshonestidad intelectual; PI fomento de la discordia (clase contra clase, nación contra

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nación) por el lucro que se logre; la falsificación y la destrucción de los medios de
comunicación; la explotación de las más bajas y estúpidas emociones colectivas; la traición
hasta en lo fundarhental del parentesco, el país, el amigo elegido y la fidelidad jurada: todo
ello representa las muy conocidas etapas que llevan a la muerte fatal de la sociedad y la
extinción de todas las relaciones civilizadas".
Y, en 1958, Baba nos aseguró que "la muerte fatal" iba a ser revocada y
exorcizaGlo el temor a la extinción. Baba ha diagnosticado que esa enfermedad mortal
cuyos síntomas enunciara Dorothy Sayers, era causada por el cruel virus del Ego Egregius.
El Ego había de ser remojado en Ananda para que su poder tóxico sea
transformado en potencia tónica. Este Ananda no es una emoción: no es algo que surja y
desaparezca. Es una experiencia positiva autosatisfactoria. El Ananda nos libera del temor y
de la inconstancia, de la envidia y la enemistad, del orgullo y la mezquindad. En el Ananda
estamos solos con el Solo.
Baba le recordó a los lectores del Sanathana Sarathi que las letras iniciales de Su
Nombre: S.S.S.B., comunicaban el alcance y la naturaleza de los campos del pensar y la
acción en los que está íntimamente compcometido. "S" representaba a Sangha (sociedad).
Buscaba, dijo, la integración y la iluminación de la sociedad como un instrumento para la
elevación del individuo que es moldeado y modelado por ella y a través de ella. La segunda
"S" representaba a Samskrithi (cultura). Buscaba, dijo, labrar los instintos, impulsos,
pasiones y emociones del hombre, con el objeto de promover la paz y la armonía en la
sociedad y la dulzura y la serenidad en el individuo. La tercera "S", dijo Baba, representaba
al Sanathana (los valores eternos). Buscaba, dijo, la conservación y la consumación de los
valores humanos, tal como fueran descubiertos y delineados por los profetas, sabios y
santos de todos los países y todos los tiempos. La letra "B", anunció Baba, significaba
"Bloque". ¡Vale decir, en tanto que las tres "S" indican Su estrategia para la elevación
humana, todo lo que no tenga relación con eso queda "bloqueado", porque El no lo
considera digno de atención. Estos tres horizontes eran los que el Sanathana Sarathi tenía
destacados para su servicio: todo lo demás quedaba "fuera de los límites" de la revista.
Incluso, quince años más tarde, Baba le recordaba a quienes estaban a cargo de la
edición y la publicación de la revista, que había que propagar con asiduidad, sin considerar
despliegues ornamentales ni cálculos de ganancias/pérdidas, la integración de la raza
humana.
También nos asignó otro deber. "Puede que el hombre llegue a dominar al
Universo, sin embargo, ¿qué puede afirmar haber conocido si no se ha dominado a sí
mismo? Si no tiene conciencia de sí mismo, no tendrá conocimiento del conocedor. El
Sanathana Sarathi tiene como misión afirmar esta Verdad, instalar esta Verdad en el
corazón del hombre e insistir en que cada uno practique esta Verdad."
"Sathya y Dharma: esto es lo que uno debiera tratar de conocer y no el mundo de la
Naturaleza, el cuerpo o la mente, que no son tan vitales, aunque el conocimiento acerca de
ellos tal vez sea necesario y hasta inevitable como equipamiento." El conocimiento de
cualquier tipo tiene como base al Atma. En cada objeto el Atma se manifiesta como forma y
como función. Como ideal, el Sanathana Sarathi conlleva la comunicación de esta
experiencia. Está dedicando todos sus esfuerzos a atraer a los buscadores hacia una nueva
aventura: el regular las actividades de la vida individual y disciplinar la vida social. Baba
bendijo para que el Sanathana Sarathi pueda "fluir como el Santhosha Dai" (Otorgador de
Alegría Satisfactoria). "Que pueda aumentar su caudal y fluir como Prema Saayi" (el Amor
que es Sai). Que el Sanathana Sarathi pueda alcanzar su floración suprema como Sarva Jiya

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Samai Kya Vaaridhi (Océano de Unión Integral de Todos los Seres), la meta de "la
Conciencia del Unico sin un segundo". En 1978, Baba escribió nuevamente: "El Sanathana
Sarathi es el puente que les conduce a ustedes hacia Mí y que Me lleva hacia ustedes".
¡Qué gran penitencia fue la de llevar el disfraz de "El editor del Sanathana
Sarathi"! La revista era recibida como Prasad por los devotos; el cartero que la distribuía era
bienvenido con gratitud y se le agradecía profusamente; la revista era colocada sobre el
altar, delante de la foto de Bhagavan y leída con reverencia. No pasó mucho tiempo sin que
las manos que se extendían para solicitar copias aumentaran en tal número que hubo que
pensar en una suscripción anual de tres rupias para enfrentar los gastos de correo y otros.
Baba no estaba a favor de hacer campañas para lograr más suscriptores, donantes,
patrocinadores, etc., como tampoco de aceptar suscripciones por más de un año. Quería que
los lectores decidieran por sí mismos si deseaban seguir con la dieta que se les ofrecía. Se
negó también a una proposición de enviarles cartas a los suscriptores, para advertirles que si
no pagaban otro año, el Sarathí no se continuaría remitiendo. "Déjenlo a su arbitrio. El
hambre que acucia es advertencia suficiente", dijo. "El Sarathi debe ser esperado, aceptado,
atesorado y estudiado con avidez. El perderlo debe producir tanta tristeza como el perder a
un compañero en un viaje a través de un país desconocido", indicó.
También debíamos abstenernos de conseguir avisadores. En el primer ejemplar se
anunció: "La revista no cuenta con espacio para avisos comerciales". Baba dijo: "Los avisos
estimulan deseos debilitadores, se nutren de la exageración y el esnobismo". "Yo soy
Sathyasya Sathyam, la Verdad de Verdades. ¿Para qué ha venido la Verdad a la Tierra en
forma humana? La respuesta es: para plantar en el corazón del hombre el anhelo de la
Verdad, para poner al hombre en el camino hacia la Verdad, para ayudarle al hombre a
alcanzar la Verdad por medio de una instrucción con amor y por el don último de la
Iluminación." "El Sanathana Sarathi es el resultado de Mi Sankalpa (Voluntad), Mi Utsaha
(Afán) y Mi Ananda (Deleite). Nada puede interponerse en el camino una vez que he
decidido cualquier paso en Mi Misión", dijo en 1962, al celebrarse el aniversario del
Sanathana Sarathi en Prashanti Nilayam. "Los lectores deben valorar la revista por la
instrucción y la inspiración que imparte."
La nota siguiente se incluyó ya en el ejemplar inaugural: "Serán aceptados los
artículos de contribución de los lectores, sólo cuando traten del tema religioso filosófico.
Deberán provenir de aquellos que estén dedicados a poner en práctica aquello de lo que
hablan. No deberán enviarse para su publicación noticias públicas o comentarios sobre
noticias públicas". Muchos amigos doctos, que se han ganado para sí mismos un nicho en la
galería de la fama, se quejaron a mí señalando que la indicación de "estén dedicados a poner
en práctica aquello de lo que hablan" les había hecho abstenerse de contribuir con la revista.
Puesto que Bhagavan ha hecho benevolentemente uso del Sa ra th i como vehículo principal
para Sus mensajes y escritos y puesto que Sus discursos ocupan el mayor espacio en la
revista, uno puede fácilmente ponerse selectivo en cuanto a las contribuciones. Un hermano
que había enviado algunos artículos largos, no reaccionó con generosidad cuando le recorté
los textos. Su resentimiento hizo explosión en una diatriba tan pestilente, que tuve que
devolverle la carta a vuelta de correo, después de haberla sumergido en desinfectante.
Afortunadamente se trató de un flechazo aislado. Debo reconocer, con gratitud, la
conmiseración y la tolerancia con la que me han abrumado los lectores. Nunca he esperado
elogios o congratulaciones, porque estaba consciente de mis deficiencias más que ningún
otro. Debo luchar contra ellas en cada momento de mi vida. Bhagavan me ha estado
impulsando a hacer correcciones de los lapsus y a arrepentirme de la ineptitud.

136
Por muchos meses, el Sarathi se publicó mitad en telugu y mitad en inglés. Más
tarde, las partes fueron enviadas por separado. Los logros que había alcanzado en el
kannada y que me ganaron un cierto renombre como figura literaria, se convirtieron en un
obstáculo al volverme hacia el telugu. Los giros, frases, proverbios y fonemas del kannada
se infiltraban como polizones en mis oraciones en telugu. Traté de barrer con ellos, pero
debo confesar que no lo logré tan completamente como lo deseaban mis lectores. Cada vez
que Baba estaba ausente de Puttaparti, pasaba horas con el Director de la escuela media de
la aldea, aprendiendo las primeras dos "R" en el tedioso libro de texto "Pedda Bala Siksha",
un compendio de conocimiento útil destinado a la población rural. Pero el Director no me
pudo llevar muy lejos. Baba insistió bondadosamente en que le hablara a El únicamente en
telugu. Por algunos años esto me forzó a una deplorable estupidez. Cuando hacía acopio de
valor, la lengua caía en torpezas y pesadeces, incongruencias y desaciertos, cada uno de los
cuales me recompensaba con una lección por parte de Baba sobre la conjugación y la
declinación, la sintaxis y el estilo en telugu.
Baba exponía cada tiro en falso mío al ridículo público, como para que nada más
jugara con ellos. Un día, estaba luchando con una palabra extraña que había encontrado en
uno de los artículos de Baba que estaba traduciendo al inglés. Leí: "Santhapakoadeelu".
Sabía que "lu" era la terminación del plural en telugu. Las palabras terminadas en "a" son
"alu" en plural y las terminadas en "ee" (pronunciado "i") hacen el plural "eelu". Eso era lo
que había aprendido del Director, de modo que separé la palabra en Santhapa y Koadeelu,
porque sabía que Koadi significaba un ave doméstica; por ende, era seguro que "koadeelu"
significaba "aves domésticas". Mas, ¿qué o quién era este Santhapa? No había trazas de la
palabra en el diccionario, ni nadie en Puttaparti me pudo ayudar. Así fue que tuve que
acercarme a Baba mismo con esta nuez dura de roer sobre la lengua. "¿Quién es Santhapa y
qué tiene que ver con aves domésticas?", Baba sonrió y preguntó: "Qué te ha pasado?"
"Tengo que traducir Santhapa al inglés", contesté. ¡Pobrecito yo! Lo había confundido todo:
Santhapa era un fantasma que yo mismo había creado. La palabra hexasilábica había de ser
separada en dos y cuatro, y no en tres y tres como lo había hecho. Era: "Santha" (indicando
el mercado) y "pakoadeelu" (que significaba "pakoada" en plural). Mi creencia que
"pakoada" debía ser "pakoadalu" en plural, me había hecho caer en la "bandada de aves
domésticas" perteneciente a una persona llamada Santhapa. Lo que Baba había escrito, en
cambio, trataba de "pakoadas": "sabrosas bolas de harina fritas en aceite" que se venden en
canastos abiertos el día de mercado y que constituyen un peligro para la salud de quienes se
dejan tentar por su aroma. Baba ha citado este error de silabeo mío durante discursos
dirigidos a muchas asambleas de maestros de Bal Vikas y de profesores de escuela, con el
objeto de enfatizar la importancia del silabeo correcto.
El corregir pruebas no es más que otro nombre para un duelo con el diablo del
impresor. Esta persona me significó, mes a mes, una frustración y me atribuía frases que me
quitaban el sueño. ¡Cierto era que mis textos a menudo eran borrosos y vacilantes! Mi
escritura en telugu resultaba confusa y se inclinaba al kannada. Si se suma a esto que había
anotaciones sobre y bajo la línea y que el tipógrafo no tenía mucho talento lingüístico, la
tarea resultaba en verdad hercúlea. Usualmente devolvía las hojas de galera cubiertas con
jeroglíficos y llenas de correcciones. Por todo ello debía congratularme de que el duende
que se metía en la imprenta no se atreviera a hacer más travesuras que las de las que podía
disculparme.
El alfabeto en que se escribe el inglés es unilinear y, por ende, el duende no podía
meter contrabando ni en el desván ni en el sótano. Las letras del telugu, sin embargo, le

137
dejaban espacio suficiente para sus diabluras, porque son trilineares. Thattwa, en inglés se
escribe en una línea; en telugu, "tha" va sobre la línea y "ttwa" debe configurar una "tt"
sobre la línea y una "w" por debajo de la "tt", o sea tres líneas en total. La palabra "may" en
inglés es suficientemente simple, pero en telugu sería "ma" con un "ay" sobre la línea, pero
al pronunciarla, el sonido de la vocal se acortaría. Para indicar el sonido correcto, hay que
agregar otro "ay" sobre la segunda línea. Por lo tanto, cualquier diablillo ávido por
desprestigiar el nombre del corrector de pruebas tiene amplias oportunidades en el telugu.
Una de entre las muchas jugarretas que me hizo el duende se hizo histórica, ya que
Baba la ha relatado a menudo en Sus discursos. La letra "R" en telugu, como Rishi
(ermitaño), es la letra kannada "bu", con la U agregada. El diablillo rompió el tipo U
durante el proceso de la impresión, dejando la "bu" trunca. Así quedó para ser leído como
"bushi" y, con la palabra siguiente "koti", el texto se convirtió en "bushikoti" y dio la
impresión de que Baba había escrito que los ermitaños de los ahsrams en la floresta,
¡llevaban chaquetas cazadoras mientras le rendían homenaje a Rama! Cada vez que este
incidente era descripto por Baba como enseñanza para la gente, yo deseaba escabullirme de
las burlas y risas que seguían. ¡Y recuerden que yo era Profesor de Historia Antigua de la
India! Mas, por suerte, todos sabían que no todo era por la diversión: yo salía purificado y
contento cada vez que me veía sometido a esta risueña situación.
Ciertamente, no podía continuar por mucho tiempo con estos errores, ¡proveyendo
modelos de deslices que habían de evitarse! Baba me ha ayudado a sobrevivir a diabluras
mucho más numerosas. En una oportunidad, cuando una de estas travesuras precipitó un
justificado alboroto, el compositor telugu amateur disponible en la región kannada, tuvo que
cargar con la culpa, y la impresión de la revista en telugu fue transferida a Hyderabad, la
ciudad capital del Estado de Andhra Pradesh, de habla telugu. Cuando se descubrió que los
errores de imprenta eran inevitables, fuera quien fuese el compositor y en dondequiera se
encontrara la imprenta, se renunció al experimento. El hecho de que mi nominación siga
siendo la de Editor del Sanathana Sarathi telugu, es otro milagro de Bhagavan.
Durante casi un año, Narasimachari, el único ayudante en la operación a pedales,
era el que ordenaba los tipos, preparaba las páginas y pedaleaba para sacar dos de ellas a la
vez de la impresora. Me ofrecí para ayudarle en la composición y el pedaleo cuando lo
encontraba demorado o somnoliento. ¡Quedé abismado al ver que aceptaba el ofrecimiento
cada vez que lo hacía! El trabajo era realmente duro, aunque él,lo aliviaba y alegraba
cantando bhajans para sí mismo.
Me mantenía ocupado la mayor parte del día e incluso algunas horas de la noche,
puesto que aumentaba rápidamente el número de suscriptores. El dinero se enviaba por,
correo o se pagaba directamente por parte de devotos y peregrinos que se daban cuenta de
que el Sarathi constituía el nexo entre el Carro y el Auriga. El registro se fue haciedo más
voluminoso con cada festival en Prashanti Nilayam: los miles que venían a la Santa
Presencia deseaban asegurarse de que la voz del Señor pasara por sus puertas, al menos una
vez al mes.
Narasimhachan y yo cargamos con el yugo por más de dos años. Estábamos
ansiosos por franquear los ejemplares en la recientemente abierta oficina de correos de
Prashanti Nilayam, los días 16 de cada mes, tal como se anunciara en el primero de ellos.
Sabíamos que los devotos los recibirían con mayor reverencia aun, cuando descubrieran en
el ángulo, a mano derecha, el timbre circular llevando el regocijante nombre de "Prashanti
Nilayam". Lo que se adquirió, mucho tiempo después, fue una guillotina para recortar las
páginas, mucho después de haberse instalado una prensa de rodillos para cumplir con los

138
tres mil ejemplares que debíamos imprimir. El recorte debía hacerse en Bangalore a cien
millas de distancia.
Para eso, cada mes, después de haber terminado la impresión, embalaba la cantidad
de ejemplares en inglés y telugu en dos gigantescas cajas, las llevaba hasta Bukkapatnam en
una carreta de bueyes, las hacía subir al techo del autobús que iba a Penukonda y le
ordenaba al mismo detenerse cerca del cruce a nivel a trescientas yardas de la estación de
ferrocarril. Las cajas eran bajadas y Narasappa, un cargador de Tansania, las llevaba sobre
su cabeza hasta la plataforma. Allí yo esperaba el tren de pasajeros con destino a Bangalore,
a ochenta y cinco millas de distancia, para que las recibiera como carga. Llegando a
Bangalore, se cargaban en carretones tirados por caballos con los que las llevaban hasta una
imprenta que tenía una guillotina. A continuación, las cajas con las revistas recortadas, eran
llevadas a casa de un devoto en el centro de la ciudad. Yo pasaba la noche ahí con una
docena, aproximadamente, de jóvenes voluntarios que me ayudaban a ponerles las
coberturas con las direcciones impresas que yo había traído desde el Nilayam. Con ello, los
ejemplares quedaban listos para ser remitidos y podíamos dormir durante las horas de la
madrugada. A1 día siguiente repetía el itinerario a la inversa: vehículos con caballos,
cargadores, viaje en tren, estación de Penukonda, Narasappa, cruce a nivel, autobús hasta
Bukkapatnam, carreta de bueyes y, finalmente, la Oficina de Correos de Prashanti Nilayam,
para que se les estampara el Santo Nombre ¡y que el precioso Prasadam viajara hasta más
de tres mil hogares!
Permítanme agregar ¡que yo también era aquel que, en la Oficina de Correos,
ofició como Jefe de Correos por más de ocho meses! El Director General de Correos de
Andhra Pradesh insistió en que se le presentara a un pensionado de un gobierno estatal
como presunto Jefe de Correos antes de que pudiera aprobar una oficina para Prashanti
Nilayam. Levanté la mano y atraje su atención. Fui instalado oficialmente y obligado a
cobrar honorarios mensualmente. ¡Qué agotadora aventura fue ésa, aunque satisfactoria a la
vez! Ni un sólo susurro, ni siquiera un lamento interior para que las cosas fueran de otro
modo, llegó a perturbar el deleite de mis días.
La revista estaba dedicada al evangelio del Avatar, su enunciación, su desarrollo y
su explicación. El Avatar se produce, no solamente cuando el género humano niega a Dios
o lo desafía, sino también cuando los hombres ignoran que Dios es su Motivador Interno, su
Mentor y Su Maestro, su Aliento mismo. Por eso, cuando los hombres se muestran ansiosos
por compartir sus experiencias del Amor, la Sabiduría y el Poder del Avatar, se publican en
sus páginas los relatos genuinos. Cuando me tentaban tales instancias de la intervención del
Avatar en el compromiso conocido de las leyes naturales, me resultaba muy difícil esperar
Su consentimiento. El argüía invariablemente que no eran demostraciones para ser
publicadas, sino únicamente expresiones espontáneas de Amor. El no "realiza" milagros, ni
siquiera los "hace"; ellos simplemente se producen porque Su Amor no conoce las fronteras
del tiempo ni del espacio, ni las limitaciones de la posibilidad. El está más allá del cojeante
alcance de la lógica. "¿Cómo podría un pez entender el cielo?", le preguntó Baba a Arnold
Schulman, cuando éste quería que le revelara Su Verdad.
No me atreví a sugerir que se aceptara ninguna información personal para el
Sanathana Sarathi sin confirmar su autenticidad. Así y todo, Baba solía bloquear la idea,
porque significaría "propaganda", la "promoción de un culto" y el fomento del ego de la
persona que presentáramos como receptora de la Gracia. Cuando recibí de Manjeri en
Kerala, el relato de una visita física de Baba al hogar de Ramananda Rao, un devoto, y de
pasar horas allí escuchando bhajans e incluso cantando El algunos y concediendo algunas

139
entrevistas, tuve que rogarle infinitas veces que me permitiera publicarlo en el Sarathi. El
día de Su estadía en Manjeri, Baba se encontraba en el Palacio de Venkatagiri, a seiscientas
millas de distancia y esa misma tarde le habló a una numerosa concurrencia en Kalahasti,
distante unas treinta millas. De hecho, Ramananda Rao recibió de boca de Baba, al
levantarse éste de Su silla para irse, que se iba a un compromiso en Kalahasti. Ramananda
Rao pensó que se trataba de algún lugar cercano a Manjeri, pensó en el nombre de la
residencia de algún devoto. Baba no le permitió seguirle hasta la calle.
Cuando mi deleite, al asegurarme de tales evidencias indiscutibles, se volvía
incontrolable, Baba me aconsejaba reunir cada detalle por parte de las personas que habían
compartido la experiencia, antes de publicar la nota. El Dr. Karlis Osis, Director de
Investigaciones de la Sociedad Americana para Investigación Psíquica, leyó el artículo, vino
a la India y se puso en contacto conmigo. Después de recibir cartas de presentación mías, se
fue en auto a Manjeri y a Venkatagiri y contactó a las personas que fueron participantes en
esta aventura de bilocación del Avatar. Me escribió que se sentía ampliamente
recompensado por los resultados de su investigación y que había incluido este incidente,
junto con algunos otros, en su recopilación de lo que yo llamaba "experiencias
extracorporales" relacionadas con Baba. También Howard Murphet se preocupó de citar en
su libro Sai Baba, el Hombre Milagroso, historias del Sanathana Sarathi, para verifícar su
genuinidad personalmente. Por ejemplo, en el capítulo "Curaciones Milagrosas", escribe:
"Decidí inquirir" y, luego "Recibí una carta del Profesor en la que confirma la descripción
original del caso, tal como se publicara en la revista".
Hacia 1967, comenzaron a llover relatos de todo el país acerca de diversos sucesos
extraños, a través de los cuales el Avatar estaba anunciando Su Advenimiento al mundo.
Baba se refiere a los regalos que crea para uso personal, como vibhuti, anillos, medallones,
relojes, talismanes, etc., como "Mis tarjetas de presentación". El Avatar los distribuye
profusamente y el Sanathana Sarathi no puede mantener la avalancha de éxtasis
rigurosamente confinada a los receptores. Baba controla mi entusiasmo y me tiene las
riendas cortas, porque estos regalos son demasiado personales, demasiado íntimos y
frecuentemente demasiado esotéricos como para que se anuncien editados. Además de estas
"tarjetas de presentación", la voluntad de Baba crea "grandes afiches" para hacer
conscientes del Advenimiento a los hombres. Uno de los afiches inconfundibles es el
continuo fluir de vibhuti o de un néctar dulce y fragante, de retratos que son adorados, ya
sea en altares domésticos o públicos. Durante años y años, noche y día, el néctar fluye de las
fotografías y puede ser recolectado y compartido. Cuando se le dio publicidad a unos pocos
de tales actos de Gracia, los devotos no bendecidos por esta evidencia de lealtad a Baba se
sintieron humillados y buscaron ganarse la estimación de otros recurriendo a falsas
afirmaciones. Debido a ello, el Sarathi tuvo que incluir, una y otra vez, advertencias en
contra de los falsarios y deshonestos que engañan a los incautos afirmando ¡que se producen
milagros en sus hogares, por Gracia de Baba!
También hay que llamar la atención hacia variadas personas histéricas y débiles,
megalomaníacos que se imaginan ser "poseídos" por Bhagavan, a los que se acercan los
crédulos en busca de guía y dones. Bhagavan está en contra de los pedidos de donaciones en
Su nombre para cualquier proyecto o para promover los objetivos de la Organización de
Servicio. No obstante, como esta actitud es ajena en todas partes a la práctica común,
aparecen personas deshonestas en los países donde Bhagavan es adorado como Divino y
pueden llegar a acumular una buena suma antes de ser descubiertos y rechazados. El Sarathi
sigue adelante aconsejando a los lectores, en todas sus ediciones que ya se publican en doce

140
idiomas desistir de entregar dinero como donación a cualquiera que se acerque a ellos en el
nombre de Baba.
Durante cerca de veinticinco años, el Sanathana Sarathi ha buscado difundir las
enseñanzas de Bhagavan. Bhagavan le ha conferido al Sarathi el don de llevar cada mes Su
Mensaje hasta las puertas de los buscadores. Es publicado ahora en hindi, sindhi, marathi,
nepali, oriya, assamés, tamil, kannada y malayalam, además del telugu y el inglés. Muy
recientemente se ha unido a la familia el Sanathana Sarathi en japonés.
Bhagavan ha prescripto que, después de las sesiones de bhajans y otras reuniones,
sólo se le ofrezca vibhuti o ceniza sagrada a los devotos. El Sarathi también representa una
ofrenda, sin pretensiones, pero igualmente potente. Nunca más de treinta y dos páginas de
papel tamaño "crown" de 1/8 ó 30 del tamaño "crown" doble. Durante cerca de diez años
llevó en la cubierta unos simples dibujos de significado espiritual. Durante el Festival de
Sivarathri de 1970, Baba dibujó con una pluma en el reverso de un sobre usado, una figura
con los símbolos sagrados de las cinco mayores religiones de mundo, con el Pilar del Loto
en el centro, indicando al aspirante que pone su empeño en cualquiera de esas cinco sendas
que puede lograr el éxito. Ese dibujo se reprodujo en un cuño y, desde entonces, se ha
aceptado como ilustración de la universalidad del Mensaje de Sai. El mundo que ha sufrido
terribles agonías a causa del odio entre grupos que afirman adherir a un credo en particular,
e incluso a sectas o cultos, encuentra solaz, hoy en día, en ese símbolo y en el mensaje: "No
hay sino una Religión, la Religión del Amor" que representa.
Bhagavan ha sido el contribuyente más regular para la revista. Cada mes, ella es
bendecida al presentar cuatro páginas, por lo menos, de Sus preciosos escritos, que
encierran Sus enseñanzas sobre el Prema, el Dharma, el Prashanti y el Jñana, sobre el Gita,
las Upanishads, el Bhagavatha y el Ramayana, como así mismo los fundamentos del Vidya
(Saber Superior) y la realidad del Atma. Dirigiéndome a Su Presencia cada mes, para
ofrecerle las ediciones en telugu e inglés del Sanathana Sarathi, subo vacilante los peldaños,
pero los bajo con deleite en el corazón y una exclamación en la cabeza cuando me entrega
Su contribución en telugu para la próxima edición. Mes tras mes, la longitud de este artículo
es siempre la misma. La exposición dulce y satisfactoria, simple y nutriente jamás cae en
la pedantería o la verbosidad. Su caligrafía encanta la vista. La más complicada de las
dificultades metafísicas es resuelta por medio de una parábola o un ejemplo. El ilumina las
profundidades de la sabiduría védica, de la teología cristiana o del misticismo musulmán y
las refleja de manera indeleble en frases y metáforas.
Aunque Baba nos impulsa a clarificar y cultivar nuestro intelecto y a sublimar
nuestras emociones como para que nuestras actividades se hagan más fructíferas, sabe que
nuestra natural morosidad puede hacernos cometer errores mientras nos dedicamos a las
tareas que El nos ha asignado. De modo que siempre está pronto con las soluciones y los
métodos para rescatarnos cada vez que nos metemos en problemas. Recuerdo una ocasión
en que se me había olvidado anunciar en la revista un Festival que se celebra anualmente en
Prashanti Nilayam. La cuestión con la que me enfrentó fue: "Esto demuestra que has sido
flojo con el japa del GayatrC. Era un recordatorio acerca de la validez de la antigua
sabiduría y una reprimenda por elegir el camino fácil de abreviar las tareas cotidianas
obligatorias.
Baba piensa, planifica y decide por nosotros, anticipando posibles torpezas y
vacilaciones, y advirtiéndonos a tiempo sobre la amenaza de indiscreciones. Su infalible
Presencia, hombro con hombro, aliento con aliento en cualquier parte en que me encuentre
o en cualquier cosa de la que me esté ocupando, es la Luz que me ha guiado a través de este

141
cuarto de siglo de periodismo espiritual en dos idiomas, sobre ninguno de los cuales puedo
afirmar que tenga mucho dominio.
Una tarde en que estaba parado en la galería de la Prensa, no solo sino enfrascado
en una activa conversación conmigo mismo, un señor que pasaba se detuvo para
preguntarme: "¿Hay libros sobre Swami disponibles aquí?" Le respondí: "No, sólo editamos
una revista mensual". Se mostró más bien desilusionado y siguió caminando. La galería era
visible desde el primer piso del Mandir. Baba se había percatado del diálogo. Mandó por mí
y me apresuré a ir a la Presencia. "¿Qué te preguntó esa persona?" "Preguntó si había libros
sobre Swami", respondí. `¿Y qué fue lo que le dijiste?", fue la siguiente pregunta. "Le
respondí que no había libros", dije. "Esa no es la respuesta correcta; debiste haberle dicho
que a este Swamí no se le puede entender a través de libros", dijo y me permitió marcharme.
Bajé los peldaños más sabio como resultado del atisbo que me diera de Su inescrutabilidad
y más triste ante. la posibilidad de que no se fueran a publicar libros sobre Swami, ni
siquiera el escrito por mí. Baba miraba hacia mí cuando me dirigí lentamente de regreso a la
Prensa. Cuando me encontraba a medio camino, miré hacia arriba a través de la cortina de
lágrimas. Supe entonces que me había leído la mente, porque agitó la palma tranquilizadora
para calmar la oleada de tristeza.
Muy pronto me confirió consuelo. Baba fue a ver a los devotos de Madras y
Venkatagiri por algunos días. En Puttaparti esperábamos que estuviera de regreso para el fin
de semana; sin embargo Su coche recorrió un camino recientemente asfaltado y,
sorpresivamente, llegó el jueves mismo. Me mandó llamar. Mi corazón se puso a latir
locamente. ¿Qué me esperaría? ¿Habría hecho algo reprobable? ¿Habría hablado mal de
otro o tal vez, pensado mal? Mi madre, que se dio cuenta de que había sido llamado a la
Presencia, comenzó a rezar para que se me perdonara cualquier equivocación con la que
hubiera tropezado. Me presenté ante El. Sonrió ante las condiciones en que llegaba, me
miró de pies a cabeza y dijo: "En Madras y Venkatagiri la gente quiere `alguna literatura
sobre Swami', y tú sentado tan tranquilo aquí".
Once años después de ese primer encuentro en Bangalore, Baba había decidido que
había llegado el momento; el mundo había desarrollado apetito y se le podía servir un libro
a los hambrientos. Estando casi listo el texto escrito a máquina, luché por largo tiempo para
encontrar un título digno del Avatar. Baba había hecho poner SSS en el parapeto del primer
piso del Nilayam. A menudo se refería a Sí mismo como SSS en declaraciones como "A
menos que yo diga SSS, ¿cómo podría llegar a cumplirse?" o "Sai ki Sarvamoo si si si"
(Para Sai siempre es SSS). Por eso. decidí que la "Vida" debía tener un título de tres
palabras, cada una de las cuales comenzara con S. También debía estar perfumado con
vibraciones divinas y comunicar la Gloria de Dios, cuya lila presumía narrar el libro. Vagué
por los pastizales védicos, upanishádicos y épicos, pero no encontré ninguna frase mejor
que "Sathyam Jnanam Anantham" para expresar a Dios o a Brahman. Las SSS se
encontraban en Sr¡ Sathya Sai, Sathyam debía estar en el título, mas, ¿cuáles habrían de ser
las otras dos S? "Subham, Santham, Sundaram, Sivam, Santhosham, Sukham? Le expuse a
muchos mi problema. Finalmente, una noche mientras esperaba un tren en la plataforma en
el lejano Davangere, decidí que Sathyam Shiuam Sundarám, sonaba apropiado y auténtico.
Baba lo bendijo en el mismo instante en que le consulté en el Nandanavanam en
Whitefield. Se dirigió a la habitación de atrás y volvió con un álbum de fotografías. Me
mostró tres fotos Suyas mientras estaba :,entado en una misma silla en el Nandanavanam,
una después de la otra, tomadas por Matthews (Saidas, ahora), diciendo: "Puedes poner las
tres juntas en la cubierta, una al lado de la otra. ¡Mira! Esta es un Sathyam algo serio. Aquí

142
me encuentras con un esbozo de sonrisa como Shivam. Y esta es una franca sonrisa,
Sundaram. Sathyam, Shivam, Sundaram, está bien", me dijo con una palmadita en el
hombro.
"Sathyam Shiuam Sundaram posee un toque claramente upanishádico, aunque su
fuente no resulta fácilmente rastreable", dijo K. Guru Dutt, cuando supo del título. Las
palabras significan "Verdad, Bondad y Belleza" y, puesto que Baba es la síntesis más
armoniosa de las tres, ha logrado que tanto lectores como devotos reconozcan felices lo
apropiado del título. Dos años después de ser publicada la biografía, el día de
Mahasivarathri, Baba nos bendijo a mí y a Brahmasri Doopaati Thirumalachar (cuya
traducción del libro al telugu le fue presentada a Baba ese día). Nos colocó sobre los
hombros chales con bordes de brocato. Le dijo a la inmensa asamblea de devotos, ese día:
"¡Algunos de ustedes deben haberse preguntado por qué me gustó la publicación de este
libro sobre mi Vida! ¡Bien! Respondí a los ruegos de los devotos y les permití escribirlo.
"Ramayathi ithi Rama" (aquel que complace es Rama). La alegría del devoto le da alegría al
Señor, la alegría del Señor es la recompensa para el devoto".
"El título que se le diera al libro está lleno de significados", dijo Baba. "¡Habla de
Mí como inmanente en cada uno de ustedes! Recuerden que Sathyam es la realidad básica
de cada uno. Esa es la razón por la que resienten ser llamados `mentirosos'. El `yo' real de
ustedes es inocente de falsedad. El `yo' real no aceptará la imputación. El `yo' real de
ustedes es Bondad, Alegría, Felicidad, Auspiciosidad: Shivam. No es Savam (una cosa
muerta despreciable). Es Subham, Nithyam, Anandam. ¿Cómo pueden tolerar que se les
tilde de `malos' en lugar de ser aclamados como `buenos'? El `yo' real de ustedes es
Sundaram, Belleza. Resienten cuando se les trata de feos. Ustedes, cada uno, son el Atma y
resienten cuando las deformidades y defectos del vehículo físico les son atribuidas."
De modo que había sido Baba el que me había llevado a la decisión que me había
atrevido a afirmar corno mía. El Dr. S. Bhagavantham llamó mi atención hace algunos años,
hacia un libro en telugu de traducciones de las charlas sobre Bhakti Yoga de Swami
Vivekananda, dictadas en América. Busqué la charla original en inglés y, ¡sorpresa!,
Vivekananda estaba hablando sobre el arribo del Avatar del "Señor de la Verdad" (Sathya
Sai). El Swami había anunciado que "El" revelaría las cosas más maravillosas concernientes
a la Verdad, la Bondad y la Belleza... De modo que sentí que el título me había sido
transmitido por Gurú Maharaj a través de Vivekananda.
Hace unos pocos meses, otro hecho me llamó la atención, el que desinfló mis
últimos vestigios de ego y me aseguró más allá de cualquier duda que, cuando decidí la
combinación de SSS, había sido El quien me revelara el título de la biografía. Cuando mi
mirada cayera, recientemente, sobre el comienzo del Rama Charitha Manasa de Goswami
Tulsi Das (Githa Press, Gorakhpur), ¡vi las mismas tres palabras encabezando la página
siguiente: ¡Sathyam Shiuam Sundaram! El "Nivedam" dejaba muy en claro por qué se
encontraban allí esas palabras. A1 parecer, surgió una controversia entre los pandits de
Benares acerca de la reverencia que se le debía a una versión del sagrado Ramayana en el
habla local. Decidieron, por último, colocar el manuscrito en el santuario interior del
famoso Templo de Shiva, frente al Visweswara Lingam, con la plegaria de que El, el primer
devoto del "Principio de Rama", en Su infinita Sabiduría, evaluara la obra y escribiera sobre
ella Su veredicto de aceptabilidad. La puerta del santuario fue cerrada con llave y los
pandits se retiraron, esperando que el escrito fuera condenado como el espurio y sacrílego
trabajo de un plebeyo. Cuando despuntó la mañana, fue sacado del altar el atado de hojas de
palma y, para asombro de todos, encontraron las palabras Sathyam Shiuam Sundaram

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escritas de Su mano (apne Haath se, como dice el Nivedam), con un Lingam díbujado bajo
ellas, como Firma Divina. ¡Qué milagrosa coincidencia esta! El que mi búsqueda de tres
palabras que comenzaran con S, me hubiera conducido hasta el laudatorio título con que el
Señor Shiva había aceptado la inmortal biografía de otro Avatar de Dios, me deja
estupefacto ante la magnitud de la Bendición Divina.
El título del libro fue aceptado por Baba como un Nombre con el que también El
puede ser reconocido. Cuando se levantó para hablarle a una vasta multitud parada bajo la
lluvia, bajo una tienda de paraguas, en la cumbre y laderas de un cerro llamado Sri Sailam
(por Rabindranath Tagore, durante su estadía allí), en Kerala, después de colocar la primera
piedra para un Sathya Sai Vidyapeeth que se levantaría en esa eminencia, Baba quiso
revelarle el misterio a los miles que anhelaban un atisbo. Por ello, emergió un verso en
sánscrito, como un destello de luz ahorquillado:

Sarva naama dharam, Saantham Sarva roopa dharam, Shivam Satchidaananda


roopam advaitam Sathyam Shivam Sundaram.

Yo asumo todos los Nombres, la Paz Yo asumo todas las Formas, el Bien
Yo, Ser, Conciencia, Bienaventuranza, el Unico; Verdad, Bondad, Belleza.

En el libro expliqué las "tres palabras", sondeando en sus implicancias, con la


ayuda de ocasionales atisbos proporcionados por Baba. El como el Sustrato, la Sustancia, lo
Separado y la Suma, el Sath, el Ser, el Sathyam. El es la Concientización, la Actividad, la
Conciencia, el Sentimiento, la Volición y el Hacer: el Chith, el Shivam. El es la Luz, el
Esplendor, la Armonía, la Dicha, la Melodía: el Ananda, el Sundaram.
El libro llegó a las manos de los devotos como también a las de aquellos cuya
curiosidad y asombro habían sido despertados por lo que habían oído decir y, por otra parte
¡también de los que temían que estuviera apareciendo un nuevo culto! Admití que "los
devotos de Baba podían desechar este infundio como superfluo", puesto que Baba (que para
entonces tenía treinta y cuatro años) ya había atraído a miles hasta Sus Pies. "Podían
culparme por una narrativa más bien fría, lo que es algo inevitable cuando se describe a
Baba por escrito". Escribí: "Los que no tienen conciencia del poder de Baba, por su parte,
me descartan como a un chiflado o algo peor. Siento una muy gran simpatía por ellos,
porque yo también puse reparos, dudé y no creí, con todo el sarcasmo y la sátira que puede
encontrarse en las novelas, historias humorísticas, dramas y ensayos (en inglés y kannada)
que había escrito y publicado entre 1923 y 1948. También yo, con mi estúpido orgullo, no
había hecho esfuerzo alguno por encontrarle". Y rogué: "Invito, ahora, a cada uno a venir a
compartir conmigo Su Gracia y Misericordia, y a ser testigo, como yo, del Poder Divino que
El personifica".
A pesar del hecho de que el Amoroso Dios es dueño de una Gracia infinita, muchos
grupos posesivos asumen una sola manifestación de ese Poder inagotable como lo
conclusivo y principal y cierran los ojos a la misma Luz que entra por otro ventanal. Fueron
tantos los anteriores compañeros peregrinos de la Hermandad Ramakrishna que me vieron
como un desertor, aunque había sido la Hermandad misma la que me había entregado al
dulce cuidado de la Madre Sai. Uno de los más famosos monjes de la Orden, a quien yo
había amado y admirado desde el día en que se había iniciado, se encontraba en la ciudad de
Salem cuando yo había viajado allá para asistir a una reunión de devotos de Sai. Aproveché
la oportunidad y le fui a visitar al Ashram, pero me mandó decir que no podía verme,

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porque estaba ocupado. Me fui, sintiendo el peso de la tristeza, porque estaba seguro de que
Gurú Maharaj habría viajado hasta Calcuta si hubiera sabido que el Sai Baba de Shirdi o
Sathya Sai Baba estaban en la ciudad. El visitaba a Trílinga Swamy, Iswar Chandra
Vidyasagar, Keshab Chander Sen y a líderes de muchos grupos espirituales. Me sentía
apenado de descubrir que algunos de los hijos de Sri Ramakrishna se habían debilitado tanto
en su fe que se asustaban cuando el Maestro vestía otro ropaje.
El Sr. John Moffit Jr., quien colaboraba con Swami Nikhilananda en Nueva York,
mientras preparaba la traducción al inglés del Evangelio de Sri Ramakrishna, me escribió
después de una larga entrevista con Baba, que había vivenciado una hora con Srí
Ramakrishna mismo: "la misma profundidad y naturaleza juguetona, el mismo amor y risa,
la misma dulzura y serenidad". Debo consignar que mi querido amigo Swami
Siddheswarananda me felicitó por haber logrado a Baba como Maestro. Una dama
argentina, Mamita, permaneció por muchos años en Bangalore, como vecina y "madre" de
los monjes de la Orden de Ramakrishna. Recibió la Gracia de Baba, porque ella también
estaba pronta a servir a los perdidos y a los luchadores. Mamita, aunque ya había pasado los
sesenta y cinco años, nunca perdía una oportunidad de visitar Puttaparti y pasaba días allí,
contemplando las enunciaciones upanishádicas de Baba y sumándose a los devotos para
servir y limpiar. Le encantaba lavar, secar y planchar ropa. Cuando regresó a su hogar en la
Argentina, se llevó con ella al joven hijo de su anfitrión en Bangalore. Pasó por París y se
alojó en el Centro Ramakrishna, con Gopal Maharaj. Describió a Baba como la Esperanza
de la Era. Confirmó la veracidad de mis cartas a Maharaj. Yo le había dicho que Baba era
un Fenómeno Divino que nunca puede ser explicado, pero que puede ser experimentado
siempre. Mamita escribió desde su hogar allende los mares, que Baba le había conferido la
Visión de su muy amado Sri Krishna y que estaba muy feliz y tranquila. Años más tarde,
cuando mi hijo visitó a Gopal Maharaj en París, camino al Canadá, escuchó, en la sala de
estar de Swamiji, una grabadora tocando los bhajans cantados en Prashanti Nilayam. Por
ende, ambos estábamos nuevamente bajo el mismo paraguas.
Mi corazón estaba lleno de alabanzas hacia Sri Ramakrishna Paramahamsa, por
haberme conducido hacia Sathya Sai. Mientras más tiempo pasaba observando a Baba y
escuchándole, mientras más me movía en la alegre compañía de Sus devotos, más feliz me
sentía. Mis antiguos colegas y amigos deploraban que hubiese desertado del idioma que
había adorado, que estuviera yermo el campo del humor que yo había cultivado por años.
Mas, carecían del conocimiento acerca del lenguaje en que se solaza el corazón, y de la paz
y la tolerancia que uno puede desarrollar a través del entendimiento compasivo de las
aspiraciones y agonías de la raza humana.
Después de ocho años más en la presencia de Baba, cuando se había escrito y
publicado la segunda parte de Sathyam Shiuam Sundaram, les invité del modo siguiente:
"Vengan, denme su mano. Caminaremos página tras página, compartiendo la maravilla y la
sabiduría, el asombro y el misterio, la verdad y el testimonio, la gloria, la grandeza y la
abundancia de la Paz". Cuando llegué a mi septuagésimo quinto año, terminé la tercera
parte. de la biografía. En la introducción cité una declaración hecha por Baba: "No soy ni
hombre ni Dios, ni ángel, ni espíritu. No he de ser designado como perteneciente a ninguna
de las cuatro castas ni como transitando por ninguna de las cuatro etapas de la vida.
Conózcanme como el Maestro de la Verdad, como Sathyam, Shivam, Sundaram". También
traté de expresar con palabras aquello que se me iba haciendo más claro con el paso de los
años: que estas tres cosas no eran sino facetas del Amor que El es, "el Amor como

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pensamiento es Verdad, Sathyam; el Amor como acción es Bondad, Shivam; el Amor como
sentimiento es Belleza, Sundaram".
La cuarta parte del libro fue escrita y publicada diez años más tarde. Tuve que
confesar en las páginas introductorias que "Ha sido casi imposible seguir con igual paso a la
multiplicidad siempre en expansión de la manifestación de Divinidad que es Sai. El Amor
Todopoderoso nos abruma y nos deja en un bienaventurado silencio; el Omnipresente Poder
nos vuelve conscientes de nuestras insuficiencias. Sin embargo, lo divino en nosotros, nos
atrae hacia El, así como El nos busca, tanto a los descarriados como a los constantes, para
incluirnos bajo Su amable custodia".

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EL AMOR EN MARCHA

Un profesor de la Universidad de Arizona caracterizó a Baba como "Amor


caminando sobre dos piernas". Caminando o sentado, hablando o en silencio, Baba es Amor
todo el tiempo para todos, en todo lugar. Su Amor es tan penetrante que observa y corrige el
más leve lapso gramatical en nuestro lenguaje, la recurrencia de algún ínfimo manierismo
en nuestros gestos o la más tenue intervención de orgullo en nuestra conducta. Una hora en
Su presencia vale por muchas lecciones de buenas maneras, trato social y disciplina
espiritual. Mi telugu continúa el proceso de pulimiento en Su mano. Y también mi inglés
está sometido a Su vigilante enmienda y examen. El ha notado que, a menudo, no respondo
de inmediato con un gesto similar cuando alguien me saluda con un "namasthe" y las
palmas unidas. Me advierte en contra de la tendencia a desarrollar monólogos cada vez que
encuentro a una persona dispuesta a escuchar. Me aconseja sentarme derecho, sin
encorvarme ni repantigarme. Observa las ropas e insiste en que, tanto el dhoti como la
camisa, deben estar igual y uniformemente inmaculados. Todavía (1985) no ha expresado
satisfacción por mi estilo de llevar el dhoti, porque incluso el que El me regala, el dhoti de
Calcuta de diez codos de largo y cincuenta y cuatro pulgadas de ancho, está más allá de mi
talento vestimentario. Baba cita textos de las Escrituras para instruirme sobre el ritual del
vestir un dhoti. Los textos dicen que los brahmines (y sucede que yo lo soy) debieran usar el
dhoti de manera que no queden a la vista los músculos de las pantorrillas. Mis pantorrillas
tienen músculos irracionalmente marcados y salientes. En mi desesperación, a menudo he
albergado planes para esconderlos en un par de pantalones, mas los sastres no han
sancionado una tal impertinencia de sastrería. Y Baba no alienta a cambiar de vestimenta
cuando se está en el medio de la corriente. "Cuando un hombre ha proyectado una imagen
de sí mismo como una expresión genuina de la cultura que ama y en la que vive, no debiera
mancharla ni teñirla cuando un capricho pasajero atrae su imaginación." Este es Su consejo.
Hablando de hábitos, debo confesar que había desarrollado un patético apego a la
imprecación de "idiota" desde mis días de escuela, cuando N.R. Subba Iyer, el profesor a
quien adoraba, se solazaba usándolo en contra de cualquier Ram, Rahim o Richard. Busqué
imitarlo a él y la palabra se convirtió en una expresión inevitable para expresar todos los
niveles de desagrado. Muchos lo tomaron equivocadamente por un signo de complejo de
superioridad y se sentían heridos, naturalmente, cuando me refería así a sus amigos, aunque
no era en absoluto un insulto cuando mi lengua lo dejaba escapar. Baba exorcizó este mal
de mi vocabulario al castigarme un día con bastante dureza. "No hieras la autoestima de
nadie, ya sea intencionalmente o sin intención", advirtió. Por Su Gracia, esta palabra
desapareció de mi vocabulario. Baba no sólo ama, se preocupa.
Según Baba, el Sadhana (disciplina espiritual) es un proceso de todo el día y de
toda la vida. Es así que el ritmo de uno no ha de ser ni muy rápido ni muy lento; la
respiración ha de ser llevada rigurosamente por el ritmo del Soham; la atención ha de estar
completamente centrada en la tarea del momento, sin remordimientos por el pasado ni
ansiedad por el futuro. Hay que poner cuidado en que nadie resulte herido, insultado o
denigrado por nuestras expresiones. El contento y la alegría deben saturar cada
pensamiento, palabra y obra.

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Una vez, estando en una ciudad provinciana con Swami, un joven le pidió al
anfitrión un vaso de yogurt una hora antes del almuerzo. Le fue traído, aunque quince
minutos después. Hacía mucho calor, pero la sed fue calmada. Baba entró casualmente.
Encontró el vaso vacío en el alfeizar de la ventana. Descubriendo que uno de nosotros lo
había solicitado e incomodado al anfitrión para que se lo procurara, Baba se puso "bastante
furioso". Quería que nos sintiéramos satisfechos con lo que hubiera, que mantuviéramos
bajo control nuestras necesidades, que fuéramos deferentes con las dificultades que les
imponemos a otros y que practicáramos, a toda costa, el dominio sobre nosotros mismos.
Habló también sobre los modales en la mesa y la necesidad de resistirse a pedir una segunda
ración. El incidente puede parecer como demasiado trivial, pero Baba hizo uso de él para
inculcarnos la disciplina de domar nuestros sentidos.
Cuando Baba nos otorga la gracia de unirnos al grupo que va con El cuando visita
algún lugar o se aloja con un anfitrión, nos está dando una lección de práctica espiritual,
porque hemos de ser humildes, silenciosos, satisfechos y rectos. Teníamos que estar todo el
tiempo en alerta. Baba solía decidir, a último momento, visitar una escuela, encontrar a un
grupo de devotos o dar darshan durante la sesión de bhajans en la arena, en el lecho de un
río o en una playa junto al mar. Teníamos que seguirle por el paso que le abría la multitud y
encontrar asiento para nosotros en el estrado, ya sea a los lados o detrás de la silla que se
colocaba para El. Debíamos estar atentos a cualquier signo que diera desde el ángulo del
ojo, en especial durante los bhajans que entona para coronar Su discurso, ordenándonos
retirarnos con tiempo y tomar posiciones en los vehículos, para que, tan pronto como El
entre en el Suyo, se pueda partir de inmediato antes de que las muchedumbres lo rodeen.
Frecuentemente le resulta muy difícil escurrirse graciosamente entre los ríos de devotos. Es
por ello que cuando una asamblea masiva está al borde del descontrol, Baba ya ha arreglado
para que un proletario automóvil lo espere junto a una puerta lateral, en tanto que el coche
vistoso que lo trajera al lugar, permanece estacionado en la entrada.
Las mismas tácticas han de ser adoptadas cuando Baba viaja a la cabeza de una
larga fila de coches por las carreteras del país. Baba se sienta en el primero de los coches, el
que es generalmente ignorado. Cuando Baba debe llegar a un lugar, nunca deja esperar por
horas a los miles que se han reunido allí. Por ello sigue adelante con rapidez entre las
multitudes que han venido a recibir el darshan y, si la suerte las favorece, sparsan y hasta
sambhashan. En segundo lugar va el automóvil que usa generalmente y cuya placa de
registro es vastamente conocida. Los devotos miran dentro del auto cuyo número conocen y
se vuelven, culpándose por no haber llegado más temprano a la aldea, al comienzo del
discurso. Cuando Baba percibe que los grupos en la carretera son disciplinados, además de
ser devotos, hace que se reduzca la velocidad e incluso se detiene para satisfacer el anhelo
de los que aguardan Su paso. A menudo se para en la pisadera para bendecir con Su darshan
a los grupos más numerosos; en raras ocasiones, si tiene tiempo suficiente, camina entre las
filas de fervientes hombres y mujeres y derrama Su refrescante sonrisa sobre la multitud.
Esta es la historia de las giras del Avatar, ya sea que el camino vaya de Kanyakumari a
Madura¡, de Chandigarh a Simla, de Jammu a Srinagar, de Vijayawada a Rajahmundry o de
Coimbatore a Trivandrum, hombres, mujeres y niños, de todos los credos y castas, son
atraídos por este Imán Cósmico desde chozas y palacios, campos y fábricas, escuelas y
oficinas, por cientos y por miles, para lograr un atisbo de aquel rostro que les libera de los
grilletes que se han forjado por temor a la libertad que constituye su derecho.
El estar en el mismo coche con Bhagavan cuando sale de viaje, por largo o corto
que sea, representa el ser bendecido con una continua cascada de contento. A Baba no le

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agrada viajar solo o únicamente con uno o dos acompañantes. Cuando sube al auto en
Prashanti Nilayam, agitando las manos hacia los devotos que luchan por tragarse los
sollozos, habrá solamente una o dos personas con El en el vehículo. Los devotos
extremadamente sensibles, aunque limitadamente entendedores, se entristecerían si vieran el
coche lleno hasta los bordes y Baba apretado en el medio. De modo que está sentado solo en
el asiento trasero cuando el coche sale del Nilayam y los pasajeros a los que Baba ha
elegido como el grupo de hombres que lo acompañen, habrán salido antes y lo esperarán en
el camino para subir al automóvil y ocupar los asientos vacíos. Las mismas tácticas se
utilizan para los regresos al Nilayam: la multitud que se agolpa frente a él para recibir a
Baba, sólo ven a El bajar del coche, los otros se habrán bajado ya en el camino, tan pronto
esté visible el Mandir.
Baba no permite que la oportunidad de la cercanía con El en el coche sea utilizada
para obtener respuestas a problemas personales. Estimula a cada cual para que pregunte
acerca de la disciplina espiritual y que exponga ante el grupo los impedimentos que se
encuentran para ella. En una ocasión se analizó, bajo Su supervisión, la doctrina del karma,
¡mientras se recorría una distancia de más de veinte millas! "No se trata de una ley férrea",
dijo, "porque si lo fuera, ¿por qué habría de intervenir la Gracia? La Gracia puede suavizar
su rigor y enriquecer su cosecha de alegría. A menudo el Jñana puede debilitar el golpe.
Aunque uno no puede retornar la bala al revólver, puede renunciar a disparar y escaparle al
desastre", dijo, "y arrepentirse para que la mente quede limpia de odio", agregó. Otro día, le
pidió a todos que hablaran sobre el Bhakti y lo que El significaba con ello. Cuando todos
habíamos hablado, El aclaró el tema. "Cuando se han liberado del Vibhakthi, se manifiesta
el Bhakti". "Vibhakthi significa separación, división, partición, diversidad. Bhakti significa
el amor a Dios. No pueden amar a Dios sin amar tanto a lo viviente como a lo no viviente",
explicó Baba. Algunos de nosotros inquirimos: "¡Swami! En el Gita se dice que si una
persona no tiene otro pensamiento que el pensamiento de Dios, El la alimentará y la guiará
para siempre. ¿Significa esto que el hombre ha de pensar únicamente en Dios y en nada
más?" Baba explicó: "Krishna no insistió en que el hombre pensara en El y en nadie más.
Lo que quiso decir fue que `deben renunciar a pensar en «los otros»'; no hay Anya, no hay
otro, nadie diferente. Todos son uno. Cuando han descartado todo pensamiento de `los
otros', el Dios amante los ama como Suyos", dijo.
O, cuando percibe que la profundidad de la confrontación de cada cual con su
espacio interno es muy superficial para la exploración, Baba puede que pida que se canten
bhajans por turnos. Nadie puede escabullirse de la tarea. Si una persona es demasiado
nervios¿ como para aventurarse a cantar, puede reemplazarlo por la re itación de un himno
védico en el estilo del siglo XV a.C. El Coronel Joga Rao y Gogineni Venkateswara Rao
elegían versos del famoso clásico en telugu: el Bhagauatha de Pothana. Es raro que Baba se
excuse El mismo cuando todos los demás han respondido. De hecho, nos sumamos
entusiastamente a Su proposición, puesto que sabemos que nos va a recompensar con un
banquete de dicha, el que puede durar hasta que nos aproximemos a las afueras de nuestro
destino.
Me asustaba la idea de tener que escuchar mis graznidos. Pero Baba estaba
dispuesto a sufrirlos. No estaba de ánimo para aceptar excepciones. La primera ocasión en
que tuve que enfrentar la prueba, llené con valentía mis pulmones, aclaré la garganta de las
telas de araña que guardaba y canturreé la copla semisagrada que le había oído cantar a un
payaso, en un auto moral, cuando era un chico de diez años. Aunque fue recibida con risas
reprimidas por mis compañeros en el auto y una palmadita de aprobación en mi hombro por

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parte del Maestro, resolví en ese mismo instante equiparme con algún canto de bhajan de
cuatro versos sobre Rama, para las próximas oportunidades en que se me presionara para
cantar. No obstante, pese a contar con estas inocentes municiones, tuve que repetir muchas
veces la coplita del payaso, porque a Baba le encantaba su extravagancia y patetismo.
Durante las horas en que estábamos de viaje, Baba llamaba invariablemente nuestra
atención hacia los montes que iban cambiando de color, desde el azul al marrón y del
marrón al negro profundo, las nubes con guardas plateadas o doradas, la luna como eje de
una rueda de aura argentada, las estrellas brillando bajo una cúpula aterciopelada, las ovejas
que huían asustadas por el sonido de las bocinas, los niños que corrían felices de la escuela
a sus hogares. Nos advierte en cuanto a imaginarnos siempre al pintor, cuando observamos
la hermosa galería de arte de la Naturaleza. Con suerte, puede que recuerde Sus días de
niñez y nos relate ala banda juvenil que somos historias de Su tropa de chicuelos,
conspirando para enseñarle a los mayores de la aldea los ideales de la vida simple, del
servicio a los enfermos, de la solidaridad, de los salarios justos, etc., a través de los versos y
melodías que El componía con ese propósito, o del grupo de bhajan que lideraba y que
alejara al cólera de muchas aldeas sumidas en el pánico, o de la tropa de scouts de la que El
era el jefe, que recolectaba "favores" por docenas durante cada hora en los Festivales y las
Ferias alrededor de Uravakonda. Cada vez solía emerger un nuevo conjunto de historias
para mantenernos cautivados.
También, Baba podía bendecirnos con una lección de sereno silencio. Esto sucede
más frecuentemente cuando estamos en un avión. Cuando El está callado, nuestras mentes
detienen su galopar. El corazón se calienta con un Amor apacible y gratuito. Los sentidos
son cautivados por la melodía, el encanto, el sabor y la fragancia, la suavidad y la dulzura
que lo inundan todo, por doquier. La respiración regula por sí sola su ritmo. Los
pensamientos se enlazan en figuras de paz. El marco físico se estremece de manera
inexplicable. El vehículo ronronea alegremente. Cuando Baba decide reanudar el contacto,
nos vemos automáticamente despertados hacia los ámbitos de la filosofía.
Baba obtiene el sustento que requiere Su físico al calmar nuestro hambre y nuestra
sed. Cuando quiere un viaje por carretera, carga el coche con cestas cargadas con desayuno,
almuerzo o cena, además de una gran cantidad de bocadillos y frutas. Examina el paisaje en
busca de un claro protegido y rodeado por flores, lo que encuentra muy pronto. Se
extienden cobertores en el suelo; se traen jarros con agua; se abren las cestas; se vacían los
canastos; se distribuyen platos y vasos. La Madre Sai se sienta en el medio. Con
exclamaciones de satisfacción, va colocando porciones de cada preparado sobre los platos
que sostenemos ante El, nosotros, los hijos. Los devotos no se atreven a decir "bastante" o
"no" de acuerdo a su eficiencia digestiva, sus alarmas alérgicas, sus prejuicios dietéticos,
etc. Es así que Baba decide la medida y el menú para cada uno. El es quien prohíbe,
persuade y recomienda. "Tú tienes una traza de diabetes", "Tú has pasado los ochenta",
"Este encurtido es popular en tu Estado", va comentando mientras llena los platos.
Un día, viendo que había tres idlis en mi plato, sacó uno diciendo que hasta dos era
mucho para mí. Yo tenía un apetito absurdamente exagerado por los "idli", mas Su
advertencia me atemorizó hacia una obediencia instantánea. Baba me explicó más tarde que
el componente de leguminosas del idli puede fomentar la aparición de artritis en los cuerpos
de edad. Me ayudó a entender que, puesto que cada ser viviente desempeña un papel en Su
Drama Cósmico, El quiere verlos tan aptos y fuertes como este rol lo exija. Bhagavan
también comparte el desayuno o el almuerzo con nosotros: le gusta observarnos disfrutando
de la comida que El da. Incluso dentro del automóvil, va sacando una por una apetitosas

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manzanas de una bolsa que mantiene cerca Suyo y, partiéndolas con cuidado, nos tienta a
comer cuanto queramos. En una oportunidad, yendo en coche de Bombay a Bangalore,
escuchó algunos cantos entonados por Dikshit y, al terminar, distribuyó tajadas de manzana
entre nosotros. Yo no podía masticar y tragar la piel, porque mi dentadura artificial no es
para tareas pesadas. No me atrevía a escupir los restos por la ventanilla, por temor a que mi
dentadura los siguiera. Swami percibió mi embarazo; ¡la próxima tajada que me pasó estaba
pelada!
Baba recompensa la disciplina con el darshan. Pero, hay que admitir que cuando
Dios llama, es prácticamente imposible para un corazón sediento esperar en largas filas o
sentarse pacientemente en la arena, esperando lo mejor. He admirado a los agentes de
policía de servicio en Kakinada, manteniendo a la multitud bajo control, aunque se
derrumban para poner sus cabezas sobre los Pies de Loto, tan pronto como El pasa. Hasta el
más recio policía comienza a cantar bhajans cuando es enviado a dirigir el tránsito frente a
un bhajan Mandir en donde se espera que Bhagavan esté presente.
Cuando Baba visita un lugar, puede que no le dé a Sus anfitriones más que un
mínimo de adelanto en Su aviso, puesto que, de lo contrario, la buena nueva atraería a
parientes y amigos hacia cada casa para quedarse por un tiempo indefinido; los hoteles se
llenarían y en las ciudades pequeñas el alimento, e incluso el agua, escasearían. Baba
tampoco se puede quedar por un tiempo muy largo en un lugar. Las multitudes van
aumentando día a día, porque los que llegan no se van hasta que no lo haga El. Por este
motivo sale todos los días de Su "centro de operaciones", en diferentes direcciones, dando
darshan en aldeas y poblados por el camino y regresando a la base de noche. De este modo
se le va inculcando a la población el quedarse allí donde vive y no salir a inundar el punto
sagrado en el que se aloja: el Arbol que cumple los Deseos se mueve a todas partes para
derramar Su Gracia sobre todos. "Esta montaña de azúcar no viajará para ir a alimentar a las
hormigas; las hormigas mismas pueden venir aquí", dijo Baba hace algunos años, cuando
los devotos competían entre sí, rogando que El fuera a visitar sus ciudades. Sin embargo, la
compasión por las minúsculas hormigas disolvió esa resolución, si es que fue alguna vez
tomada en serio.
De vez en cuando, al viajar en automóvil, pone a una persona en contra de la otra y
disfruta de la argumentación y contraargumentación, de la tesis y la antítesis, de la agudeza
y la réplica, con las que cada cual busca dar por tierra con la otra. Suele observar la
contienda con un regocijo apenas contenido. Mas, cuando la esgrima verbal se acerca a un
conflicto real, Baba diluye la crisis con una resonante síntesis. Baba solía exacerbar a los
contendientes dando Su apoyo al uno o al otro, para emitir, finalmente, un juicio con el que
los exoneraba a ambos.
Recuerdo un viaje a los Nilgiris desde Bangalore. Había un especialista en
silvicultura con Baba, en el coche. Fui astutamente llevado a entablar una discusión con él y
toqué el tema de los árboles de sándalo. Cuando era productor de programas de radio, tuve
que corregir un guión sobre esos árboles. El autor, un experto en la materia, había declarado
que el árbol había de ser propagado como un parásito. Puesto que era yo quien tenía que
lanzar el guante, expuse la idea de que "El sándalo comienza su vida como parásito" y le
desafié a refutarla. Este hecho, por supuesto, constituía para él una novedad y comenzó a
argüir alta y sonoramente, tratando de vencerme. Sugerí que el asunto fuera referido a un
tribunal independiente, el Profesor de Botánica de la Universidad de Madras, que se había
especializado en la enfermedad de espigas que afecta a este árbol. "¿Cuánto apuesta?", me
preguntó. Mencioné la suma de cien rupias.

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Baba nos miraba entrar en áreas prohibidas. Cuando el funcionario forestal
respondió: "Tendrá que pagarlas de una sola vez", intervino en favor de los buenos modales
y la gentileza y llamó nuestra atención hacia el cielo del poniente que se había puesto rojo.
Frecuentemente el tema del debate podía ser alguna historia mitológica, una parábola de las
Upanishads o algún aforismo de los textos vedanta. Todo dependía de los actores que
estuvieran en el automóvil. Lo que se deseaba era un agradable duelo que terminara en la
expresión de una apreciación cordial y un "Bangaroo" de Bhagavan.
En una oportunidad, Baba observó a una madre que caminaba con su bebé apoyado
en la cadera y un pesado canasto sobre su cabeza. El día siguiente era Deepavali, el Festival
de las Luces, cuando se impone la ropa nueva. Baba hizo detener el coche. En respuesta a
nuestras preguntas, la mujer nos dijo que había oído hablar de Sai Baba, que algunas de las
personas que conocía habían ido en peregrinación a Puttaparti y que también había hecho el
voto de hacer el viaje y tener el darshan de Baba. Baba bendijo a la madre y al hijo y le dio
dinero para ropas nuevas, diciendo: "Tu voto ha sido cumplido, Yo soy Sai Baba". Ella cayó
a los Pies de Baba, inclinándose una y otra vez, y luego se quedó mirando el coche que se
alejaba, preguntándose si no habría sido todo un sueño.
Con kilómetros de anticipación, Baba sabe si hay una persona ciega o un mendigo
impedido pidiendo limosna a los autos que pasan. Minutos antes saca billetes de cinco o
diez rupias y pide que el coche se detenga justo ante la mano extendida. Sabiendo que un
ciego no puede conocer el valor del pedazo de papel que se le ha puesto en la mano, El pone
cuidado en decirle: " ¡Toma! Es un billete de cinco rupias. Sujétalo". Cada gesto Suyo es
una lección para los que le observan o son testigos de él.
Cuando se presenta el ánimo y el Amor rebalsa, puede que Baba "cree" caramelos
o galletas para los acompañantes en el auto. Una vez que Baba volvía a Puttaparti desde
Hyderabad, encontró que su anfitrión sólo había provisto cajas de cosas saladas para que El
las distribuyera durante el largo trayecto. Hizo detener el coche junto a un montón de grava
para carreteras. Me pidió que recogiera una roca y se la trajera. Elegí un trozo grande, ¡pero
El lo lanzó lejos! Quería uno mayor y plano. Se le puso uno así en Sus manos. Me lo
devolvió al momento. Pero se había convertido en una barra de caramelo del mismo
tamaño, forma y peso. "El otro habría sido demasiado duro para ser partido en pedacitos",
dijo, mientras me ordenaba darle un trozo a cada uno.
El viaje en auto desde Trichinopoly a Palamaner me dio una memorable
oportunidad para darme cuenta de otra faceta de Su Amor. Debíamos llegar a Bangalore,
pero en lugar de tomar el camino más corto y mejor, vía Salem, Baba decidió que se tomara
vía Palamaner. El propósito era el de evitar cerca de una docena de "recepciones" en la ruta,
que habían organizado individuos demasiado fanáticos y sin permiso. A medio camino,
tuvimos que parar cerca de una hora, ¡debido a una rueda que se había salido
misteriosamente! El Forest Rest House, en Palamaner, fue tomado por sorpresa cuando el
coche de Baba llegó como a las diez de la noche. Baba mandó a uno de nosotros a conseguir
la comida en un hotel y, afortunadamente, volvio con bastante, pese a que hacía mucho que
había pasado la hora del cierre. En el parador no había nada de camas, catres, frazadas, etc.,
para que pudiéramos descansar y el aire nocturno era heladísimo. Baba compartió con
nosotros lo no obtenible. Pudimos persuadirle para que se pusiera un chal que un ingeniero
devoto había traído desde Trichinopoly. En medio del silencio, el sueño nos venció. Cuando
desperté de madrugada, tendido sobre mi estera, me encontré con que el chal me mantenía
abrigado de pies a cabeza. Baba, la Madre, había llegado en puntillas mientras dormía, y lo

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había extendido suavemente sobre mí. Baba me encontró bañado en lágrimas. ¡De qué otra
manera podía expresar mi suerte y mi gratitud por la lección que nos había enseñado!
Baba le permite a cada miembro del grupo que El elige para acompañarlo, el
beneficiarse con este proceso educativo. Cuando el viaje es largo, va enviando, con
intervalos de cuarenta o cincuenta minutos, a una o dos personas de Su coche a otro,
invitando al Suyo a las personas así desplazadas para que no se sientan marginadas. Es
compasivo hasta con la última persona de sus acompañantes. Anteriormente a uno de los
muchos viajes que hacía Baba entre Puttaparti y Brindavan (cerca de Whitefield), le dijo a
Samuel Sandweiss: "Tengo la intención de que viajes en mi coche, conmigo, parte del
trayecto". Sandweiss escribió después: "¡Qué emoción es la de experimentar tan de cerca,
durante el viaje, la personalidad de Baba! Me volví para mirarle y de pronto me sentí
invadido por la dicha, envuelto de tal manera en Su amor que se fundió toda la conciencia
de mí mismo".
Es posible que una de las razones por las que Baba lleva tantos pasajeros como
quepan en el vehículo sea para evitar accidentes de tránsito. Si El fuera el único ocupante,
todo automóvil que pasara notaría fácilmente Su presencia. La bata naranja y la corona de
cabello proclaman a gritos que Baba está en el coche. Muy a menudo, el coche que pasa
lleva a un devoto que hace tiempo está deseoso de tener, al menos, un darshan a la distancia.
De modo que se da vuelta, acelera desesperadamente, cruza hacia la izquierda de la calle,
salta de su vehículo y se para con las manos juntas para atraer la Gracia de Baba. En un
camino concurrido, esta persecución sin tomar precauciones y el desatinado
comportamiento, podrían derivar en calamitosos choques entre vehículos. Por ello, Baba
llena Su coche para minimizar las posibilidades de ser reconocido. Cuando percibe que
viene un autobús hacia el coche, le pide a las personas que van en el asiento delantero que
se junten más, para que se dificulte el que descubran Su presencia. Sandweiss escribe acerca
de una estratagema similar. "Baba le ordenó detenerse al conductor y nos invitó (a él y a su
hermano Donald) a bajarnos para dar una vuelta caminando. A los pocos minutos
andábamos como viejos amigos... Lejos, detrás de nosotros, vimos que se acercaban los
focos de un automóvil. `Rodéenme', dijo Baba. `Vamos a caminar así, para que nadie me
pueda ver, porque si es un autobús y me ven, se detendrá y se acabará nuestro `paseo"'.
Comenta Sandweiss: "Casi me había olvidado de Su inmensa estatura y popularidad. Luego
me recordé a mí mismo que, después de todo, me encontraba aquí con un Avatar... El no
hacía sino decir lo que era cierto".
En la India, en casi todas partes, la devoción se ha domesticado por medio de la
disciplina, el "sine qua non" del discípulo. Cuando Baba encuentra a la vera del camino
grupos humanos sentados en apretadas filas, hombres y mujeres por separado, dedicados a
cantar bhajans, hace detener el automóvil, camina solo por los pasillos que han dejado entre
ellos y los bendice. A veces, incluso, puede que les enseñe uno o dos bhajans. No obstante,
Baba es un rigorista en cuanto a la puntualidad. Jamás tolera interrupciones que interfieran
con los horarios establecidos. De modo que, cuando percibe la posibilidad de un tumulto o
de un asalto fanático por parte de adoradores indisciplinados, toma un desvío,
sorprendiendo a la gente sobre la nueva ruta con el inesperado darshan que confiere. Una
vez, estando de gira, Baba decidió repentinamente viajar en automóvil en lugar del avión,
porque previó que los devotos habían organizado una ostentosa recepción en el aeropuerto.
Cada vez que logro la oportunidad de viajar en el coche que va inmediatamente
detrás del Suyo, me regocijo. Cuando hay muchos vehículos en la "caravana", Bhagavan
establece el orden en el que deben seguirle e incluso la posición dentro del vehículo de cada

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uno de los miembros de la partida. Desde el punto de observación en el auto que sigue al de
Bhagavan, puedo ver el ramillete de rostros que se iluminan de deleite y se transforman en
ramos de flores en el instante en que ven la Divina Forma. Baba casi siempre agita la mano
hacia la gente que se alinea junto al pavimento, esperando el momento de gloria que van a
atesorar por años. He visto, en los serpenteantes caminos que suben dificultosamente por los
contrafuertes de los Himalayas, por las alturas de las Montañas Azules, por el complejo de
Anamalai y los cerros de Kodaikanal, a simples campesinos y a rudos tribeños, reunidos por
"quién sabe quién", caer postrados en el camino que sea, para que sus frentes puedan tomar
contacto con el suelo que han hecho sagrado las ruedas del coche que lleva al Avatar.
Baba ha anunciado que esta vez, el Avatar ha asumido el rol de Maestro de la
Verdad (Sathya bidhaka). Aunque el Avatar como Rama se produjo principalmente para
liberar al mundo de las hordas demoníacas, Baba ha revelado en Su "Rama Katha Rasa Va h
i n i ", que Rama se dedicaba regularmente a dictar discursos sobre moralidad y
espiritualidad para reuniones de ciudadanos. La historia de Krishna, tal como se relata en el
Bhagauatha Purana, contiene dos instancias en que se muestra Su papel como Maestro: una
con Arjuna como Su interrogador y, más tarde, con Uddhava. En tanto, Baba fue señalado
como Gurú desde que estaba aprendiendo a caminar y a hablar. El ha declarado que ha
venido en forma humana ahora, con el objeto de salvar a las hordas demoníacas (que le
rogaran por ser redimidas a Rama) que se encuentran encarnadas y habitan la Tierra en la
actualidad. El "modus operandi" para rescatarlas de la perdición es, como El lo ha dicho:
"darshan, sparsan y sambhashan" la percepción consciente de Su Presencia, el recibir el
impacto de Su Divinidad y el asimilar y practicar Sus Enseñanzas . Es por eso que Baba está
siempre en movimiento, en todos los países y en todos los sectores del género humano. Ha
venido, porque el mundo de hoy requiere de un Maestro armado de Amor y Poder Divinos,
para salvarlo de los horrendos desastres que están siendo forjados, debido a la limitación del
amor y al poder homicida.
En Trivandrum se alojó en una ocasión en casa de un Director retirado, suegro de
un devoto. Cuando el Dr. B. Ramakrishna Rao, Gobernador del Estado de Kerala, supo de
la gira de Baba, rogó que en Su próxima visita Baba se alojara en el Raj Bhavan mismo. El
Gobernador afirmaba que su éxito como abogado, su supervivencia durante la revuelta
contra la autocracia del Nizam de Hyderabad, su elección como Primer Ministro del
Hyderabad liberado y su designación como Gobernador de Kerala, se debía todo a la
consistente rica Gracia de Bhagavan.
Baba retornó pronto a Kerala y se alojó entonces en el palacio del Gobernador. A
Raja Reddy y a mí se nos permitió permanecer con El, aunque los demás del grupo fueron
huéspedes del Director. Había sido éste el que le había comunicado la noticia de la anterior
visita de Baba al Jefe de Estado. El Director fue invitado por el Dr. Ramakrishna Rao para
que supervisara los estudios de sus hijos y, por supuesto, no pudo guardarse para sí mismo
los eventos que habían transformado su hogar en cielo...
En una ocasión, Baba había aceptado hablar ante una reunión pública que sería
presidida por el Gobernador. Yo me convertí en el centro, no solamente de la atención, sino
de una real angustia en el Raj Bhavan desde el momento en que bajé del coche, porque de
algún modo, había perdido la voz en algún punto del trayecto desde Palghat. No podía sino
hacer muecas grotescas al tratar de comunicar mi impotencia a los simpatizantes y a los
médicos que atraje hacia mí. Puesto que me encontraba en peligro de perder la oportunidad
de traducir el Divino Mensaje la noche siguiente, acaté "concienzudamente" cada
prescripción, con la esperanza de que mi voz pudiera ser recuperada por cualquiera de los

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diferentes remedios o por el ataque combinado de todos. Usar la escobilla, hacer gárgaras,
enjuagar la garganta, tragar, susurrar, hacer tocaciones, toser, gritar... exploré todos los
caminos. Sin embargo, todo lo que pudieron producir las cuerdas vocales después de esta
persuasión superlativa, no fue más que un gemido deshidratado. Baba entró a mi habitación
cuando Raja Reddy me estaba consolando y secándome las lágrimas que los gemidos hacían
brotar. Baba dijo: "Deja esta tontería. Vete a la cama". La mañana siguiente me encontró en
la misma patética condición. El Gobernador no quería actuar por su cuenta para encontrar a
un sustituto o un asistente. Yo gesticulaba desesperadamente cada vez que me cruzaba con
el Dr. Rao y me aseguraba a mí mismo, cada vez que Baba pasaba flotando, que todo iría
bien.
La noche llegó con demasiada rapidez. Llegó la limosina gubernamental. Se me
ordenó subir. La sala estaba repleta de rostros ansiosos. Baba se sentó en el sillón ubicado al
centro del decorado estrado. Lo siguió el Gobernador. Le rindió homenaje a Baba y
pronunció algunas frases bien elegidas. Desde el momento en que yo representaba una baja,
mis amigos pensaban que Baba podría hablarles en malayalam. Baba se levantó y me indicó
que me parara frente al otro micrófono. Tan pronto se termínaron de pronunciar las
primeras frases en telugu, escuché mi voz repitiendo el mensaje en tono fuerte y claro, en un
malayalam más genuino y apropiado de lo que jamás habría yo podido idear. También mi
voz me sonaba extraña a los oídos: llena de una nueva emoción que vibraba por toda la sala.
Cuando Baba viajó al Cabo, vi el diamante que los piratas habían sacado del
adorno de la nariz del ídolo de Kanyakumari, que fuera traído ante nosotros por un giro de
Su Mano, por unos momentos, desde el lugar en donde se lo guarda hoy en día. Recogí de la
arena de la playa las cuentas de cuarzo que saltaban de Sus Pies y ayudé a contarlas y a
hilarlas en un rosario. Estaba a Su lado y fui blanco de Sus bromas cuando las olas me
sorprendieron y me mojaron la camisa. Observé la ola a la que Baba le dio la bienvenida:
"¡Mira! ¡Ansía lavar Mis Pies!" La ola dejó sobre los Pies de Loto no, no sobre ellos, sino
en torno a los Pies de Loto una guirnalda de ciento ocho perlas... ¡un tesoro que sólo el mar
puede ofrecer!
Otra experiencia que permanece conmigo es la del discurso de Bhagavan en el
Municipio de Ernakulam, al finalizar Su gira. Baba concluyó anunciando Su aprecio por la
sed espiritual de la gente. Dijo que vendría muy pronto de nuevo y que pasaría algunos días
en cada ciudad, desde la parte más al norte del Estado hasta la punta de la península en
donde está Kanyakumari. Cuando traduje esta promesa a su idioma, los vítores de gratitud
casi echan abajo el techo. Murali, el Director de la Estación de Radio Calicut, quien seguía
a Swami con su transporte de grabación, preparó un programa para ser transmitido, uniendo
pasajes de los discursos de Baba. El anuncio que hiciera durante los últimos minutos fue,
según Murali, un "botín" precioso. Cuando se esparció la noticia de que Baba visitaría
Kerala muy pronto de nuevo, algunos amigos llamaron a Murali para que lo confirmara.
Murali insistió en que la noticia era auténtica. "Si Baba no viene para fines del próximo
mes, he decidido ir hasta Puttaparti con la grabación y hacérsela escuchar durante la
entrevista. ¡Lo confrontaré con Sus propias palabras!", dijo.
Sus amigos quedaron altamente admirados por la posición que tomara Mural¡. Le
pidieron que les mostrara la cinta; querían oír la voz de Baba concediendo esta dádiva que
tanto anhelaban. La dejaron correr. Se llegó a las últimas yardas... pero, ¿en dónde estaba la
esperada promesa? No estaba grabada. Cuando Murali dijo "Lo confrontaré", llevado por su
orgullo... ¡se borraron esas frases cruciales! Tanto el telugu de Baba como mi malayalam
habían desaparecido, sin dejar ninguna brecha que los delatara en la cinta. Cuando, más

155
tarde, Mural¡ me relató su exasperante experiencia, me di cuenta de cómo Baba había
percibido el matiz de fondo de una casual conversación y había llevado a cabo un acto
tecnológicamente imposible en una cinta grabada, guardada bajo siete llaves, en una oficina
a miles de millas de distancia de Su presencia física, con el objeto de administrar un
"tratamiento de choque" a unos pocos individuos curiosos y a una engreída persona con la
mente puesta en la publicidad, cuya cabeza se había hinchado en demasía.
El sagrado Día de Vaikunta Ekadasi, según la mitología hindú, las Puertas del
Cielo se mantienen abiertas para todos, las veinticuatro horas. Baba se encontraba en
Alleppey, un pueblo costero de Kerala. Todos esperábamos y orábamos para que, como era
usual, creara Amritha para nosotros ese día. Pero Baba no se mantiene ligado a precedentes
ni intenciones determinadas, lo cual constituye el real secreto de la fascinación con las que
El nos liga. En lugar del néctar, creó un ídolo de Krishna e invitó a sus anfitriones a
inaugurar la adoración Suya en esa Forma. Me aseguró otra prueba de Su Amor al
mandarme donde estaba el Secretario del Maharaja de Travancore, con un mensaje. El
Secretario había traído un ruego de su señor, quien pedía que Bhagavan santificara el
palacio y bendijera al Maharaja. Yo debía decirle que Baba no dejaría el edificio en que se
encontraba ni desilusionaría a los cientos de personas que afluían allá, con el objeto de
responder al clamor de un individuo. ¡El Maharaja podía venir hasta donde El se
encontraba! Tan pronto como supo del permiso de Baba, el Maharaja vino y fue
recompensado. Baba no trata de manera diferente a ricos y pobres. Trata a los más pobres
con el mismo amor con que otros tratan a los más ricos. Lo que reconoce y valora es la
riqueza del espíritu.
Tuve el privilegio de estar con Baba en Sus viajes y estadías en Bombay, en más de
una docena de ocasiones. El largo viaje en coche desde Bangalore, vía Dhanwad, Belgaum,
Satara y Poona, nos brindaba una marav¡Ilosa oportunidad para bañarnos en el aura de Su
Presencia y para ser mejorados por Su consejo. El coche en el que yo iba sufrió de una serie
de ominosas caídas, explosiones, resoplidos y bruscos virajes, en el trayecto a Bombay.
Baba me aseguró entonces, en las cercanías de Hubli, que no habría más rumores de
desastre. Llegué al Palacio Gwalior en Bombay, al que Baba ya había arribado. ¡El coche no
pudo moverse ni una sola pulgada más! Había estado incapacitado debido a lesiones
internas, más allá de toda esperanza de una pronta recuperación, ¡mas Su voz lo había
"traído" a salvo por más de seiscientas millas! Los devotos que se aglomeraban en torno de
Baba aumentaban por miles en cada visita. Las fervientes multitudes pasaban horas
viajando desde distantes suburbios hasta Malabar Hill, Carmichael Road, el Palacio Gwalior
en Worli, Andhreri Mansions, etc., para lograr Su darshan y escuchar Su voz.
Me encontraba entre aquellos que estaban con Baba cuando sal¡ó de los límites de
la ciudad, para elegir un terreno sobre el que se erigiría el Dharmakshetra de la Era y estuve
presente en el lugar cuando fue elegida la colina sobre la que se levantaría. Tuve la suerte de
estar en la auspiciosa ocasión del Bhoomi Puja y la santificación por Baba de las "piedras
angulares" de la planta baja circular, el día en que fue descubierta la placa de la Fundación y
el de la Inauguración del Dharmakshetra.
Durante Dasara de 1958, en la noche establecida para que poetas recitaran sus
propias composiciones en la Divina Presencia, me atreví a leer uno sobre la potencia
alquímica de los discursos de Bhagavan. ¡Cómo era que alguien podía traducirlos sin quedar
empapado de temor y de fortuna!

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La Voz es miel sagrada fabricada por abejas celestiales con flores Parijatha, el
llamado es una clara clarinada. ¡Oh, este emocionante, gratificante arrebato del alma!
Fluyendo como el Ganges, sin limitaciones, brindando ricas cosechas con sólo cavar y
sembrar. Creciendo y girando como las riadas del Jog, brindando energía sin fin con sólo
ruedas y alambres. Un torrente el lenguaje, tan lúcido, tan límpido, enseñando, nunca
predicando, deshaciendo intrincados nudos, tranquilizando todo interrogante que nace del
pesar; definiendo, refinando, consolando a aquel que sufre, ordenando, sí, exigiendo el
orgullo doblegar; increpando, regañando tanto a fanatismo como a necedad; bromeando y
guiando, punzando con risa a los fraudes. Poesía radiante, avalancha de ambrosía, belleza
de imágenes, atisbos de Trascendente Verdad, parábola, proverbio, verso, leyenda y cuento,
destellante, tintineante, argentina lengua telugu; cada palabra un Mantra, cada frase un
Sutra, un Gayatri cada oración y una Upanishad el discurso: cada hora es un minuto, cada
minuto tan sólo un segundo.
La presencia de Baba, Su voz, Sus palabras, Su actitud, Su mensaje, sumen en el
arrobamiento a las mentes de millones. Recuerdo Su visita, hace veinticinco años atrás, al
Instituto Superior Kannan en Chittoor. Mientras El le hablaba a la masiva concurrencia,
apretujadamente arrodillada en la cancha de fútbol, se produjo un evento sorprendente.
Arrebatadas por la frecuencia y potencia de las vibraciones e incapaces de absorber el
impacto de la misteriosa magnificencia, algunas personas cayeron en un frenesí de éxtasis,
una tras otra, hasta que trece de ellas fueron sacadas de entre la asistencia en camillas. Baba
ha dicho, que incluso un parcial levantamiento del velo que el Avatar se ha impuesto a Sí
mismo, revelaría una gloria que la mente humana no puede soportar. Por eso, creo que Su
voluntad debe haber hecho que los auditorios se fortalezcan suficientemente como para
resistir el embate de emociones elevadoras, puesto que este fenómeno no se ha vuelto a
producir, desde entonces, durante ningún otro discurso o reunión.
Una vez, en Kakinada, la multitudinaria reunión llenó tres calles (una frente al
estrado y dos más a la derecha y a la izquierda), abarrotadas de gente, además de los techos
de las casas, cubiertos de personas. Baba se puso de pie para hablarle a esta asamblea
"monstruo". Sin embargo, antes de comenzar Su discurso, miró deliberadamente hacia cada
sector, tanto hacia los que estaban en el suelo como arriba de los techos, hacia los tres lados,
demorándose más de cinco minutos en total. Baba hizo referencia a este episodio inédito al
conversar con nosotros después de terminado el discurso. "¿Les cuento por qué lo hice?
Estaba reforzando los techos de esas casas. Cuando fueron construidos, nadie imaginó que
algún día habría cientos de personas subidas sobre ellos. ¿Y vieron los grupos de hombres
subidos a las ramas de los árboles?"
Con razón, Baba previno anticipadamente la caída de los ansiosos oyentes, pasando
Su protectora mirada por sobre ellos. En Chittoor y más tarde en muchas aldeas en torno de
Nellore y en Nellore mismo, Bhagavan le habló a miles. En julio de 1958, describió Su
misión de misericordia como el Kalinga Mardana del Bhagauata. De hecho, Su tarea,
siempre y en todas partes, es la de neutralizar y disolver el veneno que brota de Kalinga, la
serpiente que vive enroscada en el corazón del hombre. En su tierna infancia, Krishna danzó
sobre las múltiples cabezas de Kalinga y, cada vez que una cabeza era suave y
silenciosamente presionada por los Pies de Loto, se vaciaban por sí mismas las glándulas de
veneno y se caían los colmillos. Para mí, fue en verdad una experiencia electrizante ver a
toda la región con una expresión de nuevo esplendor. Baba exhortó a la gente para que lo
reconocieran como Premaswarupa, la Encarnación del Amor. Les advirtió que no se dejaran

157
llevar por caminos equivocados, por hombres codiciosos y egoístas. Les aconsejó:
"Observen, estudien y sopesen en la balanza de su propia experiencia interna".
En Rajahmundry, dos de los presentes, un padre y su hijo adolescente, su único
vástago, estaban parados muy lejos del estrado. Podían escuchar claramente el discurso de
Baba, pero El no era sino una mancha naranja. El hijo absorbió el llamado del Avatar en
cuanto a emprender la heroica aventura de escalar hacia las alturas de la Autorrealización.
Regresó al hogar con su padre, pero anhelaba retornar al Hogar real, al Regazo del
Todopoderoso. Logró su anhelo una semana más tarde. El padre le escribió a Baba: "Te doy
las gracias a Ti por haberme dado un hijo tan puro y tan perseverante. Sé que se ha
fusionado contigo. Llevé a cabo hoy día, contento, los ritos de las honras fúnebres". Son
numerosísimas las transformaciones, lentas o repentinas, superficiales o sustanciales, que
produce el Sravanam, el prestar oídos a Sus palabras. Por eso escribí estas líneas como parte
de un poema:

He ahí: Su palabra, una tormenta eléctrica, una gota de rocío; un rayo de luz; una
brisa de aire; una simiente fecunda que cae en tu corazón de piedra. Y, milagro de milagros,
germina en la grieta, la hendidura; da vida ala roca. Las semiciegas y sedosas raicillas
ruegan por sustento, gimen por humedad, pinchan y horadan, buscan el alimento; por
último, lo logran: se afirman y engordan. Tronco, ramos, manojos de hojas, racimos de
estrellas, en cada gancho va creciendo la gloria... Y, quebrada la roca, se moldea como
greda.

A la región se le advierte en contra del odio fratricida y son muchos los rescatados
de sus consecuencias. Aquellos a quienes bendice se convierten en ardientes mensajeros de
Su Amor. Los pocos que se perdieron en la espesura de la que fueran salvados, son
localizados con afecto, son bañados y desinfectados, y luego, son aceptados. Baba dice que
resulta imposible que alguien se aparte de El, por licencioso, pródigo, perverso o
pretencioso que sea. La Madre siempre está dispuesta a mimar y a rescatar al hijo. Recuerdo
a una persona que publicó un artículo difamatorio, años atrás, en un diario de provincia,
artículo que firmó. Baba comentó que el pecado le produciría tal agonía que, por la
penitencia, quedaría más limpio y más iluminado. Pasado un año, Baba incluyó la casa de
este individuo entre los hogares de devotos que visitaría cuando estuviera en esta ciudad. Ha
dicho que el apartarse de El es como la separación del agua de un lago cuando cae en él una
pesada roca. Las partes se juntan con la misma rapidez con que son apartadas.
Cada uno de aquellos a quienes llama es llenado con la sed por volver otra vez. De
hecho, todos los caminos llevan a Prashanti Nilayam, vale decir, Su Presencia. Cuando
hayan alcanzado el final del camino, le encontrarán a El, con los brazos abiertos para
recibirles: "¡Oh, queridísimo, cieguísimo, debilísimo: Yo soy Aquel a quien buscabas!"
Como escribiera el autor alemán Reiner Seemann, cuyos estudios se especializaron en los
Avatares: "Uno se ve muy rápidamente obligado a reconocer que Baba ha ingresado a la
arena como Avatar, no para hacerse visible El Mismo, sino para encontrarse con nuestra
Divinidad". Es Dios atrayéndose hacia Sí Mismo.
El amor es el diluyente más eficaz del odio y la ira. ¡Baba! Nadie puede resistir el
magnetismo de este Fenómeno. Permítanme consignar un incidente que ejemplifica la
vastedad del Amor. En Kodavalur, una aldea situada a unas diez millas de Nellore, la
residencia del anfitrión, como asimismo todos los caminos y espacios abiertos alrededor,
estaban atestados de gente ansiosa de darshan. Baba accedió a permitirle a su anfitrión que

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llevara a cabo el rito del Padapuja, puesto que le adoraba como el Maestro Divino. No
obstante, la casa estaba tan llena de aldeanos que nadie podía dar un paso adelante o uno
atrás. El Amor de Baba descubrió una salida para el "impasse": no quería herir el corazón
del devoto. Le pidió que siguiera Su automóvil hacia campo abierto. Le dijo que eligiría
algún lugar cubierto a lo largo de algunas de las huellas de carreta que había, y que allí
podría satisfacer su corazón de Ananda. Fui testigo del Padapuja bajo un árbol al costado
del camino, en presencia de un rebaño de bien tenidas y silenciosas vacas. En esos
momentos, me encontraba en Brindavan.
Baba dice: "Dios busca al hombre con mayor angustia que la que impulsa al
hombre a buscar a Dios, porque el hombre no es sino Dios interpretando un papel, aunque
demasiado aturdido por la admiración que despierta en él el disfraz que lleva". Los
discursos de Swami penetran en los corazones y abren las fuentes de alegría que han estado
atoradas por años. Los humildes y lds pobres responden tan efusivamente como los de
alcurnia y riqúeza. Incluso, cuando el néctar telugu de Swami es diluido y deformado por la
traducción al inglés, el llamado no pierde ni su urgencia ni su intimidad. Las ovejas
hambrientas miran, pero no sucede como lo cuenta Milton: éstas son alimentadas. Los más
vigilantes, entre los oyentes, respiran la inmortalizadora "Atmasfera" que El exuda. Aún
mientras escuchan son suavizados por la calidez. Absorben el tono tónico; son exaltados por
la emoción del thath thwam; sus corazones campanillean con el temblor trascendente de la
Voz. La fe nutre las raíces; las dudas caen como las hojas secas. Italianos y españoles,
árabes y japoneses, se mantienen sentados, supremamente satisfechos, a lo largo de todas
los discursos, sin mostrar ni un incipiente bostezo o una furtiva mirada al reloj, porque
reciben el solaz y la fuerza que necesitan, mirando y escuchando solamente.
El otro día, cuando alguien sugirió que Baba podría incluir en Su itinerario una
estadía por un día, en un balneario de montaña, puesto que había muchas "bellezas
naturales" en los alrededores, Baba dijo: "¿Belleza? Yo soy la Belleza. Ellos no son sino
mis imágenes; las imaginerías de ustedes. El darshan en cualquier lugar: en el estrado, junto
o delante de ustedes, cerca o lejos... compartido por la visión interior es una dádiva de
Belleza que el ojo transfiere al yo".
Bhagavan tiene Sus maneras de otorgar el darshan en los lugares en que lo
necesitan. La promesa de quedarse por más tiempo en algunos lugares de Kerala ha sido
cumplida, como consta del testimonio de miles. El vibhuti que anhelan los devotos, cae de
Sus retratos en cientos de altares domésticos. Se me dijo de una anciana dama de Palghat,
que era el centro de un grupo de bhajan que se reunía en su pequeña casa. La guirnalda de
flores colocada sobre el retrato de Baba, se balanceaba de derecha a izquierda marcando el
compás del canto. Cuando se aceleraba el compás, se balanceaba con mayor rapidez,
cuando el compás era lento, también lo era su balanceo. Otras guirnaldas que colgaban
sobre otras imágenes, estaban quietas, no se movían. Fui al lugar para ver la maravilla, pero,
aunque los bhajans fueron tan animados como de costumbre, la guirnalda se rehusó a
responder. La dama lloraba desconsolada y yo me regañé a mí mismo por haberles negado
el Divino Lila ese día. La dama no quería creer que mi presencia había inmovilizado las
flores. Le suplicaba a Baba con patética penitencia: "¡Baba! ¿Por qué estás tan callado hoy?
Kasturi ha venido desde Puttaparti. Va a tener la impresión de que la historia de Tu Lila no
es más que un invento mío y de estas otras personas. Sálvame, Baba, de esta acusación". Su
voz se fue convirtiendo en un gemido. Baba respondió antes de que se convirtiera en un
quejido de desesperación. La guirnalda se balanceó vigorosamente, infundiéndonos vigor a
nosotros. Revivió mi corazón y retomó sus latidos normales. El Bhagauan Gita recoge la

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declaración del Señor: "Mis ojos y oídos están por doquier". Baba ha venido entre nosotros
para demostrar la verdad de Su declaración.
Cuando era estudiante en el Colegio de Maharaja, en Trivandrum, tenía un amigo
en la misma clase, llamado Subrahmanya Iyer. A1 igual que yo, entró después a la Escuela
de Leyes. Estableció en el mismo Trivandrum su práctica legal, puesto que allí estaba la
sede de la Corte Suprema de Justicia del Estado de Travancore. Perdí el contacto con él y
con su carrera hasta que chocó conmigo en Puttaparti, cuarenta años después de haberme
despedido de él en Trivandrum. Como fue remodelado por Baba en defensor de la Divina
Misericordia y Gracia, Baba se instaló en su santuario, como testigo de su conducta
familiar. Yo le había conocido como alguien de un genio muy vivo. A medida que se iba
haciendo viejo, su genio, según me confesó en Puttaparti, había empeorado y se había hecho
más hiriente. Cada vez que le gritaba furioso a alguien en su hogar, Baba dejaba caer una
tarjeta desde Su retrato, para informarle que había tomado nota de la recaída en el
"durguna" (naturaleza malvada). Los regaños aparecían escritos con letra y palabras en
tamil su lengua maternay firmados "tu Baba". Cuando me puso en las manos una gruesa
pila de estas punitivas tarjetas, le dije en broma: "Parece que te enojabas tan a menudo 'más
para ser recompensado con estas tarjetas que debido a un defecto de raíces profundas".
"¡No! ¡No me lo podía quitar de encima! Estoy pagando cara esta debilidad mía.
Ya he venido tres veces a Puttaparti, aunque te encuentro a ti por primera vez hoy. Déjame
contarte mi pena. Como sabes, Baba está bendiciendo a los receptores de cuarenta
departamentos en Prashanti Nilayam, llevándolos dentro de ellos El mismo, junto con Su
bendición. Yo soy uno de los afortuna dos y tendré ese regalo de Gracia mañana. Llegué
aquí ayer en la tarde con mi mujer y nos estamos alojando transitoriamente fuera del
recinto. Estuve en la Sala de Oración durante los bhajans de la tarde. Cuando Baba entró
hacia el final del canto y dio darshan desde el sillón de plata, le hablé calladamente desde
donde me encontraba. `Por favor, Swami, permítenos a ambos quedarnos en el
departamento que nos has asignado como residencia, por el resto de nuestras vidas.
Nuestros dos hijos están bien colocados en trabajos que les gustan. Déjalos que vivan
felices en el «bungalow» de Trivandrum. Nosotros estaremos felices en Puttaparti'. Baba no
hizo gesto de asentimiento ni de negativa. Decid¡ rogarle por el cumplimiento del deseo
cuando nos permitiera tocar Sus Pies, sentado en la silla del departamento. Terminado el
bhajan, nos fuimos a la habitación que habíamos arrendado y sacamos la cartera con el
dinero que teníamos. Cuando la abrí en el mesón, para la compra de los cupones para la
cantina, descubrí un pedazo de papel con instrucciones de Baba, escritas en la familiar
escritura y lenguaje tamil, con el cordial `tu Baba' al final".
Diciendo esto, mi amigo me puso el papel en la mano. Leí: "No deseo que se
queden aquí, dejando a los hijos en su casa. Vivan allá mismo, cantando bhajans como les
es habitual y tú, dale alegría a la familia desechando tu durguna". Cuando le devolví la nota
a Subrahmanya Iyer, estaba llorando, porque esa misma naturaleza le había negado el cielo
con el que había soñado por años. Existe una Autoridad dentro de cada ser humano que le
prohibe comportarse como un mero animal salvaje. Sai es el Autor de tal Autoridad.
Es en verdad extraño que la sed dormida por Dios se haga más aguda después del
darshan del Avatar y que no se apague ni siquiera después del continuo impacto de los
signos y maravillas que El condesciende a dar. Estuve con Baba en las aldeas y pueblos de
Nellore, Guntur, Krishna, los distritos de Godavari Oeste y Este de Andhra Pradesh, cuando
visitó esa región, en cinco diferentes ocasiones. Baba nos dijo a menudo que éramos
invitados a acompañarle, para que pudiéramos captar las implicaciones del Purusha Sukta

160
en el Rig Veda, en donde es descripta la Persona Cósmica (Dios) como teniendo incontables
cabezas: Sahasra Sirsha. "Esto es la proliferación del Purusha. ¡Vean cómo corren de la
circunferencia hacia el Centro, la Fuente!" Aunque miles han tenido un darshan de una hora
durante el discurso, cuando Baba aparece, unos momentos más tarde, en la terraza del
edificio en que ha entrado, los miles corren de nuevo para alcanzar a llenarse otra vez los
ojos con deleite.
Baba mismo ha comparado a los cientos de miles que corren a Su Presencia con las
hormigas que son atraídas a la montaña de azúcar. Cada persona le comunica la noticia del
Advenimiento a cien otras, no solamente a través de las palabras, sino en forma más clara
por su afecto más cálido, su mayor compromiso, sus más frecuentes viajes hacia su interior
y su respuesta más rápida al llamado por amor. He sido testigo de la tremenda marejada de
devoción que causa la visita de Baba, en Repalle, Rajahmundry, Ernakulam, Bombay,
Navsari y otros lugares. Sé que más de tres y cinco veces ese número de personas se
reunieron en Nueva Delhi e incluso en una ciudad menor como Ullasnagar, entre Bombay y
Poona. En el Kurukshetra, Richard Bach me dijo: "Hubo más seres humanos llenos de
entusiasmo por escuchar el Bhagauad Gita de Baba que el número de soldados formados en
el campo de batalla del Mahabharatha, hace cincuenta y cinco siglos atrás". El Gita de
Sr¡ Krishna fue oído por sólo cuatro personas: Arjuna, a quien estaba dirigido; Hanuman,
quien estaba en el estandarte que flameaba sobre el carro de guerra; Sanjaya, que lo escuchó
como gracia especial que se le otorgara por informar al ciego rey de los kurus acerca de los
sucesos en el campo de batalla, y el rey mismo (aunque el Gi ta no produjo impacto alguno
en él). El Sai Gita, sin embargo, entregado en el mismo punto sagrado, fue escuchado por
más de quinientos mil corazones sedientos y anhelantes. "Enthousiasmos", la palabra griega
que es la antecesora etimológica de entusiasmo, significa, literalmente, "lleno de theos" o
Dios. El Gita, tanto el de entonces como el de ahora, llena de Dios al oyente. Declara la
Chandogva Upanishad: "Si alguien le impartiera esto incluso a un tronco seco, ciertamente
que le crecerían ramas y le brotarían hojas".
En Nueva Delhi, las ansiosas multitudes en torno a la Golf Links Residence en la
que se alojaba Baba, eran tan densas por millas a la redonda, que persistieron por días
embotellamientos de tráfico nunca vistos antes. En Navsari, Gujarat, Baba atrajo a Su
presencia dos veces el número de habitantes de la ciudad. No había toldo que pudiera
cobijar a tanta gente. Cuando Baba caminaba por el pasillo entre los hombres y mujeres,
todos se quedaban como clavados en el suelo, pero cuando caminaba de vuelta al estrado, se
levantaban y le seguían, sin darse cuenta de que cada paso suyo no hacía sino amontonar
cada vez más estrechamente a la masa humana. Baba estaba sentado en el estrado
observando la avalancha. Nosotros, que estábamos sentados detrás del sillón colocado para
El, le vimos saltar abajo. Eso fue todo. Nadie se dio cuenta de nada, salvo Su ausencia. A
nosotros nos tomó como veinte minutos poder llegar a la calle por la reja exterior. Algunos
conductores informaron que una "linda" persona vestida con un Kafní rojo, había subido a
un taxi y se había ido rápidamente. Supusimos que tenía que ser Baba y como el próximo
lugar en que se le esperaba era Baroda, condujimos rápidamente por la carretera. Después
de alrededor de treinta minutos, escuchamos los fuertes bocinazos de un coche que nos
perseguía: era el taxi con Baba. Baba nos dijo que había llegado a la calle sin atravesar la
distancia por la que nos tuvimos que abrir camino. Sentado con nosotros, Swami habló de
disciplina, y dijo: "Navsari está apenada ahora por haber perdido el control sobre sí". "Cada
uno de los de ahí recibió darshan. Fui de un extremo al otro. Estuve sobre el estrado. Eso les
ha dado bastante".

161
En otra ocasión, Baba se movió sin pasar por la compacta falange de devotos que
hacía imposible atravesarla. Esto se produjo en Repalle, cerca de Guntur. Repalle es la
palabra en telugu para Gokulam, la aldea en donde Krishna llevó a cabo Sus travesuras de
niñez y la gente venera el lugar como si se tratara del original. Un cierto devoto, cuya
dedicación santificó la atmósfera en un radio de millas, transformó la aldea en otro Shirdi.
Había reconocido en Sathya Sai Baba al Sai Baba que adoraba como su Madre y su Padre,
su Gurú y su Dios. Le rogó a Baba que instalara un ídolo de mármol del Sai Baba de Shirdi
en el Mandir de Repalle. Baba accedió y llegó al lugar como a las diez de la mañana del día
fijado para la ceremonia. En verdad, "llegó" no es la palabra correcta, porque los caminos
fueron cubiertos por una impenetrable masa humana ya desde el alba. Nosotros
sobrevivimos a la apretadura y nos las arreglamos para subir la escalera de madera para
estar con Baba. Hasta donde podía verse, el espacio era un compacto mar humano.
Baba hizo traer el ídolo y colocarlo sobre una mesa para que, al menos, unos pocos
miles pudieran ver el rito de su santificación con las aguas de ríos sagrados y vibhuti de la
propia Mano del Señor. El Mandir esperaba la instalación, pero los alrededores estaban
obstruidos por miles de asistentes y nadie podía entrar o salir de él. De modo que Baba
demoró el traslado hasta las once de la noche, cuando la mayoría de los peregrinos se
habían estirado en el suelo, vencidos por el sueño. Nos fuimos juntos hasta el borde de los
que dormían: estábamos diseñando una estrategia para pasar por sobre la larga línea de
cuerpos, haciendo uso de los pequeños huecos que quedaban entre ellos. Pero Baba ya no
estaba con nosotros. Estaba dentro del Mandir en el mismo momento en que nosotros
llegábamos a él. "No necesito dar un paso después de otro, puedo `teletransportarme'." Baba
no "lleva a cabo", no "hace" y ni siquiera "quiere" milagros. Estos simplemente se
producen, porque El es el Milagroso. Inmediatamente después de instalar el ídolo, Baba
dejó Repalle en un jeep, porque sabía que al amanecer el nuevo día, miles más llegarían al
pequeño lugar y tendrían que sufrir la falta de alimento, de bebida y de cobijo.
Aunque son miles los que llegan únicamente para el dharsan, al igual que
limaduras de hierro atraídas por un imán, Baba está empeñado en sembrar en sus corazones
que han sido ablandados por el canto, las semillas del Amor que han de emerger como
empatía 'y entusiasmo de ese terreno purificado. Baba le habla a las asambleas en telugu,
claramente el más melodioso de los lenguajes de la India. Cuando le habla a individuos
aislados o a grupos, emplea el idioma que pueden entender mejor, aunque no es popularidad
lo que busca, dirigiéndose a Sus audiencias en el idioma que prefieren. Por eso, cuando
visita regiones en donde no se habla telugu, Su discurso es traducido simultáneamente al
inglés.

162
MIS TRADUCCIONES

No recuerdo en qué momento se me encargó la casi imposible tarea de traducir al


inglés Sus discursos. Creo que fue en el Templo de Lakshmi Narayana, cerca del Monte
Malabar, en Bombay, en 1958. A partir de entonces, a través de los años, se me ofreció la
poco envidiable oportunidad, hasta que fracasé estrepitosamente en interpretar Sus palabras
frente a una asamblea de veinte mil personas en Madras. De eso hablaré más adelante.
Bhagavan no requiere de un traductor, porque El sabe cómo dirigir Su mensaje en
inglés o en cualquier otro idioma. Así tampoco los miles que escuchan Su voz (salvo una
pequeña fracción) desean oír que se les traduzca el mensaje. Porque, aunque la voz hable en
telugu, el mensaje es Divino y el intérprete es el Corazón. Cuando Baba habla el telugu, el
idioma posee la dicción que puede divinizar directamente a los oyentes. Los pocos de entre
la audiencia que no están sintonizados con Sai ni vibran con el telugu, se sentirán aliviados
si el lenguaje anglosajón no interfiere con el parejo fluir de la música de la Flauta de
Krishna. El más profundo éxtasis lo experimentan absorbiendo el rostro, inhalando el aura y
vibrando con el sonido de los tambores.
Durante Dasara de 1970, se hizo el intento de entregar la versión en inglés de los
discursos de Baba como un programa complementario. El discurso que pronunciara al
izarse la Bandera de Prashanti para inaugurar los diez días de Festival, fue leído por mí ante
los miles de asistentes, en las horas del atardecer. Fue así que los allí reunidos podían oír la
traduccion de cada uno de los divinos discursos algunas horas después de haber sido
pronunciados. Aunque los numerosos asistentes se quedaban sentados mientras duraba la
sesión de lectura, y la porción que comprendía el inglés y no hablaba telugu reconocía el
esfuerzo que me imponía, yo podía percibir que lo irreal y lo superfluo se reflejaban en los
rostros frente a mí. Ni siquiera la presencia de Baba en el estrado o entre los oyentes
mientras yo leía el discurso traducido, llegaba a disipar esta niebla. De hecho, Su Presencia
hacía que mi ejercicio se convirtiera en una parodia, ya que los ojos de los presentes se
imponían a sus oídos. Hubo que renunciar al experimento.
La traducción simultánea no puede conseguirse sin un paralelo intento de
interpretación. La interpretación comprende un entendimiento total de la personalidad y las
perspectivas del orador y del patrón de lo que está comunicando. Uno tiene que estar muy
familiarizado con el paisaje del mensaje de Baba. Lo que uno debe hacer es la conversión
de los "símbolos sónicos" decididos por el medio cultural indio en "símbolos sónicos"
configurados, en gran medida, por tenderos y subalternos. Tolstoi caracterizaba la
traducción como "el otro lado de la alfombra". Los italianos tienen un dicho: Traduttori
traditore = los traductores son traidores. Cuando no se adentra audazmente en la elaboración
y la paráfrasis, la traducción es una aproximación, en el mejor de los casos y, en el peor, un
asesinato. Y, como solía decir mi Profesor, un asesino es un asno por partida doble.
Cuando es "la voluntad" de Baba, no hay vacilación que pueda enfrentarla. El
inglés resulta un instrumento demasiado romo y demasiado ruidoso como para descifrar los
sutiles tesoros de la sabiduría avatárica. Por eso es que el traductor es la más desgraciada de
las personas en el lugar en que Bhagavan diserta. El Ganges telugu de Baba no tolera
detenciones ni vacilaciones. Salta por sobre el inglés, incluso antes de terminar la frase,
como para que los oyentes que entienden el idioma compadezcan a los otros por haberse

163
perdido la sustancia del mensaje y no haber sino obtenido la cáscara. La estructura
sintáctica de la frase en inglés es tan diferente del telugu, que el traductor debe empezar su
versión desde las pocas palabras finales y rehacer el camino hacia donde se expresa
generalmente la sustancia. Cada discurso de Baba es un torrente de sabiduría saturado de
Amor. Baba nunca se refiere a él como a una "alocución". Ha dicho que tampoco es, en
absoluto, una "conferencia". Es, dice, una "mixtura", preparada y recetada por el médico
para limpiarnos, curarnos y sanarnos totalmente. Los llama Sambhashan, Diálogo,
Conversación.
El no vacila, no titubea. El no calcula, no examina ni medita, El no espera, no duda
ni delira juntando, eligiendo pensamientos y palabras. No requiere de notas ni de citas, no se
demora adornando el lenguaje con guardas floridas, vistiendo una frase prestada con
brillante oropel. No es un orador que cultive cultos, clame por aplausos o busque
publicidad. El no declama, no usa circunloquios, ni siquiera habla. El departe contigo y
contigo y contigo, con cada uno de los tú allí sentados: los Arjuna dispuestos allegar, pero
temerosos de marchar. Les habla de la tarea que hay por delante y de la Verdad que en el
adentro está.

Baba es siempre nuevo y fresco. No hay dos charlas que sean iguales y ni siquiera
similares en cuanto a contenido o estilo. Cuando recita un verso por segunda vez, sus líneas
sufren enmiendas sorprendentes. Hablando acerca de la trivialidad de los artilugios del lujo
material, Baba cantó una vez una estrofa en que comparaba al mundo objetivo con "un fruto
bel tragado por un elefante", una comparación sancionada por la tradición. Una semana más
tarde, tratando un tema emparentado, el verso se remontó al sánscrito para reasumir más
tarde su garbo telugu. Lo que había sido "Kari" en la primera versión, se convirtió en
"dwipa" después; "bhuktha" reemplazó a "mingina" y "Kapittha phala" fue el sustituto
sánscrito para el "veluga pandu" en telugu. Si el traductor llegara a anticipar lo familiar, lo
rutinario y lo usual... ¡Pobre de él! No. En realidad, la exclamación está mal empleada,
porque Baba saldrá a rescatarlo de su incómoda situación.
La parábola relatada una vez, aparecerá con nuevo ropaje cuando se le presenta a
una asamblea diferente. La estructura de la lección, el desenlace al que llega el argumento,
el énfasis puesto en distintas facetas... todo varía para adaptarse a la inteligencia, la sed y los
ideales de los oyentes. Para el traductor puede llegar a ser desconcertante la serie de
sorpresas. Términos sánscritos que hasta ahora han conllevado algunas conocidas
implicancias, producen nuevos destellos de significado cuando son analizados e iluminados
por Baba.
Madhusudana significa, según los comentarista, el Señor Krishna que mata
(sudana) al demonio Madhu. Baba ha revelado que madhu (miel) indica los placeres
sensoriales que tientan y atrapan, y que Krishna, cuando el hombre se entrega a El, destruye
el encantamiento que ejercen los sentidos sobre la mente. Kuru nandana es uno de los
nombres con el que Krishna se dirige a Arjuna en el Gita. Durante los milenios
transcurridos desde entonces, el nombre se explicaba como "descendiente del clan Kuru",
pero Baba le dio una nueva luz durante un discurso. Dijo que "Kuru" significa "haz",
"realiza una obra" y Nandana, como complemento de "descendiente", significa "aquel que
encuentra alegría". El resultado fue que Arjuna le fue presentado a los oyentes del discurso
como una persona a la que Krishna había transformado de un cobarde que huía del
compromiso en el campo de batalla en un héroe pronto a lanzarse a lidiar. Cientos de
palabras, del sánscrito, del telugu, del hindi, del inglés, han sacado a relucir su esplendor

164
latente al hacerlo patente Baba. ¿Quién podría haber descubierto la afirmación teísta de que
"Dios está aquí ahora" en la expresión atea del astronauta: "Dios no está en parte alguna"
(cambiando el sentido de las expresiones en inglés: God is now here y God is nowhere N.
de la T.), hasta que Baba no lo revelara? O el que las propiedades no son ataduras
apropiadas ("properties" y "proper ties", en inglés N. de la T.) para amarrar al hombre.
A veces, el poema que surge de El cuando se pone de pie para hablarle a los
presentes, puede comenzar o terminar con una fascinante palabra extranjera, dejando
atontado al traductor enfrentado a esta maravilla. Sucedió así en Madras, cuando yo estaba
listo frente al micrófono para traducir Su discurso para inaugurar la Conferencia de la India
de los encargados de las miles de unidades de la Organización de Servicio Sri Sathya Sai. El
poema comenzaba: Luz Automática ukku adhipudeuadu y continuó después en telugu puro.
La expresión me pareció que significaba: "¿Quién creen que es el Maestro de la Luz
Automática?" . Y me dejó tan atónito que me quedé en silencio. Me acerqué a Baba y le
confesé que me encontraba demasiado confundido como para iniciar mi tarea. Volvió a
repetirse el verso; le volví a pedir perdón. Las líneas siguientes del poema eran más fáciles
de entender, ¡pero aunque me hubiera ido en ello la vida, no podía descubrir la forma de
coordinar su sentido con "luz automática"! Baba me indicó que el poema encerraba un
mensaje de relevancia inmediata y me pidió que volviera a tomar asiento entre la audiencia.
El Dr. S. Bhagavantham, a quien se le pidió que tomara mi lugar, no tuvo mayor éxito en
descifrar lo de la "luz automática". Desde aquel día, fue él quien tradujo los discursos en
telugu de Bhagavan, al inglés, en muchos lugares de toda la India.
Quedo en deuda con el lector. Baba nos describió más tarde, cuando nos acercamos
suplicantes a El, el simbolismo inherente a Su referencia a la "luz automática". Están los
semáforos como luces de señales que dirigen el tránsito en las intersecciones y que, a
intervalos fijos, cambian de rojo a amarillo y de amarillo a verde. Los códigos de la
conducta moral y el comportamiento social, en una palabra del Dharma, también son
señales de tránsito fijadas por el Maestro para salvar a los humanos del conflicto y el
choque, de la violencia y la guerra. Baba también habló del reglamento de tránsito
establecido por la Providencia para evitar que galaxias y planetas, cometas y constelaciones,
se comporten caóticamente en sus recorridos cósmicos.
A1 escribir sobre la crisis de la "luz automática", debo consignar mi gratitud hacia
Bhagavan por ayudarme a menudo con la palabra inglesa apropiada a tiempo y por
recordarme, en ese instante, los puntos que había pasado por alto mientras traducía. Baba
observa la traducción y, tan pronto como me encuentra buscando desesperadamente una
palabra inglesa tolerable, El provee la palabra que sé que es la más apropiada. Imaginen mi
lucha desesperada por garrapatear en las páginas de mi cuaderno las series de cláusulas
adjetivas o adverbiales que brotan rápidas de Sus labios y los sustantivos y verbos cargados
de ideas, personalidades y principios. Tan pronto como se detiene, comienzo con el inglés.
Mientras estoy en ello, Baba observa y hace el escrutinio. No deja de escudriñar palabra,
giro idiomático o frase. Cuando una sugerencia acerca de Sadhana, que El ha enfatizado, es
entregada en forma académica por mí, quiere que la repita con mayor fuerza. El ayuda a la
memoria cuando me salteo una o dos de las cinco o seis categorías o conceptos que ha
mencionado. Cuando alguna palabra se atora en mi garganta, El la libera. Cuando la palabra
correcta está jugando a las escondidas, El la rescata. El es la enciclopedia lista con el
equivalente exacto. Regüello, calabacín, antídoto para mordidas de serpiente, tiburón,
estética, sanguijuela y galaxia, son palabras que El ha entregado tan pronto como se ha dado
cuenta de que estoy a ciegas y al borde del colapso.

165
En una ocasión, el traductor se vio enfrentado a dos palabras en telugu usadas por
Baba: Hamsa y Baath. Repitió Hamsa, una palabra sánscrita familiar para muchos y se
salvó. Pero, ¿y baath? Sabía que era un ave domesticada y, en verdad, había visto a muchas
en su propia aldea. Pero veinticinco mil oyentes y Baba le observaron enviar partidas de
búsqueda dentro de su memoria para encontrar una palabra en inglés. Desesperado se
refugió en circunlocuciones. Dijo: "Es mejor pasar diez minutos en la tierra como un hamsa
que pasar diez años como un ave de la misma especie, pero perteneciente, lamentablemente,
a una clase inferior". Baba cubrió el micrófono que tenía al frente con Su mano. Agitó la
mano para llamar la atención del traductor y, con una sonrisa: "¡Di pato!".
He sido muy beneficiado con estas ayudas de emergencia mientras traducía Sus
discursos al malayalam en mi aldea natal, al kannada en Madikeri, en Coorg y al tamil en
Trichinopoly. En Jamnagar, en Gujarat, anglicanicé el telugu e inmediatamente después, el
Dr. Chudasama "gujeratizó" mi inglés. De modo que Baba tuvo que supervisar ambas
traducciones y rescatarnos a ambos cuando nos metíamos en callejones sin salida.
El Avatar tiene que aparecer con limitaciones autoimpuestas para poder cumplir la
tarea que se ha asignado. Cuando Baba elige a personas para "entrevistas", habla el idioma
que les brinde más beneficios, ya sea swahili, nepali, francés, adi, marathi o bantu. Sin
embargo, cuando se dirige a grandes multitudes, generalmente emplea el idioma de la
región que eligiera para Su Natividad. Además del telugu, en la región se habla algo de
kannada (en el límite del Estado de Karnataka, que está a unas pocas millas de distancia) y
algunas trazas de tamil (hasta hace tres décadas, el área formaba parte de la Presidencia de
Madras). Al inaugurar la Conferencia del Estado de Karnataka de los miembros de la
Organización, realizada en Dharwad, Baba anunció: "Kasturi no está aquí, de modo que les
hablaré en kannada. Esta es la primera vez que trato de decir un discurso en este idioma".
No necesito decir que capturó los corazones de miles de personas. Después, empleó el
mismo medio con gran efectividad en Bangalore, Belgaum, Gadag, Sirsi y otras ciudades,
aunque juguetonamente, pretendía estar nervioso por la reacción de los oyentes.
Cuando visitó el complejo educacional en Alike del Sathya Sai Loka Seva, en los
Ghats Occidentales, me telegrafió para que estuviera presente ¡y descubrí que había de
traducir Su telugu al kannada! Le rogué, a plena vista de la numerosa concurrencia, que les
hablara en Su dulce kannada. Me comisionó para que le preguntara a la audiencia, porque
Su dicción y expre= sión, dijo, podía no ser del gusto de la gente de una localidad en que se
empleaban dos lenguas: un dialecto, el tulu, con el que habían nacido y un idioma, el
kannada, que habían aprendido en el colegio y con libros. Le dije a los presentes que el
kannada poseía una buena mezcla de marathi, en Karnataka Norte, de telugu, en Karnataka
Este, de tamil en Karnataka Sur y de kondani, en Karnataka Oeste. Pero, si deseaban
escuchar kannada con una buena porción de prema, debían rogarle a Swami que hablara en
ese idioma. Se lo suplicaron y El respondió muy benevolentemente.
En una ocasión dejé de responder cuando Baba me llamó para traducir Su discurso.
Eso fue en Nairobi, Kenya. Tan pronto como el "Boeing" de la Air India tocó la pista, había
cientos de personas que le dieron la bienvenida a Baba, al pie mismo de la escalinata y se lo
llevaron rápidamente hacia la planicie abierta, detrás del aeropuerto, donde cincuenta mil
personas estaban esperando por horas para tener el darshan del Avatar de la Era. Los seis
que le acompañábamos, tuvimos que pasar por las barreras y esperar junto a la cinta
transportadora para retirar el equipaje y cargarlo en los vehículos que estaban listos para
seguir viaje a Kampala. Entretanto, Baba había hecho anunciar mi nombre por los parlantes,
para poderle comunicar Sus Bendiciones eh palabras comprensibles a la multitud. Sentado

166
en el automóvil, pude escuchar el llamado, pero había cientos de coches a todo nuestro
alrededor y nadie me podía conducir a través del atestado espacio que me separaba de El.
Un indio que hablaba tamil, le ofreció sus servicios a Baba y El habló en ese idioma por él y
para los demás. Más tarde, pude traducir los discursos de Baba en Kampala y en Nairobi.
La gira por Africa Oriental me permitió alcanzar dos inapreciables dádivas de
Gracia. La primera fue un accidente de automóvil en el que recibí algunas lesiones, lo que
me trajo siete días completos de una lluvia del tierno afecto de Sai, la Madre. El continente
africano me otorgó ese regalo. El segundo regalo que gané, fue en suelo indio, en Bombay.
Mas, permítanme mencionar aquí la historia de una sesión de traducción en el
Dharmakshetra, algunas semanas antes de nuestra partida al Africa. La Primera Conferencia
Mundial de los devotos de Sathya Sai se realizó en mayo de 1968, durante la semana en que
se inauguraba el mismo Dharmakshetra. Más de sesenta mil personas se congregaron en el
Campus de Bharatiya Vidya Bhavan, en una atmósfera de adoración y dedicación. Cuando
Baba se puso de pie para comenzar Su alocución y yo tomé mi posición, con mi cuaderno y
lápiz frente al micrófono, quedé atontado de partida con la primera frase. Estaba en
sánscrito clásico, el lenguaje inmaculado de la Isopanishad y el Bhagauan Gita. Me
encontraba a diez pies de El, pero a siglos de distancia, retorciendo mis manos y
suplicándole que también hablara en inglés a través mío. Pasaron lentos diez minutos. Oí a
Baba mencionar mi nombre y anunciar que había descuidado estudiar la lengua de Bharath.
Eso lo dijo en telugu y tuve que publicitar mi impedimento antes de continuar con mi deber,
porque Baba habló en telugu de ahí en adelante.
El segundo día de la Conferencia, durante el desarrollo de la sesión de la noche,
Baba le habló a la gigantesca asamblea. Es posible que las delegaciones de todos los
continentes anhelaran una declaración del Avatar acerca de la Autenticidad y la Autoridad.
Es posible que fuera Su voluntad el revelarlas, llevado por la compasión hacia la raza
humana. Lo que realmente sucedió es que, después de hablar de la misteriosa eficacia del
Nombre de Dios y de los diferentes niveles emocionales de aquellos que adoran a Dios,
Baba elevó repentinamente el tono de Su Voz, acrecentó la rapidez de Sus frases y declaró
con un énfasis apremiante: "Puesto que se han reunido en este lugar aquellos que tienen
devoción y ha venido gente de todas las naciones, no puedo sino hablarles de un hecho".
Cada rostro resplandecía de excitación. Todos los oídos estaban alertas. Yo rogaba
por poder pasar la prueba inminente. Y Baba se reveló a Sí Mismo, a través del rápido fluir
de verdades sublimes. "No pueden entender la naturaleza de Mi Realidad, ni ahora ni
después de miles de años, aunque los pasen en austeridad o en ardiente indagación, ni aun
cuando el género humano en conjunto se una en el esfuerzo. Puesto que me muevo entre
ustedes, que como igual que ustedes y hablo con ustedes, se engañan a sí mismos pensando
que esto no es sino una instancia de humanidad corriente. Esta es la Forma Humana en la
que cada Entidad Divina, cada ceta del Principio Divino, es decir, todos los Nombres y
Formas que el hombre le adscribe a Dios, están manifestadas." Fue así que el Ganges arrolló
con toda su corriente. Aún me asombro cuando recuerdo la escena y me pongo a rumiar
sobre la declaración. Soy incapaz de explicar cómo pude dominar mi éxtasis, retener en la
memoria las palabras cargadas con Energía Divina y comunicarle la bendición a los
buscadores y sadhakas sentados allí.
Permítanme volver al regalo que Baba me otorgara en el Dharmakshetra, al
regresar a la India. Era el sagrado Gurú Pournima. Baba se encontraba en Kampala y
Nairobi, bendiciendo a los devotos en ese día en que los discípulos de todas partes le rinden
homenaje a su preceptor. Llegó a Bombay a tiempo para bendecir a los devotos ese mismo

167
sagrado día. Bombay organizó una colorida recepción para Baba, porque creían que la visita
al Africa era Su primer viaje allende los mares. Más de treinta mil personas se congregaron
para saludarle. El Dr. K.M. Munshi estaba en el estrado con Bhagavan. Se dijeron discursos
en alabanza a la visita de 1 aba a un continente del otro lado del mar.
Baba inició Su discurso con un leve reproche. "¿Por qué tanto alboroto sobre Mi
ida al Africa y regreso a Bombay?", preguntó; "Yo estoy en todos los lugares. Todos los
lugares son Míos. Prapanchame naaillu". Traduje la frase en telugu de la manera siguiente:
"El Mundo es Mi mansión", y esperé el gesto de apreciación que merecía por la elección de
"mansión" para denotar el "illu": un proletario lugar común que, en el mejor de los casos,
significaba sólo una "casa". ¡Mas lo que recibí fue un sonoro "No" y de Baba mismo! Había
cubierto el micrófono con la mano y se había vuelto directamente hacia mí. Sacudió el dedo
ante mí, amonestándome por el error. Repitió "No" dos veces y. .. ¡Sai Ram! . . . dio unos
pasos hacia mí. Temí que mi error estuviera más allá de la redención. ¿Qué era exactamente
lo que había dicho? ¿No había escuchado bien? ¡Seguro que había susurrado algo sacrílego
en inglés! Estaba al borde de las lágrimas... Temblaba de la cabeza a los pies... ¡Ese dedo!
¡Ese ceño fruncido! ¡Los No, No, No! Me acerqué algunos pasos a El para aceptar lo que
fuera que viniera a darme.
Nos reunimos en el estrado frente a Munshiji... Baba mantenía el dedo levantado,
lo sacudió frente a mí y dijo: "¡No! ¡No el Mundo! ¡El Universo es Mi mansión!" ¡Ah!
¡Tenía el darshan de Aquel cuyo "illu" es el Universo! Escuché la palabra, ¡el Señor Mismo
proclamando Su Verdad! Caí a los Pies para la dicha del Sparsan. Me levantó por los
hombros con un suave "¡Lay!" (levántate) y cuando logré estar de pie, dijo, señalando hacia
el micrófono: "po" (anda). Dio algunos pasos y continuó, pero no antes de que yo lograra
pronunciar: "El Universo es Mi mansión". La palabra "mundo" me había otorgado un regalo
más precioso que cualquier otro que jamás podría ofrecer. Sí. Debería haber sido más
circunspecto. Me había enamorado demasiado del término "mansión" como para prestarle
atención a la otra palabra, "prapancha". Baba me había instruido hacía mucho acerca de esta
palabra. Significaba "el cosmos" o, más bien, puesto que "pancha" significa cinco, indicaba
tierra, agua, fuego, aire y espacio, como asimismo todo lugar en que cualquiera de ellos o
los cinco se encontraran. Mi "mundo" era en verdad demasiado diminuto para la majestad
de Su Realidad.

El 24 de noviembre de 1926, veinticuatro horas después de que


naciera Sathya Sai, los sadhakas del Ashram en Pondicherry, fueron
llamados a la sala por la Madre, y Aurobindo Ghose les bendijo a cada
uno antes de retirarse de la vista del público. La atmósfera estaba cargada
con tintes de vibrante espiritualidad y uno de los sadhakas exclamó: "Lo
Divino ha descendido a la Tierra". Tres meses antes de esa fecha, el día
de su cumpleaños número cincuenta y cuatro, Sri Aurobindo había
declarado que "el objeto de nuestro yoga hará descender esta Conciencia
Superior directamente al ser vital y al ser físico, como para que el
bálsamo supremo y la universalidad puedan estar allí, en toda su
plenitud, de. la cabeza a los pies". Baba es esa Conciencia Universal y el
Uníverso es Su mansión, el "prapancha" que creara como Su morada.
No es de extrañar que se le haya aclamado como un "Poder
Cósmico", hasta por aquellos que anuncian la segunda venida del Cristo,

168
el poder planetario, como inminente. Tampoco es de extrañar que Baba
haya revelado que El es el Padre cuya venida profetiza la Biblia.

Permítanme relatar otro incidente. Mucho antes de la Conferencia Estatal en


Dharwad, en donde Baba bendijo a la gente por primera vez en/ su propia lengua, el
kannada, fui comisionado por El para traducir el telugu a ese idioma cada vez que dictara un
discurso en la región. Debo confesar que la tensión que acompaña a esta tarea de tanta
responsabilidad, socava la atención que es esencial para escuchar, entender, interpretar y
articular el telugu del Señor. Busco atraer la simpatía de ustedes por un error que cometí,
que aumentó la tensión y me tuvo preocupado por más de una hora y media.
Se trató de una reunión al aire libre, en el espacioso cuadrilátero de un "bungalow"
en Madikeri, en el Distrito de Coorg. Había más de tres mil hombres y mujeres ansiosos de
dharsan y deseosos de escuchar el Mensaje de Bhagavan y los bhajans que invariablemente
canta para beneficio de todos. Baba me pidió que hablara por algunos minutos,
presumiblemente a guisa de levantar el telón. Cuando me encontré frente al mícrófono, mis
ojos descubrieron en el horizonte de montañas, una ominosa falange de oscuras nubes de
monzón, que emitían amenazadoras muecas y gruñidos, presagiando un ataque. Los montes
se estaban ya cubriendo por temor a la posibilidad de una terrible andanada acuosa. Pude
ver que muchos de los presentes empalidecían con la idea de empaparse bajo la descarga de
lluvia. Resolví narrar una historia que pudiera calmar su ansiedad.

Fue acerca de un incidente que se produjo en Puttaparti. Baba era un muchacho de


trece años. Indra, el Dios de los Cielos, deseaba lanzar toneladas de lluvia sobre la aldea en
donde Baba, el Sai Krishna, cuidaba vacas y terneros. La gente corría precipitadamente
buscando protegerse del inminente desastre. Venkamma, la hermana mayor, estaba
paralizada por el pánico. Había planeado construir una casa y los ladrillos, aunque estaban
apilados en el horno, estaban mojados todavía y esperaban ser cocidos. Era seguro que la
lluvia arruinaría el horno y reduciría los ladrillos a una informe masa de greda. Alguien le
aconsejó que cubriera los ladrillos con atados de caña de azúcar que podría conseguir en
Karnatanagapalli, el poblado frente a Puttaparti, en la ribera derecha del Chitravathi. Como
quince hombres se ofrecieron para ayudar y siguieron a Venkamma cuando corría sobre las
arenas del lecho del río, hacia el grupo de casas. Baba también corrió tras ellos. Mas, se
detuvo repentinamente, después de haber recorrido la mitad de la distancia. Gritó:
"¡Venkamma! ¡Vaanaraadu!" Vaana (la lluvia) raadu (no vendrá). No podía venir. Su
voluntad había alejado las nubes.

Observé cómo los rostros irradiaban fe y coraje y me senté, complacido conmigo


mismo, sólo para levantarme muy pronto de nuevo. Baba comenzó Su discurso.
Mientras hablaba por el micrófono, me sentí atemorizado al ver que las nubes
descendían sobre la cadena de montañas, las que temblaban bajo el impacto de la tormenta.
La tempestad, en un arrebato de desenfrenada travesura, empujó a la lluvia hacia el bajo de
las laderas. Mi mente aleteaba de confusión. Una parte mía proseguía con la traducción, en
tanto que el resto de mí me echaba la culpa por el descaro de haber elegido esa historia del
Vaana raadu. La "vaana" avanzaba rápidamente, envolviendo el valle, azotando las junglas
que se escondían allí. Empapó las colinas y bombardeó las alturas sobre las que se levantaba
Madikeri. Sobrepasó el bazar y la estación de autobuses, a medio kilómetro de distancia.

169
Baba seguía hablando, tan dulce y serenamente como de costumbre. Concluyendo
Su discurso con una lluvia de Bendiciones, cantó tres bhajans y le indicó a Ravindra Punja,
quien se adelantaba con la bandeja del Arati, que esperara y no encendiera aún la llama de
alcanfor. Comenzó a hablar sobre el duelo que yo sostenía con un dilema. Tuve que traducir
también esas frases lentas y deliberadas al kannada, para beneficio de la numerosa
audiencia.
"Antes de que Yo comenzara a hablar, Kasturi les aseguró que la lluvia sería
ahuyentada por mí. El no tenía una fe firme en ello, aunque trató de inspirar fe en ustedes.
¡Pobre hombre! Todo el tiempo estuvo temiendo, preocupándose, rezando, suplicándome.
La lluvia cae ahora torrencialmente en Mahadevpet. Llegará hasta este lugar sólo en veinte
minutos." Por ende, tuve que hacer que esos devotos se dieran cuenta de que yo era como la
mayoría de los demás que habían conocido: un péndulo que oscila entre la aceptación y la
aprensión.
Como Baba lo ha estado reiterando, sondear Su Gloria, es algo que está realmente
más allá de nosotros. Murphet ha escrito que Baba contiene en Sí mismo y tiene bajo Su
control todos los Poderes de Dios, al igual que una botella de tinta en la que se haya
comprimido un océano. Las Upanishads declaran que Aquello es pleno y Esto es pleno.
Baba ha anunciado también que El es todo lo que es Dios y que es Su Amor lo que le
impulsó a venir en esta forma humana. Felizmente, podemos medir Su Amor, mas no así Su
Sabiduría y Su Poder.
Bhagavan ha declarado que en este Avatar El ha asumido el papel de Maestro, de
Maestro de la Verdad. Por ende, El es tanto Rama como Krishna. Su historia se encuentra
tanto en el Ramayana como en el Mahabharatha. Cuando Baba nos dice que Su Vida es Su
Mensaje, es Rama. Cuando nos dice: "Hagan como hiciera Rama, pero no hagan como
hiciera Krishna", ¡nos está advirtiendo acerca de tratar de usar montañas como paraguas!
Nos aconseja "actuar como lo enseñara Krishna". "Yo puedo declara levantar toda una
cadena de montañas con Mi dedo meñique. Para ustedes es suficiente aventura el practicar
una sola línea del Gita".
Baba le enseña un Gita especial a cada buscador y a cada casta, clase, grupo de
edad, profesión o comunidad. He escuchado Sus discursos dirigidos a los niños, a las
mujeres y a los ancianos, a los ciegos, a los impedidos, a estudiantes del Veda Patasala, de
Institutos Superiores, Escuelas Universitarias, Institutos Tecnológicos, Institutos de
Ciencias, Colegios para Mujeres, Universidades Agrícolas, Colegios Médicos; reclusos de
Hogares Temporales, Orfanatos, Escuelas Correccionales, Reformatorios y Cárceles; a
docentes de Jardín de Infantes, de Primaria y Secundaria; a Directores, Profesores,
Psiquiatras, Médicos; a los Leones y Rotarios; a hombres de negocios, ejecutivos, jefes de
Ordenes Religiosas, obreros de fábrica, obreros de la construcción de represas, mineros y
campesinos; enfermeras y personal del servicio social; técnicos, investigadores en energía
nuclear, soldados zapadores y mineros; escolares; oficiales de ejército; personal de la
Fuerza Aérea; poetas, pundits, literatos; granjeros, pescadores; policías, peregrinos y
monjes; periodistas y tribeños; estudiantes universitarios, hombres y mujeres. He
versificado las impresiones que he ido reuniendo mientras observaba los rostros de estos
grupos, durante cientos de discursos de Baba en aldeas, pueblos y ciudades.
El impacto de los discursos de Baba sobre los oyentes es profundamente positivo.

Su charla, encuentran, es refrescante, no paralizante, entibiante,


no quemante; es llovizna y no tormenta; sonadora para los dolientes,

170
hace gemir los corazones; serenadora sin estigmatizar; es tónico total;
fragante y calmante; mejoradora sin violentar. Impulsa a indagar, obliga
a asentir, disipando depresiones, rechazando vacilaciones, infundiendo
fe, soldando fisuras, disolviendo uenganzas, sin imponer doctrinas,
aplacando rencores entre los dogmas. Informando, con gracia y sin herir,
cautivando, eligiendo al que responde, alentando al deprimido.
Ondas de sonido esparciendo Amor, más veloces que la Luz. Al
oír Sus palabras, decides, en silencio, dar un paso adelante en la ruta del
peregrino... Despliega tus alas, explora el cielo y busca regiones más allá
de tu alcance.
E1 le da la bienvenida a los que tienen hambre y sed, los que
cojean y se lamentan, los que trepan y .resbalan, ¡enderezando a los que
se doblan, animando a los extenuados! E1 abre los ojos y fortalece los
miembros, despertando a los dormidos, poniendo de pie a los sentados,
haciendo caminar a los que están de pie y marchar al que camina,
haciendo llegar a los que marchan y fundirse en El a los que llegan.

171
SU HISTORIA LA HISTORIA

Durante treinta y dos años, desde 1921 hasta 1954, había sido preceptor para clases
preuniversitarias y para estudiantes que se preparaban para los exámenes de graduación y de
postgrado. Por término medio, debo haber dictado diez charlas semanales por treinta y seis
semanas cada año. Alternadamente, entusiasmaba y moderaba a los jóvenes cambiando de
humor, según reza el dicho, porque la Historia es la narración del auge y la caída del
Hombre, cernida con antagonismos y antipatías, crucifixiones y cruzadas, Tamerlanes y
Juanas de Arco, Nerones y Asokas, Legrees y Lincolns, Marco Polos y Hiuen Tsangs que
encierran la sangrienta aunque colorida historia del "homo sapiens". Como acto de
penitencia por las absurdas bufonadas que realizaba en la sala de clases como miembro de
la honorable Facultad de Historia, me involucraba de buen grado en tareas que comportaran
charlas extramuros para analfabetos, comerciantes, campesinos, prisioneros, etc., acerca de
las aventuras, los logros y las experiencias de los santos y sabios de la India, culminando en
la gloriosa sinfonía de Sri Ramakrishna Paramahamsa. Años antes de ser liberado del yugo
de la Facultad, había hecho la promesa de que no me involucraría en vender al menudeo las
estupideces del hombre bajo el pretexto de que merecen ser inmortalizadas como Historia.
Afortunadamente para mí, cuando quedé libre de los anillos de la historia de la
miseria, me encontré a mí mismo en el regazo de la historia de la alegría. "Conviértanse en
parte de Mi historia", fue la exhortación que Baba le dirigió a los miles que se habían
congregado en Prashanti Nilayam durante el Dasara de 1960. En qué otra forma podía yo
escribir Su historia, me preguntaba a mí mismo mientras traducía para la reunión de devotos
Su telugu: Naa charithr alo meeru cheripouaalee. Descubrí que la única gloria es Su historia.
Esta era la historia en la que ansiaba emplear mis facultades y no la antigua, la medieval, la
moderna, la oriental u occidental o india, sino ésta, positiva y constructiva, concerniente a
todo el género humano.
Se me hizo difícil resistir la tentación de aceptar invitaciones de cualquier sector
para hablar acerca del fenómeno Baba. Debo confesar que cuando llegaba a saber de algún
signo sorprendente, de un paralelo épico o una declaración dinámica que pudiera iluminar
una fracción del misterio de Baba, pensaba en mis antiguos alumnos y colegas en la ciudad
de Mysore. Aterricé en medio de ellos y compartí con ellos mi Ananda. Recibí una carta de
Swami Abhedananda, residente en Rameswaram de Tiruvannamalai. Incluso antes de llegar
a sus manos mi respuesta sobre que "Baba se encuentra en Puttaparti", Baba le había dado
darshan en el Ashram, materializándose en su habitación a las cuatro de la mañana. Baba le
pegó en la cabeza, golpe que el anciano monje (setenta años) describe como "fuerte, aunque
soportable". Luego, cuando se incorporó en su lecho y encendió las luces, Baba no se
desvaneció. Habló en telugu, por más de cinco minutos, sobre el proceso de la meditación
que correspondía a las aspiraciones y logros del monje, y desapareció, diciendo: "El golpe
te orientará para pensar en la dirección correcta".
¡Cómo podía leer esta carta y reprimir el deseo de subirme a lo alto de la casa para
hablarle a gritos sobre ella a todos los que pasaran por allí! La historia no guarda ningún
registro auténtico de tales incidentes en los anales de ningún país. Cuando oigo hablar de
historias similares de Baba o de las profundas interpretaciones de los antiguos textos que El
haya dado durante alguna conversación casual, mi corazón se acelera. Corro hacia algún
grupo de almas fuertes y me deleito compartiéndolo generosamente con otros. "A lo largo

172
de todo el día, Tu justicia, Tus actos de redención, estarán entre mis labios"... Este es mi
mensaje para mí mismo.
Durante el Curso de Verano sobre la Cultura y la Espiritualidad Indias, el primero
de todos los que se realizaron en Brindavan, Whitefield, se me permitió hablarle acerca de
Bhagavan a los participantes. Bhagavan se encontraba presente entre los estudiantes.
Cuando terminó la charla previa a la mía y me aprestaba a subir los peldaños hacia el
estrado, El se levantó y se adelantó. Se encargó El mismo de la tarea de presentarme a mí y
al tema sobre el que hablaría. Lo hizo en una frase: "Ahora, nuestro Kasturi danzará".
¿Qué otra cosa podríamos hacer cuando compartimos el Amor y la Alegría que El
derrama sobre nosotros? El Infinito ha entrado en la forma humana para satisfacer "el
hambre de su alma" y para hacer infinito al Sí Mismo, para que pueda satisfacer su hambre
de Dios. Por eso, es imposible que el frágil cuerpo contenga el éxtasis, el que rebasa en
deleite y danza. Baba se ha anunciado a Sí Mismo como "Yo soy el Maestro de Danza, Yo
soy Nataraja, gel Primero entre los Danzantes". Danza en cada célula de este cuerpo; danza
en cada átomo. Y también nosotros somos inducidos a danzar. De hecho, Baba ha
confesado: "Sólo Yo sé de la agonía de enseñarles cada paso en la Danza". Cuando
danzamos, nos sentimos abrumados; nos perdemos en la melodía, la armonía, la serenidad.
Mi venerado Gurú Mahapurushji escribe: "Perdíamos hasta las sensaciones de hambre y de
sed. El conserje en la planta baja llegaba a temer que se derrumbara la casa". Nos quedamos
absortos en la contemplación de nuestra propia inmensidad e inmunidad. En el Rig Veda, el
más temprano testamento de la raza humana, el sabio ha revelado la meta de todas las
rotaciones del hombre en la Tierra: "Agaama (hemos venido) Nrtave (para danzar), Hassaya
(para reír) draagheeya aayuh (durante una larga vida)".
La India nororiental fue quizás el primer salón de baile en el que pude iluminar
rostros con el anuncio de que el Infinito ha venido a realizarse a Sí Mismo dentro de los
límites del hombre, en el que su Yo brilla con silencioso esplendor. Mi hijo era Director de
Reconocimiento Geológico de la India, teniendo como cuartel general a Shillong y a toda la
región nororiental como campo de estudio. La región comprendía los Estados de
Meghalaya, Assam, Tripura, Mizoram, Nagaland y Arunachala Pradesh. Algunos miembros
del personal del ejército y la marina, como una docena de ingenieros y médicos y un puñado
de sadhakas de esta región, habían descubierto al Avatar y anhelaban darle la bienvenida.en
sus corazones. Mi hijo compartió su experiencia y entusiasmo con ellos. Intentaba, durante
sus viajes, comunicarle el Mensaje a la gente común, que ya estaba madura por la adoración
del Bhagavan que les implantara el gran santo Sankardev. Los tribeños que habitaban la
frontera montañosa del subcontinente, habían tomado contacto con Puttaparti y con Baba al
ser llevados en gira por el país, en grupos guiados organizados como Bharath Darshan por
el Gobierno de la India.
Mientras viajaba hasta Shillong, los devotos prepararon una "danza" en la
espaciosa sala de la Biblioteca. Le hablé a un grupo de Jawans en Shillon Bajo y a hombres
de la Fuerza Aérea en Shillon Alto. El Gobernador Sri B.K. Nehru (al que se le decía
afectuosamente "el Viejo") supo que me encontraba de gira y buscó saber acerca del
mensaje para la humanidad de Baba y de Sus planes y proyectos. Me contó que algunos
parientes cercanos, residentes en Bombay, estaban vinculados a Baba y le habían relatado
sus experiencias con los milagros de Baba. "Sin embargo me confió la forma en que su
Baba puso en vereda y suavizó a ese jefe tribeño B.Y., es, a mi juicio, un milagro real. Me
gustaría que pudiera visitar Along, que queda cerca de la frontera y conocer a la gente de
allá. Haré todos los arreglos para su visita. Tiene que aceptar. Esta es una misión que vale la

173
pena". Conocía a la persona que mencionara: había estado en Puttaparti con un grupo del
Bharath Darshan dirigido por un Subsecretario del Gobierno, Sri Patir y un arquitecto del
Departamento de Obras Públicas, Sri Sarma. Sarma había sido comisionado para diseñar un
templo para los dioses tribeños Donyi y Polo, que el Gobierno construiría en Along.

B.Y. sufría de un extraño dolor intestinal que le había


convertido en un inválido crónico. Médicos y cirujanos, tanto de
Shillong como de Gauhatí, habían sido incapaces de curar el dolor o
de regularizar las deposiciones. Se le había pegado como una
abrazadera. Salió de numerosos hospitales con el interrogante
intestinal intacto. El coronel K.A. Raja persuadió a B.Y. para unirse al
grupo de tribeños que viajarían por la India. El coronel, Consejero del
Gobernador en los asuntos de las tribus, era devoto de Baba y estaba
seguro de que cuando el grupo llegara a Puttaparti el dolor
desaparecería. "Vas a ser llevado a la Presencia del Dios Viviente. El
exhorcizará al demonio que ha hecho de tu abdomen su residencia", le
aseguró Raja a B.Y. Se comprobó que sus palabras fueron verdaderas.
Baba mostró que sabía de la agonía. Dijo que toda la tribu
observaba ansiosa su tragedia. Creó una pequeña cantidad de ceniza
curativa desde el aire que les rodeaba. El funcionario informó en
Shillong que B.Y. había sido sanado tan dramática y efectivamente que,
a partir de ese día, consumió alimentos por valor de treinta rupias
diarias y en nada le afectó su glotonería. Las buenas noticias se
esparcieron entre los tribeños. Le dieron una alegre bienvenida al
estómago. Baba se convirtió en Dios, venido como médico, con la
ceniza como panacea.

Llegué á Aloig después de más de ciento cincuenta millas en "jeep" por un camino
fronterizo, quebrantador de huesos (desde Lakhimpur Norte en donde me dejó el avión).
"Dancé" frente a una numerosa concurrencia de tribeños y mujeres. Les hablé del Dios
Viviente que había bendecido a su jefe con una pizca de ceniza. Me mostraron el sitio en
que había de levantarse el Templo de Donyi Polo. Me contaron que Baba le había dado al
arquitecto un diseño para su estructura.

B.Y. y el grupo de Bharath Darshan habían salido para Bangalore


en el autobús que partía antes del amanecer. De modo que, aunque Patir
me había contado al oído las buenas noticias de que Bhagavan lo había
bendecido con un plato y un plano, no había tenido ocasión de echarles
una mirada. En Along, estando en el sitio del templo, le pedí al oficial,
que era mi acompañante, que me los trajera.
Fueron rápidamente hasta la tesorería del Comisionado y
regresaron con dos cajuelas de madera que abrieron con reverencia,
una después de la otra. La primera contenía el plato de Panchaloha con
los símbolos de Donyi (Sol) y Polo (Luna) grabados dentro del OM, la
sílaba mística de los Vedas. La segunda contenía un sobre vacío y una
hoja de periódico. También ellos eran regalos de la Mano Divina,
declararon. Con un esfuerzo de voluntad deseché la sonrisa que

174
amenazaba, con asomar en mi cara, porque noté la profunda lealtad que
mostraban por todo lo que Baba tocaba o transfería.
Sobre la cara en blanco de un sobre usado que contuviera una
carta dirigida a El, Baba había dibujado el plano para el templo. Había
un círculo justo delante del santuario rectangular. Les había explicado:
"Esta es una plataforma para sus danzas propiciatorias". Dibujó una
figura circular alejada de la entrada principal y dijo: "Aquí es donde
sacrificarán animales, si fuera necesario". Pero les aconsejó: "No maten
animales para contentar a Donyi y a Polo. Los animales también son
criaturas Suyas. Díganle a su gente que los Dioses estarán más
complacidos si se aman los unos a los otros. ¡Recuerden! No maten
animales los domingos (Día de Donyi) ni los de Luna Llena (Día de
Polo). Y déjenme decirles hoy mismo que cuando Yo visite su Along, no
deben matar animales en ningún lugar ni por razón alguna." Concluí en
base a lo que me informaron, que Baba había plantado las semillas de la
duda y el desagrado sobre el valor y la validez de la tradicional ofrenda
de un tercero engordado, semilla que crecería rápidamente para
convertirse en un sano escepticismo. ¡Cómo podría sentirse complacido
Dios cuando Sus hijos dejan frente a El los cadáveres de sus hermanos,
asesinados por ellos en Su nombre!

Mis dos charlas a los tribeños fueron traducidas al adi por el oficial designado con
este propósito. (Según informó Patir, en Puttaparti Baba le había hablado a B.Y. y a otros en
el dialecto adi, que era el suyo). En Along pasé un día en el Instituto Superior de la Misión
Ramakrishna. Swami Bhavyananda, el Director, era un monje de Karnataka, a quien
conocía desde hace años y conversamos nostálgicamente de los viejos tiempos y de
recuerdos que parecían no desvanecerse nunca. Le hablé del Avatar de Sai a los monjes y a
devotos seglares, como también a los alumnos del Instituto. B.Y. había hecho arreglos para
un Satsang en su residencia, el último día de mi permanencia. Swami Bhavyananda y yo
nos quedamos a comer con él una vez que el Satsang se dispersó. La devoción de los
simples tribeños hacia el Dios Viviente fue una lección para mí, que me enseñó a aplastar
los depósitos de dialéctica escolástica que se habían acumulado en cantidad sobre mi
buddhi, en capas tan gruesas, que no llegaba a iluminarlo el esplendor del Atma.
Volví a la región del Noreste cinco años después, cuando me invitó el presidente de
la Organización de Seva Sfi Sathya Sai del Estado para presidir la Conferencia de
Encargados de las Unidades, las que se habían multiplicado rápidamente entre la población
y las tribus. La atmósfera estaba fragante con incienso; en las cumbres retumbaba el eco de
los bhajans; en los valles resonaba el OM; los namghars despertaban antes que los pájaros, y
el Sai Ram se había convertido en el "Abrete Sésamo" para los corazones de los pobladores.
Hasta los niños que jugaban a las canicas junto a los caminos, invocaban al Sai Ram antes
de lanzarlas.
La Conferencia en Shillong reunió a devotos provenientes de lejanos poblados y
aldeas. El coronel K.A. Raja, para entonces Vicegobernador de Arunachal Pradesh, me
persuadió para que visitara Tezpur, la capital, hasta que se completó la construcción de la
nueva metrópolis. Le hablé a los funcionarios, tanto civiles como militares, a los que el
coronel había invitado al Raj Bhavan. Cuando me senté, se levantó para anunciar que él
también era devoto de Bhagavan, habiendo encontrado en El la misma Forma Divina que

175
adoraba desde hacía años. Les relató a todos un incidente ocurrido en el Raj Bhavan mismo.
Un gigantesco soto de bambú dentro del recinto del Bhavan, en torno al cual se levantaban
las tiendas de los obreros de Nepal, se incendió, relató. Las llamas se elevaban a gran altura
y cuando las gruesas cañas huecas estallaban con el calor, retumbaban como artillería. "Yo
no estaba allí. Mi mujer corrió hacia el pórtico de la casa y vio el incendio. Temió que los
hogares de los nepaleses fueran reducidos a cenizas. Gritó: `¡Sai Baba! ¡Sai Baba!"'
El coronel Raja hizo una pausa. Nos preguntábamos qué seguiría. Continuó: "El
fuego se apagó en cinco segundos... Ni una docena de bombas de incendio podrían haber
hecho eso". Con estas palabras, invitó a los presentes a salir con él y observar el soto de
bambúes. El llamado había hecho llegar la respuesta. El milagro estaba allí, para que todos
lo vieran y se rindieran. A unos dieciocho pies de altura, cada macizo de bambú mostraba
una punta ennegrecida que demostraba, más allá de toda posibilidad de duda, que el fuego
había debido obedecer instantáneamente y sin vacilaciones a la Voluntad de Sai que
respondía al ruego.
En Tezpur pude visitar el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas de Seguridad
Fronteriza y estar presente mientras se dedicaban al bhajan. Les hablé sobre el
Advenimiento del Avatar y Su Mensaje de Salvación a través del Amor. Los jawans de
Kerala descubrieron que yo había nacido y había sido criado en su país de montaña y mar
(las dos voces de libertad que animaran a Sankaracharya a emprender la aventura liberadora
del Advaita), se reunieron en torno a mí y les recité un largo poema en malayalam que había
compuesto sobre Bhagavan. Muy, muy lejos de los bosques de palmas y mangos de la tierra
natal, se emocionaron con el poema y se empaparon en la majestad que exhalaba.
Desde Tezpur seguí a Nowgong, cruzando el río Brahmaputra que extiende sobre
cuatro millas su airada obstinación. En Nowgong, Dibrugarh y Tinsukia, hubo cientos de
devotos sometidos a la terapia Sai para eliminar los impulsos egoístas y el espiritualismo
exhibicionista, que prestaron oídos a mis charlas. Baba me había adelantado, al despedirme
de El en Puttaparti: "Cuando anuncien una charla dictada por ti, asistirán treinta personas.
Cuando anuncien una charla tuya sobre Mí, asistirán trescientas".
En Su propio estilo inescrutable, Baba se había instalado en miles de corazones y
hogares, y muy pronto descubrí que había sido enviado para aprender más que para
comunicar lo que había aprendido. Los relatos que escuché, los devotos que encontré, los
signos de Su presencia y de Su afán por revitalizar y remodelar que observé en aldeas y
plantaciones, en campos y poblados a los que me llevaban mis anfitriones, me hacían
vacilar en exhibir credenciales. Me di cuenta de la validez de la declaración que a menudo
había hecho sobre Baba: "¿Qué es lo que saben del Prashanti Nilayam los que sólo conocen
Prashanti Nilayam?"

A1 hablarle a mis alumnos en los años veinte de este siglo acerca de la Historia
Británica, me sentía inclinado a explayarme sobre el alarde anglosajón de "¿Qué es lo que
saben de Inglaterra los que sólo conocen Inglaterra?", pese a que le agregaba un anexo:
"Los británicos gobiernan un imperio en el que el sol no se pone nunca, porque Dios no
puede confiar en ellos en la oscuridad". Aquí sin embargo, hay un imperio ganado por
Baba, un imperio en donde el Amor brilla para siempre, ganado por medio de la compasión,
una "mancomunidad" de devoción, dedicación y disciplina.
En Tinsukia, la Ciudad del Petróleo, le hablé a un grupo de niños acerca de la
Palma levantada de Baba, el Abhaya Hastha, que mostraba el retrato que tenían al frente y
prometí premios para composiciones acerca de lo que les había dicho. En Dibrugarh, relaté

176
la historia de las Upanishads de un resplandeciente Pilar de Luz que apareció ante los
Dioses mientras festejaban orgullosamente su victoria sobre los demonios. Les colocó al
frente una brizna de pasto. El Dios del Viento no la pudo estremecer, pese a desencadenar
su más furiosa tormenta. El Dios del Fuego no pudo dañarla, pese a que creó el más colosal
de los incendios. El Señor de los Dioses fue humillado. La Luz era UMA o AUM, la
Omnivoluntad, Brahman mismo. Los devotos saben que Baba es la refulgente encarnación,
la Omnivoluntad frente a la cual la Ciencia, la Psiquiatría y la calidad de Pundit se retiran
más tristes y más sensatos, al igual que les sucediera a estos dioses.
Seguí viaje a Gauhati, pasando por una plantación de té, en donde los colectores
caminan entre los alojamientos cada jueves y domingo, cantando bhajans desde tempranas
horas, terminando el coro postrados ante El. Baba se había establecido en docenas de
hogares en la ciudad y sus alrededores. Pude ver Sus pisadas en la ceniza que derramó para
anunciar Su Presencia. Les relaté historias acerca de la niñez de Baba a los niños, que
llenaban un gran recinto. Todos eran pupilos de las clases de Bal Vikas. "Dancé" en el
Centro de Servicio del Samithi y en la Sala de la Biblioteca. Mas debo confesar que me
embargaba un deleite aún mayor cuando dancé, sosteniendo una gata sobre mi pecho, en el
suelo del salón de la residencia de la enfermera jefe del Hospital Gubernamental en
Gauhati.
Mientras agasajaba a los aldeanos en Karnataka con recitales de Harikatha, me
había explayado sobre el episodio en que Vishnu salva a un elefante que pugnaba por
arrancar su pata de las fauces de un cocodrilo, con el golpe de Su irresistible arma
Sudarsana. Representa una ilustración épica de la compasión Divina. Yo solía omitir ciertas
ornamentaciones con las que los poetas habían aderezado lo sublime de esa compasión: que
el elefante no era en absoluto un elefante, sino un Raja que había sido convertido en uno de
éstos por una maldición, al que se le había prometido la liberación de ella cuando Vishnu se
presentara ante él como su Salvador; que el elefante había sostenido por mil años una guerra
con el cocodrilo antes de acordarse de Dios e invocarle, etc., etc.

La gata, Minkie, que yo acariciaba, había sido salvada de la muerte por Baba, en
una ocasión en que era golpeada por la niña que era su dueña, en un ataque de mal genio.
En la casa había dieciséis retratos de Baba a través de los cuales El fue testigo de la tortura.
Todos fueron cayendo de las murallas, poniendo sobre aviso a la enfermera, cuyo estallido
de enojo era el causante de la tragedia.

Esta señal para indicar Su Presencia es un fenómeno común experimentado por los
grupos Sai. El Dr. Samuel Sandweiss, el psiquiatra de California, escribe en su libro: "Una
noche, Sharon y los niños estaban hablando sobre Sai Baba en nuestra sala de estar. Querían
saber si en verdad era real. `Pienso que es real', contestó con ciertas vacilaciones uno de los
niños. En ese mismo momento una gran fotografía de Baba cayó repentinamente al suelo
desde una mesa cercana, asombrando a todos. Con maravillados susurros todos comenzaron
a afirmar `debe ser real'."

Alarmada, la enfermera le suplicó a su hermana que dejara de golpear a Minkie y


cuando la temblorosa gata fue puesta sobre la mesa, se sacudió para aliviar el dolor. Al
hacerlo, la cubierta de la mesa recibió una lluvia de vibhutí, fino, fragante, auténtico de
Puttaparti. "Si me necesitan, me merecen dice Baballámenme por cualquier nombre y
responderé de inmediato." ¡Qué historia para iluminar las páginas del Bhagavatham que se

177
está desarrollando frente a nuestros ojos ahora! La historia tiene un asombroso
complemento. La hermana de la enfermera viajó a Prashanti Nilayam meses más tarde y
Baba le puso en las manos las mismas manos que le habían causado tanto dolor a la gata
mascota de manera inesperada, un puñado de paquetes de vibhuti, con la orden: "¡Esto es
para la gata!" ¡No es raro que haya danzado con la gata sobre mi pecho! Mientras escribo,
tengo ante mí una fotografía de la gata, sentada sobre la mesa sobre la que cayera
copiosamente el vibhuti que Baba derramara sobre ella. Ella me mantiene alerta en contra
de cualquier pensamiento, palabra o acto que induzca o sugiera daño, insulto o negligencia
hacia algún ser viviente: porque todos viven en El y a través Suyo.
Desde Gauhati volé a Calculta, a través de una gruesa cortina de oscuras nubes
iluminadas por las ocasionales sonrisas de los rayos. Me quedé en Calcuta por seis días. El
presidente estatal de la Organización Sai de Bengala Oeste había preparado para mí un
nutrido programa de visitas y charlas en casi todas las áreas en donde había devotos
anhelantes de oír de Sus Lilas y Mahimas.Flalaen verdad tan recargado que, cuando tomé el
tren a Puttapartil , mi anfitrión me dijo: "¡Tío! La única ocasión en que pude darte algo de
comer y de beber fue cuando te di dos tabletas de aspirina y un sorbo de agua para
tragarlas..." Era recogido en un camino y trasladado a otro, tantas veces cada día, que perdí
todo amarraje. Se me daba la bienvenida con gratitud, porque a todos les llevaba un soplo
del ozono de Puttaparti que ansiaban.
Viajé a Dakshineswar para rendirle homenaje a la Madre y al Hijo de la Madre, el
Paramahamsa que me condujo hasta Baba. Tuve una reconfortante y grata sorpresa cuando
fui recibido por los residentes de Dakshineswar y supe que habían formado un Sathya Sai
Bhajan Mandali. Ellos me acompañaron durante mi adoración en el santuario, y cuando
meditaba en la habitación que Sri Ramakrishna santificara por años. Nos sentamos en
silencio en el terreno sagrado cerca del bosquecillo de Panchavati, de cara al Ganges,
renuentes a perturbar la paz en nuestros corazones. Finalmente, me pidieron que les hablara
de Baba. Las palabras parecieron flotar hacia mi conciencia y sentí que eran inspiradas por
el Gurú Maharaj Mismo. La hora que pasé compartiendo mi alegría con ellos se encuentra
aún grabada en oro aromático sobre las páginas de mi memoria.
Siento la necesidad de mencionar al menos unas pocas experiencias sobresalientes
que viví durante mi estadía en Calcuta, porque ofrecen atisbos de algunas facetas del
esplendor avatárico de Baba. La hermana Madhuri, mujer de un conductor de camiones,
contribuía con algunas monedas al fondo familiar, haciendo trabajos ocasionales en los
"bungalows" del vecindario. La familia se albergaba en un ruinoso "conventillo" ubicado en
un sinuoso pasaje lleno de fango. Sin embargo, cuando entramos al espacio que los dos
pequeños de la pareja llamaban "hogar", nos asombró la limpieza y la santidad que
imperaban. Nos preguntamos cómo habían hecho para acomodar un altar sobre el que había
cuatro selectos retratos de Baba y de unas pocas deidades adoradas especialmente en
Kerala. Fuimos recibidos con bhajans y se nos ofrecieron pequeñas esteras para sentarnos
mirando hacia los retratos. Las fotos de Baba estaban cubiertas por gruesas capas de vibhuti
y el sagrado polvo se escurría hacia platos colocados bajo ellas. El vibhuti emanaba de las
fotos en torno al rostro de Baba, el que mostraba una benigna sonrisa desde cada una de
ellas. Estas formaciones las he visto en Nellore, Mangalore y Ernakulam.
Vi un pequeño ícono de Krishna, representado como bebé y gateando, que la
hermana había descubierto entre las flores del altar en Janmashtami, el sagrado Día en que
se celebra el Nacimiento de Krishna. Se encontraba en un recipiente que estaba casi lleno
con el Amritha que brotaba de la imagen del Señor. Pude certificar como auténticos de

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Puttaparti su consistencia, su sabor y su fragancia, puesto que he sido testigo de su fluir, lo
he recibido en la palma de la mano y sobre la lengua y he gozado del aroma y sabor del
Amritha creado por Baba directamente, en Puttaparti, Kovalam, Venkatagiri y
Banashankari. Lo había visto fluir de retratos e íconos en Tamil Nadu, Kerala, Karnataka,
Maharashtra y la India Noreste. No era de extrañar que la fangosa callejuela se hubiera
convertido en una ruta de peregrinaje. Supe que estas ocurrencias no pueden ser suprimidas
y ocultadas, ni podía desearse que desaparecieran. La gente venía, veía y se maravillaba;
examinaba, experimentaba y quedaba abrumada. Los que venían para burlarse, se quedaban
para orar... Baba se convirtió en el Dios del hogar para miles en todos los rincones de esta
ciudad tan desigual.
Sudha Mazumdar me relató la historia. Era presidente adjunta de la Asociación de
Mujeres de la India; es una autora de reputación y una incansable trabajadora social. Se
había sentido atraída hacia Baba desde que viera Sus milagros en aquella humilde choza
proletaria. Con Baba siempre se da el amor a primera vista y, posteriormente, el deleite a
través de la intuición. Luego tuvo una serie de visiones significativas y escuchó voces, lo
que le fue confirmado posteriormente por Baba en Puttaparti.
Cuando visité Calcuta, unos pocos años después, ella me llevó a la sección de
mujeres de la Cárcel de Alipore, acompañándola durante una de sus visitas regulares para
enseñarle la historia del Ramayana a las internas. Aproveché la oportunidad para relatarle a
las desafortunadas reclusas algunas historias del Sai Ramayana. De la cortesía, la calma y la
concentración con que las setenta mujeres presentes escucharon los dos Ramayanas, pude
inferir que la simpatía y la comprensión afectuosas pueden producir la~mantequilla que le
gusta a Krishna, hasta de los corazones perversos y contaminados.
Sri S.P. Ghosh, Superintendente en Jefe de la Cárcel de Al¡~ pore, también se
había enrolado, después de haberse graduado a través de Ramakrishna y el Tantrismo, en la
Facultad de Postgrado de Sai. Entré con él y nos quedamos meditando en silencio dentro de
la celda en donde Sri Aurobindo había tenido la visión de Vaasudevassarvamidam en el año
1908, durante su "Asrama Vas". En 1909, Sri Aurobindo salió de Alipore como una persona
totalmente transformada: había descubierto que era un instrumento de Dios.

Permítanme una pequeña digresión para compartir con ustedes los pensamientos
que fluyeron por mi memoria mientras estaba en esa celda. Aurobindo llegó a Pondicherry
en 1910 y se refugió en esa colonia francesa. Siguieron dieciséis años de Yoga Sadhana. El
15 de agosto de 1926, mientras sus seguidores celebraban sus cincuenta y cuatro años
(exactamente cien días antes del nacimiento en Puttaparti de Sathya Sai Baba), Aurobindo
declaró en su discurso: "El objetivo de nuestro Yoga es hacer descender a una Conciencia,
un Poder y una Luz de Verdad, una Realidad Divina diferente de la conciencia que satisface
a un ser común sobre la Tierra. Una Conciencia, un Poder, una Luz de Verdad, una
Realidad Divina que esté destinada a elevar la conciencia terrenal y a transformarlo todo
acá..." Me sentí supremamente feliz de estar en el lugar en el que Aurobindo había sido
bendecido con la primera visión que llevó más tarde a la segunda.

Durante otra visita, entré a la Cárcel de Dum Dum en Calcuta, en un Día Sagrado
en el que se les sirve a los prisioneros una comida de festival. Les hablé del Sai que
comprende en Su Amor a los criminales, como a hijos descarriados Suyos, al igual que al
resto de nosotros que estamos fuera de los muros. Su Amor le lleva a pasar por alambradas
y piedras, por rejas y cerrojos hasta quienes ansían limpiar sus mentes con el detergente de

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la devoción. Se mostraron como entusiastas oyentes de las historias acerca de Su
omnipresencia y Su compasión que les relaté. Me permito mencionar que tuve
oportunidades similares para llevar buenas nuevas hasta los ocupantes de las cárceles de
Gulbarga y Mysore, en el Estado de Karnataka y de Salem y Coimbatore, en Tamil Nadu.
Los que me llevaron hasta estos hermanos baldados y enrejados fueron los devotos de Baba
dedicados a visitar las cárceles y abrir ventanas que le revelen a los corazones oscurecidos
el vasto espacio azul del Amor de Sai. Me he encontrado con algunos de ellos que han
venido a Puttaparti desde Hazaribagh y Warangal, después de haber cumplido sus
sentencias. El arrepentimiento les ha fortalecido y la fe les ha reforzado la voluntad de
.evitar más caídas y emprender el camino hacia la meta.
Me encantaba ver la aparición de vibhuti y amrita en los retratos de Bhagavan: una
estrategia que convierte, al convencer hasta al más perverso racionalista. Nunca me olvido
del tiempo que pasé en el departamento de un seguidor de Das Gupta. Describió cómo
aparecía misteriosamente kumkum sobre el entrecejo de Baba y de Anandamayi y cómo, el
Día de Shivaratri había recibido del retrato de Baba un lingam y, en los días posteriores, un
damaruka (el tamborcillo de Shiva), un trisula (el tridente), una bilva de plata (la hoja
trifoliada sagrada) y amrita en gotas. Había cantidades de vibhuti que emanaba de fotos de
Baba y, el más sorprendente de todos los fenómenos... del retrato del venerado Gurú de Das
Gupta, Mohanananda. El mismo había sido testigo del asombroso espectáculo que indicaba
que Baba había señalado que estaba usando a ese Gurú como Su instrumento para Su Tarea.
Había un Ravi Kumar Basu viviendo en la planta baja, cuyo hijo, un chico de tres
años, no podía caminar erecto. Aunque la gente sugiriera a los padres que recurrieran al
vibhuti que se encontraba tan abundantemente a disposición en el mismo edificio, su
"supervisión científica" les aconsejó en contra. Sin embargo, una mañana Baba impulsó al
niño a subir por sí mismo los diecinueve escalones hasta entrar en el departamento y al
santuario de Das Gupta, a sentarse frente al retrato de Baba y a raspar la ceniza curativa con
sus dedos. Lo descubrieron cuando se la estaba aplicando en sus piernas. Cuando quise
verlo, lo llamaron para que subiera y pude ver que era un niño retozón y normal.
El Presidente del Estado de Bihar, Dr. Murthy, Químico Jefe de la empresa Tata,
me persuadió para que visitara Jamshedpur y Ranchi. Me sorprendí al ver a una multitud de
punjabis viniendo hacia nosotros cuando desembarcamos en la estación de ferrocarril. El
reverendo Sri S.D. Khera, Presidente estatal de Bengala Oeste e la Organización de Seva de
Sai, quien estaba con nosotros, o había revelado que era el Gurú hereditario de una secta
que c mprendía a varios cientos de familias. Como se anunció que él iba a presidir la
reunión para mi charla de la tarde, asistió un numeroso contingente de sus discípulos y
fueron expuestos al Sai universal y unificador. En otro lugar, el Madras Hall, se reunieron
empleados de Tamil Nadu una hora antes de la indicada para la llegada del público, para
escucharme leer y explicar con ilustraciones el Sai Bhagavatham en su propio idioma.
El Dr. Murthy me obligó a interrumpir mi viaje y a bajarme en ,una perdida
estación, la de Chakradharpur, que contaba con un espacioso galpón como Centro de
Bhajans y de Servicio, construido por los miembros del Sathya Sai Seva Samithi local. Allí
se me unió un miembro de la Asamblea Legislativa de Bihar y también del Samithi. En la
Asamblea representaba a las tribus aborígenes del área, los Adivasis. Describió la
sobrenatural sensibilidad de la gente en su distrito: "Escuchan el silencio y ven el vacío;
observan a Dios en la temblorosa brizna de pasto y al demonio en un pájaro chillón", dijo.
Explicó que no percibían disgusto, desprecio ni temor en los devotos de Sai, de modo que
confiaban en ellos como si fueran de los suyos. Sin embargo, se mostraban suspicaces, con

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respecto a los proveedores de cuello y corbata y los investigadores intrusos en busca de
bocados antropológicos para sus tesis doctorales: no aprecian la caridad exhibicionísta ni los
programas que buscan fotografiar. Era bastante fogoso en su condena de tales tácticas y yo
deseaba que el camino hubiera sido más largo, pero Ranchi se nos acercó con rapidez y fue
llevado a la sala de conferencias.
En el camino de regreso a Calcuta, fui cumpliendo compromisos en Kharagpur,
Howrah y Burdwan. La colonia del ferrocarril en Kharagpur era en verdad un poblado de
devotos de Sai: habían conseguido un terreno y construido un centro para sus actividades de
sadhana y de servicio. En Howrah quedé sorprendido al encontrar el ayuntamiento atestado
de gente, sobrepasando su capacidad máxima, lo que evidenciaba los genuinos esfuerzos del
Seva Samithi de allí para llevar la lámpara del Amor de Sai a los hogares de los débiles y
los vacilantes. En Burdwan también tenían un espacioso salón en el ayuntamiento, en el que
resonaba el eco de los bhajans cantados desde cientos de corazones. Me pude comunicar
perfectamente con la audiencia, ya que estábamos en la misma longitud de onda.
Ansiaba llegar también hasta Darjeeling, porque habían llegado grupos de devotos
de las regiones del Himalaya como el valle de Kulu, Simla, Sikkim Bhutan y Nepal hasta
Prashanti Nilayam, en busca de diagnóstico y medicación para sus males y habían retornado
a casa curados, reconstruidos y aliviados. Aquellos que los encuentran después se
sorprenden frente a la transformación que han sufrido: la confianza que exhiben, la cortesía
que comunican y la calidad de la amistad que manifiestan. Volé desde Calcuta hasta un
lugar con un nombre difícil, pero un aeropuerto tranquilo desde donde los hermanos de las
montañas me llevaron en su automóvil, no a Darjeeling, sino a un pueblo equilibrado sobre
un abismo.
Fue una conspiración inocente por parte de secuestradores amistosos. Se me dijo
que debía descansar y beber a sorbitos una taza de té caliente. Entretanto, rodaba la noticia
de que Puttaparti había llegado, resonando abajo y arriba, en las casas aferradas a grietas y
hendiduras, sobre pequeñas cumbres, planicies y promontorios, de modo que tres cuartas
partes del pueblo, hombres, mujeres y niños, me atisbaban a través de las ventanas, como si
yo fuera un hombre de la luna. Alguien los arrió como rebaño hasta una sala y luego me
llevaron allá. Se pusieron a cantar bhajans y la atmósfera se tranquilizó. Me alegré
realmente cuando pude observar el brillo en sus ojos mientras prestaban oídos a las historias
sobre Sai Baba y la conquista del globo que El ha logrado a través del Amor.
Después de esto fue liberado el automóvil y continuamos viaje a Darjeeling en
donde me aguardaba un movido programa como también una profusa provisión de guantes
de lana, chales, chalecos y calcetines tejidos y gruesas gorras.
Le hablé a diferentes grupos durante mi estadía de dos días, pero son dos las
ocasiones que se ganaron un espacio en rni memoría. La primera fue mi charla al personal y
a los alumnos de una escuela que había establecido la mujer y madre de un hombre y su hijo
que habían muerto en un accidente en motocicleta, en memoria de ambos. El había sido un
ferviente devoto de Baba y la escuela funcionaba hacía sólo dos años. Mis anfitriones
consideraron que para llegar a tiempo a la escuela, debíamos pasar por el paseo que se abría
entre dos filas de tiendas y negocios, en el que no se permitía el paso de vehículos, salvo
ambulancias. Sugirieron que debía enfermar, puesto que la necesidad tiene cara de hereje.
No era una idea que me atrajera, pero me suplicaron que la aceptara. No tenía más que
recostarme sobre la banqueta acolchada y tres de ellos me acompañarían con expresiones
compungidas. Tuve una visión de Baba riéndose de mi problema, mas asintió con la cabeza
cuando le rogué que dijera sí o no. De modo que llegó la ambulancia en respuesta a un

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llamado telefónico, subí y me tendí en ella. Los demás tomaron sus puestos con sus
máscaras de duelo y nos fuimos a toda velocidad por "la tierra de ningún auto". A1 término
de la función repetimos el truco.
Estando en Darjeeling podía ver la cumbre del Kanchenjunga límpida y brillante.
El deseo de poder ver cómo los primeros rayos del sol despertaban al Monte Everest y lo
transformaban en una resplandeciente visión, era irresistible, en especial porque su
satisfacción no dependía sino de un viaje en "jeep", en las primeras horas de la mañana,
hasta Tiger Hill, en medio del frío cortante y el cielo claro por sobre el monte. Mis
anfitriones condescendieron, me transportaron allá y me colocaron en la primera línea de
espectadores que esperaban de puntillas que se encendieran las luces del escenario de la
maravilla sublime. Las nubes, sin embargo, no condescendieron. Regresé con el corazón
pesado y sintiéndome ofendido. Algunos peregrinos no pudieron asimilar la desilusión:
"maldijeron" a las nubes. Otros declararon que habían visto lo que no se les mostrara.
Yo, no obstante, obtuve un gran consuelo esa misma mañana. El Monte Everest
jugó a las escondidas conmigo y tal vez disfrutó de su juego más bien "malvado". Resulta
que horas después me encontraba al lado de un hombre a quien la más alta cumbre del
mundo no osaba despreciar: él buscó y, pese a todo intento de ocultarse, ganó. Su nombre es
Tenzing Norkay y, cuando fui al Instituto de Montañismo de Darjeeling, me ofreció su
mano en un largo y cálido apretón.
En el Instituto me esperaba una sorpresa. Cuando subíamos hacia el edificio por un
sendero gravillado, encontramos a un hombre que barría la gruesa masa de hojas secas que
habían caído desde los árboles que lo franqueaban. Repetía "¡Sai Ram! ¡Sai Ram!" para sí
mismo... ¡El ábrete sésamo hacia la paz y la alegría! ¡Aquí estaba el Kohinoor (el más
grande diamante encontrado hasta ahora, perteneciente a la Corona Británica N. de la T.)
envuelto en barro!, me dije para mis adentros. Se le dijo quién era yo y de dónde venía, de
modo que dejó de lado su larga escoba y corrió hacia las chozas en donde vivían sus
similares. Seguimos nuestro camino y volvimos después de una hora al terminar nuestra
ronda, para ser invitados por él a una sesión de bhajans en el genuino estilo de Puttaparti,
desde Sri Ganesha a Jai Jadadeesha Hare y Sathya Sai Babaji más el platillo con vibhuti. A
millas de distancia de cualquier parte y a plena vista de las cumbres de los Himalayas, un
humilde servidor de Sai cumple con Su directiva: "Maam Anusmara vuddhya cha"
(Manteniéndome siempre en su memoria, dedíquense al juego de vivir).
He tenido la buena suerte de pasar algunos días en el Estado de Orissa que yo
llamo Orissai, porque numerosos grupos de hombres y mujeres voluntarios llegan hasta
Puttaparti desde este Estado y se distinguen por su entusiasmo en servir a los devotos.
"Barremos los anchos caminos y limpiamos el área para el Ratha de Jagannath (Krishna o
Vishnu N. de la T.) en Puri, la Ciudad Sagrada. Por favor, asígnennos el mismo sagrado
servicio de mantener el área de Prashanti Nilayam reluciente, ordenada y limpia", es lo que
piden. Esta gente ha sido conformada en sinceros y simples servidores de Dios por los
poetas, los pundits, Pandas (sacerdotes) y sabios del pasado. Jagannath, el Supremo
Soberano del Cosmos en la forma de Krishna, preside sobre esa tierra con Su hermano
Balarama y su hermana Subhadra. Para indicar que éstos no son sino Nombres y Formas,
receptáculos temporales de la Omnivoluntad, proceden a renovar ceremonialmente, cada
tantos años, los íconos de madera. Al Señor Jagannath se le ofrece arroz cocido en ollas de
greda, porque ése es el alimento y el platillo en base al cual subsisten los millones de
Jagannaths en esta sagrada tierra. Me sentí feliz de ser uno de ellos ese día.

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Desde Kudra, donde nos bajamos del tren de Calcuta a Madras, seguí hacia
Berhampore, Konarak y Puri. Debo decir que era arrastrado por la ola de afecto despertada
por el recuerdo de miles de devotos de los dichosos días que pasaran en Puttaparti y que
ponía en movimiento la mención de mi nombre y presencia. En Puri me quedé petrificado
frente a la magnífica expresión de la devoción de un famoso pandit sánscrito por Sathya Sai.
Era un carro de guerra con cuatro briosos corceles prontos a saltar adelante. Se trataba de la
obra de escultores y pintores guiados por la mente de un poeta místico que había concebido
la escena clásica en el campo de batalla del Kurukshetra. El carro, de unos veinticinco pies
de alto, desde las ruedas a la bandera, y unos quince de ancho, era un verdadero sueño
hecho realidad, una visión que se había hecho tangible. Ahí se encontraba Arjuna,
desanimado y engañado, aunque se podía entrever al discípulo y su dedicación. El Señor, la
Verdad que defiende, la Bondad que sostiene y la Belleza que endulza el Cosmos, está a su
lado, sosteniendo el látigo para activarlo y las riendas para contener su indocilidad. ¡Y
Krishna ha puesto ante Arjuna el Gita Vahini pronunciado por Sai Krishna! El carro
simbolizando al Nara Narayana, al diálogo ola océano (en que el guión representa una
hipótesis basada en la autohipnosis y no en la Verdad) se alza majestuoso, proclamando que
Baba, pronunciando el Gi ta Va h i n i , es el Sanathana Sarathi.
He descubierto que todos los que han llegado a la presencia de Sai, ya sea durante
las visitas a los lugares en que es posible Su darshan o a través de las visitas Suyas en
sueños o visiones, en películas o retratos o en las páginas de los libros o apariciones reales y
signos y señales concretas, se sienten atraídos de alguna manera a congéneres devotos y se
sienten impulsados a compartir su entusiasmo con aquellos que son tan entusiastas como
ellos mismos. ¡Cada cual tiene un ramillete de dones, fresco y fragante en el altar interior!
Durante mis estadías en diferentes lugares he tenido fe en la Divinidad de Baba, una fe
apuntalada más allá de roturas o daños: era el impacto de estas revelaciones íntimas de Su
Gloria.
Un funcionario del Departamento de la Renta confió que usaba su "jeep oficial"
para una peregrinación hasta un aislado santuario de Shiva en la floresta, alcanzable tan sólo
a través de una larga huella utilizable durante la estación seca. En el vehículo llevaba a las
mujeres y los niños de dos prolíficas familias: la propia y la de su vecino. El santuario
estaba dentro de una cueva en el acantilado de una colina rocosa; su fama residía en su
inaccesibilidad y en un incesante goteo de agua desde el techo de la cueva sobre el Shiva
Lingam. Supuse que su relato terminaría en que se quedarían atascados de noche en medio
de la jungla. Así fue. El "jeep" se hundió en terreno fangoso y sus pasajeros eran muy pocos
y débiles como para sacarlo hacia terreno firme. De modo que el devoto, el único hombre
disponible en la crisis, corrió hacia la caverna con la esperanza de encontrar allí el refuerzo
muscular necesario para recuperar el "jeep".
Ahora no tenía interés en el Lingam ni en el goteo. Contó a los hombres
arrodillados o reclinados a la luz de la única lámpara de aceite. Había siete mendicantes
vestidos con túnicas color ocre, pero no pudieron ser persuadidos para emprender una difícil
caminata a través de, como dijeron, una jungla "infestada de animales salvajes". Esta
observación le prestó alas para correr rápidamente de vuelta hacia el grupo de mujeres y
niños abandonados. Cuando llegó a unas cien yardas del vehículo, encontró a un pequeño
grupo de hombres y jóvenes que le dijeron que habían empujado el "jeep" hacia terreno
firme. Ahí estaba, listo para ser conducido de vuelta a casa. Desde la jungla en la que
desaparecieron, les oyó gritar: "¡Somos Sevas de Sai!". Por eso y por la consecuencia
acumulativa de milagros de este tipo, Orissa ha llegado a ser Orissai.

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El ya fallecido Rao Saheb Lal fue Presidente de los Estados de Delhi, Punjab e
Himachal Pradesh. Estaba ansioso porque yo compartiera su alegría frente a la increíble
velocidad con la que se difundía el Mensaje de Verdad, Moralidad, Paz y Amor de Sai en
estos Estados. Cada vez que visitaba la metrópolis, Baba atraía a cientos de miles de
personas diariamente hasta Delhi. Se le rendía homenaje bajo la forma de proyectos de
servicio en las barriadas pobres y los hospitales, en activos Centros de Bhajans, con
donaciones de sangre, con la organización de estudio de las Escrituras y de lecciones de
espiritualidad para niños. De alguna manera, no había tenido la oportunidad de estar en
Delhi cuando había estado Baba (la más reciente, en mayo de 1982). Sohan Lal, empero, me
llevó a los Centros de Sai Seva que habían brotado y florecido en todas partes en que los
Pies de Loto del Señor habían tocado corazones humanos y grabado en ellos el Mensaje de:
"Comiencen el día con Amor; vivan el día con Amor; terminen el día con Amor: éste es el
camino hacia Dios".
Sai me daba el valor para atreverme con el telugu cuando anhelaba ganarme la
gratitud de los Andhras que vivían y trabajaban lejos del punto sagrado santificado por el
Avatar Sai. Hablé ante la Asociación Telugu del Colegio de Venkasteshwara en Delhi y le
hablé a devotos en telugu y tamil en la espaciosa sala de la residencia de Sohan Lal en el
Golf Links Road. Sohan Lal me dio oportunidades para encontrarme con estudiantes,
mujeres, niños y personal del Seva Dal. Me llevó hasta Kurukshetra, en donde una asamblea
de más de quinientas mil personas había escuchado con silencioso arrobamiento la
clarinada, lanzada por Sai Krishna, llamando a la pureza, el entendimiento y la simpatía,
tanto individual como social. Me quedé como transfigurado en ese sagrado campo,
empapado en sangre en muchas batallas fratricidas, pero que es, no obstante, un monumento
al Auriga que le asegura la Victoria a la Verdad. Situados en la brecha que corre entre las
montañas y el desierto, a través del cual pueden marchar los ejércitos desde el Valle del
Indus al del Ganges y vi eversa, encontramos una serie de campos en donde los hombres
masacraron a otros hombres hermanos.
En Chandigarh hablé sobre el carácter único y universal del Mensaje de Baba y
sobre Su receta para refinar y divinizar nuestras emociones y pasiones. Seguimos la huella
dejada por El, deteniéndonos en todos los puntos en que El se detuvo y sentimos el eco de
Su voz en la conducta y la conversación de las personas que encontramos. Respiramos a
Baba en Ambala y en Kalka y recorrimos por completo un camino que los residentes de un
poblado habían convertido en una ruta llena de colores y de cantos para la procesión que
acompañó al coche de Baba. Llegamos a Simla para alojarnos en el mismo palacio en que
El parara. Frente a éste, se encontraba el santo jardín donde se habían sentado los hijos de
Himachal para ser mimados y alimentados por la Madre Sai. Sohan Lal me cuidaba como
una madre, afmentando la chimenea de la habitación en la que iba a dormir y
envolviéndome en suaves lanas. En base al número y la variedad de la gente que llegaba al
palacio, pude medir el impacto que Baba había causado en los simples montañeses, porque
estaba seguro de que venían a oírme porque yo era una voz del Puttaparti de Bhagavan.
La fragante madrugada se arrastró entre los cedros y los pinos y encendió las
margaritas y dalias en el pórtico. También hay un paseo flanqueado por tiendas en Simla,
pero evité esta vez un segundo encuentro con una pseudo fiebre y caminé por la calle hasta
la Sala de Conferencias, porque Sohan Lal me había contado de los miles que llenaban hasta
la última pulgada del paseo, escuchando con embelesada atención Su discurso y cantando
entusiastamente, después de El, los bhajans en que El los iniciara. Baba había caminado
descalzo por el paseo, de un extremo al otro, además de pasar entre las filas de hombres y

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mujeres, sonriendo, hablando, reconviniendo, aceptando peticiones y ruegos, confiriendo
dádivas y Gracia.
Muchos charlistas que saltan de estrado en estrado se quejan de que, fuera de
convertirse ellos mismos en aburrimiento insoportable para las audiencias que esperan que
resulten edificantes, ellos mismos se ven afligidos en corto tiempo por un aburrimiento que
les produce náuseas. Sin embargo, el mismo grupo de personas acepta de buen grado hasta
la repetición de una misma charla si ésta gira en torno de Baba, porque estará llena de gratas
posibilidades. Puede evocar asombro, admiración, adoración, sumisión, entusiasmo,
gratitud, euforia, júbilo y cualquier otra o más reacciones similares. Este charlista jamás
puede repetir una intervención, porque la imagen de Baba que está instalando en los
corazones de los oyentes tiene un millón de facetas hacia las que puede dirigirse la atención.
El tiempo no deja sus marcas en Su Gloria: el Baba siempre presente es eternamente dicha.
El Samithi había organizado también, el mismo día, una función de anticipo de algunas
danzas folklóricas del Himachal interpretadas por los estudiantes del Bal Vikas y que Simla
iba a presentar en Puttaparti como parte del Festival Nacional de Danzas Folklóricas
durante la Celebración del Jubileo de Oro del Advenimiento del Avatar.
Baba había viajado en auto por un camino cubierto de nieve hasta un punto a unas
quince millas de Simla, desde donde uno podía ver los océanos que hibernaban sobre la
cadena de los Himalayas, como gruesas capas blancas de nieve. También yo hice el trayecto
y me paré en el punto que me indicó Sohan Lal. Me emocioné ante la escena soberbia y
sublime que se extendía de un extremo al otro del horizonte: picachos agudos y otros romos,
cumbres suavemente redondeadas y otras dentadas, con altas cadenas intermedias que
resplandecían brillantes con pesadas coronas de plata, me dieron un Divino darshan. Era un
cuadro espléndido que se conectaba con el cielo, un incalculable recuerdo en el cofre de mi
Ser.
Sohan Lal y yo también fuimos en coche a Jullunder. Bhagavan había visitado
Mogha cerca de la frontera con el Paquistán, para inaugurar allí un prestigioso hospital. Eso
fue un acto de Gracia. Cientos de miles tuvieron darshan y pudieron escuchar Su
encantadora voz y mensaje. Ese contacto se transformó muy pronto en convicción en el
heroico corazón de Punjab. Fueron derramados signos y maravillas en abundancia. Los
Sikhs de las Fuerzas Armadas buscaban la Presencia. En Jullunder, los devotos se reunieron
en una espaciosa sala y pude hablarles del Amor, la Sabiduría y el Poder de Baba.
Bhagavan me permitió presidir la Conferencia Estatal de las Unidades de la
Organización de Servicio de Madhya Pradesh en dos oportunidades, una cuando se llevó a
cabo en Indore, en el Oeste y otra en Raipur, en el Este. Vi a Baba en los ojos de cada uno
de los delegados, ojos que brillaban al oír de un incidente que ilustraba Su siempre presente
compasión o ante cualquier poema que emergiera de El como canción. La melodía era la ola
que llevaba Su Upadesh. Hablé sobre la tarea que el Avatar había tomado sobre Sí Mismo y
como debemos nosotros, que hemos recibido la dádiva de la contemporaneidad, cumplir con
la obligación que esta Gracia encierra.
En Indore aprendí mucho acerca de la Revolución Espiritual de Sai. Los devotos
del lugar tenían un estilo único de "alimentar a los pobres" que está prescripto como
disciplina espiritual. Cada casa mantenía un paquete de alimento para adultos que
comprendía los preparados que conforman el almuerzo de una familia. De hecho, el
receptor desconocido de este paquete pasaba a formar parte de los comensales de la misma
mesa. A mediodía llegaban los voluntarios en bicicleta para recoger, diariamente, las
ofrendas sacramentales de aproximadamente una docena de casas cada uno y las entregaban

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reverentemente en las manos de quíenes vivían de esta caridad. Llevé a cabo una corta
encuesta entre los miembros del Seva Dal y encontré que tenían muy poco del conocimiento
que se puede derivar del Sathyam Shiuam Sundaram. Por eso, el Presidente del Estado hizo
circular una directiva que indicaba que los que desempeñaban cargos y los voluntarios del
Seva debían esforzarse por entender y asimilar el contenido de libros sobre la vida de
Bhagavan. Vi a un número de niños que eran alimentados y educados en un orfanato. Era
tanto lo que se habían transformado por el método de educación infantil del Bal Vikas de
Baba que incluso cuando propuse poner dulces en sus manos, no se produjo ninguna
estampida ni nadie estiró la mano antes de su turno. ¡Y eso no es todo! Unos pocos niños en
la Posición de Loto, con las manos sobre las rodillas y los dedos haciendo el Mudra, se
habían sumido profundamente en la meditación, hasta que los hice volver y los reuní con la
clase antes de irme. No pude resistir la tentación de visitar Ujjain, en donde un activo
Samithi exhortaba a los devotos a practicar la disciplina espiritual del Amor y el Servicio.
Mi charla fue traducida por un Profesor de la Universidad local, procedente de Tamil Nadu.
Al escuchar su meliflua dicción del hindi y recordando la encantadora cascada de
hindi que caracterizaba el lenguaje de un inspector de impuestos de Indore que procedía de
mi Kerala natal, sentí un tanto de vergüenza por aferrarme patéticamente a un lenguaje
desconocido para la mayoría mientras comunicaba la Gloria de Su Historia. Para vencer esta
desventaja, me. hice amigo de un colega de Cachemira, doctor en Filosofía en hindi, y le
persuadí para que tradujera para mí, a un hindi simple y familiar, una larga y divagadora
charla en inglés acerca de Baba que grabé en una cinta. Me dio un legajo de veinticinco
páginas de la versión en hindi. Mi lengua y mi oído, acostumbrados por años a vivir y a
arrellanarse en la familia de los idiomas dravidas (malayalam, tamil y telugu), no osaba
internarse en un idioma indo europeo como el hindi. Pero me forcé a pasar la prueba:
ensayé la charla ante algunos amigos y elegí nuevas víctimas cada semana. En lugares que
me parecían apropiados, insertaba tosesiIlas, hums, pausas, énfasis y apartes (los que
también había subrayado en el guión). Cuando estuve convencido de que podía hacerle
frente a una audiencia en las regiones de habla hindi con aquella charla escrita, leída como
si hubiera sido mi lengua materna, invité a algunos devotos hindi para asistir al último
ensayo. Incluso, antes de que pudiera terminar de leer diez páginas, me aconsejaron
abandonar la idea, aunque me congratularon por mi "valentía".
Camino de Ujjan a Bhopal permanecí por un día en Sohore, en donde le hablé en
inglés a los estudiantes de la Escuela Agricola, a millas de distancia de la ciudad. Como en
su mayoría desconocían la magnificencia del Avatar, pude ayudar a dejar la impronta de Sai
en sus corazones o, por lo menos, a despertar curiosidad y un sentimiento de asombro. Los
miembros del Samithi de Servicio Sai de la ciudad iban ese día hasta el Hogar de Leprosos
y acepté gustoso su ofrecimiento de llevarme con ellos. Los residentes, unos cuarenta, se
sentaron en.dos filas, sosteniendo sus platos ante ellos, tan pronto como escucharon los
bocinazos de nuestro transporte, porque anticipaban un festín de chapattis, curry, dhal y
papad, además de un platillo dulce especial: srikhand. Sabían que era eso lo que les tocaba
esa semana, porque lo habían solicitado y se les había prometido.
Me sentí feliz de descubrir una nueva forma que había tomado el Amor de Sai en
Sohore. Todos los domingos, cuando llegaba el momento en que se retiraba la camioneta
con los voluntarios del Seva Dal, el jefe preguntaba qué platillo dulce querían los hermanos
y hermanas leprosos que se les trajera en la próxima oportunidad. Generalmente lo
indicaban de inmediato, porque expresan sus ideas y, después de algo de discusión, llegan a
un consenso. Una anciana reclusa (había sido mendiga en Shirdi por muchas décadas) era la

186
que había recogido los votos para el srikhand, tenido en alta estima por los epicúreos de
Maharashtra, y lo habían pedido unánimente pese a que solamente ella sabía lo delicioso
que era. Los miembros del Seva Dal tampoco conocían el platillo, de modo que le
preguntaron a ella acerca de los ingredientes, las medidas y el proceso de preparación. El
producto de su experimento viajó conmigo en el transporte y cuando fue servido, la señora
de Shirdi lo declaró "excelente". Los demás la secundaron y pidieron más. Sí. Una cuchara
sobre la lengua me dijo que era ciento por ciento material de Pune. Esa señora debe haber
sido una extraordinaria cocinera antes de contraer la enfermedad y convertirse en mendiga.
En Bhopal, la capital de Madhya Pradesh, me alegré muchísimo de hablarle a las
alumnas del Colegio de Mujeres Sathya Sai y de conocer a la Directora y al cuerpo docente.
El presidente del Samithi estatal había aceptado otros dos compromisos de charlas en mi
nombre, una en el salón de la Escuela de Medicina (en donde hablé acerca de las
"curaciones" llevadas a cabo por Baba, de todo tipo de "males", ya sea en persona o de
diferentes maneras) y la otra en la Bharat Heavy Electricals Ltd., una empresa
gubernamental. El auditorio de la empresa se llenó de científicos, ingenieros y técnicos. El
Director Gerente presidía. Aproveché la oportunidad para hablarles de las limitaciones de la
ciencia y de cómo Baba trascendía sus leyes. Los devotos se reunieron otra noche y me
oyeron hablar acerca de la Organización, sus ideales y programas, como asimismo sobre las
reglas de disciplina que deben observar sus miembros.
Permítanme decirles que dondequiera que fui encontré bien articulados grupos de
hombres, mujeres y niños que representan la Nueva Sociedad de la Era de Sai de la historia
humana. El progreso humano en cualquier campo o en cualquier dirección no puede llevarse
a cabo por fases o por etapas. Como lo observara Bergson: "En realidad, es un salto
adelante", y este salto según él, solamente se logra cuando el género humano es
sobresaltado o sacudido por algún evento o persona sorprendente. Baba es esa persona y los
grupos con los que me mezclé en cada uno de los lugares que visité, son los pioneros, los
puntales, los propagadores y los participantes. Las semillas plantadas son separadas,
cualquiera sea el terreno. Cada unidad es una semilla que crece a su propio ritmo,
enfrentando los obstáculos locales y asimilando los beneficios locales. Todas, sin embargo,
son del mismo tipo, son alimentadas por el mismo sol y no entregan sino una cosecha: la
Cosecha del Amor.
Bombay ha sido definido por Baba como el estómago de la India y siendo que la
cápsula que se traga fomenta la fortaleza de todo el cuerpo, Bombay es tratado por medio de
visitas anuales de Sai. He tenido la oportunidad de encontrarme con devotos en Sion,
Chembur, Fort, Andheri, Sivaji Park, Worli y en muchas áreas suburbanas como Thana y
Ullasnagar por más de una vez y he podido notar el fenomenal desarrollo en número,
disciplina y fe. En esta cosmópolis pude tocar los corazones de muchos hablando telugu en
Worli, tamil en Matunga y kannada en Sion.
Hace algunos años, el Presidente estatal de Maharashtra, Sri M.M. Pinge, me invitó
a compartir una gira en redondo, de Bombay a Bombay, por diez días, que realizaríamos en
un furgón recientemente adquirido por la Organización. Eramos cinco hombres en total.
Mucho antes de retornar a Bombay, nos habíamos convertido en una feliz y fuerte banda de
héroes. Llevábamos películas de Baba que se pasaban al terminar mi charla. La idea de ver
una película con Baba atraía a grandes multitudes, incluso en pequeños poblados a lo largo
del camino, y el miembro del Seva Dal a cargo del proyector elegía ubicaciones increíbles
en su entusiasmo por exhibirlas, a la hora que fuera. El transporte se comportó
consistentemente educado, evidentemente consciente de la misión que había sido puesta en

187
su camino. Los Seva Samithis de Sai habían publicitado nuestros programas con bastante
anticipación, de modo que éramos recibidos por la élite de cada pueblo, incluyendo
estudiantes y profesores, trabajadores sociales y aspirantes espirituales.
Aquellos eran días en que un Vicecanciller que había inhalado la atm~)sfera d
Dakshineswar tanto como lo había hecho yo, descargaba ira se )re el Sol al que no podía
mirar, en contra de la "Verdad Belleza .3ondad" que Vivekananda mismo había anunciado
que vendría a la Tierra en forma humana. Gente aferrada al racionalismo enterrado hace
mucho por Eddington, Jeans y Cía., se pavoneaban por todas partes anunciando que, gracias
a sus conjuros, habían exorcizado a la tierra de Dios y los hombres de Dios. El
resentimiento que dejaban con su cacofonía y la admiración despertada por la indiferencia
olímpica que les mostraban hasta los más sensibles de los devotos de Baba, hizo que, en
todas partes, llegaran miles para escuchar, para ver y para retornar con una fe en Dios
despertada o profundizada.
Yéndonos de Bombay por el camino costero, llegamos a Ratnagiri a tiempo para el
compromiso de la charla y la proyección de la película. Un gran número de devotos de esa
ciudad ha estado esperando por años la prometida visita de Bhagavan, y muchos sintieron
ahora que Baba estaba realmente presente y sentado en el sillón colocado para El en la
cabecera de la sala. Nuestra siguiente parada fue Goa, marcada en oro en el Mapa de Sai,
debido al milagro de la apendicitis en el Raj Bhavan. Desde Goa seguimos a Sangli y a
Miraj y luego a Satara y a Poona. Me alegré de poder hablarle a dos asambleas en dos
lugares diferentes, tanto en Goa como en Poona. En Sangli, cuando cité la exhortación que
me había dirigido Baba en cuanto a "danzar", el Director de Sai comentó que esa orden
tenía la autoridad del Rig Veda mismo (X 18:3) y, por ende, no debía ser considerada
como que hubiera sido pronunciada superficialmente.

Esta información me confirmó mi experiencia de Baba como el Vedapurusha, la


Fuente de los Vedas. Yo me encontraba presente cuando, al terminar el día del primer
Vedapurusha Yajna en el Nilayam, Baba recompensó a los estudiosos, sacerdotes y novicios
que participaron en el ritual de siete días, ascendiendo al Altar y proclamándose a Sí Mismo
como el Verbo hecho Carne. Más tarde., durante el curso de un mes sobre Cultura y
Espiritualidad Indias, habló cada tarde durante dos semanas, acerca del concepto de Bharath
tal como está delineado en la literatura védica, las más antiguas y profundas expresiones de
lo Divino en el hombre. Las advertencias que dirigiera a los pedantes, escolásticos y
bibliólatras que andan exhibiendo su erudición, y Sus compasivos consejos que les ofreciera
para que desecharan la arrogancia y cultivaran la humildad, fueron todas expresadas en
frases de gran fuerza.

En Poona, además de las charlas anunciadas por el Samithi, tenía también un


compromiso con el Instituto Khadakvasala de Entrenamiento del Ejército. Mi anfitrión, y
también el presidente de la reunión, fue el coronel S. Bhonsle. Cuando tomé asiento después
de mi intervención, el coronel se levantó para relatar una experiencia suya que le había
revelado la Divinidad que es Baba. Cuando había estado a cargo de un acantonamiento en el
valle de Kulu, anidado en el regazo de los Himalayas, descubrió un día que una profesora de
la escuela primaria establecida por el ejército, había estado ausente de su trabajo e incluso
del área por tres días completos. A1 cuarto día apareció y él la llamó pidiéndole
explicaciones. Era una patética historia. Habían ido hasta Chandigarh para consultar a un
especialista médico, el que le dijo que tenía un cáncer que requería de cirugía inmediata.

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Sucedió que Bhonsle había leído recién el libro Sai Baba, el Hombre Milagroso, de
Howard Murphet. El libro relataba milagrosas curas de cáncer y parecía ser un cuento de
hadas escrito por un muy ingenioso indófilo. Bhonsle decidió que pondría a prueba la
autenticidad de las curas y la integridad y confiabilidad del australiano. Fue así que le
aconsejó a la maestra ir a Puttaparti, donde vivía este Sai Baba, "el Hombre de los
Milagros", "el Cristo de la Era".
Ella viajó a Bombay donde residía su hermana y tiempo después llegaron ambas a
este poblado casi inaccesible. Pero Baba no se encontraba en Prashanti Nilayam. Su
desesperación se agudizó. Se le dijo que Baba se encontraba en Madras. Las hermanas se
armaron de valor para emprender el viaje y llegaron a Madras. Por suerte había conductores
de taxi en la estación que sabían del área, el nombre de la calle y hasta conocían el
"bungalow" en el que Sai Baba residía y daba entrevistas. Así fue que llegaron hasta el
punto sagrado, pero, nuevamente Baba estaba ausente: se encontraba en el Sindhi Hall. Era
posible que, a lo sumo, pudieran lograr un darshan a distancia, porque como les dijo un
visitante Parsi de Hyderabad que se encontraba en el mismo predicamento, el lugar debía
estar cubierto por un mar humano desde horas antes de que Baba llegara allá. Tomaron un
taxi para llegar, pero tuvieron que pagarle al conductor y caminar más de medio kilómetro:
el lugar era un atolladero de vehículos de dos, tres y cuatro ruedas y un pandemonium de
bocinazos y gritos. Lograron encontrar un lugar en donde quedarse de pie, en la periferia de
la apretada muchedumbre y alcanzaron a ver la mancha naranja y el llamado de la voz de
Dios.
La profesora nunca había pensado que Baba era tan precioso y que millones
estiraban las manos hacia El. El coronel Bhonsle le había dado a entender que sería algo tan
fácil como tocarlo y partir: "Toca Sus Pies y el cáncer desaparecerá". Había traído su dolor
consigo por más de dos mil millas para ponerlo a Sus Pies, los Pies del "Hombre de los
Milagros", ¡y todo lo que recibía de El era Su voz aumentada por un chillón altoparlante! Su
sufrimiento se transformó en enojo para con Bhonsle, Murphet y hasta Baba mismo. "¿No
sabes que estoy sufriendo? ¿No me has hecho venir a Puttaparti y a Madras? Aquí estás, el
`omnisciente', el 'todopoderoso' Sai, discurseando tranquilamente sobre el Dharma y el
Prema, mientras la persona que necesita más de Tu Gracia está llorando°, sollozó. Su
hermana no pudo consolarla, ella también estaba bañada en lágrimas.
Bhonsle dijo: "Justo en ese momento una figura oscura y delicada se abrió paso a
través de la multitud, repitiendo en voz alta: ' Chandigarh' . Segundos después reconoció a
las hermanas y se acercó preguntando: '¿Supongo que ustedes son las hermanas del Hospital
de Chandigarh?' Ellas no podían sino sollozar un 'sí'. El hombre les dijo: `Sai Baba me dio
estos paquetes de vibht;ti para dárselos a la hermana de la maestra. Dijo que podía volver a
su trabajo. Use este vibhuti como lo indique Shivaji. Y ha entregado otro montón de
paquetes para serle entregados a Shivaji. No se olviden. Pueden irse ahora"'. Bhonsle
continuó: "Se detuvieron en Chandigarh en el viaje de regreso y los médicos declararon
¡que ya no había necesidad de operar!" Ellas le relataron el asombroso milagro al coronel,
pero le dijeron que no les había sido posible encontrar al mencionado Shivaji. El coronel les
dijo: "Yo soy Shivaji. Eso es lo que representa la inicial `S' en mi nombre, aunque muy poca
gente de por aquí lo sabe''. El escuchar esta historia fue como un tónico para los reclutas y
oficiales. Tenía la certeza de que sería repetida cien veces por cada uno de los que la habían
escuchado. Yo mismo he iluminado a muchos grupos de sadhakas, de devotos y personas
que se han mantenido al margen, narrando esta inexplicable prueba de la Gracia de Baba.

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Retornando a Bombay en el Rover, me sentí feliz al describirle a la reunión de
devotos los puntos sobresalientes de nuestra gira y la fertilizante ola de la Presencia de Sai
que estaba acercando a los hombres a sus prójimos y a Dios.
Cuando el secretario del Samithi de Bombay, quien me había presentado a la
audiencia allá, vino a Prashanti Nilayam algunos meses después, Baba lo regañó por un
crímen de omisión. No me había presentado en términos que le hubieran hecho entender a la
audiencia que yo estaba calificado para hablarle acerca de Prashanti Nilayam y de la
Presencia. Yo no me había dado cuenta de esto en ese momento. Ni me había perturbado la
omisión. Pero Baba indicó: "Eludiste tu obligación. La única referencia que hiciste fue
cuando señalaste: 'Kasturi no necesita de presentaciones"'. Me di cuenta de que Baba estaba
observando mi reacción cuando el secretario ofrecía sus excusas y El no las aceptaba. Yo sé
que la escena fue concebida por Su voluntad para ponernos en alerta frente a la conciencia
de Su constante Presencia, para recordarnos que la familiaridad no puede pasar por alto los
usos tradicionales y para darme otra lección acerca de la eliminación del ego.
Desde Bombay tomé un tren hacia Madras y llegué hasta Re~ nigunta para alcanzar
a Nellore. Los devotos de Nellore me alentaron para hablar en telugu, aunque los
responsables de organizar una reunión pública preferían el inglés. Debo reconocer que los
devotos me contaron más tarde, ¡que su preferencia no implicaba reflexión alguna sobre mi
inglés! Baba me ha dado largas clases de telugu todos los meses por muchos años, con Sus
cuotas mensuales de la serie de los Vahinis para el Sanathana Sorathi. Antes de entregarme
las páginas, lee lo escrito y me explica las ideas que no entiendo. Cuando reacciono
blandamente frente a algún giro, frase o proverbio, El se da por enterado y me lo explica en
un telugu fácil. Desde el día que ocupé la casa que se me asignó en Prashanti Nilayam,
Baba insistió en que yo no había de usar sino el telugu en Su presencia. Como resultado, he
desarrollado un valor suficiente como para vadear por los clásicos del idioma: el
Bhagavatham de Pothana, el Bharatham de Nannayya Bhatta y los Kirtans de Thyagaraja.
Los leía sentado junto a un devoto del distrito de Godavari oriental, el cual emigró más
tarde desde Puttaparti al Ashram de Ramana Maharshi. Pude aprender muy poco leyendo
estas antiguas versiones de estas épicas aunque, a no dudar, era precioso lo poco que
aprendí. Podía manejar con algo más de confianza el Sanathana Sarathi en telugu. Podía
trabajar todo un año como convocador del Comité de la Fundación de Libros y
Publicaciones de Sathya Sai en telugu. Podía hablar acerca de Baba, sin trepidar, en
reuniones de devotos en Bangalore y los aistintos adyacentes e incluso en Hyderabad, la
ciudad capital del Estado telugu de Andhra Pradesh. No obstante, todavía tengo que hacer
acopio de valor para hablar en telugu, la lengua materna del Avatar, en Su presencia, y ante
una audiencia.
Debo confiarle a mis lectores que la ocasión más satisfactoria en que usé mi
vocabulario telugu de principiante, fue cuando hablé sobre la Infinita Gracia de Bhagavan
ante miles de terriblemente desconsoladas víctimas de la furia del océano. Un espantoso
ciclón levantó una marejada que causó estragos en la costa de Andhra Pradesh, el delta del
río Krishna, cuando descendió, la noche del 19 de noviembre de 1977. Veinte mil seres
humanos que se sofocaban y morían y cientos de miles de animales domésticos fueron
arrastrados por esta horrenda pareja conformada por el agua y el viento, hasta que se
desvaneció su furia a cincuenta millas de distancia. Arboles muy viejos fueron arrancados
de raíz, levantados y lanzados lejos; cientos de miles de palmas cocoteras sobrevivieron
sólo como muñones desnudos. Todo lo que asomaba la cabeza: chozas, cabañas, casas,

190
edificios, fue arrasado hasta el nivel del suelo. La región que hasta el momento vivía en paz
y alegría, fue asolada por la muerte y la desesperación.
Muchos devotos que ya habían viajado a Puttaparti para las Celebraciones del
Cumpleaños y la Conferencia de toda la India de las Organizaciones, los días 20 al 22 de
noviembre, estaban ansiosos ahora por volver rápidamente a sus aldeas y prestar servicio a
los sobrevivientes. Bhagavan indicó que los miembros del Seva Dal partieran sin demora
hacia las áreas afectadas. Dentro de la semana, doscientos avezados voluntarios del Seva
Dal, veinte o más médicos y otro personal médico con sus maletas cargadas de
medicamentos, llegaron al terriblemente maltratado lugar que había quedado huérfano en
una noche y que ahora gemía sobre montones de cadáveres en descomposición, atascados
en el fango.
Los devotos que organizaban la Operación de Ayuda llevaban camionadas de ropa
para hombres, mujeres y niños. Se establecieron Centros de Ayuda en Kotta Manjeru (en
donde se alojaba y alimentaba a cuatro mil quinientas personas diariamente), Barrankual
(mil quinientas personas), Adavula Deevi (cinco mil personas) y Ganapavaram (dos mil
personas). Los devotos de las aldeas y ciudades de regiones adyacentes ofrecieron arroz y
provisiones=para las necesidades culinarias, y grupos de voluntarios, hombres y mujeres, se
iban reemplazando cuando el trabajo los extenuaba. Entretanto, venían camiones desde
Puttaparti con cientos de trajes para niños preparados por las alumnas del Colegio de Sai en
Anantapur, como también miles de saris y dhotis para los adultos.
Baba me permitió vivir por algunos días en los Centros de Ayuda y beneficiarme
con las lecciones que iba aprendiendo el Seva Dal en el proceso de aplacar el dolor y de
inyectar valor. Los sobrevivientes no tenían hogares, no tenían granos, ni sal, ni aceite, ni
utensilios, ni platos. Caminaban hasta las cocinas de ayuda para dos comidas al día. La
comida de la noche se servía antes de la puesta del sol, para que pudieran llegar hasta el
pedacito de terreno que aún llamaban propio antes de que oscureciera. En todas partes se
colocó un gran retrato de Baba a la cabecera de la fila de huéspedes. Mientras era servida la
comida, se recitaban versos del Gita y con un coro de Jai Sai Ram, comenzaba la comida.
Cuando aparecí en escena, los devotos a cargo de cada centro ganaron mi voluntad para
aceptar su pedido de hablarles acerca de Bhagavan. Pedían información acerca de la
Providencia cuyo Poder y Compasión reconocían en la generosidad del Campamento de
Ayuda y en la humildad, sinceridad y simplicidad de cada uno de los devotos. Mis charlas
debían durar al menos quince minutos, y quince minutos entre menú y comida podían
volverse terriblemente largos. Sin embargo, como también tenían hambre de este alimento,
no observé ningún arrebato de genio en las líneas que se extendían ante mí.
En uno de los centros en donde los afectados tenían una caminata de dos mil millas
para volver, me pidieron que dilatara algo la charla, porque podían esperar a oírme después
de la comida. Se sentaron bajo un frondoso árbol y yo me paré junto a una zumbante
lámpara a kerosene que colgaba de una de sus ramas. Pasando de una descripción general de
Prashanti Nilayam a una de la Sala de Oraciones, fui interrumpido por fuertes gritos del
grupo a mi izquierda. "¡Serpiente, serpiente!", gritaban y cundió el pánico. Me oí a mí
mismo hablar con una extraña y estentórea voz: "¡No! Es Baba. ¡No teman! Siéntense y
digan `¡Sai Ram!"' Comenzaron a gritar "¡Sai Ram!" e instantáneamente todos se sentaron.
Se preguntaban de dónde habría venido la serpiente y adónde se habría ido. Les hablé del
Templo de Naga Sai en Coimbatore, de las dos cobras que habían tomado posiciones a
ambos lados del retrato de Sai en el "bungalow" de Ursu en Mysore, y pidieron oír más
historias de Baba.

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También le hablé a los voluntarios, hombres y mujeres, los que cocinaban y servían
los alimentos, construían chozas para los sobrevivientes y distribuían los conjuntos de
utensilios entre las familias resucitadas. En otro Centro de Ayuda, los sobrevivientes se
habían reunido en el único edificio que había resistido a los elementos enfurecidos, aunque
una porción de la construcción también hubo de ser dada de baja. En todo el derredor se
amontonaban las hojas de las palmas cocoteras, que habían sido descabezadas por el
ventarrón, e inmensos árboles que estaban caídos por todos lados. El día que llegué allá, se
había dado la orden de parar la alimentación a gran escala que habían organizado los
devotos desde hacía ya más de veinticinco días, porque el Gobierno había notado que los
refugiados no tenían intención alguna de retornar a sus aldeas renovadas ni comenzar
nuevamente su vida con las barcas y redes de pescar, el ganado y los arados que se les
ofrecían. Me encontré con una fiesta de despedida que se les servía a los miles que ya
conocían por sus nombres a los voluntarios y que se mostraban renuentes a marcharse. No
pude resistir el deseo de servirle porridge de leche dulce a los niños que se sentaban
separadamente. Engulleron la comida con la gratitud marcada en sus caritas y los ojos
brillantes de contento.
Se refería, por supuesto, al lenguaje, y exaltaba su penetrante perfume (como
recordará, Kasturi significa almizcle). Descubrí la fragancia y me fascinó. Por treinta y tres
años le rendí homenaje al idioma y a la gente que lo promueve. Recibí una cordial
bienvenida por parte de grupos literarios y culturales en todo Karnataka. Mis escritos en el
idioma recibieron una tan generosa estima, que llegué a ser honrado con una distinción que
me otorgó el Karnataka Sahithya Akadami.
Cuando dejé el Estado de Karnataka y me cambié a Andhra Pradesh, ello fue
descripto como el cambio de un lago hacia el océano por G.P. Rajarathnam, el
revolucionario poeta y escritor que había sido alumno mío. Afortundamente pude escribir
Sathyam Shiuam Sundaram en kannada. Pagué la deuda que tenía con la tierra de los tamils,
desde donde mis antepasados habían emigrado a Kerala y al lenguaje que hablaba mi
madre, al escribir el mismo libro en tamil. Durante los últimos veinticinco años he
expresado mi aún nebulosa conciencia de la majestad, la gloria y el amor de Bhagavan, ante
reuniones en cientos de aldeas y ciudades de todos los rincones de la India peninsular. Uno
recibe miles de atisbos de Divinos Milagros en la Presencia de Baba, de modo que los
oyentes pueden compartir facetas cada vez más nuevas e iluminadoras del Avatar, en cada
ocasión. Visitaba los diferentes lugares ostensiblemente para inspirar e informar, pero me di
cuenta de que la intención de Baba era la de profundizar mi fe y demoler mi ego.
Encuentro a devotos que viven y trabajan en lugares distantes y que están
conscientes de la constante Presencia de Bhagavan. Cuando hablo de instancias que ilustran
la Omnisciencia y Omnipresencia de Baba, puedo ver la alegría de la comprobación
brillando en sus rostros. Cuando leo un poema que ha emergido de Baba cuando se pone de
pie para dar un discurso, me emociono frente al eco que las palabras en telugu despierta en
sus corazones. Se contentan solamente con esto; una explicación del significado en el
idioma que hablan, siempre me parece superflua. En las antiguas ciudades templo de
Tirupati, Tanjore, Madura¡ y Udipi, los devotos adoran a Baba como la Deidad de cada uno
de sus templos, la que ha venido entre nosotros para salvar y alentar.
Durante los años previos al establecimiento de una estructura administrativa,
consultora y supervisora para la Organización de Servicio Sr¡ Sathya Sa¡, Baba me indicó
que pusiera a los devotos sobre aviso respecto a impostores y charlatanes que afirman ser
agentes, discípulos, representantes o intermediarios del Avatar y que les aconsejara evitar a

192
los fanáticos que le proyectan histéricamente como fundador de un nuevo culto. Este tipo de
propagandistas son admirados y hasta adorados por gente que no sabe que Baba ha venido
para nutrir y fertilizar la fe en Dios bajo cualquier nombre que use el hombre para invocarle
o cualquiera sea la forma que su fe le evoque, cuando se lo imagina. También fui
comisionado para desenmascarar a los psicópatas que afirman el absurdo de que Baba les
haya otorgado dones, poderes y autoridad especial. Este tipo de tareas me han llevado más
de una vez hasta a algunos distritos en Tamil Nadu, Kerala y Karnataka y, a lo largo de tres
años como Presidente de las Unidades de la Organización en Karnataka, fue especialmente
mía la responsabilidad de limpiar la atmósfera de este tipo de contaminación y de fortalecer
la fe y el conocimiento de los devotos como para que pudieran resistir su expansión.
Tuve que educar a un presidente distrital de la Organización, sacándolo de su
colosal ignorancia acerca de Baba. Pensaba que Baba era un monje ordenado y se ofreció
para organizar una estadía de cuatro meses para El en un lugar sagrado de su distrito: voto
que los monjes hindúes deben cumplir según las normas monásticas ortodoxas. A otro de
estos dignatarios tuve que amonestarlo; después de haber conseguido un ornamentado
sillón, me pidió que le solicitara a Bhagavan que visitara el pueblo, ¡ahora que contaban con
un fino sillón para recibirle! En una oportunidad tuve que poner a los líderes de dos
facciones contrarias de un mismo pueblo en un pequeño vehículo de tres ruedas y forzarlos
a dar un alegre paseo de una hora de duración. Volvieron como amigos íntimos. En un
pueblo cercano al Cabo Comorin, el presidente de un Samithi rival me esperó en la puerta
de la sala donde le hablaría al Samithi legítimo. Tenía a su grey de más de cien almas
cantando bhajans en alguna otra parte e insistió en que me reuniera con ellos. Accedí. Tuve
que hablarles acerca de su presidente y la rivalidad, y sobre no dejarse engañar
complaciendo los mezquinos egos de hombres malamente dispuestos a aprender ni siquiera
la primera lección de espiritualidad.
En una ocasión, el Samithi local había invitado al Yogui Suddhananda Bharathi, un
poeta octogenario de Tamil Nadu, para que presidiera durante dos noches consecutivas una
reunión en la que yo hablaría en Salem. El segundo día, después de un tortuoso discurso
sobre Baba, terminó con un estentóreo vítor, destinado a coronar su perorata: "¡Jai Meher
Baba ki jai!".
Quiero también compartir con ustedes un par de experiencias alucinantes. El
convocador del Samithi de Dharapuram miró mis pies cuando entré en su casa y, cuando me
senté en la silla que me ofreció, me preguntó sobre la descoloración de la piel. Años atrás
yo había sufrido de una eczema húmeda que fuera causada por unas sandalias cuyo cuero
estaba infectado, y los médicos me aconsejaron tratarme con, según creo, rayos
"ultravioleta". No estoy seguro a qué raza pertenecían los rayos. Fue curada mi eczema,
pero durante el proceso la piel quedó con manchitas despigmentadas. Cuando le conté la
historia con estas mismas palabras, sacudió la cabeza incrédulo. "¡No, señor! No me puede
engañar... esto es lepra", dijo sonriente. Respaldó su diagnóstico con un extraño argumento.
"Señor, Sri Sathya Sai Baba es Shirdi Sai Baba venido de nuevo, ¿está de acuerdo?",
preguntó. "¡Ciertamente! El mismo lo ha declarado así", repliqué. "Señor, cuando Shirdi Sai
Baba iba cada tarde en procesión hacia Lendi, se sostenía una sombrilla sobre Su cabeza y
cuando Sathya Sai Baba va en procesión al Auditorio de Poornachandra, también se
sostiene una sombrilla sobre Su cabeza, ¿de acuerdo?" Me preguntaba a qué querría llegar,
pero le respondí "Sí". "Es usted el que lleva la sombrilla, ¿no es cierto?", dijo apuntándome
con el dedo. Antes de que pudiera decir "Siempre y cuando Baba me conceda esa gracia", él
me dijo: "No puede negarlo, tengo una fotografía conmigo". A continuación se dirigió a la

193
habitación de atrás y volvió con un libro. "Señor, escuche. Este es el Sri So¡ Satcharita, la
historia de nuestro Baba mientras estaba en Shirdi. Escuche. Un devoto leproso, Bhagoji
Sindhya sostenía una sombrilla sobre El cuando Baba partía hacia Lendi y le acompañaba
hasta allá. Cada mañana, cuando Baba se sentaba junto al poste cerca del Dhuni, Bhagoji se
presentaba y comenzaba su servicio." Cerró el libro y anunció: "De modo que usted es
Bhagoji Sindhya ¡y lo que tiene es claramente lepra!". "Si este diagnóstico le confirma a
usted la fe de que nuestro Baba es el Baba de Shirdi, no tengo objeciones, aunque no lo
acepto", dije.
Unos ocho años atrás, cuatro inteligentes jóvenes habían venido a Prashanti
Nilayam y se quedaron por más de una semana. Eran activos miembros del Samithi en
Chidambaram, el famoso centro del culto a Shiva con su magnífico Templo a Shiva como
Nataraja. Me visitaban frecuentemente e insistían en que los acompañara hasta su ciudad.
De hecho, seguían quedándose y estaban determinados a quedarse en el Nilayam hasta que
me pareciera factible realizar el viaje. A toda hora del día, por separado o todos juntos me
molestaban con su única pregunta: "Señor, ¿cuándo partimos?". Una mañana me encontraba
tan alterado que les grité en la cara: "¡Qué les pasa! ¿Es que planean llevarme atado de pies
y manos?" Esto no sirvió para que dejaran de molestarme. De hecho, la presión que ejercían
se hizo más exasperante. Hasta que sucumbí y decidí acompañar al alegre cuarteto.
Cuando nos íbamos acercando a Chidambaram decidieron confiar en mí. Me
pidieron perdón por la reacción que tuvieron cuando yo me enojaba y me relataron, con
muchas risitas intermedias, los antecedentes de su invitación. Uno de los cuatro, el mayor y
aparentemente el más serio de los devotos, tuvo un sueño en Chidambaram (era un soñador
prolífico), un día jueves, en las primeras horas de la madrugada del viernes. En él los cuatro
estaban arrodillados en el pórtico de Prashanti Nilayam. El sol calentaba la tierra, la brisa
era fresca y fragante. Estaban solos en el Nilayam y se encontraban frente a la puerta de la
habitación en la que Baba daba entrevistas. Repentinamente la puerta se abrió y fueron
llamados a entrar por Bhagavan. Me encontraron tirado en el suelo y Baba les dijo: "Está
muerto. Saquen el cuerpo... los cuatro". Baba se mantuvo en silencio mientras manipulaban
el cadáver, observando como se lo llevaban. Entonces cerró la puerta y el soñador abrió los
ojos. Cuando le contó este sueño a sus amigos, decidieron partir ese mismo día a Prashanti
Nilayam para ver si había otros cuatro a los que se les hubiera dado la oportunidad o si el
evento esperaba que llegaran ellos. Se quedaron una semana: yo seguía firme. Desearon
llevarme con ellos a Chidambaram cuando se fueran. Sentían que había un rol que debían
desempeñar. Y, entonces, dijo el soñador: "¡Señor! ¿Recuerda las palabras que nos dijo
cuando se enojó? Ellas indican que también usted endosa el papel que Baba nos asignó en el
sueño". Su camarada citó lo que yo había dicho: "Usted dijo: `¡Qué les pasa! ¿Es que
planean llevarme atado de pies y manos?"'. Le escuché con una risa que brotaba dentro de
mí y una dichosa anticipación en cuanto a que podría ser finalmente derribado en la forma
en que lo soñara el hermano de Chidambaram. Y considerando la extraordinaria
responsabilidad que sentían por su tarea, uno no podía sino admirarlos por su tenacidad y
sentido del deber.
Noté un gran entusiasmo por los bhajans al recorrer los Estados del Sur de la India.
Los bhajans eran el sustento de los aldeanos, la única disciplina espiritual que puede atraer a
los desbaratadores de madera y a los portadores de agua y mantenerles unidos en feliz
armonía. Bhagavan ha enfatizado el valor de los bhajans para despertar la conciencia y
hacerla progresar hacia niveles superiores. Cuando la gente se dio cuenta o se lo dijo
alguien a quien respetaban o quienes habían tenido la experiencia, de que el Absoluto,

194
Omnipresente, Omnisciente y Omnipotente había encarnado como Sai Baba, Sus retratos
fueron instalados en santuarios y fueron adorados por ceremonias tradicionalmente
aprobadas. Los devotos prepararon espontáneamente compendios de los ciento ocho
Nombres y, al pronunciar cada uno, se colocaba una ofrenda floral frente al retrato. Baba ha
revelado que Dios no acepta la repetición mecánica de Nombres: observa si quien los recita
siente la emoción de pronunciarlos. Esta emoción sólo puede sentirse cuando se visualiza el
significado, la atmósfera sutil y las raíces del Nornbre al articularlo. Como el idioma
kannada me resulta tan manejable como el malayalam con el que naciera, compuse una lista
de ciento ocho Nombres para el uso de los devotos al adorar en meditación los Pies de Loto
de Bhagavan. Su invitación inaugural para el género humano, cuando apenas se empinaba
por los catorce años, llamaba a que se salvara de ser lanzado impotentemente de un lado al
otro sobre las olas del océano de la vida, aferrándose a los Pies del Gurú en la mente. Por
eso es que los suaves, dulces e inmaculados Pies de Baba fueron adorados en todo el país.

Los ciento ocho Nombres para los Charana (Pies) fueron recitados y explicados por
mí con ocasión de la instalación de los Pies de Loto en la ribera izquierda del sagrado
Kaveri en Srirangapattana, cerca de Mysore. (En realidad era una laja de dolerita sobre la
que se había esculpido el par de Pies de Loto. Baba se había parado encima y los había
bendecido.) Los lectores podrán percibir el misterio y la historia que corre a través de los
Nombres a medida que cito algunos de ellos:

Nithya yauuana charana


Datta devana charana
Matte shirdee charana

Baba nos ha asegurado que la vejez no le afectará, de modo que los Pies serán
siempre jóvenes. Ha revelado que Su Realidad es Datta Deva o Dattatreya o la Trinidad en
Uno como se la concibe en la mitología hindú. Una vez que las cámaras lo fotografiaban
desde distintos ángulos, le dijo a uno de los fotógrafos: " ¡Aquí! ¡Dispara ahora! ¡Te daré
Mi Forma real..." Y la fotografía fue la de la Trinidad. Por ende, los Pies son los de Datta
Deva. "Matte" en kannada significa "otra vez" . Un devoto de Madras deseaba una
impresión de los Pies de Baba sobre un corte de seda. Se aplicó pasta de sándalo a Sus
plantas. Debido a que el local era un Templo a Shirdi Sai Baba y estaban ubicados frente al
santuario, Baba dijo: "Te daré los Pies de Shirdi" y la impresión de Sus Pies fue la de
"Aquellos Pies otra vez". Es así que cada línea de las ciento ocho evoca un incidente, una
experiencia, una huella de un Lila Divino.

Koogi Karedauara boli


Dhaauisuua daye charana

"Los Pies que, por compasión, se apresuran a ir hasta aquellos que claman en
agonía"; esta línea seguramente deleitará a miles, puesto que surgen a la memoria las
instancias de Su Presencia: "Si me necesitan, me merecen".

Paade paramaadaradi
Peetha sarisida charana

195
"Los Pies que empujaron la banqueta bajo el sillón cuando los cantos se cantaron
con devoción"; esta línea se basa en un incidente milagroso que se produjo hacia el final de
una sesión de bhajans en Royapettah. El sillón de plata no estaba ocupado, hasta donde
podían verlo los ojos humanos y Baba no se levantó visiblemente para indicar que había de
encenderse el Arati. Mas el escabel fue empujado por los Pies bajo el sillón... ¡para que El
se pudiera poner de pie!

He usado estos ciento ocho Nombres para comunicar las diversas facetas de la
Divinidad de Baba, encargándose a algún devoto músico la tarea de cantarlos. Yo solía
intervenir con citas apropiadas de los discursos de Baba, explicaciones simples de Sus
directivas o ejemplos genuinos de Su milagrosidad innata que cada línea debía traer a la
memoria. La linea "Sankalpa tharu charana" me hacía lanzarme, cuando era cantada, en una
larga historia explicando el por qué de la familiar palabra Kalpa Tharu, el Arbol del Paraíso,
que deja caer cualquier cosa que se pida en oración; ha sido transformado en el Sankalpa
Tharu. Clarifico que, al árbol del cielo, hay que acercarse allí en donde está y que El entrega
únicamente la dádiva que se ha solicitado, en tanto que los Pies de Baba están en todas
partes y nos dan las dádivas que El estima mejor para nosotros, aunque seamos demasiado
estúpidos o demasiado orgullosos para pedir e incluso aunque no sepamos que podemos
hacerlo desde cualquier lugar en que estemos y por cualquier Nombre que sepamos.

Los ciento ocho Nombres prendieron. Ello me estimuló o, para ser más exacto,
Baba en cuanto Motivador Interior de este complejo de Cuerpo Sentidos Mente Buddhi, me
instrumentalizó para escribir otro largo poema de más de trescientos versos en kannada
sobre Su Vida y Su Mensaje; cada verso no terminaba aquí en "charana" sino en una palabra
que rimara con la última sílaba de Jai Sathya Sanathana Sarathi. Esta composición fue
recitada por devotos con talento musical y fue complementada por comentarios
abiertamente inadecuados por mí. Este novel medio de comunicación encontró una acogida
favorable en todas partes en que hubiera reuniones mixtas de personas: algunos devotos,
algunos sedientos por saber, algunos curiosos respecto del Fenómeno y algunos sólo
levemente interesados.
El sagrado Purana poético famoso como el Bhagauatham es una monumental
narración de las carreras de los Avatares de Dios, una inspiradora guía para los peregrinos
hacia los Pies de Loto. Baba ha dicho que el Bhagauatham constituye una obligación para
los aspirantes que tienen el propósito del Bhaagavuthaam (término telugu para "éxito en la
bondad y la santidad"). Ya en 1956 yo había "balbuceado" un poema en inglés titulado "Las
Reservas de Sai" para los poetas que se reunían durante el Festival de Dasara. Describe la
compasión de Baba para aceptar nuestras faltas, nuestras flaquezas y carencias, nuestros
males, preocupaciones y temores, impulsándonos siempre a ofrendarlos a Sus Pies y
asegurándonos que, a cambio, El llenará nuestros corazones de confianza, coraje, beatitud y
dicha. Naturalmente, el poema del Bhagauatha en kannada seguía estos mismos conceptos.
Sentí que tenía el deber de componer un Bhagauatha en el idioma de Kerala. Muy pronto
descubrí que la Gracia de Bhagavan podía fluir a través de la pluma mientras me aventuraba
en la poesía tamil y producía una versión del Bhagauatham en este idioma. Cada uno de
estos idiomas tiene un carácter marcado, en especial en el campo de los himnos y salmos
devocionales, de modo que cuando modelaba mis poemas sobre la base de las efusiones de
los místicos de Karnataka, Kerala y Tamil Nadu, la estructura, el estilo y la expresión,
difería en cada uno del resto.

196
No pude envalentonarme para dulcificar la recitación con mi música. Baba me
había advertido una vez en contra de tal temeridad. Una noche, mientras bajaba los
escalones con Sus Bendiciones por una serie de "danzas" en Assam, me llamó de vuelta y
en un susurro semiserio me prohibió entrometerme en el territorio del canto: "¡Danza, pero
no cantes! Los que vengan a escuchar, huirán", fue lo que dijo.
Mi hijo, sin embargo, podía cantar varios Ragas y tenía una voz agradable. Durante
los agitados días de la lucha por la independencia, él estaba en el Colegio en Bangalore. Los
alumnos del Colegio se lanzaron a actividades antibritánicas, de modo que la Universidad
los cerró a todos. Mi hijo volvió a casa y decidió hacerse más útil para sus congéneres.
Aprendió de mi amigo y colega Krishnagiri Krishna Rao, el arte del Recital Gamaka, vale
decir, el arte de leer poesía épica en Ragas que pueden iluminar la emoción o el ánimo, el
pathos o la pasión, la calma o el conflicto que el poeta haya encerrado en cada stanza. Por
medio de una inteligente distribución del énfasis, la repetición de palabras o frases que
requieran de una atención y apreciación más intensas y por una apropiada modificación del
tono y timbre de la voz, se interpreta de manera clara y convincente, incluso para el hombre
común, la sublimidad del tema, la visión del poeta y la magnificencia de los héroes y
heroínas épicos. Cuando había llegado a planear así el dedicarle sus días al Gamaka, los
británicos decidieron irse y la India se hizo "libre". Mi hijo fue enviado por la India
independiente a Glasgow para seguir estudios superiores en geología. Sin embargo, la vena
Gamaka no se petrificó por estar inmerso en la geología. Con gran alegría recitaba el
So¡ Bhagauatham (las versiones en kannada y tamil, que eran los idiomas que le eran
familiares) en el estilo Gamaka. Encontramos que este estilo podía reforzar en gran medida
el impacto del Bhagauatham.
La aventura paterno filial recibí¿) las Bendiciones de Bhagavan de manera bastante
casual. Baba estaba ocupado con la correspondencia. Recogió un anuncio impreso de una
conferencia de dos días en Dharmapuri, en Tamil Nadu y Sus ojos cayeron sobre mi nombre
y el de mi hijo. "¿Qué están haciendo allá?", preguntó. "Hablando sobre proyectos de
Servicio", respondí. "¿Y Murthy?", inquirió. "El va a hablar sobre otro tema relacionado
con el Seva", dije. "¿Por qué dos charlas? Presenten tu Bhagauatham allá. ¿No lo tienes en
tamil?". Esto le puso el sello. Mi hijo cantó las stanzas y yo narré el "lila", el "mahima" y
expliqué el "upadesh". Hablándole a una asamblea durante el Dasara de 1974, Baba habló
de devotos que evitan reconocer que adoran a la Forma de Sai y que frecuentan Prashanti
Nilayam: "Sigan al Maestro, enfrenten al demonio, luchen hasta el final y finalicen el
juego", aconsejó. Dijo: "Sean firmes, sean valientes. Si alguien pregunta `¿Existe Dios?',
digan `Sí'. Si pregunta `¿Dónde?', no traten de escaparle al asunto y deslindar
responsabilidades citando las Escrituras que declaran que El está en todas partes.
Respondan: `Dios está en Puttaparti"'.

Como le escribiera San Pablo a los romanos a quienes Dios ama: "Hemos de usar
los diferentes dones que se nos han dado según la Gracia de Dios. Si uno tiene el don de
entregar el mensaje de Dios, debe darlo de acuerdo a la fe que sustenta. Sí es el del servicio,
úselo sirviendo; si es el de enseñar, aplíquese a enseñar; si es el de exhortar a otros, exhorte.
El que distribuye ha de hacerlo generosamente; todo el que tiene autoridad debe trabajar con
celo; el que hace obras de misericordia, hágalas con alegría". Mi Gurudev, Sri Ramakrishna
Paramahamsa, relató una parábola que también sirvió para impulsarme a iniciar el programa
de recitales del Sai Bhagavatham. "Cuatro amigos trataron de descubrir qué había tras del
muro. Tres de ellos, uno después del otro, subieron al muro, vieron el campo, rieron

197
extáticamente y saltaron del otro lado. El cuarto volvió atrás y le contó a la gente acerca de
lo sucedido." Baba tiene un millón de "cuartos hombres" y esta pareja de padre hijo no es
más que una de ese millón.

Puedo citar nuevamente a San Pablo como participante en este papel, porque él
exhortó a otros, en similares circunstancias, de la manera siguiente: "Como dice la
Escritura, `todo el que pronuncia el Nombre del Señor será salvado'. ¿Mas, cómo podrían
llamarme si no creyeran? ¿Y cómo podrían creer si no han oído el mensaje? ¿Y cómo
podría proclamarse el mensaje si no son enviados mensajeros?" San Pablo escribió "Si no
son enviados mensajeros", pero Bhagavan no quiere publicidad ni la necesita. El sol no
requiere de fanfarrias. Mas, ¿cómo se podrían mantener en silencio los pájaros? Son ellos
los que despiertan a los durmientes con sus trinos y gorjeos. Nosotros ansiamos compartir,
anhelamos expandirnos, queremos que el "yo" se desarrolle en el nosotros, no saltaremos al
otro lado del muro sino que trataremos de ayudarle a todos a tener una Visión de "la
Verdad, la Bondad y la Belleza" que resplandece en el campo.
El Sai Bhagavatham en tamil ha llegado hasta muchos rincones, porque mi hijo,
como Director de Geología en el Tamil Nadu, ha tenido que viajar por todo el Estado y yo
estudiaba su programa de viajes para ver dónde y cuándo .podía reunirme con él para el
recital. Cuando Murthy fue promovido a Director General Asistente de investigaciones
geológicas a cargo de la Región Sur, comprendiendo los Estados de Andhra Pradesh, Tamil
Nadu, Kerala y Karnataka, además de los territorios de Goa y Pondicherry, se volvió útil el
telugu (yo había compuesto el So¡ Bhagauatharn en este idioma también) para comunicarlo
en más de cincuenta pueblos y aldeas de la región.
Me impresionó tanto lo deleitada que se mostraba la gente con el recital, que me
valía de cada ocasión para podérselo brindar. Cuando supe que Murphy había fijado una
fecha para una visita a un pueblo famoso por su templo en Karnataka, a trescientas sesenta
millas de Bangalore, le escribí al Samithi para avisarles que también yo estaría esa noche en
Gadag. Viajé trescientas millas por ferrocarril, me bajé en Haveri y desde ahí seguí en
autobús para cumplir con el compromiso que yo mismo me había programado. Yo respetaba
el recital y la recapitulación de Su Gloria como una ofrenda a los Pies de Loto. Esta misma
historia de aventuras se repitió en Cannanore y Trivandrum en Kerala, Madras, Pondicherry
y Coimbatore en Tamil Nadu y Hyderabad y Tirupathi en Andhra Pradesh. Cuando mi hijo
descubrió una vez que me encontraba en Delhi, viajó hasta allá desde Jaipur, ya que estaba a
cargo para entonces de las investigaciones geológicas de la Región Oeste. Sohanlaji
difundió la noticia entre los devotos de habla tamil y Bhagavan nos bendijo con el Seva de
conducirles a través del canto y la historia, la poesía y la filosofía, hacia un atisbo de la
Gloria que es El mismo.
Unos pocos devotos de ultramar que se encontraban casualmente entre los oyentes,
presenciaron el So¡ Bhagauatham preguntándose qué era lo que nos sucedía a nosotros en el
estrado y a los otros en el suelo. Se acercaron a Murthy con la solicitud de que cantara el
poema en inglés. Permítanme satisfacer la curiosidad que puedan sentir. A continuación va
el poema en inglés, el que emergió después de ruegos por la guía de Bhagavan. En verdad,
la primera versión del So¡ Bhagauatham en kannada se modificó considerablemente al
vestirla con el lenguaje de Kerala; fue embellecida y enjoyada al ser presentada en tamil, y
se ha vuelto serena y sublime cuando se moldeó para adecuarla al idioma que es la lengua
de Swami, el telugu. Permítanme enfatizar otro punto. Cuando el Sai Cósmico, llevando la
vestidura de un hombre, está empeñado en este Ekapaatra Abhinaya (actuación en una obra

198
de múltiples roles), un comentario consecutivo por parte de un testigo no podrá ser sino
inadecuado y fragmentario. El testigo estará ya sea demasiado aturdido o demasiado
fascinado como para describir con palabras el radiante arrobamiento que lo domina.
El poema se inicia con el arrobamiento de un testigo, tal como lo describe el Rig
Veda (aproximadamente 4000 a.C.).

"¡Escúchenme, oh hijos de Dios!" Dijo el Sabio Védico siglos atrás. "Ansío


hablarles de una Visión que tuve, como de mil Soles (¡un débil destello!) era el
RESPLANDOR que vi."

El himno del Rig Veda continúa describiendo la Visión señalando que es la de la


Persona Cósmica y que ha llegado a lograrse por medio del Dhyana, para inspirar a todos a
que la alcancen por este mismo proceso, porque "no hay otra senda conocida que ésta". Mi
poema anuncia que ahora que Baba está aquí, la podemos alcanzar.

Escuchen unos momentos: traigo buenas noticias: Dios ha venido de nuevo, el Sath
Chith Ananda Supremo.

Baba ha indicado que Su nombre BABA implica el Ser Sath, la Concienciación


Chith, la Dicha Ananda y el Atma Omnivoluntad.

Verdad es Su Nombre; Amor, Su aliento; Dharma, Su Voz; Su Presencia, Paz. Ha


venido para ti y para mí y para todo lo que vive, ave y bestia (nuestros parientes y
hermanos): cada cual desempeñando un rol en Su Drama Eterno.

Aquí intervengo con historias elegidas entre mis experiencias sobre Su compasión
con gatos, perros, búfalos y aves domésticas. Cito versos de los improvisados poemas que
canta y en los que nos caracteriza como marionetas o actores. El poema se refiere luego a la
buena suerte única de compartir la alegría que sentimos con otros.
Nadie ha escuchado una historia tan verídica: como el Sathyam, Shivam,
Sundaram. Nadie ha cantado una canción tan dulce: como este Gita, Ganges, Gayatri.

La historia se despliega ante un millón de ojos e ilumina un millón de corazones en


todo el planeta con el florecimiento de la Verdad, Bondad, Belleza, y endulza el Corazón
(Bhakti Gita), las Manos (Karma Ganges) y la Cabeza (lñana Gayatri). Sai es Omnipresente.
El es el Auriga detrás de todo movimiento y actividad. De modo que:

El me empuja suavemente a cantar de El, ¡Pero es El el que canta a través de mí! El


les impulsa a ustedes a escucharme, pero es El quien me escucha.

El descenso como Avatar le ha sido prometido al género humano por Dios. En Su


Infinita Misericordia, Dios ha enviado a Sus Mensajeros, Mesías e Hijo para salvar al
género humano del desastre.

¡Ha venido como Hombre a varios climas y en distintos tiempos, para liberar al
hombre! Cuando el género humano gemía: "¡Guía, bondadosa Luz!" El ha vuelto de nuevo
con la Lámpara del Amor.

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Baba reveló que ha venido para aceptar la rendición de la maldad, el vicio y la
codicia y para otorgar en su lugar el Ananda a todo el género humano, para guiar a todos los
que se desvían de la senda hacia la rectitud y la bondad, para proteger a los pobres y los
débiles. A todos les invita para que vengan, vean, examinen, experimenten y sean salvados.

Vengan todos los que ansíen el descanso.


Vengan todos los que suspiran por el Paraíso en la Tierra, los que busco n alivio
del pesar. Pídanle que aleje el dolor, suelte la cadena, aniquile los parásitos que les beben la
vida.
Traigan desastre, enfermedad, penas y derrotas y pónganlos todos a Sus Pies... y,
entonces, con paso liviano y corazón contento auancen por la Senda del Peregrino, felices,
danzantes, libres.

Aquí detengo el recital musical para explicar que Prashanti Nilayam, la Morada de
la Paz Suprema, es el paraíso, el Reino de Dios. Baba ha dicho que es Su misión el hacer de
cada corazón, en cada país, en todo el planeta, un Prashanti Nilayam, porque El reside en el
interior de todos. Luego, el poema evoca una imagen de Prashanti Nilayam.

Un anillo de montañas, tan ocres y azules, la santa corriente del Chithrauati, es este
sagrado Puttaparti, morada del Sanathana Sarathi, Prashanti Nilayam Jerusalem (ambas
palabras significan lo mismo para toda alma sedienta).

Las líneas siguientes ponen frente a los ojos del oyente el esplendor y la sublimidad
de Prashanti Nilayam.

Angeles se ciernen sobre la Puerta de Plata, los devas se agolpan en torno alas
Cúpulas Doradas. El Gopuram: él guía sus miradas arriba, arriba y más arriba hasta el
omnipotente OM.

OM, el Sonido Primordial, produjo la vibración que es la energía en la onda y la


partícula, el átomo y la célula, la fuente omnidevoradora, omnincluyente, omnisustentadora.
La torre de la entrada está adornada de OM de distintas maneras, desde la parte baja hasta
los remates... la máxima lección espiritual, dirigida a todos los que por su puerta pasan.
El oyente es conducido hacia el Auditorio con esculturas de Formas Divinas en
cada una de sus colosales columnas, y hacia el Pilar del Loto de cincuenta pies de altura que
señorea en el rectángulo sur.

La Sala de la Luna Llena, len donde todos los dioses que alguna vez adoraba el
hombre, se congregan para observarle a El!
El Pilar proclama lo que ha venido a enseñar: "Todos los Credos son facetas de la
Verdad". Pueden arrodillarse o hacer girar la rueda, imaginarle: con forma o sin ella, verle,
servirle a El en el hombre, bestia y planta.
Sai es el Final del Viaje, por cualquier camino que tomen. El es el Guía, la Meta, el
Dios.

200
Estas líneas ofrecen una amplia excusa para explicar la religión de Sai, la cual
según Swami, es la religión que insiste en la observancia sincera de todas las religiones. Se
puede explicar como los musulmanes ("Ahora estamos entendiendo mejor el Sagrado
Corán"), los cristianos ("El Consolador, el Padre que le fuera revelado a San Juan, está
aquí"), los judíos ("Profeta Isaías 56 7"), los budistas, los parsis, sikhs, jainos, todos
encuentran el solaz y la paz en El. Como Baba le declarara a los delegados asistentes a la
Primera Conferencia Mundial de Devotos de Sai en Bombay: "Esta Forma es una en la que
están manifestadas cada Entidad Divina, cada Principio Divino, vale decir, todos los
Nombres y Formas que el hombre le atribuye a Dios". Luego el canto subraya el impacto
del Nilayam sobre quienes buscan la Presencia.

Este Nilayam es el laboratorio en que el Alquimista transforma corazones de plomo


en bagaroo! Este es un Ashram en donde el Sadgurú vuelve ala vida a los extenuados y a los
muertos. Este es un Taller en donde El recompone el corazón roto y remienda la mente
dañada. Esta es una escuela en donde aprendemos algunas "D" y algunas "C" extras en el
Alfabeto Atmicó, en donde la Aritmética está al revés:

¡tres menos uno es... uno!


Y yo más yo más yo más yo
suman un Yo único, y no cuatro.

A1 explicar estas líneas, podía decirle a la gente que Baba pronuncia la bendición
"Bangaroo" (Oro) cuando derrama Su tierno Amor. Esta palabra tiene la potencia como para
transustanciar el plomo en el corazón y el hierro en el alma. Podría relatar incidentes en que
Bhagavan volvía a la vida a los físicamente muertos, a los mentalmente extenuados. De
Baba aprendemos que la "D" representa Disciplina, Devoción y Deber, y la "C", a las cuatro
etapas para terminar el juego de la Vida. Cuando es negada la Naturaleza en cuanto una
proyección irreal de la mente, el sí mismo se funde en el Sí Mismo y el individuo en el
Universo. Esta es la Verdad básica que Baba ha venido a enseñarnos una vez que hayamos
adquirido la pureza de la mente y la claridad del intelecto a través de la disciplina de la
práctica espiritual.
El poema indica a continuación qué es lo que debe hacer el aspirante que ha
llegado a Prashanti Nilayam, como disciplina espiritual preliminar.

Tomen asiento en la línea del darshan y unan sus palmas y replieguen la mente,
despidan al odio y al orgullo, díganle adiós a la envidia y la codicia. Piensen en Su Bella
Forma y rueguen por darshan, sparsan y sambhashan: las tres dádiuas que ha prometido dar.

Comento entonces que darshan no significa la visión de la forma y el encanto


físicos, sino el deleite de la visión interna adquirida por la meditación, de la Belleza Divina.
Sparsan no significa el tocar Sus Pies, sino el instalar los Pies de Loto y todo lo que el loto
implica, en el propio corazón de uno. Sambhashan significa el orar directamente ante El y
escuchar directamente Su respuesta. También esto no implica un diálogo cara a cara, sino
una conversación con El en el Altar Interno, por todo lo que dure la vida.
El canto continúa desde donde había quedado: la línea de darshan en la que esperan
los peregrinos.

201
¡Miren! ¡El es: la Bata Naranja, el Destello, la Llama, la Brisa Fragante, el Halo de
Cabellos iluminado. por el sol! Cumplimiento de todos los improbables sueños. Todos los
Dioses en la Forma de Sai, Gracia, Majestad, Poder y Alegría.

Hombres y mujeres de todas las naciones, de cada uno de los credos y de todas las
latitudes están aquí, traídos desde muy lejos por sueños de curaciones y otras dádivas que
Baba otorgue por Su Voluntad, ya sea en persona o de algun otro modo. Mientras camina
por entre las apretadas filas de gente, muchos encuentran en El la Forma y la Figura del
Dios que adoran. Me siento llevado a citar las exclamaciones de aquellos que han
experimentado estas visiones.

Este es Shiua, Shakti, Krishna, Rama, Jehová, Buda, Jesucristo...


Toquen esos Pies de Loto. Guarden la suavidad del Tacto que les hará suaves a
ustedes para siempre.

¡Nadie podrá volver a ser el mismo después! Un poderoso manantial de amor


borbotea en el corazón. La transformación se refuerza más cuando el aspirante es elegido
para la merced de una entrevista personal.

¡Mira! ¡Su dedo te pide que despiertes! ¡Has sido elegido, querido hijo! Síguelo.
Bendito es el día, la hora. Nacerás de nuevo.

Baba dice que debemos ser deshechos y rehechos. Este proceso remodela nuestra
personalidad en su totalidad durante las entrevistas que concede, ya sea en forma directa, en
persona, o desde el corazón como nuestro Auriga, en dondequiera que nos encontremos.
Limpia por completo la basura que obstruye el cerebro y deja en la clara luz lo que
eres y el por qué. Pone su uibhuti en el punto del Ajna. Unge la visión afligida por el temor
al color. Se ríe al ver que eres sordo, aunque esté sano y cercano el oído, al mantram en la
nariz: la Respiración "Soham ", "Soham ": yo soy El, El es yo. Ve tu lengua, tan cubierta de
despecho, y prescribe una dosis constante de Dhyana y Japa. Aclara tu garganta con el
"toque" de Achyut y sella los labios con un "no tanto". Saca la carga de tus hombros, dice:
"¡Yo estoy aquí para llevarla, tú sigue adelante!" Entrega una armadura para el pecho
cobarde y, con un guiño de Sus ojos, hace que se vayan tus caprichosas quimeras.

Después de las explicaciones interpretativas, habrán de cantarse nuevamente estas


líneas, porque representan, por así decirlo, el total reacondicionamiento de la persona, de la
cabeza a los pies. El vibhuti creado por Baba es Su vibhuti (significando "gloria única",
además de su otro sentido de "ceniza sagrada"). El punto en nuestro entrecejo en donde
Baba lo aplica, es denominado el Ajna Chakra en el Raja Yoga, el asiento de la Autoridad
Dominante. Los conflictos raciales se basan en el prejuicio del color, de modo que aplica el
ungüento para curar los defectos ópticos. Baba nos aconseja escuchar el mantram de la
respiración: Soham, para que el sí mismo pueda fundirse con el Sí Mismo Superior, del cual
es una ola. La garganta ha de ser aclarada con el jarabe Divino (Achyut) para que nuestra
voz pueda calmar y suavizar en vez de oponer y provocar.
A Baba le pueden encontrar en cualquier parte y en todo momento todos aquellos
que viajan a través del tormentoso mar de la vida. De modo que el poema continúa:

202
El contesta a todo llamado angustiado,
al SOS de los viajeros que han naufragado.

Cualquiera sea la hora, por débil que sea la voz


Sai no necesita viajar muy lejos: siempre está a tu puerta, a tu lado, junto a ti, frente
a ti.
Duda, El responde; cierra, El entrará;
Censura, El sonríe; niégalo, El se quedará. El sabe todo lo que hemos sido y somos
y lo que aún deberemos ser.

Cientos de incidentes auténticos se agolpan en la mente clamando por ser elegidos


para ilustrar el Amor y la Compasión omnipresentes de Bhagavan. Los oyentes también
claman por más y más instancias de la todo incluyente Caridad del Avatar.
El poema se aventura a describir la más alta Verdad (la Inmanencia de Dios en el
Cosmos que El ha proyectado con un pensamiento) que Baba está revelando ahora
milagrosamente a través de Sus palabras y obras. Sopló sobre una pequeña piedra y ésta se
transformó en un ícono de Krishna tocando la Música de las Esferas en Su Flauta. Sopló
sobre una brizna de pasto cruzada sobre otra y ellas se convirtieron en un crucifijo con el
sufriente Hijo de Dios sobre él.

Con infinita Gracia El nos hace conscientes de la melodía que vibra en la piedra, de
la Cruz que sangra en cada brizna. El derrama Su Sagrada Ceniza, Sus signos y maravillas,
en Sus millones de hogares: Sus "tarjetas de visita". "Soy de ustedes", dice, "Soy de
ustedes". Sus Manos y Sus Pies, Sus Ojos y Su Voz, ellos circundan la Esfera Cósmica.

A esta altura también podía referirme a las revelaciones concedidas por Baba a Y.J.
Rao, el geólogo y a J. Hislop, el cristiano, y a miles que le han visto, le han oído y han sido
rescatados por El en países que van de Nueva Zelanda a Islandia, de Perú a Corea.
El Sai Bhagauatham termina con una promesa, una súplica y una oración.
Y entonces, ¿por qué habíamos de correr y precipitarnos de Este a Oeste y de Oeste
a Este, por sobre montes y valles y mares y arenas en busca de los Pies de Loto? Están aquí,
al alcance de cada mano "anhelante". ¿Olvidan que fue lo primero que El cantó "Maanasa
bhajare guru charanam"? ("Adora en tu mente los Pies del Gurú") Instalémoslos en ese
íntimo santuario y oremos: "¡Sai, mi Señor! Concédeme la Visión de Tu Reino dentro de
mí. Asígname la tarea que es adoración para Ti. Condúceme hacia los que obedecen Tu
palabra y suspiran por Ti. Revela Tu encanto en cada cosa que rnire y, Swami, cumple un
último deseo mío: permíteme, a este pequeño yo Tuyo, fundirme en Ti".

El canto de la Anunciación lo hemos presentado en Shivam, Hyderabad y en


algunos lugares de Karnataka. Bhagavan nos comisionó benevolentemente, a mí y a mi hijo
Murthy, al profesor Sachdev y a Sri Hejinadi, para dictar charlas, por turnos, acerca del
Avatar, de Sus Enseñanzas y de las Disciplinas que ha establecido para el progreso
espiritual, para los devotos de ultramar. Cada vez que uno de estos grupos parte de regreso a
su hogar, Baba accede benevolentemente a nuestra solicitud de entregarle a los participantes
una copia del poema, una vez terminado el recital y las explicaciones ilustrativas.
Cientos de personas en todo el mundo, están esparciendo hoy en día la buena nueva
de que es asequible en la Tierra, en forma humana, el Principio Divino. La alegría de ellos

203
despierta alegría; su bondad, sinceridad, afecto, simplicidad y amor inspiran estas virtudes
en otros. Los perdidos y los abandonados, los desesperanzados y los enfermos que han sido
guiados por ellos hacia la Paz y el Poder que es Sai, deberán estar eternamente agradecidos
hacia quienes les hayan conducido hasta El. Yo también deseo invitar a cada uno de los que
han sido conmocionados por el Impacto Sai, a asumir con entusiasmo el rol del "cuarto
hombre" de la parábola de Ramakrishna. Con este propósito, permítanme citar partes de una
carta de agradecimiento que recibiera hace once años de una persona que se identificó como
"John, de California":

"Señor N. Kasturi, no tiene importancia quién soy ni qué soy, lo que sí la tiene, es
que a través de la puerta que usted abriera para mí, he entrado en el templo de Baba para
inclinarme ante Sus Pies y conocer del Ananda de Su Existencia, en el intermedio de mi
llegada y mi salida de esta encarnación. Rezo porque mis ojos lo vean, mis oídos lo
escuchen y que pueda estar en Su Presencia, al igual que usted. Le dirijo a El mis oraciones,
le escribo y El responde en el corazón que le he abierto, porque usted me ayudó a
entenderle. No es que pretenda entenderle en plenitud, pero a través de sus esfuerzos, Sus
palabras han llegado hasta mí para que pueda comprenderlas hasta el grado que me sea
posible. ¡Gracias, hermano mío, gracias!"

204
REACTIVANDO
LA LUZ EN TEMPLOS

E1 Avatar está dedicado a refundir la mente humana a través de múltiples métodos.


Baba expuso estos métodos en un poema que cantara en Prashanti Nílayam: "Restablecer la
fe en la senda de la devoción y la dedicación como medio para la liberación de las cadenas
del mundo dual. Promover el Amor entre los individuos, los grupos, las comunidades, las
naciones y las razas como medio para la paz. Confortar y consolar a los buenos y a los
piadosos como medio para promover los ideales que profesan. Reinterpretar las Escrituras
de todos los pueblos como medio para cultivar las virtudes que propagan".
Baba no ha reinterpretado solamente los antiguos textos: ha rededicado antiguos
lugares de culto transformándolos en fuentes más nuevas y eficaces de bendición. Los
ídolos de Vishnu y de Shiva, como asimismo otras formas santificadas por la tradición, se
habían visto desvalorizados como consecuencia de las ofensas lanzadas en su contra por el
prejuicio y la perversidad. Los mismos sacerdotes han perdido la fe en los rituales y el culto.
Los peregrinos han degenerado en turistas y los templos mismos han llegado a ser mesones
de exhibición de mercaderías. Los templos fueron destinados otrora como depósitos de la
sabiduría religiosa y minas de virtudes sociales: cosas que se extraían de Dios, simbolizado
en el santuario central. De modo que Baba ha dicho que "el recargar las baterías espirituales
agotadas de los templos" constituye una parte de Su misión como Avatar.
En cumplimiento de este programa, Baba ha revitalizado seis templos, tres de
Vishnu y tres de Shiva, uno de cada uno en las regiones Norte, Centro y Sur de la India.
Todos ellos son adorados por la generalidad de los indios, incluso los que viven fuera de los
Estados en los que se ubican. Ellos son, en el Norte, el Templo Viswanath en Varanasu o el
Ganges y el Templo de Narayana en Badrinath en medio de los Himalayas; en el Centro, el
Templo de Somnath en Gujarat y el Templo de Krishna en Dwaraka, en el mismo Estado, y
en el Sur, el Templo de Mallikarjuna en Sri Sailam, Estado de Andhra, y el Templo de
Vittala en Pandharpur en Maharashtra. Con excepción del último, fui bendecido con la
suerte de ser testigo de la revivificación de los otros cinco.
Puesto que la peregrinación a Badrinath comprendía un viaje de una semana en
ferrocarril y en autobús y una extenuante ascensión de unas veinte millas, Baba llevó
consigo sólo una mínima fracción de los cientos de devotos que suplicaban por la
oportunidad de unirse al grupo. Eramos más de setenta y cinco. El doctor Rama Krishna
Rao, Gobernador de Uttar Pradesh, Estado en el que se sitúa Badrinath, se nos unió con sus
acompañantes en Hardwar. El 11 de junio de 1961, toda la partida fue testigo del Ganga
Puja y el Arati que se llevaron a cabo ese día en la presencia de Baba. Mi mujer y yo
observamos la ceremonia desde la isla que queda enfrente y vimos a Baba parado en el
mismo peldaño desde el cual nos diera darshan años atrás, cuando habíamos venido en
peregrinación, a instancias Suyas, con mi madre. A1 igual que los demás en el grupo, Baba
también lanzó lámparas a flotar en el río, con las lucecitas que parpadeaban hasta perderse
de vista. Salpicó con el agua sagrada a los sacerdotes que se arremolinaban en torno de El y
a los devotos que rogaban por la bendición.
Más tarde nos reunimos en torno a Sus Pies, en el rectángulo de Su residencia. Las
estrellas titilaban gozosas, porque podían llenarse los ojos de darshan. El rostro de la luna
estaba sonrojado de excitación esa noche, mientras observaba tímidamente como Baba nos

205
bendecía. Baba describió los diferentes puntos y confluencias sagrados que estaríamos
viendo en las ciento ochenta y dos millas que nos separaban de Badrinath: lugares en donde
Karva tenía su ermita y Arjuna hizo penitencia, el sitio del sacrificio de Daksha y de la
academia de Vyasa. Quedamos sorprendidos ante la amplitud de Su narración y la
profundidad de Su conocimiento del territorio y los templos. Nos habló del Templo en
Badrínath y fue señalando (perdónenme, pero tuve que anotar los hechos que El nos
entregaba, para poderlos verificar más adelante) al ídolo principal y los secundarios, en el
principal de los santuarios, como asimismo los que se encontraban en los corredores y salas
exteriores. Relató la historia de Ghantakarna y prometió indicarnos su imagen en piedra.
Asombró a las mujeres con Su declaración respecto de que, en Badrinath, Lakshmi sería
vista como una mujer de Uttar Pradesh, con parte del sari cubriéndole la cabeza. Concluyó
con el comentario: "Hay otros que van a Badri para ver allí a Narayana; ustedes van con
Narayana para ver los ídolos que hay allí". Confesó que había dejado de lado a Shirdi,
porque (como le comentara a Das Ganu) allí predominaba la motivación comercial. En
Badrinath también estaba contaminada la atmósfera por el mismo tipo de codicia, y era Su
intención purificar el lugar sagrado, para evitar la erosión de la fe y revelarle a los
encargados de los rituales del templo, la gloria y la grandiosidad, la potencia y la
preeminencia del Narayana por el que vivían. Dijo que iba a convencerles de que Badri y
Kailas eran dos ojos en un mismo rostro.
Y en Badri, el 16 de junio, mientras el sacerdote en jefe, el Mahant como se le
llama (oriundo, como lo exigía la tradición, del extremo Sur de la Península India), llevaba
a cabo el sagrado rito del Abhisheka, Baba inauguró la tarea avatárica de vitalizar al ídolo
en bien del género humano. Hizo girar la mano en un círculo y creo un loto de oro que tenía
"mil pétalos". Hizo girar la Mano nuevamente, pero esta vez no se produjo un milagro de
creación. El Netr, Linga, que Sankaracharya colocara hace mil doscientos años (:omo lo
declarara Baba esa noche, ante la reunión de devotos 7 residentes de Badrinath) en una
cavidad en la roca sobre la que se puso el ídolo de Narayana, apareció en Su palma. Lo puso
sobre el loto y vimos que ambos parecían haber sido hechos el uno para el otro. Había
numerosos grupos de peregrinos empeñados en entrar a la pequeña sala delante del
santuario. Para que pudieran tener acceso, Bhagavan sugirió "cargar la batería" en el Gujerat
Dharmasala, en donde se alojaba la partida.
Sankaracharya, el santo filósofo, vivió en el siglo VIII d.C. Interpretó las
Uponishads, el Brahma Sutra de Badarayana y el Bhagauad Gita, empleando los cánones de
una lógina inexpugnable, y demostró que por cada máxima y doctrina suyas fluía una sola
Verdad, que Brahman es la única Realidad y que todo lo demás es temporal, transitorio,
apariencias que la ignorancia le superpone. Sin embargo, difundió el valor y la validez de la
emoción y la intuición para lograr la conquista de la ignorancia y el desvanecimiento de la
falsa identificación del sí mismo con el complejo cuerpo mente. Caminó a lo largo y lo
ancho del subcontinente de la India, esclareciendo a los estudiosos y dialécticos e
impulsando a la gente común a sublimar sus prácticas religiosas. Baba reveló esa noche en
Badrinath que el Dios Sankara le había confiado cinco lingams a Sankaracharya y le ordenó
instalarlos en diferentes centros entre los Himalayas y Rameswaram. El lingam que Baba
había hecho salir del nicho en el santuario central, era uno de esos cinco. Cuando se pone a
funcionar un dínamo espiritual en un punto sagrado, la fuente de energía soberana (un
chakra místico, un dibujo divino, un lingam sagrado) será implantada profundamente, fuera
de la vista del hombre. Esa era la batería que Baba sabía que se había descargado.

206
Sankaracharya es aclamado por los hindúes como creado por voluntad de Sankara
mismo e inspirado por El. ¿Y Baba? Es el Sankara, ni un ápice menos. Cuando Baba era
adolescente, Seshagiri Rao y unos pocos otros devotos compusieron una sarta de ciento
ocho Nombres que habían de ser repetidos mientras El era adorado. Pronto se agotó la
edición del librito y, como encargado de la pequeña imprenta, se me insistió para que
emprendiera la piadosa tarea de reimprimirlo. Consulté a Baba, porque algunos Nombres
parecían inapropiados. Baba descubrió algunos y me indicó cambiarlos por otros. Créanme,
uno de los Nombres omitidos fue el de Sankara Amsa (una parte, un miembro de Sankara) y
el sustituto que me señaló, ¡fue Sankara!

De modo que fue Sankara quien recargó la batería que San~ kara diera y que
Sankaracharya instalara. El proceso de recargarla, que fue observado por más de doscientas
personas, fue muy estimulante: Baba se movió entre nosotros con el lingam sobre el loto de
oro. Llamó la atención sobre el ojo que se podía ver claramente en su interior, la retina
negro brillante sobre el fondo blanco y los extremos aguzados, con los párpados superior e
inferior. Cuando Baba volvía el lingam hacia la derecha o la izquierda, el ojo parecía
moverse en la misma dirección. "¿Lo han visto todos? preguntó Baba . Los que no lo hayan
visto, vengan acá les invitó porque tiene que volver al lugar en que lo colocara
Sankaracharya", anunció.
Y entonces, mientras el eco de nuestros bhajans resonaba en Badrinath, Baba se
puso de pie con un pocillo de plata en Su mano: un pocillo que había aparecido en Su palma
por Su voluntad. Se acercó a la mesa en donde todos podían ver el lingam sobre el loto,
ambos sobre una bandeja de plata. Indicó que el pocillo contenía agua sagrada de Gangotri,
el manantial donde nace el Ganges. Retiró uno de Sus dedos del fondo y ¡oh maravilla!, se
formó allí un agujero que permitió que el agua cayera sobre el lingam como "Abhisheka".
Los pundits y los sacerdotes recitaron los himnos védicos prescriptos para el rito. A
continuación, Baba sacudió Su palma sobre el lingam y de ella cayeron montoncitos de
flores de oro y de plata lloviendo sobre el lingam y acrecentando su potencia. Con otro
movimiento de la palma, maravilla de maravillas, cayó un gran montón de flores de
"thumme" frescas, salpicadas con gotas de rocío, flores con que los devotos de Puttaparti
adoran a Baba y que no se encuentran sino en las áridas colinas y planicies del Sur de la
India. Los residentes de Badri se preguntaban qué eran estas pequeñas, vellosas y blancas
gotitas de Gracia Divina. Baba declaró entonces: "¡Ahora regresará el lingam!" S éste
desapareció de nuestra vista.
El Dr. Ramakrishna Rao, el Gobernador, tuvo la suerte de estar nuevamente
presente cuando Baba estuvo en el interior del santuario principal de Kasi, en donde por
milenios Shiva ha sido adorado como la Suprema Esencia Cósmica, Viswanatha, en la
Forma del lingam. Cerca de veinte de nosotros estábamos con Baba durante el viaje de
Lucknow a Ayodhya y de Prayag a Kasi. El sacerdote en jefe recitaba stotras de antiguos
textos glorificando al Señor, mientras Baba observaba a los devotos que vaciaban
reverentemente agua del Ganges sobre el lingam. Los padres estaban sujetando en conjunto
el recipiente que contenía el agua sagrada. Mientras bañaban a Viswanatha, Baba me pidió
que yo también lo sostuviera junto con ellos y compartiera la emoción que ellos sentían.
Cada hindú, por muy pobre, analfabeto o degradado que sea, anhela, en cualquier lugar en
que se encuentre, beber una gota de agua del Ganges y, aún más patéticamente, la
oportunidad de bañar el Lingam del Señor, santificando sus manos por medio del rito del
Abhisheka.

207
El Templo de Shiva en Somnath, Gujarat, de dilatada fama, fue blanco de una serie
de ataques de rapiña por parte de las hordas musulmanas de Ghazni en Afganistán; el oro, la
plata, las piedras preciosas y hasta el lingam de piedra fueron llevados por los saqueadores
en su fanática furia en contra de la idolatría. Cuando la India logró su independencia del
dominio extranjero en 1947, el ruinoso templo fue reconstruido y restablecida su gloria con
un nuevo lingam que se instaló en el mismo lugar sagrado. Aunque la renovación y la
reiniciación de los rituales diarios y estacionales de adoración a Shiva se llevaban a cabo
con los ritos ceremoniales apropiados, Bhagavan sentía que había que garantizarle al mundo
que la era de turbulencia había terminado y que Shiva permanecería para siempre. El sabía
que el Jyothirlinga (el luminoso símbolo esferoide de la emergencia y la fusión de la
Energía Primordial) que había sido colocado en su nicho de piedra, sobre el cual se habían
instalado nuevos lingams después de la retirada de cada ejército invasor, seguía allí intacto,
listo para irradiar vibraciones espirituales, una vez que recibiera el toque de la mano de
Shiva. Esa era la batería que se había agotado.
Baba visitó Somnath con un pequeño grupo de devotos, incluyendo a la Rajamatha
de Nawanagar, quien rogó para que El inaugurara la Entrada Digvijayasingh Gopuram
erigida para conmemorar al Jam Saheb quien fuera uno de los más dedicados patronos del
Proyecto de Reconstrucción del Somnath. Después de la inauguración, Baba ingresó al
espacioso santuario central y observó por algunos minutos los rituales védicos con los que
era adorado el ídolo de Somnath por los sacerdotes. Creó un puñado de hojas de bilva de
oro y las dejó caer sobre el lingam de cuatro pies de alto. Luego hizo girar nuevamente Su
mano de manera semijuguetona, semicasual: antes de que pudiera completar el primer giro,
un destello como un relámpago cegó a los sacerdotes y a nosotros, los de Prashanti
Nilayam, sentados en el umbral del santuario, como también a la Rajamatha que estaba de
pie con las manos unidas. Cuando el destello se redujo a un aura luminosa en torno a la
Mano de Baba, sostuvo frente a nosotros una forma oval de gran tamaño que irradiaba una
luz divina, plantada allí por un sabio desconocido miles de años atrás. Bhagavan se acercó a
nosotros con el Jyothirlinga y reveló su significación tanto épica como trascendental.
Cuando fuera diseñado el santuario de Somnath por la Voluntad Divina, ese lingam fue
dotado de una energía espiritual que podía perdurar por siglos y fue mantenido fuera de la
vista de la codicia atea. Al igual que en Badrinath, Baba lo había sacado del sitio en el que
anidara por tanto tiempo, sin embargo en Somnath, Bhagavan no restituyó el lingam
recargado y reactivado a su posición original. Sai le da vigor a los fatigados y fuerza a los
exhaustos. "Ya no hay peligro desde ningún lugar para este templo. Por lo que he decidido
que adoren al lingam directamente, a plena vista de los devotos." Diciendo esto, hizo girar
Su mano y, de inmediato, apareció un pedestal de plata sobre el que se podía afianzar la
maravilla de alabastro. Baba fijó el lingam sobre él. El sacerdote en jefe lo recibió
reverentemente de Sus manos. El lingam milagrosamente recobrado, la Fuente de
Compasión Divina, está dando darshan ahora en el santuario en que se produjo este Lila.
Baba lo convirtio en una Luz para todas las naciones, sin límites.
El rejuvenecimiento del ídolo de Dwarakanth se llevó a cabo durante la misma
visita a Gujerat, aunque Baba no entró en el santuario, ni derramó flores sobre él, ni lo tocó
con Su palma transformadora. El templo estaba tan densamente lleno de peregrinos que no
encontramos hendidura alguna por donde escurrirnos. Hasta en las puertas exteriores se
apretaba una masa de hombres y mujeres. Ciertamente, Baba pudo haberse concretado a Sí
Mismo en el santuario interior, junto al ídolo, tal como lo había hecho en Repalle, donde
también había miles de seres arrodillados en el espacio intermedio. Pero El pensó en

208
nosotros. Le dio darshan a los miles que estaban fuera del templo. Muchos se dieron cuenta
de que Baba podía no abrirse paso por los corredores y las salas con pilares en dirección al
santuario. Por lo tanto, retrocedieron y lograron asegurarse el darshan.
Entretanto, Bhagavan ordenó que los automóviles le siguieran y aceleró por el
camino a Jamnagar. Percibiendo el mar al otro lado de una pequeña elevación hacia la
derecha, se detuvo y nos condujo más allá de ella hacia las arenas bañadas por las olas. Allí
nos hizo levantar un montículo bastante alto de arena seca. Hundiendo Su mano en él,
extrajo un ídolo de Krishna hecho de oro, resplandeciente a la vista. Cuando Dikshit de
Bombay trajo a la presencia de Baba a su cuñada que esperaba la extirpación de una mama
con un tumor canceroso, Baba creó vibhuti y masajeó vigorosamente la ceniza sobre el
pecho de Dikshit ¡y la intervención quirúrgica fue declarada innecesaria cuando la señora
fue a ver a los médicos! Cuando Baba rescató al Krishna glorioso y dorado de las arenas
secas de las dudas, la dialéctica y la negación, también el Templo de Dwaraka fue cargado
de vibraciones vitales. Baba anunció que éste era el propósito del milagro del que habíamos
sido testigos. El ídolo había perdido su esterilidad y se había llenado de festiva fecundidad.
Srisailam es un famoso templo Saivita de Andhra Pradesh, situado en las riberas
del río Krishna. Shiva es adorado como Mallikarjuna (Jazmín Blanco) y Su consorte, como
Bhramara (Abeja). Muchos místicos de Maharashtra y Karnataka han llegado a
experimentar la Conciencia Cósmica meditando en la Deidad adorada aquí. Sankaracharya
exaltó la santidad del santuario. Baba entró en el santuario y derramó hojas de oro de bilva
que cayeron de Su mano, cuando fue Su voluntad, sobre el Mallikarjuna lingam.
Pandharpur, en donde el Señor Krishna es adorado como Panduranga Vittal, era el
santuario sobre el que Baba le enseñara a cantar a sus compañeros de la niñez. En ese
entonces, los chicos hubieron de contentarse con esa buena suerte. Había otros con El
cuando, más tarde, camino entre Bombay y Hyderabad, fue a Pandharpur. El aspecto
femenino de Dios representa Su compasión, Su disposición a perdonar, Su habilidad para
curar y para corregir errores, Su ternura y Su dulzura. En Pandharpur, Baba le concedió más
atención a Rukma Devi (Rukmini) que al aspecto masculino de la Majestad, el Poder y la
Sabiduría de Dios. Entrando al santuario de ella, creó un collar de oro con piedras preciosas
engarzadas y lo colocó en torno del cuello del ídolo. Muchos obstinados en su ateísmo y
otros que no son sino marginalmente creyentes, puede que desechen como ridícula la
posibilidad de que se cargue a los ídolos con Divinidad y que una voluntad, palabra u obra
Divinas los reactive cuando se haya agotado su carga Divina. Es cierto, sin embargo, que la
fe puede volver santas las montañas y sagrados los manantiales. Puede escuchar sermones
en la corriente de los riachuelos y leer el Libro del Génesis en un pedazo de piedra. Baba es
la Voluntad Divina.

Desde aquel día en que, siendo un muchacho de catorce años, dejara la escuela y
lanzara lejos su bolsón de cuadernos, anunciando: "Mis devotos me están llamando. Tengo
una misión que cumplir", nunca ha hablado de Dios como algo diferente de El mismo. A
través de las Eras los sabios y los profetas han consolado a otros con afirmaciones como
"Dios te bendiga", "Es la Voluntad de Dios", "Dirígele tus oraciones a Dios y El te curará".
A lo largo de treinta y un años de estrecha proximidad, nunca he oído a Baba consolar o
confortar a alguien mencionando a un Consolador, un Protector o un Salvador distinto a El
mismo. Jamás se ha deslizado una segunda o tercera persona de Su lengua al hablar de Dios.
Lo ha establecido únicamente en la primera persona singular. Le pido perdón por revelar
una experiencia personal. Le había planteado a El el interrogante del aspecto de Padre

209
Madre, el Aayi Baba, el Shiva Shakti, el Equilibrio Unico de Justicia Gracía, cuando me
reveló una clara y concreta Visión: la Forma de Shiva Shakti, años antes de que revelara
esta Realidad, aquel famoso día de Gurú Purnima. Sé también que otros han tenido otras
visiones.

Baba estimula los rituales, la adoración, los bhajans y los festivales en los templos,
en su mayor parte, como medios para calmar y purificar los sentidos y el mundo interior del
hombre. Aprueba los tabúes tradicionales y los consejos sobre la disciplina espiritual,
porque es cierto que puede hacer progresar a los hombres desde cualquier punto en que se
encuentren, siempre que se persuadan s sí mismos para dar un paso más hacia el próximo
hito. Ganesha es el guardián del Primer Paso. Por ende, Baba le ha dado a Ganesha la más
alta prioridad en los bhajans y en los planos arquitectónicos de los campus estudiantiles. No
obstante, sabe que la Forma de Ganesha de Dios constituye a lo sumo una herramienta
apropiada en el Divino Taller en donde son reparados, recargados y reacondicionados los
humanos, de acuerdo a los designios y dibujos.
A pesar de los ruegos para que el Avatar ejercite visiblemente Su voluntad y
multiplique la eficacia de otros santuarios populares como Tirumala, Madura¡,
Ananthasayanam y Rameswaram, Bhagavan no le ha dado la oportunidad a los devotos para
ser testigos de la Ceremonia Divina. Mas Baba está siempre demostrando que sabe
conscientemente del valioso papel que deben desempeñar los templos en la promoción de la
elevación individual y la integración social. En las aldeas que circundan Brindavan,
Whitefield y Prashanti Nilayam, Baba ha impulsado la construcción de templos, mezquitas
y la renovación de viejos centros de culto. Desde cada uno de ellos uno puede escuchar Su
llamado: "Les conduciré hasta Mí Mismo, desde lo Irreal a lo Real, de la Oscuridad a la
Luz, desde la Muerte a la Vida Eterna. ¡No tropezarán ni se debilitarán!"
Baba alaba la creencia tradicional de que uno no ha de pasar una noche en una
aldea que no tenga una Casa de Dios. Examina las condiciones en que se encuentra el
templo de la aldea y de ahí decide acerca de la naturaleza de la atmósfera moral del lugar. Si
el recinto se usa para jugar o para el chismorreo, para conspirar o hacer política, El condena
y castiga a la congregación. También el cuerpo humano es una Casa de Dios. En lo
profundo de su santuario íntimo, tiene al Nethra lingam de Badrinath, el Eterno Ojo
Universal Unico, o al Jyothirlinga de Somnath, la Eterna Llama Universal del Amor.
Las leyendas de todos los países describen un Kalpataru, un Arbol que cumple los
deseos, El, sin embargo, crece en el Cielo, en donde es superfluo y aquellos que necesitan
Su ayuda, han de trepar por los empinados riscos. Baba es el Kalpataru venido a la Tierra;
no necesitamos de ímprobos esfuerzos. El Arbol cubre todos los cielos. En dondequiera que
estemos, estamos a Su sombra. Nos acercamos al Arbol para satisfacer nuestro deseo, pero
rara vez nos damos cuenta de lo que el Arbol nos hace a nosotros: nos induce a aferrarnos a
El para siempre. Durante un discurso en Prashanti Nilayam, El anunció: "Sé que muchos se
sienten perplejos frente a Mi práctica de escuchar cada día, de mañana y de tarde, sus
ruegos, sus largas listas de necesidades y de deseos: haciéndoles entrar y pasando horas para
consolarles y otorgarles las dádivas terrenales que ansían. Dicen que ningún Avatar ha
hecho esto antes, que este Avatar complace principalmente a los hombres materialistas. La
gente viene a Mí con deseos ridículos y, así y todo, les doy la bienvenida con simpatía y con
amor. Solamente Yo conozco su sed básica, su descontento fundamental. Me alegro de que
vengan a Mí en lugar de postrarse ante hombres que son, ellos mismos, sólo instrumentos

210
impotentes. Silenciosa y firmemente, les voy volviendo hacia la senda del Sadhana y de la
peregrinación espiritual. ¡Cómo podría observar, tan sólo, cuando se extravían y sufren!"

EL NIÑO CINCELADO

Sri Ramakrishna Paramahamsa, mi madre adoptiva, me había descubierto, un


huérfano de padre, tratando de mantenerme vivo gracias a los alimentos dados en caridad a
ociosos de alta cuna que gustaban de las apuestas y de una conducta impía. El me salvó de
la degradación, de ese caldero del vicio y el descarrío. Su devoto, el Director de mi escuela,
instaló como mentor y monitor en mi corazón a Gurú Maharaj. El nos narró historias del
Paramahamsa y sus Apóstoles, de manera tan pintoresca, que siempre pedíamos más. El nos
persuadió para que nos aprendiéramos de memoria aquella parte de uno de los electrizantes
discursos de Vivekananda, que culmina con la oración: "¡Dios! ¡Haz de mí un Hombre!"
Gurudev fue mi puntal y mi providencia hasta los cincuenta años de mi vida. Entonces, me
puso en el regazo de Sai quien nos enseña a orar: "¡Dios! Hazme tomar conciencia de que
Tú estás en mí y yo en Ti y que somos Uno". A1 traspasarme, Gurú Maharaj debe de haber
abogado en mi favor: "Vierte Tu amor sin límites sobre este niño mío. Permítele que
aprenda a estar consciente de Ti como su Realidad". El Mantra de Ramakrishna plantado en
mi corazón por Mahapurushji, había echado milagrosamente brotes, pese a mi lentitud y
simulada enfermedad, los que buscaban una mano que aferrar. Y la mano de Baba
respondió: "¿Por qué temer? Yo estoy aquíC.
Fue entonces que caí en la cuenta de cuán indigno era de la Divina compasión.
Había tejido a mi alrededor, como mi propia maraña, una red de nociones negativas y de
preferencias y prejuicios positivamente dañinos que, normalmente, me habrían excluido de
la Gracia. El sentido del humor que me había ganado un minipedestal en la galería de la
fama de Delhi y de Bangalore, había trasgredido fácilmente los límites hacia el campo de la
ridiculización y el pasquín. Como resultado de los alocados caprichos de este sentido, había
herido la sensibilidad de muchos, aun sin intención. Con el objeto de mantener mi
reputación como un Leakock y un Wodehouse, tenía que dirigir la mirada hacia los pies de
barro, las presunciones, las miradas envidiosas y las manos dispuestas a aceptar sobornos de
la gente a mi alrededor, e incluso inventarlas si no las encontraba. Esta tendencia había
desviado mi atención de lo normal, lo básico, lo simétrico y lo simple.
Mi compromiso a lo largo de treinta y cuatro años de carrera en la enseñanza me
había contagiado y había fomentado en mí las enfermedades profesionales del dogmatismo,
el autoritarismo, la altanería morbosa y, para acuñar una palabra, la filolisonjería. Sufría,
como todos los docentes, la enfermedad de "ratón de biblioteca" y también de un inevitable
desaliño y distracción. El conocer, moverme y arrear a renovados rebaños de jóvenes
adolescentes (entre los años veinte a los cincuenta de este siglo) que esperan recibir
instrucción y guía y que las aceptan agradecidos cuando las reciben, hizo que mi mente se
asentara en el inflexible molde de una suprema autoestima. Debo confesar que mis actitudes
y enfoques de problemas y proyectos sólo podía ser tildada de "adolescente", aunque la
edad me hubiera obligado a renunciar a la asociación con la juventud. Woodrow Wilson,

211
quien enseñaba Ciencia Política en la Universidad de Princeton, era un hombre con un fino
sentido del humor. Podía recitar quintillas jocosas en contra de su propia fachada y unirse a
quienes se reían con ellas. Sin embargo, como Presidente, enfrentado al problema de la
Europa de postguerra, se comportó como un estudiante no graduado ante Lloyd George y
Clemenceau.
Las buenas gentes de Karnataka también contribuyeron en parte a dañar mis
proporciones. Descubriendo que había ascendido hasta la meseta de Mysore desde la costa
de Kerala, sin trazas de su idioma kannada sobre mi lengua, se entusiasmaron cuando me
vieron hablarlo y escribirlo como si hubiera sido mi lengua materna. Los decanos de la
literatura kannada me mimaban como si el destino me hubiera devuelto a Karnataka
después de haber sido secuestrado hacia Kerala. A pesar de mis protestas, me exhibían
como a un animal de circo. De hecho, llegué a describir a una tal víctima de la adulación
masiva en mi novela Gaali Gopuram (El Castillo en el Aire). Pese a todos los profilácticos a
los que echaba mano mi sentido del humor, los vapores del incienso se habían logrado
introducir en mi cabeza y la hicieron infatuarse en gran medida.
El multicolor panorama de la historia humana me fascinó ya desde mis años de
secundaria. N.R. Subba Iyer se convirtió en mi héroe: anhelaba aprender tanto como él y
enseñar tan bien como él lo hacía. Pero como miembro de la Facultad de Historia en la
Universidad de Mysore me encontré encerrado en un callejón sin salida en lo que concernía
a aumentos de salario y prospectos de promoción. Se podían lograr tan sólo si renunciaba
alguno de los aproximadamente doce miembros de rango superior, y no había ninguno que
tuviera esa intención. Pertenecíamos todos a un mismo grupo de edad y la gente del seguro
nos consideraba dignos de confianza. Obligado a enfrentar crecientes exigencias, en cuanto
a ingresos, con un salario mensual estacionario por décadas, andaba amargado y me volví
ligeramente misántropo.
Mi amor por Clío, la Musa de la Historia, no pudo sobrevivir a los reveses de la
fortuna. El desastre tuvo también una causa profunda. La inmersión de mi mente en el lodo
de la historia humana terminó afectando mi visión de los hombres y sus bufonadas. Aunque
la historia se repite cada treinta años, el género humano se rehúsa a aprender sus lecciones.
El hombre ha caminado sobre la luna, pero el lunático odio fraternal se ha hecho más
profundo. No necesitan raspar a una persona para descubrir al salvaje bajo el barniz. Me fui
convenciendo cada vez más de la futilidad de enseñarle historia a los jóvenes. Es bien
recibida únicamente cuando atiza los fuegos de los odios raciales, religiosos, nacionales,
lingüísticos o de casta. Los estudiantes que optaban por los cursos universitarios fueron
declinando en número como también en seriedad. Y los profesores de historia eran
descuidados y ridiculizados. Tuve que procurarme los granos de respeto de la comunidad
estudiantil a través de las actividades extramuros hacia las que les atraía. No obstante, la
amargura de la desilusión torcía mi afecto por mi profesión, transformándola en la crónica
de la íngratitud del hombre para con el hombre.
Por eso, cuando caí a los Pies de Swami,[ debido a que me ,Desaba mi orgullo,
sentí que mi corazón estaba amargo. Mis háDitos eran descuidados. Mi sonrisa era una
máscara. Mis miradas estaban cargadas de malicia y misoginia. Mis pasos eran inseguros y
mi meta era caleidoscópica y borrosa. La única disciplina espiritual que conocía era el
Servicio, pero acaso lo adoptara porque inflaba mi ego. Me reía de las idiosincrasias y
pomposidades de los demás, sin darme cuenta que las descubría porque las llevaba en mí.
Y el nuevo Gurudev me aceptó tal como era. "El hombre ha de ser deshecho y
rehecho", ha dicho. Fui en verdad afortunado de merecer Su atención y pasar por tres

212
décadas y media en recomposición. El proceso sigue aún y es posible que tenga que
continuar, hasta donde creo saber, por una o dos vidas más. Si Baba me hace llamar por
intermedio de alguien para que vaya a Su Presencia, mi primera reacción es la de
examinarme para descubrir en qué me he equivocado o he resbalado, qué límite habré
transgredido o a quién habré herido o menospreciado, porque Su llamado es casi siempre
para cincelar.
El Señor ha declarado en el Bhagauad Gita que El es el Dios, el Soporte, el
Soberano, el Testigo Ocular, la Morada, el Refugio, el Compañero, el Origen, la
Providencia, la Premisa, la Promesa y el Poder Inagotable. Baba ha sido todo esto para mí y
para millones de otros como yo, porque El se hizo cargo de nosotros y nos llevó de la mano
a través del proceso de transmutación en el crisol de Su Amor.
Cada vez que tengo la ocasión de hablarle, incluso cuando no hay nadie cerca, El
observa cada frase e, invariablemente, descubre una insuficiencia o exceso de énfasis,
alguna desviación de la gramática o del uso de alguna palabra que no aclara suficientemente
el punto como lo haría otra. Nunca deja de señalar estas evidencias de descuido en el
lenguaje. Cada vez que esto sucede, mi ego académico sufre un pinchazo deflacionario. Su
incansable ridiculización exorciza el desaliño, los amaneramientos y los hábitos que me han
poseído, como las gesticulaciones, el encogimiento de hombros y movimientos de la
cabeza, el uso repetitivo de imprecaciones, como "idiota" y el de estimulantes como el rapé.
Fui disciplinado para mantenerme erguido y libre de estas írrelevancias. Cuando el cuerpo
está calmo y sereno, se puede inhalar más profundamente la Presencia.
El día que me instalé en el alojamiento que me fuera asignado, Baba propuso una
tarea que no fue bien recibida por mi ego. Debía mantener un registro de los obreros que
construían el hospital sobre la colina detrás del Mandir, ser un supervisor del grupo y
calcular y pagar sus salarios cada lunes. ¡Esto después de treinta y dos años de prestigiosa
pedagogía, de los cuales había sido Director por cinco! No obstante, el trabajo es adoración,
en especial cuando se ofrece en Prashanti Nilayam, siempre que lo hiciera tan perfectamente
como me lo permitieran mis talentos. Afortunadamente para mí, a los pocos días hubo un
devoto que pudo hacerse cargo de mis deberes con la facilidad de un pez en el agua y me
relevó del aburrimiento. En todo caso, aprendí la lección de que un sadhaka ha de aceptar
alegremente cualquier trabajo, por raro o cansador que sea, como una oportunidad para
expandir su amor. Más adelante, se me envió con misiones para asuntos con los que no
estaba familiarizado, a Bangalore, como adquirir y transportar baldosas y maderas para la
escuela de Sai Baba en Bukkapatnam. También fui comisionado para buscar retratos de
gran tamaño de los profetas, santos y videntes de todos los países y hacerlos enmarcar con
cubiertas de vidrio, para la Sala de Oración de Prashanti Nilayam.
Durante muchos años, el Día de Vijayadasami, Baba nos llamaba a mí y a un
Superintendente de Telégrafos de Trichinopoly para que acarreáramos potes de agua desde
el pozo cerca de la puerta Este hasta la cocina en el extremo Oeste. Eran tan pocos los
hombres adultos en esa época que teníamos que hacer cualquier trabajo que nos cayera en
manos. Cuando el Jefe General de Correos en Hyderabad ofreció instalar una oficina en el
complejo de Prashanti Nilayam en el caso de que se encontrara a algún pensionado
dependiente de cualquier gobierno estatal o autoridad local y que supiera leer y escribir, me
di cuenta de que era el único candidato calificado. Me tragué mí ego (un buen pedazo de lo
que de él quedaba) y acepté el yugo. Baba le tendió una trampa a mi sumisión: "¡No me
gusta que un Director y Doctor en Filosofía sea tratado como Administrador de Correos!"
Yo sabía que El observaba para ver si Su declaración despreciando el estatus que o había

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asumido recibiría alguna aprobación de mi parte. Solanente respondí: "Cualquiera se
sentiría orgulloso, Swami, si se lirigen a él como Administrador de Correos en Prashanti
Nilaiam".
Durante los años cincuenta, cuando la llegada diaria de pe egrinos era de unos
veinte a treinta, la mayor parte de ellos se ne acercaban con el pedido de presentar sus
quejas ante Baba.
reían que Swarni no era más que otro Baba que atraería y retendría discípulos
otorgando fórmulas para la prosperidad, para sanaciones mentales o físicas y para destruir a
los enemigos de uno. Cuando Baba estaba fuera, se quedaban hasta que regresaba. Y
descubriendo que yo era un oyente paciente y hasta simpatizante, muchos de ellos vaciaban
sus problemas en mi oído. Debo de haber creado la impresión de que podía comunicar sus
cuentos a Bhagavan y de que lo haría, porque, cuando más tarde llamaba a uno o dos de
ellos para una entrevista, les advertía en contra de revelar sus reveses domésticos o sus
agonías personales a quienes no pudieran sino exhibir una simpatía de la boca para afuera.
"Los que prestan oídos a sus historias pueden compadecerlos o llorar con ustedes, pero no
pueden influir sobre las circunstancias que les han llevado al pesar, ni pueden corregirlas.
¿Por qué habrían de rebajarse ante meros hombres que no pueden sino mostrarles simpatía
mientras dure la narración?" Y les mencionaba específicamente que yo no necesitaba saber
por qué habían venido a Puttaparti. "Yo les traigo aquí para poderles escuchar y liberar."
Cuando estas personas venían a mí y se excusaban por haberme involucrado en un diálogo
no deseado, yo sabía que esto también representaba una lección para mí. Yo no tenía
derecho a engañar a la gente, en cuanto a ser una persona diferente del resto; debía
moverme en Prashanti Nilayam ocupado únicamente de mí mismo, de mi propio trayecto.
Me tomó un largo tiempo y muchas reprimendas aprender que Baba mismo había
llamado a cada uno de los visitantes y que El trataría con cada persona en cualquier forma
que decidiera y cada vez que El sintiera que era el momento adecuado. Cuando le prestaba
oídos a las historias del visitante, me convertía en víctima de la simpatía y el ego me
impulsaba a asumir el papel del Buen Samaritano y de hablarle del problema de esa persona
a Swami. Durante los primeros años, la persona era a veces un paciente de habla kannada o,
más a menudo, provenía de Kerala. Esto revelaba una censurable predilección por los
idiomas que me gustaban. Baba desalentaba todos los intentos que yo hacía por llevar Su
atención hacia las aflicciones de las que El ya estaba consciente y decidido a aliviar. Se reía
de mi impaciencia y desechaba mis ruegos con estocadas como: "¿Cuánta comisión recibes
por este acto de recomendación?" o "¿Qué hay de especial con la persona de la que hablas?
¿Tiene antenas en la cabeza?" o "¿Quién te asignó este deber? ¿Por qué estás cultivando
contactos aquí?", etc. Arnold Schulman consignó en su libro sobre Baba que Baba le dijo:
"Nadie puede venir a Puttaparti a menos que Yo lo llame. Yo llamo a los que están listos
para verme. Por cierto que hay diferentes niveles de preparación" .
Así aprendí que no había necesidad de "informar" al Todo Sapiente Baba, de
"interceder" ante el Todo Compasivo y de "interesarle" en el proyecto mismo que le
indujera a encarnar. De este modo Baba suprimió una siniestra actividad a la que me
empujaba mi ego. Sin embargo, la gente me encontraba buscando entre la multitud a
algunos individuos y conduciéndoles hacia el lugar en que se reunían aquellos "elegidos"
para una entrevista. Por ende, suponían que privilegiaba a estos individuos en forma
especial, ¡porque Baba me había facultado para conceder este favor a los de mi preferencia!
No podían inferir que yo no era sino un chaprasi obedeciendo órdenes, cumpliendo
mandados y entregando citaciones. En casi todo centro espiritual donde la figura central es

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un santo, un monje, un gurú o una figura monástica, se produce el inevitable fenómeno de
un discípulo, hombre o mujer, que lleva la voz cantante, que selecciona y elige, que sabe el
juego y que puede manipular al Maestro. ¿Por qué? Tomando a Prashanti Nilayam por
cualquier otro Ashram, Gurukul o Ermita y tomándome a mí por una fémina (Kasturi es un
nombre que indica el otro sexo), un editor de Kerala anunció con suprema ignorancia, que
también aquí uno había de tomar contacto con una dama, cuando la verdad era que un
caballero llamado Kasturi era uno de los leales chaprasis ostensiblemente ocupados en una
miscelánea de tareas...
¡Tareas! Durante esos primeros años las había en cantidad, ?orque los residentes
eran unos pocos. Tuve suerte de convertirme en el blanco de atención de los golpes de
martillo que pulverizaron mi recalcitrante ego. Los devotos que deseaban venir
frecuentemente a la Presencia, instalaron una cantina que sería atendida por ellos sobre una
base de voluntariado y sin fines de lucro. Un hermano devoto supervisaba la cocina y el
comedor. Baba nos dio instrucciones para extender nuestra afectuosa hospitalidad a los
devotos. Había algunos de los que El sabía que su devoción era tan profunda que adoraban
hasta los alimentos de la cantina como maná. Cuando llegaba una persona así, Baba
consideraba que la cantina no había de degradar el "Prasad" igualando su valor sacerdotal
con el valor monetario. En una oportunidad llamó a mi amigo y le indicó que a una cierta
persona no habría de cobrársele por el almuerzo que se le sirviera en la cantina. No
teníamos idea de qué otro mérito tenía el hombre, fuera de ser un alto oficial que tenía el
derecho de girar de los fondos públicos, para sus gastos de viaje y viáticos, más dinero del
que gastaba realmente. Fue así que la próxima vez que vino, le proporcioné una habitación
para que se alojara, pero no me molesté en mandarle el almuerzo desde la cantina. Cuando
Baba le llamó, casi al anochecer, descubrió que el hombre había estado ayunando desde la
mañana porque no le habían dado Prasad. El hombre lo había atribuido a la voluntad de
Dios y no a mi voluntariedad. Baba decidió corregirme. Yo carecía de amor, de lealtad y de
buenas maneras. Había tenido la temeridad de interponer mi mezquindad entre Su
compasión y Su manifestación.
Dejó de hablarme e incluso de advertir mi presencia. Mi pobre ego estaba en el
crisol. Privado de todos los signos de Su Amor, decaí muy pronto. Me interrogaba a mí
mismo para descubrir qué impedimento había bloqueado el flujo de la misericordia de Dios.
Pero, ¿cómo podría un ego que es culpable ser testigo en contra de sí mismo? Su naturaleza
le lleva a echarle la culpa a otro. No me atrevía a mirar al espejo por temor a tener que
encarar al criminal que aparecía. Por nueve largos días y noches aún más largas soporté la
agonía de la separación de mi Señor, una agonía aún más dolorosa porque El estaba tan
cerca y, no obstante, tan lejos, porque escuchaba mis lamentos, pero sólo me devolvía su
eco. Sus ojos me veían, pero sólo como veía la pared contra la cual me apoyaba. ¡Oh, las
lágrimas no permitían que el sueño me aliviara! La lengua no me transmitía el sabor de las
cosas. Mi madre se angustió observándome cuando gemía solitario. Enfrentó a Baba cuando
éste se encontraba cerca del plantío de jazmines y le preguntó: "Swami, ¿qué le ha pasado a
Kasturi?" Swami le dijo (aunque ella me lo reveló sólo semanas más tarde): "Pronto estará
normal. No te preocupes. ¡Pero no le digas que me has preguntado por él!" Ella logró la
tranquilidad que necesitaba y, a pesar de terribles impulsos, mantuvo sus labios sellados.
El calor del caldero se volvió insoportable. Me paraba frente a El por horas
interminables, pero no podía descubrir en ese rostro encantador rayo alguno de esperanza en
cuanto a reingresar en el círculo en permanente expansión de Su Amor. Al octavo día mi
corazón estalló en sollozos y me abracé a esos Pies de Loto. Baba me levantó por los

215
hombros y dijo: "Estás llorando ahora, pero ¿sabes cómo lloró ese devoto aquel día cuando
le negaste el Prasad que estaba anhelando? Querías que pagara por él, ¿no es cierto?" (Se
me vino como un rayo a la mente: la discusión con el hermano encargado de la cantina
acerca de los funcionarios y los fondos públicos.)... No repitas este error. Y no hagas tanto
escándalo exhibiendo tu estado de ánimo. Ahora, vete". "No me di cuenta, debí haber
recordado que él ha sido bendecido por Ti". "Todos y cada uno está bendecido por Mí. Vete
ahora."
Me pareció percibir un trazo de enojo en ese "Vete", aunque había oído decir a
Baba: "No tengo enojo en Mí. Parezco estar enojado sólo cuando expreso Mi desilusión
cuando no se comportan como debieran". El bálsamo no me curó por completo. Descendí
los peldaños. Se cantaban bhajans en la Sala de Oración. Caminé silenciosamente hacia la
puerta Norte, me senté sobre el muro bajo y me dejé llevar por un ataque de
arrepentimiento. Cuando terminó el Arati y Baba subió a Su habitación, me levanté y subí
también, parándome frente a El. Viendo que mi expresión no había cambiado incluso
después de Sus mitigadoras palabras, me lanzó una mirada de sorpresa y apoyó esas suaves
palmas en mis hombros, diciendo: "¿Por qué otra vez?
¿Qué pasa ahora?" Logré mantenerme firme sobre mis piernas. Dije: "Swami,
cuando me dijiste `vete', pude ver que aún estabas descontento conmigo. Pon Tu mano en
mi cabeza, Swami, y dime Bangaroo", gemí. El Todo Misericordioso Baba respondió
alegremente: "Bien. Aquí va el golpecito en la cabeza, Bangaroo... ¡Ahora anda y dile a tu
madre que estás feliz!"
En esta tierra terminó el dominio colonial. El hombre blanco
dejó caer su carga y, más tarde, triste y más sabio, volvió sobre sus pasos hacia su
hogar isleño. Se volvió también odioso el dominio feudal. Los seiscientos cincuenta Estados
feudales con sus Maharajaadhirajahs, Maharajahs y Rajahs, Sultanes y Nawabs, dieron
tumbos en la riada de la democracia, el socialismo y el secularismo. Los dadivosos
repartimientos de Delhi, en base a los cuales habían construido sus palacios los gobernantes,
fueron progresivamente reducidos por los nuevos amos de la India Libre y, finalmente,
denegados. El país estaba lleno de enfadados Maharajahs y Rajkumars, de tronos en desuso
y de estandartes plegados.
Un buen día, una carreta tirada por bueyes, procedente de Bukkapatnam, depositó
en Prashanti Nilayam a un Rajkumar, a su princesa y a sus dos hijos, un niño de doce años y
una niña de siete. El príncipe había sido dejado sin recursos cuando la oleada de "slogans"
gandhianos pasó por sobre su Sala Durbar. La historia de esta dinastía serpentea sobre
algunas páginas de la historia de la India medieval. Me era bien conocida. Por horas cada
día, le presté oídos a la narración del patético relato de este descuido histórico. Había
perdido la pequeña fortuna que había logrado salvar. Había emigrado hacia Assam. Allá
pagó el noviciado con su plantación de té, quedando en la ruina. Tomé tan a pecho su
situación, que le hablé a Bhagavan sobre él. " ¡Swami! ¡El pobre hombre vive con un
puñado de maní! Habría que hacer algo para salvarle."
Baba no respondió. No habló. Su expresión se volvió levemente ceñuda. Pude ver
que no apreciaba el que yo intercediera por el príncipe mendigo. "¿Me había metido en
terreno prohibido? ¿Había exagerado la representación?", me pregunté a mí mismo, porque
mi voz tenía un tono de dolor personal. Cuando había pronunciado "maní", mi mente se
había representado los banquetes, shikars y partidos de polo que había disfrutado el pobre
hombre hasta el alborear de la libertad para la India a medianoche ( 15 de agosto de 1947).
El príncipe no sabía, ni necesitaba saber, cuán estúpidamente me había portado rogándole a

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Dios por él y cuánto me había herido el rechazo. El rostro de cada una de las personas que
veía, estaba iluminado por los rayos del Amor de Baba; pero yo había perdido la
consoladora sonrisa, las argentinas palabras de solaz. "¿Por cuánto tiempo, Señor? ¿Por
cuánto tiempo?", me decía con el aliento entrecortado.
Cuando se fríe una semilla, ya no podrá brotar y criar ramas. Cuando el ego se fríe
en el fuego del remordimiento, no puede reproducirse ni extender sus tentáculos y vástagos.
Me fue concedida finalmente la suspensión, cuando sollocé a Sus Pies. "¡Pobre hombre,
pobre hombre! Me dijiste que el príncipe era un `pobre hombre'. Ningún hombre de corazón
duro puede llamar pobre hombre a otro. Es solamente un espectáculo. ¡Como sí tú fueras
rico y él pobre! ¿Le ayudaste? ¿Por qué no lo hiciste? Podías haber hecho algo, por lo
menos alimentando a los niños".
De modo que ésa era la lección. Chppinattu Cheyyaali: actúa según lo que hablas.
Las palabras de simpatía no sirven para llenar estómagos. La hipocresía es el peor de los
pecados. Esta es la lección que Baba le ha empezado a enseñar al mundo desde que tenía
catorce años. Cuando era un alumno de secundaria de doce años en Uravakonda, fue este el
tema de una obra que escribió y que dirigió, mientras interpretaba el papel principal: el de
un niñito que ponía al descubierto la hipocresía de la madre, el padre y el profesor. El
hombre no puede vivir sólo de palabras: quiere pan y, si Dios es misericordioso, también
manteca.
El más largo de los períodos que pasé en el crisol se dio después de una feliz gira
por el Noreste de la India, Bengala occidental, Orissa y los Circars. Baba me ordenó ir en
avión a Bombay desde Hyderabad y esperar por El en el Dharmakshetra. Había logrado
pasar por un apretado programa de charlas, organizado para mí en cada uno de los Estados y
me sentía muy contento cuando llegué al Dharmakshetra. Anhelaba poderle expresar mi
alegría a Bhagavan por los cientos que se habían reunido para escuchar Su historia, Su
liberalidad evidenciada por los milagros producidos por Su voluntad y que me dejaban sin
palabrasan todos los lugares por los que había pasado, el entusiasmo de )s miembros del
Seva Dal que servían a los marginados y a los ondenados.
Durante todo el día mantuve el oído atento al sonido de Su automóvil al subir por
el camino de grava. Finalmente llegó. Me >aré en los peldaños que conducen a la puerta de
la sala desde londe los dieciocho peldaños llevan al primer piso, donde usualnente se aloja.
Me miró. Me preguntó: "¿Cuándo llegaste acá?" respondí: "Hace dos días". Subió
rápidamente los peldaños de nármol seguido por los tres devotos que habían viajado con El
an el auto. Los seguí y me quedé de pie frente a la puerta familiar. Estaba cerrada. El estaba
adentro. Yo, ¡ay de mí!, estaba afuera, con una carga de alegría que comenzó a derretirse en
lágrimas, mientras la voz de Baba resonaba provocadoramente a través de la puerta.
Después de una hora, aproximadamente, me resigné a bajar los escalones y me fui
a refugiar en la habitación que me habían dado. A la hora de comida, me senté con otros en
el suelo, frente a la mesa de Baba. El estaba chispeante de comicidad, incluso cuando
exponía profundas verdades. Mas, ni una sola vez se dirigió a mí, no me preguntó acerca de
la gira a la que me había enviado con Sus bendiciones, no me incitó a comer más de algunos
platillos ni me advirtió en contra de otros, como era Su costumbre. Perdí todo gusto por la
comida. Desertó de mí el sueño y llegó a instalarse la inquietud. No podía ir a Su habitación
y quedarme como una lámpara de pie en un rincón, temía no ser llamado para traducir Su
discurso en telugu: la tarea para la que había venido. Me senté en el suelo en primera fila
cuando comenzó la reunión, tenía preparados el lápiz y el papel, pero había perdido la
esperanza. Miré a mi alrededor para comprobar si había algún sustituto a la vista, pero no

217
pude encontrar a nadie. Aunque Swami podía hablar en inglés, hindí o marathi y hundir mi
equivocación más profundamente en mí. ¡Ahí, Su dedo me llama! Salto sobre el estrado, me
paro radiante frente a mi micrófono y enjugo mis lágrimas con el pañuelo.
Esperando que la oportunidad otorgada de traducir Su discurso comprobara que mi
delito (no me atrevía a investigar cuál había sido; decidí no inquirir; no podía descubrirlo
por mí mismo), había sido perdonado. Seguí a Baba y Su grupo (los que habían venido con
El desde Bangalore) directamente hacia la Habitación Sagrada del primer piso. Estaba de
pie y miraba. No recibí una sola palabra. Temblaba y sudaba de miedo. Bajé a tropezones la
escalera y llegué a mi cama. Le escribí una carta a Baba, pero no terminó siendo sino una
mancha azul negro sobre el papel. "El lo sabe, El lo sabe, ¿para qué escribirle? El es el
Sanathana Sarathi", me decía a mí mismo.
Después de una hora de dar vueltas, dormí, hasta que Indulal Shah me sacudió
diciendo: "¡Comida! Swami viene". Llevé a cabo el ritual. Como cuervo herido, gritaba
lastimeramente: "¡Kaov, kaov! ¡Sálvame, sálvame!" Vi a Indulal Shah bajando de la
habitación de Swami con una amplia sonrisa. Rogué porque se debiera a mí. Así era. Me
dijo: "Baba parte hacia Ahmedabad temprano en la mañana. Vuelo de las 5. Prepárate.
Volvemos al día siguiente". Cerré la puerta, apagué la luz y... di unos doce saltos en el aire
de pura felicidad. A través de los barrotes de mi ventana podía ver la luminosa ventana de
Bhagavan. Hice frenéticos gestos de agradecimiento. Me postré en el suelo de mi
habitación, dedicando el namaskar a mi muy compasivo Bhagavan.
Estuve listo a las 3 de la mañana. Me senté callado, tenso. ¿Me hablará o no como
antes? ¿Se agrandará la brecha? ¿Será tibio Su contacto, vibrará de amor Su voz? Indulal
Shah entró sin golpear. Yo había dejado abierta la puerta para poder correr hacia el
automóvil y la paz celestial. "Estoy listo, hermano", dije. El anunció: "No estás incluido.
Vamos nosotros".
Cuando regresaron, se me ordenó volver en tren a Puttaparti. Baba y el grupo que
le acompañaba volaría a Hyderabad y luego a Bangalore. Ansiaba poderme esconder en
algún lado, pero no podía: el Sanathana Sarathi había de ser llevado a la prensa y
despachado por correo. Esconder el pesar dentro de mí y llevar una máscara de sonrisas
constituyó un dolorosísimo ejercicio en histrionismo. Cuando Baba retornó a Prashanti
Nilayam, ello se convirtió en una tortura. Subía hasta Su habitación y me quedaba parado,
apoyado contra el muro. ¡Oh! Era mortificante escuchar las alegres risas de todos los que
estaban allí, con las bromas, parábolas y poemas de mi bienamado Señor, mas la voz
interior me advertía para que no fuera a contaminar Su alegría on mi desdicha. Pasaron días
y noches, y las noches pasaron en _tna tristeza aún más negra.
La Conferencia de la India de los encargados de las Unida¡es de la Organización de
Seva Sathya Sai debía llevarse a cabo en Madras, por tres días. "Pregúntale a Swami", me
susurraba la voz. "Te viniste adelantado de Bombay, porque El dijo `Anda, el trabajo del
Sanathana Sarathi está esperando'. Pídele permiso ahora para ir a Madras. Tu Sanathana
Sarathi te quiere allá". Me armé de valor para tocar Sus Pies y rogar, en tanto que me
esforzaba por ponerme de pie. "Swami, ¿la Conferencia de Madras?" "¿Qué es lo que
dices?", preguntó. "La Conferencia en Madras. Sanathana Sarathi..." tartamudeé. "Narayana
irá esta vez", fue la respuesta.
El cincel le hizo salir sangre al mármol. Dolía. Realmente dolía. El ego gemía:
"Estoy perdido". Me rehusaba a aceptar la desesperación. En medio de la conmoción de la
multitud que corría hacia el rectángulo del Mandir para lograr el darshan de Baba que subía
a Su automóvil para dirigirse a Madras y a la Conferencia, yo también corrí y me aseguré un

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espacio justo fuera de la puerta a través de la cual saldría hacia el coche que esperaba. La
voz insistía: "¡Pregunta! Recibirás una respuesta". Baba salió. Pregunté, sí, oí mi voz
preguntando: "¡Swami! ¿Madras?" Un brillo repentino y le oí decir: "¡Sí! ¡Ven!"
Fue como escuchar la flauta. Llegué a Madras la noche antes de que se iniciara la
Conferencia. Se me dijo que llegara al Abbotsbury Hall en donde se realizaría, a cualquier
hora antes de las ocho. Estuve allí a las siete. "Lo lamento", fue la dura arma con que fui
golpeado. "¿Por qué?" "Se acabó la entrega de las insignias para entrar". No podría ingresar
por medios legítimos. ¿Cómo podría escurrirme dentro?
Abbotsbury tiene forma de L. Ambos brazos son salas. La de la derecha era el
comedor. La otra, más larga y mejor amoblada, era la de Conferencias. Para entrar al
comedor, había que hacerlo por esta última. Estaba cerrada por una reja de hierro plegadiza
a través de cuyas aberturas se podía ver el estrado y escuchar lo que se decía. Conseguí
entrar al comedor, gracias a la cortesía de alguien que no temía afrontar los riesgos que le
hiciera correr su bondad, y me senté en el suelo, atisbando por los intersticios de esa reja de
prisión de hierro. Cuando Baba subió al decorado estrado, encendió la lámpara y procedió a
inaugurar la Conferencia con Su Mensaje de Amor, removedor de conciencias, la reja
plegable dejó de representar un obstáculo. Me sentí libre como un pájaro con sus alas, como
una brizna de pasto en su vaina, como un bebé junto al seno materno. Pero muchos de los
que me descubrieron acurrucado tras de la grilla de hierro se sintieron muy perturbados. Se
procuraron una insignia de ingreso y pude unirme al contingente de Puttaparti, aunque aún
me sentía como un polizón que podía ser lanzado por la borda en cualquier momento.
Sobreviví la Conferencia y pasé algunos días deprimentes en Bangalore con mi hija
y sus hijos. Ella debe haber pensado que estaba gozando de largas horas de profundo yoga,
cuando me encontraba callado y denso. Cuando oí decir que Baba había llegado a
Brindavan, tomé un autobús que me dejó allá. Lenta y nerviosamente me dirigí a la
habitación de Baba. Me lanzó una sonrisa. Envalentonado, abrí la boca y, como si nada
hubiera pasado como para nublar mi mente, dije: "¡Swami! Mi nieto Prasad consiguió entrar
al Instituto de Tecnología".
"Deja eso de lado", dijo, levantándose del sofá. "¿Qué te ha pasado a ti? Tu
soberbia es insoportable. Tu cabeza llena de humos va a estallar algún día. ¿Qué hiciste en
Orissa? Deberías recibir una paliza inmisericorde", reprendió. "No sé lo que pasó en
Orissa", gemí. "¡Ah! ¿No lo sabes?", caricaturizó mi gemido. Fue a la habitación contigua,
abrió un maletín de mano y trajo una página impresa que contenía mi programa en ese
Estado, como lo habían fijado los organizadores. Puso un dedo sobre una de las líneas y,
sosteniéndola frente a mis ojos, me ordenó leerla.
Leí: " 10 a 11 de la mañana. Entrevistas con personalidades prominentes". Me
tomó algún tiempo recuperarme. "¡Sí, Swami! En el trayecto hacia Calcuta en el Howarah
Express, se reunió conmigo el Secretario de la Estación de Khurda Road. Me consultó
acerca del programa. Dijo: `¿Puede encontrarse con algunos profesores y otros que querrían
saber más sobre Baba?' Le dije que por supuesto". "Cuando viste este anuncio, ¿les dijiste
que estaba equivocado?" "No, Swami". "Ahí está tu orgullo. Tu abultado ego", dijo. Yo
estaba bañado en lágrimas. Caí a Sus Pies. Me sentía contento de que me regañara, que
arrancara el ego por sus raíces. "Levántate. Envía un telegrama a esa gente y diles que si
vuelven a repetir tal tontería, no volverás a entrar en Orissa". "¡Lo haré, Swami!" Cuando
leí esas palabras, me di cuenta de que era demasiado tarde para protestar. "Por qué
apenarlos pensé y hacer una escena'". Baba me golpeó el hombro y susurró suavemente:

219
"Anda y envía ese telegrama". Había sido limpiado una vez más. Mas, ¡por qué difícil túnel
me había tenido que arrastrar para emerger hacia la Luz del Amor!
Al alimentarme en gran medida de libros y siendo afecto a los ratones de
biblioteca, había escapado a mi cognición la necesidad de mirar bajo cada piedra para
descubrir lo que había debajo. Si lo hubiera hecho, habría notado la contaminación del
"egotismo" que supuraba bajo palabras como "entrevistas" y "personalidades prominentes".
Pero bien. Nunca más, juré para mí mismo.
Debo confesar que la debacle de Orissa se produjo, porque las palabras
"personalidades prominentes" me halagaron tanto como la palabra "entrevistas" (¡con los
VIP de la Familia Sai!). Por supuesto que había racionalizado la situación y justificado mi
asentimiento tácito como muestra de buena educación o hasta de desdén. Pero Baba sabía
que mi ego se sentía alborozado cuando se hacía entrar a las "personalidades" para la
entrevista. Ello revelaba una profunda falla espiritual y Baba, benevolentemente, se tomó el
trabajo de corregirla.

Cuando Baba dejó a la vista lo hueco y futil de mi simpatía por el príncipe


empobrecido, busqué a un antiguo alumno mío que tenía una prestigiosa tienda de bicicletas
en Bangalore y le persuadí para que le diera al pobre hombre un trabajo como contador.
Afortunadamente para mí, el príncipe dejó el trabajo y emigró a Mysore, en donde un
purijabi que adoraba a la dinastía se apiadó de él y le nombró cajero en su negocio de
confituras. Fue Baba quien me dijo que había fugado del negocio de su huésped pujabi,
llevándose los ingresos del día: ocho mil rupias. "La policía anda tras de tu amigo", se burló
de mí. "Habría hecho lo mismo en Bangalore y te habría involucrado. Pero me preocupé de
que dejara a tu alumno a tiempo." Baba conoce los actos pasados, las circunstancias
presentes y los destinos futuros de cada uno y de todos.
Me llevó muchas otras lecciones aprender que todo lo que brilla o halaga no es
genuino. Permítanme relatarles una de las lecciones que el Maestro Todo Misericordioso
me enseñó. Un joven de California había brillado a la luz del sol, mañana y tarde, en
Prashanti Nilayam, sentándose en las filas del darshan durante aproximadamente doce
meses. Tenía según supe un problema desesperado en cuanto a la extensión de su visa.
Baba le había indicado que volviera a casa, pero no le era posible alejarse mucho. Tal vez
podía lograr un permiso para quedarse algunos meses, si podía conseguir una carta de
Prashanti Nilayam declarando que estaba dedicado al sadhana y al estudio bajo sus
auspicios. El sabía que Baba me había pedido dar tales cartas a unos pocos americanos en
años anteriores. De modo que me "persiguió" para que "persuadiera" a Baba (!) para darle
una carta similar. Me escabullí de sus garras cada vez que sacaba el tema. Cuando Baba
partió a Whitefield, él también se fue allá y me libré del aburrimiento de la repetición hasta
la saciedad de que yo era un instrumento imperfecto.
Una mañana, repentinamente, su sombra cayó sobre mí. "Mi visa expirará en dos
días". En la línea de darshan, esta mañana, le pregunté a Baba. Me dijo: "Ve y consigue la
carta". Por favor, señor Kasturi, usted sabe de mi problema. Por favor. Usted que es tan
bondadoso, tan sabio..." Sonó tan convincente que sucumbí. Escribí la carta que quería. Mas
la voz me susurró: '` ¡No se la des a él. Envíala a Bhagavan con él". De modo que la puse en
un sobre junto con una carta para Bhagavan, lo cerré bien y se lo pasé al joven. Corrió a la
terminal de autobuses y partió hacia Bangalore.
Esa tarde, Baba visitaba una factoría en Whitefield y se habían reunido miles para
Su discurso. Mi enviado estaba sentado en primera fila. Cuando Baba caminó por los

220
pasillos abiertos entre hombres y mujeres, sostuvo en alto el sobre y, con evidente regocijo,
gritó: "¡Swami! Kasturi me dio la carta. ¡Swami! ¡Kasturi! ¡Carta!" Baba pasó de largo en
silencio: mi audiencia debe de haberle parecido inaudita. La tarde siguiente, Baba salió de
Brindavan rumbo a Puttaparti. Un minuto antes de partir, le encargó a quien manejaba la
casa que me telefoneara y me indicara que debía dejar Prashanti Nilayam inmediatamente
des qués de esta llamada. "No deberá encontrarse allí para cuando Yo llegue al lugar", le
ordenó Baba. Yo nada sabía de la flecha que me había disparado Sri Rama. Cuando Baba
llegó a Prashanti Nilayam caí a Sus Pies y respondí algunas preguntas que me hizo acerca
de personas y cosas. A la mañana siguiente, vino a verme el californiano y me devolvió la
carta que, según él, Baba no había aceptado. Estaba dirigida a Bhagavan mismo y yo había
escrito en ella que, si era Su voluntad, se la podía entregar a este joven.
Pero Baba no se compadeció de mí. Me reprendió severamente por transgredir mis
límites y por complacer estúpidamente a cada Pedro, Juan y Diego, por alentar a los
"hippies", los ociosos y los tramposos. Lo atribuyó todo a mi cercana senilidad y a las
ansias de ser adulado. Tomó el sobre, extrajo la carta que yo había escrito y me dijo que el
hombre había sacado cuatro copias fotostáticas de ella, incluso antes de tratar de
entregársela a El. "¡Anda! Consigue esas cuatro copias de él y destrúyelas junto con ésta",
ordenó. "Yo no te pedí entregar esta carta, ¿no es cierto? ¡Mira qué clase de hombre es! Lo
supe desde siempre." Pude recuperar las cuatro copias: el californiano quedó
tremendamente sorprendido de que Baba hubiera sabido lo que había hecho a escondidas...
y esto, después de haber estado por tan largo tiempo en Su Presencia.
Más tarde, una semana después, el encargado de la casa en Brindavan me confió
que, tan pronto como Baba abandonó el lugar, había pedido la llamada al operador, pero
que, pese a sus desesperados y persistentes intentos, no pudo pasar la llamada a Prashanti
Nilayam. La línea estaba muerta. Fue así... que sobreviví. Esa fue otra lección: nunca actuar
en base a la súplica de alguien que Baba le ha permitido hacer algo a través mío. Si ha de
hacerse, El mismo va a insistir. El sabe quién es quién, como ese quién llegó a ser quien es
y el cuando ese quién llegará a ser qué.
El cincelado continúa. Después de eso he tropezado muchas veces. Una
comunicación casual sobre la reacción de Bhagavan frente a la charla o artículo, poema o
libro de alguien, ha sido exhibido por esa persona como instrumento para publicitarse.
Algunos incluso han citado palabras mías como provenientes de Baba mismo. Cuando se la
ve a través de las ramas de un árbol, la luna parece estar asombrosamente cerca de las hojas
y los ganchos. Suponemos que la hoja le puede susurrar algo a la luna y escuchar lo que ella
musita. Las personas caen en el mismo absurdo error. Suponen que las ramitas humanas que
presumen estar cerca de Bhagavan, pueden interceder en favor de ellas y ayudarles a recibir
Su Gracia más rápida y plenamente. Por eso tengo que pasar algún tiempo con tales
personas para estampar en ellas lo único en su género del Sai Avatar. Sai las ha llamado, Sai
las conoce por completo y Sai se ocupará de ellas cuando y como sea Su voluntad. Le he
escrito cartas personales a muchos presidentes distritales de la Organización de Servicio en
las que les explico esto, cuando me han enviado a personas premunidas de notas en las que
se me pide que arregle entrevistas con Baba. A la gente le resulta difícil darse cuenta de que
hay una persona en el mundo de hoy que no puede ser influenciada, persuadida o
aconsejada por nadie, pero que sí influencia, persuade, aconseja a todos, desde el más
humilde al más encumbrado. Su voluntad es soberana.
Los discípulos han de ser disciplinados. Swami no descansará hasta que no lleguen
a ser ciento por ciento firmes y rectos. No dejará pasar ni el más leve desliz. Su enojo es

221
inevitable cuando el sadhaka yerra. Mi entusiasmo por compartir con otros el deleite que
derivó de las palabras y actos de Baba, tiende muy a menudo hacia la volubilidad y termina
en el menosprecio de aquellos cuyos ojos son muy débiles como para soportar el resplandor.
Baba se dio cuenta de que cuando visitó lugares en donde se reúnen devotos,
algunos de ellos tocan mis pies como gesto de reverencia usual hacia los mayores. Esta
conducta ha sido obligatoria entre los Coorgs por siglos y persiste aún en la mayoría de las
familias. Es un gesto automático de los jóvenes hacia los ancianos, como muestra de
respeto, en todos los Estados del Noreste y en Bengala. De modo que no podía protestar o
rechazarlo sin herir a la persona y sin que fuera interpretado como una duda frente a la
pureza de la persona más joven. Muchos gurúes no le permiten a los discípulos que les
toquen los pies, por miedo a una contaminación por contacto que puede llegar hasta
desarrollar enfermedades como el cáncer, cuando la polución transmitida se ha acumulado
hasta un grado patológico. Lurante mis treinta y tres años como profesor, había reunido a
miles de alumnos que ahora se encuentran diseminados por todo el país. Cada vez que saben
que estoy de viaje me buscan, se anuncian y muestran su respeto tocando los pies. Estos son
procedimientos que la sociedad ha establecido y los mayores tienen el deber de bendecir a
los jóvenes. Mas, cuando nosotros mismos somos mendicantes que buscan bendiciones,
¿cómo podríamos osar atribuirnos el poder para bendecir? Baba me advierte en contra de la
inflación del ego. "Te están poniendo presuntuoso", me critica. "No, Swami." "Y bien, no
protestas cuando la gente te toca los pies. ¡Lo aceptas sin objeciones, como si lo
merecieras!" Cuán considerado de Su parte el caricaturizarnos ofreciendo nuestros pies para
ser tocados reverentemente por nuestros congéneres. "¡Renuncia a eso!", nos exhorta.
Otra de Sus advertencias se dirige en contra de lo que disfruto con comidas de
grupos y festividades de convivencia en compañía de devotos. Cada vez que obtengo Su
permiso para hacer una gira por los Samithis, suele amenazarme con que me va a cerrar la
puerta en las narices si vuelvo con más peso del que tengo al irme. Incluso me ha ordenado
exiliar algunos platillos que me gustan en demasía y reducir el número de los platos, hasta
de los idlis que consumo, al mínimo. "El alimento ha de ser tratado como un medicamento
para la enfermedad del hambre", aconseja. "Podrás afirmar que tienes un sentido muy poco
común, pero Yo encuentro que careces de sentido común", me dijo en una oportunidad.
Debo mencionar otro agudo pinchazo que recibiera mi desnutrido ego de parte del
Sanador. Debíamos instruir a las inmensas congregaciones de gente en Prashanti Nilayam
en cuanto a respetar la disciplina del lugar e incluso, anunciar algunos de los lineamientos
más importantes. Por los micrófonos, yo podía leer la lista de reglas en inglés, telugu, hindi,
tamil, kannada y malayalam. Naturalmente que recibía elogios. Como preliminares para un
Festival de Dasara, ¡no me encontraba, lamentablemente, cerca del micrófono cuando llegó
el momento para los anuncios! Baba sabía no así yo que se trataba del malicioso juego del
ego para demostrar su importancia. Tuve que ser llamado, pero no se hizo. Estuve fuera del
cuadro durante los once días del Festival.
Sufro de una picazón crónica en la lengua que ansía la conversación. El apodo de
"Ply mouth" (literalmente: boca que trabaja con ahínco N. de la T.) que Baba me ha dado,
no me ha curado por completo. Hace unos pocos meses, Baba me encontró relatándole
excitadamente a un médico de Gujarat, con lujo de detalles, acerca de la Gracia de Baba que
me había sacado con vida de un hospital. Me encontraba en una silla en una de las
habitaciones interiores del "bungalow" de Brindavan. Había como veinte alumnos del
colegio de Bhagavan esperando la oportunidad de tocar los Pies de Loto. El médico me
había visto desde lejos y no pudo resistir la tentación de saludarme, porque había estado por

222
mucho tiempo alejado, en su propio Estado. Me encontraba profundamente sumido en mi
historia cuando entró Baba. "¡Rompiendo tan flagrantemente el sadhana del silencio!
¿Cómo podrían ustedes los viejos imponerles reglas a los jóvenes, cuando las infringen
justo delante de ellos?'. Le ordenó salir al médico. Yo estaba convalesciente por lo que fui
perdonado. Ridiculizó a mi amigo como un necio y a mí como un asno. Bajamos las
cabezas avergonzados. Nos prometimos que no habría repeticiones de esta mala conducta.
Después estuvimos en silencio por horas. Y Baba nos exhibió a ambos frente a los jóvenes
que estaban en la habitación, como ejemplos de lo que no debe hacerse.
Swami, como Gurú, es tan vigilante, considerado y compasivo que corrige al
instante e incluso se digna hacerlo en público para refregarlo e instruir a los demás en contra
de los errores que nota en nosotros. Ha encarnado justamente con este propósito. "Llevaré
por la mano a aquellos que se desvían de la senda recta y les serviré", le escribió a Su
hermano mayor, cuando recién salía de la adolescencia. Cuán bendecidos somos de que el
buen Dios haya venido entre nosotros para cincelar y castigar.

223
EL AMOROSO DIOS

Estos treinta y cuatro años en que me he dedicado a alimentar a Sai en mi corazón,


han representado para mí una aún muy corta estación de Primavera. Los devotos que fueran
mis compañeros a Sus Pies en esas primeras décadas, fueron aquellos que habían sido
discípulos de Ramana Maharishi en Tiruvannamalai, de Ramdas en Kanhangad, de
Nithyananda en Vajreswari, de Malayalaswami en Yerpedu y de Sivananda en Rishikesh. Y
yo sabía que Prashanti Nilayam era realmente la consumación y la coronación de la
aspiración humana por la Paz Suprema.
Mi adoración por el Bhagauad Gita se fue profundizando mientras observaba a
Baba y le escuchaba. Las palabras "Bhagavan vvacha" con las que el sabio Vyasa presenta
las enseñanzas de Krishna, resuenan cada vez más verdaderas a mis oídos, porque
Bhagavan Baba aconseja y hace afirmaciones en términos idénticos. Krishna indicaba que
El estaba en todas partes. Eso fue exactamente lo que Baba le dijo a Tidemann Johanssen en
Oslo, Noruega, cuando le devolvió un anillo que Johanssen había dejado caer descl
iidadamente en el río Chittagong, en Bangladesh, un enes ani gis. Baba dijo: "Cayó en Mis
manos, porque Yo estoy en ese río, m todos los ríos, en todas partes". El Bhagavan del Gita
nos está dando a cada uno de nosotros, ahora, como nuestro auriga, un Gi ta.
Durante un Festival de Dasara hace varios años atrás, Bhagavan me pidió una tarde
que le hablara a los allí reunidos. Relaté unos pocos incidentes para grabar en la mente de
los oyentes que ese verso en particular del Gita que mencionara antes, lo ha confirmado
como verdadero, en abundancia, el Sai Krishna en cuya Presencia nos encontrábamos. Pero
Baba sabía que mi fe en Su omnipresencia era débil e intermitente. Haciendo referencia a
mí en el discurso que siguió, dijo: "Este Kasturi les contó todas esas historias acerca de Mi
omnipresencia. Pero, ¿les digo lo que él hace? Cuando estoy fuera de Puttaparti por unos
pocos días, me envía cartas lamentándose de que no puede soportar la separación. Quiere
tocar Mis Pies. Dice que Mis Pies están en todas partes, ¡pero se queja de que ha perdido el
contacto con ellos!"

Un doctor pundit védico me mostró una vez una carta que Bhagavan había escrito
para advertirle y despertarle. Baba le escuchó castigar a su mujer en su hogar, cuando ella
sugirió que se le informara a Swami de la difícil situación en que se encontraban. El pundit
aprovechaba cada oportunidad para hablarle a las asambleas en el distrito de Godavari
(tanto Este como Oeste) acerca de la omnipresencia, la omnipotencia y la omnisciencia de
Baba, pero su fe, al igual que la mía, no llegaba más allá de la lengua. Entonces, ese mismo
día, Baba le escribió una carta amonestándole: "¿Por qué impediste que se escribiera esa
carta? ¿Crees que no sé las cosas, aunque no esté informado?"

Baba representa un desafío para aquellos que niegan o que vacilan en aceptar que
el Universo es un pensamiento de Dios, que Dios es tanto inmanente como trascendente en
relación al Universo y que la omnipresencia de Dios es razón suficiente para explicar el
advenimiento periódico del Avatar. Cuando Ravana adquirió armas con las que podía
sojuzgar a millones, apareció el Avatar como Rama, la encarnación de la Verdad y la
Rectitud. Baba ha escrito la historia de ese Avatar. En cada página podemos percibir la

224
delineación de Su propio rol en este mundo cargado de armas. El nos revela que es otra
aparición de la Conciencia Cósmica en forma humana.
También las Upanishads se convierten en textos contemporáneos cuando Baba les
ilumina con la luz de Su vida. La Isopanishad anuncia la Verdad de Verdades:
"Eesaavasyam idam sarvam: Dios comprende todo lo que fue, lo que es y lo que ha de ser".
Esto constituyó la experiencia intuitiva de un anciano sabio que viviera siglos atrás. Baba
declaró, en una carta a un erudito especializado en estudios de las Upanishads, que El es
aquel que todo lo comprende. Lo hizo de manera casual y confiada, como hecho claro y
transparente que no requiere de énfasis. "Yo comprendo la Tierra, cada pulgada de ella",
dice. He conocido a una persona que fue sacada de un pozo de ochocientos pies de
profundidad en los Jog Falls en Karnataka, y a otra que fue guiada hasta tocar tierra desde
veinte mil pies de altura en el aire, cuando su avión era trágicamente azotado por una
tormenta. Su Presencia ha sorprendido y satisfecho a devotos en Hawaii, Roma, Malasia y
Fiji, para mencionar a unos pocos lugares del planeta.
Los Vedas, las más antiguas Escrituras del género humano, proclaman la Verdad
de la Creación como la Proyección de lo Divino, por Su propia volición, cuando fue
perturbada por el deseo de separarse a Sí Mismo de Sí Mismo: "Ekoham bahusyam: Yo soy
Uno; me convertiré en Muchos". La voluntad del "Ser" fue el "Llegar a Ser", dicen los
Vedas. Baba dice que nosotros somos los muchos en los que El se convirtió. Por eso, tan
ciertamente como El es Dios, también nosotros somos Dioses. El dice: "Yo estoy en
ustedes, ustedes están en Mí. No podemos ser separados". Esta máxima védica circula como
moneda corriente en el imperio espiritual de Baba. Representa la corriente interna del
Ganges que es Su Mensaje. Parado en la línea del darshan con un libro en Su palma
izquierda, escribe en la contratapa un mensaje para el dueño y sus amigos. Es el
pronunciamiento védico: "No había nadie que me entendiera hasta que no creé, para Mi
complacencia y con una Palabra, los mundos". Todas las Escrituras anticipan Su llegada y
atesoran Su Majestad: en el principio fue el Verbo.
Escribe una carta para ser leída a los muchachos por el Director del Albergue de Su
Colegio en Brindavan. Su misterio le ruega mantener una comunicación abierta con
aquellos a quienes ama. Es así que la pluma anuncia: "Cuando me amo a Mí Mismo, les
amo a ustedes. Cuando ustedes se aman, me aman a Mí. Nosotros somos UNO. Me separé
de Mí Mismo únicamente para poderme amar a Mí Mismo". Esto es exactamente lo que
Baba le revelara al antiguo sabio que buscaba conocer el misterio de los Muchos y el Uno.
Los Vedas declararon hace siglos que Dios está más allá del alcance de las
palabras, más allá del alcance de la mente, que aquel que dice que le ha conocido, no le
conoce. Podemos escuhar ahora la misma declaración del Avatar que ha venido a po.er en
descubierto el absurdo de los eruditos que proclaman que que no pueden entender no vale la
pena ser entendido: "Aunpe todo el género humano se dedicara por miles de años a
deentrañar Mi misterio, no podrá lograrlo", afirmó Baba ante cinuenta mil aspirantes que se
habían reunido en Bombay para la 'rimera de las Conferencias de devotos de Sai.

Como seis meses después del fallecimiento de mi madre, tuve un sueño en el que
ella aparecía ante mí como una Yoguini vestida de ocre y con un halo en torno a su rostro.
Caí a sus pies y me levanté con las manos juntas. Me dijo: "Kasturi, de ahora en adelante,
lee el Bhagauatham cada mañana. Cuando el país estaba desgarrado por la anarquía, yo
solía leerlo regularmente". Accedí y puso su mano sobre mi cabeza. Sollocé fuerte y el
sonido me despertó. Continué sollozando hasta que pude reponerme del feliz impacto de

225
recibir una orden de mi querida, querida madre. Sus palabras, su luminosa expresión, el
tierno contacto, la voz familiar, el dulce, suave "Kasturi" que pronunció, el propósito... ¡Oh,
sí, era mi madre, mamá, ciertamente.
Pronto entendí el por qué del Bhagauatham. ¿No es Baba el Divino Flautista de
Brindavan, arrobando a hombre y bestia, a río y roca? ¿No ha sido instalado Baba en
millones de corazones que se encantaban ante Sus bromas infantiles y se maravillaban ante
Sus milagros y Mahimas de adolescente? ¿No es El el Krishna que ha asumido el papel de
Auriga y se ha anunciado como el Maestro de la Verdad para todos los hombres en todas
partes? Del Bhagauatha aprendí el lenguaje que habla el Avatar, sus matices y su fragancia
nativa. "Yo elegí a Mis padres", dice Baba. Encontré en el Bhagauatha que Krishna había
hecho lo mismo. "Yo no les pertenezco", dice Baba. En el Mohabharatha leí que el "padre"
de Krishna, Vasudeva, le revelo al rey de Virata: "¿Mi hijo ha dicho? Cómo puedo
considerar a Krishna como mi hijo. El dice `no tengo padre ni madre ni familia ni parientes.
Estoy ligado únicamente a Mis devotos'. Krishna afirma: `Sufro cuando sufren Mis devotos.
Estoy feliz cuando ellos están felices'. ¡Oh Rey! Permítame confesarle. El no es del tipo
común. El es único. Su corazón se derrite cuando la gente sufre. Y, ¿no es extraño? ¡Se
ofrece a Sí Mismo a aquellos que son enemigos para El! Dice que está para todo el género
humano".

Mamá me puso en el camino correcto para entender. Saqué mayor fuerza del
décimo verso skandha que describe la buena suerte de la gente de edad que está en
Brindavan, Mathura y Dwaraka. Dice: "Allí, hasta los que habían avanzado lejos en la edad,
se destacaban en fuerza física y brillo mental, porque podían beber a través de sus ojos, una
y otra vez, cada día, el néctar del Rostro de Loto de Krishna". El darshan o la vista
representa el nectarino tónico que me ha hecho capaz, hasta este día, de un lenguaje
coherente y una escritura legible.
Exploré las acciones y las reacciones, las revelaciones y las respuestas de las
Encarnaciones de Dios que Vyasa consignó en el Bhagauatham, para descubrir las
excelencias comunes (o más bien las no comunes) de los Avatares y descubrí que son
exactamente las que Baba ha estado reconociendo como las propias. Baba ha dicho a
menudo que el Avatar comparte ostensiblemente con los humanos los cinco sentidos de la
percepción, los cinco sentidos de la activación y los cuatro instrumentos internos de la
mente, el intelecto, la conciencia y el sentido del ego (por supuesto que todos con
horizontes mucho más afinados y mucho más amplios). Con los más elevados sabios,
dotados de facultades divinas, comparte los poderes de la Integración (Srishi), la
Preservación (Sthithi) y la Desintegración (Laya). Posee la Suprema Compasión de la
Divinidad para derramar Gracia no sólo sobre los buenos y los piadosos, sino también,
como dádiva especial, sobre aquellos que es Su voluntad redimir. Estas dos facetas de
misericordia soberana pueden ser percibidas en las vidas de los Hombres de Dios. Mas el
Avatar pleno (Dios no es disminuido cuando El proyecta una Habitación Humana para Sí
Mismo), posee dos características que anuncian que El es Uno sin un Segundo. La primera
es que: El está presente dondequiera que se encuentre Su Forma (retrato o imagen). La
segunda: está inseparablemente unido a Su Nombre (¡y todos los Nombres por los cuales la
raza humana conoce a Dios, son Suyos!).
Nosotros, los que caminamos por los gravillados caminos de Puttaparti, punteados
por vacas rumiantes, podemos imaginarnos aún más claramente las travesuras de Krishna en
Gokulam y Brindavan. ¿Por qué? Baba tiene Gokulams y Brindavans siempre en Su

226
Presencia. Al igual que Sri Krishna, Baba ha atraído a niños de todas las edades y a mujeres
de ambos sexos (Baba dice que en cada cual hay una madre que ansía darle su cariño a un
vástago propio) por medio de Sus milagrosas y misteriosas jugarretas. Una vez, cuando
niño, le asignó a sus compañeros de juego la muy amena tarea de recolectar sapos para
llenar un canasto. Cubrió el canasto con un pedazo de tela y luego quitó la cobertura: los
sapos volaron como gorriones por sobre sus cabezas, gorjeando alegremente. El le relató
este incidente a un octogenario monje del Ashram de Ramana Maharishi. En una ocasión,
Baba salvó a la aldea de ser devastada por una lluvia torrencial. Levantó la palma de Su
mano horizontalmente hacia el cielo, como me contara Su hermana, y las nubes se
deslizaron lentamente hasta más allá del horizonte. Baba ha dicho que los primeros dieciséis
años de su carrera avatárica pasarán en gran parte dedicados a este tipo de juegos; los
próximos dieciséis años estarán en su mayor parte dedicados a anunciar el Advenimiento
por medio de declaraciones y acciones prodigiosas y, después de los treinta y dos años,
estaría transformando al género humano principalmente por medio del Upadesh, enseñando
e iluminando la mente. Descubrí que también Krishna manifestó tres etapas similares en Su
carrera. Ahora que El ha aparecido nuevamente como Baba, la transformación está siendo
efectuada en todo el mundo a través de la incluyente, penetrante y rezumante dulzura de Su
Amor. Como lo confesara Krishna, Baba también ha revelado que El nos induce al engaño
de creer que es tan humano como cualquiera de nosotros, quizás con algunas capacidades
extra. "Comiendo como ustedes, hablando los idiomas que ustedes hablan, cantando cantos
que les son gratos al oído, estoy, sin embargo, actuando siempre un drama dentro del drama
mayor. Pero déjenme que les advierta. Estén siempre conscientes de que se trata únicamente
de un papel asumido para atraerles hacia vuestra propia Verdad, que es `Yo"'. Perderemos
una oportunidad única si, estando cerca de Su disfraz físico, ignoramos o perdemos de vista
la Realidad que El es.
Aquellos que estamos directamente cercanos al Rol tenemos una doble buena
suerte. Podemos admirar y adorar los influjos y rendimientos por medio de los cuales el
Avatar nos engaña, adoptar y asimilar las lecciones que El enseña por medio de discursos,
diálogos y cantos, poemas y actitudes, entradas y salidas, pasos y posiciones morales,
aproximaciones y retiradas, sonrisas y silencios, los que constituyen el repertorio lleno de
tesoros de este Actor Divino. En segundo término, podemos ceder sin resistencia todo lo
que somos a la atracción del Sí Mismo Superior de sus afines; la fuente misma hacia la que
el río, arrastrándose abajo y lejos rumbo al mar salado, mira cada vez más anhelante cada
pulgada del trayecto que va quedando atrás y que lo separa de la Madre de la que fuéramos
alejados.
Podemos sentir el tironcito en el corazón todo el tiempo que estamos cerca de El.
Los versos finales del Bhagauad Gita nos entregan un vistazo del manantial de alegría que
este "tirón" puede liberar. Sanjaya, quien fuera testigo directo de la visión de Krishna como
el Vishwa Viraat Swaroopa, el Uno que aparece como Tiempo, Espacio, Energía y
Voluntad, exclamó hablándole a Dhritarashtra, el rey ciego condenado a sufrir la derrota:
"Cuando recuerdo y vuelvo a recordar esa tan maravillosa Forma que Krishna es realmente,
me regocijo igualmente cada vez". Cuando recuerdo y me imagino el Vishwa Viraat
Swaroopa de Baba: Su Presencia cubriendo los continentes, a los océanos entre ellos y al
cielo que lo domina todo, me regocijo una y otra vez. He escuchado y almacenado en el
pequeño cofrecito de mi corazón esa visión que Baba me ha concedido desde que me
llamara en 1948.

227
"Si no hubiera nacimiento y no hubiera muerto, ¿cómo pasaría mi tiempo?... Yo
soy el auriga que guía a cada ser hacia la meta... Yo soy Shiva Shakti... Yo soy el Sanathana
Sarathi... Yo cantaré un Bhagauad Gita destinado a cada uno de ustedes... Yo soy la
encarnación de todas las Formas que los hombres le han impuesto a la Divinidad para poder
acariciarla en sus corazones... Yo no tengo Nombre; todos los Nombres son Míos...
Responderé a cualquier Nombre por el que me conozcan... No tengo lugar alguno que
puedan identificar como Mío; todos los lugares son Míos... Yo soy el impulsor en cada
coraón... Mi Palabra ha de prevalecer... Todo es Mi Lila; cada Lila Mío tiene importancia...
Yo soy el testigo del Tiempo y el Espacio. Cuando se aman a sí mismos me están amando a
Mí... No pueden alejarse de Mí negando o despreciándome... He venido a batir la mente del
hombre y a limpiarla... Yo soy Dios; ustedes ambién son Dios...".
Examinen las páginas de la historia. ¿Podemos encontrar a ana persona que haya
afirmado que es todo esto, que haya proclamado que "Mi Vida es Mi Mensaje", desafiando
todo el tiempo el deslumbramiento de la publicidad? Cuando la gente nos congratula por
nuestra buena suerte, tenemos el derecho de aceptarlo sin vacilaciones. El cuerpo físico de
Swami es claramente la manifestación de la Mente Universal (Brahmán); Su Conciencia
abarca al Universo que, como lo proclama el himno del Rig Veda "Purusha suktha", es Su
Cuerpo; Su lenguaje es una expresión de la verdad eterna y del poder cósmico.
Para revelar en pocas palabras lo que he ganado durante estos años, puedo decir
con la mano sobre mi corazón, que he aprendido a aceptar como posible hasta lo más
improbable; a descartar como perjudiciales la mayor parte de las cosas que consideraba
indispensables; a sufrir sin queja e incluso con presteza todo lo que desde mucho tiempo
temía que fuera intolerable, y permitir que cada momento se deslizara por mi lado sin dejar
cicatriz alguna, tanto que pocas veces me doy cuenta de que he saltado la barricada de
cuatro veces veinte años más cinco. La confianza en Su amor refuerza mi sentido del humor
y tranquiliza mi mente. En ocasiones de problemas domésticos, enfermedades físicas y
calamidades profesionales, este amor ha actuado como amortiguador de todo tipo de
choques. Muerte, enfermedad, deserción, divorcio, desprecio... gracias a Swami, ninguno de
ellos pudo desviar ni distorsionar mi fe. Durante estos años he observado cómo muchos
compañeros de peregrinación se han quedado atrás o han sucumbido, por incapacidad de
hacerle frente a esas ráfagas que han exagerado como formidables.
Cuando padecí largos ataques de estornudos debidos a una alergia crónica, El creó
como cura final para el explosivo mal, un delicioso preparado emparentado a lo que en la
Tierra se llama "bahadar shah". Cuando me enviaron a la cama en preparación para una
intervención quirúrgica en los intestinos para extirpar una dolorosa úlcera, Baba me dijo:
"El médico usó el término "denso alquitrán negro" cuando describió tu enfermedad. Como
medicina, te voy a dar grueso blanco...", girando la mano, dos veces, "Rasagolas", dijo,
completando la frase. Bolas de esponja crema bañadas en almíbar. Cuatro de ellas se
inflaban rápidamente mientras tomaban forma siguiendo Su mandato y las ponía en mi
palma. "Come", me ordenó, ¡como si yo fuera a vacilar! Me levanté de la cama
reacondicionado, lleno de júbilo, para reasumir mis obligaciones y listo para cumplir
mandados. Volaba de un lado a otro dentro de un automóvil que caía por una empinada
ladera y fui lanzado fuera a través de una puerta atascada, en un camino de Kampala. Ello
me hizo ganar una quincena de dicha, con la tibia palma de la Madre Sai apoyada sobre mi
frente vendada. Estaba confinado en una cama de hospital, exhausto como resultado de los
diarios asaltos que mantenía desde las tres de la tarde hasta las diez de la noche con un
boxeador de Fiebrelandia. Tomó tres semanas que el diagnóstico identificara al pernicioso

228
visitante. Lo apresaron finalmente: tuberculosis abdominal avanzada. Me pesaron y me
encontraron bajo peso. Saqué mis propias conclusiones y le pedí a Baba que le confiara a
otro el Sanathana Sarathi que me había asignado a mí, porque yo iba a todo vapor hacia la
terminal. Baba me mandó decir que mi designación se extendía indefinidamente. No morí.
El boxeador fue noqueado. Me levanté, anduve cojeando unos pocos días y caminé con
pasos firmes unos pocos días después, cuando me llamó a Su presencia. Concedió que me
había regalado una bonificación de algunos años más con El. De hecho, me acusó del
crimen de engañar al fuego hambriento y robarle la presa a la que le iba pisando los talones.

El Señor anunció en el Bhagauad Gita (IX, 8) los papeles que interpretaría cada vez
que venga como hombre entre los hombres. Y Baba cumple con ese diagrama. "Yo soy la
Meta, Yo soy el Soporte y el Proveedor, Yo soy el Señor y Amo, Yo soy el Testigo con Mi
mirada sobre todos, en todas partes, Yo soy la Morada para ustedes, Yo soy el Refugio
cuando el temor, el desasosiego o el hambre les venza. Yo soy vuestro Amigo fiel e
inseparable". ¡Qué más, quién más puede igualar a Baba que es todo esto para nosotros,
ahora!
Este avasallador amor fluye abundantemente hacia todos. Swami se rehúsa a
condenar a nadie como pecador, ni siquiera a la pareja original. No hay "cerdos" a los que
deban negárseles las perlas. Todos y cada uno merecen las perlas y pueden beneficíarse con
ellas, dice. Hasta el hombre de corazón más duro ama alguna cosa. Ese amor lo caracteriza
como una persona potencialmente buena y piadosa. El hombre anda encorvado y se arrastra.
Se revuelca en el fango, sólo porque no ha visto caminar erectos a otros o porque no ha sido
estimulado para pararse con sus propias piernas. Como dijera el poeta: "Nunca sabemos
cuán altos somos, hasta que no se nos dice que nos levantemos y entonces, si respondemos a
lo que somos, nuestra estatura toca los cielos". Baba no solamente nos llama a levantarnos:
El nos levanta hasta que nuestras cabezas están en los cielos, nuestros pies firmes en el
suelo y nuestras manos siempre activas en un servicio empapado de amor.
En verdad, la suerte no me ha dejado en la estacada. Manu, quien estableciera las
Leyes del Sanathana, aconseja que, cuando un hombre llega a la edad de cincuenta años, lo
mejor es que deje caer la carga que ha llevado, que abandone el campo de batalla y dedique
sus años al silencio y a la serenidad. Porque no puede caminar al mismo paso que el
presente cargado con los trastos del pasado y preocupado por la cosecha que ha de venir.
"Accionado por el sí mismo interno, debería hacer los preparativos para el viaje hacia el
estuario de todos los tiempos, en el cual el tiempo permanece inmóvilV. A los cincuenta,
coloqué mi carga a los Pies de Baba y respiré la atmósfera de Prashanti, del silencio, de la
serenidad. Comencé mi carrera de maestro en Mysore, con un salario de cien rupias
mensuales en 1921 y, treinta y dos años más tarde, me retiré a Prashanti Nilayam, con una
pensión mensual de ciento ochenta rupias y catorce annas, lo que, en valores reales,
equivalía a unas setenta rupías. Baba dice que uno no ha de tener un par de botas demasiado
grandes ni unas demasiado chicas. He encontrado que la pensión, con el "viático de afecto",
que me ha estado dando el Gobierno de Mysore y luego el de Karnataka, ayuda a caminar
con comodidad.
Sudama, un camarada de niñez de Krishna, fue apodado, al llegar a la edad madura
y convertirse en cabeza de una numerosa familia, de "harapiento". Decidió recurrir a
Krishna. Cuando Krishna le vio, le dio una cordial bienvenida y le sentó en un trono en la
sala de audiencias. Recordó los días que El y Sudama habían pasado como estudiantes en la
ermita de Sandeepani y le trató con espléndida hospitalidad. Comió con manifiesto deleite

229
el puñado de "arroz reseco" que Sudama le había traído y le permitió a Sudama volver a su
hogar. Sudama salió por la ornamentada reja del palacio y se volvió para dar otra mirada al
Sagrado Lugar, diciéndose a sí mismo: "¡Ah, cómo podría medir la compasión del Señor
que se ha impuesto por sobre Su antigua amistad conmigo! Me envía de regreso tan pobre
como cuando llegué. Sabe que me lanzaría a la vacía rutina del placer sensorial y del
orgullo y que me hundiría en el lodo, si fuera recompensado con riquezas".
El amor de Bhagavan me ha sustentado, no solamente desde 1948 cuando llegué a
Su Presencia, sino, a lo menos, desde mi nacimiento en 1897 cuando veló por mí en la cuna.
Bhagavan me dijo una vez que El me conocía incluso desde antes de mi último nacimiento
en Kerala. A Arnold Schulman, el guionista de cine y autor teatral de Nueva York, le dijo:
"Algunas personas piensan que es muy lindo para el Señor el estar en la Tierra en una forma
humana, mas si estuvieras en Mi lugar, no lo sentirías como algo tan lindo. Sé todo lo que le
sucedió a cada uno en el pasado, lo que le sucede en el presente y lo que le sucederá en el
futuro... Sé por qué una persona ha de sufrir en esta vida y lo que le va a pasar la próxima
vez que nazca, debido al sufrimiento de esta vez". Estoy seguro de que El estaba conmigo
en el comedor gratuito y en la escuela. El llevó a encontrarse a los dos abuelos para que el
nieto pudiera casarse con la nieta. Su amor me dejó entrever que, así como mi barca flotaba
sobre las aguas con la proa apuntando hacia la Estrella Polar, mi destinación eran Sus
brazos abiertos. El fue el bálsamo para aliviar el dolor cuando la fiebre tifoidea cobró la
vida de mi hijo de dieciséis años. El se instaló como guía y guardián en ocasión del
matrimonio de mi única hija. Cuando el hijo que me quedaba estaba en Canadá al servicio
de la Investigación Geológica de ese país, me escribió que le gustaría quedarse en ese lejano
lugar y continuar sus estudios e investigaciones con un grupo de científicos con los que
ongeniaba, Baba no solamente le escribió por Su cuenta, sino jue también le hizo renunciar
a su casi definitiva resolución de permanecer en esas tierras.

Supe más tarde, por mi hijo, que Baba le había prometido que obtendría en la India
misma la fama y la fortuna que esperaba alcanzar en Canadá. Baba también le había
recordado su Dharma para con sus padres y su patria. Las personas nacen en la India o en
cualquier otro país, no por accidente, sino con un propósito. La persona habrá de pagar esta
deuda, maximizando sus talentos y dedicándolos al servicio de sus semejantes, le aconsejó
Baba. Cuando mi hija, y más tarde mi hijo, pasaron por pruebas de fuego que hubieran
hecho trizas su fe y su valor, Baba fue el pilar al que se aferraron. El salvó a mi hijo de un
oso que lo enfrentó en el bosque, cerca de su tienda, cuando buscaba especímenes
geológicos en las montañas. Envió un camión para transportarle a cuarenta millas de
distancia, mientras estaba incapacitado y confinado al lecho después de un accidente entre
las rocas. "Recibí tu llamado telefónico", le dijo meses después, cuando vino a Prashanti
Nilayam. "Yo te mandé un camión."

Baba le dijo a Sri Krishnappa, quien se ocupa del Puja en el Mandir: " ¡Escucha!
Tengo miles de hijas y miles de yernos. Conozco sus maneras de ser, sus ansiedades y sus
problemas". Baba ha derramado Su Gracia sobre mi hija y sus hijos. Como jefe de la
familia, El inició a los niños en el Gayatri y el hijo mayor de mi hijo recibió la misma
dádiva el día en que mi madre le expresó su gratitud a Baba, por darle la posibilidad de vivir
lo suficiente como para ser testigo de la Iniciación por Baba ¡del hijo de su hijo! Baba
bendijo al hijo de mi nieto haciéndole escribir y pronunciar el Pranava Primordial, OM, el
epítome de todos los Vedas y Sastras, el símbolo mismo del Principio Cósmico.

230
Todo lo que tenía que hacer después de mis cincuenta años, era tratar de
descubrir, en cualquier situación, qué era lo que más le complacería o pensar qué me
ordenaría, y luego actuar. Ello cuando Baba no estaba presente como para poner el
problema a Sus Pies. Su compromiso con los altibajos de Sus devotos (una vez que lo hayan
aceptado como guía, guardián y Dios, ya no hay altibajos, porque El los hace equilibrados
de mente y sensatos en el pensamiento), es algo profundo y emocionante. Vasanth, el hijo
menor de Murthy, mi hijo, optó por Biología Marina como tema de especialización para su
grado de Master en Ciencias, en la Universidad Gauhati, Assam. Estaba en cama en su
habitación en el albergue de la Universidad, cuando Baba despertó su mente adormilada. Le
preguntó: "¿Cuál es el tema que has elegido?" y cuando recibió la respuesta, le dijo con una
voz clara: "No. Ese tema no te va a convenir. ¡Elige Entomología!" Vasanth estaba en
apuros. Todos sabemos que cuando Swami aparece, no puede tratarse de un sueño: es una
visita auténtica para conferir Gracia. Mas él me escribió para que consultara con Baba y
confirmara si había de renunciar definitivamente a la biología marina. Hablé con Baba sobre
la carta. Baba dijo: "El no se acuerda, pero Yo sí. Escríbele que Entomología es preferible"
y me dictó algunas razones convincentes.
Cuando el hermano mayor de Vasanth, Sudhakar, decidió volver a la India con su
mujer y dos hijos, después de ocho años en San Francisco, y dedicar sus talentos y
experiencia para el desarrollo de una aldea en el Estado de Karnataka, en la que había
resuelto vivir, Baba se mostró contento de que el consejo que El le diera al padre, fuera
seguido también por el hijo.
Con Sus bendiciones, Ramesh, el hijo mayor de mi hija, estudió los Vedas y se
ganó Su afectuoso aprecio cuando pudo, aún siendo un niño, recitar el Yajur Veda de
principio a fin, al unísono con ancianos pundits, para dos Dasaras consecutivos, para el rito
de siete días del Vedapurusha Yajna. Mientras aprendía los Vedas en el Patasala de
Prashanti Nilayam, la voluntad de Baba hizo que una incipiente falla en su visión que
predecía una incapacitación permanente del ojo, fuera corregida. Todas estas son evidencias
de Su abundante Amor. No pueden considerarse como presentes que yo o ellos
mereciéramos por mansedumbre o pureza moral o mental.

Baba no examina credenciales: el aire caliente sobre la tierra reseca se eleva y el


vacío que se crea atrae al viento y a las nubes para dejar caer la lluvia. Como editor del
Sanathana Sarathi, recibo cartas vibrantes de amor, de maravilla y de agradecimiento que
narran experiencias personales de la Gracia de Bhagavan. Provienen de toda una variedad
de tipos humanos: embajadores de Estados africanos, pescadores de las costas de California,
profesores de Islandia, acróbatas de América, arquitectos de Hawaii, anestesistas de
Vancouver, geofísicos de Toronto, administradores, profesores y doctores de las Naciones
Unidas, la UNESCO y WHO, ingenieros marinos y comerciantes de diamantes de
Escandinavia, periodistas de Tasmania, libreros de Nueva Zelanda, granjeros de Fiji,
oficiales navales de Tailandia, asistentes hospitalarios de Medina, etc. etc. Vienen como
respuesta a los llamados de bienvenida de Baba, desde los desiertos de la desesperanza, los
espinosos matorrales del descreimiento cínico, las verdes planicies de la esperanza, las
encumbradas mesetas de la erudición, las islas volcánicas del fanatismo, los promontorios
de la aspiración y las cumbres de la fusión mística. El amor de Baba consuela y purifica;
cumple y hace humilde, cura, satisface y acepta.

231
Mis padres no me impusieron la carga de un hermano o hermana. Fui lo que los
textos de psicología llaman un hijo único, un niño solitario. Pero Baba me ha bendecido con
hermanos y hermanas en todo el mundo. De hecho, Baba hace juegos de palabras con mi
nombre, que llevan mujeres en la mayor parte de la India. Interroga a muchos devotos:
"¿Han visto a su hermana?" y cuando lo miran confundidos, les dice: "Me refiero a Kasturi"
y estalla la risa para aliviar la tensión. Para los ojos de W.B. Yeats, me he convertido en
"una cosa despreciable, un abrigo andrajoso sobre un palo". Mas Yeats dice que uno le
puede escapar a la imputación de despreciabilidad, si "el alma palmotea y canta, y canta
más fuerte por cada hilacha de su vestidura mortal". Sai me ha bendecido con ambos: los
andrajos y el canto. Por eso es que Baba enfrenta a menudo a los devotos occidentales
recién llegados con una pregunta acerca de sus "suegras", que es tal vez el más temido de
los fenómenos con los que uno se involucra en la vida. Y cuando se quedan mirándolo
impotentes, sorprendidos, El les indica que soy yo la persona sobre la que quiere llamar su
atención.
Baba desecha como "fantasía poética" muchas de mis exclamaciones acerca de Su
misterio que deja su prodigiosa impronta sobre la mente y la materia. Aquello que adoramos
como un milagro, El lo descarta como trivial, minimiza los milagros como "mosquitos sobre
un elefante", tan microscópicos son. "Estos poetas los exageran hasta tal punto que llegan a
ignorar el milagro Mío. No le prestan atención a la fuente de la que proviene la corriente",
dice. La profundidad de nuestra ignorancia queda al descubierto cuando hablamos de Baba
como ¡"realizando" milagros! Estos resultan inexplicables, porque El es inexplicable.
Durante Dasara de 1960, el Vijayadasami, el décimo y último día, como había sólo unos
pocos "poetas" presentes durante el Festival, Baba no nos había permitido anunciar la usual
Reunión de Poetas esa noche. Yo estaba demasiado ocupado tratando de hilar una sola o dos
estrofas, ya fuera en kannada o en inglés, para serle ofrecida al Poeta de Poetas (Kavim
Kaveenaam). Rogaba porque, en el caso de que se materializara el programa, no se me
eligiera para participar. Había siete poetas que tenían sus poemas ya preparados para
presentarlos. Cuando se me preguntó, tuve que confesar que no tenía ninguno. Baba me
preguntó qué idioma podía manejar más fácilmente: kannada o inglés. Repliqué vacilante y
nervioso: "kannada". Oyéndome, me ordenó tener un poema listo para la noche en inglés.
Me estremecí ante la tarea, sin considerar al Poeta que estaba frente a mí. Dijo: "Debería
serte bastante fácil. Comienza por `Twinkle, twinkle, little star' y los versos seguirán al
igual que las ovejas al pastor". El poema que leí ante veinticinco mil devotos, como uno del
grupo de "distinguidos poetas", en Su Presencia, fue:

¡Titila, titila, pequeña estrellita! ¿Te has preguntado qué eres, has pensado en algún
momento dónde estás? ¿Quieres que te diga por qué estás muy arriba en el azul, tan alta
como un diamante en el cielo?

Tienes que titilar, estrellita, eres una chispa, un aleteo de la voluntad de Baba, tu
titilar es sólo un eco, lo Real está aquí. No eres más que un destello de la mirada de Baba.
Cuando desaparece el punto de la estrella, también su titilar se funde en El, cumplido ya su
deber.
Por temor a El, el fuego quema; cuando El susurra "No", baja la cabeza; cuando la
ardiente llama recibe Su Orden, cierra sus fauces, libera a la víctima.

232
Cada día, el sol comienza su ronda esparciendo Su Luz, Su Amor, desde el Este al
Oeste. Triste está la luna, porque su sombrío fulgor no es tan fresco como la Gracia de
Baba.

Cuando el cielo se sostiene en Su amorosa palma, este cielo sin forma y sin
contornos, se endurece, se endulza, se configura o brilla en una variedad de cosas para
nosotros.

Un montón de arena, una roca, un guijarro esta materia al parecer inerte y


tontatiene el sentido para percibir Su voluntad y, calladamente, se transmuta en lo que El
regala.

La corriente que ruge, se convierte en silente arroyo abriéndole camino a Su


transporte. Por temor a El, la lluvia cae torrencial, cuando se despliega Su bandera, las gotas
se detienen.

Durante todo el día, los árboles están llenos de cantos desde miles de diminutas
gargantas, de las que cada nota proclama Su Amor, Su Gloria y Su Gracia.

Cada naciente botón anhela al instante florecer y esparcir su aroma sobre Sus
delicados Pies. Brilla la gota de rocío, al igual que ustedes, bajo Sus Pies, como gruesa
alfombra verde.

Las nubes con maravillosos ladrillos de luz bien cocidos en el horno del sol,
conforman para El un arco triunfal lleno de esplendores bellos de mirar.

El firmamento, Su tienda, está tachonado por incontables estrellas parpadeantes. El


tiempo es un guiño ,y el espacio sólo un paso en Su eterna obra teatral.

La Vía Láctea sobre la que El se desplaza, con globos de oro pavimentada está. La
música de las esferas es un himno para El, las nebulosas balbucean alabanza para El.

Las silenciosas montañas, en todo el derredor, envueltas en Samadhi por eras sin
fin, esperan el momento feliz, la oportunidad, de poder alcanzar una visión de El.

El viento se siente tres veces bendecido, porque El le ha asignado la tarea de llevar


sobre sus alas extendidas Su voz, la que consuela y que viene a sanar.

Toda lengua anhela Su dulzura, Todas las manos se unen y esperan por El, Todos
los pies toman el camino hacia El, Todas las almas, un día, se fundirán en El.

¡Titila, titila pequeña estrellita ! ¡Pequeña estrellita, debes titilar! Eres una chispa y
chispa soy yo ¡del pensamiento de Baba! ¡Oh Hermana Estrellita!

Aquellos que escucharon estos versos en 1960, estaban tan asombrados como yo
mismo por la audacia cósmica con la que el poema describía al Prodigio de bata roja que
nos miraba sonriente desde el estrado. En años posteriores, Baba mismo, que entonces

233
guiara mi pluma mientras yo escribía estas líneas laudatorias demasiado profundas para ser
falsas, hechizó a una audiencia mucho más vasta cuando anunció que El, como el Uno
Primordial, deseó y diseñó al Cosmos, lo está dirigiendo y disolverá toda Su diversidad, una
vez más, en el Uno. "El sol está fijo, la Tierra rota, el río corre, el viento sopla, porque yo lo
he decidido así. Los humanos tienen múltiples motivaciones y múltiples fortunas, son
multicolores, porque representan roles en la obra teatral que quiero desarrollar. Las señales
automáticas de tráfico para el movimiento de los cuerpos celestes han sido establecidas por
Mí." Estas declaraciones parecen un eco de este poema derivado del "Titilar de la Estrellita"
como impulso inicial. En 1970 le entregó un revelador Mensaje al mundo a través de un
grupo de devotos, el que deja reducida la alabanza citada a un titilar menor. Bhagavan
escribió:

No había nadie para saber quien Soy hasta que creara el Mundo a Mi agrado, ¡con
una Palabra! De inmediato surgieron las montañas, océanos, mares, tierras y vertientes, el
sol, la luna y las arenas de los desiertos surgieron de la nada para probar Mi existencia.

Aparecieron toda forma de seres, hombres, bestias y aves: volando, hablando,


escuchando. Bajo Mis órdenes, se les dotó de todos los poderes.

El primer lugar se le otorgó al género humano y Mi conocimiento fue colocado en


la mente del hombre.

Reflexiona, amigo, sobre esta Afirmación Todopoderosa. ¿Cómo pueden los meros
hombres osar hablar de cercanía, adhesión o simple relación con este Soberano Supremo?
Sin embargo, ¡El es, de hecho, el puntal y la esperanza, el hogar y el refugio para cada uno
de nosotros!
No es de extrañar que el siguiente poema que le ofreciera como una flor a Sus Pies
el día en que el mundo celebró el Aniversario de Oro de Su Advenimiento, fuera recibido
como un Testamento de Verdad.

¡Oh naciente agonía! ¡Oh emergente deleite! ¡Oh el movimiento fetal en la Matriz
Cósmica cuando, por vez primera, fuiste consciente de Ti! ¿Cuál fue, Baba, la palabra que
surgió burbujeante? "¡Llega a ser!" "¡Comienza!" "¡Bahusyaam!" del Todo de Ti como
OM?

Pienso que la palabra fue Ekoham, Ahom, Yo, la división que multiplica, porque
sólo el Yo puede mantenerte a Ti apartado del "nosotros" que Tú llegas a ser.

Conozco muy bien mi Verdad ahora, porque Tú has revelado la Tuya. La angustia
que altera mi soledad, la nostalgia del Amado perdido hace mucho, ¡es la progenie de Tu
suspiro pretemporal! La emoción que me embarga cuando te acercas es el eco de Tu éxtasis
al salir al escenario como Yo.

Complacido has de estar con el mundo que eres, porque entre el ruido del
abatimiento y la ruina global, es Tu risa argentina la que estremece el tímpano de mi oído.

234
El ES sin ondas que Baba fue y es, sentía, de acuerdo a Su propia confesión, un
misterioso impulso por tener una historia, un encuentro con el tiempo y el espacio, un juego
de escondidas consigo mismo como el buscador y el buscado. "Yo me separé a Mí Mismo
de Mí Mismo para poder amarme a Mí Mismo", declara. De modo que este Kasturi no es
sino El Mismo configurado y etiquetado como para parecer diferente. Baba le ha asegurado
a los estudiantes de Su Colegio (y yo también me considero un "estudiante" de Su
"colegio") que, "cuando se aman a sí mismos me aman a Mí; cuando Yo me amo a Mí
Mismo, les estoy amando a ustedes". Este amor es tan recíproco como el del árbol por la
flor, el de la ola por el océano, el de la imagen por su realidad.
En una ocasión, cuando Johanssen Tidemann, de Oslo, voló desde Bombay a
Bangalore, siguió en automóvil a Puttaparti y subió las escaleras hasta la habitación de
Swami, Baba miró este físico nórdico de la cabeza a los pies y dijo: "Te ves muy bien y
fresco" y luego le preguntó: "¿Cómo me veo Yo?" Tideman quedó alelado. Tartarnudeó:
"¡Swami! Te ves muy bien y fresco'. No tuvo tiempo para descubrir otros adjetivos y
simplemente repitió lo que Swarni había dicho respecto de él. Swami le sorprendió
nuevamente preguntándole, ¿cómo se veía Kasturi? Yo me intranquilicé y traté de verme
correcto. Tidemann siguió la misma pauta. Me miró de arriba a abajo y dijo: "Se ve muy
bien y fresco". Entonces, Swami dijo: "¿Y sabes por qué? Todos ustedes son Mi Imagen".
Muchos aspirantes me preguntan cuál senda es la que Baba me ha prescripto:
Karma, Bhakti, Dhyana o Jñana, para vencer la debilidad de la fe y el alboroto del
pensamiento. Se muestran curiosos por saber qué día de la semana ayuno y de cuáles
alimentos me abstengo. Me alegro de haberlos despedido tan curiosos como llegaran y un
poco enojados por mi respuesta de que cada cual recibe una prescripción especial de Baba.
No necesitarían consultar a los pacientes, siendo que el Médico Mismo está disponible.
El Mantram de Ramakrishna que Mahapurushji me había dado como muleta, me
sirvió hasta llegar a Puttaparti. De ahí en adelante me sirvió más de compañía que de
soporte.
Cuando mi nieto fue iniciado en el Gayatri, junto a treinta otros novicios del Veda
Patasala de Prashanti Nilayam, Swami me. ordenó aprender el Gayatri de mi nieto, porque
había permitido que se me atrofiara en la lengua. Se me aconsejó que lo repitiera
mentalmente, fuera lo que fuere en lo que tuviera ocupadas las manos. Con esta receta,
Baba debe haber planeado eliminar tanto la espurna como la escoria de. Mi “maarnasa
sarovar": la espuma de la bufonería leve y la escoria de la glotonería. Y de vez en cuando
Baba me pregunta si permito que el Gayatri se filtre hacia mi quietud, en especial cuando
mi buddhi se toma un día libre.
Permítanme que les confíe que lo mío es una Historia de Amor. El Amor es mi
sadhana, mi senda, mi mantra, mi ayuno y festín, mi silencio y mi lenguaje. Cuando Baba
me permitió ser uno de entre los pocos que le acompañaron de Lucknow a Ayodhya y
Benares, mi mente jugueteó con el plan de recibir un mantra de Bhagavan, mientras
estuviera en esa ciudad tres veces sagrada. Mientras Sri Ramakrishna estuvo en Kasi, supe
que había estado constantemente en un estado de samadhi de conciencia. Vio la ciudad
sumida en el esplendor de la Gloria Divina. Tuvo visiones de Shiva susurrando mantras en
el oído de personas que estaban por abandonar su envoltura terrenal. Por eso me acerqué a
Baba cuando se encontraba solo y le presenté mi petición. Baba accedió prontamente. A la
mañana siguiente no me bañé en la casa de huéspedes en que nos alojábamos en Sarnath,
sino en el mismo Ganges. Recordé que cuando Mahapurushji estaba por iniciarme en la
grey y Ramakrishna, alguien del Ashram de Bangalore, me indicó que debía estar en

235
ayunas. Por lo tanto, también este día no tomé desayuno. Baba parecía especialmente
ocupado esa mañana. Fuimos a los templos y a la Universidad y, cuando regresamos, nos
esperaban platos y tazas con el almuerzo. Baba nos condujo al comedor. Observando que yo
estaba reticente en cuanto a tocar la comida, dijo: "Thinnu" (come)... y yo me tragué
algunos sollozos.
Dos semanas más tarde, en Puttaparti, adonde habíamos vuelto la noche anterior,
Baba me pidió que reuniera los residentes en el Mandir y que relatara la historia de nuestra
peregrinación. Les hablé de los nombres de los lugares y la duración de nuestra estadía en
cada pueblo, con algunas referencias rápidas a los templos. Todos estábamos ansiosos por
escuchar a Bhagavan mismo. Durante Su discurso, Baba dijo: "Este Kasturi omitió un
incidente. Sucedió en Benares. Tal vez no habló de eso, porque le concierne únicamente a
él. Bien. Rogó por un mantra. Se dijo que Kasi era el sitio más indicado para este don. Se
rehusó a comer. Estuvo llorando. Yo, empero, me estuve riendo todo el tiempo de su
disparatada solicitud. ¡Imaginen! ¡Pedir un mantra después de haber conseguido a Aquel a
quien todos los mantras les prometen alcanzar!"
Baba dice que es Dios y que también nosotros somos dioses, sólo que brillamos
con luz tenue y vacilante por estar obstaculizados por la ignorancia y sofocados por el ego.
Encuentro que, esencialmente, soy mucho más de lo que puedo expresar por medio de mis
palabras, actos y conducta. Mi esencia encuentra su más plena expresión en Swami. Es por
ello que mi corazón ansía morar en El, el Bienamado. Cuando Charles Penn pensó en
escribir un libro acerca de Baba, yo le sugerí como título Mi Bienamado: Baba es el
Bienamado de todos. El es la expresión más verdadera de lo que yo soy realmente:
Sathyam, Shiuam, Sundaram. ¡Sé que yo llegué a ser Kasturi, porque El vino! Me siento
maravillosamente elevado y expandido en Su Presencia. Veo Su rostro tras las máscaras que
lleva la gente mientras actúan sus roles en la Obra que El dirige y disfruta. Escucho Su voz
como la "onda portadora" que trae hasta mi oído lo que la gente a mi alrededor trata de
comunicar. He repudiado contento a mi astucia y poseo ahora esta perplejidad como una
posesión maravillosa. Mi Bienamado Sai deja estupefacto al mundo debido a que es
novedoso e inexplicable y único en su género. Espero, con la atención en puntillas, la dulce
sorpresa con la que me bendice a cada momento. Desde el momento en que saboreé el
hechizo de Su Presencia, perdí el apetito por los incidentes que se producen como
anticipados, como prometidos, he aprendido a saltar de alegría ante Sus afables
incertidumbres. Su consistente inconsistencia, Su guiño que acecha al tiempo, Su
inclinación de cabeza que niega al espacio, Su mirada que endereza al arco iris, Su
movimiento de mano que solidifica el cielo. El Dr. Baranowski dijo que Baba era el Amor
caminando: yo le adoro por ser, además, un rompecabezas peripatético.
Me aferro a mi Bienamado y espero que el Bienamado me acepte. Amo a Sai no
por la razón de la retribución de ese amor, sino porque sé que El es la Persona más adorable
que haya sobre la Tierra. El sadhana que más me gusta es el de presentarle a mi Bienamado
a todos aquellos a los que El ama, de regocijarme cuando mi Bienamado es adulado y
adorado, de escuchar a aquellos que le aman contar historias acerca de Su ilimitada
Misericordia, Su Majestad y Su Magnificencia.
Baba me ha estado cincelando a lo largo de todos estos años para hacerme
merecedor de Su amor. "Tu ego se está inflando", recuerda. No debo aceptar que me
transporten gratuitamente cuando voy a Bangalore y regreso a Puttaparti, porque eso
llegaría a crear un sentido de obligación que obstaculizaría mi libertad de acción. ¡Viajo
únicamente en autobús de transporte pagando por mis recorridos! Tampoco puedo aceptar

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regalos por el mismo motivo y por el daño que le hacen al sadhaka empeñado en reducir sus
necesidades. Uno de mis "admiradores" kannada me vio sobre un artefacto cilíndrico de
caña de Bengala, en el que leía y escribía a mano y a máquina. En su próxima visita me
sorprendió trayéndome un sillón extensible sobre el que me invitó a reclinarme. Baba notó
el sillón y me recordó que reclinarme en él ¡no era un tipo recomendable de sadhana! Y que
cualquier regalo de un visitante, admirador o amigo era un anatema. Baba ha notado que no
respondo con rapidez cuando la gente, al verme, me saluda juntando las palmas. No son
suficientes una sonrisa de reconocimiento o una inclinación vigorosa de la cabeza, me ha
enseñado. Esos son sólo gestos de arrogancia. Mi respuesta ha de ser un gesto tan obvio
como el de ellos. También debo boicotear la adulación, la admiración e incluso la
apreciación.
A la gente le resulta difícil creer que Bhagavan es el Avatar. Han conocido a
monjes y pundits, a jefes de órdenes e instituciones monásticas, han encontrado a
adoradores de ídolos que confieren el poder de bendecir, a buscadores que han logrado lo
que perseguían, a místicos que luchan por comunicar el deleite que derivan de sus visiones,
a gurúes que suministran lineamientos para la divinidad, intermediarios que son canales a
través de los cuales fluye la Sabiduría Divina, a mensajeros, filósofos, apoyos y
propagandistas, mas no al Avatar, a lo Divino en vestidura humana, al Todosapiente,
Todopoderoso, al Eternamente Despierto, al Presente en Todas Partes. De modo que
intentan modos cómicamente frívolos para ganarse la atención y la Gracia a la que tienen
derecho. Tratan de descubrir a las personas que suponen están más cerca de El como para
que ellas influyan en Baba para que les otorgue aquello por lo que suplican.
Yo soy uno de los más antiguos habitantes de este lugar y, dado que los editores
han estampado mi nombre en las páginas de los libros, creen que soy alguien que vale la
pena cultivar. Me echan encima coloridos epítetos: biógrafo oficial, secretario privado,
primer discípulo, primerísimo devoto, Vyasa, Valmiki, etc., etc. Todos ellos no hacen más
que desfigurarme y ponerme en ridículo, aunque su motivo sea despertar mi ego y lograr sus
propios fines. Cuando le vuelvo las espaldas a la adulación, la gente me adula diciendo que
pertenezco a esa rara clase de personas que no pueden ser aduladas. Debido a esto, la mitad
de mi tiempo está dedicado a la muy gratificante ocupación de explicarle a esta gente que
este Baba es diferente a todos los otros Babas que han conocido, que, de hecho, El no puede
ser conocido. Les digo que han venido hasta El sólo en respuesta a Su llamado. Cuando
estén preparadas para recibir Su Gracia, El ciertamente les otorgará el don. No se requiere
de ninguna tercera persona que negocie en su favor. Me preguntan cuándo va a regresar,
cuando encuentran que ha salido y cuando va a viajar, cuando le encuentran en donde
esperan que esté. Incluso a riesgo de perder mi reputación de persona aún libre de senilidad,
tengo que responder que adoramos a Baba porque El no está limitado ni por el Tiempo ni el
Espacio.
Por suerte para mí, me encuentro en la Presencia de Uno que no hará concesiones
con ningún Principio, que no condonará, consentirá ni perseguirá, perdonará o castigará.
Con muchas palmaditas y susurros, con muchas agudezas y bromas, El va reduciendo
nuestra angulosidad. No nos deja partir con títulos como Nhakthasiromani, Adhyatmaratna,
Gurusevapraveena, Lokasevaniratha o Poojya colgados del cuello. El amoroso Dios jamás
habría permitido que se me hospitalizara, si no hubiera sido ése el mejor lugar para mí en
ese momento. Porque, a menudo ha detenido la ambulancia a medio camino y me ha sanado
mientras me bajo de ella. ¿Por qué? Me vigila con tanto amor que me advierte a tiempo y
me incapacita para cometer errores que, seguramente, impedirían que Su amor llegara hasta

237
mí. "Pronto será el Festival de Dasara. Sé especialmente cuidadoso. No te olvides de estar
presente dondequiera que te llame el deber. Un pequeño resbalón te podría arruinar los diez
días", me decía llevado por Su conmiseración. Me protege y me guía como para que mi
sentido de gratitud pueda nutrir y fertilizar mi amor.
Debo confesar que estoy afligido por una disposición crónica para aceptar
compromisos para dictar charlas. "Conferencista" fue mi designación oficial, por veintisiete
años, en la Universidad de Mysore. Dicté conferencias sobre Sri Ramakrishna y
Vivekananda ante cientos de asambleas y otro tanto como miembro activo de la Asociación
de Profesores Universitarios. El renacimiento literario y cultural kannada tuvo en mí un
ferviente abogado y propagandista. Bhagavan me dice ahora, sin embargo, que elija los
lugares y los programas, que considere los problemas de mi salud y de las finanzas de mis
anfitriones, cuando se me invita a regiones alejadas a las que se llega sólo en tren o avión.
Me salva de más de una situación comprometedora. Escucha mis disertaciones en cualquier
lugar que las dé y no recibo de El ramos de flores, sino reprimendas por exageraciones de la
verdad.
Muchos amigos lamentan el perjuicio que le he causado a la literatura humorística
al renunciar a "Koravanji" y a "Shanker's Weekly" y al retirarme de componer ensayos,
novelas, parodias y refranes picarescos en kannada. Suponen que me he convertido en un
"recluso" enfrascado en "tediosas polémicas". ¡Qué es lo que saben del deleite que puede
conferir lo Divino, la tibia luz de sol que juega en torno a Sus Pies de Loto! Este no es un
Dios solemne y soporífero. A cada paso esparce un aromático humor. Deja romo el borde
aguzado de la desesperanza prescribiendo remedios imposibles: "Córtate la pierna", "Cásate
con el habitante más anciano", "Anda y actúa en una película", lo que hace reír y alivia
tensiones. Si la levedad es el alma del ingenio, Baba es la reserva inagotable. Se ríe como
nadie más puede hacerlo, porque ve a través de los ardides de nuestra actuación, las trabas
que llevamos puestas, las estratagemas que planeamos, las mentiras que llamamos verdad,
la patética fuerza con la que nos asimos, las vanidades que perpetramos. Mas, Su risa es la
entrecortada risita del médico frente a la estupidez de los enfermos. Es una reacción previa a
la dádiva del amor, una amalgama de piedad y de afecto. El humor constituye la reacción
natural cuando las cosas no son lo que pretenden ser y los hombres practican la hipocresía
como modo de vida. El humor se despierta cuando un hombre, como dice Baba, se mete
dentro de la botella a la que es adicto cuando es poseído por sus posesiones, cuando es
man:enido cautivo por un estilo de lenguaje, de gestos, por un prejui:io, una pasión, un
"ismo" o un ídolo. A1 reírse de estas perversiones, al ridiculizarlas, al exponerlas a la
influencia desinfectante Jel humor, El está promoviendo tanto el progreso del individuo
omo el de la sociedad.
Los apodos que usa Baba cuando tiene al frente a devotos que están en diferentes
niveles de preparación o estados de propreso espiritual, que tienen diferentes figuras y
tamaños, provo an estallidos de risa que le revelan a la persona a quien conciernen un
panorama de años de reforma. Puede que sea "bangaroo" o "dunna poathu" (oro a búfalo
acuático), "camorrero" o "apisonadora", "pakoda" (una bola de harina de maíz salada frita
en aceite) o "palmera". He sido saludado como "búfalo" al llegar a Su Presencia. Cuando
me atrevo a narrar algún incidente sobre Su compasión u omnipresencia en términos más
bien floridos, interrumpe mi entusiasmo con el nombre de "Kapi" y desinfla prontamente mi
ego. "Kapi" es un mono y Baba lo usa para significar a un versificador artificioso, en tanto
que "Kavi", que significa poeta, es una palabra védica que se refiere al místico que descifra
el misterio de Dios, el Hombre y la Naturaleza. También me apoda por muchos tipos de

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"Bhatta", porque nací brahmín. En una ocasión memorable, Baba combinó el Bhatta con el
nombre del primer poeta épico telugu, Nannayya, y me estuvo llamando Nannayya Bhatta,
produciendo una situación humorística al definir lo ridículo como lo sublime.
Generalmente, son "la vieja", "Dokku", "el modelo 1897", "el coche destartalado". Recibo
una pizca extra de alegría cuando se me llama "la vieja casta", pero he tenido que enfrentar
hasta la imputación de "incontinente" en unas pocas ocasiones. Cuando Baba dispensa estos
epítetos, salen tan empapados en el jarabe del amor que los blancos son transportados a la
"región de la dicha" y piden más.
Bhagavan nos pide vivir plenamente en el presente, porque "El pasado es pasado;
no miren para atrás hacia el camino ya recorrido". Esto es un consejo válido para aquellos
que han pasado luchando y tropezando a lo largo de los años y que desperdician sus vidas
alimentando rencores y desilusiones. Yo reviso mi "pasado" como el hombre junto a la
bandera en un desfile que mira la procesión de brillantes experiencias.
Llamo una y otra vez de regreso a la memoria las palabras y obras de Bhagavan,
porque refrescan mis días y configuran mis sueños. Recuerdo Su bondad en años ya
pasados... ¡Qué lástima! ¡Cuán rápido se han ido! Medito sobre Sus palabras y me abstraigo
con todo lo que me ha agraciado. Exclamo, como lo hiciera el Salmista: "¿Qué Dios es tan
grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que haces milagros; Tú les has mostrado Tu
Poder a las naciones".
Sai me ha prodigado Gracia, aunque a menudo actué impertinentemente, sin creer.
El calmó los espasmos de la duda y las tormentas de iracunda negación, cuando hasta mi
razón conspiraba para ponerme anteojeras. El siempre me ha devuelto a mí mismo cuando
gente ladina me había secuestrado la fe. Mi hijo y mi hija, mi nuera y mi yerno, los cuatro
fueron lanzados a los torbellinos de la crisis, conmigo sentado en primera fila, retorciendo
mis manos en patéticas plegarias. El tomó a mis hijos de la mano y les condujo
amorosamente hasta Su Refugio de Paz. Debo admitir que yo he sido un alumno problema.
Solamente Su compasión ha hecho que se mantenga mi nombre por tanto tiempo en el
registro de la escuela. El curriculum que prescribió para que se me aceptara como candidato
para la plenitud comprende, además de la tarea de traducción, un programa que me pueda
traducir a mí: Japam, Dhyanam, el Gayatri y la Meditación en el Jyothi interno. Tengo
conciencia de que me quedan aún muchas millas por delante antes de cortar la cinta y
reclamar lo que El esté dispuesto a dar... ¿o debiera decir "vidas por delante"?
Durante la presente estadía en la Tierra, he caminado ochenta y cinco veces en
torno al Dios del Gayatri. Puede que Sai me conceda algunas rondas más o puede que no.
Las Upanishads declaran que el Dios de la Muerte hace mandados para El. Se adelanta para
liberar de la prisión a aquellos cuya sentencia se ha cumplido. Corre de regreso cuando Sai
da contraorden y anuncia que la persona tiene Su trabajo que cumplir. Sé que Sai ha
enviado de regreso al emisario de la Muerte desde el borde de mi lecho, hace tres años,
cuando me estaba apurando un quipo de médicos. ¿Quién sabe cuántas veces ha intervenido
en entra de los ejecutores de los Juicios Kármicos con el objeto de iantenerme vivo? El no
habla de tales dones de Gracia: gotean creta y suavemente como el rocío mañanero sobre las
hojas y [s flores sedientas. Cuando tomó sobre Sí mismo los efectos de >s pecados de otros:
ataques de parálisis, ataques cardíacos, pendicitis, etc., aquellos que habrían sido
desfigurados, baldados heridos mortalmente por ellos casi no tuvieron conciencia de la
agedia que les tenía como blancos.
No tengo anotaciones escritas acerca de mis actividades, sen.mientos y
experiencias de mis treinta y cuatro años en Puttaparti Prashanti Nilayam. Esto representó

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mi decisión de Año Nuevo por muchos años, pero como lo saben todos, ¡el porcentaje de
mortalidad infantil en Diariolandia es de casi un ciento por ciento! debo confiar en mi
memoria solamente, una memoria que ilumiia sólo algunas pulgadas en el corredor de mi
vida, nichos en que ;e encuentra instalado y atesorado el deleite. Muchos aún resplanlecen
brillantes, aunque hayan rodado décadas sobre ellos. Mas, ;i los revelara ahora, harían que
cayera sobre mí la imputación de in "egotismo" imperdonable, aunque ejemplifiquen el
amor transDarente y la repentina llamarada de dádivas que únicamente Dios Ruede
concretar y conferir.
Años atrás, cuando éramos dos los que estábamos con Swani en una habitación en
el primer piso del Nilayam, sin razón aparente y de manera sorpresiva, Baba le preguntó a
mi amigo si podía apoyar Su cabeza en sus piernas Se tendía en el piso. Mi amigo
enmudeció de asombro. Esta pregunta fue seguida por una serie de peticiones imposibles
por parte de Baba: si saltaríamos por la ventana si se nos pidiera, si podríamos mantener un
cerro levantado en la palma de la mano si El lo colocara allí. Supusimos que estos desafíos
no eran sino sondeos anticipando un gran milagro en perspectiva. Mas lo que salió
finalmente fue este ofrecimiento increíble. Mi amigo se levantó apresuradamente y se sentó
apoyado en la muralla. Swami se volvió hacia mí y dijo: "Con mucho gusto". Descubrí que
el pedido no se había hecho en broma. Había una razón tras de él. La alegría era
genuinamente Upanishádica. En el fragante silencio, uno podía sentir la rítmica respiración
del Niño Cósmico. Abdiqué de mi personalidad y me convertí en la Madre. Las manos
acariciaron la espalda, los dedos jugaron con los rizos. Se oía el tic tac del reloj, pero el
tiempo se había detenido. Cuando Baba quiso "despertar", caí a Sus Pies y supliqué que me
perdonara. Se rehusó a hacerlo. "¿Cuál fue tu falta?", preguntó...
Estábamos en Chebole esa noche. Durante la comida, Baba anunció que teníamos
que partir hacia Madras. Su rostro estaba sonrojado y mostraba evidente apuro. Supuse que
había atenuado la fiebre de alguien y que había decidido asumir alguna enfermedad grave
que había caído sobre él. Prefirió el hogar de devotos en Madras, ya que están más
acostumbrados a los papeles que interpreta como parte de la misión avatárica. Baba estaba
en el asiento trasero. Sucedió que yo era el único ocupante del automóvil, además del
hombre al volante. Y me encontraba en el asiento de atrás. Algunas millas más adelante,
Baba trataba de estirarse en el espacio más bien incómodo que quedaba libre. Le pedí al
conductor que me ayudara a pasar hasta el asiento vacío que había a su lado. Baba dijo
"No". Me di cuenta de que no llevábamos ningún cojín, de modo que siguió siendo válida
mi anterior afirmación en cuanto a conseguir un apoyo. Estuve sentado acariciando el
cabello y pasando los dedos sobre el entrecejo hasta que amaneció en los suburbios de
Madras. Baba había pedido que el coche pasara rápido por Nellore después de medianoche,
para que los tempraneros no clamorearan rogando que descendiera del coche y se quedara.
Mi suposición se comprobó. Baba me despachó por tren, insistiendo en que viajara
en primera clase, ya que había estado inmóvil toda la noche, a Bangalore y Puttaparti,
porque era inminente el Festival de Vaikunta Ekadasi y miles y miles confluirían en
Prashanti Nilayam para ser bendecidos con el regalo de amritha. Me dio instrucciones para
mantener calmados a los devotos y tranquilizarlos con explicaciones consoladoras y
convincentes respecto de la ausencia de Bhagavan ese día crucial.
La tensión de una semana que todos sufrimos junto al lecho de Baba que pasa por
cuenta de otro por un ataque de parálisis y una serie de infartos, justo antes de Gurú
Purnima, en Prashanti Nilayam, se ha grabado profundamente en las tablillas de mi
memoria. La lengua no le obedecía; la mano estaba paralizada; el andar, parapléjico; el

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rostro se había torcido; el pulso era irregular. Pero Baba nos ordenó llevarlo abajo por los
dieciocho peldaños de la escalera caracol, para que los cuatro mil devotos pudieran tener el
darshan (de la cara distorsionada y los impedimentos) ese sagrado día. El gemido que surgió
de los corazones heridos, llenó el aire de agonía.
He usado la expresión "grabado profundamente". No. Las tablillas de mi memoria
no retuvieron la inscripción. Ella fue borrada por Swami en un abrir y cerrar de ojos. Baba
roció fuera de Sí los síntomas y quedó como la esplendorosa encarnación de Majestad,
Sabiduría y Amor Divinos que es. Me tiré a los Pies de Loto, con absoluta desconsideración
hacia la multitud que escuchaba el discurso. Besé el Pie que había sufrido ante nuestros ojos
y lo lavé con lágrimas. Esos momentos fueron suficiente compensación por los siete días de
tortura por los que pasamos sumidos en el enmudecimiento de la desesperación.
El episodio de Goa representó para mí otra aventura en el misterio de Swami. Es
raro que una persona pueda lograr la oportunidad de ser testigo y de observar al Redentor en
la cruz y de sumirse luego en el júbilo cuando la cruz se desintegra y deja resurgir al Señor
sobre el Trono Celestial. El apéndice se había hinchado y estaba lleno de materia purulenta.
Baba se sentía feliz de haber podido salvar al devoto de los horrendos dolores. Cuando le
supliqué que me permitiera sufrir para ayudar a esa afortunada persona, Baba me dijo: "¡No
sabes lo que te espera! No podrías soportar el dolor. En tu desesperación, incluso, puede que
te lances al mar". El equipo de los médicos, De Souza, Varina y los demás, pintaban negras
imágenes de las consecuencias de la demora, con el objeto de persuadir a Sri Nakul Sen, el
Gobernador de Goa, para que les permitiera intervenir quirúrgicamente de urgencia. Para
que fuera aún más terrible la inminente tragedia, el Gobernador, cumpliendo los deseos de
Baba, había invitado a cientos al Raj Bhavan, para una reunión a las 18 horas, en donde
Baba les bendeciría con un discurso, pese a que era un lóbrego día en Goa, con el cielo
cubierto por oscuros nubarrones.
El primer día de Su estadía en Goa, Baba había "aceptado" el apéndice inflamado.
Y ese mismo día, los devotos de Goa se habían reunido por miles para darle la bienvenida y
para escuchar Su discurso. Esa noche, Baba me llamó a Su lado y me ordenó hablarle a la
multitud. Quiso que me refiriera a los sucesos de Gurú Purnima y de la compasión del
Avatar que no tolera postergación ni retraso. Sri Krishna había asegurado que, como Avatar,
el "vahaami" ("llevaría la carga") de las miserias físicas o mentales de los devotos que le
adoren. Y Krishna debe regirse incluso ahora por esa promesa. Baba reveló que yo había
sido incluido en el último minuto en el grupo, cuando ya los coches estaban saliendo de
Brindavan, debido a que había vivenciado la Gloria del Gurú Purnima y, por ende, podía
transmitirle coraje al Gobernador y a otros y convencerles que Bhagavan puede deshacerse
en un tris de la enfermedad que haya asumido.
El milagro se produjo nuevamente. Baba se deslizó como de costumbre entre las
líneas de devotos y Su voz hechizó a la asombrada asamblea por más de una hora. Yo
traduje al inglés el histórico pronunciamiento, sobreponiéndome a las oleadas de júbilo que
surgían dentro de mi frente a la revelación de la Realidad de Bhagavan. A1 día siguiente
mismo, Bhagavan me mandó a Prashanti Nilayam para comunicarle la delicia de la
manifestación de Divinidad a los devotos y a la Madre Eswarama, quien estaba afligida por
los exagerados informes en la prensa sobre la "crítica enfermedad". Baba me persuadió para
dejar Su Presencia con el argumento: "Cuando estés entre ellos y les cuentes personalmente,
Eswarama no dudará en creer que estoy bien. Ella sabe que tú no te irías de Mi lado si no
estuviera curado".

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He tenido oportunidad, bastante a menudo, de ser enviado para tales comisiones.
Cuando un voluble impostor comenzó a andar por todas partes con historias inventadas por
él y absurdamente exageradas, para impresionar a los crédulos con su devoción y erudición,
fui enviado a Tamil Nadu para frustrar sus planes de hacer dinero con esto. Lo anterior pasó
hace unos diez años. Cuando la voluntad de Baba quiso que emanaran cenizas sagradas y
miel divina de Sus retratos, muchos devotos temieron que las cenizas presagiaban
calamidades y que las gotas de líquido indicaban que Baba estaba sudando bajo una altísima
temperatura. Escribí y hablé explicando que se trataba de signos de Su Presencia y Su
Gracia. Más tarde, cuando algunos psicópatas enfermizos e individuos histéricos, víctimas
de la adulación, reunieron a devotos que les creían que eran canales a través de los cuales
hablabá Baba, había que advertir a la gente en contra de pillos y embaucadores de diferentes
tipos. Me dirigí a las regiones en que abundaban estos manipuladores, para vacunar a los
devotos en contra de poner su confianza en autodesignados agentes y portavoces de lo
Divino.

Me siento feliz de haber pasado treinta y cuatro años de mi vida en el hechizo de


Su amorosa Presencia. Prashanti Nilayam está allí donde está El. Es un oasis pródigo en
flores y frutas, en medio de un mundo que está siendo rápidamente despojado de Verdad y
de Amor. El erial que describiera Eliot, se ha convertido en un desierto mortal. Pero el oasis
se está extendiendo constantemente e invadiendo de verde al desierto.
Paz en la Tierra y entre los hombres de buena voluntad, son dones que cada nación
recibirá muy pronto de la Nueva Jerusalem. Prashanti Nilayam es el único lugar en la Tierra
en que nadie es medido en términos de raza, religión, casta, credo, color, lenguaje, erudición
o riqueza. El hombre aquí no es un arma ni un vehículo, un instrumento ni un rezago, no es
ni un ángel caído ni un mono evolucionado. Al hombre se le valora y se le honra aquí como
un Hijo de Dios y se le acepta como Sai Mismo. Porque Swami nos enseña: "Yo me separé
a Mí Mismo de Mí Mismo para que pudiera amarme a Mí Mismo. Yo estoy en ustedes;
ustedes están en Mí. No podemos ser separados".
Todos somos El Mismo. El nos ama como a Sí Mismo. Podemos negarle o
desafiarle, podemos no haberle visto, ni oído hablar de El. Mas El nos conoce y se preocupa
por nosotros. Somos Suyos, aunque huyamos de El, ya sea por obtusos o audaces. De
hecho, son muchos los que son incapaces de soportar la disciplina que El impone.
Encuentran incómodo el que tenga Sus ojos puestos en ellos en todo momento y en todo
lugar. No están dispuestos a soportar el diagnóstico en profundidad que Baba lleva a cabo
antes de otorgar la paz que buscan. Baba no entra en compromisos, no conspira, no perdona
ni encubre como lo hacen la mayoría de los gurúes o jefes monásticos. No permite que se
hagan concesiones para la adolescencia, la senescencia, para un ignorante o un intelectual,
un mendigo o un millonario. Todos deben ver el bien, ser buenos y hacer el bien. Todos han
de vivir en el Amor.
Sé de muchos que han abandonado la Presencia cuando descubren que El lo sabe
todo acerca de ellos, en todo momento. Resulta difícil ser uno mismo bajo el fulgor de esa
gloria. Otros se han marchado, porque están tan acostumbrados a sentir pena por sí mismos
que no gozan de la felicidad que ofrece Prashanti Nilayam. Prefieren sentirse
apesadumbrados con sus hijos que ser felices con el Avatar. Algunos encuentran que el
Amor que fluye de Baba es tan Divinamente puro que, quiéranlo o no, tendrán que
sucumbir a El. Ruegan porque Baba les libere de su atracción. Arnold Schulman escribe:
"El escritor se quedó de pie al lado del sofá y esperó. No había nada que pudiera decir. Un

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tipo de calidez y de cercanía que no había conocido antes se iba extendiendo por su
conciencia y lo atemorizaba. Se sintió en peligro de ser sofocado por eso, mas no era
únicamente la intensidad del sentimiento lo que lo perturbaba. Fue la súbita realización de
que este sentimiento de Amor pensó que era amorera diferente .le cualquier otro tipo de
amor que hubiera sentido antes o sobre el que hubiera oído o leído. Puede que haya sido
esta incapacidad de definir lo que sentía lo que le hizo sentir súbitamente pánico. En menos
de un minuto, se había convertido en una persona expatriada". No es de extrañar que
algunos amigos me digan: "Si venimos una vez, puede que no seamos capaces de quedarnos
lejos". Prashanti Nilayam representa el núcleo de cada uno de nos •tros y el llamado de
Prashanti es irresistible.
Me considero singularmente afortunado por haber podido pasar al menos la
segunda mitad de mi vida en El. Mis compañeros y colegas de la Universidad de Mysore,
mis alumnos y aquellos que aprecian mis escritos en kannada, mis amigos entre los poetas,
dramaturgos, pundits y filósofos, no se han preocupado por inquirir por qué son tantos los
de su propia fraternidad los que son uno conmigo en adorar a Baba y en observar los
lineamientos que El diseña para la peregrinación hacia nuestra propia perfección. ¡Ay! Se
dedican a interpretar y ensalzar fenómenos mitológicos y legendarios increíblemente
misteriosos; erigen Sus reputaciones sobre adaptaciones y elaboraciones de los clásicos
populares. Mas, ¡para ellos no ha amanecido en absoluto la Era de Aascharya, el asombro y
la maravilla frente a lo inexplicable y lo indeterminable del Universo! Se encuentran
demasiado apegados a los anacronismos que no pueden desechar y a las gafas que han
adquirido mientras les fascinaban las bagatelas. Puedo simpatizar con tales personas por su
presunción y su pereza y su indolencia. Algunas de entre ellas son "tomases" crónicos,
cuyos egos, lanzados muy arriba por un toque de sánscrito y un encuentro con la filosofía,
les inclinan a una incredulidad enciclopédica ante todo lo que no sea su propia infalibilidad.
Dice Sri M.K. Rasagotra: "Otros se vuelven agrios debido a que envidian o resienten a
aquellos que, a su juicio, gozan inmerecidamente del favor de Sai". Muchos de éstos se
mantienen alejados, aunque no pueden resistir el llamado a criticar. Se sienten heridos
cuando es traspasada la barricada de despecho que han levantado en torno a Sathyam
Shivam Sundaram por los miles que provienen de todos los rincones del subcontinente indio
y desde todos los demás puntos del globo, desde Argentina, Zambia, Islandia, Irán,
Indonesia, Arabia Saudita, Sri Lanka, Escandinavia, Ghana y Guatemala. Baba bendice a
quienes le adoran tanto como a quienes le eluden, a los que se acercan a El tanto como a los
que le reprochan. ¿Cómo podrían las enredaderas que requieren de prejuicios a los que
aferrarse, elevarse rectas hacia la Luz de la Verdad?
Y bien, decidí hace mucho tiempo no perder ni un pestañeo de sueño ni un latido
del pulso cuando tales personas acarician sus fantasías. Yo estoy preocupado por éxtasis que
experimento cuando veo a Sai sonriendo desde todo lo que miro. Extraigo valor del don que
me otorgara con Sathyam Shivam Sundaram, cuando puse la versión en kannada de ese
libro a Sus Pies.

Sree Puttaparti nilayudu


Kaapaadunu ninnunepudu;
Karunaakarudu;
Cheypatti broacheneppudunu; Echatanu; maravakundu; Yerugumu, Bhakthaa!

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El Residente del Sagrado Puttaparti, El Compasivo, Te protegerá siempre y
siempre te tendrá de la mano, para salvarte siempre, en cualquier lugar. ¡Sabe esto, oh
devoto! Y no lo olvides.

Nada sé de los años en que estuve sobre la Tierra la última vez. Pero debo
congratularme por haber tenido, esta vez, una buena enseñanza. Ahora estoy esperando
recibir mi Certificado de Estudios Final, vale decir, la señal para saltar al tibio regazo de
Sai, para el descanso final en El.

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