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La figura del alcalde

en el Retablo de las Maravillas de Miguel de Cervantes

Álvaro Llosa Sanz (*)


Lector de español en la Universidad de Szeged (Hungría)

El Retablo de las Maravillas es una facecia popular hecha entremés. Basado en un conocido
motivo popular (el truhán que logra engañar a una víctima mediante la muestra de un paño u
objeto maravilloso, cuyo dibujo sólo puede observar aquel que sea hijo legítimo), conjuga
ciertas singularidades especiales: el retablo como objeto maravilloso, derivado de la aparición
de estos artefactos italianos en el siglo XVI; las virtudes de éste (no verse las figuras que en él
aparecen si se es bastardo o judío converso); las características de la víctima -que no es
individual, sino colectiva-, un grupo de villanos ricos; y un final en el que los pícaros triunfan.

A este motivo popular -que en su forma pura viaja desde El conde Lucanor hasta Andersen-,
Cervantes le añade, aparte las singularidades señaladas, la magia del teatro, la gracia de su
prosa y la ironía de su ingenio, para lograr un producto genuino y auténtico cargado de
colorismo y vivacidad.

En este mínimo ensayo, sin embargo, no pretendo investigar nada de esto. Mi objetivo es muy
otro: tan sólo -¿tan sólo?- aspiro a señalar ciertos aspectos íntimamente relacionados con uno
de los personajes más castizos del entremés: el alcalde. A través del personaje y de su
actuación, apoyado en una base bibliográfica diversa como guía, quizás llegue a conseguir un
documento en el que se aluda sólo a este personaje y a su entorno; y, si por ello se ha dado más
cabida a la cita bibliográfica que a la propia originalidad, no se tome por falta de ésta última.
Simplemente se pretende reflejar, a través de una serie de textos conjugados, una idea de
conjunto sobre el personaje que nos ocupa, y ofrecer una imagen en síntesis.

Por otra parte, al realizar esta breve investigación, he intuido las numerosas posibilidades y
caminos de investigación que presenta El Retablo de las Maravillas. Sería interesante analizar
más profundamente todos sus personajes, y también, como apasionante trabajo se presentaría
el tema de la magia y su función, su relación en la época y en la obra cervantina, en este
entremés.

Pero penetremos ya en el misterio, a ver si logramos discernir la ilusión de la realidad, o nos


damos cuenta de que todo lo sucedido es...

«Señores, vuestras mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que
comenzar.»

«El entremés de los siglos XVI XVII es un género humilde, sin humos nobiliarios ni
pretensiones de haber sido legislados por Aristóteles.» dice Eugenio Asensio1. «En su corto
ámbito no caben los grandiosos espectáculos ni las relaciones complicadas, sino que debe por
fuerza simplificar y reducir a rasgos primarios los temas y seres que representa. Apela al más
bajo común denominador de la sensibilidad en los espectadores. Y por una curiosa
equiparación de género humilde con personas socialmente humildes, le están prácticamente
vedados los hombres de la aristocracia, del clero encumbrado, de la alta milicia. Saca a escena
campesinos, gente del hampa, chusma callejera, modesta burguesía y algunos profesionales
que la sátira y el ridículo habían hecho suyos desde antaño, como médicos y abogados.»

Si hemos de atender a este importante aspecto de uno de los géneros más populares en
nuestros Siglos de Oro, descubriremos enseguida la grandeza que reside -subyacencia
humilde- en tan breves piezas, y cuán sustanciosas pueden resultar para un lector atento y
perspicaz.

En el caso de Cervantes con más razón, pues si hay escritor conocedor del género humano y
de sus costumbres e inconstancias, ése es él, y ello queda claramente reflejado en todos sus
entremeses2, que no pudo ver representados en vida.

«Estas composiciones de Cervantes» comenta Cotarelo en un estudio antiguo3, «no se


distinguen de las demás de su tiempo porque tengan más chiste y gracia, sino porque
son bosquejos exactos, fieles e inimitables de un pasatiempo ridículo, de una
preocupación, de una máxima matrimonial, de un enredo truhanesco, de un amor
indiscreto, de un burlesco divorcio y demás acontecimientos risibles, género de
composiciones que hacen reír, que contentan, que muestran con suma y descarnada
sencillez las miserias de la vida, las picardías de la gente airada, los galanteos
nocturnos, las falsías mujeriles, los celos grotescos, las vanidades, las manías, las
famas mal adquiridas, la bellaquería, la ignorancia y otros defectos sociales, y eran
aplaudidos por el público, que veía en los entremeses lo que ahora en los sainetes: las
exageraciones y pequeñeces en que se agita la sociedad.»

Sin embargo, no es sólo esto lo que convierte a Cervantes en un gran entremesista, porque
numerosos factores confluyen en la composición teatral, que el autor maneja diestramente en
el trato de los personae.

«Cervantes alía en el entremés la continuidad de la narración, la consistencia


imaginativa de las situaciones con la variedad de personajes rápida e inolvidablemente
esbozados. (...)... propone personajes amalgamados de seriedad y jocosidad,
contemplados a la vez desde la risa irónica y la simpatía benévola. Pinta no entes de
una pieza -lo que llamo figuras-, sino seres con una sombra de complejidad, con una
alternancia de sentimientos que con intención moderna tendríamos la tentación de
llamar caracteres.4»

Todo ello se condensa maravillosamente en «la armonía de situación y caracterización, la


fidelidad a la observación, la madurez reflexiva que Cervantes esconde tras la comicidad.5»

I. «Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas.»

«El Retablo de las Maravillas y La guarda cuidadosa, especialmente esa última, vienen a ser
las dos piececillas más entremesiles de Cervantes.6»

Es cierto que esta brevísima pieza dramática resulta ser además una de las más famosas de
Cervantes, en la que el autor logra crear un sublime ambiente de parodia -si es que ello puede
darse alguna vez- y transportarnos con magia y diversión, a través de la palabra, al reflejo de
un mundo real que nada en falsas ilusiones: Cervantes atenúa «los elementos discursivos a que
la materia se prestaba, fundiendo diestramente sentido y acción, verismo y vigor imaginativo.
La identidad entre verdad y convención sale malparada en la irónica presentación de una
historieta folklórica hábilmente manipulada para hacer ver con ojos nuevos la manía de la
pureza de sangre.7»

Raíces folklóricas, historia reconvertida, personajes populares, asunto polémico de una época
igualmente carismática... todo un material para un entremés que se recrea tanto en la «acción»
como en el «ambiente».8

«En nuestro humilde sentir, ha de tenerse como uno de los mejores, de los con más
habilidad trazados y escritos. El asunto es enteramente propio del verdadero entremés...
(...) Los tipos parécennos magistralmente diseñados, en especial los de los dos
truhanes, el del alcalde y el de las mujeres. En punto á gracia del diálogo, agudeza de
dichos y salsa de la prosa, frases y refranes, no hay ninguno que se le aventaje. Lo
cómico, que chispea y rebosa en cada línea, es hondo, fino y no abufonado como en
otras piececillas hermanas: lo bien conducido del argumento tan bien intencionado y
divertido, salta a la vista; finalmente, no hallamos ningún entremés mejor entre los
ocho, aunque sí algunos que se le igualen.9»

Ante tal logro del ingenio, rebosante de connotaciones socio-económicas, culturales,


lingüísticas y folklóricas10, sólo cabría nuestra admiración. Sin embargo, vamos a ir más lejos
e investigar, en este marco, en este «Retablo de Maravillas», todas estas referencias a través de
uno de sus personajes más singulares, más graciosos y claves de este entremés: el alcalde
Benito Repollo.

II. «A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues
tengo el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre
los cuatro costados de mi linaje: ¡miren si veré el tal Retablo!».
La acción de nuestro entremés se desarrolla en un ambiente popular11 y rural (ambiente éste
último que sólo se da en el Retablo y en La elección de los alcaldes de Daganzo), que lo
constituye un pueblo de Extremadura, Algarrobillas12, administrado por su hueste de villanos
ricos13 (alcalde, escribano, gobernador...). Es importante tener en cuenta este dato, ya que
explica y da sentido al planteamiento del Retablo y su magia.

Convendría primero dar una explicación sobre la situación del municipio en el siglo XVI, y su
razón de aparecer aquí como trasfondo:

«Cervantes, enamorado de las ciudades españolas, conocedor de la vida de los pueblos


castellanos y andaluces, ha registrado en las páginas de sus obras los rasgos
característicos del Municipio de su tiempo, el cual le interesó no como organismo
administrativo, sino como institución social vital. Por eso no entra en detalles de
organización, pero, en cambio, ha dejado una imagen de los Concejos, sobre todo de
los rurales. Y es explicable que haya dado preferencia en su comentario y en su ironía a
la justicia municipal, que él pudo sufrir de cerca; facultad judicial cada vez más
cercenada en un periodo transitivo que anunciaba un nuevo orden de cosas.14»

¿Qué ocurría, qué sucedía, qué cambios se producían en esos decenios?

«En el transcurso de los siglos XVI-XVII, se asiste a un grave empobrecimiento de las


clases rurales, que precisamente interviene en el mismo momento en que la propiedad
de la tierra se convierte en el instrumento privilegiado de la hegemonía económico-
social. Los que la poseen no invierten, viven del interés usurario de la venta o del
censo, es decir, de la labor del campesino, que, lejos de enriquecerse, se empobrece por
su mismo trabajo.15»

Es evidente que las víctimas de Chirinos y Chanfalla responden a estos terratenientes rurales y
son «los que, por su fortuna, resisten todavía a la presión que ejerce sobre la tierra la gran
propiedad feudal. (...) El regidor y el alcalde, a los que se suma el escribano, son dos perfectos
representantes de una propiedad rústica todavía independiente16, pero ya amenazada en su
independencia.17»

Pero toda esta situación la exasperaba una singular característica peninsular: el antisemitismo.
Y, por consiguiente, renace aquí la importancia de la traída y llevada «limpieza de sangre», en
un ambiente rural que no concebía su impureza18:

«... el arriendo y recaudación de los impuestos estaba en manos de los cristianos


nuevos. De ahí una hostilidad apasionada que permite al aldeano identificarse con su
señor al menos en una cosa: no ser converso, y más aún, preciarse de más seguro que el
señor de sangre limpia.19»

Es evidente que ninguno podía ser cristiano nuevo, por su situación en un perdido pueblo de
Extremadura, pero sin embargo, la ironía de Cervantes residirá en la crítica de esa manía,
apuntando totalmente hacia esa dirección, para regocijo del espectador urbano y burgués20.

Sin embargo, nuestro alcalde don Benito Repollo y sus iguales sabían que «para los españoles,
el problema primario de su existencia consistía en saber y hacer ver hasta qué punto lo eran, y
en calcular la valía de su españolismo.21» y que «el ser hijo de bendición y cristiano viejo son
dos cualidades, mínimas, es cierto, que (...) permiten pasar más adelante en las jerarquías y
dignidades de la sociedad estamental habsbúrgica.22»

En estas coordenadas se desarrolla la acción, y todo ello explica un poco las actitudes de
nuestros personajes. Acuciados por una obsesión, se convierten en marionetas de ella, y
«reflejan su identidad profunda en las imágenes del teatro invisible.23», como veremos.

«Los verdaderos títeres de Chanfalla son los espectadores villanos -los alcaldes y sus
familiares- a quienes mueve con los cordelillos de su obsesión, haciéndoles ver
visiones hijas de sus deseos de ser cristianos viejos y de su temor de no serlo. (...)
...acuciados por la obsesión, empiezan anhelando ver y terminan viendo.24»

Acerquémonos poco a poco a nuestro personaje, sin olvidar las generalidades y las claves
expuestas.

Benito Repollo es quizás uno de los más entusiastas espectadores del retablo25, y, por ende,
uno de los más satirizados personajes en su figura de alcalde. Es curioso constatar cómo la
autoridad a la que representa «se trata de una de las figuras que con mayor frecuencia aparece
en los entremeses del siglo XVII.26»

Por tanto, no resultan inesperadas para el público sus actitudes. Pero, ¿por qué los alcaldes?
¿Qué tenían en la cara para ser ridiculizados?

«Como hemos visto en estos entremeses analizados,» comenta Fernández Oblanca,


«sólo aparecen en ellos los más bajos representantes de la autoridad, o sea los alcaldes,
bien sean villanos, bien regidores o alcaldes de hidalgos (...) Podríamos pensar que
estos funcionarios subalternos de la autoridad y de la justicia española del momento
servirían como cabezas de turco de cuantos defectos y desmanes cometieran los
diversos niveles de la justicia de la época. además, otras estancias superiores de la
autoridad resultaban intocables para la sátira teatral. De esta formas, podemos pensar
que los "palos literarios" que reciben en el escenario los alcaldes cómicos (...) podían
ser valorados como una terapia para liberar agresividad en la gran masa de
espectadores que no tenían "satisfacciones" de esta naturaleza en la vida real.27»

Recordando las palabras iniciales de Eugenio Asensio, el entremés «es un género humilde con
personas socialmente humildes, (y) le están prácticamente vedados los hombres de
aristocracia...».

III. «Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierto.»

«Los que ejercen cargos locales son tres: el alcalde Benito Repollo, el regidor Juan
Castrado y Pedro Capacho, el escribano, tres rústicos zafios y pretenciosos que no son
sino variantes cervantinas del personaje del alcalde grotesco.28»

Realmente ninguno de los representantes administrativos y judiciales de Algarrobillas son un


dechado de virtudes; en concreto, el alcalde Benito Repollo va a acumular todos los defectos
que un hombre de alto cargo debería evitar.

«"Alcalde de aldea, el que lo quiera, éste lo sea", dice un refrán (...) Lo que la frase
ridiculiza no es propiamente la justicia lugareña sino que el juez sea un rústico
ignorante, en quien la ingenuidad o buen sentido no reemplazan la discreción. No
faltan en la comedia episodios en que la justicia de aldea redunda en injusticia por la
cerril obcecación del alcalde. De hecho, el alcalde rústico, detentor de un poder risible,
no es sino uno de los múltiples avatares del bobo29. Su bobería radica en su excesiva
confianza en la calidad de sus funciones y prerrogativas; juzga como si supiese juzgar,
sin que el menor escrúpulo venga a inhibir sus juicios. El alcalde cómico es cómico
porque se cree que realmente es alcalde, cuando no es más que un bobo extraviado en
una parodia de justicia. Ahora bien, el rasgo propiamente cómoco que caracteriza a las
autoridades del Retablo no es su función judicial, que no se las ve ejercer en el
entremés, sino sus ínfulas de limpieza de sangre (...) ...la sangre limpia se convierte en
un tema de bobos, conjugándose con la bobería propia de los alcaldes de aldea.30»

Como dato significativo, podríamos aludir a otro entremés cervantino, La elección de los
alcaldes de Daganzo, en cuya acción cuatro labradores son examinados para decidir quién
ocupará el puesto en la alcaldía. La pugna residirá entre Humillos y Juan Rana,
principalmente. Antes de la aparición de un escandaloso sacristán (que irrumpe en medio de
un baile de gitanos fortuitamente llegados) el Bachiller se decantaba por el primero, mientras
que al final, decide, pues se ha visto su buen sentido, votar por el último. Convendría aquí
citar las habilidades de quien, por principio, hubiera sido elegido alcalde, y veremos que su
caricatura tiene mucha relación con nuesto alcalde Benito:

«BACHILLER: ¿Sabéis leer, Humillos?

»HUMILLOS: No, por cierto,


Ni tal se probará que en mi linaje
Haya persona de tan poco asiento,
Que se ponga a aprender esas quimeras
Que llevan a los hombres al brasero,
Y a las mujeres a la casa llana.
Leer no sé, mas sé otras cosas tales,
que llevan al leer ventajas muchas.

»BACHILLER: Y ¿cuáles cosas son?

»HUMILLOS: Sé de memoria
Todas cuatro oraciones, y las rezo
Cada semana cuatro y cinco veces.

»RANA: Y ¿con eso pensáis de ser alcalde?

»HUMILLOS: Con esto, y con ser yo cristiano viejo


Me atrevo a ser un senador romano.31»

La limpieza es tan importante como la ignorancia. Pero veamos la secuencia en que Hunillos
está a punto de ser alcalde:

«HUMILLOS: Estos ofrecimiento que ha hecho Rana,


Son desde lejos. A fé, que si él empuña
Vara, que él se trueque y sea otro hombre
Del que ahora parece.
»BACHILLER: Está de molde
Lo que Humillos ha dicho.

»HUMILLOS: Y más añado:


Que, si me dan la vara, verán cómo
No me mudo ni trueco, ni me cambio.

»BACHILLER: Pues veis aquí la vara, y haced cuenta


Que sois alcalde ya.

»ALGARROBA: ¡Cuerpo del mundo!


¿La vara le dan zurda?

»HUMILLOS: ¿Cómo zurda?

»ALGARROBA: Pues ¿no es zurda esta vara? Un sordo o mudo


Lo podrá echar de ver desde una legua.

»HUMILLOS: ¿Cómo, pues, si me dan zurda la vara,


Quieren que juzgue yo derecho?»32

Ignorancia preñada de ambición y audacia peligrosa, pretensiones de un ridículo labrador


convencido de que sus posibilidades incultas y grotescas son las adecuadas para el cargo.

Benito Repollo no le va mucho más lejos33, y lo vemos reaccionar ante ciertos


condicionamientos (los singulares que impone el retablo) que pretenden poner en duda esas
cualidades que su cercano Humillos cree indispensables para un alcalde.

«Entre los atributos cómicos que presentan más comúnmente las figuras de los alcaldes
entremesiles destacan aquellos que más frontalmente podían oponerse a la realización
de una buena gestión de su cargo: incapacidad de entender correctamente, necedades o
confusiones lingüísticas que hacen incomprensibles sus parlamentos, total
desconocimiento del derecho, gusto por las obscenidades, credulidad simple, gusto por
la comida y la bebida...34»

Vayamos comprobando estos y otros defectos en nuestro personaje.

Los equívocos lingüísticos que denotan su escasísima cultura son clarísimos y realmente
simpáticos: En su primera intervención, cuando el pícaro Chanfalla adula al gobernador con
una auténtica perogrullada («en fin; la encina da bellotas, el pero peras, la parra uvas, y el
honrado honra, sin poder hace otra cosa») Repollo interviene notoriamente para demostrar la
importancia de su presencia y la altura de sus opiniones, apuntando con agudeza: «Sentencia
ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.» Inmediatamente es corregido por su escribano,
(«Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.») pero, quitándole importancia, el
alcalde se evade pidiendo el motivo que trae al pícaro al pueblo, habiendo respondido a su
corrector que «siempre quiere decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierta.»

Hay otra confusión lingüística, aun más escandalosa y divertida, cuando Chirinos exige un
pago adelantado y ante omnia. A lo cual, el avispado Repollo responde con autoridad y
elegancia: «Señora Autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona, ni ningún Antoño; el señor
regidor Juan Castrado...». El desconocimiento del término latino produce el equívoco en la
mente del alcalde, que se cree en lo cierto y en el eficaz desempeño de su cargo. De nuevo es
corregido y de nuevo se disculpa, esta vez quejándose de que eso no es tarea suya: «Mirad,
escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a drechas, que yo entenderé a pie llano;
vos, que sois leído y escribido [nótese este vulgarismo], podéis entender esas algarabías de
allnde, que yo no.» Benito se ha encerrado en su cargo y niega a atender lo que le parecen
algarabías, que, al parecer, no le competen. Su orgullo, confianza y prepotencia grotescas lo
caracterizan inmediatamente, con estas rápidas pinceladas.

Complementa a este descarado rasgo la cierta ingenuidad derivada de su ignorancia sobre el


mundo (¿qué podemos esperar de un labrador -que ni siquiera villano, aunque lo pretenda-
residente vitaliciamente en un lugar llamado Algarrobillas?)35. Cuando Chanfalla presenta el
retablo y sus virtudes, Repollo comenta con ingenua admiración: «Ahora echo de ver que cada
día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¡qué! ¿se llamaba Tontonelo el sabio que el Retablo
compuso?». Con apabullante credulidad acepta -y con él los demás- la existencia del artefacto
mágico y el inverosímil creador italiano -«Tontón-elo»-36, como preguntándose para sí si no
hay algo raro -eso de «Tontón» ¿no le suena a algo?- en tal nombre. Es evidente que no se da
cuenta, y está ya atontonelado, preocupado por la extraña virtud y las posibilidades de quedar
deshonrado por su sangre, si no es la que quiere creer que sea37.

Por ello asegura tajantemente que «por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengo el padre
alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados
de mi linaje: ¡miren si veré el tal Retablo!». Que, junto con la tímida y algo sombría
declaración de Capacho, «Todos lo pensamos ver, señor Benito Repollo.», se realiza un intento
de conjuración formal a ese temor que todos poseen y quieren desterrar, porque una sospecha
interna crece en ellos, veremos, entre otras cosas, por qué (ya que Cervantes lleva la ironía
hasta el paroxismo, retorciendo todo hasta los límites).

IV. «Vamos, Autor; que me saltan los pies por ver esas maravillas.»

Ahora sería el momento de entrar en la alucinación colectiva y el papel de nuestro personaje


en ella, pero antes resultaría conveniente realizar un paréntesis para explicar el origen de su
nombre38, interesante dato que explica gran parte de su actuación en esta parte final del
entremés.

«El nombre de Benito repollo es el único, al parecer, en derivar de una tradición


literaria satírica, la de los labradores ridículos (...) ...Repollo, como Panza, remontan a
la tradición del villano bobo; lo mismo que Benito, por lo demás, en que resuena
bendito, que se decía por "sencillo y de cortos talentos" (Autoridades), es decir,
necio.39»

Hasta aquí, un acercamiento tradicional. Pero en su estudio, Molho40 va mucho más allá, y
analiza la significación del apellido en todas las connotaciones posibles. En primer lugar,
relaciona el repollo (o col o berza, casi indistintamente) con el nacimiento; existen numerosos
ejemplos en creencias populares, como las de la Ribera de Navarra, donde se dice que los
niños nacen de las berzas. Los refranes referentes a estas verduras son numerosos: «Ni berza
vuelta a calentar, ni mujer vuelta a casar», «Entre col y col, lechuga»... Aquí, y sobre todo en
el primero, se alude indirectamente a la relación entre la berza y la mujer... Si además
analizamos el nombre re-pollo, y reconocemos que pollo-polla significa: gallina nueva;
muchacha moza de poca edad y buen parecer (Autoridades); y por último, vulgarmente, pene,
habríamos de admitir que «Benito Repollo,» -es decir, dos veces pollo, que es el colmo de la
voltereta lingüística- «con su silueta "repolluda" de hombre chico y grueso (Autoridades),
sería representativo, pues, del hombre vientre/sexo de mujer: hombre vaginal que en su mismo
nombre lleva inscrita la imagen germinativa del brote o yema que es la que implica Repollo en
su acepción original: retoño de cualquier planta...41».

Esta interpretación tan sorprendente en un principio, cobra mayor sentido cuando observamos
las reacciones del alcalde ante las apariciones sucesivas (Sansón, el toro, las ratas, la sensual
Herodías...) y la de los restantes personajes, cuyos nombres, dicho sea de paso, tienen una
explicación paralela a ésta, relacionándose ente sí y globalizando una idea común: la bastardía
y la impureza de sangre. ¿No hay mayor ironía que Juan Castrado tenga una hija legítima -¡si
es un femenil castrado...!-, y esté casado con Juana Macha, una viril mujer? Aquí Cervantes ha
logrado su mayor encanto y la paradoja alcanza la paradoja misma.

«Manifiéstase (...) en esos nombres la fantasía que consiste en desvalorar al hombre,


quitándole su virilidad para transferirla a la mujer.42»

Spadaccini amplía esto a todos los ámbitos del entremés:

«Los villanos ricos-administradores del Retablo son unos impotentes, pese a una
riqueza que hasta les permite dar una fiesta de teatro en su casa. Esa impotencia se
revela no sólo en términos morales y fisiológicos, sino también en las esferas sociales y
económicas. Se trata de una parálisis total frente a cualquier tipo de actividad creadora.
Pues además de representar a una clase que no invierte su capital en actividades
comerciales, los villanos del Retablo ni son «hijos de sus padres», ni son «hijos de
algo», ni son «hijos de sus obras»43.

Gracias a estas interpretaciones, podemos entender mejor tanto el contexto general, como los
comentarios en particular del alcalde Repollo: teme a Sansón, («¡Téngase, señor Sansón, pesia
a mis males, que se lo ruegan buenos!») que fue quien mató a los filisteos; alude en una frase
de doble filo («El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y de bragado;)»
a las «partes» del torillo, en un acto reflejo de ansias de «potencia»; a similar asunto se refiere
cuando defiende, en la aparición de los ratones, «que no hay ratón que se me entre, por
pequeño que sea.»; el agua le cala luego «hasta la canal maestra», como símbolo de fertilidad
y feminilidad44.

Cuando aparece la bella Herodías bailando (simbiosis de Salomé y su madre), Repollo


demuestra su obscenidad en grado máximo, incitando a su sobrino a bailar con la princesa
(clímax de la visión, el baile con una sombra invisible): «Sobrino Repollo, tú, que sabes de
baile de castañetas, ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.» Y sigue luego: «Ea, sobrino,
ténselas tiesas a esa bellaca jodí[d]a;». La tensión se suaviza inmediatamente con otra
ingenuidad maravillosa: «pero, si ésta es jodía, ¿cómo vee estas maravillas?».

La entrada repentina del furrier, como persona no atontonelada, no logra sacar del embeleco a
los espectadores, y menos a nuestro alcalde: la irrealidad, la obsesión, la fantasía puede a
todos, están embebidos en ella, somorgujados en un delirio colectivo, para nuestra sorpresa,
regocijo y asombro mágico.

Repollo insite en que el furrier y sus hombres han sido enviados por la magia de Tontonelo
(«Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.»), y no admite lo contrario («Digo que los
envía Tontonelo, como las otras sabandijas que yo he visto»). Finalmente, el furrier pierde la
paciencia, y al preguntarse por lo que no ve, todos lo acusan de judío, en especial Benito el
alcalde, que se está acusando implícitamnete en su declaración45: «Basta: dellos es, pues no
vee nada». Y luego: «Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; por eso no podemos
dejar de decir: dellos es, dellos es». Y así consigue que el furrier se ensañe con todos, mientras
Repollo apalea a Rabelín, a quien venía amenazando desde el principio, a intervalos que hacen
más vivo al personaje, con esa curiosa y maniática ojeriza hacia el «culón» y bajito
muchacho46.

V. «¡Vivan Chirinos y Chanfalla!»

La figura de un alcalde enmarcado en la crisis de su tiempo, representando a la vez el papel


que le confiere la tradición teatral de «bobo» y su propia complejidad como personaje
conflictivo en un asunto de casta, se nos aparece aquí viva y dinámica, especial y hasta
entrañable gracias al trato de estilo que le confiere Cervantes, con su aguda pero nunca dañina
ironía, con su pincelada realista e imaginativa a la vez.

Se logra así, y no sólo por la figura de Benito Repollo, que El Retablo de las Maravillas nos
haga ver a nosotros también aquello que ni los personajes no pueden ver: verse a ellos mismos
como marionetas de un teatro, de un teatro que no sólo proviene de la pluma de un escritor,
sino de la pluma de la misma Historia.

«...su acierto consiste en elevar el tema de la legitimidad a una dimensión universal:


todo hombre aferrado a prejuicios no logra distinguir entre realidad y apariencia, es
decir, está predispuesto a ver lo que objetivamente no existe.47»

Notas:

1. En Cervantes, M.- Entremeses, ed. Eugenio Asensio, Madrid, Castalia, 1987, p. 7.

2. «Adolfo de Castro asegura que Cervantes fue "gran pintor de costumbres, un


observador profundo de ellas, para describirlas tan magistral y agradablemente como
las contemolaba. Por ser un constante mirón, Cervantes alcanzó a pintar con tan
eminente maestría la sociedad de du siglo y el corazón humano."» En Arco y Garay,
R.- La sociedad española en las obras de Cervantes, Madrid, 1951, p. 109.

3. En Cotarelo y Valledor, A.- El teatro de Cervantes, Madrid, 1915, p. 69.

4. En Asensio, E.- Itinerario del entremés desde Lope de rueda a Quiñones de


Benavente, Madrid, Gredos, 1971, p. 101.

5. Íbid., p. 110.

6. Cotarelo y Valledor, op. cit., p. 72.

7. Asensio, Itinerario... p. 108.

8. «Un grupo de entremeses cervantinos, sin carecer por entero de delgado hilillo de
acción que se mueve hacia su desenlace, etarda la llegada mediante la intervención de
variados personajes no estrictamente necesarios desde un aperspectiva funcional, pero
que sirven para evocar un ambiente, un segmento social. Estos frisos pintorescos,
unificados por un encuadramiento exterior o por una situación compartida, se integran
flojamente en la acción.» En Asensio, Entremeses, ed. cit., p. 29.

9. En Cotarelo, op. cit., p. 578.

10.Los problemas del folklorismo en el Retablo los analiza maravillosamente Maurice


Molho en su estudio Cervantes, raíces folklóricas, Madrid, Gredos, 1976. De la
complejidad del asunto es representativo este párrafo: «...el Retablo de las Maravillas
se ofrece al análisis como un objeto complejo y entreverado, donde se confunden
elementos de muy diversas procedencias que s e totalizan por efecto de una incoercible
tensión creadora. ¿Qué es lo que pertenece a esta tradición oral o a aquélla? ¿Cómo
reconocer lo que proviene de una remota lectura? Y, sobre todo, ¿con qué criterios
discriminar lo que es innovación inmediata de Cervantes, y lo que le aportan -distinta o
indistintamente- las dos literaturas de las que venía disponiendo su memoria de artista
en el tejemaneje de la creación?». (Molho, p. 107)

11.Arco y Garay nota que Cervantes «siempre gravita del lado de lo popular y lo llano. Si
hacemos el cómputo de los personajes ficticios de Cervantes encontraremos una
auténtica plebe.» En Arco y Garay, op. cit., p. 109.

12.Molho aclara sobre este nombre: «Las Algarrobillas o Garrobillas es un lugar de la


actual provincia de Cáceres, no lejos de Alcántara, famoso entonces por sus jamones...
Ahora bien, a fines del siglo XVI, según las Relaciones topográficas, Garrobillas era
una villa de unos mil fuegos, de donde se deduce que el "honrado pueblo" de cuyo
nombre no quiso acordarse el entremesista, se define con relación a las Algarrobillas
como un lugar de tan ínfima categoría que ni siquiera llega a equipararse con una villa
cuyo nombre debía sonar a dechado de rusticidad.» En Molho, op. cit., p. 137. Con
este despectivismo irónico, Cervantes no hará sino acusa más las ideas sobre lo ridículo
de los personajes y la situación, ya se verá por qué más adelante.

13.«El Retablo implica un tema profundo, que es la crisis de las clases rurales castellanas.
No es posible representarse el alcance de las cacajadas que debió suscitar la vanidad
caricaturesca de un Repollo sin hacerse una idea general de la infraestructura socio-
económica que se refleja en la temática del Retablo.» En Molho, op. cit., p. 139.

14.Arco y Garay, op. cit., p. 338. Spadaccini, en su edición a los Entremeses cervantinos,
señala la importancia de este nuevo orden de cosas -que inmediatamente analizaremos-
en el Retablo: «Es imprescindible recordar, pues, que aunque los entremeses sigan y
desarrollen cánones literarios establecidos, son el producto de una imaginación cuyas
realidades existenciales se colocan dentro de unas realidades socio-económicas: la
crisis de las primeras décadas del XVII.» En Entremeses, ed. de N. Spadaccini, Madrid,
Cátedra, 1989, p. 21.

15.Molho, op. cit., p. 140.

16.Arco y Garay comenta a este respecto: «Influía asimismo en la decadencia municipal


la enajenación de los oficios concejiles. El rey concedía a perpetuidad regimientos,
juradorías y alguacilazgos, o bien los enajenaba perpetuamente por juro de heredad,
mediante una cantidad en metálico. Muchos de estos individuos no residían en el
Municipio. De esta forma, la venalidad se hizo general. Los magistrados municipales,
perpetuos o renovables, mezclaban con frecuencia los intereses particulares y los del
Concejo. En El Retablo de las Maravillas, al pedir Chanfalla el estipendio previo de la
representación particular del retablo en casa del regidor Juan Castrado, a la cual asisten
el gobernador, e, alcalde y el escribano, entre otros. El alcalde Benito Repollo le dice a
Chirinos que "el señor regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no
el Concejo. ¡Bien conocéis el lugar, por cierto!"» En ARCO Y GARAY, op. cit.
Nótese, referente a esta nota, la frase que Repollo dice: "puedo ir seguro a juicio, pues
tengo el padre alcalde".

17.Molho, op. cit., p. 148-149. Spadaccini relaciona literariamente esta representación


con el idealismo rural de Lope: «Los labradores ricos del Retablo representan la
desmitificación de un mito propagado por la comedia lopesca para respaldar los
intereses monárquico-señoriales. Con pocas excepciones los aldeanos y labradores de
los entremeses son almas sin paz, son figuras cómicas y distorsionadas que se mueven
dentro de una arcadia grotesca y conflictiva donde reina la impotencia debido a la
ignorancia y al falso saber.» En Spadaccini, ed. cit., p. 17. Nótese que el motivo
desmitifica también el tan en boga «menosprecio de corte y alabanza de aldea».

18.«En una mente rural castellana de fines del siglo XVI, o principios del XVII, el judío
sólo debía existir como fantasía o negativo fantástico de la propia condición, máscara y
signo de lo que no se es, de lo que cada uno descubre por su misma denegación que lo
lleva por dentro como un crimen o castigo encubierto. Proclamar: "No soy judío" es
enunciar el terror de serlo, un judaísmo obsesivo y fantástico, risible a proporción de su
carácter imaginario e inverosímil. El Retablo de las Maravillas es un testimonio
perfectamente fidedigno de lo que era entonces la convulsión antisemita española, un
racismo múltiple, pasional y eficaz, que condiciona comportamientos colectivos,
acciones y reacciones, llegando a convertirse en motor de la movilidad social.» En
Molho, op. cit., p. 161.

19.Molho, op. cit., p. 163. Asensio comenta sobre el tema: «La acción se sitúa entre
villanos de Castilla, la clase social más envanecida de su pureza de sangre, tanto que,
considerándolo como una nobleza natural superior a la sangre azul hereditaria, tildaban
de linaje impuro no sólo a los hombres de ciudad, sino a los nobles mismos. El teatro,
espectáculo urbano o palatino, se ha burlado a menudo de estas ridículas pretensiones.
Pero nadie las ha satirizado con tan audaz ironía como Cervantes en este entremés, que
toma partido en la contienda acerca de la limpieza de sangre que desgarraba la
sociedad española.» En Asensio, Entremeses... p. 30. Cfr. Molho, cit., p. 153.

20.«...La gran mayoría del público espectador del teatro barroco, y consecuentemente de
los entremeses, era un público fundamentalmente urbano...» en FERNÁNDEZ
OBLANCA, J.- Literatura y sociedad en los entremeses del siglo XVII, Universidad
de Oviedo, 1992, p. 195.

21.En CASTRO, A.- Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alfaguara, 1966, p.
I.

22.En Molho, op. cit., p. 156.

23.En Molho, op. cit., p. 117.


24.ASENSIO, Entremeses... pp. 30-31.

25.«El miedo a pasar por judío o converso es tal que todos siguen el juego a unos
comediantes ingeniosos e imaginan un extraordinario espectáculo donde no hay nada
más que un retablo. Aunque ciertamente en este caso no se tarta únicamente de
caracterizar la figura del alcalde, lo cierto es que se insiste por parte de Cervantes en la
ridiculización de aquellas personas que por su cargo o autoridad se creían superiores, y
por supuesto, no "contaminados".» En FERNÁNDEZ OBLANCA, op. cit., p. 186.

26.En FERNÁNDEZ OBLANCA, op. cit., p. 180. Un poco más abajo, comenta: «Es una
figura en gran medida estereotipada y la gran popularidad que alcanza en el género
entremesil está íntimamente asociada al actor Cosmo Pérez, más conocido por el
pseudónimo histriónico de Juan Rana. Hasta el punto llegaba la identificación entre
este actor y la figura del alcalde cómico que parecía tener derechos exclusivos sobre
este papel.» Sobre esta última afirmación, compruébese la existencia de una figura
alcaldil en La elección de los alcaldes de Daganzo, entremés de Cervantes, con ese
mismo pseudónimo.

27.Íbid., p. 194. Unas páginas antes asegura: «La insistencia con que estos alcaldes
villanos cómicos del entremésponen de manifiesto su limpieza de sangre no puede ser
casual. (...) Nöel Salomon (...) pone de manifiesto que "el rasgo ha sido introducido
para hacer reír a un público noble de ciudades o de palacios quien, por su parte, no le
concedía la misma importancia que los villanos a la dudosa limpieza de sangre"». En
FERNÁNDEZ OBLANCA, op. cit., p. 185.

28.Molho, op. cit., p. 133. Y añade: «Así pues, el Retablo de las Maravillas es también, a
su manera, un entremés de alcaldes, en que se marca, desde un punto de vista
estrictamente literario, un afán de caricatura que, en el concepto de algunos eruditos,
sería caracterizadamente aristocrático y urbano.» (p. 134) Cfr. notas anteriores.

29.«...con frecuencia» señala en otro lugar Fernández Oblanca «son equiparables los
alcaldes con las figuras de los criados bobos. (...) De todas formas, «no se puede decir
sin más que el alcalde sea una nueva versión del bobo rural. Junto a rasgos de criado
simple encontramos otros que le diferencian.» En Fernández Oblanca, op. cit., p. 181.

30.Íbid., pp. 134-135.

31.Entremeses... ed. de E. Asensio, pp. 112-113.

32.Íbid., pp. 117-118.

33.Comenta Spadaccini a este respecto: «Los personajes-espectadores del Retablo (...) son
ridículos por su pretenciosa villanía; por su afán alineante de legitimidad y por el
carácter ilusorio del poder que han adquirido por medio de una riqueza que le ha dado
acceso al consejo del pueblo.» En SPADACCINI, ed. cit., p. 63. Cfr. Molho, op. cit,
p. 152.

34.OBLANCA, op. cit., p. 182.

35.Ver nota 12.


36.Sobre este y otros nombres del Retablo, véase Molho, op. cit.

37.Ver nota 18.

38.Señala Fernández Oblanca: «...una de las formas para establecer el tono jocoso de estas
obras desde su propia presentación era la presencia en el mismo título de dichas piezas
de nombres o términos con claras connotaciones cómicas, caricaturescas... (...) La
misma funcionalidad tendrían los frecuentes nombres de los protagonistas asociados a
ámbitos significativos alimenticios o culinarios, por ejemplo: Albondiguilla, alcachofa,
(...) Berza, Cabrahigo, Cebolleta, (...) Lechuga, (...) Repolla, Repollo...». En
Fernández Oblanca, op. cit., p. 60. Sin embargo, Cervantes no se limitará aquí con
estas ligeras connotaciones, como se verá.

39.Molho, op. cit., p. 180.

40.Véanse las páginas 180 y ss. de su estudio citado.

41.En Molho, op. cit., p. 182.

42.Íbid., p. 185.

43.Spadaccini, ed. cit., p. 65. Y añade más adelante: «La lección cervantina viene a
centrarse en la sátira de los linajes y reafirma, implícitamente, la noción humanista de
que la verdadera honra no emana de la pureza de sangre o del apellido y del blasón,
sino más bien de la capacidad o habilidad individual: cada uno es hijo de sus obras.»
Íbid., p. 67.

44.«...el agua regeneradora es lluvia, y, como todas las lluvias, fecundante, agua
espermática que impregna y fertiliza todo lo que toca.» En Molho, op. cit., p. 209. «El
único en dejarse penetrar por la lluvia espermática, que por la espalda le ha corrido
lomos abajo hasta el orificio de la canal maestra, es -como era de prever- Benito
Repollo, que su mismo nombre representativo de un vientre o sexo de mujer,
predestinaba a recibir el buen licor de la vida,» Íbid., p. 208.

45.«Precisamente por la función causal del "y por eso no podemos dejar de decir: dellos
es, dellos es", la frase afirma y confirma la propia cobardía del que habla, que,
proclamándose inadvertidamente por cobarde, se incluye el mismo entre los confesos y
bastardos, cobardes como él de una misma cobardía, inherente a su doble ilegitimidad.
De ahí qu epermanezca ciego, como todos sus congéneres, ante el retablo, lo que
prueba l aprecisión y excelencia del dispositivo de Tontonelo, y no en modo alguno
que no hay dispositivo que ver.» Íbid., p. 191.

46.Cotarelo señala que «la ridícula ojeriza del alcalde contra el menguado Rabelín y la
impetuosa llegada del furrier son dos soberbias pinceladas de maestro.» En Cotarelo,
op. cit., p. 579.

47.Spadaccini, ed. cit.

BIBLIOGRAFÍA
- Ediciones de los Entremeses:

- Entremeses, ed. de Eugenio Asensio, Madrid, Castalia,1987.

- Entremeses, ed. de Nicholas Spadaccini, Madrid, Cátedra, 1989.

- Estudios:

- Arco y Garay, R., La sociedad española en las obras de Cervantes, Madrid, 1951.

- Cotarelo y Valledor, A., El teatro de Cervantes, Madrid, 1915.

- Fernández Oblanca, J., Literatura y sociedad en los entremese del siglo XVII,
Universidad de Oviedo, 1992.

- Molho, M., Cervantes, raíces folklóricas, Madrid, Gredos, 1976.

(*) Álvaro Llosa Sanz es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto
(Bilbao)
Miembro fundador de El BaciYelmo – Asociación para la Comunicación Literaria (Bilbao)

© Álvaro Llosa Sanz 2001


Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero18/cerv_re.html

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