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Creación y Realidad - Existencia y Dios

blogdelafe Horacio Castro

Marcelo i. m. - Pepa i. m.
(Los párrafos que no corresponden a la autoría de blogdelafe son señalados precisando sus
fuentes).

Existencia y Dios / Ser.


Fe
Las inquietudes fundamentales sobre la existencia no surgen de la conducta o de un cerebro sólo
animal, ni de los genes que trasladan información biológica. Es el hombre quien indaga sobre el
ser que percibe, aproximándose parcialmente al conocimiento de cada esencia.

El ateísmo supone una existencia que es la formación y transformación- aleatoria o de curso


forzoso- de sistemas materiales sin intervención inteligente. No propone una explicación irrefutable.
Tampoco la ciencia, cuando no acepta una Creación, logra determinar porqué surgiría la
espiritualidad (otros dirán inteligencia o mente) que busca su razón de ser como tal existencia.

Existencia y Dios también se titula nuestro ensayo sobre aquello que, generalmente, se expone
como Existencia de Dios.
Es que si - como abstracción - separamos existencia del ser Dios; como la existencia es la
“realización” de la imposibilidad de la nada absoluta, encontramos que esa existencia, también
como fundamento desde la eternidad es Dios mismo.

Creación y Realidad - Existencia y Dios, trata sobre la fe católica y la metafísica cristiana al tenor
de las enseñanzas de Juan Pablo II (Encíclica Fides et ratio). Se centra en la convicción cristiana
sobre la vida temporal y su finalidad- la bienaventuranza eterna- y en que, si bien la razón permite
entender la existencia de Dios como innegable, debe ser acompañada por la comprensión y
aceptación de Su Palabra. La Palabra de Dios es Dios Hijo, el Verbo encarnado Cristo Jesús.

“El hombre necesita a Dios; de lo contrario, queda sin esperanza (De la Encíclica Spe Salvi -
Salvados por la esperanza - de Benedicto XVI)”.

No hay relación de causa-efecto sin razón o fundamento.

Dios nos crea sustancialmente amándonos. No se desprende de Su naturaleza o sustancia divina


sino que crea nuestro ser de naturaleza humana, también espiritual y eterno.
Participándonos de su amor, nos otorga realidad sustancial. Nuestra consistencia en Dios, según
palabras de Manuel García Morente.

Así como en el amor de Dios tenemos el fundamento sobrenatural de nuestra existencia, nuestra
conciencia de libre albedrío es posible en el medio coherente que Dios nos da a percibir como
tiempo y espacio.
Hasta la bienaventuranza por Su gracia, con nuestra divinización en el Espíritu Santo,
cumpliéndose el proyecto de Dios al hacernos eternamente de su especie. [Desde el siglo II, San
Irineo de Lyon osaba afirmar: «El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Hijo de
Dios (Contra las herejías, III, 10, 2»).
El deseo del creyente es que Dios nos habite por medio de su Espíritu «que se une al nuestro»
(Romanos 8,16), pues «estar unido al Señor es ser un Espíritu con él» (1 Corintios 6,17). Del
artículo 8527 de www.taize.fr/es].
Creación y Realidad - Existencia-y-Dios, es una exposición sobre las limitaciones de las ciencias
refiriendo su falta de completitud, que impiden comprender- a quienes rechazan la fe- que lo
verdadero puede parecer indemostrable, en las circunstancias necesarias, según el plan de Dios.

Recomendamos la lectura de ‘Existencia y Consistencia’ (Lección IV) y ‘El problema de Dios’


(Lección XXV) en “Lecciones Preliminares de Filosofía” de Manuel García Morente (Universidad de
Tucumán 1937; Editorial Lozada S. A., Buenos Aires; Editorial Porrúa, México 1971 y
www.filosofia.com.mx).

Realidad es el conjunto de lo que existe. Si definimos cosa a lo que existe (cada ente, aquello que
tiene ser o puede ser) o que puede concebirse como existente, significamos con el término
existencia “que la cosa es”, con ser “lo que hace que la cosa sea lo que es”, con esencia “lo que la
cosa es" o forma, con sustancia lo que tiene su ser o realidad en sí y no en otro (sustancia es el
modo fundamental del ser que es ser "en sí"; mientras que el modo de ser en otro es, por ejemplo,
como accidente de cualidad física un color, que sólo es si está en otro ente porque no existe un
color por sí solo sino que siempre será el color de algo). Dios da el ser, (que Parménides explica
diferenciado del mero devenir), por lo que el origen de la sustancia primera de cada cosa, de cada
individuo, es sobrenatural. Lo percibido naturalmente, es la sustancia segunda o esencia, y sus
accidentes. Naturaleza es la esencia específica de los entes.

Nos parece oportuno insertar aquí que Santo Tomás, al explicar sobre la Eucaristía dice que “se da
este sacramento, como alimento sobrenatural, bajo las especies de aquellas cosas que los
hombres usan con más frecuencia para el alimento corporal, y tales son el pan y el vino”. La
transubstanciación es sobrenatural, por lo que aunque la substancia en la hostia y el cáliz pasan a
ser, con Su presencia real el cuerpo y la sangre de Cristo, continúa la apariencia material de las
especies del pan y del vino. No hay una transformación natural como sí la hay en el proceso de
desintegración del uranio hasta convertirse en plomo.

Sobre Dios, las referencias a: su Existencia, “que existe por sí mismo o el hecho de ser
absolutamente por tratarse de Él”; su Ser, “que hace ser” (Causa Primera y Eficiente de todo lo
existente en la creación); su Sustancia, “en toda su perfección existe por sí mismo”; y su Esencia,
“lo que es”; están mutuamente implícitas.
Por la teología negativa comprendemos que Dios es espíritu. Decimos que es espiritual por
“inmaterial e infinito” en Su perfección. Dios es “inextenso”. No es aplicable a Él ninguna idea de
extensión en su naturaleza divina, siendo la Persona del Hijo nuestro modelo con su otra
naturaleza humana. En su simplicidad Dios es una sustancia, Jesús (el Hijo como verdadero
hombre) también es Dios en la misma naturaleza divina.

La serie de números naturales ‘es’ infinita pero se trata de que siempre podemos concebir un
siguiente número y esta posibilidad define el ‘infinito potencial’. Dios es infinito en acto y Santo
Tomás de Aquino enseña que se ha de entender infinito solamente con sentido negativo, porque
no hay término ni fin en su perfección, sino que es el ser perfectísimo. En este sentido, por lo tanto,
se debe atribuir a Dios la infinitud.

Durante los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia nos legan la comprensión del
dogma de la Santísima Trinidad. El Ser de virtudes como Existencia primigenia, se identifica con la
Persona del Padre. El Verbo es el Hijo eterno del que somos a imagen y semejanza, Encarnado
para salvarnos con la Gloria eterna en el amor del Espíritu Santo. El Hijo se entrega a su Pasión
por nosotros, es Dios que sufre con nosotros, creando nuestra perfección espiritual posible (ver Rm
8,17). En las relaciones de origen de las tres personas divinas, el Padre- origen sin origen-
engendra eternamente al Hijo, y el Padre y el Hijo espiran eternamente el Espíritu Santo, el amor
infinito por el cual somos creados.
Si bien la esencia de Dios nos resulta incomprensible, el conocimiento natural que alcanzamos es
verdadero. En este conocimiento encontramos una relación de semejanza entre el Creador y la
realidad de la creación y elevamos hasta el infinito las perfecciones- de las criaturas- al
atribuírselas a Dios a la vez que negamos toda imperfección. Dios sigue siendo incomprensible,-
para toda mente creada-, también en estado de elevación sobrenatural en la bienaventuranza
eterna, pero puede “ver lo infinito aunque no de manera infinita”.

La esencia es la inteligibilidad de la existencia. Nuestra esencia- lo que somos existiendo- es por


recibir el ser. Así, Dios, participándonos de su amor, nos otorga realidad sustancial para amar
eternamente.
Somos creados a partir del Verbo, en el amor mutuo del Padre y el Hijo. Nuestra realidad
sustancial es para amar, sin poseer con infinitud ningún atributo divino.
Dios nos crea sustancialmente amándonos. No se desprende de Su naturaleza o sustancia divina
sino que crea nuestro ser de naturaleza humana también espiritual y eterno.

La materia sensible es idea de Dios para la sensación y la inteligibilidad temporales. La materia


está subordinada absolutamente a la espiritualidad de Dios. Todo es coherente con la exterioridad
a Dios de su creación, aunque “todo en Dios” como en la relación de efecto y causa y su voluntad
para crear desde nada. La nada de Dios o el no ser.
Carece de lógica imaginar a Dios - materializándolo con espacio y tiempo – como el continente o
contenido de su creación. Vivir “por y en” el amor de Dios finalmente nos une a Él en la
bienaventuranza.

LIBRE ALBEDRIO

Así como no dudamos de nuestra existencia, sabemos que ejercemos una libertad posible para
elegir sobre nuestros deseos y tomar decisiones. Podemos resolver sobre nuestras cuestiones
morales y materiales. Pero nuestra elección no asegura una consecuente realización.
Filósofos y científicos siguen preguntándose qué es el libre albedrío, si realmente lo tenemos o es
una ilusión. Hay quienes como William James (siglo XIX), niegan la predeterminación de nuestras
decisiones. “Michael Silberstein, un filósofo de la ciencia del Elizabethtown College en Pensilvania
opina: ‘Si la gente se espanta ante ideas como la evolución, ¿cuánto más si les dicen que no son
más que sofisticadas máquinas de carne?’

Daniel C. Denté, un especialista en cognición de la Tufts University que escribió sobre el libre
albedrío, señala que ‘cuando consideramos si el libre albedrío es una ilusión o una realidad, nos
asomamos a un abismo. Aparentemente, lo que tenemos ante nosotros es una inmersión en el
nihilismo y la desesperanza’.

Mark Hallet, un investigador del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos, declara: ‘El libre
albedrío no existe. Es una percepción, no una fuerza ni un motor. La gente experimenta el libre
albedrío. (Siente que es libre). (Pero) si se lo analiza, se toma conciencia de que no es así’.

La definición tradicional del libre albedrío sostiene que los seres humanos son agentes morales
libres cuyos actos no están predeterminados. Las elecciones que se toman no son forzosas y
podrían haber sido diferentes, pero no se trata de azar.

‘A muchos eso les parece incoherente’, dice el doctor Silberstein, que destaca que todos los
sistemas físicos estudiados resultaron ser deterministas o producto del azar. ( ) Un voto a favor del
libre albedrío llega del lado de los físicos, que sostienen que es una condición para la creación de
teorías y la planificación de experimentos.

¿Pero hay alguna prueba de la existencia del libre albedrío? En los años ’70, el fisiólogo Benjamín
Libet de la Universidad de California, San Francisco, estudió con electroencefalogramas a un grupo
de voluntarios. Les pidió que hicieran movimientos caprichosos tales como presionar un botón o
levantar un dedo. Las señales cerebrales asociadas a tales actos tenían lugar medio segundo
antes de que la persona tuviera conciencia de la decisión de realizarlos. El orden de las actividades
cerebrales parecía ser la percepción del movimiento y luego la decisión, y no al revés. ( ) El doctor
Wegner considera que el libre albedrío ‘es una ilusión, pero una ilusión muy persistente’, y la
compara con el truco de un mago: ‘Por más que uno sabe que es un truco, siempre cae en el
engaño una y otra vez’.” (Dennos Overbye, en The New York Times reproducido en “Clarín” el 13
de enero de 2007).

Para ubicar el experimento del fisiólogo podemos recordar- a modo de analogía- que la estructura
del lenguaje humano se corresponde con la formulación de nuestro razonamiento (ver el innatismo
que Descartes explica como propio de la naturaleza humana desde que el hombre fue creado, la
gramática universal congénita según Noam Chomsky y a L.S. Vigotsky sobre lenguaje y
pensamiento). San Gregorio de Nisa- siglo IV- encuentra que el hombre se define esencialmente
por poseer el pensamiento y la palabra. Quizá haya una preconciencia en la utilización del
lenguaje, donde decidimos como decimos lo que en “ese” instante vamos queriendo decir. Las
palabras son decididas en el mismo instante o en el inmediatamente previo, pero a menudo, en el
lenguaje oral antes tenemos conciencia de proferirlas aunque “ya estaban dichas y articuladas”.

El determinismo a ultranza se traduce en varias hipótesis filosóficas, religiosas, científicas y


mitológicas, de “eterno retorno”. Sus ciclos cósmicos ya fueron propuestos por antiguos estoicos
griegos (siglo IV a de C.) y en 1871 por Luis Auguste Blanqui en “La eternidad por los astros” (hay
una edición de Colihue en 2005). Muy distinta es la versión de eterno retorno de Nietzsche, quien
postula que cada ser humano - como norma de “salvación” temporal- viva haciendo las cosas que
desearía repetir infinitamente.

Acordes con la doctrina cristiana afirmamos que, el libre albedrío no es una ilusión sino la elección
de desear (decidir) que acontezca algo con consecuencias materiales y/o espirituales. Es la gracia
de Dios la que mueve y excita el libre albedrío, desde la mejor elección para que lo invoquemos,
pues el hombre no puede nada bueno sin Dios. “Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído
en él: Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad,
y la verdad os hará libres” (San Juan 8,31-32).
“No puede definirse la libertad sin su último fundamento, la Verdad. Somos creaturas, recibimos
nuestro ser, somos finitos y contingentes, nuestra voluntad es aún imperfecta. Pretender vivir como
seres autónomos, autosuficientes, sólo nos conduciría a la infelicidad, a la esclavitud. Esto es lo
que ocurre a quienes confunden libertad con dominio de todos, sin someterse a nada ni a nadie.
San Agustín nos previene contra esta falsa definición de libertad colocándola junto a los restantes
bienes temporales, que nunca lograrán saciar nuestro deseo de felicidad” (“Interioridad
agustiniana: una de las fuentes de la gnoseología cusana” por Alexia Schmitt).

Simone Weil (1909-1943) filósofa de origen judío y cristiana por convicción, se refiere también al
libre albedrío en su trabajo ‘Ciencia y percepción en Descartes’ (“Sobre la ciencia”, Ed. El Cuenco
de plata, 2006). Asume la palabra de “un Descartes resucitado” e imagina que este pensador,
sumergido en el caos del placer y el dolor- es decir en las sensaciones (no en los sentidos)- no
descubre la duda, sino su ‘potencia’: “Puedo, luego soy”. La única potencia de la que puede estar
seguro es su libertad ( ). M. del Carmen Rodríguez. La Nación 11/2/2007.

El hombre no es creador- ni siquiera temporal -y nuestro libre albedrío no está por encima de la
voluntad de Dios. En el plan divino de creación infinita para la vida eterna, están comprendidas (ya
en Su Presciencia) todas las clases de posibles alternativas naturales.

En su metafísica Leibniz supone que cada vida individual corresponde a mónadas (sustancias)
espirituales- para toda percepción aun la histórica- creadas (“concebidas” por Dios) como
realizaciones independientes y sincronizadas. Según esta doctrina, Dios es la Mónada Suprema-
increada- y gobierna a las mónadas individuales con sucesos que sincroniza en armonía
preestablecida. Leibniz presenta la armonía preestablecida compatible con la libertad, como un
determinismo contingente en el que Dios (Primera Causa Eficiente) también actúa mediante las
causas segundas (1).

El hombre es creado por Dios y tiene sustancialidad- exclusivamente- por participación de Su


amor. Lejos de un determinismo paso a paso en la naturaleza, también entendemos que cada vida
se desarrolla con el condicionamiento de alternativas que- como probabilidades -finalmente
aseguran su culminación gloriosa. En la bienaventuranza eterna; única finalidad del hombre en la
plenitud de su verdadera sustancialidad.

La única mejor elección con nuestro libre albedrío es rogar la gracia divina para nuestra perfección.
La perfección espiritual también puede alcanzarse en estadios de la muerte (aunque es un proceso
irreversible no corresponde a un instante), con el arrepentimiento, y aun con la expiación de los
pecados luego de cada juicio particular. Jesucristo llega al corazón de todos, aun de quienes
todavía no lo conocieron. El plan de Dios se cumple absolutamente.

Nota (1): En la correspondencia con el teólogo Antoine Arnauld (1612-1694), Leibniz (1646-1716)
afirma que comprendiendo su metafísica se comprende la Santísima Trinidad. En su Monadología
Leibniz podría decir que la armonía establecida desde la eternidad, en las Tres Personas, es la
Naturaleza Divina. Leibniz también explica que las mónadas al mismo tiempo espirituales y sin
hacer contacto entre sí, tienen una gradación cualitativa en su información material. Esta consiste
en una materialidad decreciente desde las mónadas de jerarquía más baja, pasando por las de
espiritualidad predominante del hombre hasta la absolutamente espiritual de Dios. Pero la
materialidad decreciente que propone Leibniz se limita a su percepción y en su sistema la
naturaleza aparece animada en un panpsiquismo.
En las cartas dirigidas a Arnauld es evidente que Leibniz-, sincero promotor del ecumenismo,- con
su sistema de mónadas y doctrina de la armonía preestablecida, procuraba ser coherente con el
dogma católico de la Predestinación con una visión filosófica y científica. Muchos consideran a este
admirador de san Agustín y de Santo Tomás, el sucesor de Aristóteles.
Los méritos para la Salvación son por la gracia de Dios destinada a sus elegidos. “Creación y
Realidad” trata este dogma en el título “A modo de conclusión”.

George Berkeley (1685-1753) casi contemporáneamente a la obra metafísica de Leibniz, afirma


que la realidad es espiritual. La del ser humano y la de Dios. “El fundamento de la noción de
existencia se halla en la noción de percepción. Berkeley llega con ello a formular su tesis: ‘Esse est
percipere et percipe’, Ser (existir) es percibir y ser percibido” (Dic. de Filosofía, de Ferrater Mora).
El mundo sensible es así un conjunto de ideas en cuya cima se halla Dios como productor y
ordenador, creador de esa regularidad que nos presenta como una naturaleza distinta de Él. La
teología de Berkeley enfrenta a dos creencias contrarias al cristianismo: la que supone a Dios
como pura trascendencia, incomunicable, lejano y ajeno al mundo, y la que lo ve como pura
inmanencia presente en las cosas, confundiéndolo con el mismo universo.

POSTULADO DE INDETERMINACIÓN EN EL ESPACIO Y TIEMPO


Extraído del artículo sobre Carl Friedrich von Weizsaecker (1912-2007) en Tendencias21.net , obra
de Miguel Lorente Catedrático de Física en la Universidad de Oviedo.

Carl Friedrich von Weizsaecker ha sido un humanista hasta el siglo XXI, que supo armonizar sus
profundos conocimientos de física con la filosofía, la política y la religión.

Con motivo de los 90 años de C.F. von Weizsaecker, se publicò un libro que resume sus
descubrimientos en física nuclear y astrofísica, su reconstrucción de la mecánica cuántica como
disciplina más apta para conseguir la unidad de la ciencia, y su actividad política, a partir sobre
todo de su participación en el Uranium Club durante la segunda guerra mundial, que derivó hacia
una actitud más crítica a favor del desarme y de la destrucción de las armas nucleares.
Los profesores Castell e Ischebeck han recogido en un libro publicado por la editorial Springer, las
aportaciones de Weizsaecker a la Física, a la Filosofía de la Ciencia y de la Naturaleza.

A pesar de su familiaridad con la teoría cuántica que supo aplicar con éxito a los procesos
nucleares de las estrellas, Weizsaecker permaneció insatisfecho con dicha teoría cuántica tal como
se presentaba. De Bohr aprendió a no conformarse con un formalismo matemático y a apoyarse en
los fenómenos para llegar a una interpretación física de la teoría. En su obra “Quantum Theory and
the Structure of Space and Time”, Weizsaecker parte de los hechos que son representados por
partículas aisladas y de las posibilidades de estos hechos. Con estos elementos construye la teoría
concreta que describe hechos reales y la teoría abstracta que está constituida por observables,
estados y probabilidades.

La estructura del espacio y el tiempo se reduce a la teoría cuántica de simples alternativas. Para
Weizsaecker, el uso de alternativas discretas (experimento sí/no) está justificado por la
observación de que sólo podemos conocer un número finito de hechos.

La finitud es un atributo de los fenómenos actuales. La continuidad por el contrario, parece ser un
atributo del espectro de posibilidades. Esta respuesta clara de Weizsaecker se basa en dos
hipótesis fundamentales: primera, el número real de hechos actuales es finito; segundo, el número
de posibles alternativas en el futuro para estos objetos es siempre infinito, debido al carácter
probabilista de la mecánica cuántica.

Uno de los aspectos mas importantes de la rica personalidad de Weizsaecker es su conocimiento


de la teología cristiana, a la cual ha dedicado varios libros y conferencias, pero sobre todo, su
interés por poner en contacto la ciencia y la religión en sus aspectos éticos y teológicos.

Por esta actividad recibió en 1989 el premio Templeton, “por su trabajo en explorar la intersección
de la física, cosmología y teología, que le han colocado en la frontera del diálogo entre religión y
ciencias de la Naturaleza”.

Para acabar esta breve semblanza de Carl Friedrich von Weizsaecker, recordemos una cita del
filosofo y codirector del Instituto Max Planck de Starnberg, Jürgen Habermas, que había subrayado
con tinta roja el siguiente párrafo de la obra de Weizsaecker “La Unidad de la Física”: el último
fundamento de la posibilidad de los hombres para vivir juntos no es la moralidad, sino el amor
( http://weblog.maimonides.edu/gerontologìa2006/ ).

El mundo según Demócrito (siglo V a.J.C.) consta de infinitas partículas indivisibles (“átomos”),
compactas, inmutables que se diferencian entre sí por la figura, por el orden, y por la posición.
Para Demócrito en todo lo existente no hay causas extrínsecas, ni Dios, ni inteligencia universal,
sino el azar y conveniencia.

Leibniz afirma que "no hay en la naturaleza dos seres reales y absolutos indiscernibles entre sí”.
En los átomos básicamente idénticos de los elementos, se cumple este principio leibniciano, donde
además se diferencian en sus estados energéticos. En esta coherencia necesaria para la
naturaleza es posible la transferencia, con luz portadora, de los estados quánticos (como
información) de átomos originarios a otros que hacen las veces de contenedores.

En Grecia, hacia el siglo VI a.J.C., el pensamiento racional levanta- frente al mito- una nueva
manera de representarse la realidad que deja a un lado los relatos. Las intuiciones básicas
con que echa a andar el pensamiento racional son las siguientes:

- Que un orden necesario, inteligible e impersonal (cosmos) rige el universo. La


arbitrariedad es sustituida por la idea de necesidad, esto es, por la idea de que las cosas
suceden como tienen que suceder, de acuerdo con su esencia o naturaleza.
- Que tal orden puede ser descubierto por el hombre en el uso de su palabra. Es decir, que la
ley (logos) que rige el mundo y el logos como razón-palabra, son un mismo logos.
( ) Con Parménides la Physis (naturaleza) pierde su sentido esencial dinámico y es sustituida por la
noción más abstracta de "ser" ("ontos"). ( ) “El ser existe y es imposible que no exista” (“Del mito al
logos”. Acacia.pntic.mec.es.htm).

Parménides identifica el pensar con el ser, lo real con el pensamiento.


Sócrates y Platón adhieren al “finalismo” (inicialmente propuesto por Anaxágoras) convencidos de
la intervención de una inteligencia suprema orientada a una finalidad. A partir de ellos se distingue-
de la naturaleza y de Dios- al hombre con la individualidad de su alma.
La filosofía griega se dirige a su encuentro con el Evangelio.

San Justino (100), mártir, es el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las
personalidades más nobles del cristianismo primitivo. Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la
antigua Siquem. De padres paganos y origen romano, pronto inició su itinerario intelectual
frecuentando las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. Llegado a Roma fundó la
primera escuela de filosofía cristiana.
Según su discípulo Taciano, a causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que
comparecer ante el Prefecto de la Urbe y, por el solo delito de confesar su fe, fue condenado con
otros seis compañeros (entre ellos una mujer) a muerte, probablemente en el año 165. Se
conserva el relato conmovedor y auténtico de su martirio, basado en actas oficiales.

Flavio Justino representa al iniciador y prototipo de una postura favorable frente a la filosofía
pagana. Señala que el cristianismo ha de asumir la historia desde sus inicios, y afirma que todo lo
que de verdad se haya dicho anteriormente "nos pertenece". De ahí que concluya que muchos de
los aspectos de la filosofía de Platón y los Estoicos, Peripatéticos y Pitagóricos, no son algo
extraño al pensamiento cristiano. Llega a afirmar, incluso, que Sócrates conoció, aunque no de un
modo pleno, a Cristo a través de su razón y de esa forma, aunque de un modo misterioso,
participaría del Verbo (Cristo). Justino, interpretando el evangelio de Juan, identifica al Logos
mediador ontológico con el Hijo eterno de Dios, que recientemente se ha manifestado en Cristo,
pero que había estado ya actuando desde el principio del mundo.
De esta forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan universal e histórico de
salvación, lo mismo las instituciones judaicas que la filosofía y las instituciones naturales de los
pueblos paganos. Así resuelve uno de los problemas de la teología en su época: el de la relación
del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Ambas son praeparatio
evangelica, estadio inicial y preparatorio de un plan salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.

Esta doctrina sobre el Logos tiene aún otro significado para Justino. El Logos en toda su plenitud
sólo se manifiesta en Cristo, pero de una manera tenue estaba ya en el mundo, pues en cada
inteligencia humana hay una semilla del Logos, capaz de germinar. De hecho, germinó en los
profetas del pueblo de Israel y en los filósofos griegos; y por este origen común, no puede haber
contradicción entre el cristianismo y la verdadera filosofía; con mayor razón, dice, puesto que
Moisés fue anterior a los filósofos, y éstos tomaron sus verdades de él.
Erróneamente, la identificación que hizo Justino del Logos con el mediador ontológico entre el Dios
supremo y transcendente y el mundo finito a la manera en que era postulado de los filósofos, dio
lugar a la concepción del subordinacionismo y finalmente a la herejía arriana que pretendió negar
la divinidad de Jesucristo (mercaba.org).

El principio de incertidumbre enunciado por Werner Heisenberg afirma la imposibilidad de efectuar


simultáneamente más de una medición precisa sobre el comportamiento de una partícula. Como
ejemplo: cuando se determina la posición de un electrón no puede determinarse simultáneamente
su velocidad. La condición que permite observar o concretar esa medición, impide otra medición
simultánea.

También es imposible proyectar al futuro el suceso que se está midiendo.


Este principio no trata exactamente sobre la probabilidad de que algo vaya a suceder.
La probabilidad de un suceso, concierne a las alternativas posibles que se cumplen o no se
cumplen, excluyendo las imaginarias.
La incertidumbre es sobre la medición total del hecho presente.
La probabilidad es sobre la continuidad o el futuro que sigue en relación a ese hecho.

El estado probabilista de las partículas no se traslada de manera directamente proporcional a todas


las cosas.
En la naturaleza encontramos condicionamientos evidentes, inteligibles o previsibles -por ejemplo-
en el tamaño de las estrellas, en algunos fenómenos y en la duración promedio de la vida de los
integrantes de la misma especie.

El libre albedrío del hombre también opera en la probabilidad que presentan las alternativas
naturales. Su libertad de elección interacciona con las contingencias naturales e históricas. Esta
interacción- en su finalidad sobrenatural- es acorde con el plan de Dios.
Para Leibniz la verdadera libertad consiste en identificar los propios deseos con los del Logos. La
libertad, pues, es plantearse la vida en plena sintonía con el Logos.
Nuestra creación es para la vida eterna.

Identificar al ser creado con cuerpo sensitivo y alma espiritual con un mundo sensible que lo
acompaña eternamente, constituye una pseudo-idea. Conforma parte de lo imaginario sin
fundamento en la Verdad Revelada. Únicamente este ser, es creado para la eternidad de la
bienaventuranza, donde no lo acompaña el mundo temporal.

El libre albedrío en la naturaleza tiene consecuencias para la sobrenaturaleza.


Aunque lo prevé, Dios no quiere el pecado, simplemente lo permite, y con misericordia juzga
nuestra gradualidad en el pecado y elige a los que predestina a la gloria eterna. Su gracia nos hace
rogar que nos cuente entre Sus elegidos.
Así como no hay predestinación divina para condenas eternas, Dios libremente concede milagros a
quienes imploran su gracia, lo aman cumpliendo sus mandamientos y se arrepienten de sus
pecados.

Existencia. Materia.
EL PRINCIPIO DE RAZÓN SUFICIENTE
Gottfried Wilhelm von Leibniz en su doctrina de la armonía preestablecida donde el mundo es el
mejor mundo posible al reconocerlo así el entendimiento de Dios y realizarlo por Su voluntad (*),
expone el principio de razón suficiente. “Nada es sin una razón suficiente”. La ley de razón
suficiente permite establecer que "las cosas o los acontecimientos son reales cuando existe
suficiente razón para su existencia". Esta es una ley fundamental del pensamiento, al igual que una
ley primaria del ser. (William Turner, en The Catholic Encyclopedia.Trad. Hancil y J. Algara Cossio).
“Nihil est sine ratione”,“nada es sin razón”. El principio tiene otra formulación: “omne ens habet
rationem”, “todo lo que es tiene una razón”.
La obra de Leibniz nos permite ver la asociación lógica que también significa que “no hay relación
de causa-efecto sin razón o fundamento”.

Para Leibniz “hay en la naturaleza una razón por la cual algo existe antes que nada", y esa razón
debe estar en algún ente real o en su causa. Por lo tanto una causa primera debe existir, a la que
se llamará Dios.
El Ser en tanto razón que funda, no tiene causa, porque la razón suficiente de la existencia de Dios
es su misma naturaleza.
El principio de razón suficiente no es aplicable con valor de anterioridad al ser que es Dios por sí
mismo.

“No es lo mismo no tener su causa en sí mismo y no tener su razón de ser en sí mismo. Lo primero
nunca ocurre, porque sería contradictorio. Lo segundo ocurre en Dios, de lo contrario nada tendría
razón de ser, porque se retrocedería justamente al infinito.
La causa es la razón de ser de un ente contingente, y por tanto, siempre es algo distinto de aquello
de lo que da razón, porque el ente contingente, por serlo, no puede tener en sí mismo su razón de
ser.
En cambio, es verdadero el principio que dice que "todo tiene razón suficiente", y por tanto,
también Dios.
Lo que no tiene es causa, porque la razón suficiente de la existencia de Dios es su misma Esencia
o naturaleza, que se identifica con el Ser mismo subsistente.
Es decir, la existencia en Dios no es algo causado, porque es una característica intrínseca, una
propiedad de la misma naturaleza o esencia, más aún, es la Esencia divina misma. Y ésa es la
razón suficiente de que Dios exista.
De lo contrario, habría que decir que Dios no tiene razón de ser, o sea, que existe "porque sí", pero
nada puede ser "porque sí", porque en ese caso no haría falta más para ser que para no ser, y
entonces, sería lo mismo ser que no ser. (Néstor Martínez el 01/11/13 11:13 AM en ‘Las 5 Vías de
Santo Tomás para la demostración de la Existencia de Dios’)”.

Leibniz al comentar su visita a Spinoza en 1676, hablando del principio de razón, dice que el
mismo también se enuncia como que "nada existe sin que una razón suficiente de existencia
pueda ser brindada".

El principio de razón suficiente queda falseado si únicamente se emplea en la explicación de


fenómenos.
El concepto de existencia es incierto si se lo refiere exclusivamente a la materia.
Si bien, ser y razón o fundamento son la misma cosa e inseparables, no son intercambiables. Son
unidad absolutamente necesaria.
Pero si como abstracción separamos existencia del ser Dios; como la existencia es la “realización”
de la imposibilidad de la nada absoluta, encontramos que esa existencia, también como
fundamento desde la eternidad es Dios mismo.

(*): La proposición del mejor mundo posible creado por Dios (no exclusivamente por la
perfección de la naturaleza divina) resultaría de que ante un infinito número de mundos
buenos posibles, Dios no elige entre una infinidad de mundos menos buenos y elige el
mundo con razón suficiente para crearlo entre una cantidad infinita de mejores mundos
posibles, donde cada mejor versión remplaza y mejora en alguna medida la anterior, hasta
no presentar diferencia lógica significativa con otros mejores mundos y ninguna de grado
para su plan. La cantidad infinita de ‘mejores’ versiones lo serían finalmente para una
partícula o ínfima fracción de un suceso universal y menor aún, hasta no tener ‘dimensión’
alguna que las diferencie para el plan perfecto de Dios.

Los próximos cuatro párrafos corresponden a comentarios que enviamos y fueron respondidos por
Néstor Martínez en su blog “No sin grave daño” (3/03/2018).

La Causa Primera de nuestro conocimiento moral es sobrenatural. Así también el pensamiento


válido y las causas naturales están subordinados a los principios filosóficos (metafísicos y éticos
inclusive), lógicos y matemáticos, que conforman y se comprueban temporalmente, en distinta
medida, en nuestra razón y conciencia. El razonamiento lógico ‘valido’ no puede reducirse a un
proceso material. La gravedad universal, como causa de atracción o movimiento (a partir de la
masa) de los cuerpos, es distribuida en superficie e intensidad, según la ley del cuadrado inverso,
que es gobernada por la matemática supramaterial. Además, la matemática excede absolutamente
la realidad material que percibimos. Tanto es así, que la matemática como realidad supramaterial,
persistiría en la sabiduría y conocimiento de Dios aunque desapareciera toda la materia

Dios no tiene una causa para su existencia que tendría que ser absurdamente extrínseca a Él, pero
si tiene razón suficiente en sí mismo para ser Dios (incausado). Razón suficiente de ser Su
naturaleza divina. Cada razón suficiente asocia finalidad. Y existe una concatenación jerárquica en
las causas. En la atracción gravitatoria la causa inmediata es la masa (cantidad de materia) de
cada cuerpo. Esto es cierto según la experiencia, pero no ‘explica’ la gravedad. ¿Qué es la
gravedad? Sabemos cómo se comprueba y que hace unir o atraer entre sí trozos de materia. Pero
todas las comprobaciones materiales no dan la razón suficiente para ser la gravedad, sin la cual el
universo no tendría una forma como percibimos.

Si bien nada puede ser sólo porque sí- pues todo obedece a una razón- se entiende que todo
tenga razón suficiente no quiere decir que siempre podamos saber cuál ni cómo es. En el caso de
la gravedad llamamos razón suficiente a lo que comprobamos como ‘gravedad’ que funciona, por
ejemplo, en el movimiento de los astros. Dios como Causa Primera es el que da razón suficiente de
toda su creación. ¿Dios inmutable y creador? Es que en el plan de Dios Su infinitud comprende
toda la dinámica de su creación. El mundo sólo puede derivarse necesariamente de Dios, supuesto
en Dios el libre acto creador, y la razón suficiente de éste, como ya dijo San Agustín, es: "Quia
voluit": porque Quiso.

Los entes matemáticos no existen fuera de las cosas mismas o de la mente divina y de las otras
creadas. Como entes están (pueden estar) en acto como inteligibles es nuestras mentes. Por Dios
son razón suficiente de ser, en cosas como la distribución e intensidad de la gravedad,
determinada por la relación matemática donde “la superficie de la esfera aumenta al cuadrado de
la longitud del radio”. Esto estaba en potencia para nuestro entendimiento hasta Newton, pero la
Causa de este conocimiento es sobrenatural. Hay variedad de ejemplos, pero el de la ley del
cuadrado inverso es de particular importancia (bastante ignorado) para ir comprendiendo la
organización de la materia, como por ejemplo permite la fórmula de Einstein de conversión de
masa en energía, y sus corolarios, respecto a la ‘velocidad’ de la luz al cuadrado (que no significa
superar enormemente la velocidad de la luz sino que es como una película en reversa de la
expansión de la energía a generar). En Dios no es contradictorio su conocimiento de ‘todos’ los
entes y relaciones matemáticas, que aunque infinitos ya están definidos, y no pueden ser de otra
forma (son verdades de razón).

Kant aplica la expresión “juicios ‘sintéticos a priori’ al conjunto de conocimientos que, por
un lado, son a priori, esto es, independientes de la experiencia y, por otro, se refieren a la
experiencia, no siendo meramente explicativos (de las palabras), sino extensivos (del
conocimiento). Kant adopta, en principio la división de los juicios, o enunciados, según las
dos clases establecidas por aquella época: relaciones de ideas y cuestiones de hecho
(Hume), y verdades de razón y verdades de hecho (Leibniz). Llama a unas juicios analíticos
y a las otras, juicios sintéticos.

“Los juicios analíticos son aquellos en los que el predicado pertenece al sujeto, o está
incluido en él, y cuya verdad puede establecerse con independencia de la experiencia, por
simple análisis de sus términos (a priori); comunican por lo mismo un conocimiento
universal y necesario. Su fundamento es el principio de identidad; por esto se dice que su
negación es imposible.

Los juicios sintéticos son enunciados cuyo predicado no pertenece al sujeto, y por lo
mismo no está incluido en él, y cuya verdad, o el hecho de que el predicado se relacione con
el sujeto, depende de lo que sucede en la realidad (a posteriori), no del significado de los
términos; por lo mismo, constituyen enunciados llamados contingentes, que no son ni
universales ni necesariamente verdaderos y su negación es conceptualmente posible. Los
juicios sintéticos, por ser a posteriori, son extensivos, amplían el conocimiento, pero no son
ni universales ni necesarios.

Los «juicios sintéticos a priori» son, según Kant, una clase intermedia de juicios a priori que
a la vez amplían el conocimiento por ser enunciados sobre la experiencia, necesarios en las
ciencias pero imposibles en la metafísica (mercaba.org/DicFI/juicios_sinteticos_a_priori)”.

Resumiendo, para Hume los juicios analíticos son a priori como relación de ideas y los juicios
sintéticos son a posteriori como verdades de hecho. ‘Un todo es mayor que sus partes’, es analítico
y es a priori, universal y necesario. ‘La recta es la distancia más corta entre dos puntos’ entonces
es un juicio analítico, pero no para Kant para quien el predicado no está contenido en la noción de
sujeto (analítico) y para diferenciarlo de un juicio sintético a posteriori lo denomina juicio sintético a
priori. Sin embargo es cierto que no existe necesidad de deliberación ni comprobación alguna para
determinar, como Leibniz, que ‘la recta es la distancia más corta entre dos puntos’ es una verdad
de razón (ver capítulo ‘Creación y Realidad’).

Para el conocimiento de las matemáticas, Dios nos predispone con la intuición (en un
teorema lo nuevo puede ser la demostración de la negación de la hipótesis), en modo
análogo al de la ley natural con las éticas eternas y al de los principios lógicos.

Lo expuesto por Kant permitiría concluir que los juicios matemáticos son todos sintéticos.....y que
sus proposiciones son siempre juicios a priori ya que conllevan necesidad..... Así la proposición
7+5=12 no sería una simple proposición analítica, que se sigue, de acuerdo con el principio
de no contradicción, del concepto de suma de siete y cinco, porque el concepto de suma de siete
y cinco no contiene otra cosa que la unión de ambos números en uno solo, con lo cual no se
piensa en ningún número único que sintetice a los dos en el concepto de 12.
Ahora bien, que se entienda, antes o después de algún proceso intelectual, porqué 7 + 5 es igual a
12, no significa que pudiera ser de otra manera. No se desarrolla nada nuevo; en 7+5 estaba
implícito el único resultado posible 12 aunque previamente se hubieran descompuesto y sumado
los números en sus equivalentes. Se trata de un juicio analítico.

Para este ensayo lo destacable es la condición también sobrenatural de las matemáticas.

Hay información eternamente determinada en la realidad matemática sin necesidad de soporte


material. Tal es el caso de cualquier combinación de números- que resulta de la sucesión como
cifras decimales- ya determinada matemáticamente en ciertos números irracionales (por ej. Pi). No
es necesaria la comprobación experimental por el hombre para lograr que, cualquier objeto
matemático- aritmético o geométrico- sea resultado de una operación posible y/o antecedente
lógico de otros objetos de su misma naturaleza. No hay necesidad de mundo sensible.
En la progresión numérica, vemos que los números primos son más difíciles de encontrar a medida
que aumenta la cantidad que indican los números enteros, pero existe infinitud de números primos
que supera la cantidad de partículas universales.
La matemática es necesaria para el entendimiento del hombre, pero la existencia de toda la
realidad matemática es esencialmente coherente en una razón absoluta y además tiene
correspondencia con la realidad de hechos materiales. Negar la existencia inmaterial es tan
carente de lógica como negar la evidente realidad matemática que no está totalmente
representada en la materia.

Aristóteles afirmaba que los entes matemáticos no existen por sí ni en acto, ni en el orden sensible
o en el inteligible. Su existencia sería sólo potencial en el entendimiento. Varios filósofos modernos
con distintos argumentos coincidieron sobre el lenguaje matemático para la explicación del mundo
material y el enunciado de teorías.
Los pitagóricos consideraron que la realidad era matemática. Con Descartes la matemática pasó a
ser propia del entendimiento. En la actualidad según la ciencia formal o ideal, la lógica y la
matemática- con su coherencia interna- tratan de entes ideales; estos entes, tanto los abstractos
como los interpretados (aplicados), sólo existirían “en” la mente humana. A su vez las ciencias
fácticas tratan sobre hechos y objetos naturales.
Dentro del esquema científico se propone como concepto abstracto al Creador, el Ser sobrenatural
en quien creemos los teístas.

Tanto si se considera al universo, como temporal desde que existe o como ‘eterno’ porque existe
sin un “antes”, es lógico suponer una condición sobrenatural eterna. Negarse a considerar la
posibilidad de que pueden existir otras razones de causa u origen, además de las que percibimos
en el mundo sensible, es imponer una seria limitación a nuestros procesos lógicos, cognitivos,
afectivos y éticos.

Para quienes creemos en la sobrenaturaleza otra manera de explicar la realidad del número y las
relaciones matemáticas es que- como conceptos abstractos- existen “para” el entendimiento (que
elabora un lenguaje matemático). La realidad matemática existe como sabiduría y conocimiento de
Dios y determina la realidad material en casos como la ley del cuadrado inverso, pero no siempre
se corresponde totalmente con la naturaleza que percibimos. La realidad matemática también
contiene información eternamente determinada que no tiene correspondencia con la realidad
natural. Las relaciones matemáticas existen sin necesidad de soporte material.

Muchos pensadores ateos sólo aceptan identificar realidad con naturalismo. Rechazan la
posibilidad de existencia real con origen y finalidad sobrenaturales. Paradójicamente también hay
teístas que reducen su comprensión del plan de Dios a algo exclusivamente temporal.
Se puede determinar, por ejemplo, la imposibilidad matemática de longitud infinita en líneas curvas
abiertas (con sus puntos ideales a igual distancia del centro) y la posibilidad de longitud infinita
(fractal) en una línea curva cerrada. No confundimos infinitud en el Pensamiento con algo material,
temporal espacial. No confundimos eternidad con tiempo así como tampoco infinitud con espacio.
Más allá de la noción de infinito potencial para nuestro entendimiento de los números naturales, y
de la cualidad suprafinita de la matemática en sus relaciones y objetos, aquí decimos que la
matemática también es sobrenatural, “inmutable” y eterna.

Principio de identidad:
una cosa es idéntica a si misma, lo que es, es; lo que no es, no es: ("A es A", o "no A es no
A").
Principio de no contradicción:
es imposible afirmar y negar que una cosa es y no es al mismo tiempo y bajo la misma
circunstancia ("A" no es "no A").
Principio del tercero excluido:
uno de dos juicios contradictorios es verdadero y el otro falso, y no es posible un tercero.
Es decir, una cosa es o no es, no cabe un término medio ("A es B", o "A no es B").

“Kant sostiene que el principio de razón suficiente es válido en el plano lógico (“toda proposición
verdadera ha de tener su razón suficiente”), y que allí es analítico, pues depende del principio de
no contradicción.
En cuanto a la versión ontológica del principio de razón suficiente, “todo tiene razón suficiente”,
Kant dice que no es analítica, ni puede ser demostrada por el principio de no contradicción.
Ahí es donde no estamos de acuerdo con Kant. Entendemos que el principio de razón suficiente
puede reducirse al de no contradicción.
En efecto, supongamos que una cosa, X, no tiene razón suficiente.
Eso quiere decir que la cosa existe sin que haya algo que la determine a existir, en vez de no
existir.
Esto quiere decir, a su vez, que no hace falta, para que la cosa exista, nada distinto de lo que hay,
o no hay, cuando la cosa no existe.
(En efecto, si hiciese falta algo, es que habría una diferencia, para la cosa, entre existir y no existir,
y ese algo haría la diferencia. Quiere decir, por tanto, que ese algo determinaría a la cosa a existir
en vez de no existir, o sea, sería razón suficiente de su existencia.)
De ahí se seguiría, entonces, que no hay diferencia para la cosa en cuestión entre existir y no
existir, y que por tanto, es lo mismo, para la cosa en cuestión, existir que no existir.
Pero esto es contradictorio.
Luego, todo tiene razón suficiente.
El principio de razón suficiente, entonces, es analítico, porque su negación es contradictoria.
El principio de causalidad, a su vez, depende del principio de razón suficiente, por tanto, depende
también, en definitiva, del principio de no contradicción.
Y entonces, el principio de causalidad es analítico.
Por tanto, si el predicado del principio de causalidad está contenido virtualmente en el sujeto de
dicho principio, eso hay que entenderlo en el sentido de que la negación de ese juicio es
contradictoria.
Porque, efectivamente, el predicado del principio de causalidad se deduce necesariamente del
sujeto de dicho principio, más el principio de razón suficiente.
Esta “alguna conexión” entre sujeto y predicado, entonces, en particular, sí hace analítico al juicio
que la posee, pues hace que la negación del mismo sea contradictoria.
En realidad, Kant no es que niegue sin más el principio de causalidad, sino que para él es un
principio necesario y universal, pero no porque sea analítico, ni porque sea una ley del ser de las
cosas, que no podemos conocer, sino porque es "sintético a priori", es decir, depende de una
forma "a priori" necesaria de la mente humana. Es válido, entonces, para el fenómeno, pero no
para la "cosa en sí".
Al ser, según él, sintético el principio de causalidad, como el predicado no se desprende según él
del sujeto del juicio, para explicar cómo es universal y necesario hace falta una forma a "priori" que
los conecte, y así, el conocimiento depende del sujeto cognoscente y no puede alcanzar la "cosa
en sí".
Lo que aquí decimos, a grandes rasgos, es que el principio de causalidad es analítico, por tanto, no
es sintético, y entonces, no hace falta ninguna forma "a priori" para explicar su universalidad y
necesidad, y se puede seguir sosteniendo que el principio de causalidad es algo de las cosas
mismas. (Néstor Martínez 09/05/13 4:22 PM y 07/05/13 5:54 PM en “El argumento más claro de
Kant)”.

RELATIVIDAD
En la entrevista de Rafael Capurro a Carl Friedrich von Weizsaecker, publicada en el semanario
Opinar (Montevideo) el 30 de Diciembre de 1982, el filosofo y físico dice:
“Los conceptos fundamentales de la física (materia, espacio, tiempo, energía, etc.) provienen en
realidad de la tradición filosófica. Muy temprano me di cuenta de que los físicos a menudo no
saben de qué hablan y me puse a investigar el origen de estos conceptos. Platón y Aristóteles se
pueden considerar como los orígenes de dichos conceptos, quienes les dan su forma primera y
decisiva.”

La teoría de la relatividad de Albert Einstein (1879–1955) nos recuerda que Gottfried Wilhelm
Leibniz (1646-1716), se anticipa en escribir sobre el tiempo y el espacio relacionándolos como una
misma dimensión: “El tiempo es un orden de existencias o sucesiones en un espacio de
coexistencias o simultaneidades” [correspondencia de Leibniz con el vocero de Newton, Dr.
Samuel Clarke, del 25 de febrero (3r. punto), del 2 de junio (punto 10) y del 18 de agosto de 1716].

Einstein en párrafos de la Teoría especial de la relatividad- respecto al movimiento de una


partícula- dice al definir que entendemos por tiempo, “que siempre lo referimos a la simultaneidad
de eventos. Si por ejemplo digo, el tren llega aquí a las siete en punto, quiero decir algo como esto:
el apuntar de la aguja pequeña de mi reloj al siete y la llegada del tren son simultáneos”. El evento,
hace coincidir la medición de espacio y tiempo en el lugar en que se produce. El tiempo está
localizado en cada punto del espacio (no corresponde a algo absoluto, fluyendo desde un único
punto para toda la extensión del espacio).

Son cuestionables algunos corolarios de la Teoría de la relatividad de Einstein, referidos a la


dilatación del tiempo, la contracción del espacio y la velocidad de la luz como máxima físicamente
posible.
Fueron desarrolladas otras teorías de la relatividad desde Galileo con consecuencias en la física
clásica en la suma de velocidades. El observador sabe que los valores de espacio y tiempo
medidos desde distintos marcos de referencia por otros observadores son diferentes a los que él
mide.
La relatividad según Einstein demuestra la permanencia de leyes universales con mediciones
dentro del mismo marco de referencia y establece la velocidad constante de la luz (también la
convertibilidad de masa y energía, la equivalencia entre gravedad y aceleración, etc.). Sobre la
supuesta relatividad para la simultaneidad (y la relación de causalidad física entre eventos) se
limita a una cuestión de medición física. Nada puede oponerse a la ‘simultaneidad real en la
existencia’ en eventos con distintos marcos físicos de referencia. El mismo Leibniz se preocupó
por sincronizar su sistema de mónadas individuales sin comunicación posible entre sí.
En alguna medida, la jerarquía de mónadas leibniciana, que procura relacionar espíritu y leyes
físicas, es el antecedente metafísico de las actuales teorías de cuerdas y supercuerdas.

La ciencia del hombre logra descubrir relaciones constantes en los fenómenos naturales. Con su
conocimiento satisface su necesidad de entender el mundo y puede modificar la técnica que
emplea. La ciencia va descubriendo las relaciones entre fenómenos. Hasta cierto punto como son
las cosas. Pero su metodología no permite llegar a saber porqué son, junto a las constantes de la
naturaleza, sino que simplemente son.

La ley del cuadrado inverso describe, matemáticamente, como la intensidad de algunas fuerzas-
incluidas el electromagnetismo y la gravedad- cambia (disminuye a mayor distancia) en proporción
inversa al cuadrado de la distancia de la fuente. El cuadrado de la distancia recorrida a la velocidad
de la luz desde el lugar de origen, determina la distribución o expansión de la luz (sin ser la
velocidad que alcanza). Einstein relaciona la ‘ley del cuadrado inverso’ con la velocidad de la luz al
cuadrado, cuando formula la equivalencia de masa y energía (E=m c2). Ver Nota (3) en “Materia”.

El texto que sigue en “negrita” está basado en “Dos cuestiones sobre gravitación” de “kantor”, un
weblog de gmail.com; y en “Filosofía y Física” de www.sc.ehu.es.

La "Física" de Aristóteles niega la posibilidad del vacío.

La existencia de espacios vacíos supondría velocidad infinita, por ser ésta inversamente
proporcional a la resistencia del medio. Y dentro del esquema aristotélico no resulta
admisible la existencia de un móvil con esa propiedad.

Tanto Descartes como Newton entienden un determinismo mecanicista para todos los cuerpos.
Descartes dice que cada movimiento en el universo deriva de un movimiento inicial. Newton
postula que la cantidad de movimiento se mantiene constante.

Otros filósofos a partir del mecanicismo de Descartes (desechando la realidad pensante que
también propone) describen- como materialismo- a la relación mecanicista universal de todo cuanto
existe en los órdenes físico y moral.

La Física de Newton toma como punto de partida un universo constituido por corpúsculos
extensos y por espacio vacío. Cada uno de ellos con la propiedad de actuar a distancia, es
decir, de ejercer fuerzas directa e instantáneamente sobre los demás. Con este esquema
básico, Newton desarrolló sus conocidas teorías sobre el movimiento y sobre la gravitación
publicadas en 1686.
“La atracción gravitatoria entre dos cuerpos es directamente proporcional al producto de
sus masas (cantidad de materia) e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia
entre ellos”.

Un cuerpo astronómico origina una fuerza de atracción. Esa gravitación actúa o se desplaza
en todas las direcciones.
La misma cantidad de flujo gravitatorio se dispersa en una superficie progresivamente mayor, y por
eso a mayor distancia tiene menor acción gravitatoria en cada punto.
Supongamos que la fuerza de gravedad- como una onda - forma una esfera alrededor del cuerpo
atractivo-emisor. A medida que esa esfera se expande o aleja, disminuye la influencia gravitatoria,
de manera inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre el cuerpo emisor y cada
punto ideal de esa onda esférica.

Esta realidad está determinada en la geometría y a partir de ella, matemáticamente se formulan


leyes relacionadas sobre fuerzas, inercia, movimiento, aceleración y la equivalencia de masa y
energía.

La fuerza de gravedad no permite predecir sobre otros muchos modos de acción de un


cuerpo sobre otro.

No explica, por ejemplo, la cohesión- fuerza que mantiene unidos a los cuerpos- ni las
fuerzas eléctricas, magnéticas ni químicas.

La gravedad tira de un cuerpo el doble de pesado, con el doble de fuerza, pero a la vez le
cuesta el doble moverlo (debe “moverlo de su inercia”).

El resultado de tirar con el doble de fuerza de un cuerpo doblemente inerte es neutro, y por
tanto la aceleración que sufre un cuerpo de masa m en un campo generado por un cuerpo
de masa M no depende de la masa de la partícula de prueba (m).

En particular, una bola de 50 kilos tirada desde un campanario cae exactamente igual que
una bola de 100 kilos, en la distancia recorrida hasta el suelo.

Ampére construyó una teoría matemática sobre la atracción de las corrientes, comprobando
que la atracción o repulsión son inversamente proporcionales al cuadrado de la distancia
entre los elementos cargados eléctricamente y están en proporción directa a la intensidad
de la corriente en cada elemento.

Hay muchas similitudes aparentes, pero también una diferencia fundamental.

Existe un concepto llamado “velocidad de escape”, que consiste en la velocidad que hace
falta para que un cuerpo lanzado desde la superficie de un cuerpo astronómico abandone su
campo gravitatorio (la velocidad de escape para nuestro planeta depende de la masa de la Tierra
y del radio terrestre). Por el contrario no existe- una única velocidad de escape- para el campo
eléctrico.

Cada partícula para desprenderse de un campo eléctrico, necesita una velocidad distinta
que depende de su carga y de su masa.

Leibniz, contemporáneo de Newton, considera que, junto con la extensión, la fuerza es otra
propiedad esencial de la materia. Sostiene que hay fuerza en todos los puntos de la materia
y no solo en partículas de tamaño finito.

Esta concepción del espacio como un continuo de puntos materiales con fuerza asociada,
encuentra fuerte oposición por parte de los partidarios de la Física de Newton basada en
corpúsculos, vacío y acción a distancia.

La continuidad en el espacio aparece necesaria para limitar la velocidad de la luz.

La desviación de un rayo de luz- por un cuerpo masivo- se explica tanto por la deformación que
origina ese cuerpo en el espacio-tiempo curvándolo, como por la atracción gravitatoria sobre un
éter o sustancia presente como continuidad en el espacio “necesaria” para limitar la velocidad de la
luz.

En “Kantor”, para explicar el origen geométrico de la Ley del cuadrado inverso, se exponen- más
detalladamente que lo que aquí transcribimos- especulaciones matemáticas sobre hiperespacio o
espacios con más de tres dimensiones.

¿Cuáles serían las consecuencias sobre la distribución de la fuerza de gravedad en un


universo con menos o más dimensiones espaciales?

Por ejemplo en un universo plano, la gravedad se dispersaría a lo largo de un círculo y como


la longitud de un círculo es directamente proporcional al radio, la gravedad decaería con el
inverso de la distancia.

En un universo con cuatro dimensiones espaciales, como una hiperesfera de orden 4


tendría una hipersupeficie [(hiper-1) volumen] proporcional al cubo de su radio, la influencia
de la gravedad disminuiría puntualmente conforme al cubo de la distancia.

La Ley de la Gravedad en un espacio de n dimensiones quedaría así:

“La atracción gravitatoria entre dos cuerpos en un espacio de n dimensiones es


directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional a la
distancia que los separa elevada a n-1”.

REALIDAD Y MATEMÁTICA
¿Qué sucede cuando la geometría se transforma matemáticamente en hipergeometría? La
construcción teórica de hiperespacios es una herramienta de uso frecuente en la física de
partículas y aun en astrofísica. Sin embargo la realidad puede no corresponder a la creatividad
matemática.

Pierre de Fermat (1601-1665) es autor de una conjetura que probablemente demostró y es


conocida como Teorema de Fermat.

En su obra “Introducción a la teoría de los lugares planos y espaciales”, contemporánea de la


“Geometría de Descartes”, Fermat aborda la tarea de reconstruir los “Lugares Planos de Apolonio”,
describiendo- alrededor de 1636- fundamentos de la geometría analítica. Fermat se destaca en la
teoría de números.

Deja muchas proposiciones sin demostrar pero los matemáticos logran demostrar casi todas antes
del siglo XX.

El teorema conocido como el último teorema de Fermat, define que para n como potencia mayor
que 2 no es posible la siguiente ecuación: xn + yn = zn.
El teorema de Pitágoras es el primero, sino el único, que estudiamos- hasta entenderlo- en nuestra
escolaridad básica.

“De todos los vínculos entre los números y la naturaleza estudiados por Pitágoras, el más
importante es la relación que lleva su nombre. El teorema de Pitágoras nos suministra una
ecuación que es verdadera para todos los triángulos rectángulos y que por tanto sirve
también para definir el ángulo recto. A su vez, el ángulo recto define la perpendicular, es
decir, la relación de la vertical con la horizontal, y, en última instancia, la relación entre las
tres dimensiones del universo que nos es familiar. Las matemáticas, a través del ángulo
recto, definen la estructura misma del espacio en que vivimos” (Simon Singh en “El último
teorema de Fermat”, Ed. Norma).

Consideremos que en un triángulo rectángulo se mide la longitud de sus dos lados cortos o catetos
“x” e “y”. Si se calcula el cuadrado de cada uno (x2, y2) y se suman, se obtiene como resultado un
número idéntico al resultado de calcular el cuadrado de la longitud del lado “z” del triángulo (el más
largo o hipotenusa) que pasa a ser z2.

Si “x”= 3; “y”= 4; “z”= 5

será x2 + y2 = z2

y así 9 + 16 = 25.

El enunciado del teorema es: “En un triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la
suma de los cuadrados de los otros dos lados”.

Así x2 + y2 = z2 (En un… la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la
hipotenusa).

Pitágoras demuestra la validez universal de este teorema. Desde tiempos remotos los chinos y
babilonios usan esta relación para algunos triángulos, pero- hasta Pitágoras- se desconoce la
razón matemática con que abarca a todo triángulo rectángulo.

El teorema de Fermat establece que para n>2 no hay números naturales que cumplan la propiedad
anterior. Es decir que no se cumple en xn + yn = zn.

Fermat escribe en el margen de su ejemplar de la Aritmética de Diofanto de Alejandría- traducida al


Latín por Bachet- lo siguiente:

“Es imposible descomponer un cubo en dos cubos, un bicuadrado en dos bicuadrados, y en


general, una potencia cualquiera, aparte del cuadrado, en dos potencias del mismo exponente. He
encontrado una demostración realmente admirable, pero el margen del libro es muy pequeño para
ponerla”.

La nota de Fermat- póstumamente- es descubierta por su hijo Clemente Samuel, quien en 1670
edita este libro con las numerosas notas marginales de Fermat.

En 1994, Andrew John Wiles logra demostrar el teorema de Fermat, recurriendo a las herramientas
matemáticas más modernas e incorporando nuevos y muy complejos conceptos.

Las combinaciones de tres números enteros que se ajustan a la ecuación x2 + y2 = z2, se llaman
‘tripletas pitagóricas’, en las que así como “x” es 3, “y” es 4 y “z” es 5; “x” puede ser- en distintas
tripletas- 5 ó 99; “y” 12 ó 4.900; “z” 13 ó 4.901. Hay infinidad de tripletas, donde la suma de dos
cuadrados de números enteros es igual al cuadrado de otro número entero y que por tanto definen
triángulos rectángulos.
Fermat, al observar la ecuación de las tripletas pitagóricas, idea una variante:

x3 + y3 = z3

Encuentra que la ecuación propuesta no tiene solución en números enteros. En un ejemplar del
Libro II de aritmética de Diofanto, Fermat escribe en latín la nota cuya traducción Simon Singh
actualiza: “Es imposible para un cubo ser escrito como la suma de dos cubos o para una cuarta
potencia ser escrita como la suma de dos cuartas potencias o, en general, para cualquier número
que sea una potencia mayor que la segunda ser escrito como la suma de dos potencias similares.
Tengo una demostración verdaderamente maravillosa de esta proposición pero este margen es
muy angosto para contenerla.”

Suponemos que Fermat al imaginar la ecuación xn + yn = zn la considera definiendo un triángulo


(donde la suma de las longitudes de dos de sus lados ya potenciados a la n igualen la longitud del
otro potenciado a la n) que, a partir del ‘teorema (también para triángulos no rectángulos) del
coseno’ (*), es rectángulo y por tanto que para los números enteros de las tripletas pitagóricas esta
ecuación debe ser exclusivamente: x2 + y2 = z2.

(*) [Esta propiedad fue investigada por Ghiyath al-Kashi en el siglo XV, por François Viète en el
siglo XVII y divulgada con su nombre actual por Leonhard Paul Euler].

Por supuesto, Fermat advierte que, si se potencian al cuadrado sus lados más cortos e hipotenusa,
cualquier triángulo rectángulo deja de serlo. En la geometría en que existe idealmente, el triángulo
rectángulo desaparece cuando la suma de los catetos iguala la longitud de la hipotenusa. Las
tripletas de Pitágoras coinciden con nuestra realidad natural.

Las que serían tripletas de Fermat, corresponden a un “ente de imaginación” que


matemáticamente no se cumple (2).

De cumplirse las tripletas de Fermat, no sabemos a que supuesta realidad geométrica


corresponderían. Pero imaginario no es sinónimo de inútil. Leibniz califica como maravillosos a los
números imaginarios, descubrimiento de Rafaello Bombelli a partir de suponer a “i” como “raíz
cuadrada de -1”. Dan lugar a los llamados números complejos que pueden utilizarse para resolver
ecuaciones. Permiten describir algunos fenómenos del mundo real. Respecto al teorema de Fermat
permiten completar la demostración de imposibilidad en el caso de n = 3.

Euclides (siglo IV a.C) y Pitágoras (siglo VI a.C) entienden la búsqueda de la verdad matemática
como un fin en sí mismo sin necesidad de aplicación práctica.

Es decir, que no todo lo humanamente imaginable corresponde a la realidad del mundo ni a la


realidad sobrenatural.

Con frecuencia, al refutar o fundamentar “científicamente” lo sobrenatural, se incurre en la


confusión de naturaleza y ‘sobrenaturaleza’.

No corresponde que, por ejemplo, recurramos a la posible existencia de materia oscura- que
teóricamente está entre nosotros como parte de la naturaleza- para explicar que quizá existen
otras realidades inaccesibles a nuestra percepción.

La suposición sobre la existencia de materia oscura se apoya en la percepción natural de


fenómenos- entre otras especulaciones- gravitacionales. Es objeto de la física.

En cambio es objeto de la metafísica, en filosofía, la supuesta existencia de otras realidades- para


otra percepción- en sistemas que no pueden denominarse dentro de nuestra inteligibilidad de
tiempo y espacio. Sin embargo, con esto no nos referimos a la naturaleza divina de la que
sabemos lo suficiente por la Palabra de Dios y la comprensión de nuestra fe.

Al sugerir otras realidades, mencionamos la posibilidad de otros órdenes naturales - creados por
Dios- con los que no tenemos contacto posible.

Nota (2): Los entes de imaginación son materia de especial estudio en “El suicidio: deseo
imposible, o la paradoja de la muerte voluntaria en Baruj Spinoza” de Diana Cohen, Ed. Del Signo.

MATERIA
La materia- organizada en masa y energía, presentada como relación de extensión y movimiento
(3) - no puede ser sin espacio y tiempo unidos como si fueran urdimbre y trama. El espacio-tiempo
no puede ser sin materia. Hasta el vacío relativo está definido por materia “que lo envuelve”.
Físicamente no hay vacío absoluto así como metafísicamente no es posible la nada absoluta.

¿Cómo es que hay algo en vez de nada? (Leibniz, Schelling y Heidegger). ¿Qué pasa cuando
percibimos algo? Hay una solución de continuidad por sobre una nada precisa. Si se quiere, hay
una interrupción de esa nada. ¿Cuánto hay de principio de autoridad detrás de las creencias que
tenemos sobre el origen y fundamento del átomo material y las partículas? Las imágenes sobre la
intimidad de la materia son muchas y según la necesidad circunstancial. Se describen ondas o
partículas. En una determinada longitud de onda percibimos su energía en la frecuencia que
presenta el número de veces de su máxima expansión por segundo. Finalmente energía y masa
son dos manifestaciones de lo mismo. Es lo fenoménico que aparece y se manifiesta a la
conciencia.

Hay teorías para determinar la energía que hay en la masa y la masa de la energía. Más imágenes
y abstracciones hasta llegar a cuerdas y supercuerdas justificando desde la nada la mecánica
ondulatoria y toda la mecánica. Aunque, como toda vibración con su longitud de onda tiene que
producirse sobre el espacio continuo, ya no surgiría de una verdadera nada. La fenomenología
intenta describir las estructuras de la conciencia de “nosotros” los percipientes. ¿Cómo es que hay
“alguien” en vez de “nadie”? (Hannah Arendt). Con metafísica se explica física. Sin embargo hay
quienes pretenden oponer la experimentación posible en la investigación científica y sus
abstracciones, a la teología, llegando a negar sentido y finalidad a la existencia.

El átomo ha sido pensado por los físicos de partículas, tanto como un microsistema planetario o
como un oscilador (resorte o diapasón) virtual capaz de producir todas sus frecuencias
constitutivas o asociadas.

También se presenta a las partículas elementales generadas por cuerdas que vibran como si
fueran cuerdas de instrumentos musicales. Se las concibe con distintas configuraciones posibles y
son verosímiles matemáticamente. El físico Juan Maldacena dice (revista XXI, octubre de 1998):
“Las cuerdas en principio no están hechas de nada, son un elemento fundamental de la naturaleza
y como tal no está hecho de ninguna otra cosa”.

En la Relatividad “especial o restringida” (espacio-tiempo; E = mc2; velocidad de la luz;) en 1905 y


“general” (campos gravitacionales; curvatura del espacio-tiempo;) en 1916 formulada por Albert
Einstein, el espacio y el tiempo absolutos newtonianos, pasan a ser el espacio-tiempo relativista. El
posicionamiento relativo y la mecánica de las partículas materiales incluso subatómicas, son
determinantes del espacio-tiempo. Pueden confrontarse la teoría de la “fuerza” de gravedad
newtoniana en la que los cuerpos se atraen según sus masas, y la teoría relativista con
deformación (o formación) resultante en la estructura del continuo espacio-tiempo que según
Einstein originan los mismos cuerpos con sus cantidades de materia.
En física subsisten hipótesis que implican la existencia de un éter o sustancia del espacio y- según
una de las teorías- incluso en un universo cambiante que se está diluyendo (Joao Magueijo en
“Más rápido que la velocidad de la luz”). La continuidad en el espacio aparece necesaria para
limitar la velocidad de la luz.

La realidad material limita la velocidad de la luz, mientras que la realidad matemática determina
geométricamente la expansión esférica de una onda al cuadrado de la distancia recorrida.

Aristóteles afirmó la existencia de éter y 20 siglos después lo reiteró Leibniz (algunos lo consideran
su sucesor). Como vimos Aristóteles justificó la existencia de éter explicando que la existencia de
espacios vacíos supondría velocidad infinita. Y dentro del esquema aristotélico no resulta admisible
la existencia de un móvil con esa propiedad. La "Física" de Aristóteles niega la posibilidad del
vacío.

La existencia de un éter o sustancia del espacio es un concepto que tiene cierta analogía con el
hipotético “Campo de Higgs”, donde bosones serían partículas tan fundamentales, como para
determinar la existencia de masa (también la propia por su interacción) en cada una de las otras
partículas en su movimiento generando la organización material (molecular) de las partículas que
resultan con masa y determinando la velocidad de la luz en ‘el espacio supuestamente vacío’.

El 4 de julio de 2012, la Organización Europea para Investigación Nuclear (CERN), publicó sin
afirmarlo definitivamente que experimentos subatómicos realizados en su laboratorio de Ginebra
demuestran que han detectado la partícula "bosón de Higgs". Efectivamente el éter sigue siendo
tan verdadero como aristotélico y la materia permanece como un principio todavía indeterminado
científicamente.

Newton se equivocó al proponer el espacio absoluto. Un espacio vacío ocupado por la materia.
Fue Leibniz quien insistió en la continuidad del espacio. El espacio continuo. Así Leibniz,
contemporáneo de Newton, considera que, junto con la extensión, la fuerza (energía) es otra
propiedad esencial de la materia. Sostiene que hay fuerza en todos los puntos de la materia y no
solo en partículas de tamaño finito. Esta concepción del espacio, como un continuo de puntos
materiales con fuerza asociada, encontró fuerte oposición por parte de los partidarios de la Física
de Newton (con antecedente en Demócrito) basada en corpúsculos, vacío y acción a distancia.
Descartes con la res extensa precisamente negaba el vacío.

Descartes y Newton afirmaban que lo invariable en el universo es “la cantidad de movimiento” (el
movimiento inicial desde la creación del universo) y no como acertadamente formulaba Leibniz “la
cantidad de fuerza viva” (conservación de la energía).

Leibniz en su “Discurso de Metafísica” (año 1686), describe un experimento sobre energía


potencial y energía cinética del que surgen básicamente las definiciones hoy vigentes.
Corresponde a una comprobación de conservación de energía por su transferencia, por choque de
cuerpos, con su cantidad de materia o masa en movimiento por alguna fuerza aplicada. Mientras la
fuerza (por ejemplo de gravedad) se mantiene, se producirá un movimiento uniformemente
acelerado, que también producirá un efecto (trabajo) al colisionar con otro cuerpo. Leibniz propuso
como fuerza viva universal una cantidad igual a la masa multiplicada dos veces por su velocidad
(concretamente masa por velocidad al cuadrado), cuya suma total se mantiene constante en las
colisiones entre objetos. Intervinieron varios investigadores y finalmente se calcula la energía
cinética promediando (dividiendo por 2) el resultado de multiplicar la masa por su velocidad al
cuadrado. Se promedia así al conocer su velocidad inicial 0 y la velocidad final al transferirse la
energía acumulada.
Más adelante comentamos el origen de la equivalencia o conversión entre masa y energía,
postulada por Einstein como E=mc2 (energía es igual a masa por velocidad de la luz ‘al cuadrado’).
En este punto recordamos que las predicciones maltusianas fallan. De la energía de todo el
universo creado, una manifestación ínfima es la nuclear, que es la fuerza que une al núcleo de lo
que conocemos como átomo. Todos los recursos incluyendo alimentos y hábitat dependen de la
energía. Son energía, cuyo empleo por el hombre seguirá aumentando para la existencia de tantos
seres humanos según Dios permita y disponga. Científicamente se empieza a prestar atención a
pruebas para la obtención de energía 'infinita', mediante la fusión de núcleos atómicos imitando lo
que ocurre en el núcleo del Sol, pero sin los riesgos de las actuales centrales nucleares.

El espacio continuo (no existe un espacio absoluto ‘vacío’) en definitiva no deja lugar a
contradicción a partir de ondas en la materia que entregan partículas de energía como cuantos.
Con el éter desaparece la ‘necesidad’ del propio campo electromagnético para que la luz se
transporte en el ‘vacío’.

A partir de la masa se sostienen tanto la teoría gravitatoria de Newton como la de curvatura del
espacio-tiempo. Einstein ‘reemplaza’ la gravedad como fuerza proponiendo un espacio continuo
sin relaciones de fuerza instantáneas.

La cuestión sobre lo que se dio en llamar dualidad onda partícula, con bastante anterioridad a los
planteos de la mecánica cuántica, se originó en el experimento de la luz a través de dos rendijas
que permitió hipótesis científicas, pero también la invención de las más disparatadas con las cuales
continúan entreteniéndose amantes de lo paranormal y pseudociencias y enemigos de la Filosofía.

El experimento de Thomas Young en 1801 denominado de la doble rendija, comprueba un patrón


de interferencias en la luz procedente de una fuente lejana al difractarse en el paso por dos
rendijas, resultado que contribuyó a la teoría de la naturaleza ondulatoria de la luz. Posteriormente
la experiencia fue adaptada para demostrar la dualidad onda corpúsculo. En otras comprobaciones
se produce la interferencia (difracción de Fraunhofer) empleando una rendija o ranura.

Pero hoy algunos difunden como conclusiones,- de variantes del experimento de Thomas Young -,
afirmaciones sobre el ‘misterioso’ comportamiento de la materia y ‘su conciencia’ comenzando por
las decisiones que toman las partículas. Se llama observador a las condiciones de medición y
hasta ‘retrocausalidad’ a una arbitraria conclusión de un experimento donde se confunde
aleatoriedad con decisión demorada del observador. En el experimento, fotones individuales son
lanzados hacia una pantalla distante, parcialmente obstruida a medio camino por una pared que
contiene dos ranuras. La experiencia demostraría que, si no se comprueba por cuál de las ranuras
pasa un fotón, éste parece interferir consigo mismo, lo que sugiere que se comporta como una
onda viajando a través de ambas ranuras. Pero que si se controlan las ranuras cuidadosamente,
dicha interferencia desaparece y cada fotón viaja a través de una sola ranura, como una partícula.

Asombra la confusión entre tiempo y eternidad, espacio físico y espacio geométrico, espacio vacío
con espacio continuo, realidad natural con realidad matemática, existencia con espacio- tiempo, la
naturaleza con lo sobrenatural, inclusive vacío con nada absoluta… En física ahora se acepta
como dimensión el espacio-tiempo (las tres dimensiones geométricas más el tiempo) pero en
geometría, superando las tres dimensiones, la creatividad matemática permite trabajar con sus
objetos multidimensionales logrando otorgar verosimilitud a hipótesis de cuerdas y supercuerdas-
hechas de nada- como origen de las partículas de materia y del universo.

No parece haber contradicción entre onda y partícula. La luz se propaga como onda con
contracciones y expansiones (el concepto es deformaciones) del espacio continuo (ÉTER como
sea) y la emisión y absorción de su energía sucede como paquetes o cuantos (‘corpúsculos’
llamados fotones). El fotón es entonces la partícula puntual de la luz así como una partícula
corpuscular estaría asociada a una onda. El fotón está asociado con una onda porque es onda,
que cuando ‘llega’ es absorbido como paquete de energía. El electrón también es descripto
difuminado alrededor del núcleo y se lo considera una onda estacionaria, pero aun se lo sigue
presentando como partícula corpuscular cambiando de órbita según su estado cuántico por
emisión u absorción de fotones.
Lo inmediato anterior corresponde a la naturaleza.

Como dijimos anteriormente, tanto si se considera al universo como temporal desde que existe o
como “eterno” porque existe sin un “antes”, es lógico suponer como principio una condición
sobrenatural eterna. La clase de conceptos referentes a la naturaleza permite disponer al
entendimiento de la naturaleza divina.

Aun de la existencia primigenia como Dios mismo en Su Trinidad.

A partir del trabajo científico conocido, se esclarece en nuestro entendimiento la idea de que la
materia no es origen del pensamiento sino que es pensada por nuestro Creador.

La realidad material y espiritual es exclusivamente Pensamiento y su percepción.

La existencia natural no tiene razón suficiente en el supuesto orden impersonal, justo, bello y
armonioso- sobre todo lo existente- que los estoicos llamaban cosmos, sino en la existencia del
Dios personal que nos crea por amor.

Nota (3): Al definir materia y energía, se considera a la materia en sus estados y organización
molecular.
“En física y filosofía, materia es el término para referirse a los constituyentes de la realidad material
objetiva, entendiendo por objetiva que pueda ser percibida de la misma forma por diversos sujetos.
Se considera que es lo que forma la parte sensible de los objetos perceptibles o detectables por
medios físicos. Es decir es todo aquello que ocupa un sitio en el espacio, se puede tocar, se puede
sentir, se puede medir, etc. (de varias fuentes)”.
Aquí partimos de la materia perceptible e inteligible como masa y energía.
La masa es una propiedad, la materia es un concepto y la energía es una capacidad.
Recordemos definiciones asociadas a la clásica de energía:
Energía:
Capacidad para realizar un trabajo. Facultad que posee un sistema material de proporcionar
trabajo mecánico o su equivalente.
Trabajo mecánico:
Producto de la fuerza por el camino que recorre su punto de aplicación y por el coseno del ángulo
que forma la una con el otro.
Fuerza:
Causa capaz de modificar el estado de reposo o de movimiento de un cuerpo, o de deformarlo.
Mecánica:
Parte de la física que trata del equilibrio, el movimiento de cuerpos y evolución de sistemas
materiales sometidos a cualquier fuerza.

La materia también puede definirse como energía, concentrada y condensada en distintos grados y
extensiones, siempre en movimiento. La materia se manifiesta como masa y energía. Contiene y
propaga energía o capacidad de efectuar trabajo.

La masa es la cantidad de materia en un cuerpo o partícula material, como es medida en su


relación con la inercia. En la teoría de la relatividad la masa de los cuerpos se incrementa (masa
relativista) cuando se incrementa su velocidad. Cuando la velocidad de un cuerpo es cero se
denomina a su masa “en reposo”.

La inercia es la tendencia (como fuerza) de cada extensión de materia, a permanecer en reposo o


en movimiento (respecto a un marco o sistema de referencia determinado), hasta que es afectada
por otra fuerza.

Básicamente, masa y energía, guardan una relación directamente proporcional. En la energía


potencial la masa se relaciona con la fuerza gravitatoria; en la energía cinética la masa se
relaciona con la inercia en el mantenimiento y la transferencia de esta energía; y en la energía
nuclear con la pérdida de masa atómica.

[La energía nuclear, como energía de enlace (defecto de masa)- necesaria para unir los
neutrones y protones que constituyen el núcleo de un átomo- cuando se libera del átomo, equivale
a la pérdida de masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. La liberación de
energía nuclear ocurre cuando un núcleo se divide en dos o más núcleos pequeños (fisión), o
cuando se une a otro para formar uno solo (fusión). ]
En las estrellas que se forman a partir de una masa de hidrógeno, el gas se halla solicitado hacia el
centro de la nube primitiva de gas por la fuerza de gravedad. Progresivamente aumenta la
densidad del gas y la presión que eleva su temperatura, que llega a ser tan alta que la energía
cinética de las partículas provoca la unión de los átomos de hidrógeno, con desprendimiento por
fusión de cantidades colosales de calor y de radiaciones ionizantes y luminosas (P. Larousse de
ciencias y técnicas).

El ciclo de fusión del sol y las estrellas fue descubierto casi simultáneamente, pero sin tener
conocimiento uno del otro, por Carl F. von Weizsaecker y Hans A. Bethe, utilizando la fórmula de
masa que fue calculada por Weizsaecker en 1935 y por Bethe y Backer en 1936.

Esta identificación de materia con fuerza significa que: La energía de un cuerpo (E) es igual a su
masa (m) multiplicada por la velocidad de la luz (c) al cuadrado (Dr. Ricardo Farengo / Instituto
Balseiro – CNEA).

“En la desintegración de una cantidad de materia, hay energía que- a la velocidad de la luz- se
expande y distribuye en el espacio en proporción directa al cuadrado de la distancia recorrida. Si
pudiéramos volver (imaginemos al revés una proyección cinematográfica) a reunir toda esa
energía, se iría concentrando nuevamente como masa, en relación con la regresión del cuadrado
de la distancia recorrida. En esta explicación relacionamos, la expansión o dilución de una fuerza
por la ‘ley del cuadrado inverso’ de la distancia recorrida, con la velocidad de la luz al cuadrado.
Decimos entonces que, una cantidad determinada de materia, es equivalente como energía, a esa
masa por la velocidad de la luz al cuadrado.” (Adaptado de ‘Luz, Egos y Universos’ de Juan
Arentsen S.).

La equivalencia de la masa (m) y la energía (E) se expresa por la fórmula relativista: E = mc2, en
la cual c2 es el cuadrado de la velocidad de la luz. No hay literalidad respecto a alcanzar la
velocidad de la luz al cuadrado. El cuadrado de la velocidad de la luz es el factor de conversión
entre masa y energía (de kilogramos m a julios E).

Einstein resume en esta fórmula físico-matemática las variaciones en que se traducen


recíprocamente energía y masa.

La pérdida (conversión) de masa en la liberación de energía- se comprueba también en la


producción de energía calorífica por cualquier combustión (de carbón, petróleo, etc.).

Todos los cuerpos se prestan mal a la conversión de masa en energía. Todo el calor (equivalente a
0,6 kWh) producido por la combustión de un kilogramo de carbón, proviene de la desaparición de
0,000000000024 kg de materia (el resto queda convertido en cenizas y gas carbónico). Si toda la
masa de un gramo de materia (de agua, de leña, de uranio, etc.) pudiera ser convertida en
radiaciones, la energía producida, equivaldría a 26 millones de kWh (Pequeño Larousse de
ciencias y técnicas).

Cuando mayor es la velocidad de una partícula atómica también mayor es su masa. Los cuerpos
no alcanzan la velocidad límite de la luz conformada por corpúsculos -denominados fotones- que
son cuantos de energía. Cada cuanto es la cantidad mínima de energía (dependiendo de la
frecuencia de su emisión) que puede ser emitida, propagada o absorbida por los átomos y
moléculas (P. Larousse de ciencias y técnicas).

La velocidad de la luz es de aproximadamente 300.000 Km. por segundo en el vacío, y a diferencia


de todos los demás movimientos no puede ser retardada- en el vacío- ni acelerada. Según Einstein
la velocidad de la luz no es “relativa” como el espacio, el tiempo y el movimiento según el marco de
referencia en que se encuentre el observador, sino que es absoluta.

Mientras que un cuerpo utilizado como proyectil, sufre una desaceleración cuando en su recorrido
atraviesa materia más densa y luego permanece desacelerado, la luz recupera su velocidad
natural (por ejemplo luego de atravesar un cuerpo de diamante). La velocidad de la luz no es
alterada por la dirección ni la velocidad de la fuente desde la que es emitida
(mikaku.us/jza/relatividad.swf).

La luz es emitida y propagada como ondas y distribuida energéticamente como cuantos. Es emitida
y propagada- en función de onda- como una esfera aumenta su radio en frecuencia y longitud
determinadas y- en fotones- se distribuye al cuadrado inverso, en la superficie aparente resultante,
su cantidad simultánea. Su frecuencia o longitud de onda tampoco modifica su velocidad natural.

Así como el fotón es la partícula ‘puntual’ en las ondas electromagnéticas, fue lógico que se
admitiera- en algunas teorías sobre la gravitación- la existencia del gravitón como partícula
hipotética del campo gravitacional.
La primera observación directa de ondas gravitatorias se logró el 14 de septiembre de 2015; los
autores de la detección fueron los científicos del experimento LIGO (un detector subterráneo de
ondas gravitatorias con Interferómetro láser, ubicado en Washington, Estados Unidos) quienes
anunciaron el descubrimiento el 11 de febrero de 2016, cien años después de que Einstein
predijera la existencia de ondas gravitatorias emitidas por ciertos objetos o por sistemas de objetos
que gravitan entre sí.

La mecánica cuántica hace corresponder partículas puntuales (fotones) a las ondas


electromagnéticas y, ondas a las radiaciones corpusculares como electrones, protones, neutrones,
etc. (Larousse).

La energía se traduce en movimiento permanente (aun en el que queda neutralizado relativamente


en un marco de referencia) de cuerpos grandes hasta magnitudes astronómicas, de cuerpos
atómicos (por ej. un átomo), de partículas subatómicas, de partículas como los fotones y de otras
partículas infinitesimales. Fin de la Nota (3).

Demócrito (siglo V a. J.C.) identifica la materia como una realidad en sí misma que “llena” el
espacio o “vacío”. El materialismo postula como única realidad la realidad natural (naturalismo).

Quienes tienen convicciones materialistas dicen: “La conciencia es producto de lo material. De la


actividad de nuestras neuronas. Nada que no salga de la materialidad, subyace en esa abstracción
llamada ‘conciencia’. Cuando la neurobiología avance hasta trazar el mapa cerebral completo, la
idea del alma o de alguna ‘conciencia espiritual’ quedará desterrada.
Si todo es material, si no existe el mentado mundo espiritual, no hay trascendencia. No hay alma
espiritual y tampoco un Dios.”

Los filósofos, fisiólogos y psicólogos tienen distintos intereses y concepciones sobre la materia y su
percepción.

“Los filósofos se preguntan si las cosas existen con independencia de nuestra percepción de ellas
y cómo podemos comprobar la verdad o validez de lo que observamos. Los fisiólogos investigan
sobre las bases biológicas del sistema nervioso o sensitivo. Los psicólogos se interesan en los
errores de percepción y la existencia y origen de diferencias entre lo real y lo percibido. En general
se cree que la base de la percepción nace de una estructura innata que permite discernir entre
estímulos” (‘Mente y materia’ de Ernesto Graciante, Ed. Barrera, 1996).

Fundamentalmente los cristianos creemos que la materia está subordinada a la creación de Dios.
Así como los cristianos creemos que sin Dios nada existiría, en cuanto a teleología o finalismo
podemos entender que todo el mundo sensible dejaría de existir sin el hombre como observador.
Respecto a la percepción coherente que tenemos de la materia, san Gregorio de Nisa enseña que
Dios crea las nociones para la inteligibilidad de tiempo y espacio sobre las que sustenta la realidad
espiritual sensible. Lo inteligible abarca toda la información que podemos percibir, desde nuestra
individualidad con sus circunstancias espirituales y materiales. Percibimos a Dios porque es
perceptible espiritualmente e inteligible, y por la revelación con Su palabra.

La ciencia busca y encuentra coherencias en la realidad observable y la teología explica su


finalidad sobrenatural.

Metafísica, Universo, Ética, Mal, Amor.


METAFÍSICA
“Un pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente
inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de la Revelación.

La palabra de Dios se refiere continuamente a lo que supera la experiencia e incluso el


pensamiento del hombre; pero este «misterio» no podría ser revelado, ni la teología podría hacerlo
inteligible de modo alguno, si el conocimiento humano estuviera rigurosamente limitado al mundo
de la experiencia sensible. Por lo cual, la metafísica es una mediación privilegiada en la búsqueda
teológica. Una teología sin un horizonte metafísico no conseguiría ir más allá del análisis de la
experiencia religiosa y no permitiría al intellectus fidei expresar con coherencia el valor universal y
trascendente de la verdad revelada” (Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, 14 septiembre 1998).

“La metafísica general clásica familiariza con conceptos, tesis y argumentos que conforman el
esqueleto del saber más elevado que el hombre puede alcanzar con la observación de la realidad.

Todo hombre, por su propia naturaleza y constitución, desea saber, y saber no cualquier cosa y ya
está, sino saber sin límites y, por tanto, saber lo último que se puede saber, lo último de la realidad.
La satisfacción posible de esa tendencia es la metafísica. La fe no apaga esa sed ni la sacia,
porque la fe es otra cosa. La fe no ofrece un conocimiento de las ultimidades del ser, sino de la
intimidad de Dios y de su acción salvadora.

Una teología sin metafísica, es una teología en el aire y un puro imposible, como un círculo
cuadrado o un hierro de madera. Porque el desarrollo de la fe, en forma de teología, no es posible
sino en continuidad con las exigencias naturales de nuestra razón. La fe sólo puede crecer si se
reconoce como prolongación o ampliación de la razón natural. La fe no crece contra la razón, del
mismo modo que la gracia no prospera en oposición a la naturaleza del hombre, por herida que
ésta se encuentre por el pecado. La gracia sana y eleva nuestra naturaleza; no la sustituye ni la
destruye. Igualmente, la fe complementa a la razón, la hace capaz de mayores profundidades, y se
apoya en ella.” (José J. Escandell en “La metafísica y los creyentes”
www.arbil.org/revista.htm)

La misma ciencia moderna impone su límite negándose a encarar el estudio de causas que defina
como metafísicas. Establece sus objetivos en el mundo natural. Pero sorprende que también
muchos filósofos pretendan poner fuera de la filosofía (en el sentido de invalidar la metafísica) el
estudio de las primeras causas y del ser en sus raíces sobrenaturales. Negarse a considerar la
posibilidad de que pueden existir otras razones de causa u origen, además de las que percibimos
en el mundo sensible, es imponer una seria limitación a nuestros procesos lógicos, cognitivos,
afectivos y morales.

Así la filosofía pasaría a ser ciencia fisiológica, social, histórica y política, ante el hecho consumado
de la existencia de vida temporal con supuesta inmanencia absoluta.

A los cristianos nos resulta inaceptable entender la existencia vital como un impulso universal de la
materia o que luche contra la materia; el impulso irracional que algunos filósofos denominan
voluntad. No creemos en una vida sin ningún sentido o finalidad trascendente. Por cierto Bergson
(1859-1941) advierte en el impulso de la existencia la presencia divina, mientras que
Schopenhauer (1788-1860) y Nietzsche consideran a la vida una manifestación al servicio de
la/perpetuación/de/una/fuerza/cósmica.

Según Nietzche (1844-1900) la tradición metafísica occidental es fruto de una reacción nihilista
contra/la vida, que/la/pone/en/función/de/falsos/valores/suprasensibles/o/idealistas.

El cuestionamiento filosófico y científico de la metafísica cierra a muchos el camino para la


comprensión del cristianismo. Sin olvidar que son numerosos los científicos y filósofos que creen
en la existencia de Dios, el criterio cientificista de muchos es aceptar que hay fuerzas naturales
impersonales y/o aleatorias dando origen a la vida. Esta aceptación- a falta de la del diseño y
determinación inteligentes- al reconocer a la aleatoriedad como origen de la vida, le otorga
posibilidad o función creacionista a una condición eventualmente supranatural. Cuando menos,
quienes no creen en la existencia de Dios, estarían confrontando el improbable origen natural
forzoso de la vida con su origen azaroso.

Lejos de la metodología científica, identificar al azar con una fuerza natural, sería aceptar en una
infinitud fundamental, la existencia real de todo ente de imaginación. El hecho es que el azar, para
la dialéctica atea, es la forma en que se presenta la necesidad donde casualidad y causalidad se
dan la mano y viven juntas en leyes determinantes del azar, cuya expresión sería el resumen de la
multiplicidad de posibilidades de un determinado fenómeno.

Hay distintas expresiones de metafísica atea y materialista. Al referirnos a este ateísmo lo


diferenciamos esencialmente del ateísmo grosero de personas simplemente ignorantes o egoístas
sin interés para indagar la verdad o preocupadas exclusivamente por la satisfacción de sus
necesidades y deseos primarios.
Aunque el término ateo se utilizó durante milenios como adjetivo descalificatorio o para señalar una
carencia espiritual, hoy se entiende que el ateísmo tiene versiones racionalmente elaboradas y que
intentan mejorar el conocimiento de la realidad.

El materialismo deja de ser ateo cuando se trata de una creencia panteísta donde la materia es
Dios mismo o está indisolublemente unida a Su pensamiento o espíritu. Así como se profesa un
budismo teísta y otro deísta, también hay un budismo ateo con propósitos de perfección existencial
del ser humano individual para lograr su regreso a la supuesta armonía con sentido propio y
universal.

Se conciben materialismos ateos deterministas y variantes donde el ejercicio de la libertad es


posible.

La metafísica budista, la estoica y la atea no se identifican con la ciencia, sin embargo la ciencia
incursiona- sin un reconocimiento expreso- en la metafísica, mientras que ciertas ideologías
materialistas ateas tienen características cientificistas.

Una hipótesis metafísica sobre la existencia y el origen del universo propone que el universo surgió
a partir de una condición especial sin tiempo y espacio; en una variante, desde una enorme
condensación de energía y en otra a partir de un vacío cuántico. Esta condición especial a su vez
provendría de uno de los ciclos de sucesivas organizaciones y extinciones universales.

Acerca del llamado “Big Bang”, todo lo que comienza a existir tiene causa. Si se pudiera asemejar
el Plan de Dios con un catálogo o manual, Él estaría fuera del universo como conjunto. La
Creación temporal y como conjunto material e inmaterial, no incluye a Dios. Si, incluye a Dios, la
realidad natural y sobrenatural, en la que Él es incausado con razón suficiente para ser por sí
mismo, y es causa de todo lo creado y principio de lo posible.

El caso es que un vacío cuántico provocado por la expansión o la desaparición del universo, no
sería equivalente a una nada absoluta sino un estadio de fluctuaciones con probabilidad de
transformarse en partículas materiales. Análogamente, desde una descomunal condensación de
energía, tendría que producirse el inicio del surgimiento o una nueva organización del universo
como esta fuera.

Respecto al vacío cuántico considerado como probabilidades para el comienzo de otro ciclo,
corresponde recordar que un vacío cuántico se produce en un medio energético.

No existiría como absoluto.

Es decir que no aparece como científicamente válido el concepto de nada absoluta- previo al
nacimiento del universo- para negar una causa anterior o exterior.

Sin embargo, hay científicos que pretenden redefinir el vacío con la presencia y peso de materia
oscura y explicar la “nada”- previa al nacimiento de un universo plano- partiendo de la actual
interacción de la fuerza de gravedad y la energía (oscura) de expansión. Sobre la expansión del
universo algunos gráficos valen tanto para uno plano, como también para el sector observable de
un universo en una superficie que se va ‘inflando’ como un globo.

Tiene que existir una condición previa para el surgimiento o resurgimiento del único o cada
universo. Entendemos que esa condición es de carácter eterno o sobrenatural.

Se trate de un universo único con un sinnúmero de historias o de la formación cíclica de universos,


se induce que tuvo que haber primeros acontecimientos o un primer ciclo y que- aun tratándose de
una sucesión infinita de historias o ciclos desde una infinitud real- su origen está en la eternidad
que respecto al tiempo y espacio es sobrenatural.
No es contrario a la Revelación suponer que Dios infinito crea infinitamente “desde siempre”.

También la ética sin Dios es principalmente una concepción metafísica materialista. La ética en la
ideología atea es una concepción metafísica materialista (estoicos, cierto budismo) o del
inmanentismo humanista.

Tanto las convicciones sobre una moral que sería producto únicamente de la actividad humana,
como las que plantean que la ética es un valor material o producto de la materia, no son
sustentables con ninguna metodología científica. El determinismo biológico no logra definir la
posibilidad del libre albedrío. Es que si nuestros procesos mentales estuvieran determinados por
causas neurobiológicas (de naturaleza exclusivamente material) no seríamos libres para decidir
moralmente.

John Searle, en “La mente” (Ed. Norma 2007), no acepta como solución el compatibilismo (David
Hume, Thomas Hobbes, John Stuart Mills) que postula que un acto libre tiene causas pero que
éstas provienen de las convicciones y procesos racionales de las personas. Searle prefiere
permanecer en la incomodidad de no poder explicarlo (precisamente en la elección ética) como
resultado (menos aún de mecanismos simples) de la actividad cerebral. Searle considera que el
cerebro es causa de la mente pero que no se identifica ontológicamente con ésta. Por su parte
Daniel Dennet en“Dulces sueños” (Ed. Katz 2007) afirma que ‘no hay nada sobrenatural en la
conciencia y que la clave está en el funcionamiento del cerebro, escenario donde la materia se
vuelve ideas y sentimientos’ (Ana María Vara en ‘De qué manera pensamos’, para La Nación de
julio 15 de 2007 y en ‘Sobre la experiencia subjetiva’ de marzo 22 de 2007).

Las afirmaciones de Dennet negando la existencia de cuerpo y alma, de carne y espíritu que
diferencien la materia de inteligencia, sentimientos, libre albedrío y ética, nos hacen percibir en
estos últimos una realidad donde la materia con sus cuantos, partículas, átomos y moléculas más
complejas (aun el ADN de organismos vivos o muertos) no ofrece razón suficiente para ser esa
realidad.

Martín Heidegger (1889-1976) repregunta ¿por qué los entes y no la nada? Busca el fundamento
oculto tras la manifestación de las cosas. Tenemos certeza de la existencia, del ser. Es interesante
la pregunta que replantea Heidegger ¿por qué la existencia, el ser? Pero así no resulta
conducente. Procura encontrar en el hombre el sentido- que no disocia del universo- como «su ser
ahí, en el tiempo, su ser o estar en el mundo» (El ser y el tiempo, 1927). Por tanto para Heidegger
la pregunta por el sentido del ser es del hombre- en cuanto ente temporal- que pregunta el ser
desde su ser.

Sin embargo, esta interrogación sigue siendo metafísica sobre el ser recibido, y finalmente nos
refiere- como fundamento existencial- al Ser que es por sí mismo. Y a Su eternidad que sustenta la
perdurabilidad de nuestra existencia luego del tiempo.

En Heidegger, el intento de dar respuesta a la pregunta por el ser queda aniquilado en el horizonte
de la temporalidad (Lluís Pifarré en arvo.net para la Biblioteca Católica Digital).

Hay ateos que separan el sentido de la vida del que pueda tener el universo. Dejan al universo
privado de sentido al definir que sólo el hombre puede otorgarlo.

Ahora bien, en un universo sin sentido propio el ser humano ya no puede ser exclusivamente
“manifestación” de la materia. Es más que esto, o es otra cosa.
Las ideologías materialistas ateas no logran dar una respuesta lógica a la pregunta por el sentido.
Sus variantes existencialistas niegan todo sentido o finalidad.

Negar la metafísica, lo sobrenatural, es negar el fundamento. Significa resignarse al misterio ante


la condición moral del ser humano y su destino. A no comprender las exigencias que Karl Jaspers
(1883-1969) llama “éticas eternas” y define como esencia del hombre. Aquellas que para la
filosofía cristiana, le permiten superar sus paradojas en el comportamiento temporal y alcanzar su
verdadera finalidad. El cristianismo es la Verdad frente al nihilismo y a una ética de la
desesperanza.

ÉTICA
La feliz expresión “éticas eternas” de Jaspers nos recuerda que la ética como las matemáticas,
también es racional (ya que no experimental) con juicios a priori como ejercicio de la razón pura y
universales y necesarios. Con verdades eternas como que con medios perversos no podemos
lograr fines buenos. Contra extrapolaciones erradas, de la no existencia de Dios que postulan
materialistas, sostenemos que si la justicia, la misericordia, el amor y la tolerancia, no preexistieran
al hombre (también altruista), éste sería su fundamento “así como su negación”.

Leibniz las define como verdades de razón o a priori. Las verdades de razón (al contrario de las de
hecho o contingentes) no pueden ser de otra manera. Son verdades necesarias.
Sorprende “Kant (cuando) dice que ‘se ve claramente que todos los conceptos morales tienen su
asiento y origen completamente a priori en la razón’. En su teoría moral olvida las salvaguardas
que el propio Kant impone a la razón en la ‘Crítica de la Razón Pura’. Desorientado por el accionar
aparentemente irracional del hombre en la historia, prescribe intentar descubrir ‘un propósito
racional en la naturaleza debajo del curso sin sentido de los eventos humanos’ (Armando P. Ribas
en ‘Los fundamentos de la intolerancia’, La Nación, 9/5/04)”.

En ‘Crítica de la Razón Pura’ “( ) Kant extrae las consecuencias inevitables que la aparición de las
nuevas ciencias de la naturaleza, en especial la física de Newton (como una ideología), trae para la
filosofía. Ésta ya no puede pretender poseer un acceso puramente racional al conocimiento de la
naturaleza a partir de principios a priori, sino que debe establecer sus propios límites, que serán los
de la experiencia ( )”. Osvaldo Guariglia en ‘El futuro de la filosofía’, La Nación 2005.

Sin embargo, el hombre no construye la moral sino que puede aplicar su libre albedrío para la
aceptación de verdades eternas por la gracia de Dios. Tiene preocupación moral. El hombre tiene
ser moral y además de la fe por la Revelación, la ética recibida lo acerca a Dios. Tiene libertad para
elegir con amor por sobre la naturaleza individualista de la vida temporal. Nace libre para intentar la
superación de condicionamientos naturales porque su creación tiene finalidad sobrenatural.

Los sistemas filosóficos, las religiones, las ideologías y las ciencias coinciden en ocuparse de la
existencia, la ética y la salvación del ser humano. Hay una filosofía cristiana porque la razón y
nuestra fe no son antagónicas.

Para la salvación temporal y eterna necesitamos desde que nacemos hasta que morimos cumplir
con exigencias éticas.

Así la ética trasciende la vida temporal y la naturaleza. En el Evangelio la caridad es dogma. El


Amor es fundamento y finalidad.

La vida ética no se construye sólo con la razón. En todos los seres humanos hay un sinfín de
factores que intervienen en cada decisión. Si negamos a Dios, el hombre debería limitarse a
reconocer que es un animal más o menos complejo, orientado a vivir según sus caprichos y según
la ley del más fuerte. Es decir, la negación de Dios implica la negación de la ética, si es que no
caemos en la idea de llamar “ética” a la renuncia de cualquier norma absoluta y a la opción por vivir
según lo que cada circunstancia nos indique o lo que nos pida el capricho del momento. Ha habido
quienes han pensado que la ética debería quedar reducida a describir lo que “se hace”, lo que
decide una sociedad en un momento determinado de su historia, lo que imponen los grupos de
poder o las modas. Pero las normas morales no se explican sin descubrir ese orden profundo que
penetra toda la realidad y que brilla de un modo muy especial en el ser humano, con su
espiritualidad y su vocación a una vida más allá de la vida presente. Nuestra fe nos permite
conocer lo que Dios quiere del hombre y lo que nos lleva a nuestra plenitud en el tiempo y en la
eternidad (para catholic.net escribe el Padre Fernando Pascual, L.C.).

También hacen metafísica las filosofías de la historia (Hegel) que intentan dar un significado al
proceso histórico. Es evidente que a los acontecimientos transcurridos les podemos otorgar
retrospectivamente significado, pero es indemostrable científicamente que la historia tenga un
significado que la preexista. Sin embargo, esta es una condición fundamental en algunas de las
más difundidas ideologías ateas. Sus seguidores las califican de científicas. Así apareció el
materialismo histórico (Kart Marx, Friedrich Engels) en el que se formulan detalladas predicciones
sobre transformaciones sociales y económicas.

Este determinista materialismo histórico, es acompañado ideológicamente por un materialismo


ateo, que asombra definiendo- como un valor inherente al primero- al humano ejercicio de la
libertad.

La metafísica atea encuentra un problema lógico al argumentar sobre un materialismo de por sí


determinista, pues los hechos desde siempre tendrían que ser como finalmente fueron o son, al
haber un único devenir material. Esto aparece contrario a convicciones ateas sobre el curso
errático de los hechos (obviamente no aceptan distinguir materiales de espirituales) y a la ausencia
de causas finales aun en las teorías evolucionistas a las que el ateísmo adhiere.

Algunos matemáticos alcanzaron celebridad junto a sus ideologías ateas, por tanto es conveniente
señalar que asimismo son metafísicas las operaciones y relaciones o realidades matemáticas
inmateriales y carentes de interpretación sensible.

El ateísmo genérico motiva esta interrogación:


Para quienes niegan o ponen en duda la existencia de Dios y/o argumentan la imposibilidad de su
existencia, ¿no tendría que haber sido imposible la existencia del ser humano? Los argumentos
que se emplean para explicar la imposibilidad de existencia de Dios (hay quienes insisten con ¿y
quién creó a Dios o qué le dio origen?), son análogos a los que se podrían emplear para “negar” la
posibilidad de existencia del hombre.

Hacemos un comentario (luego de los párrafos en cursiva entre comillas), sobre el libro de Luc
Ferry “Aprender a Vivir. Filosofía para mentes jóvenes”, Taurus- Santillana, 2007.

"Férry quiere ir a una reflexión de humanismo no metafísico, postnitzcheano.

Piensa que continuamos teniendo relación con la trascendencia, una relación postnitzcheana,
postmetafísica, que escapa a la deconstrucción, de la cual podemos hacer la economía y que toda
la tarea de la filosofía actual es pensarla adecuadamente.

Un nuevo humanismo, o el humanismo del hombre-dios.

Para Férry, la secularización o humanización de lo divino, es el corte que se hará en todas las
dimensiones de la vida humana con todas las fuentes religiosas; es característico del siglo XVIII y
de los siglos siguientes.
Conservamos los sentimientos de trascendencia incluso después de los movimientos de
deconstrucción.

Afirma que hoy, muchos hombres y mujeres están dispuestos a dar su vida por otros, sobre todo
por los seres amados. “Por nuestros hijos, por los que más amamos, estoy seguro que la mayoría
estaría dispuesto a arriesgar su vida e incluso a darla. Y por otros seres humanos”.

Piensa entonces que ahí existen valores trascendentes, aunque no lo sepamos y nos creamos
materialistas.

El concepto es el de trascendencia en la inmanencia, que es un concepto que Férry toma de la


tradición de Kant.

Hay tres concepciones de la trascendencia en la historia de la filosofía:

- En la filosofía antigua de los sabios griegos, la trascendencia estaba en el cosmos divino; porque
es un orden superior a los hombres, que le es dado, el hombre lo descubre, pero no lo engendra.
Hay pues un orden que lo trasciende.

-En la filosofía cristiana es la trascendencia de los grandes monoteísmos, en los cuales un Dios
exterior al mundo lo ha creado.

-Una tercera trascendencia es la sacralización de los otros, el amor por los otros, lo que Ferry llama
trascendencia en la inmanencia. Es una trascendencia que está en nuestro interior y que no nos ha
sido impuesta por ninguna institución, ni por la escuela, ni iglesias o ideologías.

“La trascendencia en la inmanencia es algo que no nos ha sido impuesta por ninguna institución,
por lo tanto por ningún argumento de autoridad, es algo que descubrimos en nosotros mismos.

El amor por alguien, por nuestros hijos, se anida en nuestro corazón. Y lo percibimos como
trascendente; el corazón es el lugar más íntimo, más inmanente, pero esa trascendencia lo hace
explotar, el amor sale de uno mismo hacia los otros”.

“Observemos cómo funciona la fenomenología, es decir la descripción de que encontramos en


nosotros mismos trascendencia, de que dentro de nosotros hay trascendencia del amor, sentido de
la justicia, de la verdad, de la belleza. Se trata de una forma de autorreflexión, de introspección, de
conciencia de sí".

La doctrina de la salvación:

Si la reducimos a lo esencial, a lo más duro, es la cuestión del duelo del ser amado. Recuerda a
Epicteto, cuando le dice a sus discípulos que cada vez que abracen a un ser amado, recuerden
que puede morir al día siguiente, como una manera de no apegarse y sufrir menos.

Férry dice que hay tres maneras de afrontar la muerte del ser amado.

1) El pensamiento budista y estoico, que plantea el no apego a los seres humanos. En el budismo,
nos invitan a dejar la vida familiar, y entrar a la vida monástica. Es la mejor manera de prepararse a
la muerte, hay que morir liviano.

Para él, es imposible no apegarse a los seres que ama y tampoco tiene ganas de no amar. El
budismo está muy bien, pero no le sirve, porque no puede impedir amar y apegarse a sus seres
queridos. Para él sería privarse de lo mejor de la vida.

2) La hipótesis cristiana dice que los estoicos tienen razón, si nos apegamos a la dimensión mortal
del ser querido. Pero si nos apegamos a lo que hay de eterno en el otro, como dice San Agustín
“amar en Dios”, entonces podrán superar el miedo a la muerte, puesto que se encontrarán con los
amados en la vida eterna.

3) Pero si no tenemos fe ¿qué puede decir la filosofía laica? En este sentido, la filosofía es mucho
menos prometedora que el cristianismo.

Una filosofía laica puede decirnos que antes de morir más vale tratar esclarecer los conflictos con
los seres que amamos, que empujemos lo máximo posible el diálogo con el prójimo, antes de la
muerte, porque después será demasiado tarde. Más vale reconciliarnos con nuestros padres, con
los que muchas veces estamos distanciados, antes que desaparezcan. Más vale no mentir jamás a
los hijos.

Son pequeños ejemplos que muestran que hay una sabiduría del amor laica, en el sentido que
todos nosotros seguimos hablando con los muertos, pero de este diálogo tenemos que sacar una
consecuencia práctica en la vida, antes de la separación. Una sabiduría que nos haga
preguntarnos todos los días, qué debemos hacer con la gente que amamos antes que
desaparezcan. Es el tipo de sabiduría que habría que poner en práctica para no tener miedo de su
muerte ni de la nuestra, o por lo menos combatir en lo que sea posible esos miedos (De
www.comunidadmujer y Editorial Taurus)."

Luc Ferry procura encontrar nuevo fundamento humanista para una moral atea, superando al
materialismo contemporáneo y la deconstrucción nietzscheana de verdades metafísicas, religiosas
y del humanismo moderno. Estima que ciertos ideales de ese humanismo metafísico y el
basamento de las doctrinas religiosas, se encuentran en proceso de desaparición.

Lo que puede relacionarse de su idea de “trascendencia de la inmanencia” en el ser humano, con


la fenomenología de Husserl, es que ideales como el amor, la justicia, la libertad, etc. son
universalmente aplicables. Se trata de ideas universalmente lógicas, sin considerarlas platónicas o
metafísicas. Ni propias de la naturaleza divina.

Desde el ser humano son “trascendencias lógicas”. Hay una trascendencia para la aplicación de
valores como- por ejemplo- sucede frecuentemente con los derechos representados con la
denominación de “humanos o del hombre”. Para el caso, es consecuencia de la deducción lógica
entender la aplicabilidad de criterios análogos, a diferentes especies o formas de vida.

La solidaridad, la compasión y la libertad, existen sin que deban estar dirigidos con exclusividad a
una forma de vida. Ese puede ser un ejemplo de trascendencia lógica en la aplicación de ideales
desde el ser humano, pero estos valores nunca dejan de estar fundamentados metafísicamente.
Así, es sobrenatural el fundamento ético que justifica dar la propia vida por un amigo (*), un justo o
simplemente por el prójimo. El mismo fundamento que puede sustentar la decisión de 100
individuos para dar voluntariamente sus propias vidas temporales y así salvar la de un único
pecador. Es la razón o fundamento del sentimiento puro que permite superar una lógica elemental
en la aplicación de normas.

(*) “Jesús, poco antes de su pasión y muerte, consciente de que el tiempo que le quedaba para
estar con los suyos se estaba acabando, queriendo dejarles aquellas palabras-testamento que
nacen de lo más profundo del corazón y que no deberán olvidarse nunca, les dice que Él es un
amigo y ellos son sus amigos: ‘Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a
vosotros...’ (Jn 15, 13-16). Palabras en las que encontramos todos los elementos característicos de
la amistad: la elección,( ) el estar dispuestos a dar la vida por el amigo... Cuando Dios se ha hecho
como uno de nosotros y ha querido expresarnos su amor de una manera inteligible para nosotros,
nos ha dicho que era un amigo fiel hasta la muerte. En Cristo, Dios ha vivido humanamente la
experiencia de la amistad; en Jesús, la amistad se ha convertido en algo definitivamente divino.”
(Josep Rovira, CMF para ciudadredonda.org).

Valores como el amor, la verdad, la justicia y la belleza, nos vienen impuestos desde afuera, son
valores que nos llegan desde la realidad sobrenatural que nos trasciende.

Esta es una abstracción difícil de asimilar, porque todo ser humano recibe de Dios el
conocimiento moral y su libre albedrío ante opciones éticas. Más aún, el hombre tiene
conocimiento moral aunque no crea en la existencia de Dios ni medite en su posibilidad.
“Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en
efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley,
sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita
en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o
alabanza (Eleuterio Fernández Guzmán en Los mandamientos que más mandan, Mc 12, 29-
31).”

Las ´´éticas eternas´´ están inscritas en el alma desde nuestra creación. Se manifiestan en el
transcurso de nuestras vidas con sus situaciones. Hay cierta analogía con la manera en la que se
nos manifiestan realidades matemáticas. La Ley natural coincide con la casi totalidad de la Ley
moral recibida con el Evangelio.

Luc Ferry dice que no puede “impedir que dos más dos sean cuatro y que esta no es una cuestión
de gusto ni de elección subjetiva”. ( ) “Y de forma parecida no estoy totalmente convencido de que
yo ‘elija’ los valores morales, de que, por ejemplo, decida ser antirracista. La verdad es que no
puedo dejar de pensar que la idea de humanidad se me impone a través de las nociones de justicia
e injusticia que comporta. Lo que esta apertura hacia el humanismo no metafísico desea asumir es
que los valores son trascendentes. Al contrario que el materialismo que pretende explicar todo
reduciéndolo sin ir nunca más allá. Y no es una declaración de impotencia, sino de lucidez ante
una experiencia incontestable que ningún materialismo ha logrado explicar realmente. Por lo tanto,
hay trascendencia. Pero ¿por qué ‘en la inmanencia’? Simplemente porque, desde este punto de
vista, no se nos imponen los valores en nombre de argumentos de autoridad, ni se los deduce de
ningún tipo de ficción metafísica o teológica. Yo no invento, descubro la verdad en una proposición
matemática, tampoco invento la belleza del océano o la legitimidad de los derechos del hombre.
Pero es en mí y en ninguna otra parte donde se desvelan. Ya no existe el cielo de las ideas
metafísicas, tampoco existe Dios o, al menos, ya no estoy obligado a creer en ellos para poder
aceptar la idea de que me encuentro ante unos valores que una y otra vez me superan sin que, sin
embargo, adquieran visibilidad en parte alguna que no sea mi propia conciencia.”

“No puedo impedir que dos más dos sean cuatro. ( ) No se nos imponen los valores. ( ) Yo no
invento, descubro la verdad en una proposición matemática, tampoco invento ( ) la legitimidad de
los derechos del hombre”.

El fundamento de esta verdad obviamente supera la trascendencia lógica de valores desde el ser
humano. El ser humano recibe estos valores desde el orden sobrenatural que lo trasciende.

AMOR. MAL.
En Dios, lógica y amor se identifican en su plan para nuestra finalidad sobrenatural.
No hay ejecución algorítmica posible en la nada absoluta. Toda existencia está fundamentada en el
pensamiento de Dios. Somos a imagen y semejanza de Dios por su amor. Su plan para nuestra
creación se ejecuta en su pensamiento.

Dice el matemático Paul A. Wagner: “Dios no se hace evidente a los hombres porque debe
respetar el libre albedrío humano. Asumiendo que tenemos libre albedrío, Dios es muy cuidadoso
en los detalles que revela de Sí mismo. El ser humano debe elegir servir a Dios en libertad. Al
revelarse constantemente tal cual es, Dios mismo eliminaría la posibilidad necesaria de que sus
criaturas lo elijan solamente por amor.

El físico cuántico y clérigo anglicano Sir John Polkinghorne aduce que la física cuántica provee la
plasticidad que el universo necesita para que nuestro libre albedrío pueda ser ejercido en todo
detalle a medida que se desarrolla la historia del mundo.

Solo la mente de Dios que se sacrifica a Sí mismo por sus criaturas puede imaginar una creación
con leyes físicas que junto con las morales, quedan unidas en un mundo que permanece bajo el
control de Dios pero provee abundante espacio para que sus criaturas puedan obrar el bien y el
mal” (Traducido por Ignacio de Argenzola).

“Al sostener que no hay ningún absoluto fuera de nosotros, el naturalismo presenta al
espacio, tiempo y energía como todo lo que existe. Dado que el naturalismo niega cualquier
condición sobrenatural, lo que la mente humana puede medir es el único patrón para
razonar y adquirir conocimiento. No hay ninguna entidad suprafinita que defina el bien y el
mal. Tanto nuestros comportamientos están impulsados por nuestros genes, como nuestros
valores morales están determinados por la realidad que es.

Otras doctrinas nos dicen que no hay tal cosa como el bien o el mal último, porque todo es
parte de un gran todo no-diferenciado donde lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, son
propios de la unidad del universo. Niegan una de las reglas básicas de la filosofía, que es
que dos cosas opuestas no pueden ser ambas verdaderas a la vez. Niegan que existan los
absolutos, cosas que son verdaderas todo el tiempo, sostienen que el bien y el mal son
relativos. Así el bien y el mal están determinados por las culturas; asesinar al bebé sin
nacer, ante idénticas circunstancias, puede estar bien en una persona y mal en otra.

La razón y la percepción del ser humano son formas de adquirir valores morales, pero
fundamentalmente los recibe por la Revelación. Por la Verdad Revelada conocemos lo más
importante para nuestra espiritualidad. Por la revelación sabemos lo que Dios quiere que
hagamos y seamos.

La revelación en la forma del Señor Jesucristo es la única en que podemos experimentar a


‘Dios con su piel puesta." (Citan a Sue Bohlin en “The universe next door”, I.V. Press).

Presentamos dos visiones sobre la irracionalidad del mal y el sufrimiento en la realidad natural. La
de Albert Camus en obras como “La Peste” y “La Caída”; y la de Pablo Noriega autor de “Razón y
Realidad” en Revista Arbil nro.80.

“La teodicea (justificación de Dios respecto al mal en el mundo) es inconcebible para Albert Camus
(1913-1960), ya que no puede admitir la racionalidad del mundo en la justificación del sufrimiento
humano. Así las enfermedades, la guerra o los desastres naturales, visto como el mal, representan,
dentro de la falta de racionalidad en el mundo, la mayor irracionalidad. Se presentan como el
mayor de los absurdos ya que alegan, como muchos hechos, la falta de cualquier absoluto. Es
precisamente lo irracional del sufrimiento lo que le hace no creer en Dios. Admitido que existe el
mal en el mundo, ya que se muestra obviamente, Camus más que realizar una teoría sobre el
origen del mismo, ya que no encontraría respuestas, intenta realizar una teoría sobre cómo el
hombre debe afrontar ese hecho irremediable que sucede en la naturaleza. Ahora bien, debemos
aceptar el mundo como es, pero eso no implica consentir el mal que incluye.

Esta lucha no puede ser individual, sino colectiva, porque es un problema que afecta a todos sin
reservas.

Camus ve al mal como plena irracionalidad en la naturaleza, pero ¿qué opinión tiene de la
naturaleza humana? A pesar del pesimismo filosófico, que subyace en toda su obra, Camus, sin
embargo, siente un gran aprecio por el hombre tal como es conllevando todas sus penurias y
amarguras. Toma plena conciencia de la soledad del hombre y de la tragedia de su enfrentamiento
con la absurdidad de la naturaleza (Adolfo Monje Justo, Junio de 2004).

Ciertamente, el mundo como única realidad es irracional y el hombre no puede ser - siempre- ese
ejemplo de conciencia racionalmente moral que perfila Camus.

Lo históricamente probable, no fundamenta la universalización de un comportamiento moral


excelso en la realidad natural. La perfección individual puede lograrse en cualquier etapa de la
historia. No depende de una evolución histórica.

La mayoría de los evolucionistas niegan que la evolución tenga un objetivo definido.

Sería algo cercano a reconocer una tendencia sobrenatural.

Algunos filósofos llegan a proponer, una conciencia moral pura que podría quedar disociada de
toda materia corpórea o fenoménica; y otros hasta una metafísica con atractores morales.
Immanuel Kant (1724-1804), reconoce un fundamento que- como motor moral- sería distinto de
todos los fundamentos propuestos para la determinación de los sucesos de la naturaleza. Otros
refieren a sus modelos éticos ateos, como la consecuencia de atractores irregulares y al azar.

Nuestra existencia inteligente y moral no es sólo un complejo fenómeno natural. Es precisamente


absurdo imaginarlo aislado de su razón de ser en la existencia supranatural inteligente. En el Amor
que- al crearnos- finalmente elimina nuestro sufrimiento individual pero nunca nuestra existencia
misma.

Pablo Noriega, a partir de la irracionalidad de la existencia del mal en el mundo, define la


necesidad de la ampliación de la realidad natural hacia la sobrenatural que la racionaliza con la
inmortalidad personal junto a Dios:

“La realidad de nuestro mundo (entendiendo por el mismo al mundo de la sensibilidad, al


mundo científico y, quizá fundamentalmente, al mundo moral) es tal que nunca aparece
suficientemente inteligible para nuestra conciencia.

De manera eminente desde perspectivas morales, la realidad natural se nos presenta como
un fenómeno irracional.

Muchos de los trabajos de la filosofía contemporánea parecen haber olvidado la búsqueda


de un objetivo fundamental y tradicional de la disciplina, cual es la totalización racional de la
realidad, porque implícita o explícitamente, se han recluido en lo que se podría llamar
mundanismo de lo dado, como si esto último se explicase a sí mismo, o también como si la
búsqueda de alternativas totalizadoras, en cuanto que la mayoría de las veces lleva a la
Metafísica, no fuera incumbencia de la Filosofía.
Estas corrientes de la filosofía contemporánea están ejercitando posiciones mundanistas
(por oposición a metafísicas) sin ocuparse del problema de la incompleción (falta de
completitud lógica de estas corrientes) de la realidad natural.

El mal es tan esencial a la realidad como otras cosas y la comprensión de lo real exige tener
en cuenta lo malo como parte suya.”

En “La Peste”, a través de la crónica de una ciudad apestada se observa la ética por la que se
perfila Camus, como vemos en el personaje Rieux, que aparece como ejemplo de la honestidad
con uno mismo y la simpatía hacia los demás. Esta forma de afrontar el absurdo, se refleja en este
médico por el mero hecho de realizar su oficio.

Camus señala que no nos podemos resignar, sino que debemos rebelarnos contra el mal y luchar-
en este caso- contra la propia peste. Así, otro de los personajes esenciales en la obra- Tarrou- que
al final de la misma muere al contagiarse, en pleno auge de la plaga observa que se debe “agrupar
a todos los que con buena voluntad quieran luchar contra el mal que nos hiere”.

Rieux admite que esa lucha no puede ser individual, sino colectiva, porque es un problema que
afecta todos sin reservas.

Aunque noble, el comentario no es altruista porque esencialmente comprende a los afectados o


directamente amenazados.

Dice Pablo Noriega: “Desde nuestra posibilidad de pensar la realidad natural, ésta, aparece
como irracional porque cuanto concebimos lo hacemos organizando a ésta como dividida
en partes, cada una de las cuales sigue sus impulsos particulares (egoístas). Esto quiere
decir que cuando concebimos lo real natural lo hacemos de tal manera que ello lleva
consigo la irracionalidad moral (el mal) como un imperativo de su existencia. Dicho en otros
términos, se enuncia que lo finito no puede obrar como santo, pues estando divido, cada
parte persigue sus propios fines lo que constituye el centro de la irracionalidad de lo real.
Ello quiere decir que las realidades finitas, cuando buscan sus fines (lo que constituye el
fundamento de la dinámica de lo real), hacen de manera inevitable el mal.

Es necesario ir más allá de las categorías de nuestra sensibilidad porque lo único que
somos capaces de señalar es como debería ser esta realidad para que fuera racional, pero
no que pueda serlo de hecho.

El mal es tan esencial a la realidad natural como otras cosas y la comprensión de lo real
exige tener en cuenta lo malo como parte suya.

Por tanto, lo real natural es insuficiente desde el punto de vista de su racionalidad, dado que
tiene irracionalidades imposibles de eliminar porque la racionalidad que opera en ello es
asimismo insuficiente.

Necesitamos concebir la existencia de alguna racionalidad distinta y superior a la nuestra


(ampliación absoluta de la realidad natural). Dicho en otras palabras, lo que postulamos
supone que la realidad es más racional si suponemos que a la vida natural le sigue otra
vida, que si la pensamos como sin continuidad o si sólo suponemos lo real natural como
encaminado- por su propia dinámica- a la felicidad.

Consideramos la irracionalidad como un momento aparente en nuestro mundo moral y la


racionalidad, como esencial, absoluta o como predicado último de lo real.

Para la defensa de la existencia de una realidad sobrenatural, partimos de la constatación de


que los seres naturales son tratados injustamente. Si tenemos en cuenta la responsabilidad
de algunos componentes de la realidad natural (al menos, nosotros los hombres) en el
hecho, se hace necesaria esta ampliación. Consiste en pensar que las realidades que
desaparecen del mundo natural han de tener un lugar donde puedan reactuar sobre el
mismo según principios de igualdad. A esta nueva realidad la llamamos, siguiendo la
tradición, Sobrenaturaleza.

( ) El ser existe y es pensado. Si es pensado ha de ser pensado como racional.

Nosotros, las inteligencias finitas, no podemos pensarlo como racional. Luego ha de existir
una inteligencia que piense racionalmente la realidad.

Esa es la Inteligencia Suprafinita.

El mal existe y es real. Ello hace irracional al mundo natural. La realidad no puede ser
irracional.

La Sobrenaturaleza con Inteligencia Suprafinita existe.”

El certero y extenso trabajo de Pablo Noriega puede leerse en la página web de Arbil.org (revista
nro. 80).

Dios nos da suficientes pruebas sobre su existencia. También nos mueve por la gracia a conocer y
realizar el bien en pensamiento y obra. Sin embargo, nos permite dudar sobre Su existencia. Y
también no cumplir Sus Mandamientos aunque creamos en Él. Así podemos transcurrir distintos
estadios de malignidad espiritual o sicopatía.

Nuestro comportamiento compulsivamente paradójico demuestra que la vida temporal es parte


necesaria de nuestra creación como seres perfectos ante Dios. Reconocernos íntegramente
cristianos es casi imposible en esta etapa preliminar. Por la Revelación sabemos que el amor de
Dios es tan ineludible como su justicia verdadera.

Ocasionamos padecimientos por acción y omisión. Hay sufrimientos enormes en el mundo a los
que no nos oponemos por comodidad y egoísmo. Por falta de verdadero amor a otros. Por más
que muchos pretendan acomodar la interpretación del pecado a su conveniencia, nuestros
pecados causan el sufrimiento moral y físico del prójimo. El pecado es consecuencia del egoísmo y
la violencia. Es la decisión que ocasiona el sufrimiento del otro. El pecado es “una palabra, un acto
o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San
Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6).
Debemos rogar a Dios saldar por Su gracia cada pecado hasta alcanzar ante Él la santidad para
nuestra finalidad sobrenatural.

Finalmente es responsabilidad individual comprender la Buena Noticia cristiana.

Jesucristo, para muchos tan difícil de seguir, es tan fácil de entender como lo único que puede
significar: “que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34).

Al amar siempre amamos a Dios. Si todos amáramos definitivamente a Dios no habría más
calamidades en la vida terrenal y hasta ésta no tendría sentido como etapa previa a la Vida
verdadera.

Dice San Pablo en Filipenses 1,21: “pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.”
“Relación entre los conceptos Felicidad y Sufrimiento en C.S. Lewis”

Reproducimos un extracto de la monografía de Juan Esteban Londoño Betancur (presentada ante


el Seminario Bíblico de Colombia, Facultad de Teología, para optar por el título de Licenciado en
Teología. Medellín, 2005).

La importancia de la felicidad y el sufrimiento para que el ser humano pueda reconocer que
Dios es Dios.

Clive Staples Lewis nació en Belfast, Irlanda, el 29 de noviembre de 1898 y falleció el 22 de


noviembre de 1963. Escribió sobre el significado del sufrimiento y la felicidad, a partir de la lectura
cristiana que hiciera de las circunstancias de su vida y de la humanidad.

El sufrimiento trae implícito su contrario, la felicidad.

Lewis quiere mostrar ese llamado que Dios hace a las personas para que lo conozcan a Él, Fuente
de la felicidad y Suma Felicidad. Así como él mismo experimentó el sufrimiento, también
experimentó la felicidad, y reconoce a Dios como la Felicidad completa: “En la mar, en Su mar, hay
placer, y más placer. Y no procura ocultarlo. Su diestra ofrece deleites eternos” [Cartas del diablo a
su sobrino]. Para Lewis la felicidad no es un simple anhelo o una promesa, es una realidad
experimentable en la Persona de Dios, pero también el sufrimiento es experimentable en Dios.

Lo que pretende esta monografía es exponer qué significan los conceptos felicidad y sufrimiento en
la literatura de C.S. Lewis, examinar cómo Lewis, un hombre sumido en la temporalidad, aborda un
tema que trata de mirar desde los ojos de la eternidad.

Parece contradictorio que si Dios es bueno deje que las personas, sus criaturas, sufran; y aún más,
si Dios es bueno, ¿por qué permite que las personas que profesan seguirlo sufran en la misma
manera que las demás?

Lewis abordó ésta pregunta. Con esta monografía se pretende mirar cómo Lewis responde, cuál es
su base epistemológica para esto, cómo utiliza su experiencia y la de los demás, y qué
consonancia tiene con las exposiciones de Jesús acerca del sufrimiento.

Para Lewis el acontecimiento de Cristo es un hecho histórico, es el “Mito hecho realidad”, como
tituló uno de sus ensayos [God in the Dock.]. Lewis, cree que la mítica antigua de muchas culturas
se hizo realidad en la persona de Jesús. Para Lewis, la importancia del Evangelio estriba en los
aspectos míticos que se han hecho historia en Jesús; por éste mismo hecho es que se convirtió al
cristianismo (dentro de la iglesia anglicana). Para él, la doctrina de la iglesia se fundamenta en la
historia, la que registra que el mito aconteció. Pero el enfoque en este libro no consiste en
demostrar la validez de los símbolos míticos del cristianismo. Trata más bien de la pregunta de los
hombres ante Dios o ante la fe en Dios, que presenta una aparente contradicción- entre la bondad
y la omnipotencia divinas- enfrentadas al sufrimiento humano. Lewis se dedica entonces a dar una
respuesta bíblica, histórica, y lógica.

El sufrimiento humano y la bondad divina ¿son contradictorios? ¿Cómo Dios siendo bueno y a la
vez omnipotente permite que las personas sufran?

La omnipotencia tiene que ver con la naturaleza del ser omnipotente, y ese ser no puede realizar
acto alguno en contra de su propia naturaleza. De esa manera, Dios es Omnipotente en la medida
en que opera de acuerdo a su propia naturaleza.

El sufrimiento puede ayudar a la gente a darse cuenta que necesita a Dios, y es el vehículo por
medio del cual Dios actúa para perfeccionarla.

La doctrina de la total depravación –donde se llega a la conclusión de que, dado que somos
totalmente depravados, nuestra idea del bien no vale nada- podría convertir al cristianismo en una
forma de culto al demonio [El problema del dolor] .

Lewis sugiere que la bondad divina duele, porque lo que busca es el bien de los seres humanos.
Ya que Dios es quien conoce cuál es el bien de las personas, actúa en busca de esto, aunque a
las personas no les guste y aún sufran. Define a la bondad divina como amor: un amor
transformador de la persona amada.

La verdadera causa del sufrimiento humano es el amor de Dios, y la condición de éste sufrimiento
es el pecado. El amor de Dios busca transformar y perfeccionar a las personas, y por esto produce
dolor.

Antes de mirar la maldad, la bondad, y el sufrimiento, la óptica de Lewis presupone el libre


albedrío. Sobre ésta presuposición este autor va a fundamentar toda su visión acerca del
sufrimiento y aun de la fe cristiana.

Toma de Agustín que la maldad se debe a la mala elección del hombre. Para Lewis es la elección
humana la que produce el pecado; y la maldad ha sido y es una opción que el hombre puede
tomar, ya que es sólo dentro del espacio de la libertad que se puede amar. El libre albedrío es
necesario para elegir amar a Dios, porque si no existe la posibilidad de decir no, el amor no es una
elección libre sino una obligación o un instinto meramente erótico.

El primer argumento que usa es el argumento de la conciencia del hombre. Apela a la experiencia
personal. Expone que cada persona sabe que es mala, y que trata de aparentar no serlo [El
problema del dolor]. Ya que el hombre busca esconderse entre el público para justificarse, Lewis
cierra la vía al concepto de culpabilidad como conciencia o construcción social y elimina la falacia
que dice que “el tiempo de por sí elimina el pecado” [Ibíd], planteando que “todo tiempo es
eternamente presente para Dios” [Ibíd.]. Dios siempre observa al hombre, y lo ve como un ser
culpable. Lewis ataca la democracia del pecado, que dice que si todos son pecadores entonces no
hay nada de malo en ser pecador. La respuesta que da a ésta objeción es que no todas las
personas tienen un grado de maldad igual, sino que cada una es diferente en sus actos y
responsabilidades. Lewis enfatiza la importancia de cada persona, y no del conjunto de las
personas. De ello que apele a la experiencia de cada uno.

Menciona a personas como Sócrates, Jeremías o Zaratustra, y dice que si todos los demás fueran
como ellos, la tierra sería perfecta [Ibíd]. Éste concepto lo irá ampliando hasta plasmarlo
claramente en “Esa horrible fuerza” y “La abolición del hombre”. En este segundo libro, explica que
detrás de todas las culturas hay una ley universal absoluta que lleva a las mismas cosas. Llama a
ésta ley universal “Tao”, es decir “lo bueno”, y dice que a partir de ésta se pueden emitir juicios
sobre qué es bueno y qué es malo; y en base a ella el hombre se puede reconocer a sí mismo
como imagen de Dios y pecador a la vez.

Una opinión popular sobre la benevolencia, plantea que la benevolencia es la única virtud moral
válida, y que si una persona tiene benevolencia no necesita otras virtudes como la fe o la castidad.
Lewis rebate este argumento citando a Platón: “La virtud es una. No se puede ser bueno a menos
que se posean todas las demás virtudes” [El problema del dolor].

La otra objeción que refuta es la que presenta el agnosticismo moral. Este dice que la moral de
Dios es más alta que la moral de los hombres y que no se puede conocer.

Lewis argumenta que el hombre tiene una moral caída, incompleta, pero que no está del todo en
contra de la moral perfecta de Dios, ya que el hombre sigue siendo Imago Dei.

Lewis propone que los hombres tienen escrita en sus corazones la ley moral. Dice que todas las
personas saben que han infringido la ley. Lewis no pretende afirmar la doctrina de la depravación
total. Dice que no cree en esa doctrina, sobre el siguiente fundamento lógico: si la depravación
humana fuera total, no sabríamos que somos depravados.

El libre albedrío y el pecado juegan un papel muy importante en relación con el sufrimiento. El ser
humano decidió ser su propio dios, y entonces Dios, por misericordia, le envió el sufrimiento para
que se acordara de que estaba separado de su Creador. Aquí es donde Lewis profundiza en la
naturaleza del pecado original, en cuál fue ese pecado que hizo que el sufrimiento entrara en la
vida humana.

Considera que el pecado es una decisión que cada persona toma delante de Dios, apartándose de
Él, decidiendo desobedecerle. El pecado original, para él, es un acto de desobediencia que va más
allá de una inmoralidad social que el hombre primitivo haya cometido. Es un pecado
específicamente contra Dios. El pecado que en esas condiciones pudo haber cometido el ser
humano ante Dios, es el orgullo, según expone Lewis. Este pensamiento tiene raíces en San
Agustín, quien afirmó en “La Ciudad de Dios” que el pecado es oponerse a Dios por medio del
orgullo. “Desde el momento en que una criatura se vuelve consciente de Dios como Dios, y de sí
misma como un yo, queda abierta la terrible alternativa de elegir a Dios o al ‘yo’ como centro” [El
problema del dolor].

El propósito del sufrimiento es eliminar el orgullo. Ya que el pecado está enraizado en el orgullo, es
olvidarse de Dios y poner el “Yo” como supremacía, entonces el sufrimiento es usado por Dios para
vencer el orgullo humano, para reflejar que el ser humano está en una condición miserable, y que
necesita de la salvación y del amor eternos.

El sufrimiento “destroza la ilusión de que lo que tenemos, ya sea bueno o malo en sí mismo, es
nuestro y suficiente para nosotros” [Ibíd]. El dolor hace que el individuo vea que todo pertenece a
Dios, incluso su propia vida, y que es el Único suficiente para hacer felices a las personas. El dolor
está implícito en el abandono de las personas en Dios, para evitar el hedonismo. Por esto el
entregarse a Dios no es tan cómodo; es una cuestión no de comodidad sino de verdad y veracidad
divinas.

El propósito del sufrimiento para C.S. Lewis es “perfeccionar al hombre” [Ibíd]. Esto lo cita, más
que interpretarlo de Hebreos 2:10, que dice: “Convenía que Dios, para quien y por medio de quien
todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos”. Se trata de un
perfeccionamiento ontológico, dar al ser humano una naturaleza distinta, hacer que el “Yo” tome
una identidad en Cristo, una identidad cristiana, completamente ligada a Dios.

El concepto de felicidad en C.S. Lewis.

Lewis dice que la felicidad del ser humano y de Dios es el propósito de la existencia: “¿Para qué
nacimos?... para una felicidad infinita” [El gran divorcio] . Pero la felicidad también puede ser
peligrosa, ya que se convierte en el alimento del “Yo” que pelea por convertirse en el centro del
universo. Y de esta manera el ser humano se olvida de Dios y al final pierde la felicidad que sólo se
halla en el Creador. El autor irlandés narra cómo Dios lo condujo a través de la experiencia mítica,
la experiencia filosófica, la experiencia teísta, hasta llegar finalmente a la experiencia cristiana por
un camino de felicidad y sufrimiento.

Al referirse a la felicidad, deja claro que el propósito del ser humano no debe ser la felicidad
misma, sino el amar y ser amado por Dios. La consecuencia va a ser la felicidad:

Dios creó cosas que tienen libre albedrío. Eso significa criaturas que pueden actuar bien o mal.
Algunos piensan que pueden imaginar una criatura libre, pero sin posibilidad de actuar mal; yo no
puedo. Si algo tiene libertad para ser bueno, también la tiene para ser malo. Y el libre albedrío es lo
que ha hecho posible el mal. ¿Por qué, entonces, les dio libre albedrío? Porque el libre albedrío,
aunque hace posible el mal, es también lo único que hace posible cualquier amor o bondad o
alegría dignos de tenerse… La felicidad que Dios destina para sus criaturas superiores es la
felicidad de estar unidos a Él y entre sí libre y voluntariamente, en un éxtasis de amor y deleite
comparado con el cual el más extático amor entre un hombre y una mujer en esta tierra es pura
leche y agua. Y para eso tienen que ser libres [Mero Cristianismo (sobre la Predestinación, la
gracia y el libre albedrío, blogdelafe expone la doctrina católica en “A modo de conclusión”)].

Es en Dios que se puede alcanzar la felicidad completa, cuando el hombre tome su cruz y se
despoje de sus deseos egoístas, de manera que se dé a Dios y a los otros a través de Dios y a
causa de Dios.

Para Lewis la felicidad no es la ausencia de lucha o dificultades, sino el sometimiento del “Yo” a
Dios.

Así el problema no es tener placer de las cosas grandes o pequeñas dadas por Dios, sino el
endiosamiento del placer.

El ser humano se da cuenta de sí mismo y de Dios, y por ser Imago Dei se da cuenta del bien y del
mal. Allí es que tiene que ejercer su voluntad y paradójicamente someterla a Dios.

La libertad de elección entre el bien y el mal puede ser peligrosa, ya que el ser humano puede
elegir el mal. Pero si Dios no hubiera permitido la libre elección, el amor no sería amor, puesto que
el amor se debe ejercer en el campo de la libertad y no del automatismo.

El ser humano en el mundo actual no puede ser feliz. C.S. Lewis plantea que si bien la felicidad
nunca va a ser completa ni total en un mundo caído, el ser humano que ha aceptado la fe cristiana
sí puede alcanzar cierto tipo de felicidad. ¿En qué consiste esta felicidad? Evidentemente no se
trata de la eternidad instaurada en la tierra definitivamente, pues se hace contradictoria con la
temporalidad y caducidad del mundo en que cree el cristianismo. La felicidad a la que se refiere
Lewis es una felicidad que incluye al sufrimiento en sí misma, pues está limitada a la vida temporal,
y al ser eminentemente subjetiva, se hace real dentro de la vida de seres pecadores.

Lewis llama alegría al deleite que aún se puede sacar de una creación diseñada específicamente
para que se goce de ella- pero que aun en el cristianismo- no permite llegar a un éxtasis subjetivo
constante, pues esto ahora está prometido para eternidad.

En cuanto a la alegría en la maldad, la alegría del hombre malo consiste en deleitarse en su propia
maldad; es placer, pero no felicidad. Lewis piensa que el hombre que vive lejos de Dios no es feliz,
sino que se encierra en su propio hedonismo, aunque al final llega incluso a odiar ese placer y a
odiarse a sí mismo. Quien decide hacer mal está temporalmente satisfecho ya que está haciendo
todo para engrandecer su propio “Yo”, pero desde la mirada de la eternidad está acumulando
sufrimiento para el Juicio Final.
Lewis dice que es necesaria la Encarnación. La Encarnación no es un paso hacia la redención del
hombre, sino un paso dentro del proceso de la redención; hace parte de ella: “Es como si algo que
siempre está afectando a la totalidad de la masa humana comenzara, en un punto, a afectar a la
totalidad de la masa humana de una nueva manera. De este punto, el efecto se esparce por toda la
humanidad. Recae en gente que vivió antes de Cristo y también en los que vivieron después de él.
Afecta a gente que nunca ha oído hablar de él” [Mero cristianismo].

La Encarnación introduce la vida divina dentro de la vida humana, pero es un proceso. Este tiene
dos facetas: la primera, en el ser humano al decidir “vestirse de Cristo” [Ibíd]; la segunda, en que
Cristo transforma ese “vestirse de él” en una realidad. Lewis escribe que ambas facetas de la
transformación las lleva a cabo Dios, quien produce el deseo y esfuerzo humano de vestirse de
Cristo y de ser como él en realidad.

Ésta transformación o santificación presupone el libre albedrío; el ser humano no puede buscar el
bien por sí mismo, su libre albedrío consiste en decidir aceptar o no el bien que viene de parte de
Dios. El libre albedrío es importante para que el ser humano muera a su “Yo”, lo cual sólo puede
hacer con ayuda de Dios.
El sufrimiento y la felicidad presentes deben ser vistos según la óptica de la felicidad eterna, del
futuro. Este pensamiento va acorde con el pensamiento del apóstol Pablo, que escribe: “porque
estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros” (Romanos 8:18).

Afirma Pablo en Romanos 8:22-23: “Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente
y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en muestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo”.

Para Lewis, la elección humana tiene consecuencias eternas, y ya está hecha al entregar la vida a
Dios.

Los mortales hablan de un dolor temporal que “ninguna bendición futura podría
equilibrarlo” sin saber que el cielo, una vez que se lo ha obtenido, trabaja hacia atrás y
convierte en gloria cada sufrimiento.

El pasado del hombre bueno cambia y sus pecados adquieren cualidad de cielo. Por eso, al
fin de los tiempos, cuando el sol se alce aquí, y allá el crepúsculo se vuelva negra
oscuridad, los benditos dirán: “siempre hemos vivido en el cielo” (El gran divorcio: un sueño).

Al dar una mirada a la obra literaria y teológica de C.S. Lewis en cuanto a los temas de la felicidad
y el sufrimiento, se concluye que estos dos tópicos son realidades permanentes en la vida humana,
que se experimentan en la vida cotidiana y son inevitables desde el punto de vista emocional. La
felicidad y el sufrimiento son dos experiencias similares y a la vez opuestas, que tienen su razón de
ser en la relación del ser humano con Dios. Tal relación explica lo que es la felicidad: la entrega
completa del “Yo” a Dios, una relación entre Creador y criatura sin obstáculos, y una relación entre
el “Yo” y el Otro, el prójimo, sin injusticias.

También hay una promesa de restauración para las personas a una vida feliz: la encarnación del
Hijo de Dios posibilita el retorno a la relación paradisíaca, a renunciar al “Yo” y entregarlo a Dios, a
tratar con justicia al Otro. Esto se hace real en la tierra, en la vida presente a partir de la
santificación, y será completo en la vida celestial cuando sean transformados los cuerpos
terrenales.

El entendimiento a partir de la eternidad, de la esperanza cristiana, vuelca la forma de entender la


vida cotidiana. Así sucedió con los cristianos de los primeros siglos, quienes enfrentaron
valientemente la muerte y el sufrimiento, ya que conocían la perspectiva correcta de lo que era la
felicidad y el sufrimiento. Se puede mencionar por ejemplo a los héroes de la fe citados en Hebreos
1, de los cuales el mundo no era digno, porque aceptaron el sufrimiento como parte formativa para
sus vidas, y murieron en difíciles circunstancias a la vez que estaban felices, y fueron a la felicidad
eterna. E. L.Betancur.
recursosteologicos.org

El Dr. Theo G. Donner es Profesor de la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia.


Conoce profundamente la vida y obra de C. S. Lewis. Del texto de una de sus conferencias
(15/10/05) titulada “Reflexiones en torno a C. S. Lewis” extractamos:

Aunque nace en un hogar cristiano, Clive Staples Lewis abandona la fe a una edad temprana. La
muerte de su mamá, cuando él no tiene todavía diez años, juega un papel importante. El y su
hermano mayor oran fervientemente por la recuperación de ella, pero ven que sus oraciones no
obtienen respuesta.

Después de su conversión definitiva (dentro de la iglesia anglicana) Lewis sigue luchando con el
tema de la oración peticionaria, particularmente cuando pierde a su esposa tras una larga lucha
con el cáncer.

La producción literaria de C. S. Lewis (40 libros e innumerables ensayos, artículos y poesías) cubre
una gama amplia y variada de estilos literarios. Desde textos profesionales sobre historia de la
literatura inglesa, hasta novelas, ciencia ficción, autobiografía y obras apologetas cristianas, estas
últimas normalmente en forma de conferencias.

Entre 1950 y 1956 publica las 7 novelas de las Crónicas de Narnia, libros escritos para niños que
contienen a la vez un tesoro de reflexión teológica.

La serie de las Crónicas de Narnia se está vendiendo en español por todas partes y se adaptó para
el cine además de El león, la bruja y el armario.

En sus libros de polémica filosófica y apologética, así como con artículos y conferencias, Lewis
enfrenta diferentes corrientes filosóficas y educativas de su tiempo y cuestiona las presuposiciones
de quienes atacan la fe cristiana.

Varios de sus libros son de carácter pastoral, sobre temas como el dolor; la oración; los cuatro
amores (amistad, sexual, familiar, a Dios); la vida futura y otros.

Tiene amistades con personas de muchas corrientes cristianas diferentes. El católico Tolkien es
amigo cercano. Lewis por muchos años mantiene una correspondencia (en latín) con un monje
católico italiano. Se informa de las polémicas alrededor de la teología liberal y modernista, y
especialmente de la Crítica Bíblica. Lewis no es teólogo y no faltan quienes le dicen "zapatero a tus
zapatos".

Gracias a Dios, Lewis no les hace caso. No hay teólogo en Gran Bretaña en todo el siglo 20 que
tenga una influencia comparable a la de Lewis, particularmente en la defensa de la fe histórica.

Sus mayores contrincantes son los teólogos liberales. Dice Lewis: “Realmente pienso que en
nuestros días la gente ‘no-dogmática’ y ‘liberal’ que se llama cristiana es la gente más arrogante e
intolerante. Yo puedo esperar justicia y aún cortesía de ateos y mucho más de parte de católicos
romanos, pero de los modernistas tengo que aguantar amargura y rencor como cosa natural.”

Cuando Lewis empieza a adquirir fama por sus publicaciones y sus charlas por radio (es decir
durante la Segunda Guerra Mundial), va recibiendo un flujo creciente de correspondencia:
centenares de cartas cada semana, de todo el mundo, con preguntas teológicas, necesidades
pastorales, tragedias personales – cartas de personas que buscan orientación para sus
inquietudes personales y teológicas. Y Lewis, desde un principio, se compromete a contestar toda
carta de su propio puño y letra.

Resulta una obra sacrificial por el volumen de cartas que llega. No le sobra tiempo para cumplir con
todas las obligaciones que tiene y también producir las obras literarias que fluyen de su pluma en
forma constante.

Lewis no está ciego en cuanto a los peligros del amor al éxito y a la fama que se le presentan en la
vida académica y cultural, pero dice que renunciar a la vida intelectual puede ser una traición a los
hermanos más humildes en su defensa frente a los ataques intelectuales contra el cristianismo.

Lewis comenta la respuesta a la pregunta original en Primera de Corintios 10:31; “Si pues coméis o
bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. Dice: “Todas nuestras actividades
meramente naturales serán aceptables si se ofrecen a Dios, aún las más humildes; y todas serán
pecaminosas, aún las más nobles, si no lo son. El cristianismo no sustituye nuestra vida natural por
una vida nueva: es más bien una nueva organización que aprovecha, para sus propios fines
sobrenaturales, esos materiales naturales.”
Sobre la labor del escritor: “Un autor nunca debe mirarse a sí mismo como produciendo una
belleza y sabiduría que antes no existía, sino simple y llanamente como procurando incorporar, en
términos de su arte, algún reflejo de Belleza y Sabiduría eternas.”

El gran logro de Tolkien, Lewis y otros autores cristianos es penetrar en la cultura general. Cartas a
un diablo joven y Cristianismo y nada más, son bestsellers en su tiempo.

C. S. Lewis conoció la lucha: cinco horas diarias de tutoriales, cientos de cartas cada semana, una
vida devocional comprometida, una vida social activa, siempre abierto a una buena discusión. Un
lector voraz de todo lo que le venía a la mano. Un hombre que aceptaba constantemente
invitaciones para dar conferencias; que sentía que debía apoyar a sus hermanos en Cristo a través
de su obra apologética y contestarles sus inquietudes personales individualmente. Un hombre que
dijo que escribía en las noches, después de todo el trajín del día y no podía hacer otra cosa que
escribir unas cuantas páginas. Y siguió porque le gustaba escribir y porque nadie estaba
escribiendo los libros que él quería leer. T. G. Donner.

Dios inmaterial. San Gregorio de Nisa.


Quienes niegan la sobrenaturaleza- generalmente- no exponen argumentos del tipo “esta es la
única vida, por tanto es preciosa y vale ser vivida: ¡No al aborto!”

Sobre este punto hacemos una reflexión. Por su distorsión ideológica muchos intentan modificar el
significado de palabras para reemplazar la realidad con entes de imaginación: ‘matrimonio
igualitario’, ‘diversidad sexual o identidad de género’, ‘voluntad procreacional’, ‘maternidad
subrogada’, ‘reproducción asistida’, ‘interrupción del embarazo’… Así inventan ‘derechos’ al
matrimonio homosexual, a la elección del propio sexo, a la adopción de menores en el remedo de
familia, a la esclavitud o alquiler de vientres, a la industria de fertilización en serie y sin identidad, al
aborto, etc.

Personas que por su instrucción no pueden ignorar la verdad, insisten en negar la real existencia
del nasciturus argumentando que sólo es una forma de vida como ser humano en potencia.
Pretenden ocultar cuando el concebido que todavía no ha nacido “ya existe como persona”, con el
elemental derecho a vivir, mientras que lo potencial es su desarrollo hasta nacer continuando hasta
la muerte natural antes o después. Aunque ser contingente (pudo no haber sido creado), ya está
en acto desde su concepción como cuerpo material y luego compuesto con alma espiritual (su
forma sustancial). Esta culminación de formas y materia se evidencia al distinguir la espiritualidad y
racionalidad de las funciones meramente motoras y sensitivas. Aun en el proceso de la muerte
frecuentemente se separa la capacidad racional con bastante anterioridad al cese de las funciones
de distintos órganos. Un cadáver humano es un ser inanimado y no una persona, y en caso de
muerte cerebral los órganos funcionales no son considerados persona.
Filosófica, científicamente, es imposible negar que el aborto provocado es homicidio por la muerte
de una persona en desarrollo. Una persona que es niño en acto es adulto en potencia.

Además de “las éticas eternas” inscritas por Dios en cada alma, la Biblia es contundente. No hace
falta más que el pasaje de la Visitación de María a Isabel, y el estremecimiento de alegría de Juan
ante la presencia de Jesús, ambos en el vientre de sus madres.

Lo menos que podemos afirmar del nasciturus es que existe mediante la acción “del hombre que
existe en acto”, pues para el caso “el hombre viene del hombre”. Cuando se está negociando la
compraventa e implantación de lo que pretenden llamar pre embrión, se está comercializando sin
ninguna duda a un ser humano. La concepción es la unión del espermatozoide y el óvulo que,
como embrión, es el comienzo del desarrollo de un nuevo ser humano, que debe ser protegido
contra toda experimentación, comercialización y utilización que no esté ordenada a su nacimiento.
Debe evitarse toda intervención sobre la persona no nacida que no esté orientada a su mejor
salud.

Según los conocimientos de su época, santo Tomás supuso un proceso,- ahora determinado como
irreversible salvo fallo biológico o destrucción-, de semanas para que finalmente un cuerpo
recibiese el alma (lo destacable es que se refería a la espiritualidad y racionalidad en la naturaleza
humana). Hoy sabemos que desde el ingreso del espermatozoide al óvulo, sólo transcurren unas
horas hasta la fusión de la información genética de ambos gametos como primera realización física
(cigoto) de cada vida humana. Es comprensible que en una primera etapa de gestación, ante un
aborto espontáneo, se lamente y hable de la pérdida de un embarazo y no de un hijo.

El pecado tiene grados de gravedad. En el aborto pueden diferenciarse casos según la etapa de
fecundación o la de gestación y el tiempo transcurrido. Santo Tomás intuyó un momento para la
recepción del alma y la condición de persona. Algunos estudiosos de la encarnación del Hijo en la
Virgen, se refieren al ovocito/óvulo que, desde la Inmaculada Concepción y gestación de María,
estaba destinado a la Encarnación, y a si hubo un proceso de fecundación o ésta directamente fue
simultánea en la anidación del embrión de Jesús.

Para la conclusión moralmente correcta del debate constante sobre aborto y promulgar leyes
justas, debe resolverse si hay diferencia entre ´´ser humano´´ (lo que corresponde a la naturaleza
humana), y la condición de ´´persona´´ (la capacidad para adquirir conciencia de la propia
existencia y de aplicar la voluntad sobre los actos humanos). Sostenemos que el cigoto es una
primera realización física del ser humano, mientras que la capacidad para ser persona- espiritual,
racional- se alcanza en una etapa más avanzada de la gestación.

Al nasciturus en principio le niegan consistencia ontológica porque comienza sin tener apariencia
humana y porque cuando es más reconocible ni siquiera puede expresarse… Es casi increíble
pero se sigue escuchando la ‘justificación’ menos sofisticada: “es tan chiquito ¡una cosita así qué
va a ser una persona!” Se puede interrumpir irreversiblemente su desarrollo sin escuchar una queja
y para colmo se puede suspender por congelación en la primera etapa embrionaria. Su
desvalorización es producto de la ignorancia. Simplemente dando a conocer determinaciones
científicas, el aborto es moralmente inaceptable. Jurídicamente es aberrante argumentar sobre la
personalidad civil (para ejercer y cumplir derechos y obligaciones) procurando negar la
personalidad ontológica de una nueva persona todavía no nacida. Desinformando, se fomenta la
anestesia de sentimientos que hace creer a los débiles morales que es misericordioso asesinar a
un hijo aun por razones económicas. Como afirmó Julián Marías (1914-2005) “la aceptación social
del aborto es lo más grave que está aconteciendo”.

Si bien nos resulta difícil comprender a quienes critican a la Iglesia Católica- entre otras religiones-
por defender la vida temporal, por predicar la armonía familiar y el altruismo, por presentar a cada
ser humano como amado por Dios y proteger su dignidad; propiciamos que para la “nueva
evangelización”, la Iglesia cuando menos, tiene que revisar su posición sobre la determinación de
fornicaciones y adulterios, el empleo de métodos anticonceptivos no abortivos, la fertilización
asistida, la administración de Sacramentos como son los de salvación, la condición de persona a
partir de una etapa en la gestación del ser humano, el concepto de guerra justa en lugar de acción
bélica contra organizaciones criminales, la aplicación de la pena de muerte, etc.

San Agustín dice, refiriéndose a la primera carta de San Juan, que “se te manda este breve
precepto: Ama y haz lo que quieras”. También para amar al prójimo, los cristianos luchamos contra
el dolor y el sufrimiento.

Es tarea del Magisterio modificar, ampliando o mejorando, enseñanzas impartidas durante los
pontificados. Grandes diferencias entre el Catolicismo y el Protestantismo, son sobre el oficio y la
autoridad del Papa y la sucesión apostólica en la Iglesia. Es sorprendente comprobar (lo decimos
en el año 2016) en distintos medios y sitios web católicos, que algunos articulistas difunden
convicciones protestantes criticando a la Iglesia y los documentos producidos por el vicario de
Cristo. El Papa señala que debemos realizar obras donde a la caridad espiritual se una la
solidaridad material. S. S. Francisco nos recuerda que la caridad abarca la solidaridad para hacer
más justo y habitable el mundo. El hombre es causa segunda por la gracia y siguiendo la lógica del
amor de Dios, procura con obras de misericordia erradicar, por ejemplo, las prácticas abortivas.
S. S. Francisco predica - desde que es sacerdote- sobre los sacramentos, como la Penitencia y la
Eucaristía, necesarios para la salvación; las reiteradas caídas del estado de gracia (que no es
representado por la prosperidad material o económica); la naturaleza sagrada del matrimonio y la
familia; la correspondencia entre fe y obras, la confianza en que Dios nos transforme con su gracia-
a pecadores- moviendo nuestra voluntad para merecer la gloria eterna; la misericordia en la
evangelización; la unidad plena y visible entre todos los cristianos; la devoción a la Virgen; la paz
del Señor.

El Papa Francisco todavía (octubre de 2017) no modificó textualmente el Catecismo, quizá lo


impulsará y realizará en bloque, sobre cuestiones fundamentales, al ampliar y desarrollar el
Magisterio y Tradición. Así como se debe propiciar una legislación que no deje ninguna puerta
abierta para provocar la muerte de seres humanos en gestación, que ya tienen la capacidad de ser
personas racionales/espirituales; tampoco puede quedar una abierta para la aplicación de la pena
de muerte. El Precepto es “No matarás”, salvo para la defensa justa, y ni siquiera para guerras
convencionales sino- al no existir otra opción- contra criminales.

La evangelización también comienza secularizando conceptos cristianos. Es imposible vivir sin


desear bienes verdaderos o falsos. El bien estimable es verdadero como lo son los principios
lógicos que como razón habilitan el pensamiento coherente. El deseo puede oponerse al deber si
es contrario a los principios éticos. El deseo y pasión por las cosas terrenales, son propios de la
vida temporal, cuya finalidad es nuestra perfección para la gloria eterna. La felicidad temporal no
es necesariamente contraria a la finalidad trascendente de la doctrina cristiana.

Nuestra Iglesia no desecha sino que protege, evangelizando, esta vida para su trascendencia
eterna. Los cristianos tenemos fe en nuestro destino eterno y también amamos a Dios y a nuestros
semejantes en la vida temporal. Amamos la existencia. Dios nos corresponde alejándonos del
temor a nuestra propia muerte con su promesa de vida eterna. Sin embargo experimentamos
comprensible angustia cuando percibimos como terribles los momentos previos a la muerte de
muchas personas. Aun Jesucristo con perfección libre de pecado, sufre angustia en el huerto de
Getsemaní. “Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los
discípulos: Sentaos aquí, mientras voy allá a orar. Y tomando consigo a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: Mi alma está triste
hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó
rostro en tierra, y suplicaba así: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no
sea como yo quiero, sino como quieras tú” (San Mateo 26: 36 a 39).

San Buenaventura nos conmueve con sus Meditaciones: “El señor ora. Hasta ahora varias veces
se le ha visto orar, pero oraba por nosotros como nuestro abogado. Ahora ora por Él mismo.
Compadécete y admira su profundísima humildad. En efecto, es Dios, coeterno e igual a su Padre;
y helo aquí, olvidando en cierto modo su divinidad, rogando como un hombre, y se presenta
suplicando al Señor como el último del pueblo. Considera también su perfectísima obediencia.
¿Qué es lo que pide? Conjura a su Padre para que aleje la hora de su muerte; si quisiera pudiera,
ciertamente, evitar la muerte, más no se acepta su súplica porque había en Él otra voluntad
contraria a su deseo. En efecto, entonces su voluntad era múltiple (divina y humana, dos
naturalezas), como más adelante diré. Compadécete de Él, ya que su Padre quiere absolutamente
que muera para salvarnos a todos. “Pues ha amado al mundo de tal modo que le ha dado su Hijo
único”. Y el Señor Jesús acepta esta ley y la ejecuta con respeto. En tercer lugar, ve el indecible
amor del Padre y del Hijo hacia nosotros, este amor tan digno de nuestra admiración, veneración y
piedad. Es por nosotros que se pronuncia el decreto de muerte, es por nuestro amor que se
ejecuta. El señor Jesús ruega largo tiempo a su Padre, y dice:

“Padre clementísimo, yo te suplico que escuches mis ruegos y no desatiendas mis súplicas.
Mírame y óyeme, porque estoy atribulado, mi espíritu inquieto y mi corazón turbado. Inclina hacia
mí tu oído, y escucha mi ruego. Te plugo, Oh Padre mío, enviarme al mundo para satisfacer la
injuria que el hombre te había hecho y al punto acepté para cumplir tu voluntad; sin embargo,
Padre mío, si es posible, líbrame de esta amargura cruel que mis enemigos me preparan. Han
seducido a mi discípulo, se han servido de él para perderme, y le han dado en pago treinta
monedas de plata. ¡Oh! Padre mío, yo te ruego que apartes de mí este cáliz… Mas no se haga mi
voluntad sino la tuya. Padre mío, levántate para ayudarme, apresúrate a socorrerme”.

En seguida va a donde estaban sus discípulos, los recuerda y los exhorta a buscar nuevas fuerzas
en la oración. Después volvió a su oración dos y tres veces, repitiendo la misma súplica, y añadió:
“Padre, si has decretado que sufra el suplicio de la cruz, que tu voluntad se haga. Pero te
encomiendo a mi Madre amadísima y a mis discípulos. Hasta ahora yo he velado sobre ellos:
continua haciéndolo Tú, Padre mío”.

Jesús tiene una sensibilidad que hace insuperable su sufrimiento moral y físico.

“La flagelación romana era un horrible martirio. Desnudo completamente el delincuente, se lo


ataba, a una columna de la altura del hombre y se lo azotaba sin compasión por cuatro verdugos,
sin límite en el número de golpes; el instrumento de la flagelación solía ser el azote o la correa. El
azote se hacía de cuero, y a menudo iba provisto de aguijones y de trocitos de hueso en forma de
cubos, de botoncitos metálicos o de bolitas esféricas. Cuentan de los mártires de Esmirna (act.
Izmir), que se les descarnaba hasta que aparecían los tendones y las redes vasculares, de suerte
que se les podía apreciar la estructura interior del cuerpo. Filón, con otros muchos escritores,
refieren que a menudo los flagelados desfallecían y venían a morir (Schuster-Holzammer)”.

“Los soldados escarnecen a Jesús. Han oído que acusaban a Jesús de que quería
proclamarse rey y hacen una parodia, presentándolo como rey de burla.

Le ponen un jirón de púrpura por manto, una corona de espinas como otro tormento
intenso, y una caña- con la que lo herían en la cabeza- por cetro y doblan su rodilla ante él
abofeteándolo, escupiéndolo, injuriándolo.

Quedó de tal suerte desfigurado Jesucristo después de aquellos primeros tormentos, que
no tenía aspecto de hombre. Y creyendo Pilatos que la presencia de Jesús movería a
compasión a la multitud, lo hace salir afuera y, presentándolo al pueblo, dice: ‘Aquí tenéis al
hombre’. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ¡Crucifícalo,
crucifícalo!

Pilatos, sin pretenderlo, dijo con estas palabras una gran verdad. Jesucristo, que es
verdadero Dios, es también hombre y modelo perfecto para todos los hombres. La
perfección moral del hombre no consiste en otra cosa más que en la imitación de Jesús”
(Rvdo. Enrique y Tarancón).

La muerte en la cruz la emplearon en gran escala los romanos como el suplicio más cruel y
denigrante que existía.

Era la pena que sufrían los esclavos y criminales. Era costumbre desnudar a los crucificados para
así aumentar su humillación.

En el suelo, se les clavaban los brazos al palo transversal de la cruz, que ellos mismos habían
llevado hasta el lugar del suplicio. Los clavos se introducían próximos a las manos entre los dos
huesos de cada antebrazo. Cuando los brazos estaban clavados, se izaba a los condenados con
sogas para colocar el palo horizontal sobre el vertical ya hundido en la tierra. Se clavaban entonces
los pies, introduciendo el clavo entre los huesos de los tobillos. La permanencia de los clavos, en
todas las perforaciones contra nervios principales, provocaba dolores indescriptibles. Finalmente,
se clavaba la tablilla de acusaciones en lo alto de la cruz. A veces los crucificados eran amarrados
con cuerdas. La cruz no era esbelta. Era corta y los pies quedaban a muy poca distancia del suelo.
Entre las piernas una especie de saliente en el madero sostenía el cuerpo, que quedaba apenas
sentado. Se trataba así de evitar que el crucificado se desplomara, para prolongar lo más posible
su sufrimiento. Muchos crucificados permanecían varios días agonizando en la cruz rodeados de
aves de rapiña y animales salvajes. La insoportable posición de todo el cuerpo iba dificultando
cada vez más la respiración y generalmente la muerte de los crucificados sobrevenía por asfixia.
Jesús murió en horas por la terrible flagelación que le habían infligido (P. José María Vigil).
Jesús que se entregó a la Pasión por nosotros- cuando alcanza todo el sufrimiento posible, ruega
al Papá (Abba) con angustia pero sin desesperación:

“¡Dios mío, Dios mío! (¡Elì, Elì!) ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46).

Se sobrepone a la última tentación de Satanás: el miedo que siente de haber sido abandonado por
su Padre, y hace su última declaración “Todo está cumplido” San Juan 19:30, (“Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu” Lucas 23:46) y muere.
Jesucristo cargó con todos los sufrimientos y pecados de la humanidad para nuestra redención.
Santo Tomás de Aquino trata con rigor teológico sobre Su Pasión.

La mayoría de ateos y agnósticos conciben como consecuencia natural el cese de su existencia o


muerte definitiva. Sólo los teístas tienen la esperanza de Vida Eterna.
La desesperanza parece justificada para muchos seres humanos, pero todos desean conservar su
existencia. En “El suicidio: deseo imposible” (Ediciones del Signo), la filósofa Diana Cohen Agrest
lo define así ‘al modo’ de Baruj Spinoza circunscribiéndolo al orden de la imaginación.
El suicidio es desesperación, nunca deseo de no existir felizmente.

A partir de la comprensión y aceptación de la existencia de Dios confiamos en que Él decide de la


mejor forma posible todo lo que percibimos como misterios insondables aun los más dolorosos.
En “Creación y realidad…” exponemos argumentos y pruebas filosóficas sobre la imposibilidad de
inexistencia absoluta, y sobre la existencia del Ser que- como causa primera y única razón de la
existencia- llamamos Dios.

El cientificismo ateo pretende negar la existencia de Dios, sin pruebas científicas ni filosóficas
acerca del origen espontáneo de todo lo existente- proponiendo por ejemplo- que en el vacío (no
nada) al producirse fluctuaciones aparecen partículas de energía y sus correspondientes
antipartículas con velocidades opuestas. Instantes después dichas partículas se atraen y eliminan
mutuamente, es decir que se anulan inmediatamente hasta que una asimetría, todavía no
explicada por la física, en una pareja partícula-antipartícula habría producido que ‘algo’ persistente
se impusiera al vacío hasta la coherencia de la materia.

No vamos a abundar en este capítulo sobre hipótesis sin sustento filosófico ni científico para
cuestionar la Creación por un ser superior.

Tampoco vamos a hablar del sinsentido que supone la mejor situación en la cual se encontraría, si
no hubiera nacido, ‘quien’ nunca existió.

El mejor argumento del ateísmo sigue siendo la existencia del sufrimiento, especialmente de los
inocentes.
El sufrimiento y el mal se perciben presentes con desproporcionada mayoría sobre la felicidad y el
bien en el mundo sensible. Padres y Doctores de la Iglesia, santos, teólogos y filósofos se han
ocupado ampliamente sobre este problema. Desde Epicuro que niega la omnipotencia y existencia
de Dios, pasando por pensadores que intentan explicar el sufrimiento y el mal con la supuesta
indiferencia de un Creador en varias postulaciones deístas, hasta la teodicea de Leibniz donde al
sostener que el creado es ‘el mejor de los mundos posibles’ dice: "Sigo en esto la opinión de san
Agustín que ha dicho cien veces que Dios permitió el mal para sacar de él un bien, es decir, un
bien mayor; y la opinión de santo Tomás de Aquino quien dice que la permisión del mal tiende al
bien del universo" (Resumen de la Teodicea, Buenos Aires, Editorial Charcas).

Ciertamente el sufrimiento propio propicia la compasión por el moral y físico del prójimo.
Aun el sufrimiento en los animales tiene sentido, ya en la compasión que motiva en seres
humanos.

Dios todopoderoso para su plan es su propia limitación. Por ejemplo, podría no permitir el pecado,
pero ya no sería Su plan de gloria eterna para el hombre.
En este trabajo puede leerse parte de una monografía sobre “Relación entre los conceptos
Felicidad y Sufrimiento en C.S. Lewis”.

Cuando los provida nos manifestamos contra el aborto, decimos de la persona todavía no nacida,
que en el mundo resulta la más indefensa. Su madre y entorno son su defensa inmediata posible.
Pero es un integrante de la especie humana y el mal también es propio de la naturaleza humana.

Como cristianos reconocemos que nacemos ya marcados por el pecado original y que a través de
la vida temporal seremos las personas más nobles y las más despreciables. La tentación del
pecado y nuestra responsabilidad moral es permanente. Ya dijimos que sin embargo, el hombre no
construye la moral sino que puede aplicar su libre albedrío para la aceptación de verdades eternas
por la gracia de Dios. Tiene preocupación moral. El hombre tiene ser moral y además de la fe por
la Revelación, la ética recibida lo acerca –por la razón- a creer en Dios. Tiene libertad para elegir el
bien por sobre la naturaleza individualista de la vida temporal. Para la superación de
condicionamientos naturales porque su creación por la voluntad de Dios tiene finalidad
sobrenatural. ( ) Valores como el amor, la verdad, la justicia y la belleza, nos vienen impuestos
desde afuera, son valores que nos llegan desde la realidad sobrenatural que nos trasciende. Esta
es una abstracción difícil de asimilar, porque todo ser humano recibe de Dios el conocimiento moral
y aun su libre albedrío por la gracia. El hombre tiene conocimiento moral aunque no crea en la
existencia de Dios ni medite en su posibilidad.

En el mundo enfrentamos la realidad del mal y el sufrimiento porque son necesarios para nuestra
santidad.
Suplicamos Su clemencia ya para la vida temporal y especialmente rogamos por nuestros seres
queridos y por la gracia de poder acompañarlos mientras seamos necesarios y con el valor para
dar la vida por ellos.
Jesús nos anima a dar la vida por nuestros amigos: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida
por sus amigos” (San Juan 15,13).
Jesús resucitado dice a los once discípulos:” Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar
todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo” (San Mateo 28, 19 y 20).

Cristo no escondía a sus oyentes la necesidad del sufrimiento: “Si alguno quiere venir en pos de
mí, tome su cruz cada día...” Varias veces anuncia a sus discípulos que encontrarán odio y
persecuciones por su nombre, al mismo tiempo que se revela como Señor de la Historia: “En el
mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo” (San Juan 16,33).
Juan Pablo II llega a decir que parte del sentido del sufrimiento consiste en ser despertador de un
amor compasivo y desinteresado hacia el prójimo sufriente. Y añade que las instituciones
sanitarias, siendo indispensables, no pueden sustituir al corazón humano, pues no pueden
compadecerse y amar (José Ramón Ayllón | Arbil y Catholic.net).
Si sólo procuramos tener individualmente la vida temporal más placentera posible ¿en qué nos
diferenciamos de los despiadados? ¿Cómo un cristiano puede ser plenamente feliz rodeado de
tanto sufrimiento prójimo? El sufrimiento ajeno pasa a ser nuestro con el sentimiento de compasión
y todas las formas de caridad.

“Dios crea y cuida a criaturas libres. Decide que algunas cosas sucederán en la historia con
necesidad (Encarnación, Pasión, Resurrección, Parusía); otras suceden según el plan amoroso y
sabio de Dios con la colaboración libre de los hombres (asentimiento de María a la Encarnación,
fundaciones, carismas diversos etc.); en otras, al tropezar con la voluntad rebelde y pecadora del
hombre, reconduce el mal para bien, y donde abundó el pecado sobreabunda la misericordia”. Que
“la divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor
todas las criaturas hasta su fin último” no significa que no exista el libre albedrío (entrecomillado,
del Catecismo de la Iglesia Católica y textos sobre la Providencia de Dios).

Por nuestra fe entendemos que Dios no permite el mal sino por un mayor bien.

Dice Clive Staples Lewis: “Ésta transformación o santificación presupone el libre albedrío; el ser
humano no puede buscar el bien por sí mismo, su libre albedrío consiste en decidir aceptar o no el
bien que viene de parte de Dios. El libre albedrío es importante para que el ser humano muera a su
‘Yo’, lo cual sólo puede hacer con ayuda de Dios.

Afirma Pablo en Romanos 8:22-23: Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en muestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.”

El sufrimiento y la felicidad presentes deben ser vistos según la óptica de la felicidad eterna, del
futuro. Este pensamiento va acorde con el pensamiento del apóstol Pablo, que escribe: porque
estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros (Romanos 8:18).

“Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (Filipenses 1,21).

“Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos” (Mateo 5:12).

En la Gloria como comunidad bienaventurada por Su gracia y ya semejante al amoroso principio de


nuestro ser, podremos gozar eternamente con felicidad suprema la visión y posesión de Dios.

El dogma católico de la Predestinación es tratado en el título “A modo de conclusión”.

Para Lewis, la elección humana tiene consecuencias eternas, y ya está hecha al entregar la vida a
Dios.

Escribe en El Gran Divorcio (Un sueño), http://www.slideshare.net/saadaparte/c-s-lewis-el-gran-


divorcio-desconocido#, capítulo 8:

“Los mortales hablan de un dolor temporal que ‘ninguna bendición futura podría equilibrarlo’ sin
saber que el cielo, una vez que se lo ha obtenido, trabaja hacia atrás y convierte en gloria cada
sufrimiento.

El pasado del hombre bueno cambia y sus pecados adquieren cualidad de cielo. Por eso, al fin de
los tiempos, cuando el sol se alce aquí, y allá el crepúsculo se vuelva negra oscuridad, los benditos
dirán: ‘siempre hemos vivido en el cielo”.

“En la predicación de San Gregorio de Nisa (335-394) se evidencia que la Filosofía Griega culmina-
en su encuentro con el Evangelio- como Filosofía Cristiana.

Así la presentan San Agustín (354-430) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274).

San Gregorio encuentra que el hombre se define esencialmente por poseer el pensamiento y la
palabra.
Comprende que Dios, en el principio de un orden lógico, debe ser Pensamiento puro.

San Gregorio de Nisa afirma la unicidad sustancial del cuerpo y del alma, que Dios habría creado
juntos desde el principio. Esta concepción del ser humano como un todo sustancial permite
explicar la resurrección de los cuerpos en el juicio final.

A quienes se preguntan- cómo es posible que la materia pueda venir de Dios que es inmaterial,
invisible, sin dimensiones ni límites - responde que ello se debe a un desconocimiento sobre la
naturaleza de la materia. Se la suele definir según nociones de ligereza, peso, cantidad, etc. pero
tales nociones son directamente objeto del conocimiento inteligible.

Dios crea- realmente- las nociones inteligibles (lo ligero, la cantidad, lo pesado, etc.) sobre las que
sustenta la realidad sensible” (según su pensamiento en ‘De hominis opificio’ y referencias de ‘La
filosofía medieval de Etienne Gilson’).

San Gregorio de Nisa también dice en ‘La creación del hombre’: “El Artífice sumo fabricó nuestra
naturaleza, dotándola no sólo de excelencias en cuanto al alma, sino en la misma figura del
cuerpo. La naturaleza humana, creada para ser señora de todas las otras criaturas, por la
semejanza que en sí lleva del Rey del universo, fue levantada como una estatua viviente y
participa de la dignidad y del nombre del original primero. ( ) No se viste de púrpura, ni ostenta su
dignidad por el cetro y la diadema, pues tampoco el original lleva esos signos. En vez de púrpura
se reviste de virtud, que es la más regia de las vestiduras; en lugar de cetro se apoya y estriba
sobre la bienaventuranza de la inmortalidad; y en el puesto de la diadema se ciñe la corona de la
justicia; de suerte que, reproduciendo puntualmente la belleza del original, el alma ostenta en todo
la dignidad regia.”

Y en ‘Liturgia de las Horas’ nos recomienda: “Si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra
santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual
demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta
santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.”

‘Dios, sólo en cuanto Trinidad, puede ser amor’


(Joseph Ratzinger en Escatología. Muerte y vida eterna).
Transcribimos un extracto del texto de “Lecturas y Notas I” (de blogdelafe) sobre la Trinidad
necesaria en Dios Único:

SANTÍSIMA TRINIDAD.

San Pablo en su discurso en el Areópago (colina cerca de los edificios públicos, o quizá el consejo
supremo de Atenas), dice: “Atenienses veo que vosotros sois, por todos los conceptos los más
respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he
encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: Al Dios desconocido.
Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. El Dios que hizo el mundo y
todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por
manos de hombres; ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el
que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas. Él creó, de un solo principio, todo el linaje
humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los
límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a
tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros;
pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros ( )’ (Hechos,
17: 23- 28).”

Pablo, en todo el discurso hace varias referencias a la naturaleza divina y enseña que existimos en
Dios.

En la Epístola a los Colosenses 1:2, nos dice: “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del
mundo, se deja ver a la inteligencia, a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad”. En
Hechos de los Apóstoles 20:28, Pablo al despedirse de los presbíteros de Éfeso, dice: “Tened
cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como
vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo”.

En Mateo 28:19 dice Jesús: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

En la Primera Epístola de Pablo a los Corintios leemos en 12:6: “(Hay) diversidad de operaciones,
pero es el mismo Dios que obra todo en todos”.

La Naturaleza Divina es singular, existe una única increada que corresponde a Tres Personas: el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo consustanciados en la naturaleza divina que es Dios.

Únicamente en la persona del Hijo hay dos voluntades, la de su naturaleza divina y la de su


naturaleza humana. “La voluntad es función de la naturaleza” (San Máximo El Confesor).

La naturaleza humana finita de Jesús (Nicolás de Cusa) explica como sufre antropologías. Éstas
son imposibles en Su naturaleza divina infinita. Tiene sufrimientos físicos y morales en su Pasión
porque Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

Un Dios sin la Persona del Hijo, sin la Persona del Espíritu Santo, sería el dios arquitecto- que
suponen los deístas- falto de amor a su creación.

“Sería el dios gnóstico, con un universo creado sin motivos y sin escrúpulos, idea que resulta tan
apreciada por nihilistas y existencialistas en su pesimismo” (Flavia Costa en su comentario sobre el
trabajo de Hans Jonas titulado “La Religión Gnóstica”, Ed. Siruela).

SANTÍSIMA TRINIDAD Y DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE


“El Verbo se ha hecho hombre, para que el hombre llegue a ser hijo de Dios” (San Ireneo de
Lyon).
La Trinidad de Dios nos acerca a la comprensión de la divinización del hombre según Ireneo de
Lyon, Atanasio, Clemente de Alejandría, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de
Nisa y otros Padres de la Iglesia.
El amor mutuo del Padre y del Hijo es- en Su infinitud- consustancial en la misma y única
Naturaleza Divina.
Co-infinitud que en la esencia divina es Persona y en nuestra creación fundamento y participación.
San Atanasio en el siglo IV enseña que Dios Trino crea todo por el Espíritu Santo.

Leemos en “Espíritu Santo”, de J. Forget (Enciclopedia Católica, ACI- Prensa;Trad. por W. French
y Carolina Eyzaguirre ) :
“Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, al explicar la doctrina sobre la Santísima Trinidad dice
que, en Dios, el Hijo procede a través del Intelecto, y el Espíritu Santo a través de la Voluntad.
El Hijo es, en lenguaje de las Escrituras, la imagen del Dios Invisible, Su Palabra, Su sabiduría no
creada.
Dios se contempla a Sí mismo y se conoce a Sí mismo desde toda la eternidad y, al conocerse a Sí
mismo, Él forma dentro de Sí una idea sustancial de Sí y éste pensamiento sustancial es Su
Palabra.
Ahora cada acto de conocimiento es logrado por la producción en el intelecto de una
representación del objeto conocido.
Desde aquí, entonces el proceso ofrece una cierta analogía con la generación, la cual es la
producción por un ser vivo de un ser participante de la misma naturaleza.
En relación al Espíritu Santo, de acuerdo a la doctrina común de los teólogos, Él procede a través
de la voluntad.
El Espíritu Santo, como lo indica su nombre, es santo en virtud de su origen.
Procede, no por generación, sino por espiración del Padre y del Hijo juntos, como de un único
principio. Por lo tanto, Él viene de un principio santo.
La santidad reside en la voluntad así como la sabiduría está en el intelecto.
Esta es también la razón porque el Espíritu Santo es llamado a menudo ‘par excellence’, en los
escritos de los Padres, como Amor y Caridad.
El Padre y el Hijo se aman desde toda la eternidad con un amor perfecto e inefable; el término de
este amor infinito y fértil es su Espíritu quien es co-eterno y co-sustancial con ellos.”

Benedicto XVI comienza su Encíclica “Deus Caritas Est” (25/01/2006), con estas palabras de la
Primera Epístola de San Juan: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en
Dios y Dios en él”.
La primera parte de la encíclica se titula “La unidad del amor en la creación y en la historia de
la Salvación”.

Amor y altruismo son necesarios para la conservación de la vida humana y otras especies. La
Existencia inteligente es anterior y también lo es el amor. La vida temporal es parte de nuestra
creación en el transcurso hacia la vida sobrenatural o eterna.

El Padre- origen sin origen- engendra eternamente al Hijo, y el Padre y el Hijo espiran eternamente
el Espíritu Santo. Persona divina, del amor infinito en el que somos creados a imagen y semejanza
de Dios para conocer y amar al Padre y su Hijo Jesucristo. Individualizados por Su amor, con alma
eterna y nuestro cuerpo glorificado.
El pensamiento de los Padres en torno a la divinización del hombre se muestra reservado
(especialmente en Gregorio de Nisa) tanto en el uso del término como en el del concepto de
divinización, pues estaban inmersos en polémicas y luchas contra distintas herejías.

“Por tanto, si el hombre nace para esto, para hacerse partícipe de los bienes divinos,
necesariamente tiene que ser constituido de tal manera que pueda estar capacitado para
participar de esos bienes. Efectivamente, lo mismo que el ojo participa de la luz gracias al
brillo que le es propio por naturaleza, y gracias a ese poder innato atrae hacia sí lo que le es
connatural, así también era necesario que en la naturaleza humana se mezclara algo
emparentado con lo divino, de modo que, gracias a esa correspondencia, el deseo lo
empujase hacia lo que le es familiar” (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica magna, 5. Cfr.
ID., La gran catequesis, ed. A. Velasco, Madrid 1990, 52-53).

“Nuestro espíritu, iluminado por el Espíritu, fija su mirada en el Hijo y en él, como en una
imagen, contempla al Padre” (San Basilio de Cesarea, Carta 226, 3, PG 32,849 A).
“Cuando somos santificados por el Espíritu recibimos también a Cristo que habita en
nosotros, y con Cristo recibimos al Padre que hace común mansión en nosotros” (San
Basilio, Homilía XXIV, 5).

“El Espíritu es llamado unción y es un sello ( ), marcados por este sello, nos convertimos
consecuentemente en participantes de la naturaleza divina, como dice Pedro (2 P 1,4), y así
toda la creación se hace partícipe del Verbo en el Espíritu. Y es por el Espíritu como nos
hacemos partícipes de Dios” (San Atanasio, Contra arianos).

“El Hijo se ha hecho hombre para que, unidos a él por la fuerza del Espíritu, nos hagamos, en él,
hijos del Padre. Se trata de una elevación del hombre que llega hasta lo más profundo de su ser y
que se ha de calificar como una auténtica divinización que tiene como punto de referencia último a
la Persona del Padre. Todo procede del Padre y todo vuelve hacia él” [Lucas F. Mateo-Seco, en
Salvación y Divinización (La Lección De Los Padres)].

En su página “El placer de Dios en su Hijo” (14/01/07), el Pastor Luis O. Arocha dice: Nosotros
fuimos creados para contemplar y deleitarnos en lo más glorioso que existe, Dios. En la
bienaventuranza tenemos a Dios como nuestro mayor placer.

Como el Hijo de Dios es la imagen de Dios, de la misma sustancia de Dios, en la forma de Dios,
igual a Dios y es Dios, entonces el deleite de Dios en su Hijo es deleite en Él mismo. El deleite más
profundo, el primero de los placeres de Dios, el más fundamental, es el gozo que Dios disfruta en
su propia gloria y perfecciones al verlas reflejadas en su Hijo. Dios ama y se deleita en su Hijo
porque su Hijo es Dios mismo. Ve Su gloria reflejada en la imagen de Su Hijo unigénito
engendrado eternamente en Su naturaleza divina.

Realidad, Logos, Forma, Alma, PENSAMIENTO y


Percepción.

NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO ROSARIO


PERCEPCIÓN (estereosíntesis blogdelafe)
ONTOLOGIA Y GNOSEOLOGIA-.

Los antiguos griegos se plantearon interrogantes sobre qué es ser, qué somos, por qué somos y
para qué somos. Respecto a todos los seres, animados e inanimados. Cómo conocemos con
nuestra razón, y de las cosas exteriores a nuestro ser que corresponden a un mundo trascendente
de nuestra conciencia y yo; exterior que denominamos sensible cuando podemos percibirlo con los
sentidos. Procuraron explicar un principio para la existencia y también para su finalidad.
Investigaron qué es la materia y qué es el alma. Sobre la realidad de los seres del mundo físico y
las ideas con que los conocemos y representamos; y la imaginación con que representamos entes
imaginarios.
Estudiaron las verdades de razón y las de hecho. A través de siglos fundaron los grandes campos
de la filosofía actual, la ontología y aun la gnoseología.

El ser es lo que es común a todas las especies de realidad, que pueden describirse como, nuestra
realidad subjetiva y la realidad objetiva, la ideal, la experimentable, etc. El concepto de realidad no
es unívoco y hay una serie de entidades que van de lo menos real a lo más real. Así puede
adscribirse realidad máxima a ciertas entidades que pueden ser lo espiritual, lo material, lo
personal, lo temporal, lo trascendente, etc. Se llega a considerar a la realidad el problema filosófico
por excelencia (Extractado parcialmente del Diccionario de Ferrater Mora).

Comprendiendo todo ente, realidad (del latín realitas y éste de res, “cosas”) significa en el uso
común “todo lo que existe”. El término incluye todo lo que es, «sea o no perceptible, accesible o
entendible».

¿Se puede poseer subjetivamente la “verdadera” realidad? Heráclito, Pitágoras, Parménides,


Sócrates y Platón, Aristóteles, se refieren al conocimiento sin dudar de su posibilidad. San
Gregorio de Nisa, como hemos visto en los últimos párrafos de “Metafísica, Universo…”, explica las
nociones inteligibles (lo ligero, la cantidad, lo pesado, etc.) sobre las que Dios sustenta la realidad
sensible. En la edad media, Maimónides, Santo Tomás de Aquino y varios otros filósofos cristianos
regresan al tema del conocimiento. Desde el Renacimiento encaran el problema gnoseológico
Descartes, Leibniz, Berkeley, Locke, Hume, Kant, Hegel y Husserl, refiriéndose a la disociación o la
correspondencia entre el mundo sensible y el mundo inteligible (pensable).

Por un momento veamos como siguen las cosas, luego de más de 25 siglos de filosofía y ciencias,
leyendo una versión abreviada de la conferencia del Dr. Humberto Maturana Romesín, en la
apertura de las Jornadas Del Amor En La Terapia, Barcelona, 17 de noviembre de 2000. Maturana
Romesín- profesor del Departamento de Biología de la Universidad de Chile- además de
cuestionar dogmas religiosos y principios filosóficos como “tentaciones de la certidumbre", propone
estudiar la comprensión ontológica del conocimiento como fenómeno de inmanencia biológica con
seres vivos a partir de sistemas moleculares capaces de reproducirse y mantenerse por sí mismos
(“autopoyesis”).

“Nosotros pertenecemos a una cultura, a una tradición de pensamiento filosófico en la cual la


pregunta fundamental ha sido la pregunta por el ser, la búsqueda de la identidad del ser, la
búsqueda de su esencia. Lo que propongo es cambiar la pregunta por el ser por la pregunta por el
hacer, y preguntar: ¿Cómo hacemos lo que hacemos? O mejor, dos preguntas relacionadas:
¿Cómo es que conocemos? y ¿cómo es que amamos?

¿Cómo hacemos lo que hacemos? Si no aceptamos la pregunta, no pasa nada. Pero si una vez
que aceptamos la pregunta, nos preguntamos qué estaríamos aceptando al no aceptar la pregunta,
aparece algo muy interesante. Se hace evidente que al no aceptar la pregunta por cómo hacemos
lo que hacemos, estamos aceptando implícitamente que tenemos la habilidad intrínseca de hacer
referencia a un mundo independiente de nosotros.
Hablamos de las cosas que están ahí, fuera de nosotros: “¡El florero está sobre la mesa! decimos.
¿Cómo sabes que el florero está sobre la mesa? “Lo veo, ¿no ves que está ahí”. Y el que
aceptemos que las cosas están ahí con independencia de nosotros se nota en los argumentos que
damos al otro: “pero si está ahí, míralo, todo el mundo lo puede ver”, y todo el mundo lo puede ver
porque está ahí con independencia de que yo lo diga; yo no soy responsable de que esté ahí, pero
yo puedo decir que está ahí porque veo que está ahí. ¡Ah!, esa es la actitud cotidiana, es así como
vivimos cuando no nos preguntamos cómo hacemos lo que hacemos. Ser objetivo indica que
cuando uno dice que es objetivo está diciendo que lo que él dice se fundamenta externamente.
Cuando a uno le dicen, eres subjetivo, lo que le están diciendo es: los fundamentos de lo que tú
dices no son externos a ti, sino que están en ti. Y en esta actitud, por supuesto, desvalorizan lo
subjetivo. La objetividad, en último término, tiene su fundamento en el supuesto de que hay una
realidad independiente de uno, desde donde se valida lo que uno dice. ¿Con qué validamos
nuestro quehacer y nuestro explicar? Es interesante que en el momento en que uno se detiene a
hacer la reflexión que estamos haciendo, descubre que explicamos nuestras experiencias con
nuestras experiencias.

Explicamos nuestro vivir con las coherencias de nuestro vivir. El mundo que vivimos se constituye
en la coordinación del convivir, no en la referencia a alguna realidad trascendente. Poniendo la
palabra “objetividad” entre paréntesis, en el camino explicativo que surge de aceptar la pregunta
por cómo hacemos lo que hacemos, el paréntesis hace referencia a un estado de conciencia, e
indica que: me doy cuenta de que no tengo cómo pretender validar lo que digo, mis afirmaciones o
mis explicaciones, con una referencia a una realidad externa independiente de mi, y me doy cuenta
también de que valido mis explicaciones con mi vivir, y de que explico mi vivir con la coherencia de
mi vivir. Explicamos nuestras experiencias con las coherencias de nuestras experiencias, incluso
en el explicar científico, aunque no voy entrar en eso en este momento. El resultado es que al
poner la objetividad entre paréntesis nos damos cuenta de que vivimos muchos, muchos dominios
de realidad, muchas realidades distintas. Tengo que aceptar que no tengo acceso a una realidad
independiente para validar mi explicar; tengo que aceptar que no puedo exigirle al otro que vea lo
que yo veo; tengo que aceptar que cuando hay una discrepancia con otro, el otro se encuentra
moviéndose en un espacio de coherencia experiencial tan válido como el mío, aunque sea
diferente. Si el observador no acepta preguntarse cómo hace lo que hace, explica su experiencia
buscando alguna referencia a lo objetivo, a lo que él o ella llama la realidad, y opera en el supuesto
implícito de que él o ella tiene un acceso privilegiado a ver las cosas como son, ya sea
directamente o según algún procedimiento racional. Si el observador acepta la pregunta, se hace
cargo de que en la experiencia misma no puede distinguir entre ilusión y percepción y se da cuenta
de que explica su experiencia con coherencias de sus experiencias. En este camino explicativo el
observador es consciente de que no puede pretender explicar su experiencia haciendo referencia a
una realidad independiente de su operar” fritzgestalt.com/artimaturana.htm

Más adelante en nuestro texto, se encuentran comentarios sobre la fenomenología de Husserl.

Los filósofos griegos estudiaron principalmente el ser. Haciendo una simplificación, decimos que
son objeto de la ontología: los seres en sí mismos (un banco, una mesa), los seres que son en
otros seres (un color, una nota musical); los seres que constituyen otros seres (átomos de distintos
elementos que conforman moléculas); el Ser (precisamente en la investigación metafísica) que es
por sí mismo, Sustancia, Dios, Razón o fundamento de todos los seres, principio o causa primera
del ser finito, Ente principal o supremo que sustenta o es origen de todos los entes así
subordinados. Causa Primera y Eficiente de todo lo existente en la creación.

En la historia de la filosofía la mayoría de los pensadores consideran al Ser como previo a todos
los entes que existen o pueden existir.
Como representante del existencialismo, Jean Paul Sartre (1905-1980) coincide con Jean Jacques
Rousseau (1712-1778) en que el hombre en su naturaleza es perfectible. El ser humano es el
único ser que comienza por existir, y mientras hace su vida, va construyendo lo que él será; es
decir, que va construyendo su esencia (alezeia.com).
Esta coincidencia respecto a la libertad que diferencia al ser humano de otras especies, es
señalada por Luc Ferry en “Aprender a vivir”, Taurus 2007.

En la doctrina cristiana, la libertad por la gracia nos mueve a rogar a Dios que nos cuente entre sus
elegidos para alcanzar la perfección espiritual posible.

Volviendo a los seres con realidad en sí mismos y a los que son en otros, podemos decir que tal
nota musical es la más difícil de generar, o que la visión de tal color tiene efectos sedativos. Sin
embargo, al ser percibida la nota musical siempre estará comprendida en el sonido que produzca
un instrumento determinado o en la idea de ese sonido; y el color- como longitud de onda o
frecuencia- será luz que podrá verse por reflexión, o pensarse.

Percibimos que hay seres que no tienen conocimiento siquiera de su propia existencia
(conciencia), mientras que otros tenemos yo. La subjetividad, desde la que también percibimos la
naturaleza o mundo físico exterior, aun nuestro cuerpo.

Las ciencias se forman a partir del estudio de determinados grupos de seres. Como ejemplo, la
biología corresponde a los seres vivos. Así surgen las ciencias que tienen por objeto distintas
agrupaciones de seres.

“En Grecia, hacia el siglo VI AC., el pensamiento racional con los filósofos presocráticos (anteriores
a la ampliación antropológica de la filosofía desde Sócrates), levanta frente al mito una nueva
manera de representar la realidad, que deja a un lado los relatos. Las intuiciones básicas con que
echa a andar el pensamiento racional son las siguientes:

1ª Que un orden necesario, inteligible e impersonal (cosmos) rige el universo. La arbitrariedad es


sustituida por la idea de necesidad, esto es, por la idea de que las cosas suceden como tienen que
suceder, de acuerdo con su esencia o naturaleza.

2ª Que tal orden puede ser descubierto por el hombre en el uso de su palabra. Es decir, que la ley
(logos o razón universal) que rige el mundo y el logos como razón-palabra, son un mismo logos.
Esta convicción es fundamental para que llegue a proyectarse el ideal del saber (la filosofía).

La idea de Arjé.

La profundización en la idea de naturaleza (physis, una fuerza interior que hace surgir las cosas,
crecer, desarrollarse y reproducirse hacia un fin determinado que es, a su vez, origen de todas las
cosas y de todo movimiento) conduce a los presocráticos a la investigación de un principio rector
capaz de dar razón de la unidad natural.

La idea de un orden total que engloba todas las cosas, les conduce a la idea de un principio
absoluto o fundamento de toda la realidad que conforma dicho orden.

El arjé, principio o fundamento, cumple estas cuatro funciones:

origen (aquello a partir de lo cual proceden o se generan los seres);

término (aquello en lo que acaban, o adonde vuelven, todos los seres);

sustrato (aquello de que están hechos o en que consisten los seres);

causa (el arjé es aquello capaz de explicar las transformaciones de los seres).” (De la página
acacia.pntic.mec.es/~falvar4/presocratica.htm)
Los primeros filósofos griegos conciben que todo aquello dotado de vida está regido por un alma
en la que reside el principio que lo lleva a nacer, desarrollarse y morir.

Este alma es concebida como de naturaleza material, si bien de una materia distinta y más sutil
que la que constituye los cuerpos. El planteamiento de estos primeros filósofos es monista: alma y
cuerpo no son de naturaleza radicalmente diferente sino manifestaciones distintas de la sustancia
única que constituye la totalidad de las cosas (arqué o arjé). Los filósofos pitagóricos, ven en el
alma la causa de la armonía de los constitutivos materiales de las cosas. Si el Cosmos está
ordenado es en virtud de un Alma del Mundo que produce la estructura y la proporción entre sus
partes y suponen que también en el ser humano el alma es lo que produce la armonía del cuerpo
(salud, vigor, etc.). Consideran que toda armonía es de naturaleza matemática ya que pueden
expresarse por medio de relaciones numéricas cualquier tipo de realidad como el movimiento de
los planetas, las figuras geométricas, las melodías musicales, etc. (De la página
platea.pntic.mec.es/macruz/mente/cuerpo-mente1.htm)

Pitágoras percibe el principio de lo existente como idea y no como cosa física. Es una concepción
que permanece vigente a través de los siglos.

La posibilidad del conocimiento ocupa a la disciplina de la gnoseología: “¿Cómo se puede poseer


subjetivamente la ‘verdadera’ realidad objetiva, decir, la verdad del mundo sensible o
trascendente? Veamos que dicen ya en su ontología los primeros filósofos: Heráclito (S. VI a. de
C.) concluye en que nada existe en sí, porque las cosas cambian constantemente dejando de ser
lo que eran y por tanto solo existe realmente el devenir.

Parmènides (S. VI a. de C.) marca la contradicción que surgiría de que las cosas puedan ser y no
ser simultáneamente. Afirma que el ser es inmutable, eterno y que sólo cambia lo aparente del
mundo físico. Separa el mundo sensible- que percibimos sensorialmente- del mundo inteligible que
conocemos con el pensamiento o razón. Parménides identifica el ser verdadero con el
pensamiento.

Sócrates (S. V a. de C.) al estudiar la conducta de los hombres queda convencido de que el mal
está motivado por la ignorancia y así como en geometría hay un número limitado de figuras
ideales, propone modelos en el comportamiento humano. Para explicar la esencia de cada virtud
desestima lo que accidentalmente aparezca asociado a ella. Al definir lo que es esencial, en cada
modelo de comportamiento humano, da forma como instrumento elemental de significación a la
idea o concepto.

Platón (S. IV a. de C.) discípulo por quien conocemos el pensamiento de Sócrates, también separa
el mundo sensible del inteligible. Considera con existencia verdadera a las ideas (además de los
modelos socráticos de comportamiento humano) de las cosas o seres en permanente cambio del
mundo sensible. Las cosas del mundo sensible no existen en sí, sino que son reflejo de las ideas.
La materia es como un receptáculo vacío que puede recibir imperfectamente la apariencia de la
realidad inteligible, representando el verdadero ser. La materia puede entenderse como algo
próximo al no-ser.

Para Platón el conocimiento posible es de ideas- separadas- de las cosas que no podrían existir si
las ideas no existieran. Así Platón supone que no es posible abstraer ideas de las cosas. Para
explicar como podemos conocerlas propone una analogía. En ésta el mundo sensible es como una
caverna en cuyo fondo vemos las sombras o cosas que lo configuran. Un mundo aparente. Estas
sombras lo son de las ideas verdaderas que el sol ilumina a nuestras espaldas fuera de la caverna.
En este “mito de la caverna”-aquí esbozado- se establece la relación entre el mundo sensible y la
realidad, donde las sombras son reflejos imperfectos de las ideas. Como el conocimiento de “las
sombras” de las ideas, resulta igualmente imperfecto, el cabal conocimiento posible de las ideas
surge de que su verdad ya se encuentra impresa en nuestras almas (esto luego se llamó
conocimiento a priori). En la mayéutica de Sócrates, con la dialéctica es posible descubrir las
verdades que el alma del hombre lleva en sí. Las ideas se combinan y relacionan, subordinándose
las más particulares a las más generales, en lo que Platón define como una pirámide en cuyo
vértice se encuentra la idea suprema (Idea de las ideas) del Bien. Platón presenta al Bien (el sol
del mito de la caverna) como principio para la existencia de las ideas y sus reflejos. El Bien es la
única idea que existe en sí sin necesidad de otras ideas. Platón explica separadamente la
Divinidad, el alma humana y el mundo. Así Platón habla de la naturaleza divina, al presentar a las
ideas subordinadas a la del Bien como modelo para el Demiurgo que se inspira en ellas para
producir los fenómenos del mundo sensible.

Al principio de la era Cristiana, Philo, erudito judío de Alejandría, hizo un ajuste a la filosofía
Platónica para traerla acorde a la teología del Antiguo Testamento. Platón basa su sistema sobre
tres principios independientes: el Mundo de las Ideas, el Demiurgo y el espacio caótico. Para
Platón, el Mundo de las Ideas no era sólo independiente de, sino también en un sentido superior al
hacedor del cielo y la tierra. El Demiurgo voluntariamente se somete, a las Ideas acerca de la
justicia, el hombre, la igualdad, y el número. Teológicamente Philo concluye que Dios es único,
anterior al cosmos y creador. Dios es la fuente y determinante de toda verdad ("God and Logic",
por Gordon H. Clark, traducido por Alexander Rodríguez para ‘Metanoia’).

Para los cristianos, Dios en su naturaleza divina trinitaria, es el creador y las ideas su plan.

En las metáforas de Platón sobre mundo sensible y mundo inteligible, resulta confusa la
explicación de la percepción de las cosas separadas de las ideas que existen independientemente.
No dice que las cosas perceptibles acompañan siempre a las ideas, sino que las ideas existen sin
necesidad de ser percibidas (pueden existir sin que las cosas existan) y plantea una separación
radical entre el mundo inteligible (real) y el sensible (mundo aparente). Sin embargo, Platón logra
mostrar la coherencia de un mundo sensible que no tiene existencia en sí, sino en el inteligible de
las ideas que tienen por único principio a la Idea del Bien.

MUNDO SENSIBLE. MUNDO INTELIGIBLE.


Aristóteles (S. IV a. de C.) identifica el mundo sensible con el mundo inteligible presentando a la
materia como portadora de la idea de sus formas (no es la materia objeto actual de la física, sino la
materia donde potencia es la posibilidad de recibir la forma y acto es la realidad de su
cumplimiento). De este principio (forma y materia) resulta, por ejemplo, que una forma de silla de
madera - del ser silla en potencia de la madera en acto - pase a ser silla en acto portando la idea
de silla que comprende desde la idea universal de silla hasta la de esa silla determinada.

Las cosas existen realmente diferenciándose individualmente de las ideas universales.

Cada cosa es una cosa determinada como es y “no otra cosa”.

El principio que- según Aristóteles- sustenta o soporta la existencia de los accidentes o atributos
que diferencian a las cosas entre sí, se llama (luego de su traducción al latín) “substancia” (lo que
está debajo). Volviendo al ejemplo de la silla, la substancia (como sustrato o soporte) es siempre la
misma, aunque como substancia “sensible” (forma y materia) es portadora de los atributos y
accidentes que diferencian y modifican la silla que no deja de ser la misma. La materia no existe
como realidad independiente de la sustancia por tanto no puede conocerse. Percibimos como idea
de silla en acto la forma inteligible o pensable (forma impresa en la materia, mientras a su vez la
madera es forma en la materia). Aristóteles determina como "materia próxima" a la que
corresponde a cada sustancia, mesa, silla, etc., y que de la "materia prima" está hecha toda la
realidad pero no existe como realidad independiente de la sustancia. El conocimiento posible es de
la sustancia sensible mediante la abstracción de la forma.
Incluso en el mecanicismo de Demócrito (S. V a. de C.) los átomos son forma en la materia y se
diferencian entre sí por la figura, por el orden, y por la posición.

Según Aristóteles con los sentidos y el intelecto abstraemos los datos sensibles de las cosas y las
conocemos convirtiendo sus formas en ideas.

Así podemos conocer formas inteligibles mediante la percepción sicofísica y el razonamiento.

En esta integración que hace Aristóteles de inteligibilidad en el mundo sensible, se aparta de su


maestro Platón al afirmar que las cosas tienen existencia en sí- como substancias sensibles
individuales- mientras que las ideas son universales.

Afirma que estas substancias sensibles con existencia en sí son necesarias para el conocimiento
de las cosas. No presenta como suficientes a las formas que son esencialmente nociones
inteligibles (ideas de la realidad trascendente o sensible).

Lo cierto es que de su filosofía- al explicar la substancia y los atributos- surge que las cosas
aristotélicas no son ideas de la Idea platónica.
Es San Gregorio de Nisa (335-394) quien encara esta cuestión del ser de las cosas y el
conocimiento posible:
“Algunos se preguntan, afirma, como es posible que la materia pueda venir de Dios que es
inmaterial, invisible, sin dimensiones ni límites. Tienen una confusión sobre la naturaleza de la
materia. Se la suele definir según nociones de ligereza, peso, cantidad… pero tales nociones son
objeto del conocimiento inteligible. La combinación o mezcla de estos elementos puede producir
confusión y hacer que • a lo que es realmente noción inteligible • lo concibamos como sensible. Por
eso cuando decimos que Dios crea el cielo y la tierra nos dirigimos a los simples que solo se
interesan por lo sensible. Pero lo que verdaderamente cuenta, es que Dios crea realmente las
nociones inteligibles (lo ligero, la cantidad, lo pesado, etc. sobre las que sustenta la realidad
sensible.” (Filosofía Medieval de Gilson).

Aristóteles es el filósofo que define como inmaterial al Primer Motor inmóvil, que genera (nada se lo
ha impartido) o mantiene el movimiento del universo.

Explica que Dios al no tener movimiento ni cambio es acto puro (no es ser en potencia).

Por tanto es substancia que por ser absolutamente en acto, carece de materia y es pura forma. Al
ser substancia inmaterial pero perfecta y sin devenir, lo que le queda es ser pensamiento (es
evidente la influencia de Parménides). Aristóteles dice de Dios, que como ser vivo y eterno es
pensamiento de sí mismo sin cambios (Santo Tomás explica que Dios se conoce a sí mismo por sí
mismo) y por esta perfección no necesita pensar. El Filósofo en determinada etapa de su extensa
obra, presenta a Dios compartiendo la eternidad con el universo y el tiempo también increados. Un
trabajo que aquí mencionamos resultaría suficiente para demostrar una rectificación aristotélica
reconociendo a Dios como creador (4). Aristóteles representa la generación de movimiento, a partir
de la inmovilidad inmaterial y perfecta del primer motor, con una metáfora sobre la atracción que
ejercen ente sí los seres que se aman.

Veinte siglos después Leibniz hará una clasificación por jerarquías en la multiplicidad de la
substancia que llamará mónadas. Propondrá una materialidad decreciente, desde la substancia
más elemental con mayor determinación en la materia y jerarquía más baja, pasando por la de
espiritualidad predominante del hombre hasta la absolutamente espiritual de Dios. Según
Aristóteles las substancias sensibles con menor jerarquía son las que tienen menor determinación
en la forma y mayor determinación en la materia, tal como en los elementos (el aire y el agua, la
tierra y el fuego).
Alma y Aristóteles.

(Párrafos extraídos de cibernous.com/autores/aristòteles/)

Aristóteles aplica su teoría hilemórfica (materia y forma) a la concepción del hombre, intentando
plantear la unidad de nuestro ser, que Platón considera como compuesto de dos substancias
distintas. Sin embargo, esto no implica que Aristóteles prescinda por completo de una visión
dualista sobre el hombre.

En el “Tratado del Alma” el Filósofo llega a una concepción unitaria que considera al alma como la
forma del cuerpo, indisolublemente ligada a él, pero, aún así, el dualismo alma y cuerpo
(precisamente alma y materia en el cuerpo que es la sustancia corpórea) se mantiene ya que no
desaparece la concepción bipolar de los dos coelementos que componen la unidad hombre.

Los seres vivos son también substancias compuestas de materia y forma en el hilemorfismo
antropològico:

- El cuerpo (soma) de los seres vivos constituye su materia.

- El alma (psyché) es la forma (morphé) que determina a ese cuerpo a ser lo que es y a
comportarse y realizar naturalmente las funciones que le son propias.

Este hilemorfismo permite concebir al ser viviente como un compuesto unitario, regido por un alma
que representa su principio vital, el fundamento de toda su funcionalidad y operatividad.

Aristóteles no considera al alma- como Platón- algo separado o separable del cuerpo.
Como consecuencia, el alma no es un ser subsistente por sí mismo ni tampoco una substancia. Lo
que es substancia es el hombre, que es un compuesto de alma y cuerpo: “Todo cuerpo natural,
pues, que posee la vida, debe ser substancia, y substancia de tipo compuesto (alma y materia).”
(Del Alma, 412, a.)

El término vida es análogo y no unívoco, esto quiere decir que dicho término posee múltiples
sentidos: “Ahora bien: la palabra vivir tiene muchos sentidos, y decimos que una cosa vive si está
presente en ella cada una de las cosas siguientes: mente o pensamiento, sensación, movimiento o
reposo en el espacio, además del movimiento que implica la nutrición y el crecimiento o
corrupción.” (Del Alma, 413, a.)

El hilemorfismo antropológico de Aristóteles supone el rechazo de la inmortalidad del alma que


afirman Platón y los pitagóricos.

Agustín, en XIX De Civ. Dei (La Ciudad de Dios) defiende que el hombre no es sólo alma ni sólo
cuerpo, sino alma y cuerpo a un tiempo, pero no admite que se trate de fusión.

El alma es principio vital y cognoscitivo en el hilemorfismo que enseña santo Tomás de Aquino
(sería imposible sin alma o sin cuerpo el ser humano que vive y conoce, razona, imagina y siente).
Extractamos de “Suma teológica” conceptos de Santo Tomás de Aquino.

"Es evidente, por otra parte, que lo primero por que el cuerpo vive es el alma, y como la vida se
manifiesta por operaciones diversas en los diversos grados de los seres vivientes, aquello por lo
que primariamente ejercemos cada una de estas funciones vitales es el alma. Ella es, en efecto, lo
primero que nos hace nutrirnos y sentir y movernos localmente, como también entender. Este
primer principio de nuestro entendimiento, llámasele entendimiento o alma intelectiva, es, por lo
tanto, la forma del cuerpo, y esta demostración es de Aristóteles en el tratado Del alma, lib. 2, tex.
24 (Suma Teológica, C. 76, a. 1)”.
“El alma no tiene materia. Propio del alma es ser forma de algún cuerpo y lo es en su totalidad. Es
imposible que parte suya sea materia.

Toda operación del alma sensitiva va unida a lo corporal y el cuerpo es necesario para la acción
del entendimiento, pero no como el órgano con el que se realiza tal acción, sino por razón del
objeto. Pues la imagen se relaciona con el entendimiento como el color con la vista. Necesitar el
cuerpo no excluye que el entendimiento sea subsistente.

Es necesario afirmar que el alma humana, a la que llamamos principio intelectivo, es incorruptible.

Cada ser por naturaleza desea a su modo, ser. En los seres que pueden conocer, este deseo
sigue al conocimiento.

El sentido no conoce el ser más que sometido al aquí y ahora, mientras que el entendimiento
aprehende el ser absolutamente y siempre.

Por eso, todo lo que tiene entendimiento por naturaleza desea existir siempre.”

“San Gregorio de Nisa, quien tiene una concepción del universo coincidente con la filosofía griega,
también se ocupa del hombre como compuesto de alma y cuerpo.

Rechaza la preexistencia del alma (al modo platónico) y afirma la unicidad substancial del
cuerpo y del alma que Dios habría creado juntos desde el principio. Defiende que el alma no se
separa nunca de los elementos que comparte con el cuerpo y que, aunque permanezcan
dispersos, el alma puede estar en contacto con ellos. Se refiere a funciones necesarias para
operaciones del alma. Una función del cuerpo que se supone necesaria en la resurrección, por
ejemplo, es la capacidad de memoria.
Según San Gregorio de Nisa, la filosofía de Aristóteles permite explicar- mejor que la de Platón- la
resurrección de los cuerpos en el juicio final así como la concepción del ser humano como un todo
substancial.” (Filosofía Medieval de Gilson).
Por su parte Santo Tomás de Aquino en la Suma teológica - Parte IIIa - Cuestión 54 también habla
de cuerpo glorioso, y dice que, el alma en la resurrección volverá a tomar el mismo cuerpo y no
otro de otra naturaleza, por poder de Dios; y que una vez resucitado, cesarán en el hombre la
necesidad de alimentación y de generación. Explica una resurrección (íntegra y gloriosa como la
que evidenció Jesús ante sus discípulos) pero no para ejercer con el cuerpo todos los actos a que
estaba destinado en la vida temporal.

Se entiende que, nosotros no ´somos´ nuestros brazos, hígado, corazón, etc. Nuestro cuerpo es
´alguien´ en el compuesto con alma. El hombre es sustancia compuesta de materia y forma: cuerpo
y alma. El alma es nuestro ser en sí, la sustancia primera con que nos individualiza Dios. Ni
siquiera somos nuestro cerebro, que es instrumento para nuestra formación espiritual. Por lo tanto
es compatible con nuestra creación, que mejoremos nuestras aptitudes, salud, longevidad, etc.
Dios nos da la capacidad para lograrlo, y aunque ahora pudiéramos tener una ´prótesis´ total,
siempre seremos cuerpo y alma en la resurrección como Él disponga.

San Pablo dice en 1Corintios 15,44 "se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual.
Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual".

La resurrección del cuerpo para la Bienaventuranza Eterna significa que, finalmente cada
bienaventurado percibe como hombre perfecto, con alma y cuerpo.

San Gregorio de Nisa considera a la materia como esencialmente perceptible. George Berkeley en
el siglo XVIII dirá “ser es percibir y ser percibido”.
SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS

Las relaciones lógicas no necesitan de la naturaleza para ser verdaderas. Innumerable cantidad de
objetos matemáticos complejos no tienen correspondencia en la naturaleza. También es lógico
suponer como origen del universo una condición sobrenatural eterna. Muchos a esta condición la
llamamos Dios. Cuya existencia demuestra santo Tomás de Aquino filosóficamente, como expone
en los párrafos de la Suma Teológica que se reproducen a continuación.

Extractado de la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino.

La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas:

1) La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben
los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro.
De hecho nada se mueve a no ser que en cuanto potencia esté orientado a aquello para lo que
se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la
potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el
fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De
este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente
en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en
acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío.
Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí
mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se
mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar
indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues
los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un
bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel
primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios.
2) La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el
mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible,
que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las
causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes
hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última.
Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no
existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes
llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en
consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo
tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.
3) La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos
que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y
consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas
sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no
existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no
existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría
nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues,
nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto
es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún
ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte,
no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este
proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo
tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no
esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.
4) La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos
encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas. En
unas más y en otras menos. Pero este más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se
aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al
máximo calor. Hay algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en
consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres
máximos, como se dice en II Metaphys. Como quiera que en cualquier género algo sea lo
máximo, se convierte en causa de lo que pertenece a tal género -así el fuego, que es el máximo
calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro —, del mismo modo hay
algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra perfección. Le
llamamos Dios.
5) La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que
no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede
comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De
donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las
cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento
e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que
todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.

Con referencia a la Nota (4); en Dios espiritual creador supremamente libre por su naturaleza,
su creación puede ser desde siempre.

Nota (4): Los griegos en general no alcanzaron la idea de Dios como algo trascendente al mundo.
Creyeron en dios, pero se lo representaron de un modo muy semejante a las cosas. Sin embargo
el Dios cristiano es trascendente, su modo de ser es radicalmente distinto a cualquier otra cosa del
Universo (Javier Echegoyen Olleta).

A continuación pueden leerse párrafos extraídos de “La Causalidad eficiente del Dios de
Aristóteles, según Santo Tomás de Aquino”, de Mario Enrique Sacchi.

“Los autores que niegan la virtud creadora de la deidad especulada por Aristóteles esgrimen un
dato considerado irrefutable por quienes se expiden de este modo: en la filosofía del Estagirita, la
eficiencia de Dios no sobrepasaría la causalidad del primer motor inmóvil, como primer principio del
movimiento en un universo de por sí eterno.

En consecuencia, no habría motivos que habiliten a ver en la deidad de la metafísica aristotélica el


primer principio productivo de la entidad de las cosas infradivinas, o bien, como se suele decir
habitualmente, el Creador de este mundo.

Santo Tomás ha descubierto un texto de Aristóteles donde ha encontrado una silogística cuya
inferencia encierra todos los ingredientes indispensables para detectar en sus términos una
afirmación explícita de la causalidad divina que no difiere en absoluto del acto productivo en que
estriba la creación. El texto (Metaphys. 1: 993 b 23-31; y 29-30), escogido por Santo Tomás para
justificar la asignación al Estagirita de una afirmación explícita de la creación, posee un valor
extraordinario. En él, Aristóteles proclama que nuestro conocimiento de las cosas nos exige el
conocimiento de sus causas. Tal aseveración Aristotélica antecede a esta otra: las perfecciones de
las cosas se dan de un modo superior y eminente en algunas; por ej., el calor se da en un grado
mayor en el fuego que en aquellas cosas cuya temperatura depende de su cercanía al cuerpo
ígneo que causa sus cualidades calóricas. Lo más verdadero entre todas las cosas es la causa de
la verdad derivada de las cosas menos verdaderas.

Los principios de las cosas eternas siempre son más verdaderos, pues no son verdaderos de vez
en cuando, ni tienen causa de su ser, sino que ellos mismos son la causa del ser de todas las
demás cosas. Así, la medida de la relación de cada cosa con la verdad es la misma que esta cosa
guarda con respecto al ser.

Santo Tomás ha percibido en este texto de Aristóteles una suscripción inequívoca, de la creación
divina de todo ente por participación.

¿Es infundada o, cuanto menos, exagerada, la interpretación tomista de esta página del Filósofo?

La única solución de este interrogante está en el mismo texto de Aristóteles. La clave de la


exégesis aquiniana radica en haber entendido que Aristóteles ha estipulado que los principios de
las cosas eternas no son verdaderos ocasionalmente ni tampoco tienen causa de su ser, ya que, al
contrario, ellos mismos son la causa del ser de todas las cosas restantes. Pues bien, habiendo
afirmado Aristóteles que todas las cosas causadas, tienen una causa primera incausada del ser
por el cual son entes en acto, ¿qué más le hacía falta a Santo Tomás para atribuir a la metafísica
aristotélica una confesión expresamente creacionista?

A los ojos del Doctor Angélico, no hay excusa que pueda disimular el hecho patético de que, en
este texto, el Filósofo ha hablado abiertamente del esse (hacer ser) como el acto propio de la
causa incausada que causa el actus essendi de todos sus efectos.

Tanto el espíritu cuanto la letra del texto de Aristóteles da plena razón a la exégesis de Santo
Tomás de Aquino, para quien la sola afirmación de un primer principio del ser de los entes
causados ya implica la atribución de una potencia creadora a tal causa.

Aristóteles se refiere en su Física a Dios como primer motor inmóvil, definiendo que es el principio
del movimiento de las cosas. En la ciencia de los primeros principios y primeras causas (su
metafísica), se refiere también a los entes finitos, aunque no se trate de entes movibles sino
inmateriales o espirituales, de los que asimismo Dios es su causa.

La teología aristotélica estaría limitada a su Física si Dios además de primer motor inmóvil de los
entes movibles no fuera la causa primera de todo ente.

Resulta imprescindible para una sólida filosofía cristiana, comprender los conceptos tomistas sobre
la nada, la creación del mundo y la consecuente predestinación divina.
Hay dilemas en la actual física teórica acerca de la nada (el “no ser”) y el universo, que no
inquietan a cristianos bien instruidos en la fe.
Es una verdad sustentada reiteradamente por San Pablo que Dios “a los que de antemano eligió
también predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo” y que “Él nos eligió
antes de la creación del mundo”. Santo Tomás, en la plenitud de su obra y cuestionado por varios
teólogos, necesitó referirse nuevamente a conceptos fundamentales para la sana doctrina en “La
eternidad del mundo” (aprox. 1270). En general, el Aquinate fue bastante resistido cuando
evangelizó y mejoró el pensamiento del genial pagano Aristóteles.
“Verbo Encarnado” ha publicado “Introducción a La eternidad del mundo”, sobre este opúsculo en
el que Santo Tomás trata la dificultad que presentaba para algunos, que el mundo, admitido que ha
sido creado por Dios como enseña la fe católica, “haya existido siempre”. Aristóteles expuso la
tesis de la eternidad del mundo, la cual no fue refutada por el Doctor Angélico aunque muchos
intelectuales la consideraron contraria a la fe, denunciando una eternidad del mundo que
supuestamente iguala a Dios, la infinidad resultante en el número de almas, etc. Santo Tomás ya
había concretado su posición en este asunto en su comentario a las Sentencias de Pedro
Lombardo (en 1254 a 1256).
El mundo es creado con tiempo en un acto intencionado de Dios eterno. Dios también es su plan,
lo que por supuesto no lo hace ser su creación. Santo Tomás primero define que el mundo- sea
eterno o no- ha sido creado por Dios, lo intima tanto la fe como la sola razón y negarlo es un error
abominable, y que respecto a ser eterno y ser creado a pesar de ser contradictorio, si se afirma
que Dios lo puede hacer, no es una herejía. Establece que hay causas que preceden
progresivamente a su efecto, pero que en Dios causa y efecto son simultáneos. Como Dios es
eterno, no hay contradicción en que el mundo existe, desde que existe su causa Dios, es decir
eternamente. Afirma que la voluntad divina es una causa que actúa instantáneamente y que es
irreverente para con Dios sugerir que delibera. Fin de la Nota (4).

CREACIÓN Y REALIDAD
“( ) Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra,
no habita en santuarios fabricados por manos de hombres; ni es servido por manos
humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y
todas las cosas. Él creó, de un sólo principio, todo el linaje humano, para que habitase
sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar
donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas
la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de
nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos ( )” Hechos de los Apóstoles,
17: 24-28.

Platón suponía un orden de ideas que no estaba necesariamente representado en la existencia


que percibimos. Aristóteles llega a la concepción más realista de la existencia en sí, de las
substancias, independientemente de nuestra percepción. La intuición sensible nos pone en
contacto con las substancias, de las cuales conocemos como ideas sus formas inteligibles. Para
Aristóteles el mundo sensible tiene existencia en sí independiente de nuestro pensamiento. Pero
también significa, como aseguró Parménides en su refutación de Heráclito sobre el devenir como
única existencia, que todo ser es inteligible porque es pensable.

René Descartes (1596 - 1650), considerado primer filósofo de la modernidad, encuentra que el
mundo exterior (los cuerpos y las otras personas) es dudable, mientras que el mundo de la mente
propia es la realidad indubitable. San Agustín, el filósofo cristiano que defiende con más fuerza la
tesis del recogimiento y la intimidad del alma consigo misma para acceder a Dios, ya había
presentado la tesis del dudar como dato indudable. Descartes con su “Cogito ergo sum” donde el
objeto- del pensamiento indubitable- es la duda, no es aún idealista pero su reivindicación de la
subjetividad como el ámbito de la evidencia condujo al idealismo. Surgirá el enfrentamiento de dos
doctrinas: el racionalismo con el innatismo de las ideas donde el conocimiento intelectual no
conecta con la experiencia sensible, y el empirismo que propone el conocimiento totalmente
basado en la experiencia y no acepta que pueda trascender la experiencia.
Santo Tomás, al incorporar al cristianismo la genialidad del pagano Aristóteles, enseña que el
conocimiento comienza con la experiencia sensible sin limitarse a ella porque la inteligencia tiene
la capacidad de abstraer la representación inteligible de la esencia de cada cosa.
Descartes tuvo que decidir si como afirmaba Aristóteles había existencia en sí exterior a nuestro
conocimiento, a nuestro yo. Lo resolvió recurriendo al concepto de tres substancias con existencia
en sí.

“Yo pienso (luego existo)”, asegura que pienso vivencias, pero ser substancia pensante no
demuestra la existencia real del devenir como mundo trascendente.

Descartes tiene la idea de Dios como ser perfecto que al tener la perfección de la existencia
también es innegable y por lo tanto existe. Dios como ser perfecto permite mis aciertos y errores
pero nunca me engaña. Así que todo lo que me presenta como distinto a mí es verdaderamente
exterior a mí. Esta exterioridad es substancia mensurable matemáticamente y separada de mi
subjetividad.

El yo es la substancia pensante, el mundo es la substancia extensa. El ser necesario para la


existencia de estos seres substanciales que podrían no existir, es Dios como substancia creadora.
Con variantes y excepciones, el pensamiento de Parménides, Platón, hasta Descartes, derivó en
un subjetivismo o idealismo excluyente de la realidad objetiva y luego en el naturalismo o
materialismo que también fue enfrentado científica y espiritualmente por la filósofa Edith Stein, hoy
reconocida Santa Teresa Benita de la Cruz, asesinada en Auschwitz el 9 de agosto de 1942.

En el idealismo se postula un mundo que se realiza en la conciencia del sujeto y en el realismo se


afirma al sujeto en un mundo trascendente u objetivo.

“Para el idealismo “ser” significa primariamente “ser dado en la conciencia”, “ser contenido en la
conciencia”. El idealismo es, así, un modo de entender el ser. Ello no significa que todo idealismo
consista en “reducir el ser”- o la realidad- a la conciencia o al sujeto. Una cosa es decir que el ser o
la realidad se determinan por la conciencia, el sujeto, el yo, y otra es manifestar que no hay otra
realidad que la del sujeto o la conciencia. Esta última posición es sólo una de las posibles
posiciones idealistas (José Ferrater Mora, ‘Diccionario de Filosofía abreviado’ por Eduardo García
Belsunce y Ezequiel de Olaso. Ed. Sudamericana)”.

John Locke (1632-1704) es empirista, “el origen del conocimiento es la experiencia”. Idea es todo
lo que pienso o percibo y es contenido en la conciencia. Las ideas son representaciones o
vivencias. Las ideas no son innatas como había pensado Descartes. El alma es como una tabla
rasa o papel en blanco sin escritos. Las ideas provienen de la percepción externa o sensación y
también de la percepción interna- de estados psíquicos- o reflexión. En un caso, de un solo
sentido o de varios a la vez (sentido común en Aristóteles), y en otro, de la reflexión. En las ideas
simples tienen validez objetiva las cualidades primarias ((número, figura, extensión, movimiento,
solidez…), mientras que tienen validez subjetiva las cualidades secundarias (color, olor, sabor,
temperatura…). Pueden ser así ideas simples, o ser complejas cuando resultan de la sensación y
de la reflexión como actividad de la mente relacionando las ideas simples. Todas las ideas, hasta
la idea de Dios son producto de la experiencia mediante abstracciones y asociaciones. Locke no
niega la existencia de substancia pero la limita con el ‘no sé que’ en lo que percibimos. Designa el
carácter substancial del yo, del mundo exterior y de Dios. Locke duda de la posibilidad de conocer
los temas metafísicos y en general de la capacidad de conocer. Lo sucederá el escepticismo
extremo de Hume.

David Hume (1711- 1766), en la cumbre del empirismo idealista deformado en escepticismo, niega
toda substancia y toda posibilidad de conocimiento. Las ideas son pobres copias de las
impresiones directas de un mundo de representaciones con una realidad que se agota en ser
percibida (Berkeley sólo cuestionó la existencia de sustancia material y corpórea). Según Hume no
tenemos ninguna certeza de sustancia. Solamente tenemos las impresiones de color, dureza,
suavidad, sabor, olor, extensión, figura, etc., sobre algo realmente desconocido a lo que le
ponemos nombre. Así el yo es un agrupamiento de percepciones o contenidos de conciencia que
se suceden continuamente. Tampoco el yo es substancia sino imaginación. Todo se reduce a
sensualismo con representaciones a las que llama impresiones. Fenómenos psíquicos como
sucesión de vivencias que no conforman un yo. No hay mundo exterior porque siempre
experimentamos vivencias (Heráclito) y no cosas. Sobre esta base afirma que tenemos la mera
impresión de causas y efectos, en una relación de causalidad inexistente por desconocerla como
constante (la ciencia es una creencia). Hume afirma, ‘no existo yo, ni la substancia extensa, ni
Dios’, sino únicamente “mis” vivencias. Nada tiene razón de ser.

Desde hace siglos la visión del mundo enfrenta materialismo y espiritualismo.

Hay un idealismo conocido como de Berkeley, que por distinto merece ser denominado
correctamente espiritualismo. Para George Berkeley (1685-1753), Dios y las otras mentes existen
de modo independiente pero las cosas materiales agotan su ser en ser percibidas, en ser
conocidas (es idealista respecto de su realidad, la realidad es espiritual “ser (existir) es percibir y
ser percibido”). Dios con su amor nos crea como seres espirituales mientras que las cosas a
conocer no tienen realidad en sí, no son substancia. La extensión, la solidez, el color, todo lo
sensible, son ideas que proceden de Dios con una regularidad coherente para nuestra percepción
de esa realidad ‘material’ en la que no hay substancia. Este inmaterialismo constituye una
metafísica del empirismo. Berkeley expone que Dios es causa de las sensaciones por las cuales
los seres inanimados son percibidos y los seres animados además perciben

Apóstoles, Padres y Santos de la Iglesia nos enseñan que la existencia, es en o por Dios, y
Berkeley nos explica que sólo hay seres espirituales creados por Dios espiritual.
Dice Berkeley que los objetos del conocimiento son las ideas con las que realizamos operaciones
mentales o espirituales. Afirma que la realidad y existencia nos es evidenciada por Dios
exclusivamente en nuestra percepción consciente. La postulación de su sistema lo lleva a negar la
posibilidad de formar ideas abstractas y procura demostrar que sólo pueden percibirse ideas
particulares y no una realidad en sí como sustancia universal extensa.

Finalmente rechaza la cualidad corpórea pero no la experiencia que se nos da como percepción.

Comenta que el intercambio social y el diálogo con otros seres humanos nos permiten creer en su
existencia y que el mundo es idéntico o similar para todos.

En la filosofía de Berkeley se advierten errores que no son mayores que los de filósofos
contemporáneos, y que fundamentalmente manifiesta su defensa de la espiritualidad cristiana.
Debemos señalar, como dijimos en el primer capítulo de este trabajo, que Dios da el ser, por lo que
el origen de la sustancia primera de cada cosa, de cada individuo, es sobrenatural. Lo percibido
naturalmente, es la sustancia segunda o esencia, y sus accidentes. Percibimos a Dios porque es
perceptible espiritualmente e inteligible, y por la revelación con Su palabra.

Entendemos la materia creada por Dios espiritual, como la coherencia de interacciones en


seres con formas sensibles e inteligibles.

Leibniz es quien recupera y sostiene “la razón” anticipándose a idealismos extremos como el de
Hume (también permite cuestionar a Kant), diferenciando los hechos producto de la experiencia de
las verdades de razón (ver en este ensayo ‘El Principio de Razón Suficiente’).
“Leibniz comienza por distinguir las verdades de hecho de las verdades de razón.
Verdades de hecho son aquellas que son de una manera pero podrían ser de otra. Son verdades
contingentes. Ejemplo: hoy me levanté temprano, pero podría no haberme levantado temprano.
Verdades de razón son aquellas que son de una manera y que no podrían ser de otra. Son
verdades necesarias. Ejemplo: todos los puntos de la circunferencia están a la misma distancia del
centro.
( ) De ahí (surge) la división entre los juicios analíticos y los sintéticos. En los primeros el predicado
está contenido en el sujeto, como cuando decimos que el triángulo tiene tres lados, mientras que
en los segundos el predicado no está contenido en el sujeto, como cuando decimos que las
palomas de este palomar son blancas (porque el ser blancas no es una nota constitutiva del
concepto de paloma. (Carlos Pedro Blaquier en ‘Apuntes para una introducción a la Filosofía’)”.

Para Kant (idealismo puro) nuestra mente influye en el objeto conocido pero más allá de la
realidad conocida hay otra realidad plena, independiente de nuestro pensamiento, la cosa en sí
(más allá de toda experiencia posible: noúmeno).
Kant formula la distinción idealista- entre fenómeno y noúmeno- al teorizar sobre el conocimiento.
“Todo lo intuido en el espacio y el tiempo y con ello todos los objetos de nuestra experiencia
posible, no es más que fenómenos, esto es, meras representaciones, que del modo en que se
representan, como sustancia extensa o series de alteraciones, no tienen existencia propia e
independiente aparte de nuestro pensamiento. A este concepto lo llamo idealismo trascendental.
(Crítica de la razón pura, A491, B)”.

“Kant quiso sintetizar el racionalismo y el empirismo, pero le salió muy distinto, porque mientras el
tomismo sostiene que la inteligencia obtiene de la realidad, mediante los sentidos, el conocimiento
de la cosa en sí misma considerada, Kant sostiene que la inteligencia aplica a la masa amorfa que
es la experiencia sensible una "forma a priori" de suyo vacía, que se llena de contenido solamente
con la experiencia, de modo que nunca podemos conocer lo que la cosa es en sí misma, sino
solamente el "fenómeno", cómo se nos aparece a nosotros. Una de las contradicciones de Kant es
que si no podemos conocer la naturaleza (esencia) de nada, tampoco la de nuestro conocimiento
(Néstor Martínez en El argumento más claro de Kant)”.

Se entiende que también puede haber conciencia de lo ausente y hasta de lo inexistente (J. P.
Sartre).

Edmund Husserl (1859-1938) a partir de sus investigaciones sobre los fundamentos de las
matemáticas, decidió encarar un análisis riguroso de las esencias objetivas para demostrar la
posibilidad del conocimiento.

La subjetividad en la que se representa el mundo trascendente no prueba su existencia verdadera.


Pese a nuestra tendencia a no dudar sobre lo que percibimos como exterior a nuestro yo, una y
otra vez comprobamos errores en lo que percibimos.

Dice Antonio Zirión Quijano en filosóficas.unam.mx.


Husserl defiende la concepción de una lógica independiente de toda psicología y de toda ciencia
empírica y refuta las tesis fundamentales del psicologismo lógico, es decir, la idea de que la lógica
formaba parte de la psicología o dependía de ella de alguna manera.

La tesis básica de Husserl, verdadero fundamento de las demás, afirma la distinción radical entre
los “objetos psicológicos” y los “objetos lógicos” (y por ende entre los conceptos psicológicos y los
lógicos).

Para referirnos a un caso concreto, señalamos la distinción entre el juicio en sentido psicológico- el
acto psíquico de juzgar- que es a fin de cuentas un hecho, y el correspondiente juicio en sentido
lógico- el “contenido” o el sentido- de aquel acto de juzgar. Contenido o sentido que ya no es un
mero hecho, sino una entidad ideal (“abstracta”).

Husserl separa la dimensión psicológico-subjetiva para analizar lo que se presenta a nuestra


conciencia como dimensión lógico-objetiva. Funda una fenomenología, donde aísla de la
investigación todo lo no subjetivo y por lo tanto ajeno a las vivencias de la conciencia. A esta
reducción fenomenológica la llama “epojé” poniendo ‘entre paréntesis’ todo lo que trascienda la
subjetividad como mundo. Es la manera de recuperar la determinación de las esencias con la
reducción eidética (a la esencia) posible para conocer con el fenómeno la cosa en sí. La posibilidad
que negó Kant al definir al noúmeno y rechazar el conocimiento metafísico.
De Gran Enciclopedia Rialp extractamos: Husserl lleva la intencionalidad de la conciencia desde la
dimensión psicológico-subjetiva a su dimensión lógico-objetiva.

Fenómeno, para Husserl- no es lo opuesto a noúmeno o cosa en sí, al modo kantiano- sino la cosa
en cuanto dada al espíritu.

La fenomenología se funda en la intuición eidética, que alcanza de manera inmediata el contenido


inteligible ideal del fenómeno que, en cuanto manifestación de la cosa a la conciencia es- dice
Husserl-constitutivamente eidos, «esencia». La fenomenología consiste, como su propio nombre
indica, en la lectura, la descripción, la ciencia del fenómeno, es decir, en la comprensión del ser en
cuanto manifiesto a la conciencia.

Descartes con su “Cogito, ergo sum”) supera la duda en la subjetividad:

“Y observando que esta verdad: yo pienso, luego existo, era tan firme y estaba tan asegurada,
que no podían quebrantarla las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que
podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba (Discurso del
Método)”.

Con la “epojé”- en la fenomenología de Husserl- el mundo trascendente “pasa” a ser ideas.

La conciencia aporta intencionalidad para conocer. La fenomenología - como método filosófico-


“reduce a ideas” todas las vivencias prescindiendo todo supuesto anterior. Las vivencias son
hechos que se reducen- en la esencia de los hechos- a ideas válidas universal y necesariamente.
Por ejemplo, cada silla es un hecho particular (intuición sensible); pero la idea de silla (intuición
eidética) tiene carácter universal y necesario porque designa a cualquiera de todas las sillas
posibles.

Los hechos que son aprehendidos (conocidos sin afirmar ni negar nada acerca de ellos) por la
intuición sensible- como hechos particulares y contingentes- son hechos derivados del mundo
exterior al yo.

La intuición sensible es acompañada por la intuición eidética (asimismo conocimiento inmediato sin
concurso del razonamiento). Precisamente esta segunda intuición reduce - cada uno de esos
hechos particulares y contingentes- también a la idea (con carácter universal) de hechos del
mundo exterior.

Estas vivencias del yo aparecen- como fenómenos psíquicos- en la conciencia, y con la reducción
eidética se encuentra la esencia de cada hecho.

Por otra parte, el ejemplo "paradigmático" de las vivencias síquicas propias de percepción interna,
es el “Pienso” de Descartes. Su logro es la fundamentación de la certeza sobre una verdad “ya
conocida”. La subjetividad que plantea Descartes comienza por la percepción de su yo “real”.

Con la epojé queda suspendida la actitud sobre la existencia espacio-temporal del mundo natural.
Pero el mundo no pasa a ser inmanente a la conciencia, sigue siendo trascendente.
Husserl dice que “toda conciencia es conciencia de algo” considerándola finita al estar limitada por
el mundo exterior. Con la epojé y la reducción a ideas, desarrolla su método filosófico de
descripción fenomenológica con objetos puramente lógicos.

Husserl califica a la creencia común respecto a un mundo exterior o trascendente, como una
“actitud natural” y prefilosófica.
Esta actitud natural es la creencia en un exterior espacial con objetos espacio-temporales. La
fenomenología estudia la relación entre fenómenos prescindiendo que su realidad sea otra que su
percepción o su evidencia sensorial. Examina los fenómenos que se muestran en la conciencia,
vale decir, reduce toda realidad a puro fenómeno en cuanto aparece como tal fenómeno en la
conciencia.

Sobre esto, en este ensayo, advertimos que toda la creación de Dios espiritual puede estar
contenida en un punto ideal. Las vivencias del yo pueden tener “lugar” en un punto ideal
(inextenso) donde todo sea percibido y en el que interaccionen nuestras mentes. Pero aún así, en
esa existencia inextensa, habrá sujeto, y la coherencia de la realidad inteligible y el exterior
sensible que percibe según leyes de la Creación Y habrá persistencia substancial del yo también
en la Vida Eterna.
Oponiéndonos al empirismo cientificista y al nominalismo*, afirmamos que no se puede negar
nuestra percepción e interacción con una realidad externa a nuestro yo. Realidad que desde Dios
tiene fundamento espiritual.

“Estudiando la filosofía de Santo Tomás de Aquino, Edith Stein (1891-1942) realizó una
comparación con la teoría fenomenológica de Husserl. ( ) Descubrirá poco a poco que también
para Santo Tomás el verdadero fundamento del conocimiento es el encuentro con la realidad
creada, es decir, con el mundo de las cosas. Desde este fundamento, la inteligencia humana se
eleva para comprender la necesidad del Dios creador, y el corazón se abre a la recepción de su
misterio, que es el amor infinito. ( ) En su camino apasionado de búsqueda de la Verdad, ya no le
bastaba la teoría de la esencia de las cosas, por la cual Husserl ponía el ser de las cosas mismas
como “entre paréntesis”. Según Edith Stein, el ser es anterior al espíritu que se sitúa ante él. De
Husserl no admitía la doctrina que propone una trascendencia sin Dios. Y tampoco estaba de
acuerdo con Heidegger, que ponía todo el peso en la existencia, como si ésta pudiera “explicarse a
sí misma” y construir un sistema de certezas, anulando de hecho la trascendencia. (Edwin Leonel
Córdova Reto, en ‘Un acercamiento a la Fenomenología de Husserl y a la filosofía de Santo Tomás
de Aquino. Una constante búsqueda de la verdad, desde la concepción de la filosofia de Edith
Stein’)”. El ensayo mencionado se ubica en wordpress.com/

Edith Stein adhiere al realismo fenomenológico, donde finalmente la realidad se evidencia a la


conciencia- con hechos o estados de cosas objetivamente necesarios cuyas esencias
corresponden a ciencias apriorísticas y verdades metafísicas-, en un sistema ajeno a cualquier
idealismo trascendental como el kantiano.

* El nominalismo niega que fuera de nuestra mente los individuos compartan esencias universales.

A MODO DE CONCLUSIÓN:

“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (san
Lucas 5, 27-32).

El Evangelio escrito y recibido por los evangelistas y los apóstoles, no puede tener
agregados, supresiones ni alteraciones, aunque provengan de santos proclamados por la
Iglesia. En su mayoría, el Magisterio de la Iglesia no es definitivo ni inmutable como sí lo es,
por ejemplo, el que da testimonio de Jesús como Hijo de Dios.

Reproducimos un párrafo de un capítulo anterior. Es tarea del Magisterio modificar,


ampliando o mejorando, enseñanzas impartidas durante los pontificados. Grandes
diferencias entre el Catolicismo y el Protestantismo, son sobre el oficio y la autoridad del
Papa y la sucesión apostólica en la Iglesia. Es sorprendente comprobar (lo decimos en el
año 2016) en distintos medios y sitios web católicos, que algunos articulistas difunden
convicciones protestantes criticando a la Iglesia y los documentos producidos por el vicario
de Cristo. El Papa señala que debemos realizar obras donde a la caridad espiritual se una la
solidaridad material. S. S. Francisco nos recuerda que la caridad abarca la solidaridad para
hacer más justo y habitable el mundo. El hombre es causa segunda por la gracia y
siguiendo la lógica del amor de Dios, procura con obras de misericordia erradicar, por
ejemplo, las prácticas abortivas.
S. S. Francisco predica - desde que es sacerdote- sobre los sacramentos, como la
Penitencia y la Eucaristía, necesarios para la salvación; las reiteradas caídas del estado de
gracia (que no es representado por la prosperidad material o económica); la naturaleza
sagrada del matrimonio y la familia; la correspondencia entre fe y obras, la confianza en que
Dios nos transforme con su gracia- a pecadores- moviendo nuestra voluntad para merecer
la gloria eterna; la misericordia en la evangelización; la unidad plena y visible entre todos
los cristianos; la devoción a la Virgen; la paz del Señor.

S. S. Francisco, acompañado por el Espíritu Santo, está desintoxicando de toda falsificación


al Evangelio y recuperando la Iglesia para nosotros pecadores, procurando detener la
sangría apóstata de los últimos siglos.

Como comentamos al comienzo, este trabajo en su conjunto, es una exposición sobre las
limitaciones de las ciencias refiriendo su falta de completitud, que impiden comprender -a quienes
rechazan la fe- que lo verdadero puede parecer indemostrable, en las circunstancias necesarias,
según el plan de Dios.

“Hoy hablamos de Clemente de Alejandría, un gran teólogo que nació- probablemente en Atenas-
a mediados del siglo II. La catequesis de Clemente acompaña paso a paso el camino del
catecúmeno y del bautizado para que, con las "alas" de la fe y la razón, llegue a un conocimiento
profundo de la Verdad, que es Jesucristo, el Verbo de Dios. Sólo este conocimiento de la persona
que es la Verdad, es la "auténtica gnosis", expresión griega que significa "conocimiento",
"inteligencia". Es el edificio construido por la razón bajo el impulso de un principio sobrenatural. La
fe misma construye la verdadera filosofía, es decir, la auténtica conversión al camino que hay que
tomar en la vida. Por tanto, la auténtica "gnosis" es un desarrollo de la fe, suscitado por Jesucristo
en el alma unida a él.
Clemente retoma la doctrina según la cual el fin último del hombre consiste en llegar a ser
semejantes a Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero esto es también un
desafío, un camino; de hecho, el objetivo de la vida, el destino último consiste verdaderamente en
hacerse semejantes a Dios. Esto es posible gracias a la connaturalidad con él, que el hombre ha
recibido en el momento de la creación, gracias a la cual ya es de por sí imagen de Dios.
Esta connaturalidad permite conocer las realidades divinas que el hombre acepta ante todo por la
fe y, mediante la vivencia de la fe y la práctica de las virtudes, puede crecer hasta llegar a la
contemplación de Dios. De este modo, en el camino de la perfección, Clemente da al requisito
moral la misma importancia que al intelectual. Ambos están unidos, porque no es posible conocer
sin vivir y no se puede vivir sin conocer. No es posible asemejarse a Dios y contemplarlo solamente
con el conocimiento racional: para lograr este objetivo hay que vivir una vida según el "Logos", una
vida según la verdad. En consecuencia, las buenas obras tienen que acompañar al conocimiento
intelectual, como la sombra sigue al cuerpo.” (S.S. Benedicto XVI, Audiencia general, 18 de abril
de 2007).

Hasta aquí hemos expuesto, con varias lecturas y algunas notas propias, que ni científica ni
filosóficamente se puede demostrar la inexistencia de Dios y que la Filosofía sí demuestra Su
existencia. El más conocido de los bendecidos por esta gracia de Dios es Santo Tomás de Aquino
inspirado con el pagano Aristóteles Filósofo por antonomasia.

Es evidente que hay Causa para la existencia de cada cosa. Algunos niegan que tengan finalidad.
La opción lógica, para explicar porque cada cosa es, presenta que han existido desde siempre o a
partir de determinado acontecimiento aleatorio (o ‘forzoso’), o que fueron creadas por un ser
inteligente. En lo que podemos estar de acuerdo teístas y ateos es en la imposibilidad de la nada
absoluta como negación absoluta de la existencia. Podríamos deducir que la existencia que se da
forzosamente es causa. Una causa que llamaríamos existencia como origen de cada ser. La
existencia es una realidad permanente. Diferenciándonos de los ateos, afirmamos que esa
existencia eterna es sobrenatural. El Ser incausado que existe por sí mismo.

Sobre las cosas inanimadas en principio puede suponerse un proceso de sucesivas


transformaciones. En la concatenación de causas eficientes, necesariamente para no caer en la
absurdidad, creemos en la Primera, y en que todo tiene una razón suficiente para ser. Santo
Tomás demuestra filosóficamente la Primera Causa Eficiente en la Suma Teológica. La llamamos
Dios. Incausado tiene Su razón de ser en sí mismo.

Respecto a la vida inteligente podemos considerar como absolutamente improbable que la


inteligencia, tal como la encontramos organizada y acompañada de sentimientos y emociones en
los seres humanos, sea producto de una mera casualidad o de cualquier proceso inanimado o no
programado. Esto está cuestionado por los ateos y lo sostenemos quienes creemos en Dios
todopoderoso y creador.

Los ateos postulan una existencia con acontecimientos propios de la materia en lo que llaman
naturalismo, sin un plan previo, que responden a las denominadas leyes y constantes de la
naturaleza material. Reiteramos que decir que de la materia surgen la inteligencia, emociones,
sentimientos y altruismo, es lo mismo que decir que la materia es inteligente al extremo de
preocuparse por su sentido o sinsentido final.

El Papa Francisco, en la Revista Tertio (2016), afirma que “la apertura a la trascendencia forma
parte de la esencia humana”. Religiosos y ateos llegamos a coincidir en ese altruismo que nos
preocupa sobre el futuro de nuestros seres queridos y el de toda la humanidad.

El Amor es fundamento y finalidad.


La existencia que carecería de finalidad sería aquella producto del azar o de un proceso aun
caótico. No puede carecer de sentido la creación por nuestro Dios personal.
Sócrates y Platón adhieren al “finalismo” (inicialmente propuesto por Anaxágoras) convencidos de
la intervención de una inteligencia suprema orientada a una finalidad.

Las ideologías materialistas ateas no logran dar una respuesta lógica a la pregunta por el sentido.
Sus variantes existencialistas niegan todo sentido o finalidad. Los cristianos no creemos en una
vida sin ningún sentido o finalidad trascendente. Mientras que Schopenhauer y Nietzsche
consideran a la vida una manifestación al servicio de la perpetuación de una fuerza cósmica,
Bergson advierte en el impulso de la existencia la presencia divina.

Dios nos crea por amor. Infinitamente “Dios es amor” en su Santísima Trinidad.
En su naturaleza divina Dios es en su Trinidad como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios creador por amor, desde la eternidad fundamenta la realización de su creación. Al conocerse
a Sí mismo engendra desde siempre al Hijo. El Espíritu Santo es el Amor recíproco del Padre y del
Hijo que en la naturaleza divina es Amor personal.
Cristo Jesús, Persona de la naturaleza divina encarnado con su naturaleza humana en María, es el
modelo para nuestra creación por Dios Trino a Su imagen y semejanza. “No hay más que un solo
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo,
por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Cor 8,6).
“Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios” (Benedicto XVI, 24/04/2005 en la
Plaza de San Pedro). Toda la creación viene de Dios espiritual Uno y Trino. Todo es en Dios
(ver Hechos, 17: 23- 28). Todo es real en Dios espiritual.

La razón permite comprender la existencia de Dios.


Pero, es la Palabra de Dios, la que nos permite definir esta vida como el camino que debemos
cumplir hacia la Vida Eterna. Nuestra perfección posible la alcanzamos por gracia de Dios.
Aun la materia que presenta fenómenos aleatorios, es gobernada con las leyes universales
creadas para el plan de Dios.
Los Mandamientos, los Sacramentos, si bien genéricos para toda la humanidad, corresponden en
sentido específico a cada individuo.
También las gracias actuales que, en principio, corresponden genéricamente a todas las creaturas,
se avienen “con la naturaleza individual, propia, única e irrepetible de cada hombre singular y
concreto, y así cada gracia actúa en cada individuo de modo diferente” (Eudaldo Forment, sobre
Summa Contra Gentiles, II, c. 18).

«Y así como todos los hombres por el pecado del primer padre nacen sometidos al castigo,
aquellos a los que Dios libera por su gracia, por su sola misericordia los libera; y así, con algunos
es misericordioso, con los que libera; y con otros es justo, con los que no libera, y en ningún caso
es injusto» (Santo Tomás, Comentario a la Epístola de San Pablo a los Romanos).

Dios mueve con su gracia al arrepentimiento, conversión y perseverancia final a pecadores


elegidos.

En la predestinación de los no condenados, la gracia de la perseverancia final es para los


elegidos para la gloria eterna.

Todos merecemos condenación, pero Dios juzga unos pecados mortales más graves que otros, y
con su misericordia elige y transforma a pecadores moviéndolos con su gracia al arrepentimiento y
reconciliación definitivos.

El dogma de la Predestinación es de gran belleza para nuestro entendimiento. Asombra con


perfecta lógica para la comprensión de la naturaleza de Dios y nuestra creación con la salvación
para la vida eterna. Pero es de difícil aplicación en la evangelización porque, a diferencia de la
existencia de Dios, no se presenta como intuición. La negación de Su existencia pretende justificar
el pecado, pero también se niega a Dios si suponemos que nos salvamos por nuestros propios
méritos.

“La vida eterna es un fin que excede la proporción de la naturaleza humana; por lo cual el hombre,
con sus fuerzas naturales, no puede hacer obras meritorias proporcionadas a la vida eterna, sino
que para esto necesita una fuerza superior, que es la fuerza de la gracia. Luego sin la gracia no
puede merecer la vida eterna. (Suma Teológica, Parte I-II, q. 109, art. 5, in c.).” Las criaturas están
ordenadas por Dios a un doble fin. Un fin natural y otro sobrenatural. El pecado tiene
consecuencias naturales y sobrenaturales. El hombre quiere el mal, “como bien aparente”, desde
el comienzo de su existencia porque realiza todo lo que le place de inmediato, aun oponiéndose a
la ley de Dios. Así todos los hombres merecen su condenación, pero Dios elige a sus
predestinados a la gloria eterna y los libera con Su gracia del pecado, moviendo el libre albedrío al
arrepentimiento y reconciliación. La gracia suficiente dada a todos los hombres para su fin
sobrenatural, puede ser rechazada por su naturaleza caída por el pecado original.

En uno de sus artículos sobre la gracia, “El que quiere... ¿puede?” (15/04/2017), Luis Fernando
Pérez Bustamante cita Romanos 7, 18-19: ´´ ( ) nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en
efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que
quiero, sino que obro el mal que no quiero´´ (Rom 7, 18-19).

“Con nuestra capacidad de discernimiento sobre el bien y el mal, los Mandamientos, Nuestro Señor
Jesucristo, los Sacramentos, la gracia santificante acompañada por las virtudes infusas y los dones
del Espíritu Santo y las gracias actuales, Dios mueve a evitar y combatir el pecado, pero lo permite.
De las gracias actuales, las gracias suficientes pueden ser rechazadas por esta permisión divina,
mientras que, si no son rechazadas, la gracia eficaz mueve infaliblemente la libre voluntad del
hombre hacia su salvación y por la perseverancia final a la bienaventuranza sobrenatural de la
visión de Dios. La gracia santificante integra al hombre con las virtudes infusas y los dones del
Espíritu Santo. Estas facultades sobrenaturales, virtudes y dones, para ser ejercidas necesitan la
moción divina de las gracias actuales. Estas gracias, además de disponer al alma a recibir la gracia
santificante cuando todavía no la tiene, la mueven a recuperarla cada vez que se pierde por el
pecado” (de un comentario que enviamos a Alonso Gracián por su artículo, acerca de la gracia
santificante y las virtudes infusas, el 23/03/16).

Él nos da la gracia suficiente- a todos- que entonces tenemos la ‘capacidad de hacer’ (desde
conocer y entender) el bien; y la gracia eficaz también actuando en todos, aunque no siempre, con
la que ‘realizamos de hecho’ el bien. Unos se condenarán eternamente sin arrepentirse de todos
sus pecados al rechazar la gracia suficiente (por su culpa), y a otros predestinados la gracia eficaz
los llevará a perseverar hasta la salvación. Unos se condenan por su culpa mientras otros son
salvos. Dios no puede ser frustrado por su creación. Como unos merecen su condenación eterna
posterior a la previsión de sus culpas, otros son elegidos por Dios y predestinados a la
bienaventuranza eterna “ante praevisa merita”.

En Jesucristo, como persona de la naturaleza divina y su condición de verdadero hombre con su


naturaleza consubstancial, la gracia personal es “absolutamente infalible”. Hay teólogos que
explican la salvación exclusivamente con la redención por Nuestro Señor Jesucristo de todos los
hombres- tomando para sí toda condenación- y con la gracia santificante recuperada con el
Bautismo. Señalan que en Jesucristo se ha manifestado el amor de Dios para todos los hombres y
por eso todos estamos elegidos. Para esto se reconoce “una gracia capital” en Cristo,- que no es
una gracia distinta sino un aspecto de esa misma gracia personal-, con su acción santificadora
sobre todos los hombres según algunos, o a los miembros de la Iglesia según otros.

Otros teólogos enfatizan que la Redención de todos los pecados y el Bautismo para recuperar la
gracia sobrenatural, no significa que el hombre deje de perder reiteradamente, por el pecado, el
estado de gracia santificante. Hace falta entonces la moción de la voluntad humana llamada gracia
actual, que puede ser eficaz o suficiente. La gracia suficiente puede ser rechazada (Dios permite
el pecado) mientras que la gracia eficaz libre e infaliblemente mueve a obrar el bien.

Dios creó al hombre en estado de justicia original (con la gracia santificante y suspensión de la
mortalidad). Con gracia actual suficiente con su mandamiento o prohibición, aunque con permisión
del pecado. Ya el primer hombre pecó desobedeciendo. En un principio aunque el hombre
poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir, hasta que pecó. Dios permite el
pecado, que nunca pierde dimensión como negación del bien. Jesús se acerca al pecador, pero no
admite la falta cometida. A la adúltera “Jesús le dijo: tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante
no peques más” (San Juan 8,11). El Espíritu Santo hace al hombre uno en Jesucristo. Desde el
Bautismo y por Su gracia cada hombre puede y obra para reconciliarse y recuperar la gracia
santificante para su salvación, porque continúa expuesto constantemente al pecado.

Nuestro Señor Jesucristo fundó la Iglesia para que recibamos las ayudas necesarias para nuestra
salvación. Los frutos de Su Pasión son para los pecadores predestinados para la gloria eterna.
Recibimos de Nuestro Señor Jesucristo la norma concreta y plena de toda actividad moral, con la
libertad de no cumplir la voluntad de Dios. La preparación de nosotros pecadores para acoger la
gracia es ya una obra de la gracia.
Dios, con su justicia y misericordia, corresponde con la gracia de la perseverancia final o su
ausencia, al desarrollo de la conciencia y voluntad a través de la totalidad de cada vida. El
Mandamiento es universal, cada conciencia moral es particular y la acompaña la Iglesia.

Si no existiera Dios tampoco la lógica. Aquí el axioma es que Dios existe. Y en este tema los
razonamientos se refieren nada menos que a la naturaleza de Dios. El amor de Dios es gratuito
para sus elegidos desde la eternidad sin contradecir nuestra libertad. Por Su voluntad nuestros
méritos son por participación del designio divino porque Dios mueve y excita el libre albedrío,
desde la mejor elección para que lo invoquemos, pues el hombre no puede nada bueno sin Dios.

La Iglesia reconoce la libertad teológica para mantener algunas tesis distintas sobre la gracia.
La existencia de la gracia solamente suficiente y de la gracia eficaz es un punto de doctrina
admitido por todos los católicos y contenido en el depósito de la Revelación.

Para los tomistas (por Santo Tomás de Aquino) la gracia eficaz no depende del consentimiento de
la creatura y cuando está presente mueve infaliblemente a la voluntad a la realización de actos
libres y de hecho nunca es rechazada. Para los molinistas (por el sacerdote jesuita Luis de Molina)
la gracia se vuelve eficaz por el consentimiento de la creatura.

Dios ama a todos los hombres, pero ama más a los más santos. De hecho, son más santos porque
Dios les ama más. Es más, Dios ama todo lo existente que crea, que es para bien, mientras que el
mal es su negación o no-ser. Dios ama a todos los hombres, con el evangelio, la oferta de
salvación con su Hijo encarnado y el llamado al arrepentimiento con la gracia suficiente y sus
mandamientos. Con Su amor, justicia y misericordia elige al crearlos a quienes serán salvos para la
vida eterna. El amor de Dios con la gracia eficaz es para que los que creen no se pierdan aun
como penitentes arrepentidos. Dios quiere el bien para cada ser existente y a cada hombre le da a
conocer el camino para su salvación aunque en algunos permite su perdición. Dios ama menos a
determinados pecadores y elige, para su arrepentimiento y conversión con la gracia eficaz para la
vida sobrenatural, a quienes ama más.

Dios es acto puro y pura forma, sin composición física ni metafísica. Aristóteles lo considera como
acto puro porque en Él no se encuentra ninguna potencialidad y es eterno e inmutable.
La naturaleza de Dios es absolutamente ‘gigantesca’ respecto a toda infinitud imaginable. Dios
decreta nuestra salvación por la gracia. No decreta nuestra condenación (sería absurdo que nos
creara con este fin). No hay doble predestinación divina a la salvación y a la condenación. Aunque
lo prevé Dios no quiere el pecado, simplemente lo permite. Su gracia nos mueve a rogar que nos
cuente entre Sus elegidos. Desde la eternidad “antes de la fundación del mundo”, Dios, para quien
no transcurre tiempo, de todo el género humano, a unos los condena con posterioridad a la
previsión de sus propias culpas, y a otros los elige- antes de la previsión de sus méritos-
predestinándolos a la salvación.
Enseña santo Tomás de Aquino: “Así como la predestinación incluye la voluntad de otorgar la
gracia y la gloria, así también la condenación incluye la voluntad de permitir a alguien caer en culpa
y recibir la pena por la culpa”. La condenación es por Su voluntad consecuente.

Dios es en su eternidad. Es Acto Puro. ¿Dios inmutable y creador? Es que en el plan de Dios Su
infinitud comprende toda la dinámica de su creación. En Su actualidad sin sucesión, es causa de
todos los momentos del tiempo. Dios nos crea en la historia que ya conoce antes de que hayamos
percibido/transcurrido nuestro tiempo y cuyos cambios ya están cumplidos en Su eternidad, sin
eximirnos de ser causas segundas en su plan salvífico para el que no debemos ceder a ningún
quietismo o fatalismo. En la actualidad de Dios, que en su eternidad es creador del tiempo, podría
decirse que nuestras vidas temporales ya transcurrieron. Que Dios, predestina y reprueba en su
eternidad, con “anterioridad” a nuestra existencia actual (con anterioridad a nuestra existencia
actual y a la existencia actual de Julio César, san Juan Pablo II, etc.), no es contradictorio con su
previsión para la justicia cuando condena “luego” de la previsión de deméritos en aquellos que se
pierden por sus propias culpas, ni para la misericordia cuando predestina a sus elegidos “antes” de
la previsión de méritos y grados de gloria.

Señala el Catecismo de la Iglesia Católica en en 488: "Dios envió a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para
"formarle un cuerpo" (cf. Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda
la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de
Nazaret en Galilea, a "una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María" (Lc 1, 26-27): «El Padre de las misericordias quiso que el
consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para
que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida»
(Lumen Gentium 56; cf. 61). Se explica la predestinación al consentimiento de la virgen María, con
la enorme gracia que Dios le otorgó desde su Inmaculada Concepción.
“Dios, cuando crea a Adán ante sus ojos divinos ve erguirse la imagen preciosa de su Hijo que un
día se haría hombre... (Jesucristo, el Nuevo Adán, en RIIAL)”.

La importancia de la oración es reconocida por santo Tomás reiteradamente, y se refiere


concretamente a la actividad libre del hombre en el esquema de la predestinación. “Por lo tanto, así
como Dios provee los efectos naturales de modo que también tengan causas naturales sin las
cuales no se producirían, así también la predestinación de alguien a la salvación por Dios es de tal
modo que también en la predestinación está comprendido todo lo que promueve la salvación del
hombre, bien sean sus propias oraciones o las de los demás, u otras cosas buenas sin las que
alguien no alcanza la salvación. Por eso, los predestinados deben esforzarse en orar y practicar el
bien, pues de este modo se realizará con certeza el efecto de la predestinación” (Sto. Thomas, I,
Q. XXIII, a. 8).

Santo Tomás se ajusta a la Sagrada Escritura en cuanto a una predestinación ya decretada por
Dios.

En palabras del Apóstol en 2 Pedro 1,10: “por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en
afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis”.
Una de las más importantes peticiones de la Liturgia, es para que Dios nos libre de la condenación
eterna y nos cuente entre sus elegidos.
Nuestra confianza en la gracia, con la oración, como nos enseña Jesús: “hágase tu Voluntad así en
la tierra como en el cielo”.
Sobre la Voluntad divina dice San Pablo en Efesios 1, 3-6: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos,
en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e
inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia con la que nos agració en el Amado”.

La relación real entre Dios y el hombre no puede implicar una relación mutua de igual rango por
ambas partes, pues Dios no sería Dios, ni el hombre sería creatura. Cuando Dios crea la sustancia
compuesta (alma y ‘materia’) que es cada hombre, lo participa de su naturaleza divina con su
gracia o bondad, que tiene admirable efecto en el alma para mover la voluntad o libre albedrío
conforme a sus mandamientos. La gracia eficaz infaliblemente perfecciona la esencia del alma en
la substancia que es el hombre como realidad en sí. La gracia es forma accidental del alma pero
de naturaleza más noble. “El accidente es superior a su sujeto”. Sustancialmente la gracia siempre
es divina, pero con ella Dios crea a los hombres destinando la voluntad de sus elegidos a la
perseverancia final para su salvación, mientras que en otros, que con culpa se apartan de Él, sin
recurrir como los elegidos a la reconciliación para recuperar la gracia santificante recibida por el
Bautismo, permite su condenación.

La primera pareja humana vivía en estado de gracia único. Es por la caída del hombre que el Hijo
encarnado redime a la humanidad, tomando para sí toda condenación y haciendo recuperar al
hombre, con el sacramento del Bautismo, la gracia santificante.
Pero la Redención de todos los pecados y el Bautismo para recuperar la gracia sobrenatural, no
significa que el hombre deje de perder, por el pecado, el estado de gracia. Hace falta entonces la
moción de la voluntad humana llamada gracia actual, que puede ser infalible o suficiente, según
vaya acompañada o no de las obras buenas correspondientes.

No hay gracias que muevan al mal y las gracias actuales suficientes (no deben confundirse con
una especie de gracia habitual como es la santificante) son rechazadas ‘libremente por la voluntad’
porque Dios lo permite. Hay gracias eficaces que acompañan la creación del hombre y lo mueven
infaliblemente al acto libre bueno.

Domingo Báñez, uno de los principales comentadores de Santo Tomás de Aquino, explica que la
gracia suficiente “inspira al hombre el camino recto”. La gracia suficiente, cuando no es rechazada,
dispone a la voluntad para recibir el auxilio infalible de la gracia eficaz. Se puede entender esto,
porque recibimos y tenemos gracias suficientes como tenemos los Mandamientos, a Jesucristo, el
Evangelio, el Bautismo, la Reconciliación, la Eucaristía… y Dios permite el pecado. Es evidente
que pecamos y algunos con mayor gravedad que otros. Dios aborrece todos los pecados, pero no
todos los pecados mortales tienen la misma gravedad. Jesús dijo a Pilato: “el que me ha entregado
a ti tiene mayor pecado” (San Juan 19,11). Cuando pecamos rechazamos la gracia suficiente. Y si
no la rechazamos, recibimos el auxilio de la gracia eficaz e infalible para realizar la obra buena cual
sea. Significa definitivamente que nos condenamos por nuestra exclusiva culpa y que nos salva la
gracia de Dios.

Aquí es importante apuntar que San Alfonso María de Ligorio propone como explicación que “la
gracia suficiente da a cada uno la acción de rogar si quiere, actividad que debe ser numerada entre
las cosas fáciles; y con la oración se consigue la gracia eficaz” (Obra dogmática contra los
herejes). Marín-Sola reconoce que, “la oración del pecador, como enseña santo Tomás se funda
en pura misericordia divina, y, por tanto, la infalibilidad de la impetración, mediante la oración, no
quita en nada el carácter completamente gratuito de lo impetrado, esto es, de la perseverancia
final, ni, por consiguiente, de la gratuidad de la predestinación”.

No se puede dudar de la necesidad de insistir en la oración y en recibir los Sacramentos. Y todo


nos mueve a confiar en que sus efectos alcanzan a Dios, y que es así en circunstancias y
momentos oportunos.
Ciertamente nos sentimos felices cuando ‘comprobamos’ que cumpliendo sus mandamientos y
realizando de hecho el bien, aumentamos la esperanza de que Dios en su eternidad ‘ya’ nos
cuente entre sus elegidos. Se atribuye erróneamente a san Agustín la máxima “Si non es
prædestinatus, fac ut prædestineris ". Esta lógica categórica e inmediata, ‘comportarnos obrando
bien para sentirnos elegidos’, es cuestionada por teólogos porque ‘las oraciones, buenas obras y
perseverancia, no podrían determinar un decreto absoluto e irrevocable’ (lo que nos parece no es
la cuestión).

Sobre la oración del Señor, el Padrenuestro, Santo Tomás de Aquino dice que la oración debe ser
confiada para acercarnos sin vacilación al trono de la gracia: “acerquémonos, por tanto,
confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda
oportuna” Hebreos 4, 16. “(La oración) es eficaz y útil para la obtención de todos nuestros deseos,
Marc 11, 24: ‘todo cuanto orando pidiereis creed que lo recibiréis’. Y si no somos escuchados es
que no pedimos con insistencia: ‘en efecto, es necesario orar siempre y no desfallecer’ (Luc 18, 1);
o no pedimos lo que más conviene para nuestra salvación. Dice Agustín: Bueno es el Señor, que a
menudo no nos concede lo que queremos para darnos lo que más nos favorece".

Todos tenemos conciencia de nuestra libertad para la oración. No esperamos alcanzar lo que
pedimos con nuestras solas fuerzas sino con el poder de Dios. La súplica a Dios de sus gracias
infalibles y la petición “Señor… líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”,
las elevamos para cuando Dios en su eternidad nos crea. Las gracias eficaces son efecto de la
predestinación y su causa Dios. La oración es nuestro reconocimiento a la necesidad de la gracia
eficaz e infalible para la salvación.
La salvación como finalidad. No puede carecer de sentido la creación de nuestro Dios personal.
También los grandes filósofos, a lo largo de la historia, se manifiestan convencidos de la
intervención de una inteligencia suprema orientada a una finalidad. En Dios, lógica y amor se
identifican en su plan para nuestra finalidad sobrenatural. Dios crea a toda la humanidad con
voluntad antecedente salvífica.

“Voluntad antecedente es la que Dios tiene en torno a una cosa en sí misma o absolutamente
considerada (v. gr., la salvación de todos los hombres en general), y voluntad consiguiente es la
que tiene en torno a una cosa revestida ya de todas sus circunstancias particulares y concretas (v.
gr., la condenación de un pecador que muere impenitente). P. Antonio. Royo Marín”.
Dios es Causa Eficiente Primera de todo ser, acto y bien. Dios no crea al hombre para que incurra
en pecados. El hombre es culpable del pecado como causa deficiente.
Dios no puede ser frustrado por su creación. Unos merecen su condenación eterna posterior a la
previsión de sus culpas, y otros elegidos por Dios son predestinados, moviendo su libre albedrío al
arrepentimiento y reconciliación, a la bienaventuranza eterna tras cumplir las penas de purificación.

Es aquí donde aparecen algunas tesis distintas, cuya legitimidad es reconocida por la Iglesia,
sobre la gracia pero también sobre la predestinación.

Reiteramos que para los tomistas la gracia ‘eficaz’ no depende del consentimiento de la creatura y
cuando está presente mueve infaliblemente a la voluntad a la realización de actos libres y de hecho
nunca es rechazada. Para los molinistas la gracia se vuelve eficaz por el consentimiento de la
creatura. En el sistema molinista, se llama ciencia media al conocimiento de Dios de las acciones
futuras posibles del hombre. Los Tomistas no aceptan un orden lógico donde cada voluntad libre
creada precedería a los decretos libres de la voluntad de Dios.

Enseña santo Tomás de Aquino: “Así como la predestinación incluye la voluntad de otorgar la
gracia y la gloria, así también la condenación incluye la voluntad de permitir a alguien caer en culpa
y recibir la pena por la culpa”.

Con la gracia suficiente Dios advierte sobre el pecado (los Mandamientos, Jesús, los Sacramentos)
pero es evidente que lo permite. Es sin duda la 'libertad' tan amada por algunos pecadores. La
respuesta negativa o rechazo de la creatura racional, sólo es permitida por Dios respecto a la
suficiente moción al conocimiento del bien. Así como Dios da gracias suficientes para prevenir al
hombre contra el pecado (y si no las rehúsa, las correspondientes gracias infalibles para obrar el
bien), sólo niega la visión beatífica a los que pecan por su propia culpa hasta la impenitencia final.
Él libremente elige entre pecadores a los que predestina a la gloria eterna. Con las gracias eficaces
infalibles todos los pecadores son movidos a realizar de hecho algunos actos buenos (en el plan
salvífico también los malvados deben realizar algunos actos buenos). Así como no hay gracias que
muevan al acto malo, tampoco las hay que impidan el bueno. La gracia suficiente como moción
moral excita la voluntad para “resistir el pecado, ( ) huir del mal”, pero lo relevante es que “PUEDE
SER RECHAZADA porque Dios permite el pecado”, mientras que con Su gracia eficaz mueve a
obrar el bien, también libre pero infaliblemente.
La gracia suficiente 'se puede rechazar' en sentido dividido, y también se 'rechaza de hecho' en
sentido compuesto. La gracia eficaz se 'puede rechazar' en sentido dividido pero 'no se rechaza de
hecho' en sentido compuesto. La gracia suficiente, cuando no es rechazada, dispone a la voluntad
para recibir el auxilio infalible de la gracia eficaz.

La gracia eficaz para los elegidos es la de perseverancia final, para la conversión y reconciliación
definitivas. Además los elegidos son purificados (Purgatorio) previo a la gloria eterna.
Dios no da la gracia de la perseverancia final a los imperdonables.

Santo Tomás no menciona siquiera la “reprobación negativa antecedente” (como consecuencia de


la no elección de algunos para la gloria eterna) ni la Iglesia ha emitido su juicio sobre algunas
variantes extremas, que no consideran la condición pecadora del hombre sin más remedio que la
gracia.

Entonces el molinismo toma ventaja sobre el tomismo, porque según el tomista Domingo Báñez “el
pecado sería el producto de un ‘decreto permisivo antecedente’ infalible, esto es de una decisión
de Dios, previa a todo defecto por parte de la creatura, de no dar los auxilios suficientes para que
determinadas creaturas eviten el pecado. Báñez es partidario también de la llamada “reprobación
negativa” de los condenados “ante praevisa demerita”, doctrina que consiste en la afirmación de
que la contrapartida de la elección divina de los predestinados es la inevitable reprobación de los
que no han sido elegidos, y que esa reprobación es, por consiguiente, consecuencia de un decreto
divino que tiene una prioridad de naturaleza respecto del defecto culpable de la voluntad creada de
rechazar la gracia. La consecuencia no intentada de esta doctrina consiste nada menos que en
poner en tela de juicio la justicia divina, deslizando una inquietante sospecha sobre la arbitrariedad
de los designios de Dios” (‘La articulación entre causalidad divina y libertad creada…’ de Agustín
Echavarría).

Reproducimos sobre este punto otro texto con distintas fuentes: «Cualquier postura que tomemos
sobre la probabilidad interna de la reprobación negativa es incompatible con la certeza dogmática
de la universalidad y sinceridad de la voluntad salvífica de Dios, puesto que la predestinación
absoluta de los elegidos es al mismo tiempo la absoluta voluntad de Dios ‘de no elegir’ a priori al
resto de la humanidad (Suárez) o, lo que viene a ser lo mismo, ‘excluirles del cielo’ (Gonet), en
otras palabras no salvarles. Mientras que ciertos Tomistas (Báñez, Álvarez, Gonet) aceptan esta
conclusión hasta degradar la ‘voluntad salvífica’, que entra en conflicto con doctrinas evidentes de
la revelación. Francisco Suárez se esfuerza para salvaguardar la sinceridad de la voluntad salvífica
de Dios, hasta (para) aquellos que son reprobados negativamente. Pero en vano, ¿cómo puede
llamarse seria y sincera esa voluntad de salvar que ha decretado desde la eternidad la
imposibilidad metafísica de la salvación? El que ha sido reprobado negativamente puede agotarse
en sus esfuerzos para salvarse, pero inútilmente. Más aun, para realizar infaliblemente el decreto,
Dios está obligado a frustrar la felicidad eterna de todos los excluidos del cielo y preocuparse de
que mueren en pecado. ¿Es este el lenguaje con el que nos habla la Escritura? No: allí
encontramos a un padre amoroso preocupado ‘no queriendo que algunos perezcan sino que todos
lleguen a la conversión’ (2 Pedro 3:9). Leonardus Lessius dice correctamente que sería indiferente
para él si estaba entre los réprobos positiva o negativamente, porque, en cualquier caso, su
condenación eterna sería cierta. La razón de esto es que en la presente economía la exclusión del
cielo significa ( ) prácticamente la misma cosa que la condenación. No existe un estado intermedio,
una felicidad meramente natural».

Varios autores utilizando significados alternativos para “reprobación negativa y positiva” proponen
que la denominada reprobación negativa es la voluntad divina de permitir el pecado y, en
consecuencia, de condenar para siempre al pecador que muera impenitente, constituyendo así el
decreto divino de permitir que parte de las criaturas racionales caiga en el pecado. Como sea, la
universalidad de la voluntad salvífica de Dios, así no armoniza con la no-elección absoluta para la
gloria eterna, o no elección de algunos como consecuencia de la gloria eterna de otros. La no
elección de algunos, lógicamente surtiría los mismos efectos que la reprobación absoluta positiva
de los herejes predestinacionistas.

Pensamos en un determinado orden lógico de previsión de deméritos y de consecuente


predestinación, en aquello que en la eternidad de Dios es nuestra creación, y para nosotros
nuestra “consiguiente” existencia real en el tiempo y también finalidad sobrenatural.

Nos encontramos entre quienes no podemos aceptar que la permisión divina del pecado incluya la
negación, anterior a la previsión de deméritos, de determinadas gracias eficaces. Sobre “el orden:
permisión del pecado, Su previsión, y negación de la gracia como pena”, tiene plena vigencia el
texto de santo Tomás (en “Comentario a las sentencias de Pedro Lombardo” d. 40, q. 4, a. 2.),
específicamente donde dice “y de acuerdo con esto la voluntad es culpable y digna del vituperio, ya
que el mal y del que es principio la voluntad es así. Pero, si se relaciona con Dios, no se descubre
que el defecto de la gracia sea causado por Él, sino solo permitido y ordenado de modo que el
defecto de la voluntad es la causa de la pena”. La causa reprobada es la creatura.

Asimismo, encontramos una analogía entre la permisión divina del pecado en el orden moral, con
el azar como causa- por la interacción de leyes físicas creadas- en el orden natural. La libertad y la
voluntad son Su creación, y también dicha interacción (pero sin ser Dios causa del pecado, y
tampoco causa directa del mal, por ejemplo, en un seísmo con víctimas que construyeron sobre
una falla geológica). Como la permisión es a seres racionales, corresponde decir que Dios es
causa indirecta del mal natural. Para una mejor comprensión reproducimos unos párrafos de
Néstor Martínez en uno de sus artículos sobre “Determinismo, indeterminismo, azar y diseño
inteligente”. “Hay que entender la distinción entre la causa ‘per se’ y la causa ‘per accidens’. Una
causa ‘per se’ produce necesariamente su efecto en virtud de lo que ella misma es, por ejemplo, el
fuego cuando quema, eso quiere decir, justamente, que está determinada a producir ese efecto y
no otro. La tendencia natural del fuego es a quemar. Pero que lo quemado sea una novela de
Dickens en vez de una novela de Cervantes no se sigue necesariamente de la naturaleza del fuego
ni del quemar como tales, ni es el efecto ‘per se’ al que tiende la quemadura como tal, y sin
embargo, es también un efecto del fuego y es causa ‘per accidens’ de la quemadura de una obra
de Dickens”. Se lo consulta recordando que si bien del mal físico o natural Dios es causa indirecta,
cuando castiga, es un bien moral que Él causa directamente; entonces ¿qué causa es cuándo
puede castigar a un pecador, con el mal moral de otro pecador (por ej. una acción criminal con
consecuencias físicas)? Responde que “cuando el pecado de uno castiga el pecado de otro, Dios
permite ese pecado, que es un no ser o privación; causa directamente como Causa Primera todo lo
que en ese acto de pecado hay de ser y de bien, y sus consecuencias, en tanto son ser, acto y
bien, y al hacerlo, causa indirectamente, como Causa Primera, el mal físico que ese ser y bien
produce en el otro pecador, al ser incompatible con otro ser y otro bien que había en éste; con lo
cual causa directamente el bien moral que es la pena por el pecado”.

Ya hemos dicho que Dios todopoderoso para su plan también es su propia limitación. Por ejemplo,
podría no permitir el pecado, pero ya no sería Su plan de gloria eterna para el hombre. Siempre se
entiende que ¿Quién o qué más? para que en su plan Dios tenga prevista toda su creación.

La probable solución a la dificultad, que representa la negación de la gloria eterna anterior a la


previsión del pecado, pasa por la condición de “libre pecador” del hombre y los grados de gravedad
de sus pecados.

Sobre la permisión divina del pecado, Santo Tomás expresa que “nada impide que la naturaleza
haya sido elevada a algo mayor después del pecado. Pues Dios no permite el mal sino por un
mayor bien. Por eso San Pablo escribe a los romanos: donde abundó el pecado sobreabundó la
gracia (Suma Teológica – IIIa, q. 1, a. 3.)”. También dice San Pablo que por el pecado original
sobreabundó “la gracia en la persona de Nuestro Salvador y por Él en nosotros”. La permisión, por
supuesto, es anterior al pecado reprobable de todas sus criaturas (con las excepciones conocidas
de Jesús y su Santísima Madre). Por esta razón “la reprobación es negativa en cuanto el decreto
de la voluntad divina es la de permitir el pecado y una vez previsto condenarlo” (‘Existencia y
naturaleza de la reprobación’ de E. Forment). Esta permisión es universal y para todos los pecados
posibles, no es selectiva como resultaría la reprobación negativa antecedente sólo de algunos.
Se cita con frecuencia “Romanos 9” y a Santo Tomás en la Suma Teológica (Iª q. 23 a. 3 co. y a. 5
ad 3um) acerca de la “reprobación negativa antecedente’ y ‘no elegidos para la gloria eterna’.
Santo Tomás no evidencia referirse a una selección, de quienes “no son elegidos” para la gloria
eterna, anterior a la previsión de sus pecados. No habla de unos determinados sino de alguien,
algunos indefinidos, hasta que se condenan por su propia culpa y por la permisión divina del
pecado. Dice de San Pablo, que explica la voluntad de Dios en la determinación de dones,
carismas, y en la elección de los que predestinará a la visión beatífica y sus grados de gloria. El
Cardenal Charles Journet (“Charlas sobre la gracia”) interpreta a Santo Tomás, enseñando la
distribución de los dones y destinaciones temporales, gracias carismáticas, y también de las
gracias de salvación. Al respecto dice Journet: “Hay pues, como veis, “dos registros, dos planes”.
En un plan, el de los dones, destinaciones temporales y gracias carismáticas, Dios es
completamente libre: elige a quien le parece y rechaza a quien le parece, sin que en Él haya
injusticia. En el otro plan, el de las gracias de salvación, Dios es indudablemente libre de dar a sus
hijos gracias diversas y desiguales: dos a uno, al otro cinco talentos (parábola de los talentos),
pero no es libre de privar a ninguna alma de lo que le es necesario (y) está obligado por su justicia
y por su amor a dar a cada una de ellas, esas gracias que, si no son rehusadas, las conducirán
hasta el umbral de la Patria”.

Todos reciben gracias suficientes y también otras eficaces infalibles. Santo Tomás dice “para que
algo llegue a donde no puede alcanzar con las fuerzas de su naturaleza, es necesario que sea
transmitido por otro, como lo es la flecha por el arquero, y, por esto, hablando con propiedad, la
criatura racional, que es capaz de vida eterna, llega a ella como si fuese transmitida por Dios” en
relación a que la predestinación se refiere al fin sobrenatural de sus criaturas, distinguiéndola de la
presciencia. Entendemos que es lo que significa santo Tomás sobre la salvación de los elegidos.

Dios es causa primera de todo, pero no es causa del pecado, ni siquiera porque no mantenga a su
criatura obrando el bien.
Sobre la elección del pecado y la libertad, comprendemos que Dios nos crea con voluntad salvífica
en la vida que transcurrimos temporalmente. La gloria eterna es el fin sobrenatural al que
predestina a quienes rescata de la masa de pecadores de todo tipo (para Dios también los hay
imperdonables). Su voluntad salvífica es anterior a Su creación, a la “existencia real” de sus
creaturas; condena por presciencia (tras la previsión de deméritos) y salva por predestinación
(antes de la previsión de méritos) a quienes elige con su gracia. Es esencial, entonces, distinguir la
Presciencia divina de la Predestinación de sus elegidos. Lo revela la Sagrada Escritura y lo enseña
santo Tomás en la S. T. Cuestión 23 y en su comentario a la Epístola a los Romanos, c. 1, lect. 3:
“La predestinación entraña cierta preordenación en el ánimo de aquello que hay que hacer. Y
desde la eternidad Dios predestinó los beneficios que se les darían a sus santos. De aquí que la
predestinación es eterna. Y difiere de la presciencia por la razón de que la presciencia entraña tan
sólo el conocimiento de las cosas futuras; y la predestinación entraña cierta causalidad respecto de
ellas. Y por eso Dios tiene la presciencia aun de los pecados, pero la predestinación es de los
bienes saludables”.

Dios es, supremamente libre, omnipotente, justo y misericordioso. No decreta arbitrariamente. Hay
pecadores que merecen mayores penas que otros y es evidente que una cantidad de seres
humanos casi seguramente merecen la condenación eterna. Unos se condenan eternamente por
sus culpas y otros merecen penas para reparar espiritualmente sus pecados. Por su voluntad
antecedente y consecuente, Dios da a todos gracias eficaces suficientes (Mandamientos, Oración,
Sacramentos) y gracias eficaces infalibles, pero la gracia eficaz infalible que transforma al pecador
moviéndolo al acto de arrepentimiento y perseverancia final, la otorga sólo a sus elegidos.

Postulamos entonces que en lugar de una ‘no elección’ para la gloria eterna (reprobación negativa
antecedente), puede explicarse que con la condena eterna- tras la previsión de deméritos- de
quienes la merecen por sus culpas, en el mismo acto quedan elegidos los predestinados. Es decir,
que Dios habiendo creado a todos con gracias suficientes y también otras infalibles, como un
decreto inseparable de la condenación de algunos, a otros los predestina a la salvación con la
gracia de la perseverancia final.

Esta es la elección divina de predestinados a la salvación, antes de la previsión de méritos y


grados de santidad, y tras la previsión de los deméritos de los que por sus propias culpas merecen
la condenación. Es la predestinación de los no condenados. En Dios, obviamente, corresponde
a un orden lógico y no cronológico. Lo exponemos como una analogía con la “reprobación negativa
antecedente” que para algunos sería la consecuencia lógica de no ser elegidos por Dios para la
bienaventuranza eterna. En su lugar proponemos que, al ser ellos “reprobados positiva y
consecuentemente”, queda determinada la “elección antecedente” de los que son predestinados a
la salvación, con la gracia que mueve el libre albedrío del pecador, hacia su conversión y
perseverancia final.

Cuando Dios crea a todos los hombres, con posterioridad a la previsión de sus deméritos, pecado
original y todos los que le siguen, condena a unos eternamente y a otros impone penas de
reparación. Aquí recurrimos a Romanos 5,20-21: “La ley, en verdad, intervino para que abundara el
delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, lo mismo que el pecado reinó en
la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo
nuestro Señor”.

En su eternidad, en el mismo acto creador “antes de la fundación del mundo” Dios elige entre la
masa de pecadores, a los que predestina a la bienaventuranza eterna previo cumplimiento de las
penas de reparación.
El purgatorio existe porque Sus elegidos lo son entre pecadores. Santo Tomás otorga sentido
lógico a la purificación, del pecador en el Purgatorio, previa a la bienaventuranza eterna.

Tiene particular importancia lo que señala el Catecismo de la Iglesia Católica en 600: “Para Dios
todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio
eterno de “predestinación” incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia ( )”.

Dios tiene presciencia de nuestra existencia real. Su predestinación- en un orden lógico- por y
luego de la previsión de deméritos y antes de la previsión de méritos, es ‘en’ o para la existencia
que vivimos. Por supuesto que la elección es previa a la existencia real del predestinado, quien
como todos (a excepción conocida de la Santísima Virgen) incurrirá en pecados antes de la
perseverancia final. De Romanos 9 surge que la verdadera predestinación está exclusivamente
orientada a la salvación.

Todos somos merecedores de condenación por Justicia, pero Dios elige con Misericordia- entre
pecadores- a quienes predestina con su gracia a la gloria eterna. Así como los elegidos son
purificados de las consecuencias del pecado, la posterior previsión de sus méritos determina sus
grados de gloria.

Santo Tomás explica admirablemente que, la voluntad salvífica de Dios es universal, así como
también su permisión para el pecado. Nadie que ame a Dios debe caer en la desesperanza por
temor a la sublime justicia y misericordia de Dios. Él con la libertad creada mueve a la salvación a
quienes elige con su omnipotencia supremamente libre. “( ) la voluntad de Dios es la causa
universal de todas las cosas, es imposible que la voluntad de Dios no consiga su efecto. Por eso,
lo que parece escaparse de la voluntad divina en un orden, entra dentro de ella en otro. Ejemplo: El
pecador, en cuanto tal, pecando se aleja de la voluntad divina, y entra en el orden de la voluntad
divina al ser castigado por su justicia. (Santo Tomás en Suma teológica I, q. 19, a. 6)”.

Santo Tomás nos enseña sobre la naturaleza divina con absoluta coherencia, ideal para superar
temperamentos incrédulos. Dios acto puro, también es Su plan. Es por la “benevolencia de la razón
eterna de Dios” que procuramos comprender sus designios, aunque ya intuimos que para Él no
aplican dilemas del tipo si primero es el pecado o la negación de la gracia. Dios Trino, con amoroso
fin último, predestina a sus elegidos “antes de la fundación del mundo”. La posibilidad de pecar,
que nos acompaña siempre en la vida temporal, no tiene que originar ninguna resignación hacia el
pecado, como si fuera invencible por la gracia de Dios; ni la pretensión de una justificación que
absuelva, sin que la gracia eficaz infalible transforme al pecador moviéndolo al acto de
arrepentimiento y perseverancia final. Tampoco debemos aceptar que luego de su conversión cada
hombre no pueda extraviarse reiteradamente, hasta nuevo arrepentimiento y Reconciliación por la
gracia.

Lo que podemos llegar a entender acerca de la naturaleza de Dios, quita importancia a algunas
controversias históricas y nos une como cristianos al reconocernos pecadores, al “confiar” en estar
predestinados con la gracia de Dios y saber que podemos arrepentirnos del pecado, caída tras
caída, rogando a Dios que nos cuente entre sus elegidos para liberarnos del mal. Lutero decía que
el hombre no tiene libre albedrío (voluntad) para superar el pecado.

Recibimos de Dios la razón, como los principios que el hombre va comprobando en su vida
temporal. Filosóficos, éticos, matemáticos, científicos. “Según Lutero, el pecado original habría
comprometido totalmente las capacidades naturales del hombre, como la razón y la voluntad,
convirtiendo el libre arbitrio en una ilusión”. Entonces la metafísica luterana pasa a ser la
predestinación con la fe que puede salvar a los hombres; una fe en el sacrificio de Jesucristo, Dios
que salva sin colaboración humana”.

Es cierto que no podemos ´´solos´´ y que Dios ´´transforma´´ con Su gracia a pecadores escogidos
moviendo su voluntad hacia la conversión definitiva. El pecador es justificado por su fe en la acción
salvífica de Dios en Cristo. Dios hace justo al hombre, que le suplica Su gracia, para merecer la
gloria eterna. Todos somos pecadores merecedores de condenación. Dios transforma a quienes
ruegan su gracia, Sus elegidos.

Es Dios quien “antes de la fundación del mundo” elige a cuales de sus criaturas rescata del
pecado. Para Dios algunos pecadores son imperdonables, de ahí la “negación” de la gracia
infalible para merecer la gloria eterna. A los que incurren en la obstinación final, el pecado contra el
Espíritu Santo, Dios no los perdona. Nuestro Señor Jesucristo no permite duda alguna (Mc 3,29;
Cf. Mt 12:32; Lc 12:10).

No sería esta una síntesis medianamente lograda, si no mencionáramos que varios Padres de la
Iglesia, con distintas variantes, sostuvieron la Salvación eterna según la doctrina que finalmente
llamaron apocatástasis, con la purificación sobrenatural (según cada Juicio particular).
Apocatástasis es en la historia de la Teología, la doctrina que enseña que llegará un tiempo en que
todas las criaturas libres compartirán la gracia de la salvación.

San Gregorio de Nisa, San Gregorio Nacianceno, San Germán de Constantinopla, y Orígenes
(sobre quien no queda suficientemente clara una condena parcial de su doctrina) se basaron, en
reflexiones de San Clemente de Alejandría acerca de la eternidad del castigo.

“San Gregorio de Nisa enseñaba explícitamente esta doctrina, en más de uno de sus pasajes. En
primer lugar, aparece en su “De anima et resurrectione” donde, al hablar del castigo por el fuego
asignado a las almas después de su muerte, lo compara con el proceso mediante el cual se refina
el oro en un horno, donde se separa la escoria del resto de la aleación. Por lo tanto, el castigo por
el fuego no es un fin en sí mismo, sino que es un proceso de mejoramiento doloroso en proporción
y agudeza con el mal ocasionado; la única razón de infligirlo es para separar el bien del mal en el
alma.

San Gregorio de Nisa postulaba que así se cumplirá la palabra de San Pablo: Deus erit omnia in
omnibus (1 Cor. 15,28) que significa que, finalmente, el mal dejará de existir, ya que, si Dios será
todo en todo, no habrá más lugar para el mal” (Aciprensa).

Luego en la Iglesia hubo una elección doctrinaria.

Dice san Pablo: "considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la
gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta
revelación de los hijos de Dios (Rm 8,18-19)."
"No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica,
acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios,
que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los
pensamientos de ustedes en Cristo Jesús (Flp 4,6-7)."
“Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,1-4)."

Dios predestina a la gloria eterna a pecadores. Para finalizar; por lo expuesto afirmamos que, Dios
es tan justo que nos juzga por los pecados que nos permite cometer luego de prevenirnos y darnos
gracias suficientes y eficaces; y es tan misericordioso que entre los pecadores elige a quienes
predestina, con la gracia de la perseverancia final, para la gloria eterna.

Percibimos nuestra creación en curso. Los elegidos son predestinados a la bienaventuranza


eterna. El hombre necesita amor, su sentimiento a semejanza de Dios. La resurrección gloriosa
acompaña la perfección espiritual de los bienaventurados, cumpliéndose eternamente el plan de
Dios.
Sin ser creadores, ni asistentes de Dios, ni conjueces, ni criaturas paseando en el prado, ni
ocupados en malabarismos matemáticos. Sin memoria para ciencias, ni ideas y asuntos
mundanos, pero con toda la existencia para amar.
blogdelafe
Horacio Castro

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