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FIRME LA 5ª!!!

Historia de la Quinta Compañía del Cuerpo de Bomberos de Santiago 1873-1973


Agustín Gutiérrez Valdivieso Voluntario Honorario

ORGANIZACIONES PARA COMBATIR INCENDIOS QUE EXISTIERON EN


CHILE ANTES DE LOS BOMBEROS VOLUNTARIOS

Santiago fue arrasada por el fuego a pocos meses de su fundación.

El 11 de septiembre de 1541 don Pedro de Valdivia sólo encontró escombros humeantes donde había levantado las
primeras casas de barro y paja. Desde ese incendio, del que sólo se salvaron «tres cerdos y dos aves y de trigo dos
puñados», los santiaguinos experimentaron durante la Colonia, muchas veces, la voracidad de las llamas en sus casas,
enseres, armas y personas. Pero el número y magnitud de otro tipo de calamidades obligó a la sufrida población a
prestar su atención preferente a defenderse del incesante y secular ataque de las lanzas araucanas para poder subsistir
penosamente entre prolongadas sequías, inundaciones, terremotos y mortíferas epidemias. Sólo en época cercana a la
Independencia se dictaron las primeras ordenanzas sancionando con duros castigos a los aguateros, serenos, vigilantes
y zapadores. Esas ordenanzas y reglamentos eran modificadas en la medida que demostraban su ineficacia hasta que,
en el gobierno de Freire, se encomendó el trabajo de apagar los incendios al Batallón de Guardias Cívicos N° 6. Sus
primitivos elementos fueron cien baldes de lona y más tarde un bombín a palanca. Esa máquina y otros bombines que
tuvo la Policía, el Teatro y la Artillería, fueron las primeras bombas que hubo en la Capital. A sus sirvientes se les llamó
«bomberos».

Del contingente de artesanos enrolados en las Guardias Cívicas se seleccionó al personal, que tenía por oficio la carpintería
y la albañilería. Con ellos se formó el Batallón N° 6 que el pueblo denominó «El Batallón de la Bomba».

De día los vigilantes y de noche los serenos debían correr a la Catedral a anunciar los incendios. Los sacristanes
tocaban a Fuego y el tañido de sus campanas ponía en movimiento a todo el aparato bomberil de la pequeña ciudad. El
agua se extraía de las acequias que corrían a tajo abierto por el centro de las calles y también era transportada en
barriles en las cabalgaduras de los aguateros. Estos la traían desde las vertientes cercanas para venderla al vecindario.
El atraso o ausencia de los aguateros en los incendios era penado con suspensión de su tráfico.

Cuando el General Bulnes trasladó a la Moneda la residencia presidencial, se instaló el Correo en el viejo Palacio de
Gobierno y sus dependencias interiores se convirtieron en Cuarteles para los serenos y los bomberos.

En ese período hubo muy pocos incendios y el Batallón de la Bomba desde su creación tuvo una tranquila existencia,
como tranquila era la vida de la ciudad, que así retrató Vicuña Mackenna:

«La buena ciudad de Santiago entregábase al reposo de la noche en harto más blando lecho que al presente. Ni la charla
bulliciosa de los clubes, ni los boletines profusos de la prensa, ni la acerada lengua del telégrafo, venía a crispar los
nervios del tranquilo vecindario ni a disputarle en su silenciosa almohada; y así, después del toque de ánimas, que había
sucedido a la lóbrega queda de los antiguos castellanos, la población alumbrada a trechos por unas cuántas soñolientas
lámparas de aceite, asemejábase a un campo de blancas tiendas cuyos fuegos hubiesen apagado los prebostes de la
ronda».

Parecía que todo Chile descansaba después de las guerras de emancipación, de la anarquía, de las correrías de los
montoneros y de la guerra de Arauco. El ejército había regresado después de triunfar sobre la Confederación Perú-
Boliviana y el Presidente Bulnes, guerrero de todas esas batallas, imponía la paz interna con el prestigio de sus victorias.
Hacía justicia a favor de los aún sobrevivientes de entre los infortunados próceres patrios, autorizando el regreso de
O’Higgins y de Freire y otorgando pensiones a San Martín y Lora Cochrane.

El General, para terminar la larga serie de gobiernos militares, auspició la candidatura de Montt contra la de su propio
pariente el General de la Cruz. Chile era ya el asilo contra la opresión de las tiranías vecinas y todo hacía pensar que su
paz sería duradera, pero la noche de Sábado Santo de 1851 estalló una revolución, seguida a pocos meses por una
sangrienta guerra civil.
EL BATALLON DE LA BOMBA Y LA REVOLUCION DEL 20 DE ABRIL DE 1851

Nos referiremos a algunos detalles de este fracasado golpe porque en él perdieron la vida gran parte de los «bomberos»
de Santiago y participaron hombres que años más tarde serían fundadores del Cuerpo de Bomberos Voluntarios.

Santiago celebraba con religiosidad colonial y festejos populares el término de la cuaresma y de los ayunos. Hubo
procesiones, desfiles militares, voladores, comida y muy, muy abundante bebida.

En la gran retreta de todas las bandas de los regimientos, las del Valdivia y del Chacabuco fueron extremadamente
aplaudidas. Algo alarmado por tanta fanfarria, el candidato a Presidente don Manuel Montt, que presenciaba la fiesta
desde los balcones de la Moneda en compañía de los Ministros Antonio Varas y Germino Urmeneta, les dijo: «Esto
parece revolución». Sin embargo, al anochecer, las autoridades se retiraron confiadas a sus casas después que el
Intendente recorrió la ciudad e informó al Presidente que todo estaba tranquilo.

A medianoche la luz de los faroles de aceite se había extinguido. Aprovechando la completa oscuridad se reunieron en
la Plaza de Armas las tropas sublevadas por José Miguel Carrera Fontecilla, Benjamín Vicuña Mackenna, José Luis
Claro, Manuel Recabarren, Eusebio Lillo y los coroneles Pedro Urriola y Justo Arteaga.

Se trataba de imponer una junta que presidiese las elecciones y en la


que figuraría Carrera, Domingo Santa María, Federico Errázuriz y otros.
Se tomaría por sorpresa la Moneda, cuya guardia de Granaderos había
enviado sus caballos a talajear a Renca.

La Sociedad de la Igualdad, inspirada en la Revolución Francesa y


dirigida por Francisco Bilbao, cooperó con los amotinados saqueando
los almacenes y alzando las primeras barricadas que cortaron las calles
de Santiago. De poco sirvieron estas barricadas, formadas por sacos
de nueces y otras especies alimenticias, porque numerosas personas
ajenas a la revuelta, que iban al amanecer a la Procesión del Cristo
Resucitado, se llevaron a sus casas gran parte de las improvisadas
trincheras.

La sorpresa se frustró porque un sereno que pregonaba la hora por la


calle Compañía observó el inusitado movimiento de tropas y dio la alarma
con tales voces que hubo de ser silenciado a balazos. Con el ruido
despertó el Ministro del Interior, quién corrió descalzo hasta la Moneda
a avisar a Bulnes. En pocos minutos el Presidente montaba su tordillo y
el entonces Capitán de la Guardia don Manuel Baquedano mandaba
traer la caballería de los Granaderos. Aún podían los revolucionarios
tomarse el Palacio, pero otro modesto servidor público, un guardián
solitario, se encontró en la calle del Estado con todo el regimiento Valdivia
y en vez de huir mató de un certero disparo al Coronel Urriola, quién
venía a la cabeza de sus tropas. Fue despedazado a bayonetazos, pero
su valor salvó al gobierno porque tomó el mando el Coronel Justo
Don Jerónimo Urmeneta García - Abello, fundador y pri- Arteaga, quién decidió atacar primero
mer director de la Quinta Compañía.
Retrato de la época en que fue Ministro de Hacienda de
los Presidentes Bulnes y Montt. al Cuartel de Artillería ubicado al pie del Cerro Santa Lucía y defendido
por muy poco personal. La tenaz resistencia que le presentaron
Erasmo Escala y Marcos Maturana dio tiempo a Bulnes para reunir
la caballería, la misma que se había cubierto de gloria en el Perú.

En apoyo de los artilleros fueron enviados los bomberos y guardias cívicos. No se pudo avisar a los defensores del
Cuartel del refuerzo que se les enviaba y ellos no abrieron sus puertas. Los cívicos fueron acorralados en el callejón de
las Recogidas, hoy Miraflores, entre dos destacamentos que los fusilaron a quemarropa.

Se ha comparado los horrores de esta matanza con los del incendio de la Iglesia de la Compañía.

Antes de mediodía barricadas y revolucionarios habían sido barridos por los Granaderos. Antes del ataque se vio al
Presidente comprar una taza de mote con huesillos para desayunar mientras los Igualitarios cantaban la Marsellesa.
Vicuña Mackenna comentaba este hecho diciendo «y son los generales que comen en las batallas los que ganan. Los
que cantan las pierden». La mayoría de los muertos fueron guardias cívicos y espectadores. De los cien hombres del
Batallón de la Bomba quedaron muy pocos. Bilbao huyó vestido de fraile pero sus seguidores y discípulos continuaron
haciendo frente al nuevo gobernante, quién, como todo candidato oficial, obtuvo una amplia mayoría en las urnas.

Norte y Sur desconocieron la autoridad de Montt y proclamaron al general de la Cruz. En el Norte la Santa Fraterna
Igualdad cantada en la «Coquimbana» se ahogó en sangre de hermanos y en el sur cundió la rebelión contra el gobierno
central en tal forma que amenazó seriamente su estabilidad. El ex Presidente Bulnes hubo de dar en Loncomilla su
última, más sangrienta y como siempre victoriosa carga de caballería. La autoridad quedaba restablecida pero la unión
entre chilenos quedaba trizada por los rencores.

FUNDACION DEL PRIMER CUERPO DE BOMBEROS VOLUNTARIO EN CHILE

En ese clima nace y crece en Valparaíso una singular institución. Agrupa en sus filas a hombres de diferentes ideologías,
inculcando en ellos el respeto y la tolerancia mutua para trabajar unidos en benéficas obras. Es el Cuerpo de Bomberos
Voluntarios, el primero que se crea en Chile, fundado en el puerto el día 30 de junio de 1851.

Así, en esa sucesión de golpes entre la autoridad y la resistencia, nacieron los primeros bomberos voluntarios. Dos
grandes incendios que arrasaron barrios enteros en Valparaíso movieron a sus habitantes a buscar un medio más
efectivo para protegerse del fuego. Tenían en esa fecha una organización similar a la que continuó teniendo Santiago
hasta 1863 y que demostró en esos dos incendios no ser la más adecuada para una ciudad que por su crecimiento y
actividad fue llamada la Perla del Pacífico.

A pesar de los trastornos políticos pudieron los bomberos de Valparaíso presentar al año siguiente un brillante desfile y
un Ejercicio General al que concurrió el Presidente Montt con sus Ministros Varas y Urmeneta, quienes seguían
desempeñando los mismos cargos que en el gobierno anterior.

En esa ocasión el Primer Mandatario formula votos porque la Institución Voluntaria se propague por todo Chile y dice
textualmente: «que ese ejemplo fecundo en grandes aplicaciones sea imitado en toda la República».

La sincera admiración que profesó don Manuel Montt a la Institución recién creada, influyó sin duda en su hijo el Presidente
don Pedro Montt, quién fue bombero de la Sexta Compañía y Secretario General del Cuerpo, en sus Ministros don
Antonio Varas que fue Superintendente y en don Gerónimo Urmeneta, Director de la Quinta.

Pasaron doce años y las tentativas de fundar en Santiago un Cuerpo de Bomberos Voluntario fueron infructuosas. Las
más importantes se atribuyen a la Colonia Alemana residente y al Intendente don Francisco Bascuñan Guerrero, pero
todas esas gestiones fueron recibidas con apatía y frialdad por el vecindario.

Don Ismael Valdés Vergara, más tarde Fundador de la 5ª Compañía, critica esta imprevisión e indolencia ciudadana
comparándola con la siguiente anécdota:

«A un viajero visitante de un Convento le llamó la atención que sólo tuviera reja de fierro una de las puertas-balcón del
segundo piso y extrañado le preguntó al religioso que lo guiaba : ¿porqué tiene reja tan sólida esa puerta?
- Porque se cayó por ella un hermano y se mató.

Y en las demás ¿porqué no se han colocado rejas iguales?

- Porque todavía no se ha caído por ellas ningún hermano».

Hasta que se produjo la catástrofe conocida como el Incendio del Templo de la Compañía, Santiago continuó con su
organización bomberil, cuyo personal trabajaba bajo obligaciones impuestas por el Reglamento Municipal , aprobado
por el Gobierno con fecha 6 de diciembre de 1838.

El Ministro Norteamericano Mr. T. H. Nelson , que lo presenció, calificó ese incendio como la «calamidad más aterrante
y horrible que no tiene igual en la historia del mundo».
Ocurrió el 8 de diciembre de 1863 y causó tantas muertes y dolor que el pueblo exigió borrar todo vestigio del lugar de la
tragedia; puso fin a los servicios bomberiles de hombres contratados y obligados y confió su seguridad a ciudadanos que
voluntariamente se comprometieron a velar por las vidas y bienes amagados por el fuego.

EL INCENDIO DE LA IGLESIA DE LA COMPAÑÍA Y


EL NACIMIENTO DEL CUERPO DE BOMBEROS VOLUNTARIOS EN SANTIAGO

En el Templo de los Jesuítas, durante siglos, sucesivas generaciones de españoles y chilenos se congregaron a practicar
la religión de sus mayores.

Fue el cuartel general de disciplinada orden de misioneros y educadores que impulsó la cultura y el progreso material de
la Colonia. La explotación agrícola y de industrias creadas por ellos les permitió acumular tal riqueza y ejercer tanta
influencia que decidió al Rey de España Carlos III a desterrarlos de sus dominios.

La conocida frase «Sólo saben lo que es Chile los que lo han perdido» fue dicha por uno de los expulsados, el sabio
Manuel Lacunza.
Parte importante de la Historia de Santiago está ligada al fastuoso y trágico Templo de la Compañía de Jesús. Su
construcción se inició en 1595 y fue financiada con el oro de los viejos Capitanes de la Conquista, Briceño y Torquemada,
que arrepentidos de tanto matar indios donaron sus capitales a estos religiosos, destacados defensores de los indígenas.
Varias veces el Templo fue arrasado por terremotos e incendios pero siempre emergió de sus ruinas en el mismo sitio,
calle Bandera y Compañía.

La primera destrucción total se debe al Terremoto del 13 de Mayo de 1647, en que cayeron todos los templos y las 600
casas de la ciudad. El terremoto duró tres credos rezados y causó 600 muertos y muchos heridos. Su intensidad desprendió
grandes rocas del Cerro Santa Lucía, que rodaron causando enormes daños. Nevó tres días seguidos y la putrefacción
de los cadáveres insepultos causó una epidemia de tifus en la que perecieron otros dos mil santiaguinos.

La nueva edificación de la ciudad fue más sólida y la del Templo más esplendorosa y firme.

Soportó otros fuertes temblores recibiendo poco daño pero en el terremoto del 8 de Julio de 1730 se desplomó su torre.
En este sismo sólo murieron 3 personas gracias a que vino primero una sacudida de regular intensidad que hizo refugiarse
a la población en el último patio de sus casas, que generalmente estaba rodeado de construcción liviana y baja, y se
denominaba «patio de los temblores». Fue seguido de grandes lluvias que inutilizaron las cosechas, provocando hambruna
y epidemias de peste y viruelas.

Nuevamente se refacciona el Templo y se vuelcan en él las valiosas obras que producen en Chile artífices jesuítas que
llegan al país en gran número.

En su apogeo sorprende a la Compañía la orden de expulsión una fría noche de Agosto de 1767: 400 jesuítas inician el
doloroso camino del destierro pereciendo en su trayecto 40 de ellos. El Templo queda abandonado en poder de la
Corona y la creencia popular afirma que está maldito.

Durante la República fue entregado al servicio de clérigos muy activos que lo convierten una vez más en el lugar predilecto
de la muy piadosa sociedad.

A mitad del siglo pasado las luchas religiosas dividían y apasionaban a la población. Los fieles repletaban día a día las
espaciosas naves del Templo para escuchar a los más notables paladines de la Iglesia. Siguiendo las costumbres
coloniales toda fiesta religiosa se recubría con exagerada pompa y profusa ornamentación. El antiguo templo, siendo el
más concurrido de todos, fue también el más adornado por sus asistentes. Durante el mes de María el ornato llegaba a
límites increíbles especialmente ese día 8 de Diciembre en que finalizaban las ceremonias.

Se calculó que el número de lámparas de aceite, globos de parafina y velas excedía de siete mil. Todas esas luces y
bujías encendidas entremezcladas en millares de velos, tules, cintas y flores artificiales hizo exclamar a una señora que
el sagrado recinto le parecía la gloria. A muy pocos les pareció una culpable imprudencia reunir tanto material inflamable;
sólo don Fernando Márquez de la Plata se retiró protestando a su casa.
En el presbiterio se ubicaron los hombres, y las mujeres llenaron hasta los últimos rincones de la Iglesia. Ellas esperaban
sentadas en sus alfombras o en pisos mientras movían el aire sofocante con sus abanicos multicolores. Algunas rezagadas
se abrían paso en los umbrales atestados, dificultadas por sus largos vestidos de crinolina de ancho ruedo. Los sacristanes
encendían las últimas luces del altar central cuando una de las lámparas causó el incendio. En un instante la pequeña
llama toma proporciones colosales. Por los adornos que cubrían muros y arquerías suben las voraces lenguas a la
cúpula de madera y a la torre. El foco del incendio, situado al medio del Templo, separa a la concurrencia en dos grupos;
uno, en el que estaba gran parte de los hombres, puede escapar por la sacristía y el otro, más numeroso, formado por
mujeres, huye hacia las puertas principales en cuyos umbrales caen enredadas en sus propias vestiduras y forcejeando
por escapar del nudo mortal, más lo aprietan. Nuevas avalanchas humanas caen sobre ellas formando barreras
infranqueables que los hombres tratan de deshacer desde fuera. En este intento perecen varios, atraídos al interior por
centenares de manos que se tienden pidiendo auxilio. La puerta interior, que permitió salir ordenadamente a muchos y
que se abría hacia adentro, fue empujada por la multitud enloquecida y se atascó para siempre.

El aceite y combustible de las lámparas colgantes cayó como lluvia de fuego sobre la aterrorizada concurrencia inflamando
cabelleras y vestiduras. Desde el suelo nacen las llamas asfixiando y quemándolo todo.

Con desesperación se improvisan algunos elementos de salvamento: se arrancan los arbolitos de la plazuela y calles
próximas y se introducen por sobre los cuerpos amontonados en los umbrales. Así pudieron salvarse algunas personas
que se aferraron a las ramas. Pronto la violencia del fuego impide acercarse a las puertas. Un huaso a caballo rescató
tres o cuatro mujeres con su lazo. En los diarios de los días siguientes se elogia el valor del contratista Meiggs y de los
señores Recabarren y Angel Custodio Gallo quienes pudieron entrar varias veces al fuego, mojando previamente sus
ropas en una acequia vecina.

Una gran cantidad de chispas y trozos de madera encendidos caían sobre los edificios vecinos. Complicando esta
situación se levantó un fuerte viento sur amagando la Biblioteca Nacional, el Museo y el Congreso. «El Mercurio»
señalaba que su Librería Agencia estuvo en grave peligro pues se encontraba en el radio que podía alcanzar la torre
incendiada en caso de caer hacia la calle. Este mismo diario publica el siguiente juicio sobre la organización bomberil:
«Las bombas de la policía, del Teatro y de la Artillería eran, malas, insuficientes, peor servidas» y agrega : «Ah ¡cuánta
necesidad hubo en esos momentos de una asociación como la de los bomberos de Valparaíso!».

Otros vecinos fueron menos afortunados. Don Mariano Brieba murió esa noche de cansancio en la extinción del incendio
producido por las chispas de la torre en su tienda de abarrotes. Como gigantesca antorcha la torre del Templo iluminaba
la ciudad aumentando por momentos el peligro de su caída . Con estrépito atronador cae finalmente sobre la techumbre,
arrastrándola con ella y abreviando la cruel agonía de sobrevivientes que aún persistían en sus desgarradores lamentos
y gritos de auxilio.

A medianoche, dentro de los muros calcinados yacían dos mil cadáveres. Afuera, una ciudad lloraba. La noticia se
extendía como un gran manto de luto alcanzando las fronteras.

Al amanecer se inicia la penosa tarea de extraer e identificar a las víctimas. Muy pocas se pueden reconocer y los
carretones van vaciando su macabro cargamento en una fosa común , de 25 varas en cuadro, que cavan apresuradamente
200 hombres.

A medida que se obtiene información se van publicando los nombres y datos personales de los muertos y heridos. Junto
a personajes y apellidos de principales familias aparecen los de sus inseparables servidores, testimoniando la unión que
existía entre la clase adinerada y los pobres.

Mayoritario es el número de mujeres clasificadas como lavanderas, costureras, sirvientas, cocineras, dulceras, venteras
y zapateras. Figuran muy pocas estudiantes y ninguna profesional.

Los diarios relatan numerosos episodios curiosos ocurridos durante el incendio. Repito tres tomados al azar:

«Una joven de apellido Orella pidió que la ayudaran a entrar a buscar a su madre y como nadie se atreviera penetró sola
logrando rescatarla viva».

«Una anciana mayor de setenta años debió su salvación a su increíble agilidad. Trepó primero a lo alto del altar de San
Luis y de ahí saltó sobre los cuerpos hacinados en la puerta de la calle Compañía «.
«Se lamenta la suerte de un caballero que arriesgó la vida entrando a buscar a su mujer y creyendo ubicarla la
envuelve en una alfombra. De regreso a la plazuela con ella al hombro se da cuenta al descubrirla que ha salvado
a la sirvienta».

Se anuncia que la Intendencia ha ordenado inventariar y lacrar algunas casas que han quedado totalmente deshabitadas
por fallecimiento de todos sus moradores.

Se teme que se vuelva a reconstruir por quinta vez el Templo y el poeta Guillermo Matta arenga al pueblo para que exija
al gobierno su completa demolición.

Los regidores Dávila, Guerrero, Sazié y Vidal solicitan lo mismo al Presidente y obtienen de don José Joaquín Pérez el
Decreto N° 1383 del 14 de Diciembre ordenando la demolición de las murallas que han quedado en pie, en el plazo de 10
días.

Se quiere borrar de la vista cualquier vestigio que recuerde suceso tan doloroso y se abren suscripciones para plantar
jardines y erigir un monumento en el sitio que antes ocupara el trágico Templo.

Don Francisco Ignacio Ossa, uno de los vecinos más acaudalados y generosos, encabezó esa lista suscribiéndose con
mil pesos.

Cuando regresaron los jesuítas llamados a cumplir tareas educativas, es el mismo señor Ossa quién costea en su mayor
parte otro Templo y otro colegio para la expulsada orden. Estos se construyeron con frente a la calle Alonso Ovalle y
ocupaban dos cuadras por la calle San Ignacio.

En la prensa del lejano año de 1863 se publicaban polémicas cartas entre autoridades civiles y eclesiásticas cuya lucha
religiosa fue agudizada por el Incendio de la Compañía.

De las muchas opiniones relacionadas con la necesidad de crear el Cuerpo de Bomberos recojo las siguientes: «La Voz
de Chile» del día 9 de Diciembre dice :

«Lo doloroso y lo terrible de la impresión que embarga casi el ejercicio de las facultades debe servirnos de advertencia
y de consejo para que desde ahora, se creen o fomenten instituciones benéficas indispensables y salvadoras como la de
Bomberos de Valparaíso, cuya falta deploramos en medio del estupor y terror de anoche». Y el 11 de Diciembre en «El
Ferrocarril» aparece el siguiente aviso:

«Al público: Se cita a los jóvenes que deseen llevar a cabo la idea del establecimiento de una Compañía de Bomberos
para el día 14 del presente, a la una de la tarde, al escritorio del que subcribe.José Luis Claro»

A este llamado concurrió tal número de ciudadanos que hubo de citarse a nueva reunión para el día 20 de Diciembre en
el amplio local del Casino de la Filarmónica, acordándose entonces provisoriamente reconocer como Reglamento de la
nueva Compañía de Bomberos el Reglamento de la Tercera Compañía de Valparaíso.

El interés del vecindario superó las expectativas y hubo personal de sobra para formar no sólo una Compañía sino que
varias. Era necesario organizarse como Cuerpo y así se acordó.

ACTA DE LA FUNDACION DEL CUERPO DE BOMBEROS VOLUNTARIOS DE SANTIAGO

«En Santiago de Chile, a veinte días del mes de Diciembre de 1863, a consecuencia del voraz incendio del Templo
de la Compañía, que en la tarde del 8 del corriente arrebató a Santiago 2.000 madres e hijas de familia; numerosos
vecinos de esta ciudad se han reunido espontáneamente en los salones del Casino con el propósito de formar un
Cuerpo de Bomberos Voluntarios que prevenga en lo futuro desgracias de igual origen. De común acuerdo convinieron
en adoptar, en general, para este Cuerpo la organización y régimen del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso y
organizar desde luego tres Compañías de bombas con denominaciones del Oriente, del Sur y del Poniente y una
Compañía de Guardia de Propiedad.
En consecuencia y en conformidad a los artículos 9 y 64 del Reglamento General del Cuerpo de Bomberos de
Valparaíso, adoptado en general, distribuidos los concurrentes en las cuatro Compañías referidas, procedieron a
nombrar sus respectivos Directores, resultando electos:

Para la 1° Don José Besa


Para la 2° Don Manuel Recabarren
Para la 3° Don Enrique Meiggs
Para la 4° Don Manuel Antonio Matta

Acto continuo y con arreglo a los artículos 10 y 65 del Reglamento, los expresados Directores, aceptando el cargo
integraron el Directorio, nombrando por unanimidad de sufragios.

Superintendente a Don José Tomás de Urmeneta


Vice-Superintentendente a Don José Besa
Comandante a Don Angel Custodio Gallo
Vice-Comandante a Don José Agustín Prieto
Tesorero General a Don Juan Tomás Smith
Secretario General a Don Máximo A. Argüelles

Con lo cual se levantó la sesión, firmando esta Acta para constancia los Directores de Compañía que concurrieron a
ella».

En el curso del mes siguiente el personal de la compañía de Gas formó otra Compañía de Bomberos de la que don
Adolfo Eastman fue su primer Director.

La colonia francesa formó dos, las que eligieron Directores a don Gastón Dubord y a don Carlos de Monery.

El personal de la Institución tenía dos categorías: Voluntarios y Auxiliares. En total sumaba 846 hombres los que daba un
alto porcentaje respecto a la población urbana de Santiago: el Censo de 1865 registró 79.920 hombres y 88.633 mujeres.

Se puede decir que el vecindario ofrecía su concurso personal a la Institución sin distingo de condiciones sociales. Sólo
escaseaban los medios económicos y por este motivo se rechazó la oferta de don Fermín Vivaceta que con 100 artesanos
quiso formar otra compañía.

En la primera década se sucedieron como Superintendentes los señores don José Tomás Urmeneta, don Antonio Varas
y don José Besa y como comandantes don Angel Custodio Gallo Goyenechea, don Francisco Bascuñán Guerrero, don
Ramón Abasolo, don Augusto Raymond y don Samuel Izquierdo.
En ese período el Cuerpo trabajó en la extinción de 94 incendios y concurrió a 173 alarmas.

En el gran incendio ocurrido en el portal ubicado en la Plaza de Armas, propiedad de las Condesas de Sierra Bella, el
Cuerpo demostró la eficiencia alcanzada y en el incendio del Teatro Municipal demostró el espíritu que animaba a sus
miembros.

En este incendio muere carbonizado Germán Tenderini, oficial de la Compañía Guardia de Propiedad, infatigable fundador
y cooperador de instituciones obreras. Con su compañero de Bomba Arturo Villarroel, llamado en la guerra el General
Dinamita, penetraron los primeros al incendio, pereciendo Tenderini en el escenario del Teatro que horas antes había
vibrado con el bello canto de Carlota Patti.

LA GUERRA CON ESPAÑA Y EL BOMBARDEO DE VALPARAISO

Durante este conflicto el Cuerpo de Bomberos demostró que su misión superaba los límites de la simple tarea de apagar
incendios y que sus miembros constituían una avanzada ciudadana dispuesta a acudir donde la Patria los necesitaba.

Fueron los primeros en correr a la Moneda a ofrecer sus servicios como soldados. Se les armó y dio instrucción militar.
Se nombró Comandante de ese contingente a don Máximo Argüelles, Secretario General titular de la Institución.

Esta segunda guerra con España, de episodios quijotescos, fue un problema de honor en que ninguna de las partes
quiso retroceder ni un paso para facilitar un lógico arreglo.
Chile salió en defensa de países hermanos y sacó la peor parte . El Almirante español, hijo del Brigadier Pareja muerto
por chilenos durante la Independencia, deseaba vengar a su padre y excedió las instrucciones de su gobierno, presentando
nuevas exigencias el 18 de septiembre, día en que el pueblo celebraba su independencia. La respuesta no pudo ser otra
que la declaratoria de Guerra.

La poderosa escuadra española bloqueó los puertos, acción en la que perdió la Covadonga capturada por la Esmeralda.
Este revés indujo a suicidarse al Almirante quién dejó instrucciones para que no lo sepultasen en aguas chilenas. Sin
embargo, como refiere Miguel Luis Amunátegui, «El Jefe de la escuadra fue sepultado en el Pacífico con su uniforme y
sus insignias. En un ataúd digno de un dolor sin límites, don José Manuel Pareja yace para siempre en su cama de roca
y en colchón de arena, a los pies de Chile, al cual había querido humillar durante su vida y el cual ensalzaba con su
muerte».

Lo reemplazó don Casto Méndez Núñez, quién amenazó destruir Valparaíso si no se le pedía la paz.

El Almirante Blanco Encalada lo desafía a definir la guerra en un Combate Naval en el que participarían los escasos
barcos nacionales contra fuerza iguales. El combate se daría frente a Valparaíso en un día despejado para que las naves
extranjeras surtas en la bahía vieran quién era el vencedor.

El español pareció aceptar el reto, pero la llegada de la escuadra inglesa y norteamericana muy superiores en número y
en cañones que venían a proteger los intereses de sus connacionales de Valparaíso, y la presión que pretendieron
ejercitar sobre él, lo movieron a mantener con firmeza su amenaza, avisando la hora y el día del bombardeo.

El gobierno chileno no pidió la paz sino que envió refuerzos a Valparaíso para evitar un desembarco. En este refuerzo
partió el Cuerpo de Bomberos de Santiago con armamento y llevando la bomba a vapor de la Primera Compañía. Esta
bomba, conservada hasta hoy, fue la primera máquina a vapor llegada al país. El convoy llegó a Valparaíso a las 7 de la
mañana del día 30 de marzo de 1866 y se puso a las órdenes del Comandante Ried. El Comodoro Rodgers de la
escuadra norteamericana y el Almirante Lord Denman de la inglesa propusieron un último arreglo en el que se solucionaba
el problema de los saludos izando los pabellones chileno y español en los barcos insignia inglés y norteamericano y
disparando simultáneamente series de 21 cañonazos desde tierra y desde todos los barcos de manera que «entre el
humo y el ruido se ignoraría siempre quién había disparado el primer cañonazo».

Esta proposición, como todas las del Cuerpo Diplomático, recibió la misma respuesta de Méndez Núñez: «Primero
honra sin marina que marina sin honra».
El 31 de marzo dos cañonazos de la fragata Numancia avisan que una hora más tarde principiaría el bombardeo. Se
retiran silenciosamente las escuadras extranjeras, entre cuyas unidades iba el monitor Monadnock, reputado como el
barco más poderoso del mundo y en el que habitantes de Valparaíso habían cifrado sus esperanzas no evacuando
oportunamente el puerto.

Principió un éxodo precipitado en que los bomberos armados debieron colaborar en la mantención del orden, y exactamente
a las 9 de la mañana las fragatas Blanca, Villa de Madrid, Resolución y Vencedora, adelantándose al centro de la bahía
dispararon ininterrumpidamente sobre la ciudad hasta las 12 horas. Una lluvia de 2.600 balas y granadas cayó sobre la
ciudad causando enormes destrozos e incendios.

El trabajo en conjunto de los bomberos porteños y santiaguinos fue largo y fatigoso pero esa jornada memorable selló la
amistad entre ambas Instituciones y más tarde dio origen al Canje de Servicios.

Correspondió al Comandante Aquinas Ried la dirección de los trabajos que merecieron el aplauso de la ciudadanía.

Años después don Gustavo Ried, hijo de ese Comandante, sería uno de los fundadores de la Quinta Compañía de
Santiago y uno de sus nietos, don Alberto Ried, también quintino, fundaría el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa.

El Intendente de Valparaíso, representando el sentir general envía el 5 de Abril de 1866 una nota de agradecimiento que
en parte dice:» a los intrépidos Bomberos de Santiago que corrieron en nuestro auxilio al primer amago, y que entre los
peligros de las llamas y de la metralla enemiga combatieron sin descanso el elemento devorador que amenazaba reducir
a cenizas nuestra hermosa y floreciente ciudad».

El Cuerpo de Bomberos de Santiago se había ganado la estimación general. La prensa lo alentaba y aplaudía sin
reservas.
Estos elogios no cegaron a un grupo de voluntarios que con amplia visión del futuro reconocieron los defectos de que
adolecía la Institución y se entregaron a la tarea de corregirlos, superando finalmente los escollos que se oponían a su
avanzado pensamiento.

La falla más notoria era la ubicación de los Cuarteles. Las dos Compañías francesas se habían instalado en locales
arrendados a las Monjas Agustinas en la calle Ahumada y las cinco compañías chilenas, debido a la escasez de recursos
económicos, se agrupaban en el edificio cedido por el Gobierno, local del actual Cuartel General.

No pudiendo financiar la instalación de nuevas Compañías, el Directorio rechazó varios ofrecimientos que le hizo el
vecindario. Quedaba bien protegido el sector central pero dejaba desguarnecidos los sectores Norte y Sur dándose el
caso de que en incendios ocurridos en calles como Maestranza (actual Portugal), las bombas encontraban sólo escombros
a su llegada.

Del «Chile Ilustrado», editado por Tornero el año 1872, en París, tomamos los siguientes datos:

Santiago se dividía en 3 sectores, Norte i Centro y Sur separados entre sí por el Mapocho y la Alameda.

El sector Norte tenía escasa población, edificios de poco valor, excepto el Cuartel del Buin, la Recoleta Domínica y la
Franciscana y el Cementerio, que se encontraba en el límite de la ciudad.

En el centro estaban todas las oficinas públicas, las mansiones de los ricos hacendados y mineros, los mejores templos,
teatros, etc. Era materialmente el más valioso.

El sector Sur era el más extenso y poblado. Contando por el Oriente sus calles se llamaban: De la Maestranza - Lira - Del
Carmen -San Isidro - Santa Rosa - San Francisco - La Calle Angosta - La Nueva de San Diego - La Vieja de San Diego
- Gálvez - La Calle de Don Nataniel - Duarte - San Ignacio - Del diez y ocho - Castro - Vergara - Bascuñán Guerrero - El
Callejón de Padura y 5 callejones más que aún no tenían nombre

Los edificios principales eran: La Universidad - el Instituto Nacional - Los Hospitales - Estación de Ferrocarriles varias
iglesias y colegios - El Palacio Cousiño - La casa y la quinta de don Enrique Meiggs. El resto eran construcciones de
menor importancia y arrabales y ranchos.

Además de la concentración de los Cuarteles, las Bombas existentes eran máquinas a vapor muy pesadas que debían
ser arrastradas a mano o bombines a palanca livianos pero de poca potencia.

El análisis de estos defectos observados por algunos voluntarios y por jóvenes universitarios hizo germinar en sus
mentes «EL BELLO PENSAMIENTO QUE NOS OCUPA», frase en que sintetizaron la idea de crear una nueva Compañía,
dotarla de una bomba liviana arrastrada por caballos, potente y de funcionamiento rápido; instalarla en un sitio estratégico
del sector Sur; infundir en su reglamento el espíritu de renovación más avanzado; financiarla sin costo para el Directorio
y ofrecerla al servicio de la ciudad comprometiéndose a mantenerla con su Trabajo y Disciplina.

PERSONAL QUE TRABAJO EN LA FORMACIÓN DE LA


QUINTA COMPAÑIA ANTES DEL 7 DE DICIEMBRE DE 1873

De la Bomba Sur, actual ESMERALDA, provino el núcleo más numeroso de Fundadores de la Quinta.

Anotamos los números de su registro de origen y las fechas en que inician sus actividades en la Asociación en formación:

N° 156 Eugenio R. Peña Vicuña 14-04-73


358 Luis F. Prieto 14-04-73
375 Manuel Camilo Vial 07-06-72
383 Nicanor Montes Santa María 07-06-72
385 Agustín Arrieta Cañas 15-06-72
390 Enrique Matte Pérez 07-06-72
400 Fernando Santa María Márquez de la Plata 07-06-72
404 José Alberto Bravo Vizcaya 07-06-72
406 Fernando Márquez de la Plata Solar 07-06-72
411 Agustín Guerrero Bascuñán 07-06-72
419 Enrique Ovalle Reyes 07-06-72
427 Eugenio Segundo Vergara 16-06-72
432 Cupertino Castro 07-06-72
445 Manuel Echeverría Blanco 07-06-72

De la Compañía Guardia de Propiedad, actual Sexta, vinieron:


Tomás R. Torres Echavarría 07-06-72
Benjamín Hurtado Latorre 07-06-72

De la Bomba del Oriente, Primera Compañía


Ruperto Marchant Pereira 07-06-72
Guillermo Swinburn Kirk 19-10-73

Del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso:

Bomba Americana, Primera compañía:


Carlos Rogers Gutiérrez 22-06-72

Bomba Germania, Segunda Compañía:


Gustavo Ried Canciani 14-04-73

La suma de las experiencias adquiridas por los nombrados en sus respectivas Compañías daban seguridad a la Quinta
en sus primeros pasos.

Varios habían desempeñado cargos de oficiales, como Ried, Rogers y Marchant. En la hoja de servicios de este último,
firmada por don Samuel Izquierdo, se anota que sirvió cinco años y fue Secretario, Ayudante y Tesorero, que asistió a
170 actos y faltó sólo a 6.

Los que iniciaron en la Quinta su actividad bomberil fueron:

7 de junio de 1872
Adolfo Guerrero Vergara Abogado
Miguel Eyzaguirre Cavareda Empleado
José Ramón Echazarreta Ariztía Empleado
Joaquín Talavera Estudiante
Antonio Vergara Estudiante
Francisco Rodríguez Cerda Estudiante
Manuel Möller Serrano Estudiante
Pedro Ramón Vega Estudiante
Rafael Tagle Estudiante

15 de junio de 1872
Felipe Echazarreta Ariztía Estudiante
Neftalí Guerrero Larraín Rentista
22 de junio de 1872
Daniel Carrasco Albano Estudiante
Francisco Palma Estudiante

29 de junio de 1872
Alberto Stuven Olmos de Aguilera Estudiante
Alberto Valdés Vergara Empleado

14 de abril de 1872
Ismael Valdés Vergara Estudiante
Francisco Valdés Vergara Estudiante
Daniel Garín Garín Estudiante
6 de julio de 1873
Carlos Mac Clure Empleado
Benjamin Dávila Larraín Estudiante

30 de noviembre 1873
Darío Zañartu del Río Estudiante
Alberto Gormáz Araos Estudiante

Los colegiales señores Enrique Amunátegui y Waldo Silva Palma, que no tenían edad suficiente para ser bomberos,
fueron admitidos el 6 de julio de 1873 en calidad de Guías. (Abanderados).

El senador don Gerónimo Urmeneta García Abello se incorporó a las tareas de la fundación a los pocos días de iniciadas
éstas. Fue llamado a desempeñar el cargo de Director de la Compañía y de inmediato aceptó gustoso. Con su inteligencia,
generosidad y prestigio ayudó a los jóvenes Fundadores a salvar los obstáculos del camino.

En aquel año de 1872 se practicaba aún en Santiago la colonial costumbre de la siesta, reposo que se prolongaba
después del almuerzo hasta tres horas. Era tan generalizado y sagrado este descanso que se decía que a la hora de la
siesta sólo transitaban por las calles de la ciudad los ingleses y los perros.

Aprovechando ese forzoso paro en sus actividades de universitarios y de empleados se reunían aquellos jóvenes a
quienes unían estrechos lazos de amistad y el común propósito de fundar una nueva Compañía.

El siete de junio resolvieron dejar constancia por escrito de sus deliberaciones y acuerdos.

Veintidós fueron los que en casa de José Alberto Bravo, ubicada en calle Duarte (hoy Lord Cochrane) levantaron por
primera vez Acta de su reunión.

Ese documento es considerado como el Acta de la Fundación de la Quinta. Está firmado por Ruperto Marchant y Enrique
Matte y su texto es el siguiente:

5° COMPAÑIA DE BOMBAS
1° SESION CELEBRADA EL 7 DE JUNIO DEL 72
PRESIDENCIA DEL SR. D. R. MARCHANT.

Se abrió la sesión a la 1 P.M. presidida por el Sr. Marchant quién fue electo por aclamación presidente de la reunión i con
asistencia de los SS. Tomás Torres, Joaquín Talavera, Eugenio y Antonio Vergara, Nicanor Montes, Francisco Rodríguez,
Manuel C. Vial, Manuel Möller, Fernando Santa María, Benjamín Hurtado, Fernando Plata, Miguel Eyzaguirre, José
Alberto Bravo, Enrique Ovalle, Pedro R. Vega, Agustín Guerrero, Adolfo Guerrero, Ramón Echazarreta, Rafael Tagle,
Manuel Echeverría i el que suscribe.

Acto continuo se procedió al nombramiento de Tesorero i Secretario interinos, recayendo el nombramiento para el primer
cargo en el Sr. Guerrero Adolfo y en el que suscribe para el segundo.

Se manifestó a la Sala que el objeto de la reunión era llenar una necesidad que se hacía sentir en el Cuerpo de Bomberos.
El material existente es deformemente pesado, embarazoso para hacerlo funcionar, lo que impide prestar eficaces i
oportunos servicios, concretándose las más veces a trabajar en los incendios de mucha consideración, o a apagar los
escombros, esterilizándose su contingente en los momentos más preciosos, ésto es en el orígen de un incendio.

Por otra parte el material ligero consistente hoi día en bombines de palanca, aunque reúne las condiciones de celeridad,
sin embargo su poder i sus elementos son tan reducidos que con mucha frencuencia se observa que sus esfuerzos son
impotentes para impedir la propagación del voraz enemigo común.

A estos inconvenientes del material se agrega la centralización, obligada por la falta de recursos del Cuerpo, que no
permite atender con oportunidad a las exigencias crecientes de nuestra vasta ciudad.

En vista de los serios entorpecimientos con que se tropieza en el actual estado de cosas, es urgente pensar en organizar
una nueva compañía de Bombas, dotada de material adecuado para llenar en cuanto es posible el vacío que hemos
indicado.
Con este objeto se ha estudiado prolijamente el material que convendría emplear optando en conclusión por un bombín
a vapor análogo al de la 1° i 2° Compañía de Bomberos de Valparaíso, que la experiencia demuestra reúne los requisitos
exigidos.
Se celebraron en seguida los siguientes acuerdos:

Cobrar por derecho de incorporación a la nueva Compañía el mínimun de diez pesos, pagaderos en dos mensualidades.

Contribuir todos los socios con una cuota mensual de cincuenta centavos, a contar desde el primero de junio, fecha en
que se formuló el bello pensamiento que nos ocupa.

Comisionar a los señores Rodríguez y Bravo para entenderse con los SS. Grace Laidlaw i Cía., agentes en Valparaíso de
los SS. Merryweather e hijos, en todo lo relativo a presupuestos y adquisición de nuevo material.
En atención a que nuestros esfuerzos pecuniarios son insuficientes para sufragar todos los gastos, se acordó solicitar la
cooperación del generoso vecindario de esta ciudad, directamente beneficiados con la realización del proyecto que
acometemos. Con este objeto se nombró a los SS. Rodríguez, Vergara E., Bravo, Ovalle, Montes, Möller, Santa María,
Talavera y Matte para colectar fondos entre los vecinos.

Se les autoriza para asociar a sus tareas a quienes creyeren conveniente.

Siendo avanzada la hora se levantó la sesión.

Ruperto Marchant Pereira Enrique Matte Pérez


Secretario
La crítica constructiva y fundamentada que se consigna en el Acta respecto a la eficacia de los elementos con que
contaba el Cuerpo de Bomberos produjo cierto malestar en algunos dirigentes de la Institución y en voluntarios que se
enorgullecían de sus bombas.

Sin embargo la organización se benefició grandemente con el espíritu de superación despertado entre las Compañías,
las que rivalizaron con entusiasmo en el trabajo y en procurarse el material más moderno.
El Directorio manifestó que no podría contribuir económicamente a la creación de la nueva Compañía y en general se
miró con escepticismo el ambicioso proyecto de tan reducido número de jóvenes.

Estos debieron contribuir con su dinero y solicitarlo a los vecinos más pudientes.

La cuota de incorporación se fijó en diez pesos y la cuota mensual en cincuenta centavos. Esto significaba que, al
ingresar a la Quinta, un ciudadano debía pagar un cóndor de oro, que era la moneda de más alto valor que circulaba
entonces.

El cóndor de oro valía diez pesos y en una de sus caras llevaba el escudo de la República y en la otra la estatua de la Ley,
con un mote que decía «Igualdad ante la ley». La moneda de plata de cincuenta centavos mostraba en el anverso el
escudo de la República rodeado de laureles y en el reverso un cóndor con una cadena rota entre las garras y el mote
«Por la razón o la Fuerza». Bajo la presidencia de Ruperto Marchant se reúnen los fundadores el 15 de junio a la una y
media de la tarde a conocer los resultados obtenidos.

Bravo y Möller, en representación de las comisiones colectoras de fondos, informan que las erogaciones del vecindario
comprometidas hasta ese día suman $1.340. Bravo y Rodríguez explican que la bomba a vapor vale 400 libras esterlinas
y que el flete marítimo de Liverpool a Valparaíso cuesta de 20 a 25 pesos la tonelada.

Marchant expresa que don Jerónimo Urmeneta había acogido con marcado entusiasmo el proyecto de crear una nueva
bomba que atienda especialmente al barrio Sur de la ciudad y propone designarlo Director de la Compañía. La Sala
aprueba por aclamación la proposición de su Presidente. Se acuerda enviarle una nota firmada por todos solicitándole
que acepte el cargo y se designa a cinco voluntarios para poner la nota en manos del señor Urmeneta.

Así fue como Ruperto Marchant Pereira buscó y cedió la dirección de la Quinta a un personaje que a su juicio serviría
mejor que él los intereses de la Compañía. Tenía él entonces 25 años y se distinguía por su afición a la literatura y a la
poesía. En el registro de voluntarios de la Quinta se anota que su profesión, es la de literato y la de don Jerónimo
Urmeneta, comerciante.
Hoy, un monumento y una calle recuerdan al joven poeta, no por su producción literaria, tan poco conocida, sino por la
santidad de su vida dedicada al servicio de los más pobres y humildes.

Don Jerónimo Urmeneta tampoco hizo historia como comerciante sino como hombre público. Eficiente y beneficioso
para el país fue su desempeño como Ministro de Hacienda durante los gobiernos de Bulnes y de Montt. Igualmente útil
fue su actividad parlamentaria como Diputado y Senador. Era hermano de don José Tomás Urmeneta, generoso benefactor
del Cuerpo de Bomberos y su primer Superintendente. Políticamente, los dos hermanos representaban las tendencias
más progresistas y avanzadas.

Es curioso recordar que don Jerónimo fue pre-candidato a la Presidencia de la República en una convención en que sus
partidarios empataron con los de don Domingo Arteaga, quién lo sucedió después como Director de la Quinta y debido
a ese empate se eligió como candidato a su hermano don José Tomás quien fue derrotado en las urnas por su contendor
oficialista don Federico Errázuriz. Los hermanos Urmeneta y sus partidarios reclamaron contra la legitimidad de la
elección y encabezaron una fuerte oposición al gobierno de Errázuriz Zañartu.

Al designar a su primer Director la Quinta sabía que, además de no recibir ayuda económica del Directorio del Cuerpo,
tampoco tendría ningún apoyo gubernamental. Su suerte quedaba echada y en sus propias manos.

Al día siguiente de la reunión los Fundadores firman un compromiso de honor para organizar la Bomba y servirla en el
futuro.

El documento, cuyo original se conserva intacto, dice así:

QUINTA COMPAÑIA DE BOMBAS


SANTIAGO JUNIO 16 DE 1872

Los abajo firmados nos comprometemos a la organización i servicio de una bomba a vapor ligera, que llene el vacío que
actualmente se hace sentir en el Cuerpo de Bomberos de esta ciudad.

Nuestro lema será:


«Trabajo i Disciplina»

Firman este documento 23 voluntarios encabezados por Ruperto Marchant.

No firmaron los estudiantes de medicina por encontrarse internados en el Lazareto de San Pablo atendiendo multitud de
enfermos de la epidemia que en esos días azotaba a la capital.

Firman cuatro nuevos voluntarios: Neftalí Guerrero Larraín, Cupertino Castro Echaurren, Felipe Echazarreta Ariztía y
Agustín Arrieta Cañas. Este último fue el primer quintino damnificado por el incendio de su casa. En Diciembre de ese
año se quemó el valioso Palacio Arrieta conjuntamente con el Banco Garantizador de Valores y el Club de las Logias
Masónicas, ubicados frente al actual Teatro Municipal.

«TRABAJO Y DISCIPLINA»

Este fue el lema que los fundadores adoptaron como distintivo de la Quinta Compañía.

El Cuerpo de Bomberos de Santiago tiene por lema: «Constancia y Disciplina». Todas las Compañías tiene uno diferente.
Muchas instituciones de diversa índole se han idenficado más que por sus nombres por sus lemas, el uso de ellos es tan
antiguo como que nace en Chile con la llegada de los españoles: en los muros de la Guardia Nocturna del actual Cuartel
de la Quinta se lee el de don Pedro de Valdivia: «La muerte menos temida da más vida» que fue enmarcado y confeccionado
por Alberto Ried, quien lo regaló a sus compañeros para estimularlos a vivir plenamente sin dejarse arredrar por el temor
a la muerte. Cuando O’ Higgins abolió los títulos de nobleza y obligó a retirar de las casas los escudos y blasones que
orgullosamente sus moradores exhibían, no pudo desarraigar la costumbre de distinguirse de otras personas o instituciones
congéneres. Hace un siglo la Quinta tuvo su lema antes de ser bautizada con un nombre. El lema de la Quinta, «Trabajo
y Disciplina» no fue una declaración romántica sino que una dura obligación, en ese tiempo el trabajo que demandaba la
extinción de un incendio se compartía entre voluntarios y auxiliares, manejar los pitones ante el fuego correspondía a los
voluntarios, pero el trabajo rudo y agotador, menos espectacular, se dejaba a los auxiliares. Los fundadores de la Quinta
se comprometieron desde el principio a desempeñar personalmente la totalidad del trabajo y constituyeron la Compañía
sin estos modestos y útiles colaboradores, pues chocaba a su espíritu democrático y renovador la coexistencia de
diferentes clases de bomberos en el seno de la institución voluntaria.

Sorprendió esta resolución en el resto de las Compañías, en las que en esa fecha servían centenares de auxiliares:
estadísticas al 31 de Diciembre de 1876 indican que la Primera Compañía tenía 77 voluntarios y 100 auxiliares; la
Tercera tenía 57 voluntarios y 171 auxiliares; la Cuarta 54 y 63; la Sexta 55 y 76. Sólo en la Segunda era mayor el número
de voluntarios que de auxiliares, 71 y 33. A esa fecha la Quinta tenía 40 voluntarios. Igual proporción existía en el Cuerpo
de Bomberos de Valparaíso. Un bombero porteño relató festivamente: «Al llegar al incendio se daba la voz de: ¡Todo el
mundo a las palancas; y cuando comenzaba a amainar la fuerza de los auxiliares los oficiales los animaban y la corneta
tocaba trote, pero esto nunca era suficiente y los auxiliares pedían «auxilio» y con voz potente decían: ¡ Mi Teniente, que
venga el auxilio, que venga el ponche ! Se bajaban los baldes que colgaban en los costados de las bombas, se buscaba
aguardiente, azúcar o chancaca, un cucharón y el ponche estaba listo. Así como recibían «auxilio» les volvían los bríos
y achicar y más achicar. Alegremente decían «¡no hay como el ponche para apagar el fuego!».

Entre los gastos de la Institución se registraba un viático para refrescos de los auxiliares.

Con el correr de los años la Quinta probó prácticamente que estos buenos colaboradores no eran indispensables. 20
años después el Directorio del Cuerpo acordó que en adelante las Compañías no podrían admitir nuevos auxiliares.

La estadística del año 1895 demuestra los efectos de esta reforma:

1° Compañía 79 Voluntarios y 51 auxiliares


2° Compañía 48 Voluntarios y 25 auxiliares
3° Compañía 57 Voluntarios y 65 auxiliares
4° Compañía 50 Voluntarios y 18 auxiliares
5° Compañía 57 Voluntarios y 0 auxiliares

Más tarde muchos de ellos solicitaron servir a sus Compañías voluntariamente rechazando cualquier tipo de paga.

Don Ismael Valdés Vergara, en su Historia del Cuerpo de Bomberos de Santiago, dice que el joven aristócrata nacido en
dorada cuna aceptaba entonces con orgullo el trabajo rudo, ingrato y sucio del bombero y buscaba con íntima satisfacción
la compañía, despreciada en otras ocasiones, del modesto artesano cuyo empuje en el trabajo admiraba e imitaba. Esta
juventud, aconstrumbrada a hacer su sola voluntad, se sometía a inflexible disciplina y reconocía y acataba por vez
primera los mandatos y órdenes de un Jefe que podía ser el más humilde de todos los compañeros.

El 22 de Junio de 1872 la Asociación en formación celebra su tercera sesión, ingresan los nuevos socios Francisco
Palma y Daniel Carrasco Albano.

El Presidente de la reunión, señor Marchant recomienda a don Carlos Rogers Gutiérrez como Capitán de la Compañía
«por ser muy competente y entusiasta por este género de instituciones». La moción se aprueba por unanimidad de
votos.

La Sala acuerda asociarlo a él a las comisiones colectoras de fondos y encargarle la redacción del reglamento, tarea que
compartiría con los señores Guerrero Larraín, Rodríguez Cerda y Matte Pérez.

Desde la 4° sesión, celebrada el 4 de julio de 1872, preside los debates el Director Don Jerónimo de Urmeneta, cuya
primera tarea, en compañía del Capitán Don Carlos Rogers, fue la de solicitar al Directorio del Cuerpo el reconocimiento
de la 5° Compañía. Hasta que esto se logró (7 de Diciembre de 1873) se efectuaron otras 11 reuniones, en una de las
cuales se acuerda a depositar los fondos de la Tesorería en el Banco de los señores Matte, Mac Clure y Cía., que daba
seguridad por su solvencia financiera y que además estaba relacionado con los voluntarios Matte y Mac Clure. Años más
tarde la Quinta trasladó sus fondos al Banco del Pobre, que desarrollaba algunas actividades de beneficio social y perdió
casi todos sus haberes debido a la falencia de esa institución. En ese tiempo eran frecuentes la corridas de Bancos en
que los depositantes, asustados a veces por un rumor infundado, se apresuraban a retirar su dinero provocando quiebras
bancarias.
LA BOMBA AMERICA

La Quinta habia adoptado un lema pero aún no tenia un nombre. No fue fácil concordar en él y fue discutido en dos largas
sesiones.

Se propusieron los nombres de «SANTIAGO». «LORD COCHRANE y «AMERICA». Se descartó el primero y las opiniones
se dividieron entre los que deseaban honrar la memoria del legendario Conde de Dundonald a quién Chile le habia
pagado tarde y mal sus grandes servicios prestados durante la consolidación de la Independencia Nacional y entre los
seguidores del ideal bolivariano que alentaban el pensamiento americanista fortalecido por la reciente agresión española.
El Director de la Quinta, cuando fue Ministro de Hacienda del Presidente Bulnes, propició el pago de una pensión que el
almirante inglés reclamó por largos años. Ahora fue uno de los partidarios de dar su nombre a la bomba. Otro fue el
voluntario Echeverría Blanco, nieto del Almirante Blanco Encalada, quien fuera el mejor amigo en Chile de Lord Cochrane.
Recordaron sus memorables hazañas, pero asi como se le dejó ir en 1823, sin anuncio y casi sin ser visto, acompañado
sólo de su inseparable Maria Graham a izar en otros barcos y en otras aguas la invencible insignia LIBERTAD, también
se le dejó ir ahora. Por escasa mayoría de votos se impidió a la Quinta rendir el primer homenaje de la ciudad de
Santiago al marino recordado hoy en monumentos y calles y de quién después dijera la Reina de Inglaterra al Presidente
Frei: «Nos sentimos ufanos de que voluntarios británicos os ayudaran en vuestra lucha por la libertad. Nos sentimos
ufanos de que sus nombres y en especial el de Lord Cochrane, sigan siendo recordados en Chile con respeto y afecto».
Se impuso en la sala el sentimiento de la confraternidad americana que predominaba entonces en las esferas gobernantes
y en las aulas universitarias. Una muestra de ello es el intercambio de telegramas del Superintendente del Cuerpo don
José Besa con los fundadores del Cuerpo de Bomberos de Buenos Aires aprovechando la línea telegráfica recién
instalada.

El 4 de junio de 1872 se fundó en Argentina el primer Cuerpo de Bomberos Voluntarios y sus dirigentes enviaron al
Superintendente Besa un extenso telegrama en el que le expresan que se esforzarán por seguir la noble senda trazada
por la juventud chilena que les ha servido de ejemplo.

Les contestó don José Besa con un telegrama mucho más extenso, cuyos párrafos finales copio:

«y que mucho, señor, si es hoy Presidente de vuestra República el que ayer era maestro de escuela en la nuestra.
¿Tiene acaso límites la patria del bombero?.

« Inspírense los pueblos en el espíritu de nuestra institución, multiplíquense los telégrafos y los ferrocarriles y la América
toda será nuestra República».

«Hagan su oficio las bombas a metralla en la viejas monarquías; reservemos para nuestras jóvenes repúblicas las
bombas contra incendios».

Con tales antecedentes conocemos el pensamiento de don José Besa quién, además de ser el jefe superior de la
institución, era un político representante de amplios sectores de la opinión pública.

No fue raro que en Agosto de 1872 la mayoría de los quintinos fuese también americanista y que reflejaran sus sentimientos
en el nombre de la bomba que estaban fundando.

Durante la Guerra del 79 se cambió ese nombre por el de Arturo Prat. Seguramente si desde el principio se hubiera
llamado Lord Cochrane no llevaría hoy la Quinta el glorioso nombre del héroe nacional. pensión que el almirante inglés
reclamó por largos años. Ahora fue uno de los partidarios de dar su nombre a la bomba. Otro fue el voluntario Echeverría
Blanco, nieto del Almirante Blanco Encalada, quien fuera el mejor amigo en Chile de Lord Cochrane. Recordaron sus
memorables hazañas, pero asi como se le dejó ir en 1823, sin anuncio y casi sin ser visto, acompañado sólo de su
inseparable Maria Graham a izar en otros barcos y en otras aguas la invencible insignia LIBERTAD, también se le dejó ir
ahora. Por escasa mayoría de votos se impidió a la Quinta rendir el primer homenaje de la ciudad de Santiago al marino
recordado hoy en monumentos y calles y de quién después dijera la Reina de Inglaterra al Presidente Frei: «Nos sentimos
ufanos de que voluntarios británicos os ayudaran en vuestra lucha por la libertad. Nos sentimos ufanos de que sus
nombres y en especial el de Lord Cochrane, sigan siendo recordados en Chile con respeto y afecto». Se impuso en la sala
el sentimiento de la confraternidad americana que predominaba entonces en las esferas gobernantes y en las aulas
universitarias. Una muestra de ello es el intercambio de telegramas del Superintendente del Cuerpo don José Besa con
los fundadores del Cuerpo de Bomberos de Buenos Aires aprovechando la línea telegráfica recién instalada.
El 4 de junio de 1872 se fundó en Argentina el primer Cuerpo de Bomberos Voluntarios y sus dirigentes enviaron al
Superintendente Besa un extenso telegrama en el que le expresan que se esforzarán por seguir la noble senda trazada
por la juventud chilena que les ha servido de ejemplo.

Les contestó don José Besa con un telegrama mucho más extenso, cuyos párrafos finales copio:

«y que mucho, señor, si es hoy Presidente de vuestra República el que ayer era maestro de escuela en la nuestra.
¿Tiene acaso límites la patria del bombero?.

« Inspírense los pueblos en el espíritu de nuestra institución, multiplíquense los telégrafos y los ferrocarriles y la América
toda será nuestra República».
«Hagan su oficio las bombas a metralla en la viejas monarquías; reservemos para nuestras jóvenes repúblicas las
bombas contra incendios».

Con tales antecedentes conocemos el pensamiento de don José Besa quién, además de ser el jefe superior de la
institución, era un político representante de amplios sectores de la opinión pública.
No fue raro que en Agosto de 1872 la mayoría de los quintinos fuese también americanista y que reflejaran sus sentimientos
en el nombre de la bomba que estaban fundando.

Durante la Guerra del 79 se cambió ese nombre por el de Arturo Prat. Seguramente si desde el principio se hubiera
llamado Lord Cochrane no llevaría hoy la Quinta el glorioso nombre del héroe nacional.

EL REGLAMENTO DE LA BOMBA AMERICA 1872

La comisión redactora del Reglamento, formada por los voluntarios Marchant, Matte, Rodríguez y Guerrero Larraín,
trabajó activamente y logró hacer aprobar por la Compañía, antes del término del año 72, un proyecto de reglamento
compuesto de 93 artículos y un reglamento de sala de 14 artículos.

Comparado con los reglamentos modificados que han regido a la Quinta durante una centuria, se puede decir que no ha
variado en los aspectos fundamentales. Se ha modernizado de acuerdo al avance mecánico de los elementos de extinción
del fuego, el crecimiento y extensión de la ciudad, el progreso de los medios de comunicación, fuentes de agua y
edificación, dejando incólume el espíritu de trabajo y disciplina de sus miembros, en apoyo de lo dicho cito algunos
artículos:

ARTICULO 1 La Compañía se compone de individuos de


cualquier nacionalidad que voluntariamente se comprometen
a prestar sus servicios en ella. Se llaman voluntarios y no
pueden exceder de cincuenta.

ARTICULO 2 Los voluntarios se dividen en activos y honorarios.


Los activos se dividen en simples voluntarios y oficiales. Los
simples voluntarios están distribuídos en dos secciones: la del
gallo y la de la Bomba.

ARTICULO 16 Cuando un voluntario recibe una orden de cuya


ejecución le resulte peligro o grave inconveniente obedecerá
no obstante, pero podrá exigir del jefe que da la orden que la
ponga en conocimiento del que precede a éste en graduación.

ARTICULO 83 Si algún voluntario omitiese pagar dos bimestres Entre los grandes edificios de la Universidad de Chile y de la Iglesia San Diego, Se
vencidos será requerido por la Junta de Oficiales, la cual a la construyó en 1873 el cuartel en que se fundó la Quinta Compañía de Bomberos.
próxima omisión dará parte a la Compañía. Esta procederá En la foto se aprecia el portón de entrada y en su segundo piso las tres ventanas
de la sala de sesiones.
como crea conveniente incluso el caso de separación.

ARTICULO 90 El uniforme de la Compañía se compondrá de: Casco romano un tanto alón; levita de paño verde oscuro
cerrado hasta el cuello, con un número cinco a cada lado del cuello negro; cinturón ancho con una placa de bronce que
lleve un número cinco; porta llave y una argolla de bronce; pantalón ancho de diablo fuerte hasta el inferior de la rodilla
para colocar sobre la bota y bota granadera de cuero de vaca.
ARTICULO 19 El aspirante debe tener 19 años a lo menos y obtener los cuatro quintos de los votos en votación secreta
sin discusión.

ARTICULO 22 Será expulsado de la Compañía cualquier miembro que hubiese cometido alguna acción que lo haga
indigno de continuar en ella.

ARTICULO 78 En el caso de inasistencias continuadas pagará el reincidente el duplo de lo que fijan los artículos para
esta falta, a la tercera vez pagará el cuadruple y se le amonestará amigablemente, a la cuarta se le reconvendrá con
amenaza de expulsión y a la quinta la Junta de Oficiales avisará a la Compañía para que lo expulse.

ARTICULO 93 Cuando ocurrieran dudas acerca de la interpretación de algún artículo del Reglamento, serán resueltas
por la Compañía, por mayoría absoluta de los presentes en la sesión en que se trate del asunto. En los 14 artículos del
reglamento de sala se establece el sistema de
votaciones. La votación es un acto personal y secreto.
Todo se resuelve por mayoría de votos salvo los casos
en que se exija quorum especial. El empate lo
resuelve el voto del Presidente.

Comentando los artículos transcritos del Reglamento


de la Compañía, señalaremos que, aunque el Art. 1°
no hace distingos de nacionalidad, han sido chilenos
en un 98% los voluntarios de la Quinta y su número
acumulado al cabo de un siglo se aproxima a mil. El
número limitado de 50 voluntarios fue ampliado más
tarde llegando a ser la Compañía de agua más
numerosa del Cuerpo.

El Art. 2° distribuye al personal entre el gallo y la


Bomba. Esta disposición se eliminó cuando el
perfeccionamiento mecánico de las bombas les
Bomba a vapor construida por la fabrica «Merryweather», con que trabajó la Quinta Compañía
permitió transportar todo el material y mangueras los primeros 20 años de vida. Fue bautizada primitivamente como BOMBA «AMERICA», y en
dejando obsoletos los carros de transporte 1879 se le cambió ese nombre por el de «ARTURO PRAT».
denominados gallos.

También se rebajó a 18 años la edad mínima exigida en el Art. 19 y se facilitó el ingreso de voluntarios fijando en 2/3 la
votación mínima para su aceptación ya que era tan estricta la selección y tan exigentes los votantes que era difícil que el
solicitante obtuviese los primitivos 4/5 de la votación secreta; grande fue el número de los rechazados y mayores los
enojos de sus padrinos. Para evitar estas incomodidades se adoptó el sistema de dejar para segunda discusión algunas
solicitudes dando tiempo al interesado para retirar su postulación.

Sin embargo, la no admisión de jóvenes hijos de los senadores Echeverría y Vergara provocó el alejamiento de sus
respectivos hermanos, que habían trabajado en la formación de la Quinta desde el primer día. Peores trastornos causó
el rechazo de don Antonio Errázuriz, pariente del Presidente de la República y el de don Javier Gumucio.

Se dejó en claro que en estas votaciones no se pretendía inferir ofensas a nadie. Que se suponía de antemano la
honorabilidad de los candidatos y que lo que realmente interesaba era si podrían seguir el ritmo de trabajo impuesto por
la mayoría.

Actualmente en la Quinta es más fácil entrar y mucho más fácil salir. El Reglamento y su hoja de servicios le va indicando
al propio interesado si su paso por las filas será fugaz o duradero.

Ahora son los organismos disciplinarios de la Compañía los que resuelven sobre la eliminación de alguno de sus miembros.

El uniforme ha mantenido su color verde. Se eliminó el uso de las botas granaderas de cuero de vaca por razones obvias. Trepar
escalas, andar sobre techos incendiados con largas botas de cuero que el agua endurecía, no era práctico.

Una vez revisado y aprobado por la Compañía el Reglamento, se envió al Directorio del Cuerpo y en Octubre de 1873 se
comisionó a los voluntarios José Alberto Bravo, Benjamín Dávila y Agustín Guerrero para dar las explicaciones que
sobre la materia deseara formular ese organismo. Algunos miembros del Directorio habían manifestado su opinión de
que «no podría funcionar una Compañía de Agua con un número tan escaso de voluntarios y sin auxiliares».

EL CUARTEL DE LA BOMBA AMERICA

Ubicación:
El cuartel debía instalarse en el sector Sur de la ciudad, ya que la Quinta fue fundada para proteger en especial ese
barrio. Lo estratégico era situarlo en un lugar equidistante de los extremos y en la principal avenida. Los estudiantes
universitarios, mayoritarios en número, precisaron el punto en que deseaban ver levantarse su Cuartel. Señalaron un
pequeño terreno eriazo situado entre la Universidad y la antigua Iglesia de San Diego. Al obtenerse ese terreno fiscal la
Quinta nacería enclavada entre dos Instituciones antagónicas en un período de agitadas luchas religiosas.

El 30 de julio de 1872 se encarga a los voluntarios Marchant, Bravo y Rodríguez conseguir la cesión fiscal y el beneplácito
de las autoridades Universitarias y eclesiásticas. El éxito coronó sus esfuerzos y esas autoridades aceptaron con agrado
la instalación de los nuevos vecinos, que más de una vez inquietaron las aulas y el claustro con el estrépito de sus
caballos y sus bombas.

El Director don Jerónimo Urmeneta contrató la construcción del Cuartel y garantizó personalmente su pago. Se recomendó
más actividad a las comisiones colectoras de fondos y el vecindario respondió generosamente.

El Capitán don Carlos Rogers, como miembro de la comisión de construcción del Cuartel, informó a la Compañía el 14
de abril de 1873 que la obra había sido contratada con el Sr. Moltke, en la suma de $ 2.142, cantidad que no estimó
excesiva «en atención al subido precio a que se encuentran en la actualidad los materiales de construcción y la escasez
de trabajadores».

Como referencias al precio que hace un siglo el Capitán estimaba justo para la construcción del Cuartel señalaremos
que el primer sueldo que se pagó a Tomás Rojas, como Cuartelero del mismo, fue de $20 y cuando éste pidió aumento
de sueldo se le subió a $25 con la condición de tomar por su cuenta un ayudante. Por herrar un caballo se pagaba $0,20
cada pata y por una escoba también veinte centavos. (*). En cóndores, monedas de oro de diez pesos que circulaban
entonces, costó 214 cóndores y dos pesos de plata.

La escasez de mano de obra que menciona el Capitán se debía a que el Intendente Vicuña empleaba más de 500
hombres en los trabajos del Cerro Santa Lucía. Ese año se habían vaciado 18.000 carretadas de tierrra para cubrir las
rocas del cerro. Don Luis Cousiño ocupaba también centenares de hombres en los trabajos del Parque que alcanzó a
recordar su nombre y su generosidad durante casi un siglo. Además, las construcciones en la ciudad tomaban un ritmo
acelerado.

INVENTARIO DEL CUARTEL

Consta de un salón de Bomba, aparato para secar mangueras, caballerizas, pajal, habitación para el cuartelero, dos
armarios bajo las escalas, bodega con dos armarios, salón de reuniones con sus bancos, 6 sillas, un escritorio, lavatorio
con sus anexos, un gancho calentador, dos teteras, seis escupideras, medidor, cinco ganchos y una lámpara de gas y
cuatro llaves de agua potable- (Hoja N°1 del libro Diario de Oficiales).

Las suma presupuestada de $2.142 cubrió todos los gastos y el costo final bajó a $2.117.-

(*) cien años después, una escoba, vale aproximadamente E°200 o sea un millón de veces más.
A pesar de esos inconvenientes, el pequeño edificio de dos pisos estuvo terminado el 20 de noviembre de 1873, día en
que el tesorero don Benjamín Dávila Larraín y el Teniente 1° don Gustavo Ried Canciani toman inventario de sus
instalaciones y mobiliario.
LA BOMBA LLEGA AL CUARTEL

Los fundadores Bravo y Rodríguez fueron comisionados desde el primer dia por sus compañeros para estudiar el tipo de
Bomba que se debía importar. Los requisitos fundamentales que debía reunir eran: potencia y rapidez.

Rapidez en levantar presión y en trasladarse al sitio del incendio. Sólida y liviana para no destrozarse en los malos
pavimentos de las calles del extenso sector Sur de la ciudad.

Al Capitán Rogers se le faculta para entenderse con los agentes que tenía en Valparaíso la firma inglesa Merryweather.

En noviembre de 1873, esto es un año y cinco meses después de la primera reunión, se tiene noticias de que ha
fondeado en Valparaíso la nave que trae el encargo tan ansiosamente esperado y ya el 11 del mismo mes está la Bomba
en el Cuartel en manos de multitud de improvisados mecánicos que en corporación se constituyen permanentemente a
su vera hasta dejarla acondicionada para el servicio.

Desfila por el Cuartel gran número de visitantes a conocer a la recién llegada. Voluntarios de otras Compañías, el
vecindario que había colaborado con sus donaciones, los estudiantes del Instituto y de la Universidad. Todos quieren
verla y comprobar si es tan moderna como ha publicado la prensa.

Recibe su primer regalo del voluntario Benjamín Dávila Larraín, consistente en seis faroles y las flamantes caballerizas
cobran vida con una hermosa pareja de caballos rosillos que regala el Director.

Se abren las cajas de repuestos, accesorios y herramientas y se inventaría y ordena en los armarios de la bodega la
preciada ferretería.

En la misma sala de máquinas, junto a la Bomba, esta el gallo de cuatro ruedas, construído en Chile por Don Francisco
Wolf, cargado con 16 tiras de mangueras de 50 pies y 4 tiras de 40 pies cada una, con sus pitones de bronce forrados en
cuero, con dos gemelos, llaves, boquillas y manivelas para enrollar.

Se han recibido también 50 cascos de cuero y 50 placas de bronce.

Chorizos, canastillos, arneses, todo es nuevo y reluce hasta la pala de carbón.

Los felices voluntarios se prueban los cascos esperando sólo que los llamen a servir.

Todo esto ha costado, según factura:


La Bomba y anexos $ 4.818,25
El gallo $ 400,00
El paño verde para levitas $ 370,00
El cuartel $ 2.117,00

ALZA DEL COSTO DE LA VIDA EN 1874

El aumento de sueldo que la Junta de Oficiales otorgó al cuartelero y que consistió en cinco pesos mensuales condicionados
a que con parte de esa suma pagara y mantuviera un ayudante, le pareció suficiente a Tomás Rojas durante un año
solamente. En Diciembre de 1874 solicita un nuevo aumento por las razones que explica en la siguiente carta que
transcribo con su ortografía original:

«Señores Hoficiales de la 5° de Bomberos. Mi mui señores mios, con el respeto devido me presento ante el consejo de
Hoficiales solisitando me agan el servicio de darme un aumento de sueldo con motivo de lo mui caro que esta la
mantensión, con el sueldo que gano no me ara cuenta pagar al muchacho i mantenerlo por lo mui caro que esta todo lo
repito, lla ven que en el tiempo que esyoi en la compañía me parese no aberlos servido mal. Hora me sale pior que antes
cuando ganaba veinte pesos, porque con tres pesos al mes no alcanso a mantener al muchacho. El consejo bera que llo
en serca de un año no e molestado la atension de los oficiales.
Es gracia Jose Tomas Rojas

La Junta de Oficiales lo liberó de pagar y mantener al ayudante asignándole un sueldo total mensual de $25.- sueldo que
se mantuvo tres años más.
LA RECOLECCION DE FONDOS

Las Comisiones Recolectoras de Fondos cumplieron su cometido estimuladas por la comprensión, generosidad y aliento
que encontraron en el vecindario. Algunos de los donantes contribuyeron además con sus servicios personales o los de
sus parientes jóvenes, incorporándose unos y otros a la compañía. La nómina completa con el detalle de las donaciones
y fechas de ingreso a tesorería se inserta en Anexo N°1.

Al cabo de un siglo la Quinta conserva agradecida los nombres de aquellos ciudadanos que hicieron posible la adquisición
de sus elementos de trabajo. La nómina se inicia con una donación de cien pesos efectuada por don Domingo Fernández
Concha, ingresada el 15 de junio de 1872. Ese mismo día se reciben también treinta pesos de doña Magdalena Vicuña
de Subercaseaux, cuyo patriotismo es recordado por haber convertido su residencia en hospital de sangre para atender
a los soldados heridos en la guerra de 1879.
Más de cincuenta senadores y diputados de todos los partidos políticos integran la lista de donantes. Estre los de más
destacada figuración nacional aparece don José Manuel Balmaceda con treinta pesos, el Almirante y primer Presidente
de Chile don Manuel Blanco Encalada con igual suma, don José Joaquín Pérez Mascayano con veinticinco pesos. Don
Federico Errázuriz Zañartu, quien ejercía el mando en esa fecha y don Domingo Santa María González con veinte pesos
cada uno. Cinco pesos donó don José Pedro Alessandrí Palma, estudiante que más tarde fue un eficiente maquinista de
la Bomba y veinticinco don Nathan Mierx-Cox Bustillo, senador que fue, años después Director de la Compañía.

Don Jerónimo Urmeneta, don Carlos Rogers y don Benjamín Dávila, además de sus cuotas como voluntarios, se
subscribieron con importantes sumas.

Los fundadores del Cuerpo de Bomberos de Santiago señores Angel Custodio Gallo. José Luis Claro y José Tomas
Urmeneta también colaboraron económicamente. La suma más cuantiosa fue donada por este último: seiscientos pesos.

La personalidad de don José Tomás Urmeneta, hoy un poco olvidada, es sin duda una de las más interesantes y
ejemplares de la historia chilena. El mayor benefactor de la fundación de la Quinta no siempre fue rico y poderoso.
Conoció la extrema pobreza, el olvido de sus amigos y fue llamado despectivamente «el loco Urmeneta». De él relata el
historiador Encina que en la búsqueda obstinada de una veta real en las minas broceadas de Tamaya, durante dieciocho
años, agotó sus recursos y créditos. Abandonado de todos, se llevó a vivir a la mina a su mujer y a sus dos jóvenes hijas,
albergándose todos en un ruín rancho de totora. Al verlo jinete en su asno, único bien que le quedaba, nadie dudó de su
demencia. La fe del minero fue recompensada en 1852 en el hallazgo de un rico clavo de metal de bronces morados de
60% de ley y dos varas entre las cajas que aún no se agotaba 31 años más tarde.

Esa fue la base de la fortuna del «loco Urmeneta» y de la fuente de riqueza que financió en gran parte al erario nacional.
Se le llamó desde entonces «El hombre del Cobre» porque sus establecimientos de Guayacán y de Tongoy llegaron a
ser los más importantes de América.

Su espíritu de empresa lo hizo abarcar todo el campo industrial de entonces. Habilitó puertos en el norte, adquirió una
flota de vapores, fundó un establecimiento carbonífero en el sur, construyó ferrocarriles; impulsó la industria de la seda,
de los paños y tejidos; y viñas y azúcar de remolacha y arboricultura. Introdujo el eucalipto en Chile.

El hombre más rico del país fue también el símbolo de una generosidad sin límites. Se hizo cargo de la Casa de Orates,
fue el mecenas de la Sociedad de Instrucción Primaria, como Superintendente dirigió el Cuerpo de Bomberos desde su
fundación y la atención de los desvalidos llegó a hacerle imposible otros esfuerzos. Urmeneta, palanca del progreso
nacional, dijo esta frase que revela su pensamiento:

«La fortuna sólo es el medio de crear la grandeza de un país y de reparar las injusticias del destino y de las desigualdades
de aptitudes».

Si grande fue la ayuda de los particulares, no cabe decir lo mismo de la del comercio, cuya nómina no alcanzó a la
decena. Entre las pocas casas comerciales que colaboraron con la Quinta figuran algunas dirigidas por bomberos:
Swinburn y Cía., Arteaga y Velasco y la Casa Francesa de Ropa.

Del «Chile Ilustrado» publicado en 1872 tomamos los siguientes datos sobre las industrias y comercio establecidos en
Santiago en el año de la fundación de la Quinta. El número de fábricas era el siguiente:

4 de aceite, 2 de aguardiente, 12 de carruajes, 13 de carretas y carretones, 4 de fideos, 12 de cerveza, 2 de sacos , 1 de


paños y 1 de seda, 1 de cigarros, 1 de calzado, 15 de velas y jabones, 1 de perfumería y 52 de tejas y ladrillos.
Existían 56 carnicerías, 29 cafés, 10 confiterías, 38 despachos de licores (registrados), 52 cigarrerías y 12 barberías.
El comercio se reducía a 26 almacenes y a 810 baratillos. Además de los bancos funcionaban 31 casas de prenda.

Las comisiones recolectoras de fondos obtuvieron un aporte municipal y otro del Supremo Gobierno. Se les pidió
contribución a las Compañías de Seguro y al Club de la Unión, pero sólo se obtuvo colaboración de la Unión Chilena, de
la América y de la Nacional. Se organizó un beneficio en el Teatro Variedades que dio excelentes resultados. En este
acto colaboró el Club Musical y la Compañía de Garay.

La Quinta, cuando estuvo organizada y cumplió diez años de servicios a la ciudad, invitó a todos sus benefactores a una
función teatral en la que les hizo público su agradecimiento. Tan sólo en esa primera década se cuentan numerosas
personas que debieron la salvación de sus casas amagadas por el fuego a la rapidez con que acudieron los bomberos.
Anotamos los nombres de algunos donantes incendiados que seguramente se felicitaron por su generosidad:

Don Domingo Fernández el 3 de agosto de 1874 (Incendio del Portal)


Don José Gabriel Palma el 20 de Oct. de 1874 (Alameda y San Antonio)
Don Carlos Rogers el 7 de mayo de 1876 (Primera cuadra calle Angosta hoy Serrano)
Don Manuel José Irarrázaval el 28de mayo de 1877 (Alameda y San Martín)
DonJosé Manuel Balmaceda el 22 de Nov. de 1877 (Edificio de su propiedad calle Estado)
Don Rafael Larraín el 28 de Nov.de 1878 y el 12 de Dic. De 1881 (Edificio de su propiedad ocupado por el club de
Septiembre)
Don Miguel Barros el 28 de marzo de 1881 (Alameda entre Amunátegui y San Martín)
Don Melchor Concha el 24 de Oct. De 1882 (Huérfanos y San Antonio)

DONACIONES RECIBIDAS POR EL TESORERO INTERINO DON ADOLFO GUERRERO VERGARA

(Desde el 15 de junio de 1872 hasta el 31 de diciembre de 1872)

Fecha de ingreso al Donante Cantidad


Libro de Caja

15 Junio 1872 Don Domingo Fernández Concha $ 100


Don Enrique Cood $ 50
Don José Francisco Cerda $ 50
Señores Arteaga y Velasco $ 50
Don Melchor Concha y Toro $ 30
Doña Magdalena Vicuña de Subercaseaux $ 30
Don José Agustín Salas $ 30
Don Alfredo Videla $ 25
Don Nicomedes Segundo Ossa $ 25
Don Leonidas Vial $ 25
Don Guillermo Ovalle $ 10

17 Junio 1872 Don Francisco Subercaseaux $ 10


Don Augusto Raymond $ 10
Don Benigno Tellez $10
Don Enrique Tagle i Bravo $6
Don Francisco Javier Andrade $5
Casa Francesa de Ropa $5

17Junio 1872 Don Carlos Rogers Gutiérrez $ 50


Don Miguel Humeres $10
Don Emilio Brieba $10
Don Vicente Palacios $10
Doña Juana M. Lecaros de V. $10
Don Luis Salas Lazo $5
Don Calixto Guerrero $5
Don Gabriel Real de Azúa $5
Doña Rosa Morandé de H. $2
Fecha de ingreso al Donante Cantidad
Libro de Caja

19 Junio 1872 Don Francisco Vergara R. $ 50


Doña Mercedes H. De Arriagada $50
Don José Eugenio Vergara $50
Don Juan José Aldunate $20
Don José Ramón Sánchez $20
Don Enrique Deputron $10
Don Camilo García R. $2

20 junio 1872 Don Javier Vergara $10


Don Juan José Cerda $5
Don Francisco Cerda $5

21 junio 1872 Don Juan Garín $100


Doña Mariana B. De Ossa $30
Don Gregorio Ossa $10

22 junio 1872 Don Victorino Garrido $20

25 junio 1872 Don Rafael Larraín M. $50


Don Francisco Rivas $25
Don Ismael Tocornal $5

27 junio 1872 Don Augusto Matte $10


Don Ramón Subercaseaux $10

3 julio 1872 Don Francisco Baeza $50


Don José M. Salcedo $50
Señores Swinburn y Cía. $25
Don Isidro León $10

5 julio 1872 Don Juan de Dios Hevia $10

8 julio 1872 Don Angel Custodio Gallo $25


Don Nicolás Larraín $25
Doña Manuela Blanco de Echeverría $20
Don Federico Aldunate $20
Doña Dolores Amor de Prado $20
Doña Candelaria O.de Téllez $20
Don Joaquín Aguirre $10
Don Julián Riesco $10
Don Vicente Sanfuentes $10
Don Mariano Ariztía $10
Don Gabriel Real de Azúa $5
Don Nicanor Rozas $5
Don Joaquín Cerda $5
Doña Mercedes Caldera $5
Doña Rosario Echevers $2
Don Miguel Rodríguez $1

9 julio 1872 Compañía de Seguros La Nacional $200


Don Miguel Cruchaga $50

12 julio 1872 Don José Tomás Urmeneta $400


Compañía de Seguros La América $200
Don José Rafael Echeverría $50
Don Luis Besa $10
Fecha de ingreso al Donante Cantidad
Libro de Caja

15 julio 1872 Don Maximiano Errázuriz $100


Don Emeterio Goyenechea $50
Don José Diaz Gana $50

15 julio 1872 Don Roberto Trait $25


Don Teófilo Cerda $25
Don Luis Pereira $20
Don Adolfo Ortuzar $20
Don Javier Errázuriz $10
Don Gabriel Ocampo $10
Don Solano Astaburuaga $10
Don Blas Vial $10
Don José I. Valenzuela $5
Doña Margarita Errázuriz $5

17 julio 1872 Don Carlos Lira $50


Don Marcial Martinez $10
22 Julio 1872 Don Luis Cousiño $100
Don Tadeo Reyes $30
Don Manuel Antonio Tocornal $25
Don Juan Manuel Valdés $20
Don Juan Agustín Alcalde $15
Don Ruperto Vergara $10
Don Federico García $10
Don Julio Lecaros $10

25 julio 1872 Don José Manuel Guzmán $25


Don José Salamanca $25
Don Eduardo Videla $20

29 julio 1872 Don Domingo Matte $50


Don Exequiel Balmaceda $10

30 julio 1872 Don Ramón Rozas Mendiburo $50


Don José Joaquín Pérez $25

31 julio 1872 Don Wenceslao Vidal $50


Don José Luis Claro Cruz $25
Don Ramón Errázuriz $5

3 agosto 1872 Don Jerónimo Urmeneta $100


Don Domingo Santa María $20

7 agosto 1872 Don Miguel Luis Amunátegui $20


Doña Mercedes Rodríguez de Díaz $20

9 agosto1872 Señores A. Riesco y Cía. $10


Don Juan Lagarrigue $5
Don Pedro Alessandri $5
Don Bernardo Lira $5
Don José Gabriel Palma $5
Señores Salas Hnos. Y Cía $5
Don Manuel J. Díaz $5
Don Emilio Tardón $2
Fecha de ingreso al Donante Cantidad
Libro de Caja

12 agosto 1872 Cía. De Seguros Unión Chilena $500


Don José Letelier $100

30 Sept. 1872 Señores Salas Hnos. y Cía. $10

19 Oct. 1872 Don Francisco Puelma $100

25 Oct. 1872 I. Municipalidad de Santiago $1.000

29 Dic. 1872 Doña Petronila Lillo de Peña $20

DONACIONES RECIBIDAS POR EL TESORERO


DON BENJAMÍN DÁVILA LARRAÍN, DURANTE EL AÑO 1873

Fecha de ingreso al Donante Cantidad


Libro de Caja

3 marzo 1873 Donación del Supremo Gobierno $2.500

2 abril 1873 Don José Antonio Errázuriz $2

30 abril 1873 Don Manuel Larraín P. $5

30 junio 1873 Producto Beneficio Teatral, entregado


por Enrique Matte Pérez $785
Don Osvaldo Rodríguez $25

14 Nov. 1873 Don Juan José Velasco $25

18 Nov. 1873 Don Daniel Ovalle $10


Don Fabio Valdés $10
Don Eduardo Mac Clure $10
Don Joaquín Oyarzún $4

19 Nov. 1873 Don Samuel Izquierdo $100


Don J. Domingo Dávila $30
Don Vicente Dávila Larraín $30

20 Nov. 1873 Don Domingo Fernández Concha $90


Don José Rafael Echeverría $50
Don Borja García Huidobro $20
Don Alonso Toro $10
Don Ramón Cerda $5

21 Nov. 1873 Don Ramón Jara U. $40


Don Jorge Segundo Hunneus $20

23 Nov. 1873 Don Juan Garín $100


Erogación del Tesorero (B. Dávila L.) $50
Don José Miguel Valdés Carrera $50
Don Manfredo Meiggs $50
Doña Pilar Valdés de L $40
Don Enrique Stuven $10
Don Javier Dueñas $10
Fecha de ingreso al Donante Cantidad
Libro de Caja

23 Nov. 1873 Don Miguel Barros Morán $10


Don Francisco de Borja Valdés $5
Doña Isabel O. Brien. $5

24 Nov. 1873 Compañía de Maderas y Buques $50


Don Ricardo Videla $20
Don Leoncio Echeverría $10
Don Ramón Subercaseaux $10
Superior del Colegio de S.S.C.C. $10
Don Juan José Cerda $5
Doña Josefa Hurtado $5
Señores Carvajal Hnos. $5
Don José María Anrique $5
Don Francisco Aguinaga $5
Don Emeterio Goyenechea $50
Señores Betteley y Cía. $20
Don Ruperto Ovalle $10
Don Manuel Valenzuela C. $20
Don Antonio Bombal $20
Don Juan Stuven $30
Don Fermín Vergara $10
Don José María Hurtado $20
Don Melchor de Santiago Concha $10
Señores Arteaga y Velasco $20
Señores P. Fernández y Cía. $10
Don José Respaldiza $20
Don Nathan Miers Cox $25
Don Uldaricio Prado $20
Don José Basterrica $10
Don Federico Errázuriz $20

24 Nov. 1873 Don Félix Videla $20


Don Enrique Deputron $10
Don Manuel Blanco Encalada $30
Don Pedro Donoso $20
Don Francisco A. Vergara $5
Doña Juana María Lecaros $10
Don A. Goycolea $5
Don B. Infante $10

25 Nov. 1873 Doña Carmen Echaurren de Castro $30

26 Nov. 1873 Don José Tomás de Urmeneta $200


Don Alvaro Vila $10

30 Nov. 1873 Don Bernardino Bravo $100

3 Dic. 1873 Don Manuel José de Irarrázaval $100


Doña Isidora Goyenechea de Cousiño $100
Don Wenceslao Letelier $20
Don Eugenio Duval $10

5 Dic. 1873 Doña Mariana Brown $30


Don Victorino Garrido $20
Fecha de ingreso al Donante Cantidad
Libro de Caja

10 Dic. 1873 Beneficio en el Teatro Variedades $500


Don Federico Aldunate $30
Don Julio Prieto $10

20 Dic. 1873 Don Agustín Segundo Prieto $40


Don Enrique Ovalle $26
Saldo Beneficio de T. Variedades $120
Don José Manuel Balmaceda $30
Don José R. Echeverría $50
Don Exequiel Balmaceda $10
Don Antonio Bombal $25
Señores Echeverría y Cía $10
Bernardino Segundo Bravo $5
Señores Cerda $20

PRIMERA ELECCION DE OFICIALES

El 16 de Noviembre de 1873 la Quinta elige la primera oficialidad que ha de regirla


durante 1874. Hasta entonces sólo había elegido Director y Capitán.

Los cargos de Secretario y Tesorero continuaban siendo desempeñados en forma


interina por los voluntarios Matte y Guerrero, integrantes de la primera mesa
directiva que presidió Marchant, ahora se llenaría todos los cargos que el
Reglamento determinaba y existía vivo interés en la sala por el resultado de esta
primera elección. Se acordó previamente no someter a votación los cargos de
Director y Capítan y confirmar por aclamación a los señores Urmeneta y Rogers.

Escrutados los votos, se proclamó elegidos como oficiales de la Compañía por lo


que restaba de ese año y por todo el siguiente a los voluntarios señores:

Carlos Rogers Gutiérrez CAPITAN


Gustavo Ried Canciani TENIENTE
Agustín Guerrero Bascuñán AYUDANTE
Adolfo Guerrero Vergara SECRETARIO
Benjamín Dávila Larraín TESORERO
Nicanor Montes Santa María MAQUINISTA 1°
José Alberto Bravo Vizcaya MAQUINISTA 2°
Tomás R. Torres Echevarría SARGENTO 1°
Francisco Rodríguez Cerda SARGENTO DE BOMBA
Fernando Santa María JUNTA DE DISCIPLINA Don Benjamín Dávila Larraín, fundador y primer te-
sorero de la Quinta Compañía.
Fernando Marquez de la Plata JUNTA DE DISCIPLINA En el siglo pasado fue el director que más años des-
Enrique Matte Pérez JUNTA DE DISCIPLINA empeñó el cargo.
Fotografía del cuadro Plaza Ferrand, que la Tercera
J. Alberto Bravo V. JUNTA DE DISCIPLINA Compañía de Valparaíso regaló a la Quinta y que re-
presenta al Sr. Dávila como ViceSuperintendente de
la Institución.
Se acordó nombrar maquinistas con la condición de rendir un exámen de
competencia a los voluntarios José Ramón Echazarreta, Alberto Stuven, Benjamín Hurtado y Neftalí Guerrero.

El 1° de Diciembre de 1873 el Sargento 1° escribe en el Libro de Guardia:

«A las siete y media P.M. en medio de un caluroso entusiasmo, la 5° Compañía sale por primera vez de su Cuartel a un
ejercicio doctrinal a poner de manifiesto el poder de su graciosa Bomba».Agrega que la máquina caldeada a 100 libras
de presión elevó por sus pitones chorros de agua a una altura prodigiosa y que caía como torrente invadiendo la espaciosa
calle (Alameda entre Carmen y San Isidro). Anota que las esperanzas de la Compañía principiaban a realizarse y que un
¡VIVA! Unánime y espontáneo se elevó de entre todos sus miembros.
El mismo oficial escribe, el 4 de Diciembre, que «la campana dió la alarma de incendio, y que un gran número de
compañeros, dejándose arrastrar por su natural entusiasmo, han llegado presurosos al Cuartel, pero no estando aún
reconocidos por el Directorio, todo ofrecimiento es inútil». Anota que en los diarios de ese día se anuncia el reconocimiento
de la Quinta para el próximo Domingo.

Finalmente el 6 de diciembre, a indicación del Director señor Máximo Argüelles, el directorio del Cuerpo, por unanimidad
de votos, acepta la incorporación de la Quinta a la Institución y la cita a un ejercicio general para el Domingo 7 de
Diciembre a las 8 A.M.

En ese ejercicio se efectuó el bautizo de la nueva Compañía y se estableció ese día 7 de Diciembre de 1873 como fecha
de su fundación.

Se estableció también que se consideraría Fundadores de la Quinta sólo a quienes se encontraban en sus filas al 7 de
Diciembre.

Se abre un Registro de Voluntarios en el que se inscribe a todos los fundadores con la misma antigüedad, o sea como si
todos hubiesen llegado a la Quinta ese día 7 de Diciembre de 1873. Se omiten los nombres de aquellos que se alejaron
de las filas antes del reconocimiento oficial y se encabeza la lista de acuerdo a la importancia de los cargos designados
en la elección del 16 de Noviembre.

Según este procedimiento se calificaron como fundadores de la Compañía a 31 voluntarios y un guía.

La lista de sus nombres, número del Registro de Compañía, fecha hasta la que sirvieron a la Quinta y causa que puso
término a sus servicios es la siguiente:

1. Jerónimo Urmeneta García Falleció el 24-08-1881


2. Carlos Rogers Gutiérrez Falleció el 15-09-1920
3. Gustavo Ried Canciani Renunció el 11-02-1926
4. Agustín Guerrero Bascuñán Renunció el 06-08-1880
5. Tomás R. Torres Echeverría Falleció el 22-05-1888
6. Francisco H. Rodríguez Cerda Falleció el 26-04-1937
7. Eugenio R. Peña Vicuña Falleció el 16-11-1884
8. Adolfo Guerrero Vergara Renunció el 19-03-1876
9. Benjamín Dávila Larrarín Falleció el 25-05-1899
10. Nicanor Montes Santa María Falleció el 17-04-1907
11. Agustín Arrieta Cañas Renunció el 15-06-1876
12. Neftalí Guerrero Larraín Renunció el 22-12-1875
13. Ismael Valdés Vergara Falleció el 24-11-1916
14. José Ramón Echazarreta Aristía Renunció el 08-11-1874
15. Francisco Valdés Vergara Renunció el 09-12-1879
16. Miguel Eyzaguirre Cavareda Renunció el 12-12-1874
17. Daniel Carrasco Albano Renunció el 08-08-1874
18. Daniel Garín Garín Renunció el 21-08-1878
19. Alberto Gormáz Araos Renunció el 30-11-1874
20. Darío Zañartu del Río Renunció el 06-01-1876
21. José Alberto Bravo Vizcaya Falleció el 18-01-1942
22. Alberto Stuven Olmos de Aguilera Renunció el 18-04-1876
23. Benjamín Hurtado Latorre Renunció el 29-08-1878
24. Alberto Valdés Vergara Renunció el 20-03-1878
25. Guillermo Swinburn Kirk Falleció el 22-05-1926
26. Fernando Santa María M. De la Plata Falleció el 08-06-1875
27. Fernado Márquez de la Plata Renunció el 09-05-1881
28. Manuel Möller Serrano Separado el 06-09-1875
29. Carlos Mac Clure Aldunate Renunció el 08-03-1876
30. Enrique Matte Pérez Renunció el 19-03-1876
31. Ruperto Marchant Pereira Renunció el 21-04-1876
32. Enrique Amunátegui Reyes Separado el 20-07-1875
Los Fundadores quedaron inscritos en el Registro General del Cuerpo con el N° 2-976 y siguientes. Correspondió ese
número a don Gerónimo Urmeneta, N° 1 del Registro particular de la Compañía.

El N°32 de la Quinta no fue incrito en el Registro general por no cumplir con los requisitos de edad exigidos en el
reglamento. El fue el joven Enrique Amunátegui, a quién se admitió en la Quinta en calidad de Guía. Las funciones del
Guía eran de muy poca importancia y de ningún peligro. Se creó ese cargo a fin de dar cabida a jóvenes menores de
edad y prepararlos como futuros voluntarios. Debían ser autorizados por sus padres, y de esta especie de escuela
bomberil salieron algunos valiosos elementos para la Compañía. Sin embargo, las molestias que causaron a los organismos
disciplinarios fueron muchas. Cometían faltas explicables por su corta edad pero incompatibles con la estricta disciplina
de la institución.

El Guía Amunátegui fue separado de las filas por resolución de la Junta de Disciplina, por haber causado un pintoresco
incidente que interrumpió una función de gala en el Teatro Municipal. Los atenuantes de su falta eran muchos: el ímpetu
de su edad, el irresistible atractivo de una dama. Etc. Etc,. Pero tuvo un agravante que no perdonó la Junta: iba vestido
con la verda casaca quintina, y seis votos contra cinco privaron para siempre al Guía Amunátegu idel uso de sus
distintivos bomberiles.

Años más tarde su suprimió el cargo de Guía a raíz de un reclamo del Rector del Instituto Nacional en que pedía, como
buen vecino del Cuartel, se prohibiera al Guía señor Toro concurrir a clases vestido de bombero porque causaba general
algazara en el alumnado.

Sin quererlo este guía, que sólo pretendía impresionar a sus condiscípulos con su atuendo bomberil, fue un eficaz
propagandista de la Bomba ya que muchos de sus compañeros golpearon las puertas del Cuartel ofreciendo sus servicios.

De la nómina de fundadores sólo once sirvieron a la Quinta hasta el día de su muerte. A ellos se les recuerda
permanentemente pasando lista a sus nombres en los actos de servicio. El resto renunció por no poder cumplir con las
disposiciones del muy estricto reglamento de ellos mismo redactaron, pues hasta no reunir los requisitos de antigüedad
y porcentaje de asistencia a los actos del servicio, necesarios para obtener la calidad de voluntarios honorarios, estaban
expuestos a ser separados por los organismos disciplinarios y la presentación de una oportuna renuncia los liberaba de
ser juzgados y separados.

Si los voluntarios solicitaban licencias o permisos, sabian de antemano que el Reglamento no permitía a los Oficiales
concederlos por plazos largos. Un viaje, una enfermedad, un traslado de actividades fuera de la ciudad, equivalían o a
una renuncia, o a una separación. Contra esta rígida disposición reglamentaria se rebeló uno de los Fundadores, don
Benjamín Dávila Larraín quien había servido ya cinco años a la Compañía en la forma más eficiente y ejemplar. Antes de
alejarse de la ciudad presentó la siguiente petición:

«Santiago, diciembre 8 de 1878

Señor Director:

«Imperiosas circunstancias me obligan a alejarme de Santiago por tres años i me colocan en la dura necesidad de
abandonar a mis compañeros de la Quinta Compañía de bomberos. Sin embargo, antes de presentarles mi renuncia i de
abandonar así definitivamente mi puesto, camino que sin duda sería el más conforme con el espíritu de estricta disciplina
que siempre he practicado, me ha parecido que tenía derecho para solicitar por una vez, que es la primera, i espero sea
la última, la indulgencia de mis compañeros, suplicándoles que no hagan borrar mi nombre de las listas i que me
autoricen por tres años para asistir tan sólo en las raras ocasiones en que pueda venir a Santiago, adjunto a la presente
i como título para el servicio que solicito la hoja de servicios que acredita que he sido cinco años, constante i fiel servidor
de la Compañía.

Esperando de Ud., señor Director i de los demás voluntarios que den cabida a mi solicitud me suscribo de Ud. S.S.

Benjamín Dávila Larraín


La hoja de servicio del Fundador Benjamín Dávila Larraín, quien tan elocuente petición hacía, firmada por el ayudante
Ignacio Santa María y fechada el 6 de diciembre de 1878, certifica que ha desempeñado los cargos de Tesorero, Secretario,
Teniente 1° y Maquinista 1° y que desde la fundación de la Quinta ha faltado solamente a cinco actos de servicios según
el siguiente detalle:
El año 1873 hubo 8 actos de servicio y faltó a 0
El año 1874 hubo 51actos de servicio y faltó a 0
El año 1875 hubo 52actos de servicio y faltó a 4
El año 1876 hubo 49 actos de servicio y faltó a 0
El año 1877 hubo 49 actos de servicio y faltó a 0
El año 1878 hubo 41actos de servicio y faltó a 1

Este cuadro nuestra a Benjamín Dávila tal como él se califica, como un «constante y fiel servidor de la Quinta».

En cinco años sólo falta al dos por ciento de los incendios, ejercicios, reuniones, funerales y otros actos obligatorios.

Sus contemporáneos lo describieron como un joven casi un niño, de enciclopédica cultura, distinguido estudiante de
medicina y leyes, periodista en toda campaña de bien público, que en vez de entregarse al reposo después de cada
jornada de estudio o trabajo corría a transmitir sus conocimientos a los obreros como profesor de la escuela nocturna
Benjamín Franklin. Con sus juveniles y románticas inquietudes llenó muchas páginas escritas bajo el pseudónimo literario
de Juan de Billa.

Felizmente para la Quinta, en la Junta de Oficiales en que se trató su petición de permiso hubo una mayoría favorable
que le permitó continuar sirviendo a la Compañía hasta su muerte. El señor Dávila prestó después servicios tan importantes
a la Quinta y a toda la Institución que la magnitud de ellos opacó la excelencia del trabajo de sus años mozos.

Otros de los Fundadores renunciaron a las filas de la Compañía por motivos de salud.

Si nos remontamos a esa época, en que el promedio de vida era tanto más corto que ahora debido a las enfermedades,
muchas de las cuales no tenían remedio, comprenderemos el sacrificio que les imponía el trabajo bomberil. Por su
educación universitaria estos jóvenes estaban conscientes de los peligros que los acechaban por el contacto contínuo
con las aguas servidas que generalmente se empleaban en la extinción de los incendios. Habían transcurrido muchísimos
años desde que los santiaguinos dejaron de concurrir a la botica de los jesuítas a sanar sus males con uña de la gran
bestia, enjundia de cóndor, unicornio verdadero o bálsamo de calabazas, pero aún la medicina estaba en pañales. Los
médicos debían luchar con la ingnorancia de la población. Cuenta uno de ellos en la década del setenta:» Costó mucho
convencer a la gente de la existencia de los microbios y como no los veían y nosotros los jóvenes los presentíamos en
todas partes nos creían alucinados». En una caricatura de la época apararece el doctor Puelma matando microbios con
una escopeta.

El peligro de contagio disminuyó con la instalación de mayor número de grifos en el sector Sur y con el reemplazo de las
acequias que corrían a tajo abierto por las redes del alcantarillado.

En el libro de actas de sesiones de la Quinta aparece el siguiente acuerdo del 30 de julio de 1872: «Enviar a los
abnegados voluntarios que prestan sus servicios en los lazaretos en calidad de practicantes de medicina una nota de
simpatía i admiración».

2ª ELECCION DE OFICIALES

El entusiasmo e interés de los voluntarios por destacarse en el servicio de la Compañía influyó poderosamente en el
resultado de las elecciones de Oficiales. Estas fueron todas muy reñidas en los primeros años, pero siempre se respetó
y acató la autoridad de los elegidos.

Salvo el Director y Capitán, que se nombraban por aclamación unánime, los demás cargos eran designados en votaciones
muy estrechas.

En 1875 en el puesto de Teniente, que sigue en importancia a los nombrados, se eligió a Ruperto Marchant por sólo un
voto de mayoría sobre Gustavo Ried. El cargo de ayudante lo obtuvo don Guillermo Swinburn en segunda votación y por
nada más que un voto sobre don Vicente Rogers.

También en segunda votación resultó elegido Secretario don Enrique Matte, y por votaciones menos arduas tesorero
don Alberto Valdés; Sargento 1° don Fernando Márquez de la Plata, Sargento 2° don Enrique Rodríguez Cerda, y
Sargento 3° don Antonio Espiñeira.
La mejor votación fue la de don José Alberto Bravo como maquinista, en la que obtuvo 31 votos contra apenas uno de
don Nicanor Montes.
Para miembros de la junta de disciplina la Compañía votó dispersamente por 13 voluntarios; los que resultaron elejidos
fueron:

Don Gustavo Ried Canciani


Don Francisco Rodríguez Cerda
Don Benjamín Dávila Larraín
Don Joaquín Lira Errázuriz y
Don Adolfo Guerrero Vergara

LA DISCIPLINA

Entre los voluntarios existía una gran amistad e incluso muchos de ellos estaban ligados por estrechos lazos de parentesco.
En los actos de servicio, sin embargo, regía la más estricta disciplina.

Los oficiales y la Junta de Disciplina aplicaban penas que iban desde la simple amonestación y multas hasta la expulsión.
Las primeras multas de que hay constancia se le cobraron a los fundadores Bravo y Stuven. Tres pesos y dos pesos
respectivamente, les costó una pequeña demora en regresar a las filas el día de la inauguración del monumento que se
levantó en el sitio en que estuvo, diez años antes, el incendiado Templo de la Compañía.

El voluntario Salinas debió presentar su renuncia ya que fue acusado de no concurrir a un incendio y continuar en el
Parque Cousiño dando vueltas en su coche de paseo sabiendo que la Quinta se encontraba trabajando en el sitio
amagado.

En 1877 se expulsó por primera vez a un voluntario. Fue afectado por esta máxima pena don Joaquín Lira Errázuriz,
quién había servido irreprochablemente y se había desempeñado como miembro de la Junta de Disciplina y como
Oficial. Su falta fue no obedecer al Teniente 2° Enrique Rodríguez, quién le ordenó desaguar una manguera al término de
un incendio.

El 31 de diciembre de 1873 ingresaron a la Quinta los señores Enrique Rodríguez Cerda y el diplomático inglés Milner
Granville. Este es el primer quintino de nacionalidad extranjera y sus títulos nobiliarios se prestaron a más de una broma
entre sus jóvenes compañeros.

Quedaron incritos en el Registro de Voluntarios con los números 33 y 34 respectivamente, y a pesar de que ingresaron
solo pocos días después de la fecha oficial de la Fundación no se les consideró como Fundadores.

Esta es la nómina de voluntarios que se incorporan durante los siguientes cinco años.

35. Domingo Santa María Márquez de la Plata 07 abril 1874


36. Vicente Rogers Gutiérrez 20 junio 1874
37. Joaquín Lira Errázuriz 20 junio 1874
38. Mariano Guerrero Bascuñán 20 junio 1874
39. Alberto Márquez de la Plata Solar 20 junio 1874
40. Manuel F. Dávila 20 junio 1874
41. Antonio Espiñeira 20 junio 1874
42. Carlos Solar Aldunate 02 julio 1874
43. Florencio Echeverría 16 octubre 1874
44. Rodolfo Salinas 21 abril 1875
45. Rafael Minvielle Uriarte 18 julio 1875
46. Miguel H. Gatica 18 julio 1875
47. Eugenio Infante Costa 18 julio 1875
48. Alberto Montt Montt 16 octubre 1875
49. Ignacio Santa María Márquez de la Plata 01 diciembre1875
50. Domingo Arteaga Alemparte 01 diciembre 1875
51. Benjamín Salas 06 enero 1876
52. Godofredo Holtzapfel (alemán) 06 enero 1876
53. Arturo Stuven Olmos de Aguilera 06 enero 1876
54. Tomás Mouat Smith 06 enero 1876
55. Enrique Scott Stokes (británico) 06 enero 1876
56. Victor Rodríguez 06 enero 1876
57. Manuel Avalos Prado 21 abril 1876
58. Martiniano Santa María Capetillo 21 mayo 1876
59. Luis Noguera 21 mayo 1876
60. Arístides Pinto Concha 21 mayo 1876
61. Alejandro Cerda Cerda 19 octubre 1876
62. Manuel Ismael López Pérez 19 octubre 1876
63. Julio Oldach (alemán) 19 octubre 1876
64. Waldo Silva Palma 06 enero 1877
65. Félix Pérez Eastman 16 abril 1877
66. David Edwards Argandoña 10 junio 1877
67. Carlos García Ledezma 10 junio 1877
68. Rolando Solar Echeverría 13 septiembre 1877
69. Víctor Körner Andwanter 13 octubre 1877
70. Patricio Huidobro Huidobro 08 diciembre 1877
71. Armando Pesse 08 octubre 1878
72. Fernando Tupper 18 noviembre 1878
73. Claudio Vila Magallanes 05 diciembre 1878
74. Roberto Prado 25 diciembre 1878
75. Rafael Pacheco 25 diciembre 1878

Anotaciones en el libro de guardia


Los datos que hoy se registran en los libros de guardia, tan concisos y sujetos a pautas, eran en los primeros años
bastante libres y muchas veces los oficiales los redactaban en forma pintoresca.

DIARIO DE OFICIALES

El 28 de febrero de 1874 anota Eugenio R. Peña Vicuña:

«Cuando fuimos a bañar los caballos al rio uno de ellos se arrancó i fue tomado por la policía i conducido a San Pablo.
El honor de la Compañía estaba en peligro al tener en San Pablo a uno de sus más asistentes miembros, pero por
fortuna todo ha quedado oculto. La gran fortuna que en este tiempo no hai mucha gente en Santiago, que de lo contrario
el caballo habría sufrido una vergüenza atroz, sin embargo todavía está colorado de vergüenza».

El 17 de marzo de 1874 anotará Tomás Torres Echavarría: «a las 5 ¾ am nuestros compañeros fueron sorprendidos en
su sueño por el lúgubre tañido de la campana de incendios... una serie de piezas de habitación situadas ocho cuadras
para afuera de la calle Vieja de San Diego, presa de las llamas, motivaba la alarma; pero mediante el oportuno auxilio
prestado por la Bomba el enemigo fue derrotado en pocos instantes».

Tres días después el mismo Oficial escribe:

«Haciendo uso de mis atribuciones como oficial y de mi deber como médico, he dado orden al cuartelero para que se
recoja a la cama, a fin de curar en ella un fuerte resfrío con principio de pulmonía que contrajo prestando sus servicios
en el último incendio. Le he administrado algunos medicamentos i espero que mañana se sienta mejor».

El 4 de abril de 1874 el Oficial de Guardia Eugenio R. Peña consigna que «a las 2 ½ de la mañana las llamas habían
elegido por hogar la tienda del italiano Silvani en la calle Vieja de San Diego esquina de la acequia grande. La Quinta
salió y llegó con suma prontitud y dio agua sin interrupción hasta las 6 ½ «.
Al día siguiente el mismo anota: «a las 3 ½ de la tarde la campana nos llama a la calle Nueva de San Diego a media
cuadra de las Mena. La Quinta como de costumbre en cuanto a ligereza y trabajo. La asistencia buena. ¡Qué bien se
porta San Diego con la Bomba, sus dos calles las ha entregado al fuego! ¡Viva San Diego! Todo el material está ya de
nuevo listo a servir a otro Santo».
El Domingo 31 de mayo de 1874 llovía torrencialmente y concurrieron pocos voluntarios al ejercicio fijado para el día. El
oficial Francisco Rodríguez Cerda anotó en el libro los nombres de los asistentes para señalar la vergüenza de los que
no asistieron «temiendo indudablemente tomar algún constipado o pulmonía».

El mismo oficial anota al final de la relación del incendio del 9 de agosto a las 4 A.M. en el mercado de San Pablo que se
deterioró una rueda de la Bomba por la mucha ligereza con que se traslada siempre al sitio amagado, y agrega: «mira
Bomba que un adagio dice: Anda despacio que andas de prisa».

De un incendio de ranchos en la calle Coquimbo se dice que «nuestra Bomba, venciendo cual ninguna otra los grandes obstáculos
que a cada instante nos ofrecían los inmensos lodazales del camino llegó con admirable prontitud al foco de la hoguera».

El 7 de diciembre de ese mismo año la Bomba regresa de un incendio a la 1 3|4 AM y en la oscuridad «se metio en una
zanja del adoquinado cayendo a un hoyo y hubo de quitársele los caballos para poder sacarla. La bomba nada sufrió».

Ese día era el primer aniversario de la Compañía y los voluntarios ofrecieron un banquete al Director y al Capitán. El
oficial de Guardia Agustín Guerrero Bascuñan anota en el libro :»Creo excusado i más que eso superior a mis fuerzas,
hacer una descripción de tan hermosa fiesta. Me atengo a los recuerdos que cada cual conservará de ella».

En 1875, 6 de enero, el Teniente Ruperto Marchant. Pereira anota que los voluntarios acudieron con prontitud al incendio
que hubo en el barrio del arenal a pesar del excesivo calor de 36° a la sombra.

Al día siguiente el Ayudante Guillermo J. Swinburn relata un incidente en que intervino el perro regalón de la Compañía.
Textualmente dice: «Hoi entró un individuo al cuartel a robarse uno de los baldes colocados al frente de la Bomba;
afortunadamente se encontraba en la puerta del Cuartel nuestro leal i nunca bien ponderado amigo el Choco, quién impidió la
salida del ratero i dio tiempo para que llegase el cuartelero i le arrimase una buena guanta i en seguida lo mandase preso
¡Honor al Choco!.

El mismo ayudante deja constancia que a un incendio en la calle Merced tuvieron que llevar la bomba a pulso y anota que
como no es una pluma es inútil decir que no se anduvo con la acostumbrada celeridad.

Figuran en el libro algunas relaciones de incendios sumamente detalladas. Copio algo del incendio del 28 de enero de
1875 en calle Catedral, escrito por Agustín Guerrero:

«La casa incendiada pertenecía a don Diego Formas i había en ella una gran mueblería, una sastrería, la adminstración
del Estanco del Sur i un almacén de pianos. Cuatro de las casas adyacentes habían sido invadidas por el voraz elemento,
entre ellas la hermosa propiedad de don Diego Barros Arana, recién concluída i que alcanzó a quemarse un poco.

A ésta se dirigieron todos nuestros esfuerzos. La colocación de las Compañías era la siguiente: la Segunda armó en la
calle del Puente. La Primera armó sus dos bombas: la de vapor en la Plaza de Armas, frente a la Intendencia, para
colocarse en la calle del Puente, casa de las señoras Alcérrecas; i la de palanca en la Plaza de O´Higgins.

La Tercera armó con agua potable en la calle de la Catedral i atacó el fuego por el costado poniente situándose en el primer
patio de la casa de Monseñor Eyzaguirre. La Cuarta se colocó en la Plaza de O´Higgins atacando el fuego de frente.

La nuestra en la Plaza de Armas dirigió sus fuerzas al centro i principalmente al costado Oriente sobre la casa del señor Barros
Arana que nos cupo la satisfacción de salvar cuando ya las llamas la invadían. Nuestro trabajo fue bastante pesado.

Fuimos los terceros en llegar y dimos agua segundos. Las Compañías de Hachas no tuvieron mucho que destruir pero
en cambio nos auxiliaron bastante.

A pesar de decretos y ordenanzas la Inspección de Policía suspendió el agua de las acequias precisamente indispensables
esa noche, de la calle de las Rosas a la de Huérfanos, sin dar aviso a la Secretaría General» etc.

Antonio Espiñeira escribe el 14 de marzo «que los incendios se han conjurado por su repetición contra los infelices
bomberos i hoy de nuevo el personal del Cuerpo de Bomberos era despertado parte por la campana del Cuartel Central,
parte por las Bombas que metían un ruido infernal y parte por los pitos de los pacos.

En la Alameda de Matucana se quemaba la casa de los Puerta de Vera de la cual quedaron las paredes».
EL ESTANDARTE SE ENLUTA POR PRIMERA VEZ

La Quinta era una Compañía joven su fecha de nacimiento es el 7 de diciembre de 1873.

Sus fundadores fueron también jóvenes, extremadamente jóvenes. Exceptuando el Director y Capitán eran todos solteros,
unos pocos bordeaban los 25 años, la mayoría cumplía apenas la edad mínima reglamentaria para ser bombero, que
entonces era de 19 años. Nadie podía imaginar que uno de ellos sería borrado de la lista como voluntario activo a temprana
edad por causa de fallecimiento.

Este triste suceso, trágico e impresionante por las circunstancias que lo rodearon, ocurrió el 8 de junio de 1875, día que
don Fernando Santa María Márquez de la Plata abandonó este mundo.

Tenía 22 años, era el hijo predilecto de don Domingo Santa María González, su secretario privado y jefe de sus violentas
campañas. A pesar de su juventud era un abogado brillante, dirigía un periódico y una escuela nocturna. En esos días se
iba a promulgar el Código Penal y luchó ardorosamente por abolir en Chile la pena de muerte. La original defensa judicial
que hizo de un condenado a la pena capital fue vigorosamente criticada, pero sus fundamentos eran los mismos que han
movido a naciones de legislación avanzada a eliminar ese castigo, muchos años después. Atribuía a la extrema ignorancia
de los delincuentes la mayoría de sus delitos.

Fernando Santa María, fundador Nº26 de la Quinta, incorporó a ella a su hermano Domingo Víctor, cuyo ejemplo fue
pronto seguido por don Ignacio, hermano menor de ellos.

En la primera oficialidad de la Compañía fue elegido Fernando miembro de la Junta de Disciplina y durante todo el
tiempo que duró su breve permanencia en la Quinta la sirvió con dedicación y eficiencia.

Sus compañeros se hicieron cargo del sepelio autorizando al Tesorero para costear los gastos. Se adornó apropiadamente el gallo
de cuatro ruedas en que transportaban las mangueras y sobre él se colocó el ataúd, arrastrándolo a pulso hasta el cementerio.

La siguiente carta de su padre revela el afecto de la familia Santa María por la Quinta Compañía de Bomberos. Miembros
de esa familia la han servido ejemplarmente a través de un siglo.

Señor: «Santiago, junio 26 de 1875

Si puede ser un consuelo para mi el acuerdo celebrado por los oficiales de la 5ª Compañía de Bomberos y el sentido
pésame que a nombre de ellos y personalmente me da Ud. en su respetable nota del 22 del presente mes, con motivo
del fallecimiento de mi hijo Fernando, puedo también asegurar a Ud que un testimonio de esta naturaleza, que recibo con
tanto respeto como cordial agradecimiento, me hace derramar mayores y más copiosas lágrimas. El me demuestra que
mi hijo, que a la temprana edad de veintidos años había sabido conquistarse la estimación y el cariño de sus esforzados
y honorables compañeros, era con razón para mí una risueña esperanza.

Si, cuando la campana de alarma anunciaba el peligro en que estaban una propiedad y una familia, mi hijo corría
presuroso a tomar su puesto, contribuía mucho a despertar su entusiasmo, puedo asegurarle a Ud., el noble y admirable
ejemplo que recibía de su digno Director y de sus abnegados compañeros.

Mi agradecimiento por la honrosa manifestación de que ha sido objeto mi hijo es profundo y sincero. Ruego a Ud., que
al aceptarlo por su parte, se digne también expresarlo a mi nombre a los señores oficiales de la 5ª Compañía de
Bomberos.

De Ud., atento seguro servidor.


Domingo Santa María

Don Domingo Santa María fue presidente de Chile en los años 1881 a 1886 y recibió un apoyo permanente del grupo de
ciudadanos que sirvió en las filas de la Quinta Compañía, reducidos en número, pero cuya influencia alcanzó los más
diferentes campos. Basta recordar que en el gobierno de Santa María en el Parlamento se escuchaban las opiniones de
una docena de diputados quintinos:

Los Fundadores:
Benjamín Dávila Larraín
Tomás R.Torres Echavarría
Adolfo Guerrero Bascuñán
Fernando Márquez de la Plata Solar
Nicanor Montes Santa María
Carlos Rogers Gutiérrez
Francisco Valdés Vergara

y los voluntarios.
Santiago Aldunate Bascuñán
Mariano Guerrero Bascuñán
Victor Körner Andwanter

y los hijos del Presidente Don Ignacio y Don Domingo Victor. En la Sala de Sesiones
del Cuartel se conserva un retrato del fundador don Fernando Santa María donado
por sus alumnos de la Escuela Nocturna de Artesanos de la que fue profesor y Director.

El jueves 10 de junio 1875 Enrique Rodríguez anota:

«Hoy conducimos al Cementerio los restos del que fue compañero y fundador de
nuestra Compañía señor don Fernando Santa María.

El carro no fue otro que el mismo gallo adornado lujosamente, llevando en la delantera
el uniforme del abnegado i entusiasta compañero.

Luego que llegamos al cementerio i concluídas las ceremonias, al depositar el cadáver


en el sepulcro, tomaron la palabra los señores Ruperto Marchant a nombre de nuestra
Compañía, Eduardo de la Barra, a nombre de la Escuela Nocturna de Artesanos, de la
que señor Santa María era su Director i uno de sus más abnegados profesores, también
usaron de la palabra varios otros señores que al presente no recuerdo.

Después de depositado el cadáver trajimos arrastrando nuesto gallo como lo


habíamos llevado. Don Carlos Rogers Gutierrez, fundador y primer
Capitán de la Quinta Compañía, retratado con el
uniforme de Comandante del Cuerpo de Bombe-
A la hora que esto escribo todo está listo i esperando el fuego. ros Armados, durante la Guerra del Pacífico.

DON RUPERTO MARCHANT PEREIRA

Fue elegido por los Fundadores para que guiara sus primeros pasos. Lo hizo con inteligencia y modestia y cumplió con
todas las tareas que se le encomendaron.

El 7 de diciembre de 1873 termina la jornada de año y medio de trabajos previos a la Fundación , y el proyecto se
convierte en realidad. En esa fecha, en que los Fundadores ven coronados por el éxito sus esfuerzos y desvelos,
Ruperto Marchant se encuentra enfermo fuera de la ciudad. Mediante cartas consigue que sus compañeros no lo borren
de la lista de Fundadores. Se le asigna el último lugar. Con su salud restablecida vuelve a la Quinta y reclama para sí el
puesto de trabajo que por sus antiguos méritos dice corresponderle. Es elegido Teniente y al año siguiente un grupo de
voluntarios trata de ascenderlo a Capitán en reemplazo de don Carlos Rogers, quien había pasado a comandar la
Institución.

Sin embargo, los partidarios de don Ruperto deben conformarse con elegirlo Miembro de la Junta de Disciplina porque
don Gustavo Ried, en reñida elección, le ganó la capitanía por 5 votos de ventaja.

Esas funciones y las propias de un activo bombero desempeñaba el Sr. Marchant cuando resolvió dedicarse por entero
al Sacerdocio. Es de imaginar la sorpresa con que sus compañeros lo vieron cambiar su verde casaca, sus botas
granaderas, y su casco quintino, por la negra sotana del seminarista.

La mayoría de ellos eran verdaderos adalides en las apasionantes luchas religiosas que dividían las opiniones bajo el
gobierno de Federico Errázuriz Zañartu. Este gobernante, a pesar de haber sido elegido por la fusión liberal-conservadora
propició la separación de la Iglesia del Estado y las leyes laicas y suprimió el fuero eclesiástico. El Arzobispo Valdivieso,
explicando la cambiante posición del Presidente , dijo que no le extrañaba porque desde chiquillo había sido muy cubiletero.
Esas componendas políticas en vez de apaciguar los ánimos los exaltaban grandemente.

Sin embargo, la amistad de los quintinos con el Fundador que presidió sus primeras reuniones nunca se empañó y
aunque la mayoría era poco aficionada a ir a la Iglesia, todos concurrieron de uniforme al nuevo templo de los Jesuitas
el día en que su ex compañero cantó la primera misa.

Esta ceremonia se celebró el 8 de diciembre de 1877 y admira la rapidez con que don Ruperto Marchant fue autorizado
a decir misa, ya que hacía apenas poco más de un año había enviado la siguiente nota renunciando a la Bomba:

«Al Sr. Don Gustavo Ried, Capitán de la 5ªCompañía de Bomberos Santiago, abril 19 de 1876

Capitán:

Llamado por Dios a enrolarme en el Cuerpo de voluntarios encargados de la especial custodia i sostén de su Iglesia,
tengo que separarme de la Compañía que tan simpática i querida me ha sido.

Un apretón de manos a cada uno de mis compañeros i amigos, que cuenten siempre, ya que no con mis servicios, al
menos con la sincera amistad del que desde ahora se ofrece por su mui A. I Ss. i Capellán.

Ruperto Marchant Pereira»

Nunca se alejó espiritualmente de la Bomba. Así lo prueban la siguiente carta y los relatos de sus devotos seguidores
que han deseado elevarlo a los altares. Esta carta va dirigida a don Gustavo Ried, su gran amigo, el mismo que le
disputó el honor de ser el segundo Capitán de la Quinta:

«Querido Gustavo:

No pudiendo acompañar en sus heroicos combates a los abnegados bomberos, me contento ahora en aplaudir y gozar
con sus glorias. Por los informes que he recibido, informes que, créanme ustedes, los busco y rebusco cada vez que,
desde mi apartado rincón, oigo la campana de alarma he sabido que la 5ª Compañía se portó brillantemente en la
jornada del 18, trabajando con entusiasmo y arrojo durante más de diez horas. ¡Honor a todos esos queridos amigos y
compañeros míos! ¡Honor a sus dignos oficiales, como también y muy especialmente al que es ahora nuestro
Comandante! Salúdelos a todos, y dígales que reciban mis más cordiales parabienes y felicitaciones.

Lo abraza su amigo y compañero


Ruperto Marchant Pereira».

Era ya profesor del Seminario cuando estalló la Guerra del Pacífico, y se ofreció al gobierno gratuitamente como Capellán
del Ejército. Parte entre los primeros a reunirse a las tropas chilenas que acaban de ocupar Antofagasta. El mismo relata
con viveza los episodios de su vida de Capellán en Pisagua, Dolores, Tarapacá, Moquegua y Tacna. Jornadas a pie de
cincuenta leguas, bebiendo sólo agua resacada, recogiendo y asistiendo heridos y levantando la moral a jefes y soldados
con su palabra inflamada de fe y patriotismo. Mira también como a un hermano al soldado enemigo que va a morir y asiste
en el trance decisivo con igual piedad a chilenos y peruanos. Solía enterrarlos juntos diciendo: «para que siquiera en la
muerte estén juntos y en paz, los que en la batalla se atacaron y pelearon como leones».

Tenía clavada en el corazón la pérdida de la bandera de su Regimiento 2° de Línea, diezmado en Caracoles. Esa
bandera, teñida por la sangre de sus defensores y acribillada por las balas enemigas, fue milagrosamente recuperada
por él y entregada al Comandante en Jefe en un día inolvidable.

Su larga existencia estuvo dedicada al servicio de sus semejantes. Fundó el Patronato, obra social que ayudó a miles de
seres modestos, y piedra a piedra levantó un templo que dedicó a una Santa, joven romana mártir del tiempo de los
Césares y las Catacumbas, que él idealizó y veneró despertando entre sus contemporáneos la preocupación por las cosas
espirituales, el Templo de Santa Filomena fue el Centro de reunión de los ex combatientes de la Guerra del Pacífico porque,
como decía el General Baquedano, era Marchant el único que después de algunos años recordaba las glorias de la Patria.

Ya octogenario y próximo a su fin se retiró a vivir a Quintero donde los pescadores lo tuvieron por su bien amado Guía
Espiritual. Allí ocurrió una escena digna de recordarse:
Una mañana el viejo Capellán ve que el Latorre ha fondeado cerca de la playa y quiso rendirle su homenaje de soldado
izando por su mano la bandera chilena en una alta roca. Ante la sorpresa del pueblo el Comandante de la nave contestó
el saludo del anciano con una salva mayor de veintiún cañonazos.

Falleció a los 89 años en 1934 y los veteranos del 79 sobrevivientes costearon en gran parte, con sus exiguas pensiones,
un monumento en su memoria. El día de su inauguración asistieron en número de trescientos con jefes y oficiales del
Ejército, Ministros de Estado y una gran multitud que no cupo en la Iglesia.

Los voluntarios de la Quinta escucharon ese dia la oración fúnebre que pronunció Monseñor Carlos Casanueva que
principió diciendo: «Era verdaderamente el Sacerdote de Dios Altísimo» y explica su vocación sacerdotal en esta palabras:
«Llamado por Dios del mundo, en que brillaba por la nobleza de su nacimiento, por la extraordinaria simpatía de su
carácter, por el brillo de su ingenio y de su pluma, querido con pasión por los amigos, admirado por heroicas proezas de
valor como bombero en que su arrojo varias veces lo llevó a exponer gravísimamente la vida, después de una lucha
interior y prolongada, en la que Dios triunfó al fin en él, se rinde a la Divina Voluntad...»

En el monumento en piedra, en que la escultora Blanca Merino lo representó en su porte natural, está grabado en bronce
el agradecimiento imperecedero de la Quinta Compañía de Bomberos.

DON CARLOS ROGERS GUTIERREZ

Desde los primeros incendios a que concurrió la Quinta quedaron de manifiesto, siendo públicas y notorias, la disciplina
y eficiencia de sus miembros. Este hecho motivó el deseo de todos los voluntarios de las otras Compañías de entregarle
el mando de la Institución al Capitán que había sabido organizar su Compañía en forma tan sobresaliente.

Lo eligen Comandante el 8 de diciembre de 1878, cargo que acepta, renunciando el día 15 del mismo mes a la Capitanía de la Quinta.

En uno de los párrafos de su renuncia dice Rogers: «Asegurándoles sin embargo que aunque en los momentos de
trabajo el puesto de Comandante me privará del gran placer de trabajar en el seno de la Compañía, no por eso dejaré por
un momento de acordarme que siempre tengo la gloria de ser un voluntario de la Quinta».

Nueve años este quintino mandó al Cuerpo de Bomberos en los incendios de Santiago.

Durante la guerra el gobierno lo designó también Comandante del Cuerpo de Bomberos Armados.

En 1882 fue elegido Superintendente en reemplazo de don José Besa de la 1ª Compañía. Fueron ellos los primeros Bomberos
propiamente tales que dirigieron la institución, ya que los señores José Tomás Urmeneta y Antonio Varas, que los habían
precedido, fueron llamados a ejercer la Superintendencia sin ser miembros de ninguna de la Compañías existentes.

En 1887 inicia un segundo período como Superintendente reemplazando a don Enrique Mac Iver de la 2ª Compañía.
Totaliza en ese cargo tres años y siete meses y nueve años en el de Comandante.

La personalidad de Carlos Rogers reunía las diferentes cualidades necesarias para servir idóneamente los dos cargos más elevados
de la Institución. Fué nombrado Director Honorario en 1885 y sirvió al Cuerpo de Bomberos hasta su muerte acaecida en 1920.

Al final de sus días don Carlos Rogers Gutiérrez escribió lo siguiente:

«Ha sido para mi la Quinta Compañía, escuela y hogar. Santa escuela del más puro altruismo y cariñoso hogar que me
ha proporcionado las más grandes satisfacciones de mi vida.

Formé en sus primitivas filas junto con los más queridos compañeros de mi juventud, la he visto más tarde en mi edad
madura surgir noble y generosa y me ha cabido la suerte de contemplar a las nuevas generaciones manteniendo incólume
y acrisolado, el espíritu que animó a los fundadores. Lo que fue esperanza, es ahora la más hermosa de la realidades; la
semilla ha fructificado y es ahora árbol frondoso, y no hay nada más grato para mi alma de antiguo bombero que la satisfacción
de ver tan digno presente que colma, con exceso, las más ambiciosas aspiraciones que pudieran abrigarse para el porvenir».
LOS TRES PRIMEROS DIRECTORES DE LA QUINTA

El honroso cargo de Director no implicaba obligaciones de asistencia a los incendios y ejercicios pero ocasionaba
ineludibles y continuos desembolsos de dinero. Los Directores de todas las Compañías eran personajes de sólida
posición económica y social. Muchas veces acordaron repartirse el déficit de la Institución o absorber personalmente el
de las Compañías que representaban.

Don Jerónimo Urmeneta aceptó ser Director de la Quinta y la representó con singular brillo en el Directorio del Cuerpo.
De su generosidad, a pesar de la modestia con que disimulaba estos actos, quedan muchas huellas en los libros de la
Compañía. Uno de los oficiales de semana anota: «Llegó media tonelada de carbón que regaló el Director». Otro escribe:
«Hoy se probó la magnífica pareja de caballos que regaló el Director», etc. Lo que don Jerónimo se negó a regalar a la
Compañía fue su retrato cuando ésta se lo pidió para colocarlo en la Sala de Sesiones. El había renunciado por motivos
de salud y se iba del país. El ayudante de la Compañía don Guillermo Swinburn, que casó con la hija del Sr. Director,
obtuvo finalmente el solicitado retrato, que aún se conserva en la Sala de Sesiones.

La Quinta aceptó su renuncia de Director en sesión del 16 de octubre de 1875 y le confirió la calidad de voluntario
Honorario de modo que aunque viajara fuera del país no dejaría de pertenecer a la Compañía.

Don Jerónimo Urmeneta García Abello falleció en París el 24 de agosto de 1881.

Para reemplazar al Sr. Urmeneta se acordó que una comisión compuesta por los voluntarios Benjamín Dávila, Adolfo
Guerrero, Gustavo Ried y Tomás Torres y presidida por Carlos Rogers, propusiera a la Compañía un candidato a Director.

La Comisión propuso el nombre de don Domingo Arteaga Alemparte que fue aprobado por unanimidad el 1° de diciembre de 1875.

Notables fueron los hermanos Justo y Domingo Arteaga y en las referencias históricas que de ellos se hace, casi
siempre se habla de los hermanos Arteaga en conjunto.

Siempre concordaron en su línea política, y como periodistas tuvieron un pensamiento coincidente. Con la elección de
don Domingo como Director de la Quinta Compañía coincidieron las actividades de los hermanos una vez más: don
Justo era Director de la Segunda Compañía, y ambos ejercieron sus respectivos cargos hasta 1879, en que la Guerra
absorbió toda su atención.

Su padre, anciano general de 74 años, fue nombrado Comandante en Jefe de las fuerzas terrestres chilenas. Encina dice
en su Historia de Chile que el nombramiento de un comandante en Jefe tan anciano para emprender por tierra la Campaña
del Perú se debió exclusivamente a la poderosa influencia que sus hijos ejercitaban a través de la prensa y el parlamento.

Lo cierto es que ambos hermanos acudieron en apoyo y consejo de su padre y el General, aunque de métodos y
sistemas guerreros muy anticuados, no cometió errores que perjudicaran el resultado de la guerra.

Del anciano general Arteaga cuenta Daniel Riquelme que en 1851 asaltó el Cuartel de Artillería vestido de frac azul y
botones amarillos delante de sus tropas, y dice que «todos lo siguieron por que aquí los rotos para pelear no exigen más
garantía que el que manda vaya adelante...»

Los Directores de la Quinta Urmeneta y Arteaga tuvieron también muchas coincidencias en su vida pública. Ambos fueron
pre-candidatos a la Presidencia de la República en la convención que finalmente proclamó a don José Tomás Urmeneta.

Don Jerónimo Urmeneta fue el primer presidente del Club de la Reforma, cargo que ocupó después don Domingo Arteaga.
Arteaga Alemparte, con su aguda inteligencia y su arrebatadora elocuencia, dirige las sesiones de la Quinta durante 4 años.

Lo sucede desde el 8 de diciembre de 1879 don Natham Miers-Cox Bustillos que dirigió a la Quinta por poco más de dos
años. Con él termina este período de tres Directores que no iniciaron su vida bomberil como simples voluntarios sino que
llegaron de afuera llamados a desempeñar el más alto cargo sólo por sus merecimientos ciudadanos.

Don Natham Miers-Cox Bustillos, más conocido como el senador don Nataniel Cox, fue hijo del médico inglés don
Agustín Nataniel Myers-Cox, a quien O´Higgins le dio carta de ciudadanía en 1819 atendiendo a las pruebas que había
dado de su adhesión a la independencia de América. Este famoso cirujano de paso en Chile, operó con éxito al Marqués
de Villa Palma. Le extrajo un cálculo a la vejiga por vía perineal. Esa operación fue la primera litotomía en Sud América
y los trescientos pesos de honorarios que muy felíz le pagó el Marqués permitieron a don Nataniel comprar una casa en
la calle que hoy lleva su nombre y establecerse definitivamente en Chile. Se casó con doña Javiera Bustillos, hermana
del primer profesor que tuvo la Cátedra de Farmacia en la naciente Escuela de Medicina y de esa unión nació el tercer
Director de la Quinta. Hoy la compañia tiene su cuartel en la misma calle en que formó su hogar el cirujano a quién por
su prestigio todos llamaban simplemente don Nataniel.

DIRECTORES QUINTINOS DEL SIGLO PASADO

Después que Ruperto Marchant entregó la dirección de la Compañía en formación


a Jerónimo Urmeneta, ésta estuvo dirigida por ciudadanos que no habían sido
bomberos. Sin ese requisito, ahora indispensable, durante diez años, dirigieron a la
Quinta los primeros directores señores Urmeneta, Arteaga y Cox.

Cuando se celebraba el décimo aniversario de la fundación de la Compañía se


acordó designar en este cargo sólo a voluntarios que pertenecieran a sus filas.

La nómina de estos directores que tuvo la Quinta en el siglo pasado es la siguiente:

GUSTAVO RIED, en el año 1883 y 1886


BENJAMIN DAVILA, en el año 1884, de 1887 a 1890, 1895 y de 1897 a 1898. Fue
nombrado Director Honorario en 1898 y Vice Superintendente en 1899.
IGNACIO SANTA MARIA, en el año 1893. Fue nombrado Director Honorario en
1893 y Superintendente en 1894 y 1895 y de 1911 a 1913.
NICANOR MONTES, en 1894
CARLOS ROGERS, en 1897. Fue nombrado Director Honorario en 1885. Fue
Comandante de 1876 a 1881, en 1884,1885 y 1888. Fue Superintendente en los
años 1882, 1883 1887 y 1890.
GUILLERMO SWINBURN, 1899.
WALDO SILVA PALMA, en 1900 y 1901.
Don Ismael Valdés Vergara, fundador de la Quinta
Compañía.
Fue Superintendente del Cuerpo de Bomberos de
Santiago desde 1896 a 1907.
Retratado como Capitán de la Quinta en 1880.

CONSTRUCCIÓN DE CABALLERIZAS EN LA ALAMEDA

Como el Cuartel de la Quinta se había edificado entre la Universidad de Chile y la Iglesia de San Diego, cuyos altos
muros lo privaban del sol por el Oriente, las caballerizas resultaron frías y malsanas. Los caballos se enfermaban a
menudo y debían renovarse constantemente, lo que resentía el buen servicio ya que tomaba largo tiempo amaestrarlos
como verdaderos caballos de bomba.

El dicho «salir como caballo de bomba», significaba poco más o menos «salir de estampida».

El caballo bien amaestrado debía colocarse solo bajo el lugar en que colgaban los arneses al sentir la alarma y una vez
en la calle arrastrar con todos sus bríos en dirección al incendio.
Ocurrió que un dueño de empresa de mudanzas compró a la Compañía una pareja de caballos que la Junta de Oficiales
había dado de baja por viejos y sin fuerzas y posteriormente pretendió deshacer el negocio al comprobar que los viejos
percherones recobraban sus bríos y se desbocaban apenas sentían pasar una bomba o escuchaban el tañido de la
«Paila».

Los Quintinos resolvieron dar una solución definitiva a su problema y consiguieron que la Municipalidad en sesión del 27
de Mayo de 1878, con dos votos en contra y en un agitado debate, facultara a la Comisión de Obras Públicas para
conceder permiso para construir un kiosco sobre la acequia que corría al costado sur de la Alameda de las Delicias,
frente a la puerta del Cuartel.

Fue un local espacioso y bien construído este albergue para los caballos que debían arrastrar la bomba, el gallo y el
carro de carbón.
El dinero se reunió gracias a un beneficio musical organizado por don Tomás Torres, quien ofreció su casa para dar el
concierto en que actuaron personalmente algunos voluntarios y amigos de reconocida afición musical.

Hubo años en que a la Quinta le sobraron los caballos y los tuvo muy hermosos. Magníficas fueron las parejas regaladas
por Jerónimo Urmeneta, Diego Ovalle, Benjamín Dávila y Domingo Toro.

En tiempos en que un buen caballo se compraba en cincuenta pesos se autorizó al Tesorero a pagar trescientos por dos
yeguas percheronas. Ese sacrificio económico era mínimo comparado con la satisfacción que sentían los quintinos al
ver a su bomba América puntear en las estrepitosas y humeantes carreras al incendio.

Pero no siempre las caballerizas de la Alameda estuvieron con su dotación equina completa, y la pobreza y crisis
anteriores a la Guerra del 79 también repercutieron en el Cuartel. La fuerza humana de sus voluntarios debió suplir la
carencia de caballos. Los escasos y agotados percherones debían mandarse a potrero aprovechando los meses de
Marzo y Abril, en que la mayoría de los estudiantes regresaban de sus vacaciones.

En las actas de Juntas de Oficiales y de Disciplina vemos casos como éste:

Se juzga al voluntario Alejandro Campaña por no llegar a un incendio al otro lado del Mapocho a pesar de que se le
ordenó empujar desde el cuartel el carro del carbón. El joven Campaña se defiende en la Junta de sus acusadores
diciendo que solo alcanzó a empujar hasta la calle San Pablo donde cayó extenuado y como los que iban arrastrando
desde adelante no lo vieron ahí quedó botado.

Para alimentar los caballos a veces se recurría a algunos amigos de confianza. En el archivo de la Quinta figuran, entre otras
pintorescas cartas de proveedores ad honorem, las siguientes de don Juan Llona, desde la Granja: «Para los brutos de esa
bomba remito una carretada de pasto picado de segunda clase que espero tendrán a bien aceptar». Y esta otra: «Tengo el
gusto de obsequiar a los animales de esa Compañía una gran carretada de pasto seco picado que creo les vendrá oportunamente».

LA MUERTE DE ADOLFO OSSA, SEGUNDO MARTIR DEL CUERPO DE BOMBEROS

El Teniente 2° Joaquín Lira Errázuriz anota el Domingo 3 de Septiembre de 1876 en el Libro de Guardia:

«A las 9 P.M. se tocó a incendio en el 4°cuartel, calle vieja de San Diego 5ª cuadra. (Calle del Carrascal, hoy Eleuterio
Ramírez). La bomba acudió presurosamente, trabajó con éxito. A las 12 se notó la ausencia de tres voluntarios de la
Primera Compañía de bomba i poco más tarde se tuvo conocimiento de que el joven Adolfo Ossa estaba debajo de una
muralla. Había dejado de existir. Pierde en él el Cuerpo en general uno de sus entusiastas i esforzados voluntarios.

Lunes 4 a las 9 A.M. se ha vuelto a tocar incendio en el mismo lugar.

A las 10 A.M. estuvo de regreso el material. Parte de nuestro material se mandó al cuartel de la Primera Compañía para
ocuparlo en conducir los restos del voluntario de ella señor Ossa.

Me recibo de la guardia.

Ismael Valdés Vergara


Ayudante

A las 7 ½ P.M. estuvo a punto de incendiarse la tienda de Prá i Co. En el Pasaje Matte.

Poco más tarde se elevaba por el lado oriente de la ciudad una espesa columna de llamas i de humo, cuyo resplandor se
hacía notar desde Santiago, a pesar de la distancia a que tenía lugar el nuevo incendio.

La campana no dio la alarma porque el edificio presa de las llamas, molinos del señor Ricardo Matte, estaba fuera del
recinto de la población. Esto sin embargo, no fue un obstáculo para que la bomba de la Tercera fuera llevada por
voluntarios de todas las Compañías i consiguieran con ella contener el fuego.

Todos los cuarteles están con sus banderas a media asta i el general ostenta el pabellón nacional enlutado por la pérdida del señor Ossa.
Del exámen que se ha hecho de su cadáver resulta que tenía una parte del cráneo hundido i el pecho fuertemente
machucado. Al colocarlo en el féretro derramó gran cantidad de sangre.

Martes, Septiembre 5 de 1876.

Desde las primeras horas de la mañana de hoi se notaba en la ciudad un movimiento inusitado. Era que los Bomberos de
Santiago se dirigían presurosos a sus cuarteles para tributar el último homenaje al compañero que como valiente había
sucumbido en las filas cumpliendo su deber; era que el pueblo de Santiago en masa corría a rendir su tributo de admiración
al abnegado defensor de su propiedad que se olvidó de su familia, de sus placeres e ilusiones, de su propia vida aún, para
correr a combatir el fuego. (Continúa una detallada relación de los funerales anotada por el Ayudante señor Valdés).

El ayudante que relató este suceso en el Libro de Guardia publicó, siendo Superintendente en el año 1900 la Historia del
Cuerpo de Bomberos de Santiago. Don Ismael Valdés Vergara estimó interesante insertar en su libro el discurso completo
que pronunció el Director de la Quinta don Domingo Arteaga quién expuso en esa ocasión el siguiente pensamiento:

«Señores la juventud es soberanamente bella, tiene todas las sonrisas y promesas de la aurora, tiene todas las magnificencias
del sol de primavera, tiene el perfume y los colores de la flor, tiene las alas del águila, tiene el ímpetu del león.

Pero cuando la juventud se impone voluntariamente nobles deberes y los cumple sin vacilación ni desmayo, con enérgica
firmeza, con entereza varonil, como se los han impuesto y los cumplen los jóvenes bomberos de Santiago, la juventud no
sólo es soberanamente bella, sino también supremamente respetable».

1879

El peligro de guerra con Argentina había desaparecido al entregarse la solución de los problemas de límites a negociadores
diplomáticos, pero la guerra con Perú y Bolivia era inminente. Así lo presintió el pueblo y se preparó a combatir.

Cuando aún no estaba oficialmente declarada, un grupo de voluntarios de diversas compañías presentan al
Superintendente del Cuerpo la siguiente solicitud, firmada en primer término por Ismael Valdés Vergara, Eugenio R-
Peña Vicuña y Arístides Pinto Concha, con fecha 4 de Abril de 1879:

«Los que suscriben voluntarios bomberos de esta capital considerando que ha llegado el momento en que los servicios
del Cuerpo puedan ser útiles al país y deseosos de que su ofrecimiento al gobierno sea tan espontáneo y entusiasta
como lo requieran las circunstancias, han acordado invitar a sus compañeros a un meeting para el próximo Domingo en
el Cuartel General con tal objeto».

El 5 de Abril se publicaba por bando la declaración de guerra a Bolivia y Perú.


El 6 de Abril se reunieron los bomberos y fueron a ofrecer sus servicios al Presidente Pinto.
El 9 de Abril el gobierno dicta el siguiente decreto:

«En vista del patriótico ofrecimiento que los bomberos de esta capital han hecho al gobierno fórmese con estos ciudadanos
un Cuerpo de Voluntarios al mando de su Comandante don Carlos Rogers:

Pinto - Cornelio Saavedra»

Las dos Compañías francesas quedaron exceptuadas del servicio militar pero acordaron hacer el de policía.

El Supremo Gobierno nombró los oficiales de las seis Compañías de Bomberos armados que fueron ratificados por ellas
en conformidad a sus reglamentos.

Para la Quinta nombró Capitán a Gustavo Ried, Teniente Ismael Valdés y Enrique Rodríguez, y Subteniente a Arístides
Pinto y Guillermo Swinburn. Cada Compañía debía completar cien hombres pudiendo admitir personal sin obligaciones
propiamente bomberiles y cuya actividad cubriese sólo el aspecto militar.

Se les armó con los anticuados fusiles Minié con los que reemplazaron las funciones de la policía armada.

En el año 1879 ingresan a la Quinta veintitrés nuevos voluntarios y gran número de ciudadanos golpearon su puerta para
ocupar las plazas de Voluntarios Armados por el tiempo que durara el conflicto bélico.
Se reincorporaron también algunos voluntarios que se habían retirado por no poder cumplir con el estricto reglamento.
Vuelven llenos de entusiasmo para servir a través de la Bomba a la Patria en peligro.

Esta es la nómina de los que fueron aceptados como bomberos propiamente tales:

76 Henri Benoit Benedetti (francés) 17 marzo 1879


77 Salvador Izquierdo Sanfuentes 17 marzo 1879
78 Jorge Rodríguez Altamirano 17 marzo 1879
79 Rolando Solar Echeverría 17 marzo 1879
80 Tomás Mouat Smith 17 marzo 1879
81 Alfredo Infante Costa 05 abril 1879
82 Carlos Ovalle Bascuñán 05 abril 1879
83 Alejandro Campaña 16 abril 1879
84 Florencio Hurtado Latorre 23 abril 1879
85 Diego A. Aguirre Peñailillo 23 abril 1879
86 Julio Salinas González 23 abril 1879
87 Alfonso Klickmann Wiesse 23 abril 1879
88 Florencio Márquez de la Plata 23 abril 1879
89 Hernán Vial Bello 23 abril 1879
90 Pedro Víctor Olate 05 Mayo 1879
91 Félix Ovalle 05 Mayo 1879
92 Arturo Stuven Olmos de Aguilera 05 Mayo 1879
93 Samuel Ossa Borne 05 Mayo 1879
94 Juan Thieroldt (alemán) 12 septiembre 1879
95 Rafael Minvielle Uriarte 10 octubre 1879
96 Carlos Fernández Vial 10 octubre 1879
97 Luis Pissis Vicuña 10 octubre 1879
98 Nathan Miers Cox 08 diciembre 1879

Entre ellos hay un francés y un alemán que sirvieron durante toda su larga existencia a la Quinta. El francés fue don Enrique Benoit,
inscrito por el secretario en el Registro con el Nº76 bajo el nombre de Henri B. Benedetti y el alemán fue don Juan Tieroldt.

Con el N°98 aparece inscrito don Nataniel Cox Bustillos como don Nathan Miers Cox.

En esta nómina aparecen también dos jóvenes hijos de extranjeros muy conocidos en esa época. Uno era hijo de Rafael
Minvielle, español al servicio de Chile, autor del drama «Ernesto» y del libro «Yo no voy a California» escrito a pedido del
gobierno para desanimar a la juventud chilena que se embarcaba en gran número a buscar fortuna a las minas de oro.
El otro era hijo del sabio Amadeo Pissis que exploraba el país levantando la carta geográfica. El joven Pissis tenía
muchas ideas geniales y algunas las empleó en innovar el sistema del trabajo bomberil.

Inventó la manera de enrollar las mangueras directamente al gallo y fue autorizado por la Junta de Oficiales a pagar al
carrocero señor Federico Thieme la adaptación del sistema, cuyo costo fue de $128.

Propuso también en compañía de otros voluntarios la idea de proveer al cuartel de una cantina para recuperarse de las
fatigas de los actos del servicio. Esta segunda idea no tuvo eco durante el pasado siglo.

El entusiasmo de algunos jóvenes por ingresar a la Quinta se refleja en sus solicitudes de admisión. Sin comentario
transcribo la siguiente:

Señor Secretario 5ªCía. «Santiago, 26 de abril 1879

Esta tiene por objeto rogar a Ud se sirva proponerme como bombero i como voluntario armado de esa Compañía.
A varios amigos he manifestado mis vehementes deseos de pertenecer a tan honorable Compañía, ellos me han respondido
que no se me admitirá pues se ha convenido en no admitir más miembros, para que, los que quieran entrar de Bomberos
se vean obligados a ingresar en el ejército.
Yo señor me encuentro excento de todo, soi hijo mayor de viuda, padre por decirlo así, de muchos pequeños hermanos.
Por eso no marcho al Norte. Lo he intentado, entré a los franco tiradores; mi madre i toda mi familia se opuso i consiguió
sacarme de allí. «Todo lo que te puedo permitir, me ha dicho mi madre, es que seas soldado aquí, haste bombero, así
servirás a tu patría».
Esto le hará ver señor que yo lo que pretendo no es evadirme del servicio, todo lo contrario.

Dispenseme señor, que sin conocer a Ud. me tome la libertad de escribirle, hacerle presente mi situación para pedirle una
plaza de bombero i voluntario armado de la 5ª Cía. de Bomberos. Aprovecho la ocasión para ofrecerme de Ud A. I S.S.

Samuel Ossa Borne Dom. Nataniel N°4

Sin embargo, antes de dos años doña Delia Borne de Ossa madre de este joven a quién no le permitía ir al Norte, escribe
al ayudante de la Quinta pidiéndole no le anote faltas a su hijo porque se ha ido a la guerra sin aviso previo y le comunica
que Samuel está enfermo en Lima desde hace un mes.

Samuel Ossa regresa a Santiago herido en un pie y escribe al Secretario de la Quinta solicitando un permiso porque los
médicos le han dicho que su tratamiento será largo y de difícil curación y dice que «si mi cojera me prohibe servir en la
Compañía, justo es que se me acuerde un permiso por dos meses, pidiéndoles me disculpen no haya renovado el que
debe, si mis recuerdos no me engañan, haber concluído el 25 de abril, pues lo pedí desde Lima con fecha 25 de febrero
en carta dirigida al Capitán Ried».

Adjunta un certificado médico del fundador N°7 de la Quinta que textualmente dice:

CERTIFICADO
Lima, abril 23 de 1881

Servicio médico en campaña


El que suscribe certifica que el voluntario de la 5ª Compañía de Bomberos de Santiago, don Samuel Ossa, ha estado
enfermo hasta esta fecha en los Hospitales de esta ciudad «Dos de Mayo» i «Santa Sofía».

A petición del interesado Eugenio R. Peña Vicuña».

Agrega el voluntario Ossa que en el Norte no se olvida a la Quinta y que cuando dos voluntarios se encuentran tampoco
se olvidan del grito ¡Firme la Quinta!

El Fundador don Eugenio R. Peña fue el último quintino que regresó de la querra y llegó tan enfermo que falleció sin
poder volver al Cuartel.

Muchas bajas costó a los Cuerpos de Bomberos la Guerra del Pacífico. En Santiago y Valparaíso se organizaron como
bomberos armados, pero no pudieron contener los patrióticos impulsos individuales de los voluntarios que en gran número se
embarcaron al frente.

La generosa juventud sufrió los rigores de la Campaña, mientras otros no menos patriotas y valerosos se encargaban
del servicio bomberil.

Veamos como se portaron los quintinos en Santiago y en el Perú.

Los siguientes ciudadanos solicitaron a la Quinta una plaza de bombero armado y casi todos fueron admitidos:

Ignacio Alamos Carlos Huidobro José P. Ossa Vicente Frías


Rafael Sanhueza Roberto Naranjo J.Ramón Gutierrez Daniel Salas
Daniel Santelices Eduardo Figueroa Ricardo Vergara Martín Covarrubia
Alberto Valdés Adolfo Hurtado Miguel Rodríguez Eduardo Barriga
Carlos Rivera Salvador Montt Felix Ovalle Marcial Flores
Osvaldo Pérez M. Ricardo Silva Pedro Ovalle Pedro Rosende
Manuel Salinas Anacleto Montt Carlos Herrmann Ramón León
Santiago Aldunate Ramón Pincheira Luis Aguirre Manuel de la Plaza
Alberto Lecaros Santiago Figueroa Felipe Abalos Emitgio Lachorski
Manuel Solar Carlos Mac Clure Ricardo Costabal Alberto Latham
Juan Pastor Correa Enrique Carrasco Jorge Prado R.Moreno C.
José F. Ossa Florencio S. de Zaldivar Manuel Antonio Tocornal D.Gaete V.
Enrique Esquela Miguel Isaza A. Mansfel Ernesto Molina
Joaquín Errázuriz Alberto Cepeda
y otros cuyas firmas aparecen ilegibles en sus solicitudes de incorporación. Este último, conocido pintor nacional y los
señores Costabal y Aldunate se incorporaron como bomberos a la Quinta en años posteriores.
La guerra había comenzado y el 21 de mayo de baten heroicamente en las aguas de Iquique Prat y sus marinos. Los
detalles de la gloriosa epopeya tardan en llegar a Santiago pero a medida que se van conociendo con certeza se inflaman
de patriotismo todos los corazones. La guerra se hace popular y todo Chile vibra unido contra el poderoso enemigo.

En la Quinta veintidos voluntarios escriben a su Capitán esta carta que es un fiel reflejo del sentimiento nacional:

Señor Capitán «Santiago, mayo 29 de 1879

Los corazones de todos los chilenos vibran profundamente, i su espíritu se alza con orgullo al contemplar el glorioso
combate de la invicta Esmeralda, abismándose con su heroica tripulación en las aguas de Iquique, el tricolor al tope de
los mástiles, disparando sus cañones, i al estruendo de «Viva Chile» la mente se detiene estupefacta ante el arrojo
indomable de Arturo Prat, quién con cuatro valientes saltan por la borda al puente del Huáscar, siembran el espanto i la
muerte entre los enemigos i mueren en la boca de los cañones, al pie del torreón acorazado en donde esconden su vida
i su vergüenza los peruanos: hechos sublimes que los espantados enemigos tienen que llamar de un heroísmo espartano
i que ciertamente no tienen superiores la historia del mundo.

Y al lado del valor sublime, superior a la muerte, el valor coronado por el triunfo más descomunal que rejistran los anales
marítimos. Condell, el denodado Condell con la estratejia superior a la del último Horacio, hace encallar la fragata acorazada
Independencia y la debil goleta Covadonga obliga a apagar sus fuegos i a implorar rendición a la Independencia del Perú.

«Si tales hechos escapan a toda descripción todo elojio también es deficiente; esprésase solamente por la eterna
gratitud de todo Chile i por la admiracion del mundo entero.

Nosotros anhelamos tributar nuestro homenaje de gratitud i de veneración, i mientras


la hora llega de traducirlos en monumentos imperecederos en acciones generosas
i en naves que presenten con altivez la estrella de Chile, i su divisa «Vencer o
morir», sostenidas por los nombres de los héroes que han sabido inmortalizarlas,
es justa impaciencia hacer oblación siquiera de una pequeña ofrenda.

Tenemos el honor, Señor Capitán de proponer a los miembros de nuestra


Compañía se cambie el nombre de nuestra Bomba «América» hoi recuerdo de
mentida i de pérfida fraternidad, en el de «Arturo Prat» nombre de un héroe
mártir, nombre bendito que debe estar en la mente i el corazón de todo chileno
que debe ser sagrado talismán de los que defienden la honra de la patria que
podemos tener a la vista los que estamos asociados en instituciones en que,
como la nuestra, alguna vez suele exijir abnegación, i acaso heroismo».

Todo se hace con rapidez. Se cita a reunión, se acuerda por unanimidad el


cambio de nombre, se comunica el acuerdo al directorio, organismo que ese
dia también celebraba sesión y éste sobre tabla da su aprobación al cambio
que importaba una reforma del reglamento. El Director don Domingo Arteaga
Alemparte escribe a doña Carmela Carvajal de Prat comunicándole este acuerdo
de la Quinta y en parte de la carta dice:

«No se oculta, señora, a los voluntarios que represento, cuánto obliga ese
lema y cuánto los compromete a no desvirtuar su significación. Tengo, sin
embargo, la confianza de que la juventud que se lo ha apropiado sabrá respetarlo
La Quinta honra la memoria del héroe desde 1879.
con la veneración de que es digno y conservarle inmaculada la brillante aureola La Compañía y sus bombas han llevado, desde ese
que sus virtudes le conquistaron». año,el nombre de ARTURO PRAT.
Retrato donado por la Armada Nacional a la Quinta.

Así cambio la Quinta el nombre de «Bomba América» con el que la bautizaron sus Fundadores exaltando el sentimiento
americanista, que sinceramente profesaban, por el de «Arturo Prat», símbolo de valor heroico, de patriotismo y de
baluarte de un Chile atacado por naciones hermanas.
La viuda del Héroe responde así a la Quinta:

«Señores de la Quinta Compañía de Bomberos Valparaíso, julio 1879

Distinguido Señor Director:

Llena de la más tierna emoción he leído vuestra atenta carta en la que me dais la plausible nueva de que la Quinta Compañía
de Bomberos de Santiago ha acordado reemplazar su nombre «América» por el de «Arturo Prat», símbolo de abnegación i
audacia. Estas nobles palabras abnegación i audacia, que son la propia divisa de esas modernas hermandades de cumplidos
caballeros que, en servicio de la humanidad, sacrifican reposo bienestar i vidas, vosotros en el delirio del patriotismo habeís
querido ponerlas en cabeza de mi Arturo para hacerlo asi digno de dar su nombre a vuestra santa y bienhechora institución.
Decid a vuestros jenerosos compañeros que acepto profundamente conmovida, en nombre de mis hijos, ese inestimable
timbre de honor con que habeis querido laurear las sienes de su infortunado padre; i haciendo votos porque la estrella de
Arturo no lleve al sacrifico tantas nobles i preciosas vidas, tengo el gusto de ofrecerme de Ud atenta i afectísima Sa. Sa.

Carmela Carvajal de Prat.

La Quinta acostumbró celebrar el 21 de mayo como su dia onomástico. Mientras vivió doña Carmela el Capitán de la Compañía
presidía una delegación que le presentaba sus saludos.

Este saludo anual se había hecho rutinario para doña Carmela, pero un día cobró para ella especial interés. El Capitán era su
nieto Arturo.

En 1879 la Segunda Compañía de Bomberos de Santiago acordó cambiar su nombre de «BOMBA SUR» por el de «BOMBA
ESMERALDA» en recuerdo de la gloriosa Corbeta que se hundió combatiendo en Iquique y a cuyo bordo luchó heroicamente
el Guardiamarina Riquelme.

Ernesto Riquelme Venegas había servido como voluntario activo y entusiasta en la Bomba Sur a la que renunció para
ingresar a la Marina. En su renuncia dice: «Mis deseos, mis ilusiones eran envejecer en sus filas, pero uno propone y el
destino dispone...» Sin embargo el destino de Riquelme dispuso que su nombre no fuera olvidado en las filas segundinas
porque sus antiguos compañeros acordaron pasarle lista a perpetuidad en los actos de servicio y así se honra hasta hoy
la memoria del bombero y marino que «murió disparando el último cartucho del último cañón».

Estos acuerdos tomados por la Segunda Compañía y los tomados por la Quinta reflejaron en 1879 el patriótico espíritu que
animó a los bomberos de Santiago desde el comienzo de la Guerra.

De doña Bruna Venegas de Riquelme, madre de Ernesto Riquelme , recibió la Quinta la siguiente comunicación:

«Señor Capitán:

He leído en el diario que la 5ª Compañía a ofrecido asilar a seis heridos. Ya que no me es posible darme una satisfacción igual,
ofrezco a Ud. mis servicios para cuidar a los soldados que destinen a su cuartel. El mismo ofrecimiento hago a Ud. en nombre
de Adelaida Escala de Alenk».

El Intendente señor Zenón Freire por oficio Nº 274 de la Intendencia de Santiago agradece a nombre del Gobierno el ofrecimiento
de la Quinta de hospedar y cuidar en su sala de sesiones a los heridos que vengan del ejército expedicionario.

El ofrecimiento fue agradecido por el gobierno pero nunca envió heridos a la sala de sesiones por considerarla demasiada
pequeña lo que obligaría a distraer la atención médica por un muy corto número de enfermos.

Viéndose frustrada en su intento la Quinta acordó cooperar en otra forma y ésta fue enviando todos sus escasos fondos al Sr.
Intendente. Este acusa recibo el 6 de diciembre de 1879 diciendo: «He recibido $378 que la Quinta Compañía destina al alivio
de los soldados heridos. Acto tan patriota i generoso, el país sabrá agradecerlo, así como el infrascrito lo estima debidamente».

Fdo. Zenón Freire».


FIRME LA QUINTA

En la capital de un Chile en guerra, el terror, el pánico y el espanto imperaban en la mañana del 27 de enero de 1880.
Estampidos, estruendos y zambombazos estremecían a Santiago. El tremendo y aterrorizante incendio del Cuartel de
Artillería, que servía de arsenal al Ejército Espedicionario, había empezado a las 9,30 de la mañana. La primera explosión
había causado la muerte de una veintena de empleados y operarios. El fuego que la siguió impenetrable y porfiado,
amenazaba ahora con llegar a la santabárbara y hacer volar no sólo todo el arsenal, sino también gran parte de Santiago,
granadas y balas ya encajonadas y acumuladas en diversos sitios al estallar sin dirección, causaban aún más víctimas.

Era hombrada, era empresa de osadía y heroísmo arriesgarse en la cercanías. Un río humano, despavorido e inconsciente
de espanto, corría en desparramado desorden hacia el centro de la ciudad. A lo lejos, como fondo trágico y funeral, tañía
tristemente la Paila.

Sin embargo, a pesar de todos estos contratiempos, contra esa marea, contra ese gentío, avanzaban los voluntarios de
la Quinta Compañía, arrastrando su Bomba Arturo Prat. Nada los detenía. A los gritos del pueblo advirtiéndoles que era
tarde, que la explosión inmensa ya llegaba y era holocausto inútil el continuar, los quintinos respondían con frases de
aliento, de esperanza.

En medio de esa atmósfera apocalíptica, a la que se añade el calor del verano, la Quinta seguía adelantando por la calle Dieciocho.
Minutos después y jadeantes, llegaron a la puerta de Artillería, que el arsenal - en ese entonces - tenía hacia la avenida Beauchef.

En ese portón, sable en mano, el valiente Capitán Urrutia quiso impedirles la entrada por considerar que era sacrificio inútil,
proeza en vano. Empero, Gustavo Ried - un quintino a cargo en ese momento de la Compañía - aprovechó un descuido del
oficial para franquear la entrada y gritar: «Adelante la Quinta... !.y la Bomba, el gallo y los bomberos quintinos, en medio de
explosiones, llamas e intenso calor, atravesaron el patio, los talleres de artificio y el polvorín. Tomaron posición cerca de una
acequia y armaron. Era la primera Compañía, de las ocho existentes, que se hacía presente en el siniestro. El aire era infernal
y peligroso. Un casco de granada dio en la camisa de bronce de la Bomba Arturo Prat, abollandola y dejando para siempre esa
huella de honor. Sólo instantes se necesitaron para que la noble máquina empezara a lanzar sus primeros chorros de agua. La
esperanza nacía y el Capitán Urrutia, ahora ya sonriendo y celebrando la astucia de Ried, se acercó a abrazarlo y a conversarle.
En esos momentos también llegaban las otras compañias.

La amenaza de la explosión de la santabárbara, sin embargo, no había pasado. El peligro era inminente. De pronto se oyó un
terrorífico alarido: «¡ Polvorín va a estallar...!» Hubo silencio de espanto. Silencio roto solamente por el ruido acompasado de
los cilindros de la Arturo Prat, que ufana, humeante de vapor, seguía bombeando agua. Pocos segundos después, al de la
máquina se añadía el taconeo de pisadas de los que se retiraban obedeciendo órdenes perentorias del Capitán Urrutia.

Era tregua de muerte, era la calma que precedía a la borrasca, la catástrofe que se acercaba. La orden de retirada era
para todos y todos la habían oído y se empezaba a evacuar el arsenal. Los ánimos se abatieron y el dolor se apoderó de
los voluntarios. No había palabras. Sólo silencio de infierno, trágicamente matizado con escapes del vapor de las bombas,
crepitar de llamas y balas y granadas perdidas, que estallaban por doquier. Un grito, una orden hendió el aire: NADIE SE
MUEVA ¡FIRME LA QUINTA¡ fue dada con voz tranquila, ronca y de héroe, por Gustavo Ried, de la Quinta. Volvió el
temple a las almas, los corazones se aceraron.

Metros más allá, el quintino Enrique Rodríguez Cerda, en el umbral mismo de la santabárbara, en la puerta misma de
ese averno, inmóvil y sereno, como quien está dentro de una fresca catedral, continuó lanzando el chorro de agua del
pitón contra el material ultraexplosivo. Impertérrito, siguió en su puesto gracias al grito de Ried, y seguía su lucha contra
esa montaña temible y alarmante que en un instante podía volarlo, destruir todo el pertrecho bélico que se necesitaba
para continuar la guerra, y volar a la vez gran parte de la urbe santiaguina.

Y firme quedó la Quinta .

Y firme quedaron todos los heroicos voluntarios de las otras Compañías. Era la víspera de las campañas de Tacna y
Arica y los Bomberos de Santiago las habían hecho posible.

Así describió Daniel del Solar en un relato histórico publicado en la revista El Teniente V° XI N°1 el origen del grito ¡FIRME LA
QUINTA! Que tantas veces han repetido los quintinos para darse ánimos en situaciones de incertidumbre y peligro.
Los quintinos que asistieron al incendio de la Artillería y trabajaron en él durante las horas de peligro fueron los siguientes:

Comandante Don Carlos Rogers Gutiérrez


Teniente 1° Eugenio Infante Costa
Teniente 2° Guillermo Swinburn Kirk
Ayudante Manuel Avalos Prado
Secretario Rafael Minvielle Uriarte
Tesorero Tomas Mouat Smith
Maquinista Enrique Benoist Benedetti
Cirujano Tomás Torres Echavarría
Gustavo Ried Canciani
Enrique Rodríguez Cerda
Waldo Silva Palma
Ignacio Santa Maria
Fernando Tupper
Claudio Vila Magallanes
Roberto Prado
Jorge Rodríguez
Rolando del Solar Echeverría
Julio Salinas
Victor Olate
Juan Thierold
Arturo Stuven
Cuartelero Andrés Norambuena
Ayudante del Cuartelero Manuel Valenzuela.

Esta nómina se confeccionó en el orden precedente en Junta de Oficiales del 28 de junio de 1880, presidida por el
Capitán don Ismael Valdés Vergara y a pedido de la Municipalidad de Santiago, que premió a los asistentes al incendio
por ser «merecedores del bien de la patria en peligro».

En esa Junta de Oficiales se omitió el nombre del cirujano Torres por no presentarse a pasar lista en el momento de
retirada y no haber trabajado como bombero sino como médico atendiendo a los heridos. En una Junta posterior se
corrigió este error a petición del interesado quien comprobó haber solicitado permiso a Gustavo Ried, voluntario más
antiguo a cargo de la Compañía en los primeros minutos, para trabajar como médico de los militares heridos mientras
no fuesen indispensables sus servicios como bombero.

Muchas veces se ha dicho que el Capitán Ried gritó ¡Firme la Quinta! Y la estricta verdad es que el Capitán titular era
don Ismael Valdés, ausente ese día de Santiago. Actuó Infante como Capitán interino o accidental. El Acta de la
sesión de Compañía en que se eligieron los oficiales para 1880 aclara este punto: Entre 26 votantes el Sr. Ried obtuvo
14 votos y el Sr. Swinburn 12 votos. Como el Reglamento exigía un mínimo de tres cuartos de los votantes para
reelegir a un oficial y el Sr. Ried era Capitán desde que reemplazó en ese cargo al Comandante Rogers, se repitió por
segunda vez la votación dando el siguiente resultado: Ried 13 votos Swinburn 12 votos y uno en blanco.

Se repite por tercera vez obteniendo Ried 16 votos y Swinburn 10 votos. Reglamentariamente quedaron ambos
eliminados resultando elegido en cuarta votación don Ismael Valdés.

Al año siguiente Ried recupera la Capitanía de la Quinta en una votación estrechísima. Entre 33 votantes obtiene 17
votos y Swinburn 16.

Fue en los primeros años de la Quinta, después de Rogers, el que más se destacó como Capitán y por eso no es raro
que aún se siga hablando de él como del Capitán del Incendio de la Artillería. Esto explica también la obediencia con que
todos acataron sin vacilar su temeraria orden.

El cuartel de la Artilleria situado en el Parque Cousiño, era el depósito de los materiales explosivos del Ejército. Ahí se
había trasladado el antiguo Cuartel de Artillería que primitivamente estuvo situado al pié del Cerro Santa Lucía. El viejo
Cuartel, hizo temer por la seguridad de la ciudad cuando en 1851 fue asaltado por el Coronel Justo Arteaga.

Se construyó entonces muy lejos del centro un moderno edificio que contaba con los adelantos de la época para evitar
una posible catástrofe.
Ese fue el edificio e instalaciones de la maestranza de Artillería que el 27 de
enero de 1880 reunía en su interior una acumulación extraordinaria de material
bélico y se agitaba desde el amanecer con la febril actividad militar que abastecía
de municiones al Ejército Expedicionario.

En el diario «El Ferrocarril» se publica un detalle del material allí acumulado y de la


ubicación de las dependencias. Refiere que la Maestranza está dividida en 5 locales
separados por estrechos patios y ocupados por los almacenes de mixtos, de
granadas Krupp y el polvorín. El polvorín es una bóveda de cal y ladrillo de cien
metros cuadrados de superficie y de dos pisos. Está a diez metros del almacén de
granadas y éste a cuatro metros de los almacenes de infantería en que hay cuatro
millones de tiros para los Winchester, Comblain, Gras, Minié, Spencer y los demás
rifles y carabinas del ejército. En el almacén de mixtos había millares de granadas,
cargas para cañón francés, pólvora francesa, pólvora Krupp y pólvora común que
se calculaba en quinientos quintales.

En uno de estos departamentos, dice «El Ferrocarril», había las granadas


suficientes para decidir una gran batalla. Este material y los cuatro millones de
tiros pudieron salvarse gracias a la intrepidez y ligereza del Cuerpo de Bomberos.
Fundador Don José Alberto Bravo y Vizacaya.
También en el aspecto ligereza o rapidez le cupo a la Quinta el honor de ser la
Fue Superintendente del Cuerpo de Bomberos de Santiago.
Aparece con el uniforme de Alferes con que combatió
en la Guerra del Pacífico.
primera en llegar al incendio. El historiador Encina en su Historia de Chile relata
que la bomba de la Quinta llegó la primera a pocos minutos de la explosión
inicial. Ese Historiador titula el episodio «Duelo con la Muerte».
Si nos remitimos al Libro de Guardia escrito ese día por el Teniente Infante establecemos que la Quinta se demoró 15
minutos en lanzar sus primeros chorros de agua en la Santa Bárbara a contar de la explosión y que salieron antes de que
la campana diera la alarma. Textualmente anota el Teniente1° de la Quinta:

«la Compañía a la que tuve el orgullo de mandar en esta terrible catástrofe trabajó admirablemente, con un arrojo i
heroísmo incalificable. No hubo uno solo de los voluntarios que abandonara su puesto por huir. La Compañía en esta
circunstancia ha dado prueba una vez más que sabe cumplir con su deber i llegar hasta el heroísmo si es necesario
guiados por la sombra del inmortal Arturo Prat que con su ejemplo nos ha enseñado el camino que debemos seguir i que
supimos iniciar i habríamos terminado si las circunstancias así lo hubieran exigido».

Describiendo el trabajo del primer pitón dice Infante:

«El pitón se colocó en el mismo lugar en que estalló la explosión, al lado de la santabárbara la que se temía que estallara
de un momento a otro: en este primer momento puede decirse que tuvimos que sostener una verdadera batalla en
medio de la gran confusión que existía en el interior del Cuartel; los quejidos de los moribundos i las explosiones
parciales de los cajones de granadas que existían debajo de los escombros».

Entre los daños que sufrió el material se anota la rotura de seis mangueras debido al mal trato de los primeros minutos
y a la constante presión de 100 libras con que se trabajó hasta las 6 de la tarde. Se perdieron las maneas del caballo del
gallo y el carro de carbón quedó con la pintura dañada porque se usó para el traslado de cajones de granadas. La bomba
recibió una abolladura y se perdieron algunas correas. Y agrega: «cosas muy insignificantes i composturas de poco
costo y ya el material está listo para prestar nuevos servicios».

Del parte oficial que el Coronel don Marcos 2° Maturana pasó al día siguiente al Ministro de Guerra extracto lo siguiente:

«A las 9 ½ A.M. estaba el señor Diego Hall estudiando la construcción de las espoletas prusianas, súbitamente se sienten dos
terribles explosiones, fue tal la oscuridad que se produjo por el polvo, humo y fragmentos de toda especie que volaban en la
oficina que me impidió por un momento encontrar la salida al patio de donde provenía el siniestro. Me concreté a reunir gente
para cortar el fuego e impedir se comunicara con la santabárbara. Mientras tanto había ordenado armar el bombín y cuando
este funcionaba, llegó la 5ª Cía. de Bomberos dirigida por los señores Gustavo Ried y Enrique Rodríguez Cerda quienes
trabajaron con el entusiasmo y valor que es característica de esa denodada institución. Momentos después llegaron las
demás compañías de bomberos dignamente comandadas por los señores Carlos Rogers y Tulio Ovalle.

El señor Ministro del Interior, señor Comandante General de Armas, señor intendente , señor Capitán de Navío don
Patricio Lynch y otros jefes y oficiales se constituyeron en la localidad desde que tuvieron noticias del suceso.
Después de haber hecho mención de los importantes servicios prestados por el Cuerpo de Bomberos, me es grato
recomendar al Batallón Santa Lucía, Escuadrón Maipú y entre los oficiales del Regimiento de Artillería al Capitán don A.
Urrutia, al presbitero Zuazagoitía y a los doctores Silva y Torres.

Por el parte adjunto se impondrá V.S. de la existencia de pólvora en saquetes y proyectiles que estaban en almacenes
listos para mandar al Norte».

Don Benjamín Vicuña Mackenna dijo de este incendio:

«Desde la memorable ecatombe de la Iglesia de la Compañía, nunca había pasado Santiago por igual peligro, ni nunca
fue domado éste con más levantado y resuelto heroísmo; porque si bien se ha juzgado prudente disminuir más tarde, no
la inminencia, sino la extensión de la catástrofe, no es menos cierto que los Bomberos de Santiago han trabajado
durante horas a sabiendas de que luchaban no con las llamas sino con la muerte.

La ruina de la maestranza de la Artillería no fue un Incendio; fue una batalla y de esas batallas sordas y sin glorias en que
se cae al pie del muro sin divisar en su cima la bandera».

«El Ferrocarril» publicó que las pérdidas se calculaban en treinta mil pesos y junto a las nóminas de muertos, heridos y
desaparecidos señala las casas vecinas que sufrieron perjuicios. En una de la calle Castro estalló una granada quedando
reducida a cenizas. Trozos de madera cayeron en los tejados de otras casas hundiéndolos. Un trozo que cayó en el
hospital de sangre pesaba dos arrobas. No quedaron vidrios en las calles entre San Diego y Ejército Libertador.

En la casa de doña Magdalena Vicuña cayeron 4 granadas y una cayó sin reventar al lado de un valiente del Chacabuco,
herido en Tarapacá y que convalecía en Santiago.

El mismo diario dice «lo que hubo de más doloroso en la escena fue que cuando llegaron los primeros bomberos de la
Quinta se oían gritos desesperados de los heridos que se agitaban moribundos en medio del fuego, en el taller de
mixtos, gritos de cruel angustia que ponían de relieve el martirio de aquellos desgraciados, gritos que helaban el corazón
y hacían subir la sangre al cerebro. No era posible sacarlos de en medio de las llamas de esa hoguera colosal».

Zenón Freire como Intendente y Presidente de la Municipalidad firma el decreto que concede una medalla de plata a los
voluntarios que sirvieron en el momento de peligro y una de cobre a los auxiliares, igual a ésta se concederá a los
trabajadores de la Maestranza que recomienda el Coronel Maturana en el parte que pasó al Supremo Gobierno.

A los particulares que se distinguieron ese día se les enviará una nota de agradecimiento. Nunca se supo como se
originó este incendio, si fue sabotaje o simple descuido. Los testigos más cercanos volaron por los aires llevándose el
secreto.

MARTINIANO SANTA MARIA Y OTROS VALIENTES

Ingresó a la Quinta como estudiante universitario en 1875.

Al declararse la guerra es uno de los primeros en embarcarse. Se enrola en el Regimiento Esmeralda y pronto asciende
a Teniente Segundo y Teniente Primero.

En la Batalla de Tacna peleó tan heroicamente que ahí mismo fue ascendido a Capitán. Lo respetaron las balas pero no
las fiebres palúdicas y enfermó gravemente. El joven y flamante Capitán del Esmeralda no se resignó a ver partir su
Regimiento camino de Lima y cabalgó al frente de su tropa. A pocas leguas del campamento de Tacna cayó muerto. Su
amigo y compañero de Bomba y de Regimiento, el voluntario del Solar, fue encargado de enviar su cadáver a Santiago.
Este hecho seguramente dió base al escritor Jorge Inostroza para hacer una relación dramática y novelada en su obra
Adiós al Séptimo de Línea en que aparece del Solar cargando en la mochila los huesos de Santa Maria para cumplir la
promesa hecha a sus familiares de regresar juntos a Chile. La triste realidad la obtenemos del archivo de la Quinta:

Dice el ayudante Waldo Silva Palma en el día Jueves 21 de octubre de 1880, en el libro diario de Oficiales: «hoy a las 8
A.M. partió para Valparaíso la Comisión encargada de acompañar los restos de nuestro malogrado compañero don
Martiniano Santa María i a las 10 P.M. estaba de vuelta. Se colocaron sus restos en el carro-góndola que arreglado de
riguroso luto lo transportó a la Iglesia de San Diego.
A las 4 pm. del día siguiente salió el cortejo desde la puerta de nuestro cuartel. El carro de cristal arreglado con trofeos de
armas i de material de Bomba fue seguido por el Comandante, el Director de la 3ª don Benjamín Vicuña Mackenna, algunos
oficiales del Esmeralda i cien hombres del batallón Santa Lucía. En el cementerio pronunciaron sentidos discursos nuestro
capitán don Ismael Valdés Vergara, el capitán de la 1ª don Emiliano Llona, el secretario de la 2ª don Daniel Riquelme, el
Capitán del Regimiento Esmeralda don Elías Naranjo i don Enrique Foster. Después de la salva de ordenanza nos retiramos
poco después de las 5 ½ pm.
La nota de pésame que envió a la Quinta la Primera Cía., firmada por su Director don Samuel Izquierdo dice:

Profunda y dolorosamente a impresionado esta Cia. El fallecimiento del Sr. Don Martiniano Santa María, digno y entusiasta
voluntario de la 5ª de Bomberos de Santiago y heroico capitán del Regimiento Esmeralda. Acordó manifestar sus sentimientos
a la Quinta que más de cerca pudo conocerlo para amarlo y apreciar sus virtudes y su bello corazón en que solo tuvieron
cabida la abnegación i el patriotismo, i todo lo bello i jeneroso».

Junto a esta nota se archiva una numerosa correspondencia con las Compañías de Santiago y con la Tercera de Valparaíso
lamentando la muerte en campaña de otro de sus voluntarios.

Abundantes son también las notas del tenor de la que sigue:

«Señor Secretario:

Pongo en su conocimiento que por próximo vapor me marcho al norte a reunirme al ejército expedcionario.

Siento grandemente separame quizás por cuanto tiempo de mi querida Quinta i de mis compañeros de trabajo. Se despide su affmo.

Waldo Silva Palma 16 de Enero 1881

El voluntario firmante de la comunicación que precede, que se incorporó a la Quinta como guía y que fue bombero cuando
tuvo la edad para ser admitido, volvió y sirvió eficientemente a la Compañía, fue su Director y falleció en 1914.

También regresó y cargado de galones militares, don Aristides Pinto Concha, que fue Capitán de la Quinta y falleció en 1924
con el grado de General de Ejército de Chile. En Julio de 1882 el escribe al Secretario, desde Lima, solicitando que le
prorroguen por seis meses su permiso «por asuntos militares».

Tardíamente, cuando ya habían renunciado varios voluntarios, elemento útiles a la Compañía, como el cirujano Victor Körner,
reincorporado años después, la Quinta acordó autorizar en general a todos los que se fueran a la guerra, a continuar en sus
filas sin anotarles las reglamentarias faltas, reconocerles su antigüedad al regreso a la Patria y suspenderles la obligación de
pagar cuotas. Hasta ese momento los informes del Tesorero decían: «Todos han pagado sus cuotas menos los morosos del
norte». Para cumplir con el reglamento que cuando se redactó no consideró la posibilidad de una guerra, el Ayudante debió
enviar citaciones a Juntas de Oficiales o de Disciplina hasta la ciudad de los Virreyes. Lo que más admira al leer esta
correspondencia es la prontitud de las respuestas dando excusas por no poder concurrir a las citaciones debido a la distancia.

El caso más impresionante del despiadado reglamento es el del militar Juan José de la Cruz Salvo que solicitó su ingreso a la
Quinta y debió partir de inmediato al frente. Los hechos se aprecian mejor leyendo la correspondencia textual en la que
interviene el quintino fundador J. A Bravo, también en campaña:

«Pisco, Dic. 3 de 1880

En circunstancias que un accidente fatal ha postrado en cama al Comandante Salvo ha sido recibida la comunicación de
Ud. que pone en conocimiento de dicho señor su nombramiento de voluntario de la 5ª Cía. de Bomberos.

El Sr. Salvo me encarga contestar a su nombre agradeciendo vivamente a la Compañía el citado nombramiento y agrega
que siente no puede ya tirar de un chicote de la Bomba, si bien desea siempre pertenecer a esa institución. Un ciego
golpe de la suerte ha querido privar al Sr. Salvo de su mano derecha.

José Alberto Bravo».


Posteriormente en carta firmada con su mano izquierda dice el Comandante Salvo en Abril de 1881:

«Cuando agobiado por el doble infortunio dela pérdida de un brazo i de la privación de asistir a las jornadas que habían de
coronar el colosal monumento levantado por nuestras armas, recibía en el lecho del dolor el diploma de mi incorporación a la
5ª Cía. de Bomberos de Santiago.

Ha sido mi constante anhelo presentarme ante la nueva bandera para aprender a batirme por la vida y propiedad ajenas al
lado de tan veteranos compañeros».

Al año siguiente la Junta de Oficiales resolvió pedirle la renuncia a pesar de la opinión del Director de la Compañía don
Nataniel Cox, quién proponía nombrarlo voluntario honorario a fin de liberarlo de obligaciones.

Don Juan José de la Cruz Salvo, el heroico artillero que en Dolores defendió cuerpo a cuerpo sus cañones, dirige al secretario
de la Quinta ésta, su renuncia, con fecha 10 de abril de 1882.

«Con algún atraso ha llegado a mis manos su atenta comunicación de 1° del presente, que a nombre de la Junta de Oficiales
pide mi dimisión como miembro de dicha Compañía.

Difiriendo a los respetos que me merece el Reglamento, que no permite la inasistencia indefinida de un bombero a sus
obligaciones i por otra parte no siéndome posible llenarlas como yo quisiera, no sin pena hago renuncia del honor que tenía de
figurar en el Cuerpo de Bomberos de Santiago al lado de los distinguidos caballeros que forman la Quinta.

Ruego a Ud. se sirva dar las consideraciones más atentas a los señores oficiales i recibirlas al mismo tiempo.

Soi de Uds a i SS. J.J. de la Cruz Salvo.

TROFEOS DEL INCENDIO DE LA ARTILLERIA

En el archivo de correspondencia recibida podemos leer la siguiente carta del voluntario Benoist regalando a la Compañía
el hermoso tintero que hasta hoy adorna la mesa de su sala de sesiones. En la composición de ese histórico recuerdo el
artista Benoist Benedetti empleó proyectiles y vainillas recogidos en el incendio de la artillería.

Señor Director: «Santiago, 25 de Septiembre de 1881

Desde que tuvo lugar el siniestro de la Maestranza de Artillería he tenido el propósito de dejar a mis compañeros de trabajo un
recuerdo de esa jornada en que gracias a ellos, la Quinta mantuvo como siempre, su puesto de honor hasta el último momento.

Hubiera querido ofrecerles un recuerdo más digno de ellos, pero, ni mis aptitudes ni el tiempo de que pude disponer me han
permitido hacer una obra bien acabada como era mi intención.

Espero, pues, señor Director, que Ud. i mis queridos compañeros, tengan a bien aceptar este pequeño obsequio en el que se
encuentra uno de los obuses que al estallar en los primeros momentos del siniestro, puso en serios peligros a nuestra querida
«Arturo» enterrándose al pie de ella.

De Ud. señor Director su más afectisimo i S.S.


H. Benoist Benedetti.
Maquinista 1°

Adorna también la mesa de los Directores de la Quinta otro trofeo del mismo incendio. Es una granada regalada por el
coronel Maturana, jefe de la Maestranza de Artillería, al Teniente 2° de la bomba, Guillermo Swinburn, que cumplió gran
labor en el peligroso incendio y que este donó acompañando la siguiente carta de la que copio algunos párrafos.

Trozos de la carta del fundador Swinburn dirigida al Secretario don Benjamín Valdés Alfonso, el 9 de Octubre de 1920,
donando la granada y narrando su propia experiencia del incendio de la Artillería.

«... dicha granada fue regalada como recuerdo por el General Maturana durante el incendio de la Artillería y yo me la llevé sin
darle mayor importancia y casi por no desairar a ese gran militar; pero como pasa con algunas cosas sucede que el tiempo les
da valor (al revés de lo que nos pasa a los viejos)... y me dije «esto pertenece a la Quinta» y por eso lo presento».
«Estábamos pegando en lo mejor, con harto susto por mi parte,porque menudeaban las explosiones por todos lados,
cuando vino una de Cristo Padre que nos tapó de barro y nos dejó con el resuello adentro. En esto entra Ried y da el grito
de ¡Firme la Quinta!, lo cual fue mejor que un trago porque nos volvió el alma al Cuerpo.

«Yo era Teniente 2° y 1° accidental y por consiguiente mi puesto era al lado del pitonero, que en ese momento era Enrique Rodríguez
Cerda; en las mangueras había siete voluntarios (quizás serian buenos representantes de los pecados capitales pero en común
tenían una gran virtud, la disciplina). Repuesto de la emoción, que así llamaremos al julepe, fui a revisar a los voluntarios, encontrándolos
a todos en sus puestos, al regresar al pitón encuentro a un Oficial viejo forcejeando con Enrique Rodríguez y tratando de quitarle el
pitón; lo increpé con alguna dureza, pidiéndole que no interrumpiera el trabajo, a lo cual me contestó: «soi Maturana, como soldado
debo morir en mi puesto, sálvense Uds. porque han cumplido mucho más allá de su deber» a esto le observé que nosotros también
teníamos un deber que cumplir y que si así era la voluntad de Dios que sucediera, moriríamos juntos; el General (entonces Coronel)
muy emocionado me preguntó como podría manifestar su gratitud, a lo cual le contesté en broma regáleme una granada».

... una carta muy cariñosa que me dirigó el General confirmando su regalo y las palabras con que calificó nuestros servicios.... etc.».

Fdo. Guillermo Swinburn.

El legendario grito ¡FIRME LA QUINTA! Se grabó muy hondo en los corazones de los antiguos quintinos y también ellos
lo hicieron esculpir en apreciables objetos. Don Ismael Valdés Vergara trajo de Europa como regalo a la Compañía un
hermoso reloj mural, especialmente fabricado, que ostenta esa consigna y un casco con el número cinco.

Acuciosos investigadores del pasado de la Quinta han aseverado que este grito no fue original en el incendio de la
Artillería y que los fundadores lo habían empleado en anteriores ocasiones para infundirse ánimo y que solamente se
popularizó y cobró importancia desde el incendio de la Artillería en Enero de 1880. En ningún caso estas versiones le
restaría el mérito al tradicional ¡FIRME LA QUINTA! Sino que le daría mayor antigüedad. Apenas transcurridos tres
meses del memorable incendio, esas palabras eran el saludo empleado por los quintinos al encontrarse o divisarse en
los campos de batalla en Perú. Así lo escribe Samuel Ossa Borne en carta a la Junta de Oficiales.

EL ASTA DE LA BANDERA

El fundador José Alberto Bravo se enroló en el Ejército expedicionario como Alférez de artillería y en la batalla de
Chorrillos capturó al abanderado de un regimiento peruano. Entregó al Ejército chileno la bandera tomada y obtuvo
autorización para enviar a la Quinta el asta del estandarte. Con suma modestia hizo grabar en el asta esta dedicatoria:
«Tomada en Chorrilos por un voluntario de la Quinta». La compañía acordó grabar su nombre en el preciado trofeo y en
años posteriores hizo confeccionar una réplica exacta donándosela a la Compañía hermana, la Tercera de Valparaíso.

Dos fundadores de la Quinta, en esa guerra, unieron sus nombres a un estandarte. Uno es Bravo tomando una bandera
peruana y el otro es Ruperto Marchant recuperando una chilena. Este último describe detalladamente su histórico hallazgo
en «Crónicas de un capellán chileno en la guerra de 1879».

Varios quintinos fueron mencionados honrosamente en esa larga marcha al norte cuya meta era Lima, la Ciudad de los
Virreyes, y que fue conquistada por los «rotos» chilenos con los «pijes» a la cabeza, unidos entre sí por el amor de una misma
Patria. Ese ejército cohesionado y disciplinado pudo derrotar a naciones más ricas y pobladas y simultáneamente dominar el
artero y masivo levantamiento con que los araucanos pretendieron asestar una puñalada por la espalda al ejército expedicionario.
El coronel Urrutia batió a los indios enemigos en Temuco. Lumaco, Ñielol y otras localidades sureñas.

Don Manuel Baquedano, montado en el caballo «Diamante» que le regalaron sus coterráneos colchagüinos, hizo su
entrada triunfal a Santiago, al frente de un aguerrido ejército de 6.130 hombres.

Los Bomberos de Santiago, que habían conocido la amargura de trasladar heridos desde las estaciones a los hospitales,
verlos agonizar y sufrir, tirados en sus camillas, en ese día 14 de Marzo de 1881, hora de la victoria, en que la capital
aplaudía el regreso de los vencedores, no fueron olvidados y el Cuerpo de Bomberos fue el heraldo de la ciudad que
presentó las coronas de laureles a esta avanzada de combatientes. No todos regresaron, muchos quedaron en los
campos de batalla cara al cielo y otros siguieron enfrentando a un adversario empecinado en no reconocer su derrota.

El sol se quebraba en seis mil bayonetas y en las relucientes charreteras. La columna avanzaba bajo los arcos triunfales
que Bomberos e instituciones levantaron a lo largo del trayecto.
Una doble fila de palcos construídos a ambos lados de la avenida formaban una gigantesca garganta humana que sin
cesar vitoreaba a los héroes.

El desfile dobló por la calle Estado donde se detuvo a escuchar la salutación de Arteaga Alemparte y siguió camino de la
Catedral a dar gracias al Señor de los Ejércitos por el triunfo alcanzado. El General Baquedano y el Almirante Riveros
depositaron sus espadas en el altar mientras don Ramón Angel Jara pronunciaba uno de sus más bellos discursos ante
la patriótica concurrencia.

La Bomba Arturo Prat, según se anota en el libro de Guardia, salió ese día del cuartel a las 8 de la mañana estacionándose en
la portada triunfal que levantó el Cuerpo de Bomberos en Estado y Alameda.

En ese día de júbilo nacional y especialmente militar, el presidente Pinto honró a los Bomberos haciéndose escoltar por ellos
en los actos oficiales. El gobierno de Pinto llegaba a su fin y el continuo tronar de los cañones emplazados en el Fuerte Hidalgo
del cerro Santa Lucía parecía indicar a los eufóricos santiaguinos que nadie podría disputar la futura presidencia al general
victorioso, quien sereno y modesto, con el kepi en la mano, y la espada desenvainada en la otra agradecía con sonrisa
discreta las manifestaciones de la multitud. En abril, en una concentración en el circo Trait, el partido conservador le ungió
candidato al sillón presidencial.

Don José Francisco Vergara, Ministro de la Guerra, era hasta entonces el candidato con mejor opción, pero declinó su
proclamación apoyando con su inmenso prestigio la candidatura de Domingo Santa María.

La vida bomberil vuelve a normalizarse y la Quinta puede celebrar sus primeros diez años de vida en un ambiente tranquilo y
lleno de optimismo.

AÑO 1883 DECENARIO DE LA 5ª FUNDADA EL 7 DE DICIEMBRE DE 1873

En sus primeros diez años de existencia la Quinta concurrió a los actos de servicios que se indican a continuación no
figuran en el cuadro las reuniones de oficiales o de miembros de la Junta de Disciplina, los trabajos encargados a
comisiones especiales, ni las 37 Guardias de teatro de los años 1875 y 1876.

1873 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 Totales

Incendios 2 14 8 8 13 10 6 2 8 9 12 92
Alarmas 1 6 15 6 0 2 7 7 5 15 4 68
Ejercicios 2 12 12 13 13 13 59 12 11 12 14 173
Academias 0 6 9 4 9 12 0 6 7 8 7 68
Reuniones 2 6 5 8 12 15 13 5 9 10 9 94
Funerales 1 15 11 16 8 7 8 4 5 6 4 85
Paradas 1 1 2 2 2 1 2 1 2 1 2 17
Guardias de
Cárcel de la
Moneda y de
Prevención 0 0 0 0 0 0 58 0 0 0 0 58
9 60 62 57 57 60 153 37 47 61 52 655

El año 1879 no hubo academias pero aumentó notablemente el número de ejercicios debido a la ugencia de instruir a los
bomberos armados. En reemplazo de la policía se efectuaron ese año guardias de prevención tanto en la cárcel como en el
Palacio de Gobierno.

La Compañía, orgullosa del trabajo realizado y agradecida al mismo tiempo de la sociedad santiaguina que había contribuído
a su establecimiento, invitó a las personas que se anotan en el anexo N°1 y que aun estaban en la ciudad, a presenciar una
comedia y a escuchar buena música, forma que estimaron la más apropiada para expresarles su agradecimento.

En ese acto, realizado en el Teatro Variedades, el conocido poeta Pablo Garriga dirigió a la Quinta la siguiente alocución en versos:

«Trabajo i disciplina» es nuestro lema,


fieles sepamos a ese lema ser;
I siempre a combatir pronto nos halle
El peligro en el puesto del deber.
No desmayemos nunca, compañeros,
Llenemos con valor nuestra misión;
Y la conciencia del deber cumplido
Será nuestro preciado galardón!
Al fuego asolador que nos amaga
Sin descanso ataquemos por doquier;
Salvemos el hogar del desvalido,
Del obrero salvemos el taller!
Sea igual nuestro empeño, ya amenace
La choza del labriego el elemento,
O ya amague la llama destructora
El alcázar féliz del opulento!

La humanidad es una, ante el peligro


Todos iguales aún para luchar!
Cada hombre que nos llama es nuestro hermano
Cada choza que peligra es nuestro hogar!
Valor, constancia! Prat con su heroísmo
Nos dió ejemplo sublime del deber!
Y si es su nombre nuestra santa enseña,
Dignos sepamos de ese nombre ser.

El quintino Arturo Undurraga Prat nos ha relatado que en esos años se pretendió grabar unos versos en la espada con
que Prat saltó al abordaje del Huáscar y en cuyo acero el Héroe había grabado solamente su nombre. Se llamó a
concurso y este certamen fue ganado por Pablo Garriga, el mismo autor del himno dedicado a la Quinta en su décimo
aniversario. Posteriormente y a pedido de la familia Prat la espada se dejó intacta.

Los versos de Garriga, hoy tan olvidados como su himno a la Quinta, eran estos:

«Nací de un monte en el ignoto arcano


sacóme a luz la industria del mortal
forjóme el arte con prolija mano
y el Héroe, combatiendo, sobrehumano
me dió al caer su espíritu inmortal».

En el libro diario de Oficiales el oficial de guardia anota: «El día 7 de diciembre 1883 celebró el decenio la Compañia con
una magnífica función teatral en el Teatro de Variedades representándose la comedia en tres actos «Una cura por
homeopatía» representada por voluntarios de la Quinta como igualmente la parte musical- espléndido resultado - teatro
enteramente lleno - bastante entusiasmo».

«El día 8 un gran banquete asistiendo director, capitán i secretario de las diversas Compañías, todas las palabras que
deje aquí estampadas son pocas para poder manifestar lo grande que ha sido este acto de unión i fraternidad de
nuestros compañeros i ojalá que conmayor entusiasmo, si se puede esperemos todos los hoi voluntarios de la 5° Cía.
Los veinte años i siempre firmes, i fieles a nuestro lema «Trabajo y disciplina».

Arturo Stuven Teniente 2°

INCORPORACIONES Y REINCORPORACIONES 1880 A 1890

N° Reg.
Cía. Nombre Fecha de Incorporación

99 Julio Bobillier 1° marzo 1880


100 Ricardo Costabal 1° marzo 1880
101 Arturo Stuven 23 julio 1880
102 Alberto Testche 23 julio 1880
103 José de la C. Salvo 15 octubre 1880
N° Reg.
Cía. Nombre Fecha de Incorporación

104 Ernesto Molina 15 octubre 1880


105 Prudencio Santa Maria 8 diciembre 1880
106 Carlos Campbell Vicuña 20 mayo 1881
107 Agustín Baeza E. 7 agosto 1881
108 Rafael Pacheco 8 diciembre 1881
109 Alfredo Campbell Vicuña 18 mayo 1882
110 Fernando Edwards 2 julio 1882
111 Camilo Vial 4 agosto 1882
112 Santiago Aldunate Bascuñan 13 octubre 1882
113 Rolando Solar 13 octubre 1882
114 Cirilo Vil Cirilo Vila Magallanes 15 enero 1883
115 Federico Oddó 14 abril 1883
116 Armando Valdés C. 13 julio 1883
117 José Pedro Alessandri Palma 13 julio 1883
118 Juan E. Infante 13 julio 1883
119 Carlos Vergara M 2 Noviembre 1883
120 Anjel Vila Magallanes 2 Noviembre 1883
121 Nicolás Montt Herrera 2 Noviembre 1883
122 Ricardo Reyes Solar 2 Noviembre 1883
123 Julio Klein 2 Noviembre 1883
124 Carlos Matta Pérez 1° dicembre 1883
125 Victor Körner Andwanter 6 marzo 1884
126 Bernardino Toro C. 6 marzo 1884
127 Ramiro Pinto Concha 6 marzo 1884
128 Carlos Garcés Puelma 21 abril 1884
129 Santiago Montt 16 junio 1884
130 José Luis Zegers 6 julio 1884
131 Alfonso Klickmann 10 octubre 1884
132 Eduardo Guerrero 10 octubre 1884
133 José Francisco Vergara 9 enero 1885
134 Samuel Rodríguez Cerda 7 abril 1885
135 Carlos Smith 13 agosto 1885
136 Domingo Monery 8 enero 1886
137 Samuel Greene Haviland 9 abril 1886
138 Carlos Izquierdo 13 julio 1886
139 Jorge Guerrero 13 julio 1886
140 Roberto Alonso 8 octubre 1886
141 Ernesto Lagos 8 octubre 1886
142 Pedro Cortés Monroi 19 febrero 1887
143 Daniel Rioseco 4 abril 1887
144 Carlos Bravo 4 abril 1887
145 Renato Sánchez García de la H. 18 mayo 1887
146 Alfredo Campbell Vicuña 8 diciembre 1887
147 Pío Puelma Besa 9 abril 1888
148 Luis Altamirano Talavera 9 abril 1888
149 Cirilo Aldunate 9 abril 1888
150 Samuel Ossa Borne 9 abril 1888
151 Teodoro Bravo Cevallos 9 abril 1888
152 Miguel Prado 26 abril 1888
153 Luis Porto Seguro Ovalle 26 abril 1888
154 Elias de la Cruz Labarca 26 abril 1888
155 Eduardo Fernández Julio 26 abril 1888
156 Gustavo Bravo 26 abril 1888
157 Rafael Prado 26 abril 1888
158 Manuel Fernández G. 2 septiembre 1888
159 Carlos Altamirano Talavera 2 septiembre 1888
N° Reg.
Cía. Nombre Fecha de Incorporación

160 Carlos Olavarrieta 6 octubre 1888


161 Arturo Bravo B 13 abril 1889
162 Jorge Barceló Lira 13 Julio 1889
163 Ignacio Saavedra R. 13 Julio 1890
164 Luis Matta Pérez 13 Julio 1890
165 Julio Garcés 26 septiembre 1890
166 Juan de Dios Valdés 26 septiembre 1890
167 Pedro Torres Ibieta 26 septiembre 1890
168 Guillermo Blest Gana 26 septiembre 1890
169 José Pedro Contador 26 septiembre 1890
170 Carlos Vives 26 septiembre 1890
171 Alberto Acuña V. 1° diciembre 1890
172 Ramón Prieto 1° diciembre 1890
173 Enrique Gana G. 1° diciembre 1890

CONTINUACIÓN DEL CUADRO DE LOS PRIMEROS DIEZ AÑOS DE TRABAJO

Los voluntarios de la Quinta debieron concurrir hasta 1890 a los siguientes actos del servicio:

1884 1885 1886 1887 1888 1889 1890 Total

Incendios 13 10 16 19 15 28 14 115
Alarmas 16 3 6 10 8 8 8 59
Ejercicios 13 13 12 12 9 7 9 75
Academias 11 11 12 14 12 14 14 88

En este cuadro no se incluyen otros actos que también obligaban la asistencia de los voluntarios y muy especialmente la de los
oficiales, como eran las reuniones, funerales, cursos de máquinas, juntas de oficiales, junta de disciplina, revistas, etc.

PRESIDENTES Y SUPERINTENDENTES

El secretario de la Quinta era en 1881 Ignacio Santa María hijo menor de don Domingo Santa María González y que en
1894 será el Superintendente del Cuerpo de Bomberos.

El 18 de septiembre, día de la trasmisión del mando presidencial, invitó a todos los oficiales de la Quinta a presenciar la
ceremonia en que su padre asumía el mando de la Nación. Allí pudieron ver muy de cerca los quintinos como el Presidente
del Senado don Antonio Varas, ex Superintendente, recibía la banda presidencial de manos del Presidente don Aníbal
Pinto, Superintendente en 1884, y la terciaba en el pecho de don Domingo Santa María.

Esa escena histórica en que se reunieron jefes máximos de la Institución y a cuya capacidad y probidad nos referimos,
es una muestra del buen criterio con que el Cuerpo de Bomberos ha elegido siempre a sus jefes supremos.

Cinco años atrás había recibido Pinto el gobierno de un país debilitado por la insensata guerra con España y ahora
entregaba a su sucesor el mando de una nación fuerte y respetada.

Aníbal Pinto, quien manejó sin trabas los caudales públicos de la nación en guerra, salió tan pobre y endeudado de la
Moneda que para cancelar a sus acreedores debió vender sus bienes. Se fué a vivir a una modesta casa de alquiler
propiedad de don Eusebio Lillo, rechazó cargos públicos y senaturías que le ofrecieron y para mantener a su familia se
empleó en el Diario «El Ferrocarril» como traductor y ayudante de redacción con un sueldo de dos mil pesos al año.

La solidez de su juicio, la severidad de sus principios y la nobleza de su carácter levantaron el nivel moral del país.

Falleció en Valparaíso el 9 de junio de 1884 y hasta los que políticamente lo combatieron lo llamaron a su muerte «el
crisol de la honradez».
Ese día la Quinta Compañía celebraba sesión cuando se le comunicó la triste noticia y acordó suspenderla de inmediato en
señal de duelo. Los voluntarios se dirigieron al Cuartel General a esperar lo que iba a resolver el Directorio para solemnizar los
funerales del ilustre ex jefe máximo de la Institución.

Al día siguiente, miércoles 11, por tren de las 8 de la mañana partió a Valparaíso una comisión de diez voluntarios al mando del
Teniente 1° Arístides Pinto, para acompañar a Santiago los restos de don Aníbal Pinto que fueron velados en el Congreso.

El Directorio del Cuerpo ordenó que allí se montara una guardia permanente de voluntarios y a la Quinta le correspondió el
turno que se inició a las 4 de la mañana.

El jueves 12 anota en el Libro Diario de Oficiales el Tte. 2° don Alfredo Infante:

«A las 11 i minutos de la mañana de hoi salió nuestra Compañía con todo su material enlutado con el objeto de acompañar los
restos de nuestro Superintendente al Cementerio.

Una vez concluída la ceremonia, regresamos en orden de formación a nuestro Cuartel donde se guardó el material i se pasó
lista a las 4 ¼ P.M.»

DON ANTONIO VARAS DE LA BARRA

El 3 de junio de 1886 fallece don Antonio Varas, estadista que no quiso ser el primer ciudadano, rechazando la sucesión
del Presidente Montt en tiempos que el candidato oficialista era elegido sobre seguro. Hasta el día de su muerte se negó
a jubilar diciendo que todavía podía trabajar y que la jubilación por incapacidad simulada era un robo a la nación.

El gobierno, las corporaciones y el pueblo tributaron a sus restos uno de los homenajes más grandiosos que ha visto Santiago.

Durante los años 1866 a 1869 fue Superintendente del Cuerpo de Bomberos y desde 1870 era miembro honorario del Directorio.

En el libro de Guardia de la Quinta, se lee en el día 5 de junio de 1886:

«A las 8,40 A.M. nos dirijimos al Cuartel General de donde salimos a las 9 A.M. en unión de las demás Compañías, en
dirección a la casa de don Antonio Varas, calle Huérfanos entre Teatinos i Peumo, desde donde voluntarios de todas las
Compañías arrastraron a pie el carro con el cadáver del señor Superintendente hasta el Cementerio. Ahí habló en
representación del Cuerpo el señor Samuel Izquierdo».

El gran estadista dejó a su familia por única herencia el recuerdo de sus virtudes privadas y cívicas y el Congreso debió
acordar una pensión para su viuda e hijas solteras.

FATAL MARTES 13 EN MARZO DE 1883

La campana da la alarma. Se divisa una gran humareda en dirección a Matucana. El voluntario Pesse sale a cargo de los
caballos de la Bomba y a todo galope avanza en persecución del incendio que parece alejarse cada vez más. En esa
carrera atropella a un coche de posta destrozándole el pescante.

La gran columna de humo era producida por una sementera que se quemaba en Pudahuel y el incendio a que llamaba
la campana era una falsa alarma.

La Quinta no llegó al lugar del amago y además tuvo que pagar los daños al cochero.

OTRA FALSA ALARMA

En el libro Diario de Oficiales escribe el Tte. Guillermo Swinburn en Nov. 18 de 1880:

«A la 1 ½ P.M se sintieron dos campanadas en la torre de San Francisco que fueron repetidas a intervalos; como creyera que
dicho convento repetía la señal de incendio en el 2° cuartel acudí de uniforme a éste; me encontré con que no había novedad;
sin embargo me consuelo con el hecho de que no fui el único chasqueado, pues entre varios bomberos de otras Compañías
que corrían por la Alameda divisé al señor Comandante i al voluntario Silva Palma, quienes llegaron a este cuartel.

Averiguando el origen de la singular idea de los frailes supe que habían estado llamando a clases de catecismo; quizás
será buena la clase pero la manera de llamar es malasa así es que ruego al Sr. Capitán se empeñe con los reverendos
padres para que llamen de una manera menos alarmante».

AVERIAS DE MATERIAL EN LOS ACTOS DEL SERVICIO

Los daños sufridos por la Bomba, gallo y carro de carbón, así como los de las mangueras, pitones , gemelos, etc. Eran numerosos y
la descripción de ellos y de las correspondientes reparaciones ocupan centenares de páginas en los Libros de Guardia.

Enfocaremos como ejemplo una semana de trabajo, (la que se inicia en 27 de enero de 1884).

Domingo: Incendio a las 2 A.M. en la casa del Sr. M. J. Díaz en la calle San Diego. No había agua en las acequias
próximas por lo que nos colocamos en la de la Alameda trabajando hasta las 6 A.M.

Averias: Se rompieron cinco tiras, algunas lo están en dos partes. Se perdió la compuerta para las acequias. La guasca
de la Bomba se rompió.

Lunes: Amago a las 3,20 P.M. se dió la alarma en el barrio de la Cañadilla. Alcanzamos a llegar hasta la Plaza de la
Independencia donde tuvimos orden de devolvernos.

Averias: Se quebraron varios pernos del gallo. Se hará lo posible por dejarlo listo para mañana.

Gastos de semana:
1 Frasco de Barniz negro $1.50
Agua de cobre $0.20
3 libras de velas $2.40
pasto $1.50

Martes: Entrego la guardia sin novedad.


Federico Oddo
Ayudante

Me recibo de la guardia Alfredo Infante Tte. 2°

Miércoles: A las 11 A.M . incendio en la Bodega Chile, San Antonio esq. de Chirimoyo, propiedad de los Sres. Echeverría i Palacios.
La Bomba se colocó en la acequia entre Chirimoyo i Alameda. Se trabajó sobre el tejado, por el frente del incendio, hasta la 1 ½ P.M.

Jueves: A las 3 A.M. incendio en la calle San Martín, casa del Sr. De la Barra, la bomba trabajó hasta las 7 A.M.

Averias: Se volvió a quebrar la abrazadera de la bomba que se quebró en el incendio de ayer y que ya había sido
compuesta. Al gallo se le quebraron dos barrotes del canastillo de mangueras.

Mangueras rotas durante los tres últimos incendios: hemos tenido la enorme suma de treinta y dos tiras rotas.

Viernes: Sin novedad:

Sábado: Amago. Se nos dió aviso que se quemaban unos ranchos de la calle San Ignacio cuatro cuadras afuera del
canal San Miguel. Nuestra bomba salió del Cuartel con la ligereza de costumbre. Sofocamos el fuego entre cuatro
voluntarios ayudados por algunos hijos del pueblo. Se hizo notar la conducta del oficial de guardia del depósito de policía
que no avisó al Cuartel General por lo que no se dió la alarma.

Domingo: Incendio
A las dos i minutos se dió la señal de alarma entre calle San Isidro i Carmen, tres cuadras adentro. Nuestra bomba la
única que trabajó durante 2 horas i cuarto.
Averias: Al gallo se le quebró el timón; un farol.
A la bomba se le cortó la silla del arnés.

Anotaciones varias del libro de guardia


1883
«A las 8 A.M.salíamos a ejercicio cuando se
quebró el timón del gallo y el caballo arrancó
con esa parte botando a nuestro querido
Capitán que recibió fuertes golpes que
pudieron serle muy fatales, sin embargo, de
estar algo estropeado i gracias a su energía
se continuó el ejercicio».

Arturo Stuven
Ayudante Grupo de quintinos con la bomba, gallo y carro de carbón, en el año 1886, retratados en el patio de la
antiguo Cuartel General.
Del libro de Actas de la Junta de Oficiales 1884
El voluntario Carlos Garcés fue citado por abandonar su puesto durante el ejercicio general del 19 de octubre y golpear
a un voluntario de otra Compañía.

Explica el voluntario Garcés que estaba al cuidado de una manguera cuando el voluntario Emilio Ruiz S. lo silvó y cuando
volvió la cara lo pitoneó. Dice que amenazó a Ruíz de darle un correctivo delante de todo el Cuerpo si lo volvía a pitonear
y que Ruíz le botó el casco de otro pitonazo. La Junta lo reconviene a pesar de sus explicaciones.

En la misma Junta se acuerda colocar vidrios verdes a los faroles de la bomba y del gallo.

A raíz de un gran incendio ocurrido el 22 de diciembre 1884 en que los voluntarios Cirilo Vila, Agustín Baeza y Arturo
Stuven después de trabajar varias horas solicitaron permiso para ir a cambiarse ropa y volver se les cita por no regresar.
Explican: uno que se tendió a descansar un momento y se quedó profundamente dormido, otro que regresando al
incendio se cayó del caballo y no tuvo fuerzas para volver a montar y el tercero que le dió una fatiga. La Junta les aplica
sanciones y le acepta la renuncia al voluntario Stuven.

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