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La excelencia

del Amor
J. Enrique Cáceres-Arrieta

“Si no tengo amor, no soy nada; si no lo hago


con amor, de nada me vale”.
-San Pablo-
Capítulo I

El amor y su definición
Si hay una palabra que los humanos hemos distorsionado, malinterpretado,
abusado y tergiversado, es el término amor. A lo largo de muchísimos años
hemos creído que placer genital, coito, orgasmo, sexo, pasión, obsesión, deseo
o querer son sinónimos de amor. El vocablo amor o amar ha sido usado
indiscriminadamente en relaciones sentimentales, poesías, canciones, novelas,
telenovelas y películas. Pero, ¿cuánto de eso es amor? A mi juicio, amor es lo
más ausente en relaciones sentimentales, canciones, poesías, novelas y
películas. Lo que impera es la glorificación del goce genital. Hemos creado
nicho y dado culto al acto sexual, mas la sana vida sexual ha sido dejada de
lado.
Una cosa es el acto sexual y otra muy distinta es la vida sexual. El primero
también lo practican los animales y para ellos es tan vital como comer y
respirar; la vida sexual, en cambio, es exclusiva bendición del ser humano y
delicioso fruto del aprendizaje y el arte de quien ejecuta un instrumento
musical magistralmente. No se trata de tocar por tocar, sino de hacer lo mejor
que las limitaciones humanas lo permitan; casi a la perfección. Como los
ángeles, decimos hoy. Como los dioses, decían en la antigua y politeísta
Grecia. (Si Darwin hubiese sabido el daño que haría a la humanidad con su
creencia de que todo ser vivo viene de unas pocas formas sencillas y
primitivas que surgieron por evolución a partir de la misma materia inerte; y
que los humanos no somos más que animales evolucionados, no habría
incursionado en la hipotética evolución. Pues si solo somos animales
transformados o evolucionados, el amor, la sexualidad, el sexo y la vida
misma son exclusivamente para obtener placer; placer egoísta. De ese placer
hablan mucho autodenominados científicos y entendidos de la sexualidad
humana. Lo irónico y trágico es que entre más placer hedonista obtenemos
menos placer genuino alcanzamos, pues él es evasivo al egoísmo)
Una sana vida sexual contribuye, además, al crecimiento y madurez en el
bello arte de amar. El acto sexual dentro de los cánones de una relación
matrimonial hombre mujer suele ser bueno; lo enfermo y dañino es reducir el
placer al simple acto coital y realizarlo fuera de los viejos pero sabios patrones
morales. También es perverso si en el compromiso matrimonial vivimos
obsesionados por el sexo. En ello consiste la crueldad del acto sin amor, y está
representado en pornografía, prostitución, orgías, bacanales, intercambio de
pareja, violaciones, bestialismo, pedofilia, incesto... En realidad, no entiendo
cómo puede alguien justificar la liberalidad sexual sin tener en cuenta el
extremado daño que el sexo desenfocado ha hecho y hace a la raza humana.
¿Será posible lograr la excelencia en el amor? Creo que sí. Más adelante
veremos que no es fácil, mas sí es posible. En efecto, existen parejas felices en
relaciones de genuino amor. No serán la mayoría, pero las hay.
En términos estrictamente humanos, el primer peldaño a subir en dirección
a la consecución del verdadero amor es el autoconocimiento. Alcanzamos la
excelencia en el difícil arte del amor si nos autodescubrimos, aprendemos a
valorarnos, nos aceptamos, respetamos y tenemos el concepto correcto de
nosotros mismos; y, asimismo, si controlamos sueños narcisistas de dominio
sobre las otras personas.
Toca escoger a la persona correcta. Y, si nos equivocamos en la búsqueda,
tener la suficiente inteligencia emocional para salir de esa relación sin
hacernos daño nosotros ni dañar a la otra persona. A veces uno se da cuenta de
que está en un atolladero y que la relación no va para ningún lado, pero
programaciones adictivas nos dificultan terminar con dicha relación. Mi
abuela en lenguaje folclórico asegura que ―para estar colgando, mejor es estar
en el piso‖. Si vivimos en peleas y cotidianas desavenencias, mejor es poner
punto final a la relación. Más vale cortar por lo sano y a tiempo. O, si se presta
para ello, darse un tiempo y pensar mejor las cosas. El silencio y la soledad
suelen ser buenos consejeros. En la quietud de las emociones y sentimientos
habla de manera diáfana la voz de la conciencia anímica, y el corazón es
mejor oyente.
Pues bien, sin autoconocimiento y sin ascender por los peldaños de la
escalera de la sana autoestima es imposible amarnos a nosotros mismos y
amar a los demás. El gran obstáculo estriba en que la mayoría no se conoce a
sí mismo ni se ama, valora, acepta ni respeta lo suficiente. (Otros, por
desgracia, no se aman ni un poquito y son suicidas en potencia) Si no hay
autoconocimiento, no puedo amarme a mí mismo. No es posible amar lo
desconocido. Para conocerme debo vivir en quietud y silencio. Y para conocer
a otros debo relacionarme.
Lamentablemente, lo más común hoy es empezar la relación desde el final.
Esto es, de atrás para adelante: sexo primero; sexo segundo, sexo tercero. Y...
si queda un espacio, un poquito de amistad. Cuando lo sano, maduro y
correcto es entablar relaciones amistosas y dejar el sexo para una relación
seria y comprometida como el matrimonio heterosexual. No hacerlo así ha
acarreado profundas heridas, quebraderos de cabeza, rechinar de dientes,
lágrimas de sangre y millones de hijos de divorcios, pues muchos se casan no
porque en realidad se quieran sino porque ya están encadenados a su sexo y al
sexo de la otra persona, o se acostumbraron el uno al otro.
No se trata de la prohibición caprichosa de una religión desfasada y sectaria
que pretende coartar el placer sexual, como creen muchos, sino de no ser
secuestrados y esclavizados por el segundo centro de la conciencia de la
sensación humana que suele ser rehén del sexo, drogas, comida, tabaco,
alcohol...
Si hay un terrorista suicida del cual toca cuidarnos y temer, es el sexo. El
placer indescriptible que brinda lo hace sumamente atractivo y letal para la
raza humana. Rendirse a sus pies ha sido y es la más destructora fuerza que ha
arruinado y diezmado al género humano más que todas las conflagraciones
mundiales juntas. Los hombres más fuertes, sabios y encumbrados han sido
víctimas de tan descomunal energía. Sus víctimas son contadas por billones y
billones. (En Sexo: autocontrol o casos veremos esto más a fondo)
Pero volvamos al amor. La pregunta del millón o de cajón es: ¿Qué es el
amor? Desde tiempos modernos, nos hemos hecho esa pregunta. Poetas,
músicos, compositores, cantantes y escritores han escrito y compuesto música
y letra al amor, mas ¿qué es el amor? ¿Existe el amor? Resulta tenaz intentar
definir al amor. El amor es tan profundo y a la vez tan sencillo que es
imposible definirlo; solo toca sentirlo y vivirlo para entenderlo, si acaso se
pudiera comprenderlo a cabalidad. Con todo y lo dificultoso que resulta hallar
el amor, creo que existe.
Hasta cierto punto, la realidad o irrealidad del amor es como la existencia
de Dios. Aunque la existencia de Dios es corroborada por múltiples hechos de
las ciencias naturales, la prueba más fehaciente y convincente es la personal.
(Felipe le dijo al escéptico Natanael: ―Ven y ve‖. [San Juan 1: 46]). Para
convencerte de que el amor existe, debes vivenciarlo. Debes estar enamorado
y vivir junto a la persona de tus sueños. Tanto la existencia de Dios como del
amor deben ser experimentadas para convencernos de su realidad. Así
viviremos no solo de creencias, sino además de la convicción nacida de la
experiencia.
Alguien ha expresado: ―Sé que podemos encontrar las cosas más bellas en
las cosas más simples‖. El amor es posible hallarlo en las cosas y
circunstancias más sencillas de la vida. Siendo una de las experiencias más
bellas que nos puede pasar y es posible sentir, encontramos el amor en las
cosas más sencillas y cotidianas de la vida. En la sonrisa de un niño; en la
mirada de una mujer; en el consejo de un sabio anciano; en el abrazo y
franqueza de un amigo; en el beso de una madre. Solo depende de la
disposición que tenga yo para experimentarlo. Como todo en la vida, la actitud
es importante.
Si definir el amor fuera posible, la mejor manera de hacerlo sería hablando
de sus cualidades. Por ello, después de leer varias obras sobre el amor,
encuentro que las características brindadas por san Pablo en su Primera Carta
a los Corintios capítulo 13, versículos 4-8ª, nos ayudan a comprender el amor
del cual hablaremos. Para tranquilidad de algunos lectores, no nos elevaremos
a alturas teológicas a fin de no complicar la por sí difícil comprensión del
amor.
El apóstol Pablo escribe: ―El amor es paciente, es servicial; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se engríe; no hace nada
indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no guarda rencor. No se
goza de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo sufre, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser [...]‖.
Con tales cualidades se nos facilita entender un poco más y mejor el amor.
Con semejantes palabras descodificamos el misterio habido en el amor. Aun
cuando allí no se defina al amor, este pasaje nos toma de la mano y aclara lo
que es y no es el amor. Asimismo, deja ver cómo es o cómo actúa o debe
actuar quien ama o dice amar.
Creo que el inconveniente no está tanto en la definición del amor, sino en
nuestra incapacidad de amar. Por no ser ingeniero y técnico de un Airbus
A380, no puedo explicar en términos técnicos cómo es posible que un avión
tan grande y pesado pueda elevarse; mas, si he viajado en uno, es fácil y
agradable explicar lo que se siente surcar los aires en uno de esos pájaros de
acero, aun cuando siga sin entender cómo se sostiene en el aire. En otras
palabras, lo realmente importante no es saber definir el amor, sino tenerlo,
sentirlo y practicarlo o vivirlo.
Veamos lo que expresa Pablo en el pasaje arriba citado: el Apóstol sostiene
que el amor es paciente, es servicial; no tiene envidia; no es jactancioso, no se
engríe; no hace nada indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no
guarda rencor; todo lo sufre, todo lo cree; todo lo espera; todo lo soporta, y, a
pesar de lo que pase, nunca deje de ser.
¿Qué tipo de amor es ese que parece ser realidad solamente en sueños?
¿Será posible única y exclusivamente en la isla Utopía de Tomás Moro? ¿O
quizá en la serie televisiva La isla de la Fantasía? ¿Es o no es posible un amor
así? Pablo asegura que sí. Como señaláramos, tal amor casi no existe en las
relaciones sentimentales y románticas, pero es real. San Pablo aclara que no
ama quien no tenga esas virtudes en la relación en la cual está involucrado.
A decir verdad, un amor así contraría el entendimiento humano. Lo
embolata. De ahí que muchos crean que ―el amor no existe‖. (En El origen del
sufrimiento... vemos que hay quienes niegan lo que no entienden. Pero negar
lo que no entiendo no desvirtúa la realidad o el hecho en sí. Solo demuestra
mis limitaciones para en tender cosas que aunque no van contra la razón la
trascienden)
Si nos trasladamos del plano del amor sentimental o erótico, al plano del
amor filial por los hijos, tampoco entiendo a veces el amor de mamá por sus
hijos. (Innumerables hazañas sobrehumanas han sido ejecutadas por madres
con tal de salvar a su hijo del peligro) El amor de un papá por sus hijos lo
entiendo bastante bien por ser padre. Mas no comprendo el amor de una
persona que -a pesar de todo- es paciente, no es jactancioso, no hace nada
indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no guarda rencor, todo lo
sufre, todo lo soporta y nunca deja de amar. ¿Quién entiende eso? Pienso que
nadie. Ello no significa que quien ame tenga complejo de mártir, sea
masoquista o sienta la necesidad de que se le castigue. Más adelante veremos
que quien así actúa en realidad no ama, sino que está enfermo, y no
precisamente de amor, como escribiera Salomón en Cantares.
Por esas razones considero que el amor del cual hablaremos no es mágico,
místico ni mítico, pero escapa de nuestro entendimiento. Mas no por ello es
irreal, sino muy real porque podemos sentirlo si se lo permitimos. Esa clase de
amor no es natural ni es humano. Es sobrenatural y sobrehumano, pero se
mueve en los corazones de los humanos que se lo permiten.
Ahora bien, las cualidades del verdadero amor no se invalidan o desvirtúan
porque las revele una fuente religiosa como san Pablo, sino que -por el
contrario- cogen más fuerza por tener el amor procedencia que trasciende lo
natural, lo meramente humano. Insisto, este tipo de amor va más allá del
entendimiento, mas no está contra la razón.
El amor es la fuerza más poderosa existente en el universo y lo único
trascendental en la vida. Nos impulsa a la constante búsqueda de placer para
así evitar el displacer en la cotidianidad de la vida. Desde que nazco, estoy
programado para recibir mucho amor. De ahí que privar al niño de relaciones
afectivas con mamá o, en su defecto, con una sustituta en el primer año de
vida incida en grandes perturbaciones emocionales. (A la mayoría de nosotros
no nos dieron suficiente amor y caricias, por ello nos enredamos en relaciones
dañinas buscando el amor y afecto faltantes) Al crecer, sigo buscando el amor
y aceptación de mis padres y de los que me rodean. Hago amigos porque
deseo ser reconocido en la sociedad; inconscientemente, quiero su amor y
aceptación. Siendo adolescente busco novia y me enamoro, pues pretendo que
mi pareja me dispense amor. Estudio en la universidad y en otros centros de
estudio porque anhelo prepararme para ser mejor aceptado en la sociedad. En
mi inconsciente está presente el deseo de ser amado y admitido por otros. Me
caso porque creo que la persona escogida llenará mis expectativas y carencias
de amor, aun cuando en el preconsciente (subconsciente) y/o consciente
persiga otro interés. Vivo afanado y turbado por tener dinero, bienes
materiales y posición social porque quiero ser acogido en la sociedad
materialista en la cual me muevo, que igual busca amor y aceptación. En
suma, esta es la eterna búsqueda de amor del ser humano.
Antes de las citadas palabras sobre el amor, Pablo hace dos serias
advertencias que debemos tomar en cuenta: ―Si no tengo amor, no soy nada; y
si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi
cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve‖. (1ra
Corintios 13: 2, 3)
A los religiosos y científicos naturalistas dice el apóstol Pablo: ―Si tuviese
profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese tanta fe
como para trasladar montañas, pero no tengo amor, no soy nada‖. A los
filántropos y extremistas suicidas san Pablo expresa: ―Si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve‖.
Pablo no subestima la profecía, el entendimiento, el conocimiento, la
sabiduría, la fe y las buenas obras, pero enseña que si no tengo amor, y si lo
que hago no lo hago con amor, no soy nada; de nada me sirve. Tal vez para los
seres humanos lo que haga sea grande, mas para con Dios no es nada, pues
para Él el ingrediente infaltable es el amor.
Mi grandeza como ser humano está fundamentada y estructurada en el amor
que tenga por mí, por el prójimo y por Dios; y del amor con que sazone todo
lo que haga. Si no es así, no soy nadie ni vale de nada para mí lo que haga por
otros. Sin lugar a duda, cuanto haga por otros valdrá para ellos, pero yo
quedaré sin frutos eternos. De ello cosecharé hojarasca, heno y madera,
susceptible a ser quemado. ¿Sobre qué quiero edificar? ¿Sobre hojarasca, heno
y madera? ¿O sobre oro, plata y piedras preciosas?
Por otro lado, el amor es mayor que cualquier otra virtud o don. ―Ahora
permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es
el amor‖. (1ra Corintios 13: 13) En efecto, el amor es el mayor de los dones
que una persona pueda tener en su haber, puesto que el amor es lo único que
trasciende todo, incluso la muerte. Antes de abordar el tema del amor, Pablo
en el capítulo anterior había desarrollado el punto de los dones espirituales, a
saber: sabiduría, conocimiento, fe, sanidades, milagros, profecía,
discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas e interpretación de
lenguas. Cualquiera pensaría que el Apóstol concluiría que algunos de ellos o
todos son la mejor opción y posesión que podríamos tener, pero no es así. Lo
que asegura es: ―Ahora yo les muestro un camino más excelente‖ que supera a
cualquier otro don, y es... el amor.
Solo el amor es capaz de vencer el mal manifestado mediante odio, rencor,
resentimiento, ira, desamor. Nunca el desamor ha vencido ni vencerá al amor.
Jamás el odio, ira, resentimiento y el rencor prevalecerán sobre el amor porque
ninguna emoción por muy mal encaminada que esté trascenderá los umbrales
de lo que llamamos más allá y que los filósofos con máscara de científico se
empeñan en negar con afirmaciones dogmáticas y temerarias. En cambio, el
amor sí traspasa las fronteras entre la vida y la muerte. Nadie, absolutamente
nadie, puede resistir al verdadero amor. Si la persona no tiene serios trastornos
de personalidad, considero que por muy endurecido que esté un corazón el
amor puedo derretirle como se derrite la cera ante el calor. Además de que el
amor siempre prevalece sobre el desamor. El bien siempre vence al mal. Así
ha sido y será siempre.
En general, se habla de tres tipos de amor: filial, eros y ágape. En Los
cuatro amores, C. S. Lewis además de hablar del afecto, la amistad, el eros y
la caridad sostiene que hay un cuarto amor llamado por él ―amor a lo
subhumano‖, y es el amor o gusto a la naturaleza, al paisaje, a la patria.
Pues bien, el amor filial (gr. fileo) es el cariño y afecto entre hermanos,
familiares, amigos y relaciones de pareja; después de la conquista de eros,
hombre y mujer pueden y deben desarrollar una etapa de cariño y aprecio
mutuos.
El amor carnal (gr. eros) es el deseo sexual, erótico, posesivo, pasional; el
enamoramiento, dado entre esposos, novios, parejas, etc. Y el amor ágape (gr.
agápe), que viene directo del corazón de Dios, y está en mayor proporción en
mis relaciones con mis hijos, padres y la familia cercana. A veces está
presente en la relación con mi pareja y semejantes. Nota que escribí ―a veces
está presente‖, pues no todos los sentimientos hallados en dichas relaciones
son amor ágape. Sin temor a que se me catalogue de fanático religioso o de
argumentar en círculo, es menester expresar que sin Dios el amor del que
hablaremos es imposible, puesto que ningún ser humano, filosofía, ética,
moral o religión puede generarlo. Sin embargo, por ser criaturas hechas a
imagen y semejanza de Dios es posible observar ese amor en estado
embrionario en los seres humanos, pero debe desarrollarse y crecer con la
ayuda de Dios, quien lo ha colocado en nosotros. San Pablo lo llama ―afecto
natural‖, ―amor, afecto fraternal‖. San Pedro también habla de ―afecto
fraternal‖. Aquí haremos hincapié en el amor ágape, que es el único que todo
lo puede y trasciende. ―Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo
ahogarán los ríos‖. (Cantares 8: 7)
Capítulo II

El amor y sus características

En el pasaje citado del apóstol Pablo tenemos varias afirmaciones que


analizaremos una por una. Te invito a que hagamos ese interesante análisis

Primera afirmación

El primer enunciado que hace 1ra Corintios 13: 4-8a es: “el amor es
paciente”. Otras versiones traducen: ―sufrido‖. ¿Qué es paciencia? ¿Y qué
significa que el amor sea ―sufrido‖? Según el Diccionario de nuestra lengua,
paciencia es la ―capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse‖. ―Facultad
de saber esperar cuando algo se desea mucho‖. Al esperar o tener que esperar,
se sufre. (El refrán reza que ―el que espera, desespera‖. Ello suele suceder por
ser impacientes) No porque el verdadero amor sea masoquista, sino porque
aunque uno no quiera sufre por el ser amado. Ojo, el que ama sufre. Pero el
que no ama hace sufrir. Entre más dependientes o codependientes somos de
las personas, más sufrimos. Es preciso un equilibrio: sufrir, pero sin irnos a los
extremos de sufrir por lo más insustancial e irracional. Desde el momento en
que salimos del sufrimiento natural que conlleva amar, y empezamos a sufrir
por tonteras no amamos, sino que estamos obsesionados; somos dependientes
emocionales. Estamos apegados a las personas.
Si reflexiono sobre la primera acepción de paciencia, noto que para nada
tengo paciencia. En realidad, soy un tipo sumamente impaciente en las
relaciones. Esa ―capacidad de padecer o soportar algo‖ sin alterarme, sin
desesperarme, brilla por su ausencia pues soy impaciente. ¿Tengo la facultad
de esperar algo que deseo mucho? Si soy sincero y honesto conmigo, debo
reconocer que no tengo ninguna de las dos cualidades para esperar; ser
paciente. Notemos algo, la palabra paciente también se aplica a la persona que
padece sicológica, emocional y físicamente; y, porque requiere atención, está
bajo el cuidado de un especialista. Cuando nos enamoramos y queremos a
alguien sin el ingrediente amor ágape precisamos la supervisión de nuestras
emociones, pues suelen desbocarse. Por el contrario, al amar de verdad las
emociones no se desenfrenan, sino que todo ocurre de manera natural; no
vivimos obsesionados; una paz y un sentido de pertenencia inundan nuestro
ser. Pero, como no hemos aprendido a amar y arrastramos hambres de afecto y
amor, las relaciones son embarazosas y nos enredamos y complicamos en
nimiedades. Lo más sencillo se nos complica y terminamos bien rechazados
por nuestra pareja, o saboteando nosotros mismos la relación para que se
acabe. Desde luego, nuestro proceder se da generalmente en el plano
inconsciente.
En nada beneficia señalar que nadie es paciente, pues lo que hago es
justificar mi impaciencia, mi defecto de carácter. Mi ingobernabilidad o falta
de dominio propio en cuanto a la paciencia no saca ningún provecho con ese
tipo de declaración o modo de pensar. Cavilaciones de ese tipo son excusas
para persistir en la impaciencia. Más bien debo pedirle a Dios que me ayude a
ser paciente; toca proponérmelo y trabajar en esa debilidad temperamental.
Ojo, la prueba produce paciencia. De modo que quien ore por paciencia debe
ser necesariamente probado en diferentes circunstancias de la vida. ¿Quiero
paciencia? ¡Ya viene en camino la prueba que origina la paciencia!
¿Qué podemos decir de la famosa ―prueba de amor‖ que muchos hombres
piden a la mujer que se supone aman? Ya lo vimos: el amor es paciente; quien
anda a las carreras y atropella no ama, sino que tiene otros intereses. Además
de que si amo no pediré ninguna supuesta prueba de amor, puesto que por
nada en el mundo deseo ofender la dignidad de la persona amada. Quien come
sin pagar el precio de lo comido no come por apetito, sino por hambre. Y
quien permite comer antes del compromiso corre el riesgo de perder hacha,
calabaza y miel.

Segunda afirmación

La segunda declaración es: “el amor es servicial”. Aquí muchos hombres


pueden darse puntos, puesto que para tratar de conquistar a una mujer son
serviciales, caballerosos, gentiles; en fin, hacen lo humanamente posible por
impresionar a una hija de Eva. Aunque, si lo analizamos sin apasionamiento,
la mayoría de esos hombres actúan con máscaras para conquistar. (Una mujer
que leyó esta parte de mi escrito hace varios años se enfocó en la palabra
conquistar viendo en ella solo guerra, imposición; machismo. Pasó por alto
que la acepción aquí es para significar el logro de un hombre en el ánimo de
una mujer. En realidad, algunas siempre buscan la quinta pata al gato. Son
quisquillosas.) Después de conseguir lo que quieren de la mujer, olvidan las
conductas bellas antes practicadas y someten a la mujer a trato descortés y
hasta humillante. Bien lo expresa mi abuela: ―Toda escoba nueva barre bien‖.
De manera que esas atenciones eran falsedades, máscaras para engañar y
manipular. Eso no es amor. Quien ama es servicial –no servil— todo el tiempo
y sus acciones nacen del corazón. Su amor por el ser amado surge de un
corazón honesto. No se trata de ser complaciente y no saber decir ―no‖ o no
poner límites sanos. Quien no pone límites sanos corre el riesgo de ser
abusado. No saber poner límites sanos es clara señal bien de adicción a las
relaciones, al romance o al sexo; o miedo a la soledad y a los sentimientos de
abandono; pero eso no es amor. Quien no ha aprendido a vivir a solas consigo
nunca podrá vivir en una relación funcional. ¿Cómo seré capaz de sobrellevar
a otra persona si no me soporto a mí mismo?
Más aún, ¿quién me garantiza que mi mujer vivirá conmigo todos los días
que vivamos en esta Tierra? ¡Nadie! Pero sí está garantizado al cien por ciento
que viviré conmigo hasta que muera. ¿Entonces por qué no empezar a
llevarme bien conmigo mismo, pues viviré conmigo toda la vida?
Por último, ya es tiempo de que el machismo sea desterrado de las
relaciones heterosexuales y que el hombre también empiece a atender a su
mujer. No soporto al hombre que ve a la mujer como esclava en casa y es
incapaz de mover un dedo, ayudar con los niños o atender a su Eva. ¿Se me
caerá la corona o dejaré de ser varón por hacer el desayuno y llevarlo a mi
mujer a la cama? ¿O será más bien que ganaré puntos con ella y abonaré al
amor? Desde luego, como en otras áreas, debe haber un equilibrio a fin de que
no haya abuso ni usurpación de papeles. En Alemania, hace muchos años una
mujer le pidió el divorcio a su marido porque se sintió desplazada por él. Por
lo general, la mujer desea un socio en casa, no alguien que la remplace.
Tercera afirmación

“El amor no tiene envidia”, o ―no tiene celos‖. Quien manifieste que ama a
su cónyuge no tiene por qué sentir tristeza o pesar por el bien ajeno; al
contrario, debe regocijarse por la felicidad del ser que se supone ama.
Viéndolo bien, da la impresión que aún entre las parejas puede haber celo o
envidia profesional, porque se dan casos en los cuales los dos no tienen la
misma preparación profesional ni el mismo nivel social. Si no hay amor, la
profesión o posición social puede ser piedra de tropiezo. Quien envidia o
tiene celos del otro no ama.
Temo que no pocas parejas viven en competencia profesional; pendientes de
quién gana más que el otro. El afecto -si lo hubo- se evaporó y solo queda el
ego que impele ver a la pareja como rival, no como objeto de amor y un socio.
Al polarizarse, la liberación femenina ha causado mucho daño a la
mentalidad de no pocas mujeres pues al prepararse igual o más que el hombre
ya no consideran al hijo de Adán como el prospecto para amar y ser el padre
de sus hijos, sino el mal necesario con el objeto de ahuyentar la soledad o para
satisfacer una ―necesidad‖ biológica. Hay mujeres que rehuyen de cualquier
tipo de compromiso con un hombre, y lo utilizan ya sea para tener un hijo o
para ahogar el deseo sexual del momento. ¿Quién dijo que solo los hombres
utilizan a las mujeres? ¿Quién ha dicho que solamente los hombres acosan
sexualmente a las mujeres? Quien lo haya asegurado se equivocó. También
hay mujeres que juegan con los hombres y otras que los acosan. Bien lo
expresa mi abuela, ―en todas partes se cuecen habas‖. Soy feminista y apoyo a
las mujeres en mucho, pero no hay que irse a los extremos. El feminismo
extremado es la contraparte de la hombría inflada llamada machismo.

Cuarta afirmación

“El amor no es jactancioso”. Cuando de veras se ama, no se pavonea o hace


alarde de cualidades o posibilidades reales o ficticias. Aquí muchos fallamos
estrepitosamente; no hemos aprendido a ser sencillos y humildes de corazón.
La presunción es una de nuestras debilidades temperamentales y defectos de
carácter. Manifestar que otros son más orgullosos y arrogantes que yo no
ayuda, sino que justifica y alimenta mi soberbia y empeora la enfermedad.
Hay hombres que alardean de haber tenido relaciones con esta o aquella
mujer. ¿Qué clase de hombre es ese? Solo atino a creer que machos podrán
ser; pero, varones, hay que ver. Por otro lado, ¿qué hay de cierto de que
algunas mujeres se cuentan todo entre ellas? A mi juicio, hay intimidades que
me pertenecen como individuo único e irrepetible; compartirlas con otros es
correr el riesgo de quedar de boca en boca. El pensamiento hebreo advierte:
―Recuerda que tu mejor amigo tiene un mejor amigo. Sé prudente con tus
cosas‖.
Las personas que viven de cama en cama son inseguras de su identidad
sexual. Tienen baja autoestima y no han trabajado el sano desarrollo de su
vida sexual. A diario necesitan reafirmar su sexualidad y te miran como bicho
raro si no corres igual que ellos. Según su estrecha manera de ver el sexo, sexo
es igual que amor, y no puede haber amor sin sexo, pues catalogan al sexo
como ―necesidad primaria básica‖. En breves palabras, ―necesidad biológica‖.
Ignoran que puede haber mucho sexo sin amor. Y tu sexualidad ni tu ser
crecerán ni un milímetro. Estos sujetos encajonan el amor en el placer genital.
(Estos puntos serán analizados mejor en Sexo: autocontrol o caos)
Hace unos años, un playboy dijo que el verdadero hombre no es el que lleva
a muchas mujeres a la cama, sino aquel que hace feliz a su mujer en la cama.
¿Qué te parece que sea un Casanova quien lo diga? El hombre de verdad llena
a su mujer no solamente en la cama, sino también en la cotidianidad de la
vida, porque ¿de qué vale tener buen sexo en relaciones conflictivas? ¡No vale
nada! El sexo, por muy bien que se haga, no cura relaciones enfermas. No
ahuyenta problemas ni salva matrimonios. El varón que sabe amar a una
mujer la prodiga de palabras, caricias y detalles antes, durante y después del
encuentro íntimo. (En Cama y mesa, Roberto Carlos canta: ―el hombre que
sabe querer sabe dar y pedir a la mujer [...]‖. Aunque cueste creer, hay
hombres que por conflictos que arrastran de la niñez o adolescencia no saben
querer, mucho menos amar a una mujer) Sabe preparar a la mujer para ese
sublime encuentro en el cual espíritus, emociones, mentes y cuerpos han de
fundirse en uno solo, complementándose. Más aún, debe mantener enamorada
a la mujer y acariciarla con palabras y abrazos aunque no haya un encuentro
sexual. Temo que hay hombres que pretenden que su pareja les responda en la
cama luego de herirlas con palabras y maltratarlas física, emocional y
sicológicamente durante el día; y, peor aun, en el transcurso de la relación.
¡Qué absurdos! Pretender cosechar frutos dulces cuando he sembrado limón y
toronja es insensatez.
El amor se siembra, se cultiva, se abona y luego se cosecha. No a la
inversa. Muchas veces queremos que las cosas sean instantáneas, automáticas.
Nos gustan los atajos. Desde luego, nuestra civilización tiene mucha culpa de
ello por el sinnúmero de facilidades proporcionadas: café instantáneo y con
leche, equipos electrodomésticos y toda línea blanca manejados a control
remoto; automóviles, ascensores y otros inventos que hablan o te dan un
mensaje escrito. Teléfonos móviles, internet, correo electrónico que llega en
milésimas de segundos. Innumerables máquinas y aparatos electrónicos que se
activan con solo hablarles. No estoy contra el desarrollo y el progreso, pero
mucho de ese progreso nos ha convertido en sedentarios y en robots, y ello
atenta contra la salud del cuerpo. Bien lo dijo Octavio Paz al señalar que
nuestra sociedad está fundada sobre los cimientos de la facilidad. Sábato cree
que el hombre moderno está ―robotizado‖.

Quinta aseveración

“El amor no se engríe”. Como padre soltero, debo admitir haberme


percatado que al tener una novia que me quiere mucho y llena de atenciones y
detalles mi corazón de macho tiende a engreírse. ¿Será que eso solo me pasa a
mí? No creo. Más, considero que también sucede a las mujeres. Hay hombres
y mujeres que de por sí ya están engreídos pues cuando eran niños los
recargaron de libido y crecieron pensando que todo el mundo debía rendirse a
sus pies por ser bonitos. Y, por no tener los pies sobre la tierra, la pareja se les
cansa y se va. Si siguen así, se quedarán solos. En una oportunidad una joven
me hizo el siguiente comentario sobre uno de esos tipos que parecen sacados
de una película de James Bond: ―ese tipo es un plomo‖. Por otro lado, hay
mujeres que físicamente pudieran ser reinas de belleza y casarse con el
hombre que quisieran; pero, al tratarlas se percata uno de que no valen la pena
por la forma en que ven la vida y la ligereza con que la toman.
El dicho dice: ―La suerte de la fea, la bonita la desea‖. No, no es suerte, sino
que la fea o poco agraciada se esmera en agradar a su hombre por sus
cualidades humanas, no por la belleza física, que al fin de cuentas desaparece
con el paso de los años y debajo de las arrugas. Igual pasa con el hombre feo o
poco agraciado. Se comporta como un príncipe con la mujer que le interesa y
la hace sentir como una reina. Si amamos de verdad a nuestra pareja,
tendremos el sumo cuidado de no engreírnos y no abusar de ella. Pensar que
puedo hacer lo que me venga en gana solo porque mi pareja me ama y me
perdona porque soy bonito, demuestra que en realidad no amamos, puesto que
el amor ―no busca lo suyo‖ ni hace sufrir al que dice amar. Si le hace sufrir
consciente de lo que hace, no ama. Hay más gente inmadura a nuestro
alrededor de lo que nos imaginamos.
Sexta aseveración

“El amor no hace nada indecoroso”. Ahora entramos en puntos sensitivos.


Aquí algunos se sienten aludidos y quieren pasar agachados o salir por la
puerta trasera para evadir responsabilidades.
¿Qué es algo indecoroso? El Diccionario afirma que indecoroso es lo
―impropio del decoro o dignidad de una persona‖. ¿Qué es decoro? Decoro es
―honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o
dignidad‖. El que ama respeta el honor, la dignidad de la persona que asegura
amar; no insinúa ni propone nada que lastime, ofenda o hiera a esa persona.
Veamos: si mi pareja no toma en cuenta mi honor y dignidad como persona;
en una palabra, no me respeta, es claro que lo que quiere conmigo es un
pasatiempo, una aventura. Depende de mí si le sigo el juego o no. La mujer
pone los límites al hombre. El hombre hará lo que ella le permita. También he
descubierto, aunque en menos proporción, que el hombre también puede poner
límites a la mujer. A esa mujer que piensa que puede jugar con los hombres
porque, según ella, ―todos los hombres son iguales‖. Solo sé que quien
generaliza se equivoca.
Tengo la impresión de que muchas veces nos damos cuenta de las actitudes
negativas de nuestra pareja, y hay señales que nos advierten del peligro de
mantenernos ahí, pero la enfermedad emocional que arrastramos y nuestras
hambres de afecto -alimentada por el miedo a la soledad, vacíos existenciales,
carencias de amor y afecto de nuestros padres y sentimientos de abandono-
nos impiden cortar ese tipo de relación enfermiza antes de que la situación se
complique. Cuando nos enamoramos perdemos la objetividad. (Otros huyen
de una relación no porque estén sanos emocionalmente, sino porque temen
seguir sufriendo al ver una potencial amenaza)
Como contraste a los que no aman o no pueden hacerlo, está el sujeto que
ama de verdad. El que ama pide perdón por el error cometido y no vuelve a
insinuar o a proponer algo que sabe de antemano que irrespetará u ofenderá la
dignidad y el decoro del objeto de su amor.
En este punto no pocos hombres caen o han caído. Entre otras cosas, por la
impaciencia y el afán de estar con una mujer -en general, el hombre es más
sexual que la mujer- faltan a la dignidad de las hijas de Eva. Hijo de Adán, no
todas las mujeres son iguales, aunque las apariencias digan que no. Hija de
Eva, hazte respetar; cuida tu dignidad. ―Más vale el buen nombre que las
muchas riquezas‖, escribe Salomón. La mujer es cual cristal finísimo de
Venecia. La flor más delicada y apreciada que debe haber en el jardín de mi
corazón para cuidarla y amarla.
Agustín manifiesta que Dios no sacó a la mujer de los pies del hombre para
que no la pisotee ni la tomó de la cabeza del hombre para que ella no se
enseñoree de él, sino que la formó de una de sus costillas para que la amara.
¡Preciosa verdad! La mujer es alguien muy, pero muy especial. No solo en lo
físico; también en lo espiritual, emocional y mental. (En una clase en la
universidad, una vez cité esas palabras de Agustín. La reacción del docente
fue como si Agustín hubiese dicho una cursilería)
Estos últimos años me han permitido convencerme más de que a pesar de la
mucha liberalidad existente en la mente de bastantes mujeres, no todas las
féminas son iguales. Asimismo, deseo transmitir a las mujeres que no todos
los hijos de Adán somos iguales. Antes, era yo defensor de la mujer; hoy lo
soy más, por convicción, no por interés. Desde hace varios años tengo en
mente hacer un ensayo exclusivamente para mujeres. Ellas son muy especiales
para mí.
Y como tengo muy alto concepto de ellas es menester agregar algo más
sobre el decoro infaltable en el amor. Da vergüenza ver a mujeres usar
artimañas que dan mucho que pensar. Creyendo que se autorrespetan, se
irrespetan a sí mismas. Desde la liberación femenina, no pocas hijas de Eva
han entrado en el juego sicológico (―argumento‖, diría Eric Berne) del sexo de
los hijos de Adán. Esas hijas de Eva se acuestan con cualquier hijo de Adán
con tal de obtener beneficios monetarios, sexo o compañía. Hay los mendigos
de amor.
Hace un par de años una joven profesional y atractiva llegó a nuestra
empresa para que le hiciéramos la edición de una filmación, a fin de hacerla
llegar a un hombre que no le correspondía. Como tenía confianza con ella, le
dije: ―¿Estás mendigando amor?‖. La respuesta fue contundente: ―Sí‖. No tuve
más que decir, pues ese era el papel que había escogido para sí.
Acerca de la relación del sexo con el dinero, ¿quién dijo que el sexo no
vende? Quien lo asegure es de otro planeta o es un eunuco frustrado por no
poder estar con una hija de Eva, puesto que el sexo es el ―negocio‖ más
rentable del mundo, y mueve más dinero que el presupuesto militar de
cualquier nación. ¿Qué tal?
Hija de Eva, la dignidad no se come pero sirve para mucho. Recuerda,
mujer: ―más vale el buen nombre que las muchas riquezas‖. Algo más:
Muchas hijas de Eva han perdido excelentes hijos de Adán por estar en el
jueguito del sexo del que hice mención. Por ejemplo, si me le acerco a una
mujer que me gusta mucho y deseo tener una relación seria con ella, para ver
si es la mujer que quiero como esposa, en la cual quiero derrochar mis
energías de amor, cariño, ternura y todo tipo de caricias y atenciones; mas veo
que sale con ligerezas de mujer fácil, lo primero que pienso es: ―Si es así
conmigo, lo es con otros. ¡No es la mujer que busco y necesito!‖. ―Esta es una
mujer para un rato, no para toda la vida‖. Y como yo no busco una mujer para
un rato, desisto galantearle. Bien declara el refrán que ―para un viaje corto
cualquier burro es bueno‖.
Creo que la mujer es coqueta por naturaleza, pero esa coquetería natural no
debe llevarla a ser pícara, insinuante, desvergonzada ni levanta hombres. El
hombre es el conquistador, no la mujer. ¿Qué hace una mujer correteando a un
hombre o acosándolo? ¡Por favor! Como están las cosas hoy, es la mujer la
que en repetidas ocasiones le insinúa o se le declara al hombre. La simple y
barata excusa suele ser: ―Ese hombre me gusta‖. ¿Y? ¿Te acostarás con todos
los que te gustan? ¿Me acostaré con todas las mujeres que me gusten? Si la
respuesta es afirmativa, ¡Estoy muy mal! Yo no controlo el sexo, el sexo me
controla. Los instintos me mueven como un títere. Soy un pelele. ―El sexo es
buen esclavo, pero mal amo‖, escribe el escritor español Salvador Iserte.
¿Quién no ha oído decir que ―todos los hombres son sinvergüenzas‖? Ya
vimos que generalizar es injusto; y el que generaliza yerra. Es cierto que
muchísimos hombres son mujeriegos y todo lo demás; pero, para que haya
hombres mujeriegos se necesitan mujeres. ¿Cierto? En otras palabras, para
que haya hombres sinvergüenzas es imprescindible que haya mujeres
sinvergüenzas y de la vida ―alegre‖.
En honor a la verdad, debo reconocer que hay muchos casos en los cuales
el hombre se aprovecha de que la mujer se ha enamorado para jugar con ella y
destruir sus sentimientos. Ahí no puede decirse que hay sinvergüenzura de la
mujer, sino que la desvergüenza del hombre es la causante del engaño.
Otro elemento del que se aprovechan malos hombres es el desespero por
tener familia que agobia a la mujer de cierta edad. (El llamado reloj biológico)
Mujer, no caigas en el error de tener hijo con un hombre que no estará contigo
ni con tu hijo. No pienses tanto en ti como en tu hijo. ¿Sabías que un niño
necesita tanto a mamá como a papá -en relación de amor y armonía- para
crecer y desarrollar saludablemente su personalidad emocional y sicológica?
Los hijos de madres solteras suelen traer y desarrollar conflictos difíciles de
superar. Hace unos años entrevisté a la directora del Centro Correccional de
Menores de cierto país y descubrí que la mayor parte de los chicos allí
recluidos provienen de hogares donde mamá tiene el doble papel de mamá y
papá. Más, la mayor parte de esos jóvenes son, de igual modo, huérfanos de
madres vivas. Desde el nacimiento, mamá no atiende al chico como debe ser.
Esa cruda realidad es una constante en el 99.99 por ciento de los países del
planeta.
Las dificultades económicas del mundo actual también son causales de que
buenas mujeres se enreden con hombre disolutos y perros. Mujeres separadas
o divorcias con uno o más hijos dependen de un solo salario porque el
irresponsable padre de su hijo no las ayuda en nada o muy poco. Una mujer
en condiciones económicas similares es vulnerable a involucrarse con el
primer loco que encuentra solo porque le brinda solvencia económica, o por lo
menos la ayuda en algo. (Duele decirlo, pero hay mujeres que les encanta la
mala vida que les dan los hombres) Después viene el llanto y crujir de dientes.
No olvidemos que para un viaje corto cualquier burro es bueno. Pero después
de cierta edad ya uno no piensa en un viaje corto. Los duros golpes enseñan a
levantar los pies, a pesar de la compulsión a la repetición que muchos tenemos
por nuestras neurosis.
He conocido mujeres golpeadas, engañadas, burladas y abusadas por
hombres inescrupulosos, machistas y perros. Hombre, muchas buenas mujeres
en esa situación están esperando a un hombre de verdad. ¡Hombre, atrévete a
ser diferente! Hay hombres y hombres. Como también hay mujeres y mujeres.
Estoy convencido de que hay más mujeres menos disfuncionales que hombres
funcionales. Aunque, como están las cosas hoy, pareciera que las mujeres
igualaran a los hombres en la desvergüenza. Ojo, escribí ―pareciera‖. Que
parezca no significa que sea cierto.

La fidelidad es muy importante

Hace años, Ross Perott, ex candidato a la presidencia estadounidense,


manifestó en una entrevista para una revista que el adulterio constituía causal
de despido en sus empresas, porque ―el hombre [o mujer] que es capaz de
ensañar a su mujer [o a su marido] es capaz de engañar a la compañía‖. ¿Sabes
qué? Perott tiene razón. La persona que engaña a su cónyuge suele ser desleal
a la empresa donde labora y en todas partes. Si soy infiel a la mujer que ha
dedicado parte de su vida -o toda su vida- a atenderme y amarme, confía en mí
y es la madre de mis hijos, ¿será posible que yo no engañe a la empresa donde
trabajo o a mi nación? Más aún, si he sido incapaz de guardar mis votos
matrimoniales, ¿seré digno de confianza en otras áreas? Pienso que no.
Ahora bien, puede darse el caso de que en una relación de pareja mucho se
haya enfriado o desaparecido, pero si de veras amo a esa persona y tengo
principios y valores bien arraigados, ¡jamás! le seré infiel. O por lo menos lo
pensaré muy bien antes de ponerme una camisa de once varas. Sé que algunos
cuestionarán este enunciado. Antes de malinterpretarme, añado que
supongamos que fui infiel por una u otra razón —nada justifica la
infidelidad—. Si no amo de verdad, proseguiré en la traición y hasta tendré
dos familias simultáneas. La abismal diferencia entre el amor y el desamor es
que no me quedaré en la infidelidad; usaré los medios necesarios a fin de
reparar el daño causado; primero, a mí mismo, puesto que al ser infiel me
irrespeté yo mismo y a mi pareja. Y, si hay hijos, a mis hijos. (En programas
de Doce Pasos sugieren hacer un inventario moral. Jesús llama al
arrepentimiento) Segundo, cambiaré toda mala actitud mía, de tal manera que
mi mujer se convenza de que —si debe cambiar alguna conducta negativa—
ella también vea la necesidad de cambiar.
Ahora bien, aquí surge, creo yo, una pregunta: ¿debe el cónyuge infiel
confesar su infidelidad a su pareja? Si fue sorprendido (a) o hay fuertes
evidencias en su contra, debe admitirlo con valentía y honestidad. Negar la
deslealtad complicaría más las cosas. Tratar de justificarla es de muy mal
gusto, y es prueba de que, si tuviera la oportunidad, lo haría de nuevo.
Si no ha sido descubierto (a) ni hay sospechas o pruebas en su contra, aquí
es donde el amor por su pareja o cónyuge pasa por la prueba de fuego. Si la
ama, abandonará la traición. Y depende de cada caso si debe confesar o no su
falta. La confesión no es una camisa de fuerza. Cada caso tiene sus
peculiaridades y debe ser tratado particularmente. Yo diría que no debe hablar
nada puesto que a veces en lugar de hacer bien hacemos daño y la situación
puede empeorar. No todas las verdades se pueden decir. Lo mejor que puede
hacer es corregirse y no caer en el mismo error, por llamarlo de algún modo.
El infiel que ama a su pareja demostrará su verdadero arrepentimiento con
su manera de actuar de ahí en adelante, pues ―las palabras convencen, pero
los ejemplos arrastran‖. ―Tus hechos no me dejan oír lo que dices‖. ―El árbol
se conoce por sus frutos‖.
Por experiencia sé que en problemas de marido y mujer, los dos -casi
siempre- son responsables de las dificultades. Quizá uno más que otro, pero
los dos tienen su cuota de participación. Obvio, hay casos en que solo uno es
el responsable o culpable de la ruptura. Pero son la minoría.

Séptima aseveración

―El amor no busca lo suyo”. Quien en una relación solo busca su propio
interés y se olvida de que una relación de pareja es un camino de dos vías,
simple y llanamente no ama. Es un egoísta que solamente vive para sí. Y el
egoísta está incapacitado para sostener una relación seria y duradera. Tampoco
ama quien todo lo da haciéndose daño a sí mismo. Aunque jamás se ama
demasiado, es imprescindible guardar las proporciones entre las dos vías del
camino del amor. Debe haber un equilibrio o un punto medio, ya que el amor
es perfecto. Los imperfectos somos nosotros, que debemos aprender a cambiar
la mala programación que traemos de niños y no prestar atención a las voces
que no saben lo que es amar.

Octava aseveración

“El amor no se irrita”. Aquí tenemos un claro ejemplo de que el amor es


perfecto, pues ¿quién no se irrita y aira de vez en cuando? Una clara señal de
inteligencia emocional y amor es cómo reaccionamos ante lo que dice y hace
nuestra pareja. Más todavía, ¿ante las palabras y actitudes de nuestra pareja re-
accionamos o accionamos? Es decir, ¿soy dueño de mis emociones o las
emociones me secuestran y arrastran a expresar y hacer locuras? Pongámoslo
de otra manera, ¿ante una situación equis provocada por mi compañera soy
dueño y señor de mis sentimientos y emociones o solo soy el resultado de lo
que expresa y hace ella? ¿Soy causa o soy efecto? ¿Le he cedido a ella mi
poder o el poder lo tengo yo? Recordemos, el verdadero amor ―no se irrita‖.
Siente, claro está, pero no vive irritado. Nada ni nadie le hace perder la calma,
y si la perdiera en un momento dado, la recobraría en los próximos cinco
minutos después del incidente. No rumia el problema durante el día. Muchas
veces es saludable contar hasta diez antes de re-accionar. Eleanor Roosevelt
sostenía que ―nadie puede hacerte sentir mal si tú no se lo permites‖.
En verdad, creo que no conocemos bien a una persona hasta no verla airada
o enojada. Tengo muchas reservas ante una mujer que nunca se enoja contigo,
pues me da la impresión de que se reprime para no desagradarte o darte mala
impresión. ¿Qué hace ella con el enojo y la ira? ¿Qué dice y hace al estar
enojada o llena de ira? Es importante conocer algo tan importante en la
persona que nos interesa de veras. Insisto, tengo muchas reservas ante la mujer
que reprime la emoción ira.
¿Sabes por qué lo que dice y hace nuestra pareja nos afecta tanto? Son varias
las razones, pero creo que la primera es porque hay conflictos, vacíos,
hambres de afecto y sentimientos de abandono en nosotros. Si yo no fuera
presa de toda esa irregularidad interna, nada ni nadie tendría por qué
afectarme. No significa que no sienta lo que me digan o hagan, mas la
emoción no irá más allá del momento en que sucedió el hecho ni tampoco será
desproporcionada con el hecho en sí. Ante un hecho desagradable de mi pareja
es normal sentir dolor, pero el sentimiento debe terminar ahí y punto, no
extenderse más de lo debido. Tampoco debe haber reacción histérica.
La manía persecutoria y la paranoia nos pueden hacer creer que lo que dice
o hace nuestra pareja es para hacernos daño. No nos damos cuenta de que tal
persona actúa así porque ese es su modus operandi. Dice lo mismo o actúa de
igual manera con cualquier persona y ante la misma circunstancia.

Novena afirmación

En el escabroso tema de la fidelidad —pienso que no solo debo ser fiel en


el matrimonio, sino también en el noviazgo, pues quien es infiel en el
noviazgo generalmente lo es también siendo casado. ¿Quién garantiza que
habrá cambio de actitud en el matrimonio?— nos adentramos en la séptima
afirmación del amor que afirma: “El amor no toma en cuenta el mal”.
Cuando el hombre y la mujer se aman de veras no toman en cuenta el mal o
los errores del otro. Quien ama no recrimina ni vive recordándole al otro los
errores pasados. Claro que la infidelidad hiere y ofende —lo contrario sería
indicio de que no se ama a la pareja, no tengo dignidad o hay otros intereses
de por medio en mí a que la relación se acabe— pero no debo hacer leña del
árbol caído ni sacar los trapitos sucios de mi mujer en ningún momento.
En esos momentos de dificultad toca recurrir al perdón. Y ahora sí parió la
puerca. El que asevere que es fácil perdonar o pedir perdón en una situación de
infidelidad, miente; salvo que -como en algunos matrimonios de ―modernos‖-
los cónyuges estén dispuestos a aceptar la infidelidad de su pareja. (Eso se da
mayormente entre las mujeres. Es raro que el hombre tolere la infidelidad de
su mujer, excepto que haya intereses económicos) Sin embargo, en la mayor
parte de los matrimonios la infidelidad es considerada el colmo de la
deslealtad. Pues bien, el perdón se mueve en la esfera del ego. Y es harto
difícil lograr que un ego resentido agache la cabeza para pedir perdón o
perdonar. Además de que la infidelidad de la pareja golpea duramente al ego
más que a otra área del ser. Es harto difícil perdonar al infiel. Se cree que
cuando el hombre es infiel el matrimonio puede salvarse, mas cuando es la
mujer quien ha puesto los cuernos, todo se derrumba. ¿Será cierto?
¿Será que al hombre le golpea más duro la infidelidad que a la mujer?
Walter Riso asegura que ―la mayoría de los hombres nunca olvidan las canitas
al aire de su mujer‖. (1) ¿Por qué será que esto ocurre? Creo que al hombre le
tritura más la infidelidad de su mujer por el maldito machismo y la cultura
machista. Por esa programación recibida, primero, en la crianza, y, luego, de
parte de la sociedad y por la presión de los amigotes. ―¡No seas idiota,
mándala a freír espárragos!‖. ―Es tu oportunidad de oro para cambiar a la
‗vieja‘ de cuarenta por dos de veinte‖. ¿Y tirar tantos años por el desagüe?
Una vez alguien me dijo: ―¿[...] Y tirar a la basura aquello en lo que he
invertido tanto y por tantos años?‖.
¿Qué es perdonar? Para mí perdonar es soltarle el cuello al otro y darle una
nueva oportunidad a que tome aire. En una conversación con mi madre en
Cartagena de Indias hace varios años, la autora de mis días me hizo ver algo
que no había visto: es falso que quien perdona olvida. Si así fuese, tendríamos
amnesia. Si hemos perdonado, es totalmente normal recordar el engaño de la
pareja, mas se recordaré sin dolor, sin rabia. Sin deseos de venganza. Eso es
perdonar. Quien asegure que perdonó pero en un momento equis lo saca a
colación no ha perdonado. Tampoco ha perdonado aquel que dice: ―Sí, te
perdono, pero de ahora en adelante no será igual, y dormirás con el perro‖. En
realidad, no ha perdonado. Insisto, perdonar es recordar sin dolor y sin deseos
de pagar con la misma moneda. De igual manera, si noto que mi amor se ha
enfriado por haberlo metido en el congelador de la indiferencia o no está en el
mismo nivel de antes de la infidelidad, no he perdonado. ¡Qué bello y
saludable es perdonar!
¿Qué es pedir perdón? Pedir perdón genuino —no de labios hacia afuera—
es humillarse y reconocer mi equivocación; prometiendo además que no
volverá a suceder y dar frutos dignos de arrepentimiento. Ojo, humillarse en el
corazón; con la actitud de pedir perdón; no arrodillarse y ponerme de
alfombra, faltando a mi dignidad de criatura de Dios. ¿Qué es arrepentirse? La
palabra arrepentimiento viene del griego koiné metanoe = meta, después,
implicando cambio; noeo, percibir; nous, mente: cambiar de opinión, de
mentalidad, de propósito, percibir las cosas de otra manera. ¡Al ego es
humillante humillarse! Humillarse y no volver a hacerlo. He notado que al
supuestamente pedir perdón muchos intentan justificar su falta. Eso no es
pedir perdón. Es simple y llanamente orgullo. ¡Cuánto cuesta al hombre
manifestar: ―amor, me equivoqué, por favor, perdóname, no lo haré más‖.
Asimismo, para la mujer soberbia reconocer que se equivocó es harto difícil.
Ninguno de los dos tiene culpa sana que le permita ver que la embarró e hirió
a su pareja.
En el vallenato Cuatro rosas, el cantante con cuatro rosas en la mano y con
humildad y contrición de corazón reconoce sus faltas, pide perdón a la mujer
que ama por los errores cometidos y promete ―no arriesgar todo por nada‖: ―el
amor sincero, por el pasajero; el amor que vale, por el de la calle‖. El hombre
está dispuesto a reconquistar a la mujer amada, sanar las heridas y tristezas
causadas y llevarla al altar para jurarle amor eterno. En realidad, la canción es
un diamante puro de bello amor por la mujer amada. (Hay canciones y
canciones. Lamentablemente, lo que prolifera en emisoras de radio y otros
medios seculares son canciones de desamor, despecho, engaño, mentira,
infidelidad. ¡Cuidado con lo que escuchamos y cantamos!)
Cuando se ama, se ama de verdad y no se hace daño a lo que amamos, y en
caso de que lo dañemos casi siempre es involuntario el mal hecho; se pide
perdón, se enmieda y no se vuelve a caer en lo mismo ni en nada peor. Lo que
uno menos quiere en el mundo es dañar a quien ama. No olvidemos: quien
ama sufre, y el que no ama hace sufrir. Amo y sufro por el mismo amor, no
porque mi pareja me haga sufrir.
Amar es hacer feliz a la otra persona sin hacerme infeliz yo. Si me hago
daño (soy infeliz) no estoy amando, sino que estoy obsesionado por esa
persona. Y la obsesión es un síntoma de adicción a la persona, a las relaciones,
al romance, a su compañía, al sexo. O a todos esos factores juntos.
Más, cuando de veras se ama lo que más anhelo en el alma es la felicidad de
mi amada, aunque esa felicidad no sea a mi lado. ¿Suena estúpido? Pues
aunque así suene, es verdad. El amor no es egoísta ni busca lo suyo. Deseo la
felicidad de la otra persona sin importar que sea lejos de mí. ¡Ah, qué
maravilloso es el amor! El amor del que hemos hablado no es humano, sino
sobrehumano, divino. Pero no por ello es fantasioso ni mágico, sino real. A
pesar de que este tipo de amor no sea humano podemos experimentarlo en
nuestro ser si lo pedimos a Dios, pues ―Dios es amor‖. Y Jesús es la
manifestación real y visible de ese amor.
Cuidado con esos que se la pasan en el relajo de cometer faltas y juegan al
perdón. ―Lo hago, porque sé que me va a perdonar‖. ¡Cuidado con lo que
sembramos! Cuando las faltas son muchas y seguidas, uno pierde la confianza
en esa persona y el perdón se sofoca, pues aunque uno quiera perdonar no
puede; no porque no quiera, sino porque ya no cree en el agresor. Pasa lo
mismo que al pastorcillo mentiroso que reiteradas veces gritó ―el lobo‖ solo
para divertirse. Y nadie le creyó el día que vino el lobo.

Décima afirmación

“El amor no se goza de la injusticia”. En mi vida he visto la facilidad que


hay para ser injusto. ¿Qué es justicia? Me gusta la definición que en Derecho
da Ulpiano sobre justicia: ―Voluntad firme y continuada de dar a cada uno
lo suyo‖. (2) (Las negritas son mías)
Es fácil ser egoísta, lo difícil es ser justo. De hecho, somos egoístas por
naturaleza. Ser justos es dar al otro lo que le pertenece aun sobre mis propios
intereses. En muchas relaciones lo que impera es lo que llama mi abuela ―ley
del embudo‖. Lo ancho para mí, lo angosto para ti. Ejemplo: ―Yo lo puedo
hacer porque soy el hombre. Si lo haces tú, te fusilo‖. ¿Es eso justicia? Ello
tiene un nombre: machismo.
¿Qué le pertenece a mi pareja que yo injustamente le puedo quitar? Muchas
cosas pertenecen a una persona. Entre ellas, la dignidad y el respeto. Algunos
pretenden que les respeten pero irrespetan a los demás. Y si yo no respeto,
estoy dándole permiso a la otra persona —en este caso a mi esposa— para que
me irrespete. (Me causa mucha tristeza ver el irrespeto casi palpable de la
juventud hacia los adultos)
En el preciso momento en que la pareja se pierde el respeto mutuo, se
debilita —por no decir, se derrumba— uno de los pilares del matrimonio o de
la pareja. Empieza el caos.
¿Qué crees que pasará si uno grita y el otro responde igual? Una de tres: se
agarrarán a puños; el hombre parará a la cárcel, o uno o los dos irán al
cementerio. ―La blanda respuesta calma la ira, pero la palabra áspera hace
subir el furor‖, manifiesta Salomón. Los casos de violencia en la familia y los
homicidios pasionales son crueles testimonios de lo antes señalado.
Para mí la canción más hermosa de Julio Iglesias es A flor de piel, donde,
entre otras cosas, canta: ―Por ese silencio eterno con que tú calmas todas mis
iras‖. Desde luego, el hombre iracundo es causa de horrores en la familia, pero
¿puedes imaginarte que los dos griten y se cojan por las greñas? Ya
expresamos que si los dos se enzarzan en agrias discusiones la situación se
complicará. Ahora bien, la ira no es buena ni para mí que me airo ni para ti
que te reprimes. Debe saberse expresar de tal manera que no me perjudique a
mí ni te dañes tú. Cuidado con la ira.
Últimamente he oído: ―Tus derechos terminan donde empiezan los míos‖.
―Tu puño termina donde comienza mi nariz‖. ―[...] El respeto al derecho ajeno
es la paz‖, decía Benito Juárez. ―Todo cuanto quieras que otros te hagan a ti,
hazlo tú a ellos‖, enseña Jesús retrotrayendo un principio de religiosos
orientales. ¿Cuántos practicamos estas grandes verdades? Temo que muy
pocos.
Undécima afirmación
―El amor todo lo cree”. Cuando vivimos en una atmósfera de amor en
nuestra relación de pareja y tenemos principios y valores duraderos como los
de la Biblia nos creemos el uno al otro, y no reina el engaño y la mentira. No
se trata de ser crédulo y creer en pajaritas preñadas, sino en confiar
plenamente en nuestra pareja. Y si mi compañera me ama, no abusará de mi
confianza en ella ni viceversa.
Debe ser bello y placentero vivir la vida con una persona que le cree a uno,
y a la cual uno le cree y tiene confianza; mas debe ser un infierno vivir
desconfiado y con dudas sobre su pareja. ¡Qué terribles son los celos! A veces
uno mismo tiene culpa de que la otra persona no confíe en uno porque le
hemos sembrado dudas una y otra vez en el corazón. Para construir una
relación de confianza mutua se puede durar toda una vida, pero dañarla toma
solo segundos. El agua potable no puede purificar el agua sucia, pero el agua
insalubre sí puede contaminar la limpia. Sin embargo, el amor es más fuerte
que el odio. Y no solamente eso, el amor es trascendente; el odio es
perecedero, pues en el más allá solo habrá amor.
Las dudas son un tormento para el corazón. Y ―si hay dudas, el afecto está
enfermo. Sanarlo implica correr el riesgo de que se acabe; dejarlo como está
es hacer que el virus se propague. La persona apegada siempre prefiere la
segunda opción‖, escribe Riso. (3)
Créeme que lo saludable es comunicar de buenas maneras lo que ha
suscitado duda en ti; hacerlo, como señala Riso, es arriesgarse a que la otra
persona lo tome a mal y no acepte que hizo o dijo algo que te sembró dudas;
mas dejar las cosas como están es permitirle al virus de la duda que mate lo
que queda de la relación. Pero, como dice mi proverbista abuela, ―para vivir
colgando, mejor es estar en el piso‖. Antes de vivir con la tortura de la duda,
mejor es cortar por lo sano. Más vale una buena amistad que un mal noviazgo.
Y si un noviazgo anda mal, el matrimonio terminará peor. Gracias, Señor, por
ayudarme a salir de la duda.

Duodécima afirmación

“El amor todo lo soporta”. Es cierto que el amor todo lo soporta, pero el
que se agarra de esa verdad para hacer daño no ama. ¡Cómo nos
autoengañamos! Al fin y al cabo, lo que sembramos cosechamos. El refrán
reza que ―quien mal anda, mal acaba‖. La realidad y la historia así lo
confirman.
Cierto es que el que ama todo lo soporta; es condescendiente, pero
¡cuidado! con abusar, pues ―no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo
resista‖. Puede ser que yo ame a una mujer, pero si tengo límites sanos y
buena autoestima, aunque me duela en el alma, no permitiré que esa persona
me siga haciendo daño. Y si me ama jamás me dañará intencionalmente. El
amor es sufrido en el sentido antes visto, pero no es masoquista. El amor
masoquista no es amor, sino tontería.
Hay una ley de la vida y de la naturaleza que es de ―siembra y cosecha‖.
―Todo lo que el hombre [o mujer] siembre, eso mismo segará‖, asegura san
Pablo. Si siembro desconfianza, cosecharé desconfianza; si siembro, mentira,
cosecharé mentira; si siembro infidelidad, cosecharé infidelidad; si siembro
abuso, cosecharé abuso. Si amo, no me rebajaré al nivel de aquel que no me
ama y hace daño, sino que Dios y la vida se encargarán de darle como
retribución lo que sembró. Rebajarme a su nivel sería como una vez nos dijera
una profesora en la universidad: ―Si me fue infiel, pues yo también haré lo
mismo‖. ―Si grita, yo lo haré más‖. Si la situación se ha vuelto intolerable,
debo salir de allí o alejarme. Permanecer en una relación colapsada hace más
daño que bien. Pero tampoco la fuga geográfica es la manera correcta de
enfrentar problemas. Los problemas no se solucionan huyéndoles. Cada caso
debe ser analizado para saber qué conviene hacer. Además, los seres humanos
no nos comprimimos en 2 + 2 = 4. Somos más complejos de lo que los
sicoterapeutas habían imaginado.
El amor escrutado es perfecto porque ninguno de nosotros puede decir con
sinceridad que es paciente, servicial sin ningún interés, que no tiene envidia de
vez en cuando, que no se jacta de repente, no se engríe; no hace nada
indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal
del otro; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad; todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Ese tipo de amor solo viene de
Dios, Su Creador, pero por ser expresado por nosotros que somos imperfectos
se dan errores. Errores que se han de corregir si los dos, hombre y mujer, se
aman de verdad y ponen al Señor Jesús en el centro de su relación. Créeme
que lo digo con conocimiento de causa.
Algo más, no creo en el amor a primera vista. El amor es un proceso y todo
proceso toma su tiempo, por ello es proceso. A medida que conozco a una
mujer más se mete en mis sentimientos y emociones, hasta quererla mucho y
amarla; o más la rechazo porque no hay química entre nosotros. Recordemos
que se ama una sola vez, se quiere muchas veces. Y tanto el querer como el
amor son cuestiones volitivas. Nadie quiere ni ama forzado.
El amor es una flor delicada que toca cultivar, regar y abonar para
mantenerla fresca y lozana. Con el tiempo dará frutos sanos, deliciosos,
abundantes y eternos, pues el amor nunca deja de ser.
Citas
(1) Walter Riso, ¿Amar o depender?, p. 88. Grupo Editorial Norma, Colombia, 2003.
(2) Eugene Petit, Tratado Elemental de Derecho Romano, p. 19. Editorial Época, S. A.
México, 1977.
(3) Op Cit., Walter Riso, pp. 125, 126.
Derechos de Autor

Todos los derechos del periodista J. Enrique Cáceres-Arrieta, autor de


esta obra, La excelencia del amor, están protegidos por leyes
internacionales. En su defecto, de sus hijos Pablo Saulo Cáceres-Arrieta
Trujillo, David Elías Cáceres-Arrieta Trujillo y Jonatán Eliseo Cáceres-
Arrieta Trujillo.

Ciudad de Panamá, 29 de octubre de 2009

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