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del Amor
J. Enrique Cáceres-Arrieta
El amor y su definición
Si hay una palabra que los humanos hemos distorsionado, malinterpretado,
abusado y tergiversado, es el término amor. A lo largo de muchísimos años
hemos creído que placer genital, coito, orgasmo, sexo, pasión, obsesión, deseo
o querer son sinónimos de amor. El vocablo amor o amar ha sido usado
indiscriminadamente en relaciones sentimentales, poesías, canciones, novelas,
telenovelas y películas. Pero, ¿cuánto de eso es amor? A mi juicio, amor es lo
más ausente en relaciones sentimentales, canciones, poesías, novelas y
películas. Lo que impera es la glorificación del goce genital. Hemos creado
nicho y dado culto al acto sexual, mas la sana vida sexual ha sido dejada de
lado.
Una cosa es el acto sexual y otra muy distinta es la vida sexual. El primero
también lo practican los animales y para ellos es tan vital como comer y
respirar; la vida sexual, en cambio, es exclusiva bendición del ser humano y
delicioso fruto del aprendizaje y el arte de quien ejecuta un instrumento
musical magistralmente. No se trata de tocar por tocar, sino de hacer lo mejor
que las limitaciones humanas lo permitan; casi a la perfección. Como los
ángeles, decimos hoy. Como los dioses, decían en la antigua y politeísta
Grecia. (Si Darwin hubiese sabido el daño que haría a la humanidad con su
creencia de que todo ser vivo viene de unas pocas formas sencillas y
primitivas que surgieron por evolución a partir de la misma materia inerte; y
que los humanos no somos más que animales evolucionados, no habría
incursionado en la hipotética evolución. Pues si solo somos animales
transformados o evolucionados, el amor, la sexualidad, el sexo y la vida
misma son exclusivamente para obtener placer; placer egoísta. De ese placer
hablan mucho autodenominados científicos y entendidos de la sexualidad
humana. Lo irónico y trágico es que entre más placer hedonista obtenemos
menos placer genuino alcanzamos, pues él es evasivo al egoísmo)
Una sana vida sexual contribuye, además, al crecimiento y madurez en el
bello arte de amar. El acto sexual dentro de los cánones de una relación
matrimonial hombre mujer suele ser bueno; lo enfermo y dañino es reducir el
placer al simple acto coital y realizarlo fuera de los viejos pero sabios patrones
morales. También es perverso si en el compromiso matrimonial vivimos
obsesionados por el sexo. En ello consiste la crueldad del acto sin amor, y está
representado en pornografía, prostitución, orgías, bacanales, intercambio de
pareja, violaciones, bestialismo, pedofilia, incesto... En realidad, no entiendo
cómo puede alguien justificar la liberalidad sexual sin tener en cuenta el
extremado daño que el sexo desenfocado ha hecho y hace a la raza humana.
¿Será posible lograr la excelencia en el amor? Creo que sí. Más adelante
veremos que no es fácil, mas sí es posible. En efecto, existen parejas felices en
relaciones de genuino amor. No serán la mayoría, pero las hay.
En términos estrictamente humanos, el primer peldaño a subir en dirección
a la consecución del verdadero amor es el autoconocimiento. Alcanzamos la
excelencia en el difícil arte del amor si nos autodescubrimos, aprendemos a
valorarnos, nos aceptamos, respetamos y tenemos el concepto correcto de
nosotros mismos; y, asimismo, si controlamos sueños narcisistas de dominio
sobre las otras personas.
Toca escoger a la persona correcta. Y, si nos equivocamos en la búsqueda,
tener la suficiente inteligencia emocional para salir de esa relación sin
hacernos daño nosotros ni dañar a la otra persona. A veces uno se da cuenta de
que está en un atolladero y que la relación no va para ningún lado, pero
programaciones adictivas nos dificultan terminar con dicha relación. Mi
abuela en lenguaje folclórico asegura que ―para estar colgando, mejor es estar
en el piso‖. Si vivimos en peleas y cotidianas desavenencias, mejor es poner
punto final a la relación. Más vale cortar por lo sano y a tiempo. O, si se presta
para ello, darse un tiempo y pensar mejor las cosas. El silencio y la soledad
suelen ser buenos consejeros. En la quietud de las emociones y sentimientos
habla de manera diáfana la voz de la conciencia anímica, y el corazón es
mejor oyente.
Pues bien, sin autoconocimiento y sin ascender por los peldaños de la
escalera de la sana autoestima es imposible amarnos a nosotros mismos y
amar a los demás. El gran obstáculo estriba en que la mayoría no se conoce a
sí mismo ni se ama, valora, acepta ni respeta lo suficiente. (Otros, por
desgracia, no se aman ni un poquito y son suicidas en potencia) Si no hay
autoconocimiento, no puedo amarme a mí mismo. No es posible amar lo
desconocido. Para conocerme debo vivir en quietud y silencio. Y para conocer
a otros debo relacionarme.
Lamentablemente, lo más común hoy es empezar la relación desde el final.
Esto es, de atrás para adelante: sexo primero; sexo segundo, sexo tercero. Y...
si queda un espacio, un poquito de amistad. Cuando lo sano, maduro y
correcto es entablar relaciones amistosas y dejar el sexo para una relación
seria y comprometida como el matrimonio heterosexual. No hacerlo así ha
acarreado profundas heridas, quebraderos de cabeza, rechinar de dientes,
lágrimas de sangre y millones de hijos de divorcios, pues muchos se casan no
porque en realidad se quieran sino porque ya están encadenados a su sexo y al
sexo de la otra persona, o se acostumbraron el uno al otro.
No se trata de la prohibición caprichosa de una religión desfasada y sectaria
que pretende coartar el placer sexual, como creen muchos, sino de no ser
secuestrados y esclavizados por el segundo centro de la conciencia de la
sensación humana que suele ser rehén del sexo, drogas, comida, tabaco,
alcohol...
Si hay un terrorista suicida del cual toca cuidarnos y temer, es el sexo. El
placer indescriptible que brinda lo hace sumamente atractivo y letal para la
raza humana. Rendirse a sus pies ha sido y es la más destructora fuerza que ha
arruinado y diezmado al género humano más que todas las conflagraciones
mundiales juntas. Los hombres más fuertes, sabios y encumbrados han sido
víctimas de tan descomunal energía. Sus víctimas son contadas por billones y
billones. (En Sexo: autocontrol o casos veremos esto más a fondo)
Pero volvamos al amor. La pregunta del millón o de cajón es: ¿Qué es el
amor? Desde tiempos modernos, nos hemos hecho esa pregunta. Poetas,
músicos, compositores, cantantes y escritores han escrito y compuesto música
y letra al amor, mas ¿qué es el amor? ¿Existe el amor? Resulta tenaz intentar
definir al amor. El amor es tan profundo y a la vez tan sencillo que es
imposible definirlo; solo toca sentirlo y vivirlo para entenderlo, si acaso se
pudiera comprenderlo a cabalidad. Con todo y lo dificultoso que resulta hallar
el amor, creo que existe.
Hasta cierto punto, la realidad o irrealidad del amor es como la existencia
de Dios. Aunque la existencia de Dios es corroborada por múltiples hechos de
las ciencias naturales, la prueba más fehaciente y convincente es la personal.
(Felipe le dijo al escéptico Natanael: ―Ven y ve‖. [San Juan 1: 46]). Para
convencerte de que el amor existe, debes vivenciarlo. Debes estar enamorado
y vivir junto a la persona de tus sueños. Tanto la existencia de Dios como del
amor deben ser experimentadas para convencernos de su realidad. Así
viviremos no solo de creencias, sino además de la convicción nacida de la
experiencia.
Alguien ha expresado: ―Sé que podemos encontrar las cosas más bellas en
las cosas más simples‖. El amor es posible hallarlo en las cosas y
circunstancias más sencillas de la vida. Siendo una de las experiencias más
bellas que nos puede pasar y es posible sentir, encontramos el amor en las
cosas más sencillas y cotidianas de la vida. En la sonrisa de un niño; en la
mirada de una mujer; en el consejo de un sabio anciano; en el abrazo y
franqueza de un amigo; en el beso de una madre. Solo depende de la
disposición que tenga yo para experimentarlo. Como todo en la vida, la actitud
es importante.
Si definir el amor fuera posible, la mejor manera de hacerlo sería hablando
de sus cualidades. Por ello, después de leer varias obras sobre el amor,
encuentro que las características brindadas por san Pablo en su Primera Carta
a los Corintios capítulo 13, versículos 4-8ª, nos ayudan a comprender el amor
del cual hablaremos. Para tranquilidad de algunos lectores, no nos elevaremos
a alturas teológicas a fin de no complicar la por sí difícil comprensión del
amor.
El apóstol Pablo escribe: ―El amor es paciente, es servicial; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se engríe; no hace nada
indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no guarda rencor. No se
goza de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo sufre, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser [...]‖.
Con tales cualidades se nos facilita entender un poco más y mejor el amor.
Con semejantes palabras descodificamos el misterio habido en el amor. Aun
cuando allí no se defina al amor, este pasaje nos toma de la mano y aclara lo
que es y no es el amor. Asimismo, deja ver cómo es o cómo actúa o debe
actuar quien ama o dice amar.
Creo que el inconveniente no está tanto en la definición del amor, sino en
nuestra incapacidad de amar. Por no ser ingeniero y técnico de un Airbus
A380, no puedo explicar en términos técnicos cómo es posible que un avión
tan grande y pesado pueda elevarse; mas, si he viajado en uno, es fácil y
agradable explicar lo que se siente surcar los aires en uno de esos pájaros de
acero, aun cuando siga sin entender cómo se sostiene en el aire. En otras
palabras, lo realmente importante no es saber definir el amor, sino tenerlo,
sentirlo y practicarlo o vivirlo.
Veamos lo que expresa Pablo en el pasaje arriba citado: el Apóstol sostiene
que el amor es paciente, es servicial; no tiene envidia; no es jactancioso, no se
engríe; no hace nada indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no
guarda rencor; todo lo sufre, todo lo cree; todo lo espera; todo lo soporta, y, a
pesar de lo que pase, nunca deje de ser.
¿Qué tipo de amor es ese que parece ser realidad solamente en sueños?
¿Será posible única y exclusivamente en la isla Utopía de Tomás Moro? ¿O
quizá en la serie televisiva La isla de la Fantasía? ¿Es o no es posible un amor
así? Pablo asegura que sí. Como señaláramos, tal amor casi no existe en las
relaciones sentimentales y románticas, pero es real. San Pablo aclara que no
ama quien no tenga esas virtudes en la relación en la cual está involucrado.
A decir verdad, un amor así contraría el entendimiento humano. Lo
embolata. De ahí que muchos crean que ―el amor no existe‖. (En El origen del
sufrimiento... vemos que hay quienes niegan lo que no entienden. Pero negar
lo que no entiendo no desvirtúa la realidad o el hecho en sí. Solo demuestra
mis limitaciones para en tender cosas que aunque no van contra la razón la
trascienden)
Si nos trasladamos del plano del amor sentimental o erótico, al plano del
amor filial por los hijos, tampoco entiendo a veces el amor de mamá por sus
hijos. (Innumerables hazañas sobrehumanas han sido ejecutadas por madres
con tal de salvar a su hijo del peligro) El amor de un papá por sus hijos lo
entiendo bastante bien por ser padre. Mas no comprendo el amor de una
persona que -a pesar de todo- es paciente, no es jactancioso, no hace nada
indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no guarda rencor, todo lo
sufre, todo lo soporta y nunca deja de amar. ¿Quién entiende eso? Pienso que
nadie. Ello no significa que quien ame tenga complejo de mártir, sea
masoquista o sienta la necesidad de que se le castigue. Más adelante veremos
que quien así actúa en realidad no ama, sino que está enfermo, y no
precisamente de amor, como escribiera Salomón en Cantares.
Por esas razones considero que el amor del cual hablaremos no es mágico,
místico ni mítico, pero escapa de nuestro entendimiento. Mas no por ello es
irreal, sino muy real porque podemos sentirlo si se lo permitimos. Esa clase de
amor no es natural ni es humano. Es sobrenatural y sobrehumano, pero se
mueve en los corazones de los humanos que se lo permiten.
Ahora bien, las cualidades del verdadero amor no se invalidan o desvirtúan
porque las revele una fuente religiosa como san Pablo, sino que -por el
contrario- cogen más fuerza por tener el amor procedencia que trasciende lo
natural, lo meramente humano. Insisto, este tipo de amor va más allá del
entendimiento, mas no está contra la razón.
El amor es la fuerza más poderosa existente en el universo y lo único
trascendental en la vida. Nos impulsa a la constante búsqueda de placer para
así evitar el displacer en la cotidianidad de la vida. Desde que nazco, estoy
programado para recibir mucho amor. De ahí que privar al niño de relaciones
afectivas con mamá o, en su defecto, con una sustituta en el primer año de
vida incida en grandes perturbaciones emocionales. (A la mayoría de nosotros
no nos dieron suficiente amor y caricias, por ello nos enredamos en relaciones
dañinas buscando el amor y afecto faltantes) Al crecer, sigo buscando el amor
y aceptación de mis padres y de los que me rodean. Hago amigos porque
deseo ser reconocido en la sociedad; inconscientemente, quiero su amor y
aceptación. Siendo adolescente busco novia y me enamoro, pues pretendo que
mi pareja me dispense amor. Estudio en la universidad y en otros centros de
estudio porque anhelo prepararme para ser mejor aceptado en la sociedad. En
mi inconsciente está presente el deseo de ser amado y admitido por otros. Me
caso porque creo que la persona escogida llenará mis expectativas y carencias
de amor, aun cuando en el preconsciente (subconsciente) y/o consciente
persiga otro interés. Vivo afanado y turbado por tener dinero, bienes
materiales y posición social porque quiero ser acogido en la sociedad
materialista en la cual me muevo, que igual busca amor y aceptación. En
suma, esta es la eterna búsqueda de amor del ser humano.
Antes de las citadas palabras sobre el amor, Pablo hace dos serias
advertencias que debemos tomar en cuenta: ―Si no tengo amor, no soy nada; y
si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi
cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve‖. (1ra
Corintios 13: 2, 3)
A los religiosos y científicos naturalistas dice el apóstol Pablo: ―Si tuviese
profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese tanta fe
como para trasladar montañas, pero no tengo amor, no soy nada‖. A los
filántropos y extremistas suicidas san Pablo expresa: ―Si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve‖.
Pablo no subestima la profecía, el entendimiento, el conocimiento, la
sabiduría, la fe y las buenas obras, pero enseña que si no tengo amor, y si lo
que hago no lo hago con amor, no soy nada; de nada me sirve. Tal vez para los
seres humanos lo que haga sea grande, mas para con Dios no es nada, pues
para Él el ingrediente infaltable es el amor.
Mi grandeza como ser humano está fundamentada y estructurada en el amor
que tenga por mí, por el prójimo y por Dios; y del amor con que sazone todo
lo que haga. Si no es así, no soy nadie ni vale de nada para mí lo que haga por
otros. Sin lugar a duda, cuanto haga por otros valdrá para ellos, pero yo
quedaré sin frutos eternos. De ello cosecharé hojarasca, heno y madera,
susceptible a ser quemado. ¿Sobre qué quiero edificar? ¿Sobre hojarasca, heno
y madera? ¿O sobre oro, plata y piedras preciosas?
Por otro lado, el amor es mayor que cualquier otra virtud o don. ―Ahora
permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es
el amor‖. (1ra Corintios 13: 13) En efecto, el amor es el mayor de los dones
que una persona pueda tener en su haber, puesto que el amor es lo único que
trasciende todo, incluso la muerte. Antes de abordar el tema del amor, Pablo
en el capítulo anterior había desarrollado el punto de los dones espirituales, a
saber: sabiduría, conocimiento, fe, sanidades, milagros, profecía,
discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas e interpretación de
lenguas. Cualquiera pensaría que el Apóstol concluiría que algunos de ellos o
todos son la mejor opción y posesión que podríamos tener, pero no es así. Lo
que asegura es: ―Ahora yo les muestro un camino más excelente‖ que supera a
cualquier otro don, y es... el amor.
Solo el amor es capaz de vencer el mal manifestado mediante odio, rencor,
resentimiento, ira, desamor. Nunca el desamor ha vencido ni vencerá al amor.
Jamás el odio, ira, resentimiento y el rencor prevalecerán sobre el amor porque
ninguna emoción por muy mal encaminada que esté trascenderá los umbrales
de lo que llamamos más allá y que los filósofos con máscara de científico se
empeñan en negar con afirmaciones dogmáticas y temerarias. En cambio, el
amor sí traspasa las fronteras entre la vida y la muerte. Nadie, absolutamente
nadie, puede resistir al verdadero amor. Si la persona no tiene serios trastornos
de personalidad, considero que por muy endurecido que esté un corazón el
amor puedo derretirle como se derrite la cera ante el calor. Además de que el
amor siempre prevalece sobre el desamor. El bien siempre vence al mal. Así
ha sido y será siempre.
En general, se habla de tres tipos de amor: filial, eros y ágape. En Los
cuatro amores, C. S. Lewis además de hablar del afecto, la amistad, el eros y
la caridad sostiene que hay un cuarto amor llamado por él ―amor a lo
subhumano‖, y es el amor o gusto a la naturaleza, al paisaje, a la patria.
Pues bien, el amor filial (gr. fileo) es el cariño y afecto entre hermanos,
familiares, amigos y relaciones de pareja; después de la conquista de eros,
hombre y mujer pueden y deben desarrollar una etapa de cariño y aprecio
mutuos.
El amor carnal (gr. eros) es el deseo sexual, erótico, posesivo, pasional; el
enamoramiento, dado entre esposos, novios, parejas, etc. Y el amor ágape (gr.
agápe), que viene directo del corazón de Dios, y está en mayor proporción en
mis relaciones con mis hijos, padres y la familia cercana. A veces está
presente en la relación con mi pareja y semejantes. Nota que escribí ―a veces
está presente‖, pues no todos los sentimientos hallados en dichas relaciones
son amor ágape. Sin temor a que se me catalogue de fanático religioso o de
argumentar en círculo, es menester expresar que sin Dios el amor del que
hablaremos es imposible, puesto que ningún ser humano, filosofía, ética,
moral o religión puede generarlo. Sin embargo, por ser criaturas hechas a
imagen y semejanza de Dios es posible observar ese amor en estado
embrionario en los seres humanos, pero debe desarrollarse y crecer con la
ayuda de Dios, quien lo ha colocado en nosotros. San Pablo lo llama ―afecto
natural‖, ―amor, afecto fraternal‖. San Pedro también habla de ―afecto
fraternal‖. Aquí haremos hincapié en el amor ágape, que es el único que todo
lo puede y trasciende. ―Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo
ahogarán los ríos‖. (Cantares 8: 7)
Capítulo II
Primera afirmación
El primer enunciado que hace 1ra Corintios 13: 4-8a es: “el amor es
paciente”. Otras versiones traducen: ―sufrido‖. ¿Qué es paciencia? ¿Y qué
significa que el amor sea ―sufrido‖? Según el Diccionario de nuestra lengua,
paciencia es la ―capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse‖. ―Facultad
de saber esperar cuando algo se desea mucho‖. Al esperar o tener que esperar,
se sufre. (El refrán reza que ―el que espera, desespera‖. Ello suele suceder por
ser impacientes) No porque el verdadero amor sea masoquista, sino porque
aunque uno no quiera sufre por el ser amado. Ojo, el que ama sufre. Pero el
que no ama hace sufrir. Entre más dependientes o codependientes somos de
las personas, más sufrimos. Es preciso un equilibrio: sufrir, pero sin irnos a los
extremos de sufrir por lo más insustancial e irracional. Desde el momento en
que salimos del sufrimiento natural que conlleva amar, y empezamos a sufrir
por tonteras no amamos, sino que estamos obsesionados; somos dependientes
emocionales. Estamos apegados a las personas.
Si reflexiono sobre la primera acepción de paciencia, noto que para nada
tengo paciencia. En realidad, soy un tipo sumamente impaciente en las
relaciones. Esa ―capacidad de padecer o soportar algo‖ sin alterarme, sin
desesperarme, brilla por su ausencia pues soy impaciente. ¿Tengo la facultad
de esperar algo que deseo mucho? Si soy sincero y honesto conmigo, debo
reconocer que no tengo ninguna de las dos cualidades para esperar; ser
paciente. Notemos algo, la palabra paciente también se aplica a la persona que
padece sicológica, emocional y físicamente; y, porque requiere atención, está
bajo el cuidado de un especialista. Cuando nos enamoramos y queremos a
alguien sin el ingrediente amor ágape precisamos la supervisión de nuestras
emociones, pues suelen desbocarse. Por el contrario, al amar de verdad las
emociones no se desenfrenan, sino que todo ocurre de manera natural; no
vivimos obsesionados; una paz y un sentido de pertenencia inundan nuestro
ser. Pero, como no hemos aprendido a amar y arrastramos hambres de afecto y
amor, las relaciones son embarazosas y nos enredamos y complicamos en
nimiedades. Lo más sencillo se nos complica y terminamos bien rechazados
por nuestra pareja, o saboteando nosotros mismos la relación para que se
acabe. Desde luego, nuestro proceder se da generalmente en el plano
inconsciente.
En nada beneficia señalar que nadie es paciente, pues lo que hago es
justificar mi impaciencia, mi defecto de carácter. Mi ingobernabilidad o falta
de dominio propio en cuanto a la paciencia no saca ningún provecho con ese
tipo de declaración o modo de pensar. Cavilaciones de ese tipo son excusas
para persistir en la impaciencia. Más bien debo pedirle a Dios que me ayude a
ser paciente; toca proponérmelo y trabajar en esa debilidad temperamental.
Ojo, la prueba produce paciencia. De modo que quien ore por paciencia debe
ser necesariamente probado en diferentes circunstancias de la vida. ¿Quiero
paciencia? ¡Ya viene en camino la prueba que origina la paciencia!
¿Qué podemos decir de la famosa ―prueba de amor‖ que muchos hombres
piden a la mujer que se supone aman? Ya lo vimos: el amor es paciente; quien
anda a las carreras y atropella no ama, sino que tiene otros intereses. Además
de que si amo no pediré ninguna supuesta prueba de amor, puesto que por
nada en el mundo deseo ofender la dignidad de la persona amada. Quien come
sin pagar el precio de lo comido no come por apetito, sino por hambre. Y
quien permite comer antes del compromiso corre el riesgo de perder hacha,
calabaza y miel.
Segunda afirmación
“El amor no tiene envidia”, o ―no tiene celos‖. Quien manifieste que ama a
su cónyuge no tiene por qué sentir tristeza o pesar por el bien ajeno; al
contrario, debe regocijarse por la felicidad del ser que se supone ama.
Viéndolo bien, da la impresión que aún entre las parejas puede haber celo o
envidia profesional, porque se dan casos en los cuales los dos no tienen la
misma preparación profesional ni el mismo nivel social. Si no hay amor, la
profesión o posición social puede ser piedra de tropiezo. Quien envidia o
tiene celos del otro no ama.
Temo que no pocas parejas viven en competencia profesional; pendientes de
quién gana más que el otro. El afecto -si lo hubo- se evaporó y solo queda el
ego que impele ver a la pareja como rival, no como objeto de amor y un socio.
Al polarizarse, la liberación femenina ha causado mucho daño a la
mentalidad de no pocas mujeres pues al prepararse igual o más que el hombre
ya no consideran al hijo de Adán como el prospecto para amar y ser el padre
de sus hijos, sino el mal necesario con el objeto de ahuyentar la soledad o para
satisfacer una ―necesidad‖ biológica. Hay mujeres que rehuyen de cualquier
tipo de compromiso con un hombre, y lo utilizan ya sea para tener un hijo o
para ahogar el deseo sexual del momento. ¿Quién dijo que solo los hombres
utilizan a las mujeres? ¿Quién ha dicho que solamente los hombres acosan
sexualmente a las mujeres? Quien lo haya asegurado se equivocó. También
hay mujeres que juegan con los hombres y otras que los acosan. Bien lo
expresa mi abuela, ―en todas partes se cuecen habas‖. Soy feminista y apoyo a
las mujeres en mucho, pero no hay que irse a los extremos. El feminismo
extremado es la contraparte de la hombría inflada llamada machismo.
Cuarta afirmación
Quinta aseveración
Séptima aseveración
―El amor no busca lo suyo”. Quien en una relación solo busca su propio
interés y se olvida de que una relación de pareja es un camino de dos vías,
simple y llanamente no ama. Es un egoísta que solamente vive para sí. Y el
egoísta está incapacitado para sostener una relación seria y duradera. Tampoco
ama quien todo lo da haciéndose daño a sí mismo. Aunque jamás se ama
demasiado, es imprescindible guardar las proporciones entre las dos vías del
camino del amor. Debe haber un equilibrio o un punto medio, ya que el amor
es perfecto. Los imperfectos somos nosotros, que debemos aprender a cambiar
la mala programación que traemos de niños y no prestar atención a las voces
que no saben lo que es amar.
Octava aseveración
Novena afirmación
Décima afirmación
Duodécima afirmación
“El amor todo lo soporta”. Es cierto que el amor todo lo soporta, pero el
que se agarra de esa verdad para hacer daño no ama. ¡Cómo nos
autoengañamos! Al fin y al cabo, lo que sembramos cosechamos. El refrán
reza que ―quien mal anda, mal acaba‖. La realidad y la historia así lo
confirman.
Cierto es que el que ama todo lo soporta; es condescendiente, pero
¡cuidado! con abusar, pues ―no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo
resista‖. Puede ser que yo ame a una mujer, pero si tengo límites sanos y
buena autoestima, aunque me duela en el alma, no permitiré que esa persona
me siga haciendo daño. Y si me ama jamás me dañará intencionalmente. El
amor es sufrido en el sentido antes visto, pero no es masoquista. El amor
masoquista no es amor, sino tontería.
Hay una ley de la vida y de la naturaleza que es de ―siembra y cosecha‖.
―Todo lo que el hombre [o mujer] siembre, eso mismo segará‖, asegura san
Pablo. Si siembro desconfianza, cosecharé desconfianza; si siembro, mentira,
cosecharé mentira; si siembro infidelidad, cosecharé infidelidad; si siembro
abuso, cosecharé abuso. Si amo, no me rebajaré al nivel de aquel que no me
ama y hace daño, sino que Dios y la vida se encargarán de darle como
retribución lo que sembró. Rebajarme a su nivel sería como una vez nos dijera
una profesora en la universidad: ―Si me fue infiel, pues yo también haré lo
mismo‖. ―Si grita, yo lo haré más‖. Si la situación se ha vuelto intolerable,
debo salir de allí o alejarme. Permanecer en una relación colapsada hace más
daño que bien. Pero tampoco la fuga geográfica es la manera correcta de
enfrentar problemas. Los problemas no se solucionan huyéndoles. Cada caso
debe ser analizado para saber qué conviene hacer. Además, los seres humanos
no nos comprimimos en 2 + 2 = 4. Somos más complejos de lo que los
sicoterapeutas habían imaginado.
El amor escrutado es perfecto porque ninguno de nosotros puede decir con
sinceridad que es paciente, servicial sin ningún interés, que no tiene envidia de
vez en cuando, que no se jacta de repente, no se engríe; no hace nada
indecoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal
del otro; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad; todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Ese tipo de amor solo viene de
Dios, Su Creador, pero por ser expresado por nosotros que somos imperfectos
se dan errores. Errores que se han de corregir si los dos, hombre y mujer, se
aman de verdad y ponen al Señor Jesús en el centro de su relación. Créeme
que lo digo con conocimiento de causa.
Algo más, no creo en el amor a primera vista. El amor es un proceso y todo
proceso toma su tiempo, por ello es proceso. A medida que conozco a una
mujer más se mete en mis sentimientos y emociones, hasta quererla mucho y
amarla; o más la rechazo porque no hay química entre nosotros. Recordemos
que se ama una sola vez, se quiere muchas veces. Y tanto el querer como el
amor son cuestiones volitivas. Nadie quiere ni ama forzado.
El amor es una flor delicada que toca cultivar, regar y abonar para
mantenerla fresca y lozana. Con el tiempo dará frutos sanos, deliciosos,
abundantes y eternos, pues el amor nunca deja de ser.
Citas
(1) Walter Riso, ¿Amar o depender?, p. 88. Grupo Editorial Norma, Colombia, 2003.
(2) Eugene Petit, Tratado Elemental de Derecho Romano, p. 19. Editorial Época, S. A.
México, 1977.
(3) Op Cit., Walter Riso, pp. 125, 126.
Derechos de Autor