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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez
2009
WWW.ELORTIBA.ORG
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Gombrowicz realizó dos travesías oceánicas, una a bordo del Chrobry de Polonia a
Buenos Aires, y la otra a bordo del Federico Costa de Buenos Aires a Europa. Su vida
es también una travesía que Gombrowicz relata a su manera. Imaginemos entonces que
el “Diario” es un barco, en ese barco Gombrowicz parte de Polonia, atraviesa su
Ecuador en Montevideo y arriba la puerto de Checoslovaquia.
Ninguno de los hombres de letras del club de gombrowiczidas le da a su propio país la
importancia que le dio Gombrowicz a Polonia. Su empresa literaria de mayor alcance
fue el “Diario”, unas narraciones que empieza y termina con asuntos de Polonia,
peripecias en su mayor parte escritas en la Argentina desde 1953 que concluyen en
Francia en 1969.
Inmediatamente después de los cuatro yo que mete al comienzo de esta obra nos cuenta
la impresión que le produce la lectura de los periódicos de su país. Es como si le
hablaran de unas aventuras que corriera alguien muy próximo a él en una tierra extraña.
El alguien ya no es próximo pero le queda con la persona conocida una identidad
diluida.
La presencia del tiempo en las páginas de esos periódicos es tan fuerte que se le
despierta el deseo de un contacto directo con ese alguien, aunque sea para vivir y
relacionarse de una manera imperfecta.
“Pero la vida queda como detrás de un cristal, alejada; parece como si ya no nos
perteneciera y lo observáramos todo desde un tren”
El Ecuador de esta travesía es Montevideo pues a caballo de los años 1961 y 1962
estamos en la mitad de un viaje que empieza en 1953 y termina en 1969. En el año 1961
Gombrowicz se embarca en el General Artigas y se va con el Asno a Montevideo. En el
barco hace reflexiones sobre la línea beethoveniana y manifiesta que en “Pornografía”
intentó volver a este tipo de melodía.
“¡Qué descaro de mi parte recurrir a unos temas tan fascinantes y melodiosos! Sobre
todo hoy, cuando la música moderna le teme a la melodía, cuando el compositor, antes
de utilizarla, tiene que despojarla de toda su atracción, volverla árida. Lo mismo ocurre
con la literatura: un escritor moderno que se respete evita toda suerte de cebos, es difícil
y prefiere repeler antes que tentar (...)”
“¿Y yo? Yo hago justamente lo contrario, meto en la obra todos los sabores más
sabrosos, los encantos más encantadores, la relleno de bellezas y excitaciones, no quiero
una escritura árida, sin hechizo... Busco las melodías más cautivadoras... para llegar, si
lo consigo, a algo todavía más seductor”
Gombrowicz y el Asno desembarcan, se alojan en un hotel y a la noche van a una
conferencia que da Dickman en la Asociación de Escritores. En la sala flota en el aire la
cortesía, la banalidad y el aburrimiento. Paulina Medero preside la sesión: –Tenemos el
honor de presentar al señor Gombrowicz a quien saludamos; quizás quiera decirnos
unas palabras; –Bien, Paulina, ¿pero de hecho qué es lo que he escrito? ¿Cuáles son los
títulos?
Este comentario sobre los títulos me hizo acordar al escándalo que se armó con la
persona que me había presentado a Gombrowicz en el Rex cuando le preguntó por los
títulos de las obras de Hegel. Dickman acude en auxilio de Paulina: –Yo sé,
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Gombrowicz publicó una novela en Buenos Aires traducida del rumano, no, del polaco,
“Fitmurca”... no, “Fidefurca”. Se produce un malestar generalizado.
Termina el acto y Gombrowicz estampa en el libro de la Asociación su firma, tras lo
cual se lo pasa al Asno para que lo firme también. Esto vuelve a provocar inquietud
porque el Asno está en la edad del servicio militar y todavía no tiene pinta de literato.
De ahí se fueron con Paulina y Dickman a un restaurancito que se daba aires, en el que
los poetas habían preparado un banquete para homenajear a un profesor.
Se levantan los poetas y las poetisas y sueltan poemas en honor del profesor. Cada uno
de los cincuenta poetas presentes tenía que pronunciar su poema de homenaje.
Gombrowicz llama al mozo, pide dos botellas de vino y empieza a tomar. Le llega el
turno a una poetisa grasienta y barrigona, la poetisa se levanta de un salto, y mientras
balancea el busto de un lado para otro y agita los brazos, emite manojos de rimas
nobles.
Gombrowicz no aguantó más y lanzó una carcajada tras la espalda del Asno, que
también soltó una carcajada pero sin ninguna espalda que lo protegiera. En medio de
miradas indignadas se levantó el laureado para soltar su discurso, Gombrowicz y el
Asno aprovecharon la oportunidad y ahuecaron el ala.
“¡Chismes al canto! Al día siguiente, mientras cenábamos, Dipi oyó que en la mesa
vecina se hablaba del escándalo que se había armado en la Asociación de Escritores y
de la provocación en el banquete de poetas... ¡Alguien aconsejaba escribir a Ernesto
Sabato para preguntarle si su carta dirigida a Julio Bayce en la que me recomendaba
calurosamente era auténtica!”
A caballo de los años 1961 y 1962 pasé una vacaciones con Gombrowicz en el
balneario de Piriápolis. Viajamos en un buque elegante que hizo el trayecto entre
Buenos Aires y Montevideo en una noche estrellada. A bordo de la nave no pasó gran
cosa, salvo la proposición que me hizo Gombrowicz de que nos contáramos la vida y
nos tratáramos de tú.
demasiado, que había hablado sin parar durante todo el vuelo, aunque no estaba del todo
seguro por el ruido de las hélices.
Antes de subir al ómnibus se puso a observar un bulto que llevaba un pasajero del que
goteaba vodka; entre la altitud y la vodka que goteaba quedamos un poco aturdidos, yo
terminé saltando del ómnibus pues me había olvidado la valija en tierra. Gombrowicz
llegó solo a Piriápolis a las cuatro de la tarde. En la casa se topó con unos alambres en
los que los habitantes colgaban la ropa, una situación que presagiaba un futuro incierto.
“Era una casa construida en un bosque de pinos, muda como un pescado petrificado, en
la perspectiva gótica de árboles y de ese desierto donde las guirnaldas de telas y de
lencería de hombre y mujer representaban para mí, en ese momento, después de mis
recientes tribulaciones –dudo que esto resulte claro–, una especie de atenuación de la
cantidad humana, una substitución, o una real decadencia... un espectro pálido de la
locura, algo lunar... mórbido...”
En la habitación se pone a mirar tres botellas de vino, hace unas consideraciones acerca
del alcohol que se le había subido a la cabeza cuando vio la vodka que goteaba, y se
pone en guardia pues tiene el presentimiento de que lo que le va a ocurrir en Piriápolis
va a ser tan sólo una farsa.
“Ayer contó que en la escuela sus compañeros le gritaban: –Cierra la canilla–, si esto no
daba resultado le ponían un recipiente bajo el mentón”
Una niña de ocho años se nos aparecía como la representante del otro lado de la casa y
nos servía el almuerzo; a Gombrowicz le gustaba que los otros se le aparecieran de esa
forma atenuada y reducida. De nuestro lado, en el dominio del bosque, no hay más que
ropa tendida en los alambres.
“He aquí que todo termina. Dejé Piriápolis el 31 de enero y, vía Colonia, llegué a
Buenos Aires en el mismo día, a las once y media de la noche. Gómez se había ido
antes, lo habían llamado por telegrama desde la universidad. No sabré pues jamás qué es
lo que realmente pasó en Piriápolis”
Yo tampoco supe, y menos aún lo sé ahora, lo que ocurrió en Piriápolis, sin embargo, di
una versión incompleta de lo que no sé en una de los capítulos de “Gombrowicz, y todo
lo demás”, un libro que los gombrowiczidas conocen. Después de dieciséis años
Gombrowicz se despide del “Diario” recordándole a los polacos el olvido de que
Polonia era un país ocupado, tan ocupado como lo estaba siendo Checoslovaquia
después de la entrada del ejército soviético.
Freud nos advierte que se aprende hacer el amor con la madre y con el padre, es decir,
con la familia más próxima, un asunto que no termina de salir a la luz del día. Los
hombres de letras acostumbran a zarandear, cada uno a su manera, las peripecias que
experimenta el amor, y en este juego de la vida aparecen las conductas más extremas.
“No me hacía ilusiones respecto a mi propia persona, sabía que era una especie de
minusválido psíquico, para quien una existencia normal era inaccesible y me veía
obligado a buscar mi propio camino. Mi sensibilidad, mi imaginación, mis complejos,
mis temores, mis obsesiones, cuanto más disimulados, con más fuerza me perseguían, y
si estaba tan mal, era precisamente porque parecía un ser bastante sano y contento de sí
mismo (...)”
Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y
las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya
hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se
caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades
filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus
hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los
principios que ellas practicaban era hostil y maligna.
“Había en mí algo oscuro que por nada del mundo aceptaba abrirse a la luz del día.
Además, era totalmente incapaz de amar. El amor me fue negado de una vez y para
siempre, desde el principio; ahora bien, ¿fue porque no supe encontrarle una forma y
expresión propias, o bien porque no lo había en mí? Lo ignoro. ¿No existía, o más bien
lo ahogué? Quizá fue mi madre quien mató el amor en mí”
Los matrimonios de los nobles terratenientes polacos tenían mucho que ver con el
interés, de modo que la madre de Gombrowicz intentó casarlo con su prima Barbara
Godecka por su posición social y su dote, mientras el padre, por los mismos motivos,
intentaba casarlo con una joven que había elegido cuidadosamente. Los padres de
Gombrowicz estaban preocupados por el matrimonio de su hijo, y también lo estaba su
amigo Tadeusz Breza.
El resto de la noche lo pasaron a orillas del agua escondidos entre las cañas, temblando
de frío y castañeteando. Jósiek no sabía qué hacer, no podía explicarle a Isabel lo que
sucedía en la estancia, la vergüenza le impedía encontrar las palabras. Tenían que
buscar ayuda en alguna estancia vecina, pero no sabía cómo presentar la historia.
Jósiek pensaba que era mejor admitir que había raptado a Isabel, que juntos habían
escapado de la casa paterna. Podrían con ese pretexto alcanzar la estación, tomar el tren
para Varsovia y comenzar allá una nueva existencia en secreto. Depositó un beso en sus
mejillas y le pidió disculpas por haberla raptado pues la familia de Isabel nunca hubiera
consentido esa unión.
Desde el primer momento se había encendido en él el amor por ella y había
comprendido que a ella también se le había encendido el amor: –No tuve otro remedio
que raptarte, Isabel. Al cabo de media hora de estas declaraciones, Isabel empezó a
hacer muecas, a mirarlo y a mover los dedos, se sentía halagada. Por fin había
encontrado a alguien que iba a poseerla y que, además, la había raptado.
Jósiek pensaba para sus adentros que en cuanto llegaran a Varsovia se libraría de Isabel
y comenzaría a vivir de nuevo. Isabel subyugada por los sentimientos que le
manifestaba Jósiek se volvía cada vez más activa. Había estado esperando a alguien que
la amara y la raptara.
Isabel destacaba y evidenciaba sus partes del cuerpo que estaban mejores, mientras
ocultaba las partes peores. Y Jósiek tenía que contemplar y fingir que le interesaba todo
eso. Isabel lo miraba con una mirada clara y tranquila: –Quisiera tanto que todos fueran
felices como nosotros; si todos fueran buenos, entonces serían felices. Se acurrucaba en
Jósiek y Jósiek debía acurrucarse en ella: –Somos jóvenes, nos amamos, el mundo nos
pertenece.
Existiría en la tierra algo más atroz que ese calorcito femenino: –Me raptaste.
Cualquiera no sería capaz de eso. Me amaste y me raptaste no preguntando por nada,
me raptaste sin temer a mis padres... me gustan tus ojos atrevidos, valientes, felinos... Se
acariciaban las manos, ella cada vez más acurrucada en Jósiek, se le unía estrechamente,
el joven ya no sabía dónde estaba: –¿Qué región es ésta?; –Ésta es mi región.
Jósiek quedó agarrado por la garganta, pensó que debía ser malo con Isabel para
desembarazarse de ella: –¡Oh, fría como el hielo, salvadora, ven pronto tonificante
maldad! ¡Oh, tercero, ven, dame la fuerza para resistir y alejarme de Isabel! Pero Isabel
se acurrucó con más cariño, calor y ternura: –¿Por qué gritas y clamas? Estamos solos.
Y le acercó la facha. A Jósiek le faltaron las fuerzas, tuvo que besar su facha pues ella
con su facha había besado la suya.
A Jósiek le extrañó que mientras el clost-water ejercía una influencia constructiva sobre
la esposa, sobre el esposo actuaba destructivamente. Mientras tanto la doctora se había
bañado, se secaba y hacía ejercicios. Hizo doce cuclillas hasta que los senos sonaron, al
protagonista le empezaron a bailar las piernas en un bailoteo infernal y cultural. La
intranquilidad de los perseguidos aumentaba porque se sentían mirados.
La doctora trataba de organizar a ciegas una defensa y toda la tarde se dedicó a la
lectura de Russell, mientras al esposo se le dio por leer a Wells. No conseguían ubicar
su desasosiego, no podían permanecer sentados pero tampoco podían permanecer de
pie, el Juventón buscaba la complicidad de Jósiek guiñándole un ojo. Se acercaba la
noche y con ella la hora decisiva.
Los Juventones entraron al dormitorio y Jósiek corrió para escuchar detrás de la puerta y
mirar por el ojo de la cerradura. El ingeniero en calzoncillos y sumamente risueño le
contaba a la doctora anécdotas del cabaret: –¡Basta, cállate!; –Espera, chinita, enseguida
terminaré; –No soy ninguna chinita, me llamo Juana, sácate los calzoncillos o ponte los
pantalones; –¡Calzoncillitos!; –¡Cállate!; –Enciende la luz, vieja; –No soy ninguna
vieja.
Juana se preguntaba qué les estaría pasando, le pedía al esposo que volviera en sí, que
juntos iban hacia los tiempos nuevos como luchadores y constructores del mañana: –Así
es, una gorda, gorda langosta conmigo se acuesta. A pesar de su gordura es muy
soñadura. Pero a él no se le antoja porque ya está muy floja.
Utiliza la palabra inmadurez en el sentido corriente que tiene este vocablo como el
estado inicial de un camino hacia el completamiento que sigue el género humano,
aunque esta definición podría ser aplicada también al resto de los seres vivientes.
Gombrowicz se desvelaba por establecer las relaciones que existen entre la inmadurez y
la cultura, dos términos marcadamente antitéticos, pues la cultura es la puerta por la que
entramos hacia el completamiento.
Sin embargo, el estado inicial es el que guarda celosamente los tesoros preciosos de la
belleza y el encanto que le muerden los talones a la cultura con una inmadurez que no
necesita de mediadores. Pero la cultura y las ideas son mediadoras por excelencia y la
forma su aspecto más visible.
Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un
edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos. Los estilos y las formas están
hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para
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Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio
artístico de expresión.
La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el
pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de
juicio. Esto ocurre cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta
nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es
entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con
la forma, no es nuestra.
La visión del mundo es una representación de las ideas, de los valores, de las ideologías
y de las creencias que le fueron impuestos durante siglos a la humanidad y que, a juicio
de Gombrowicz, nos deforman. Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión
del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva,
pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una
empresa semejante, a excepción de los profetas.
Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su
obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de
una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que
constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia,
por la tradición y por la cultura.
La crisis de las ideologías y el interés cada vez mayor por la forma en las más recientes
tendencias del arte pareciera que le dan la razón a Gombrowicz, pero con esto no basta,
es necesario que el formalismo creciente sea compensado por el humanismo, y en esto
las cosas no van tan bien que digamos. Además, no podemos saber ahora cuál es la
dirección en la que nos vamos a mover.
“¿Y quién puede considerarse importante? Si mañana se me demuestra que no soy
importante, ¿qué? Cada uno está tan pagado de su importancia… Creer que uno tiene
razón es algo tan banal, ¿no es cierto? Y es muy lógico ver el mundo según la situación
de uno mismo y no de otra forma. ¿Quién puede decir que posee la verdad? (…) Todo
depende de una evolución general. Si la cultura, por ejemplo, evoluciona como yo lo
imagino”
Es un movimiento profundo del alma que, como todos, pasa por períodos de
exageración y marginación pero siempre vuelve a la fuente de su revelación original. Si
la idea de la forma pertenece al tronco del existencialismo, y si el existencialismo es una
concepción del hombre que perdurará por los siglos de los siglos, entonces,
Gombrowicz es un profeta que destruye su visión del mundo y vislumbra una nueva
visión para el porvenir en la que lo humano se encontrará con lo humano, y ni él ni su
obra se extinguirán. Gombrowicz les propone a los polacos que abandonen a Towianski
y que se ocupen de una cultura superior.
“No es sano que la patria se convierta en un biombo que tapa el mundo, no es sano ni
tan siquiera para la misma patria (...)”
“Pero entonces yo no sabía que los sistemas de enseñanza de otros países no eran menos
estrechos que el polaco. En la Argentina, por ejemplo, un país que no cuenta con más de
ciento cincuenta años de historia y que no ha tenido mayores problemas para conservar
su independencia, parecería que pudiera permitirse un programa de alcance de alcance
más grande, más universal (...)”
“¡Qué va! Cuanto menos historia tienen, para compensar, más la enseñan en la escuela.
Tienen grandes hombres, llamados próceres, pero de más de uno de esos hombres
podría decirse que a falta de pan, buenas son tortas. En efecto, un argentino medio tiene
la cabeza rellena de generales locales y un conocimiento muy precario del resto de la
humanidad (...)”
“La astucia de Ulises, aquella astucia dirigida a conquistar la naturaleza, es propia de los
rubios, hijos de esas tierras menos acogedoras que invitan más a soñar. Sin embargo, en
el polaco, este aspecto técnico es, además, romántico, un ingeniero tendrá también cara
de guerrero o de conquistador, de asceta o de profeta, aunque en realidad no sea más
que un pobre diablo o un jugador de bridge”
Con cierta frecuencia Gombrowicz compara el mundo literario polaco con el mundo
literario argentino. La falta de originalidad que obliga a relacionarse con la realidad a
través de una autoridad y de una cultura ajena más madura, también la sentía en
Polonia, pero con menos fuerza. Sin embargo, los argentinos tienen una ventaja sobre
los polacos.
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Con una historia de menos años, es decir, con menos pasado y, en consecuencia, con
una literatura más joven y más pobre, tienen más sitio en la cabeza para dedicarlo al
pensamiento y al arte universales. Los polacos, en cambio, están hasta la coronilla con
sus tres poetas profetas cuyo estudio les ocupa casi todo el tiempo. El argentino
conoce pues más de la literatura y de la historia del mundo. En cuanto a la filosofía y
al pensamiento contemporáneo reciente, Gombrowicz supone que tanto los literatos
polacos como los argentinos en general no tienen ni la menor idea.
Los Montes Tatras son una rareza en cuanto a la altura que poseen y el aspecto del
paisaje que presentan. Si observamos imágenes del área, creeríamos estar en un cordón
montañoso imponente, cuando en realidad, su mayor altura no supera los 2.499 metros
sobre el nivel del mar. Los geógrafos alemanes que exploraron el área en el siglo XIX
los bautizaron como “la alta montaña más pequeña del mundo”.
El cerro Aconcagua es una montaña de la cordillera de los Andes, situada en la
Provincia de Mendoza al centro-oeste de la República Argentina. Es el pico más alto de
Argentina y el más alto de América y del mundo fuera de Asia, con sus 6.962 metros de
altura. Las características tan diferentes de los Montes Tatras y del Aconcagua le dieron
ocasión a Gombrowicz para acercarse a la belleza y a la inmensidad.
“Más tarde me fue revelado que juventud es belleza. Y digo revelado porque existe una
gran diferencia entre la toma de conciencia normal de un tópico cualquiera y el hecho
de penetrar su contenido vivo, creador. Recuerdo que tuve una de esas iluminaciones en
los Tatras. Era verano, yo tenía veintitantos años, y había subido a la cima del
Kasprowy Wierch en el teleférico de Zakopane, y pasaba las noches en un refugio
donde no había nadie más, tan solo dos hileras de camas a lo largo de las paredes, un
montón de colchones, y las nubes, que se arrastraban a ras del suelo, pegándose a la
mirada. El frío y la humedad me entumecían los miembros... Al tercer día el tiempo se
aclaró, y, bañado por el aire y la luz vivificante, bajé a la Hala Gasiennicowa, y allí, en
otro refugio, me encontré con dos grupos de colegiales excursionistas, uno de chicos y
otro de chicas (...)”
“No tenían nada de extraordinario, pero se desprendía de ellos como una posibilidad de
seducción..., y su personalidad en ciernes, su fragilidad todavía infantil, lejos de atenuar
esa impresión, decuplicaron por el contrario, por su brusca mutación, su poder de
hechizo, y los grupos se metamorfosearon en dos coros, y de ellos brotó un canto
amplio, inesperado, que se convirtió en Belleza (...)”
“Había también algo interno en aquel canto sin voz, y eso hizo nacer en mí la idea de
que la belleza, la de la juventud del género humano, es algo particular, algo interno, en
oposición a la belleza del mundo exterior. No hace mucho tiempo leí las confidencias de
un pintor eminente para quien una mujer vieja y fea era más interesante como tema de
un cuadro que una mujer joven y hermosa (...)”
“No negaré que el juego de las arrugas y de las verrugas resulta sin duda más rico...,
pero ¿no habría que preservar la belleza estrictamente humana, la que nuestra especie
cultiva en su seno, de toda confusión con la belleza objetiva? Esta belleza primaria la
llevamos con nosotros, nos pertenece, y exige de nosotros otra cosa, un enfoque
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Gombrowicz tenía malas relaciones con la naturaleza, con los abismos y con la
inmensidad, se consideraba a sí mismo un hombre de temperaturas medias. Hay dosis
demasiado fuertes que el organismo no puede aguantar, los temas demoníacos y
gigantescos hay que tratarlos con una prudencia excepcional o, al menos, con una
excepcional astucia.
En las cumbres no hay nada, sólo nieve, hielo y rocas, en cambio hay mucho que ver en
el propio jardín. La actitud honesta es no esforzarse en vivir algo que no se puede vivir,
en preguntarse por qué esas vivencias nos resultan inaccesibles. Los abismos y la
inmensidad son objetos que la literatura no debe abordar por la vía directa, sólo
podemos aproximarnos a ellos a través del mundo entero y de la naturaleza humana en
sus aspectos más fundamentales.
La distancia que tomaba Gombrowicz con la desmesura está en línea con la relación que
tenía con los sentimientos. Shakespeare dramatizó como ningún otro el desarrollo de los
sentimientos y de las pasiones humanas, y no deja de ser una paradoja que el púdico de
Gombrowicz lo haya tomado como ejemplo. Para el inglés los sentimientos eran la
materia prima de todo lo que existe y para el polaco eran una afección que había que
evitar en el arte y también en la vida.
Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de
las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la
rigidez de las formas puras. No es que Gombrowicz no tuviera pasiones, pero tuvo que
escamotear su phatos del carril de los sentimientos.
Colocó a las pasiones en un ámbito donde las personas se forman unas a otras por
casualidad e independientemente de su voluntad, es como si todas juntas le asignaran a
cada una por separado un lugar en esa organización de manera imprevisible e indómita.
“Lo extremo me ha asediado por todos lados. Y es un asedio lleno de terror y fuerza.
Pero –como ya lo he anotado con satisfacción– apago en mí todas las fuerzas. Un
existencialista profundizaría en las angustias. Un creyente se prosternaría ante Dios. Un
marxista trataría de llegar hasta el fondo del marxismo... No creo que ninguno de ellos,
hombres serios, se defendiera ante la seriedad de este experimento; yo, en cambio, hago
lo que puedo para volver a una dimensión media, a una vida corriente, no demasiado
seria... No quiero abismos ni cumbres, lo que deseo es la llanura”
perspectivas gigantescas que le ofrece la cordillera de los Andes, el aire se vuelve denso
y lo empieza a embriagar.
“¡Ay, si pudiera embriagarme hasta perder el conocimiento! ¡Ay, si pudiera tomar
siquiera una copa! (...)”
“Ya que todos los precipicios que he contemplado con terror a lo largo de mi vida se
reducen a unos huecos de nada en comparación con lo que surge ahora justo a mi lado, a
un palmo de las ruedas del coche, y que ya prácticamente deja de ser un precipicio y se
convierte en el espacio que se lanza vertiginosamente hacia abajo, casi gritando, y es tan
amenazador, que el cuello se crispa y el corazón sube hasta la garganta”
Entre las paredes rocosas surgen valles, gargantas y laderas encadenados a un precipicio
que produce pánico, es un movimiento que parece detenido, esa inmovilidad del
movimiento es la misma que Gombrowicz había observado en los Montes Tatras, en los
Alpes y en los Pirineos, pero esa tensión del movimiento era más fuerte en la cordillera
de los Andes.
“¡Helo aquí: el corazón de las montañas! ¡Helo aquí: el Aconcagua, como perdido entre
otras cumbres!”
Esa inmensidad exigía una confirmación intelectual, era grandiosa, pero su grandeza,
igual que la de las obras de arte, era domada por la armonía de las proporciones
perfectas y por esa razón dejaba de existir.
Si Polonia tuviera el Aconcagua, los polacos se conmoverían, estarían orgullosos y
felices, con un recogimiento religioso mirarían sus cimas como algo propio, la
polonidad de ese paisaje sería su mayor encanto. En la Argentina no ocurre nada
parecido, no hay nadie que piense que la segunda cumbre en la altura del mundo es
argentina.
Gombrowicz vuelve a descubrir aquí hasta qué punto los argentinos son imperialistas y
con qué fuerza está arraigada en ellos la conciencia de su destino a escala
intercontinental. En la Argentina Gombrowicz se siente ciudadano del mundo y tiene el
presentimiento de desempeñar un papel mundial... El nacionalismo de aquí a menudo
adquiere formas grotescas, pero se limita a manifestarse en el campo de la política; en la
vida cotidiana, en la convivencia con la naturaleza, el sentimiento argentino es de
amplias miras y respira como esas montañas que, con su inmensidad, derrumban las
fronteras del Estado y se convierten en la propiedad de América.
“Si la geografía condiciona el espíritu humano, el espíritu humano de Polonia debería
ser mezquino, estrecho, retrógrado (...)”
“Pero, ¿acaso el espíritu no parece a veces querer llevar la contraria? ¿No resulta
antinómico? ¿Acaso no es capaz de superase a sí mismo? En mi opinión, Polonia
debería sentir la llamada del más extremo universalismo, porque sólo así podrá
compensar su situación geográfica”
Gombrowicz quemó la obra, esta primera prueba le indicaba que en la soledad de esa
casa empezaban a manifestarse las ponzoñas que lo atormentaban desde hacía tiempo.
Poco tiempo después de esa visita familiar se produjo un acontecimiento extraño que
tuvo una influencia considerable en su vida psíquica. Una noche se despertó y sintió un
peso sobre los pies, movió las piernas, algo gruñó y se alejó, pero no pudo ver lo que era
porque estaba muy oscuro, era de noche.
Lo invadió una terrible sospecha, la casi certeza de que no había sido el perro negro de
la casa sino un ser cien veces más horroroso el que se había acostado a sus pies. Esa
idea lo atormentó varias noches hasta que finalmente recordó algo que le había sucedido
cuando era niño.
El obispo de Sandomierz había ido a visitar a los padres y les confesó que una noche se
le había aparecido el Maligno. Cuando ya dormía sintió un peso sobre los pies, movió
las piernas para sacárselo de encima y algo increíblemente pesado cayó emitiendo un
ruido metálico. No era un perro, era un pequeño hombrecito de cincuenta centímetros
que parecía estar hecho de metal. Pronunció una oración para ahuyentarlo, la criatura
emitió un alarido y se escondió debajo del armario.
Cuando el obispo constató más tarde que el suelo había quedado completamente
quemado huyó de la casa atravesando el campo y pasó toda la noche bajo las estrellas a
pesar de que nevaba. Estos episodios asociados produjeron en Gombrowicz
consecuencias importantes que justifican la presencia del diablo en toda su obra.
Se olvidaban que sus verdades reveladas debían ser tratadas a un nivel de profundidad
acorde con un desarrollo mental al que habían contribuido durante siglos muchos sabios
laicos. Al católico no debiera resultarle indiferente el nivel mental del hombre ni los
límites de su conciencia, y es justamente en esta dirección que el existencialismo ha
profundizado la sensibilidad religiosa del hombre y enriquecido la fe con contenidos
nuevos.
Gombrowicz quiere darles una lección a los polacos que piensan que las abstracciones
no sirven para nada y que sólo lo concreto y la realidad son verdaderos, y quiere darles
una lección pues resulta que justamente el existencialismo piensa la misma cosa que
piensan ellos.
Kierkegaard, el filósofo danés que inventó el existencialismo, anunció urbi et orbi que
el razonamiento hegeliano era tan imponente como impotente, y era impotente porque
se vale solamente de conceptos. La diferencia entre un concepto y el objeto del que se lo
abstrae es la de que el objeto existe y el concepto no existe, por esta razón las filosofías
no tiene utilidad en la vida concreta pues sólo elaboran fórmulas y sistemas lógicos de
conceptos.
El estudiante creyó que le estaban tomando el pelo, se levantó y se fue. Lo que Sartre
intenta decir en este trabalenguas es que la existencia, contrario sensu a las cosas, es un
movimiento, y mientras los objetos inanimados son idénticos a sí mismos, son lo que
son, la vida es cambio.
Hasta la llegada del existencialismo la lógica de las cosas era la lógica de la filosofía,
pero cuando Kiekegaard escoge como objeto de su pensamiento, no el mundo de las
cosas, sino la existencia misma , pone al universo patas para arriba. El desideratum del
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Algunos filósofos creen que la dialéctica hegeliana puede hacerse cargo de este segundo
deseo vehemente del existencialismo, pero la diferencia que existe entre la visión
dialéctica y la visión existencialista, es la misma que existe entre las sensaciones de una
persona que observa un coche moviéndose a toda velocidad y las sensaciones de otra
que va sentada dentro del coche.
El existencialismo va más allá del rechazo a la abstracción y del intento por aprehender
el movimiento, sostiene también que el hombre, en el curso de su desarrollo crea su
propia ley, de lo que deviene un ser imprevisible sujeto a un proceso continuo de
formación, tanto la de él como la de sus normas. Pero no sólo los pensadores laicos han
sido tomados por el sentimiento angustioso de que todo le estaba desapareciendo bajo
los pies.
Ese joven de buena familia había llegado a relacionarse con algunos tratantes de
blancas, y por el aprecio que le tenía tuvo que intervenir en una mediación importante y
providencial que lo salvó de la cárcel. El alma sigue luchando con los demonios
indomables de la abstracción y del movimiento, es la misma lucha que había
emprendido Kierkegaard ciento cincuenta años atrás.
“Y cuando llega a nuestros oídos un gemido porque la humanidad rompe todas las
normas, porque está creciendo la dinámica de nuestros tiempos, la relatividad y el
carácter funcional de todo cuanto nos rodea, todo ello no es más que la expresión del
miedo ante ese segundo demonio cuyo nombre es movimiento, desarrollo, devenir. El
existencialismo se encuentra a cien millas de la solución de estos problemas, consiste
más bien en dar la cabeza contra el implacable muro que ellos forman (...)”
“Pero al menos tiene la ventaja de formular nuestras inquietudes más profundas, tanto
las de Europa Occidental, como las inquietudes que tiene origen en los menos
conscientes dolores nuestros, los dolores polacos”
Unos meses antes de su partida de la Argentina, el padre Jan Pasierb le hace una
entrevista a Gombrowicz en la que se interesa por algunas cuestiones: cuándo y por qué
había perdido la fe; quiénes era sus escritores católicos favoritos; cómo definiría la
cultura.
“Me resulta difícil mantener una relación con el catolicismo, porque me cuesta grandes
esfuerzos y sacrificios intelectuales. En principio, el catolicismo está en contradicción
con mi visión del mundo (...)”
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“Sin embargo, con el tiempo, he ido adoptando una postura cada vez más desconfiada y
crítica frente el intelectualismo contemporáneo y esa desconfianza tiende a reconciliarse
con el catolicismo. En primer lugar, el catolicismo le ofrece al creyente una visión
coherente del hombre, lo cual le permite no tratar de resolver los problemas por su
cuenta, intento que, por lo general, da resultados catastróficos (...)”
“Por eso, mi actitud hacia el catolicismo es positiva, aunque no sea creyente. Fui
creyente hasta los catorce años y dejé de serlo sin el menor trastorno. Nunca he tenido
necesidad de una fe. Sin embargo, no soy ateo, porque para un hombre que se enfrenta
al misterio de la existencia, cualquier solución es posible. Pascal es mi escritor católico
favorito, no me gustan los novelistas, a Mauriac por ejemplo no lo puedo soportar (...)”
Cuando un católico se pone a escribir, se suena los mocos con el alma, en lugar de usar
las narices. Sí, a medica que envejezco me hago cada vez más partidario de las
temperaturas medias. Es una postura dialéctica. La cultura tiende a los extremismos,
pero mi espíritu de contradicción me lleva en la dirección contraria. Mi actitud
intelectual presente es crítica de los extremismos (...)”
“Por otra parte, al adoptar esta actitud centrista me convierto en un representante típico
de la cultura polaca, que ha sido siempre una cultura mediadora. En cuanto a la cultura,
yo pienso que la cultura es una violación, la violación de un débil por un poderoso”
Éste es el origen de su fobia parisina, sabía que esta ciudad tocaba su parte más sensible,
la edad, el problema de la edad, y su conflicto con París se debía a que era una ciudad
que pasaba de los cuarenta. Mucho tiempo después, cerca de la muerte, el doppelgänger
francés recuperaba la juventud y Gombrowicz se volvía viejo.
William Wilson es un cuento de Edgar Allan Poe en el autor pone en juego de manera
magistral las cuestiones de la imitación y del doppelgänger. Edgar Allan Poe fue un
escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense, generalmente reconocido
como uno de los maestros universales del relato corto. Renovador de la novela gótica,
recordado especialmente por sus cuentos de terror, es considerado el inventor del relato
detectivesco.
como su obra, marcó profundamente la literatura de su país y puede decirse que de todo
el mundo.
Ejerció gran influencia en la literatura simbolista francesa y, a través de ésta, en el
surrealismo, pero su impronta llega mucho más lejos: son deudores suyos toda la
literatura de fantasmas victoriana y, en mayor o menor medida, autores tan dispares e
importantes como Charles Baudelaire, Fedor Dostoyevski, Franz Kafka, Guy de
Maupassant, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar... Su corta vida estuvo
siempre marcada por la depresión, su tendencia a la melancolía y su afición al alcohol y
a las drogas que acabaron por destruirlo.
Lo cierto es que cada vez que el doble interfiere en los planes de William Wilson es
porque podían acarrearle algún daño. La relación entre ambos ha pasado por varias
etapas: en un primer momento se convierte en un competidor para William Wilson, al
que, sin embargo éste no consigue odiar, quizá porque en el fondo son bastante
similares.
Sí que le inspira, no obstante, cierto temor, y es que la figura del doble tiene algo de
extraordinario, de sobrenatural, de terrorífico. Mas tarde, conforme el doble va
acentuando la semejanza entre ellos, William Wilson va alimentando un odio y un
desprecio hacia él. El doble pone todo su empeño en acentuar la semejanza entre ambos:
comienza a imitar su apariencia, su modo de vestir, de andar y de comportarse.
Lo único que no es capaz de imitar es su voz, ya que el doble presenta una peculiaridad
física que no se lo permite, derivada tal vez de un mal constitucional: se trata de una
especie de debilidad en los órganos faciales o guturales que le impiden elevar la voz por
encima de un murmullo, de un susurro. Aún así, sí que logra imitar a la perfección su
acento.
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Cada vez que vuelvan a encontrarse, y vayan creciendo las semejanzas físicas entre
ellos, será para que el doble desbarate los perversos planes de William Wilson: del
deshonor en Oxford, de la ambición en Roma, de la venganza en París, del apasionado
amor en Nápoles, de la avaricia en Egipto...
Así hasta que William Wilson no soporta más la perseverancia del doble y lo mata,
matándose a sí mismo también.
“Has vencido y yo sucumbo. ¡Pero en adelante tú también estarás muerto, muerto para
el Mundo, para el Cielo y para la Esperanza! En mí existías tú y en mi muerte verás por
esta imagen, que es la tuya, cuán absolutamente te has asesinado a ti mismo”
La imitación despiadada que realiza el doble de William Wilson hace que en su corazón
y en su mente nazcan los sentimientos y los pensamientos de su rival, un asunto
realmente interesante. Cuando un discípulo le pide consejo a Sartre durante la guerra
sobre si tenía que quedarse con la madre o enrolarse en la Resistencia, el filósofo hace
una serie de reflexiones.
El hijo puede saber si quiere más a la madre solamente si se queda junto a ella en vez de
enrolarse en la Resistencia, no lo puede saber antes. No puede determinar el valor de
este afecto sino con un acto que lo ratifique y defina. Pero el hijo le pide al afecto que
justifique el acto de antemano, entonces se encuentra encerrado en un verdadero círculo
vicioso.
“Gide ha dicho muy bien que un sentimiento que se imita y un sentimiento que se vive
son dos cosas casi indiscernibles: decidir que amo a mi madre quedándome junto a ella
o representar una comedia que hará que permanezca con mi madre, es casi la misma
cosa. Dicho de otro modo, el sentimiento se construye con actos que se realizan; no
puedo pues consultarlo para guiarme por él (...)”
“Lo cual quiere decir que no puedo ni buscar en mí el estado auténtico que me empujará
a actuar, ni pedir a una moral los conceptos que me permitirían actuar”
Quien conozca bien a Gombrowicz sabe que podría haber puesto su firma debajo de
estas palabras de Sartre, la idea de la imitación de los sentimientos es el centro de
gravedad alrededor del cual giran las ideas de Gombrowicz.
“Ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre significa imitar al hombre, ser hombre es
comportarse como hombre sin serlo en lo más profundo de uno mismo, ser hombre es
imitar lo humano”
Gombrowicz lleva al paroxismo las consecuencias de una cadena de imitaciones durante
el casamiento del rey Gnulo. El final de “El banquete”, una novela corta que
Gombrowicz escribió en 1944, ilustra de una manera ejemplar las características de la
imitación.. Un rey corrupto y repulsivo da un banquete para celebrar su casamiento con
una archiduquesa. Cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las
exclamaciones de los invitados. El rey empieza a deambular de un lado para otro cada
vez con más furia, y los comensales deambulan, y cuando el archideambular alcanza
una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza un alarido sombrío y cae sobre
la archiduquesa.
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No sabe qué hacer y empieza a estrangularla delante de toda la corte. Sin dudarlo un
instante el canciller se deja caer sobre la primera dama que encuentra y empieza a
estrangularla, los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos
que unen a los invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control
humano.
La archiduquesa y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una
archiinmovilidad. Presa de un pánico indescriptible el rey empieza a huir tomándose el
culo con las dos manos, obsesionado con la idea de dejar atrás todo aquel archireino.
Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que
seguirlo.
El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La ignominiosa
huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey se
convierte en el comandante del asalto. La plebe ve a los magnates latifundistas y a los
descendientes de estirpes gloriosas galopando junto a los oficiales del estado mayor que,
al modo militar, galopan junto a los ministros y mariscales mientras los chambelanes
forman una guardia de honor rodeando el galope desenfrenado de las damas
sobrevivientes.
La archicarrera era iluminada por las luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los
cañones del castillo dispararon y el rey se lanzó a la carga. “Y archicargando a la cabeza
de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas de la noche”
Hay personas que sueñan con desaparecer, otras que sueñan con ser invisibles, hay
muchos sueños, la pasión predominante de Gombrowicz era duplicarse, triplicarse,
cuadruplicarse. No es extraño, pues, que luego de tantas fragmentaciones se haya
querido sintetizar a toda costa convirtiéndose en un campeón de la entronización del yo,
tanto que en “Yo y mi doble” sueña con su propio ectoplasma.
La analogía entre “William Wilson” y “Yo y mi doble” salta a la vista, tanto que
debemos suponer que Gombrowicz tuvo en cuenta el relato de Edgar Allan Poe para
escribir su cuento. No podía mirar con ojos amorosos a su doppelgänger pues no era ni
una muchacha ni la patria, sino él mismo, un ectoplasma al que había escupido para que
se fuera.
“Y detrás de las playas, sobre la alta orilla, sobre las rocas y colinas, se yerguen
orgullosos hoteles que nada tienen que envidiar a los mejores de Buenos Aires, y se
abren unas avenidas llenas de pensiones. Coches, motos, motocicletas, helicópteros,
vehículos deportivos de las más diversas formas y tamaños, por ejemplo, un ómnibus
anfibio que con toda la tranquilidad del mundo se mete en el agua y navega, o pequeños
trenes para niños (...)”
“Todo eso se mueve, toca la bocina, se precipita y, sobre todo, se agolpa. Mar del Plata
no es ningún remanso”
Mar del Plata se me presenta, en relación con Gombrowicz, como una representante de
la tortura, de la ruptura, de la mundología y del diabolismo.
por vencido así nomás, inventé un compromiso anterior con Roberto Cebrelli (Beto),
según le dije íbamos a pasar las vacaciones en Mar del Plata.
Si le hubiera advertido a Beto de esta mentira no hubiera pasado nada, pero me olvidé
de advertirle. La cosa es que una noche en La Fragata le preguntó a mi amigo cómo nos
había ido en Mar del Plata, como yo no estaba presente Beto le dijo que nosotros no
habíamos estado en Mar del Plata, le dijo más todavía, le dijo que no habíamos
veraneado juntos.
Mar del Plata era una de las cinco cosas de la Argentina que lo habían impresionado
vivamente por sus dimensiones descomunales. Se alojó en uno de los hoteles más
lujosos de la ciudad gracias a la liberalidad del propietario que era amigo suyo. El lugar
estaba repleto de representantes de la oligarquía argentina excitadísimos, había llegado
de París una condesa Rochefoucauld.
“Por la noche, en la enorme sala del comedor, entre montañas de carnes y pescados
puestos sobre unas mesas móviles, no se hablaba más que de quiénes habían sido
invitados y quiénes no a un lunch aristocrático que tendría lugar al día siguiente y que
se servía en honor a la condesa. Estuve cenando con aquella conocida mía argentina que
acababa de llegar de su breve visita a Polonia y que tanto había elogiado a la
democracia argentina al compararla con las tosquedades y los anacronismos de la
estructura social de Polonia”
flor. Le resultaba extraño que los polacos recién llegados a la Argentina necesitaran de
un tiempo bastante largo para llegar a entender algo de esas maravillas que tanto
saltaban a la vista.
A pesar de este homenaje que le hace Gombrowicz a la belleza argentina, no hay que
olvidar que veía al mundo con el ojo de Hegel, y no se sabe bien si era el ojo, si eran las
cosas, o eran ambos, los que resultaban contradictorios. Gombrowicz convoca a las
jóvenes para que se pongan en guardia contra sus madres y traten de excluirlas de
ciertos de negocios.
“Mujeres ajamonadas con grupas a punto de estallar, pantorrillas y muslos que rebosan
por todas partes, ¡socorro!, clavadas en medio de la playa como una cuña imbécil,
bobina y cretina, ¡socorro!, cederán las costuras, estallarán, ¡explotarán con todas esas
carnes!... ¿Dónde está el carnicero que pueda con ellas? Mujeres mayores, obesas.
Mujeres mayores, flacas (...)”
“Paseante, mira esas montañas de grasa... o esos huesos... mira, por favor, ¿lo ves? En el
vaquismo vacuno de esta asquerosidad descarada y desvergonzada sólo se ha
conservado una cosa de los viejos tiempos, a modo de recuerdo. Un piececito... ni
gordo, ni flaco, y... mira... ¿no se parece al piececito de tu novia? ¿Has entendido? ¿Ya
sabes qué potencial de cinismo carnal y qué indiferencia hacia la fealdad se ocultan en
tu preciosidad? Señoritas encantadoras, graciosas esposas, aconsejad a vuestras mamás
que se queden en casa, ¡que no os desenmascaren demasiado!”
El diabolismo. La relación que Gombrowicz tenía con los sentimientos lo predispuso
desde joven a realizar experimentos, también con la naturaleza. Los santos y los
profetas tienen lugares preferidos para hacer estos milagros, uno de los lugares
preferidos de Gombrowicz para hacerlos era Mar del Plata.
Hace más de medio siglo, en la Nochebuena del 56, Gombrowicz pasaba unas
vacaciones en el Jocaral, una quinta del barrio Los Troncos en Mar del Plata. Las
lluvias, la agitación y el ruido de las hojas de los árboles lo obligaban a encerrarse en
casa y también en sí mismo, y de esos experimentos nocturnos que hacía resultaba el
miedo, tenía miedo que se le apareciera algo.
“Algo anormal..., ya que mi monstruosidad va creciendo, mis relaciones con la
naturaleza son malas, flojas, y este aflojamiento me hace vulnerable a todo. No me
refiero al diablo, sino a cualquier cosa... No sé si me explico. Si la mesa dejara de ser
una mesa transformándose en... No necesariamente en algo diabólico. El diablo es sólo
una de las posibilidades, fuera de la naturaleza está el infinito (...)”
“La casa crujía, los postigos golpeaban. Quise encender la luz: imposible, los cables
estaban cortados. Un aguacero. Me quedé sentado a oscuras en medio de los
resplandores (...) Me levanté, di unos pasos por la habitación y de pronto extendí la
mano, no sé por qué, quizás porque tenía miedo. Entonces cesó el temporal. La lluvia, el
viento, los truenos, el fulgor: todo acabó (...)”
“Silencio. Entiéndase bien: la tempestad no se extinguió de un modo natural, sino que
fue interrumpida. Yo, por supuesto, no estaba tan loco como para creer que fuera mi
gesto lo que había detenido la tempestad. Pero –por curiosidad– volví a extender la
mano en aquella habitación envuelta ahora en las tinieblas. ¿Y qué?: viento, lluvia,
truenos, ¡todo empezó de nuevo! (...)”
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“No me atreví a extender la mano por tercera vez, y mi mano ha quedado hasta hoy „sin
extender‟, manchada por esta vergüenza (...) Al fin y al cabo, lo que sé de mi naturaleza
y de la naturaleza del mundo es incompleto, es como si no supiera nada”
El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El
punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la escritura
con el Nobel. Las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza, todo esto dicho
grosso modo. Cuando Gombrowicz piensa en la grandeza no se olvida de Anatole
France.
“¿Qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante de mi
personalidad, inflada por la fama y la grandeza? (...) Tengo que encontrar aquí mi
propia solución, y a la pregunta ¿cómo ser grande? debería darle una respuesta
totalmente particular (...) De nada sirve la afectada maestría de Anatole France (...) la
grandeza de Dostoievski, llena de sencillez compasiva, astuta y apasionada, tampoco es
utilizable (...)”
“¿Y el Olimpo de Goethe? ¿Y Erasmo o Leonardo? ¿El Tolstoy de Iasnaia Poliana? ¿El
dandismo metafísico de Jarry o Lautremont? ¿Ticiano o Poe? ¿Kierkegaard o Claudel?
Nada de eso, ninguna de esas máscaras, ninguno de esos abrigos purpúreos (...)”
Jacques Anatole François Thibault, llamado Anatole France, novelista y premio Nobel
francés, es considerado como el mejor escritor francés de finales del siglo XIX y
principios del XX. De una gran habilidad estilística, de sutil y mordaz ironía y de
genuina compasión, estas características formaron parte de toda su producción literaria.
France escribió muchas novelas, obras de teatro, poemas, ensayos de crítica y filosofía e
investigaciones históricas, se encontraba entre los intelectuales franceses que exigieron,
con éxito, la exculpación de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés acusado de
traición.
Del mismo modo que Anatole France escribe una sátira sobre la historia de Francia en
“La isla de los pingüinos”, Gombrowicz escribe una sátira sobre la historia
contemporánea en “Historia” y “Opereta”. “Historia” es un boceto de esos que hacen los
artistas cuando comienzan una obra. La Vaca Sagrada utilizó de pulgón al Príncipe
Bastardo para leer los papeles que habían quedado amontonados.
En su obra final, pues la de la mosca como representante del dolor no llegó a escribirla,
Gombrowicz se propuso liberar a los hombre desnudándolos, con una desnudez parcial
o total, pero desnudándolos. En el primer proyecto intentó liberarlos descalzándolos, es
decir, dejándoles los pies desnudos, pero este bosquejo le pareció de alcances reducidos
y no llegó a convertirlo en obra, le sirvió sin embargo de base para un segundo intento
de alcances más amplios en el que la desnudez abarca el cuerpo entero.
Al proyecto le llamó “Historia” y a la obra “Opereta”. En “Historia” intervienen como
personajes el mismísimo Gombrowicz y toda la familia, el padre, la madre y sus tres
hermanos, con sus verdaderos nombres. A medida que se desarrolla la acción estos
fantasmas se van transformando en personajes históricos de las cortes europeas de
principios del siglo XX.
Gombrowicz se mueve como un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los
reyes a que hagan lo mismo, es decir, a que se quiten los zapatos. Se propone liberar a
los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar sus papeles y que se
queden descalzos con esos pies desnudos que habían hostigado a Polonia durante
muchos siglos.
La aristocracia empujaba a Polonia hacia lo alto, y el fango y los pies descalzos de los
campesinos con abrigos de piel de cordero, la ligaba con la parte más atrasada de
Europa. En “Historia” Gombrowicz entra descalzo a su casa con el hijo del portero. La
familia se convierte entonces en un jurado que examina esta confraternización y se
pregunta si Gombrowicz será capaz de graduarse de bachiller.
“Observa, la cosa es que esa gente, incluso al desnudarse se viste, y la desnudez sólo
significa para ellos unos calzones más. Pero cuando yo me he bajado sin más los
pantalones, les ha dado un soponcio, más que nada porque no lo he hecho según Proust,
ni a lo Jean Jacques Rousseau, ni según Montaigne o en el sentido del análisis
existencial, sino simplemente para quitármelos”
La inocencia de los niños, las relaciones entre lo superior y lo inferior y la naturaleza de
la cultura ponen en contacto a Gombrowicz con Jean Jacques Rousseau, escritor,
filósofo y músico, usualmente definido como un ilustrado, aunque parte de sus teorías
son una reforma a la Ilustración y prefiguran el posterior Romanticismo. “El hombre
nace libre, pero en todos lados está encadenado (...) Renunciar a la libertad es renunciar
a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes”
Rousseau analiza el tránsito del hipotético estado de naturaleza al estado social como
una degeneración producto de las desigualdades sociales que surgen con la propiedad
privada, el derecho para protegerla, y la autoridad para que se cumpla ese derecho. Las
leyes establecidas en toda sociedad son siempre las leyes que defienden al poderoso, al
rico y a su poder frente a los no poseedores de propiedad, a los pobres.
La propiedad privada y el derecho han creado un abismo entre dos clases
jerárquicamente diferenciadas entre sí: la clase de los propietarios, de los poderosos y de
los amos, frente a la clase de los no propietarios, pobres y esclavos. Esta situación no es
superable, según Rousseau, pero puede ser mitigada a través de una sana vuelta a la
naturaleza y una educación que fomente el individualismo y la independencia del
hombre.
Hace un análisis de la educación donde analiza los procesos mediante los cuales el niño
se sociabiliza y pierde su bondad e inocencia natural. Frente a la fría cultura racionalista
y libresca, propone una educación que siga y fomente los procesos naturales humanos
sin alterarlos.
Pese a lo controvertido de su vida y de su obra, no cabe duda de que el pensamiento de
Rousseau ha sido la gran fuente de inspiración tanto de la Revolución francesa, como de
la comuna de París y de los movimientos comunistas del siglo XIX, inspirando también
la Declaración de la Independencia de los EE.UU de América. Además de en cuestiones
políticas, Rousseau influyó enormemente en la literatura, así como en el movimiento
romántico, del que fue un claro precursor.
Una cuestión que hostigaba permanentemente a Gombrowicz era la relación que existía
entre lo inferior y lo superior. Gombrowicz se vale en su obra de formas literarias para
aproximar lo superior a lo inferior.
“No podía hacer nada para mejorar la suerte de las capas sociales inferiores, pero,
¿quién sabe?, quizás podría contribuir a mejorar el comportamiento de los superiores
respecto a los inferiores (...) si la vida miserable deformaba al proletariado, si la
ociosidad y las comodidades deformaban a los terratenientes, esa intelligentsia urbana
también era deformada por su modo de vivir (...) ¿Acaso la vida nunca creaba hombres
completos? ¿Tenían que ser siempre fragmentos humanos que se complementaban entre
sí? (...)”
En este relato Gombrowicz le pone un broche de oro a la inocencia de los niños, a las
relaciones entre lo superior y lo inferior y a la naturaleza de la cultura que lo vinculan
con Rousseau. Estaba almorzando en un local muy distinguido a orillas del Sena
conversando animadamente con gente del ambiente literario: –¡Quién es ese escritor; –
Es un escritor eminente; –Sí, eminente, pero ¿quién es?; –Viene del surrealismo y se
pasó al objetivismo; –Muy bien, objetivismo, pero ¿quién es?; –Pertenece al grupo
Melpomène; –No tengo nada en contra de Melpomène, pero ¿quién es?; –Una
combinación de géneros: el argot con una metafísica de elementos fantásticos; –Sí, la
combinación me parece bien, pero ¿quién es?; –Cuatro años atrás le concedieron el Prix
St. Eustache..., y tú cómo te consideras; –Yo no soy escritor, ni miembro de nada, ni
metafísico ni ensayista, soy yo mismo, libre, independiente, vivo...; –Ah, sí, eres
existencialista.
Los contertulios estaban turbados con la mirada ingenua de Gombrowicz que les
traspasaba la ropa, y es aquí cuando decide hacer un experimento crucial y se empieza a
bajar los pantalones.
“(...) cundió el pánico, salieron rajando por puertas y ventanas. Me quedé solo. El
restaurante estaba desierto, hasta los cocineros habían huido... Sólo entonces me di
cuenta de lo que estaba haciendo, de lo que pasaba..., y me quedé así, hecho un tonto,
con una pernera puesta y la otra en la mano”
Kot Jelenski lo ve y entra al restaurante: –¿Qué pasa? ¿Te has vuelto loco?; –Empecé a
desvestirme y todo el mundo se dio a la fuga; –Eres un insensato, ¿a quién pensabas
asustar con la desnudez?
En ningún lugar del mundo encontrarás tanta afición por quitarse la ropa como aquí. Te
has encontrado con unos conejos, yo te traeré unos leones que aunque bailes en cueros
sobre la mesa no moverán una pestaña. Hicieron una apuesta al estilo de los caballero
polacos del el siglo diecinueve. Los invitados, imperturbables hasta que llegaron a los
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Karl May es uno de los autores más leídos en Alemania. Quedó ciego al poco de nacer
y no recuperó la visión hasta los cinco años, después de ser operado. Durante estos años
de ceguera se formó en el niño un profundo e impresionante mundo interior alimentado
por los relatos de su padrino y de su abuelo. Acusado de haber robado un reloj, fue a
parar a la cárcel y se le retiró la licencia para enseñar.
Durante algunos años se sucedieron los delitos de Karl May contra la propiedad. Los
castigos que padeció en prisión le permitieron descubrir las posibilidades redentoras de
la escritura. Durante este cautiverio esbozó el plan de su obra literaria; compuso, en un
estilo ingenuo, pero rico en imágenes, penetrante y persuasivo, sesenta y siete
volúmenes.
Karl May representa para los alemanes lo que Verne para los franceses o Salgari para
los italianos. El estilo adocenado, los errores descriptivos y la simplicidad y
esquematismo de los personajes no impideron que gozase de una tremenda popularidad
en Alemania y en el resto del mundo.
Karl May, el novelista émulo de Julio Verne, fue sometido a juicio por haber contado
sus fantásticos viajes por el mundo, por relatar sus aventuras en las praderas
norteamericanas sin haber abandonado nunca, en la realidad, su Baviera natal. Por ese
hecho, May afrontó casi veinte años de juicios. La realidad jurídica no podía permitirse
esas fugas del alma hacia las regiones de lo imaginario, mundos a los que huir, lugares
ideales, aunque falsos, donde la atormentada alma germana pudiera encontrar refugio.
El navío volvió a dar la vuelta pero otra vez lo volvió a pasar como un tren a toda
velocidad, esta maniobra se repitió diez veces hasta que un yate privado se acercó y lo
recogió, mientras el otro barco retomaba tranquilamente su ruta. Por casualidad
descubrió que el capitán del yate tenía el rostro y los pies blancos pero era negro. El
capitán se puso furioso cuando lo descubrió, lo hizo atar, lo encerró en un camarote y
empezó a alimentar un odio ilimitado.
Era la única persona en el mundo que había descubierto su secreto: era un negro blanco.
Durante los ocho meses siguientes navegó sin parar y se deleitó con el poder absoluto
que le proporcionaba el tenerlo encerrado en un camarote oscuro. Un día, finalmente, lo
condujo al puente del yate y el protagonista se preparó para morir.
Vio una enorme bola de acero cuya forma recordaba a la de un obús, abrieron una
portezuela lateral del artefacto y lo arrojaron a su interior donde había un pequeño
saloncito. Se encontraban en el Pacífico, en el punto del abismo oceánico más profundo
del mundo. El Negro tenía curiosidad por saber qué existiría en el fondo del mar al que
vería con su imaginación adivinando lo que estaría mirando el protagonista moribundo.
El peso de la bola de acero había sido mal calculado y cuando la tiraron al agua no se
hundió, entonces el Negro ordenó que le engancharan un ancla pesada, el protagonista
fue arrojado al mar y comenzó a descender. Al final de un viaje de dos horas sintió una
ligera sacudida, había tocado fondo. Pasó el tiempo y no pudiendo resistir más,
comenzó a dar golpes en todas las direcciones.
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El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la
llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el
globo mismo. Por primera vez en la vida sentía que estaba perdiendo el juicio mientras
ella lo escuchaba con atención.
A pesar de que es bien sabido que las mujeres aman lo novelesco, no se atrevió a
contarle nada de sus aventuras con el Negro... Llegó el día del cambio de anillos...
Luego empezó a acercarse también el día de la boda. Pero una semana antes de la fecha
del casamiento, cuando el protagonista se sentía penetrado por el secreto y el escalofrío
jubiloso del tiempo prenupcial, se le ocurrió hacer un paseo en globo durante un día de
tormenta.
La tormenta fue tan grande que lo arrastró con fuerza diabólica, y después de varias
horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las olas del Mar
Amarillo. Se despidió por dentro de los abedules y de los ojos de su amada y se abrió
dócilmente a las pagodas contrahechas, a los bonzos y a las divinidades extrañas.
Cuando descendió de la cesta se le acercó gritando un chino leproso.
Tocó con sus manos la piel pustulosa y lo condujo hacia unas cabañas miserables que se
veían a lo lejos. Todos los habitantes de la aldea eran leprosos, pero a pesar de su
condición aquellas personas no tenían nada que ver ni con la modestia ni con la
humildad. El protagonista se alejó al instante de aquel pueblo pero la chusma lo seguía a
cierta distancia.
Los amenazó con los puños en alto y desaparecieron, pero un momento después lo
volvieron a seguir. La isla donde había caído ocupaba poco más de unos quince
kilómetros cuadrados, estaba desierta y buena parte de ella era boscosa. El protagonista
caminaba acelerando el paso pues sentía detrás de él la presencia de aquellos monstruos
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anhelantes. No sabiendo bien que hacer se internó en la espesura de la selva pero ellos
le pisaban los talones.
No podía comprender qué es lo que quería esa chusma roñosa, tenía la misma sensación
que se apodera de las mujeres cuando los vagabundos maleducados las importunan en la
calle, primero persiguiéndolas y después permitiéndose bromas de mal gusto y palabras
soeces, hasta que las pobres se veían obligadas a huir con la cabeza baja.
Logró inflar nuevamente el globo y levantar vuelo. Se preguntaba qué podía hacer
cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer amada. No, no le era posible
volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había abandonado a él.
“Por otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención. Recuerdo que en
1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de todos sabido, las
trincheras llegaban hasta el mar. Se trataba de un verdadero sistema de canales
profundos que tenían una longitud de hasta quinientos kilómetros. Sólo a mí se me
ocurrió la sencilla idea de inundar los canales. Una noche trabajé a escondidas, cavé un
foso que comunicó los canales con el mar. Al penetrar ininterrumpidamente, el agua
inundó las trincheras y corrió por toda la línea del frente. Con gran estupor los aliados
vieron a los alemanes, empapados hasta los huesos, saltar fuera de las fosas
enloquecidos de pánico, cuando despuntaban las primeras luces de un amanecer
brumoso”
Oscar Wilde llegó a ser una de las personalidades más prominentes de su época.
Aunque sus pares en ocasiones lo tildaban de ridículo, sus paradojas y sus dichos
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ingeniosos y agudos eran citados por todas partes. En el plano político Wilde apoyaba
un cierto tipo de socialismo anarquista.
En la cima de su carrera, se convirtió en la figura central del más sonado proceso
judicial del siglo, que consiguió escandalizar a la clase media de la Inglaterra. Wilde,
que había mantenido una íntima amistad con Lord Alfred Douglas, fue acusado por el
marqués de Queensberry, padre de Alfred, de flagrante sodomía. Se lo declaró culpable
y fue condenado a dos años de trabajos forzados. Salió de la prisión arruinado material y
espiritualmente.
En “El retrato de Dorian Gray” Oscar Wilde ahonda en el mito de Fausto, para escribir
esta gran novela de tipo filosófico y resonancias góticas y sentido del humor cínico, una
de las cumbres de su literatura. En la misma se hace una diatriba sobre el significado de
la belleza, el placer, la corrupción moral, la conciencia y el paso del tiempo, escarbando
en la búsqueda de fines hedonistas y en los recovecos más recónditos del espíritu
humano, atraído por el siempre tentador lado oscuro.
El libro está ambientado en el Londres de finales del siglo XIX y tiene en su principal
fundamento un comentario moral sobre las consecuencias de un comportamiento
licencioso, con el protagonista principal mostrándose atraído por la belleza física,
voluble con el irrevocable transcurso temporal, liquidado en su vano narcisismo y en
elegir el hedonismo como fin vital, mientras su alma termina corrompiéndolo y
arrojándolo a un destino fatalista.
“El Retrato de Dorian Gray” es una de las últimas obras clásicas de la novela de terror
gótica con una fuerte temática fáustica. El libro causó controversia cuando fue
publicado por primera vez; sin embargo, es considerado en la actualidad como uno de
los clásicos modernos de la literatura occidental.
La novela cuenta la historia de un joven llamado Dorian Gray, retratado por el artista
Basil Hallward, quien queda enormemente impresionado por la belleza física de Dorian
y comienza a encapricharse con él, creyendo que esta belleza es la responsable de la
nueva forma de su arte. Charlando en el jardín de Basil, Dorian conoce a Lord Henry
Wotton, un amigo de Basil, y empieza a cautivarse por la visión del mundo de Lord
Henry.
Exponiendo un nuevo tipo de hedonismo, Lord Henry indica que lo único que vale la
pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos. Al darse cuenta de que un
día su belleza se desvanecerá, Dorian desea tener siempre la edad de cuando le pintó en
el cuadro Basil.
El deseo de Dorian se cumple, mientras él mantiene para siempre la misma apariencia
del cuadro, la figura en él retratada envejece por él. Su búsqueda del placer lo lleva a
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una serie de actos de libertinaje y perversión; pero, el retrato sirve como un recordatorio
de los efectos de cada uno de los actos cometidos sobre su alma, con cada pecado
siendo expuesto como una desfiguración de su rostro o a través de un signo de
envejecimiento.
Las cosa iban más o menos bien hasta que Gombrowicz, para hacerse el simpático,
empezó a canturrear en voz baja: –La mejor del mundo... la mejor del mundo. El
comisario le contó después al amigo que Gombrowicz le había parecido una persona
poco seria, así que no había hecho nada por él.
La apariencia horrible que va adquiriendo el retrato a medida que Dorian se va
hundiendo sus depravaciones es lo mismo que le pasa a Gombrowicz en la Falda, una
localidad de la provincia de Córdoba. En el año 1944, a los cuarenta años, sintió que su
permanencia ilícita en la juventud llegaba a su fin: unas arrugas furtivas empezaban a
delatarlo, se sintió contaminado, repulsivo, adulto y comenzó a tratarse de una manera
cruel.
Gombrowicz nunca pudo ajustar las cuentas con su inmadurez, un poco porque no quiso
y otro poco porque no pudo. El aspecto cómico de esa inmadurez era su infantilismo y
la forma dramática su confrontación con la madurez. Todas las naturalezas intermedias
están tironeadas por los extremos, la crisálida por el gusano y la mariposa, la
adolescencia por la inmadurez y la madurez.
Según este modo de ver las cosas hay que decir que Gombrowicz fue un adolescente
desde la niñez hasta la muerte. Si hay algo nuevo después de Gombrowicz es la
irrupción consciente que realiza con su inmadurez en el mundo de la cultura. Los
pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no
tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros.
El sueño de Fausto es volver a ser joven, puede ver a su juventud desde afuera, por eso
su sueño es una añoranza. En cambio, es difícil saber cuál es el personaje más poderoso
de esa obra titulada Witold Gombrowicz. Por encima de él no está ni siquiera Dios
porque no cree en él, y no tiene sentido decir que Gombrowicz está por encima de
Gombrowicz.
Digamos que Gombrowicz atraviesa toda su vida, desde la niñez hasta la vejez, con una
inteligencia y una conciencia agudísimas, y esa inteligencia y esa conciencia tan
perfiladas fueron formando un personaje que se puso por encima de todo lo demás, es el
personaje más poderoso de esa obra llamada Witold Gombrowicz. Gombrowicz no es
un hombre que haya pasado por su juventud, se quedó en ella, se quedó en su inmadurez
a pesar de su degradación biológica.
“Aunque Gombrowicz fue un alumno irreprochable, que pasaba de un curso a otro con
notas medianas, no le gustaba la escuela. No participaba de la vida escolar, frecuentaba
solamente a los hijos de las familias que tenían lazos de amistad con la suya. Su
comportamiento se caracterizaba por cierta reserva respecto de las materias enseñadas, a
excepción de la literatura, la historia y el francés (...)”
“Por lo demás, consideraba una chifladura el interés por cualquier otra asignatura que
no fuese la literatura. Más tarde haría burla de los métodos de enseñanza, del ambiente
de la escuela y de la mentalidad de los profesores en su novela panfleto “Ferdydurke”.
En el instituto Kostka recibía la formación oficial, pero su verdadera educación la llevó
a cabo por su cuenta (...)”
“La diferencia entre nosotros y Europa occidental, en cuanto se refiere a ese proceso de
liberación creciente de las costumbres, consistía probablemente en que en aquellos
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Bertrand Russell representaba todos los valores que se habían puesto en funcionamiento
entre la primera y la segunda guerra mundial y que Gombrowicz ataca desde la
inmadurez en su, a juicio de Irena Sadowska, panfleto “Ferdydurke”. Filósofo y
matemático británico, Bertrand Russell puso el énfasis en el análisis lógico que
repercutió sobre el curso de la filosofía del siglo XX. Desde muy joven mostró un
acusado sentido de conciencia social; al mismo tiempo se especializó en cuestiones de
lógica y matemáticas.
Alcanzó el éxito con su primera gran obra, “Principia Mathematica”, en la que intentó
trasladar las matemáticas al área de la filosofía lógica y dotarlas de un marco científico
preciso.
Refutó las doctrinas del idealismo, la escuela filosófica dominante en ese tiempo, que
mantenía que todos los objetos y experiencias son fruto del intelecto. Russell, una
persona realista, creía en cambio que los objetos percibidos por los sentidos poseen una
realidad inherente al margen de la mente. Russell recibió en 1950 el Premio Nobel de
Literatura y fue calificado como un campeón de la humanidad y de la libertad de
pensamiento.
A pesar de que el pensamiento abstracto le producía eczema, Gombrowicz se acompañó
durante toda su vida con los filósofos. La atracción que le producía Russell estaba
determinada especialmente por las reflexiones del filósofo sobre las percepciones y
sobre las conexiones no causales de los hechos. Los problemas de la causalidad, del
determinismo y del libre albedrío rondaban la cabeza de Gombrowicz.
Tanto nosotros como otros animales tenemos una tendencia instintiva a creer en la
causalidad debido al desarrollo de hábitos de nuestro sistema nervioso, una creencia que
no podemos eliminar, pero que no podemos probar mediante ningún argumento,
deductivo o inductivo. A Gombrowicz se le presentaba con frecuencia el problema del
determinismo: si mis acciones determinan inexorablemente el futuro, yo soy
responsable de todo lo que ocurrirá en el mundo.
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Pero si mi propia vida está regida por circunstancias que escapan a mi control, entonces,
no soy responsable de mis acciones. Russell advirtió este conflicto, al ver el problema
desde la perspectiva contraria: el libre albedrío resulta incompatible con el
indeterminismo.
La ciencia, en calidad de tal, no basta para la felicidad de los seres humanos, quienes, en
la consecución de tal objetivo, deben acudir al arte, al amor y al respeto recíproco. Este
anarquista inolvidable, admitiendo fracasar en ayudar al mundo a vencer la guerra y en
ganar su perpetua batalla intelectual por verdades eternas, escribió unas palabras
memorables en ocasión de celebrar su octogésimo cumpleaños.
“He vivido en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que
es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para
entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la
sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y
la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el
mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza”
Antes que ninguna otra cosa Goethe se le asociaba a Gombrowicz con uno de los estilos
de la grandeza.
“¿Qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante de mi
personalidad, inflada por la fama? (...) tengo que encontrar aquí mi propia solución, y a
la pregunta ¿cómo ser grande? debería darle una respuesta totalmente particular (...) De
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nada me sirve el Olimpo de Goethe (...) Nada de eso, ninguna de esas máscaras,
ninguno de esos abrigos purpúreos (...)”
“Mi presencia en Buenos Aires cobrará matices únicos y endemoniados, seré algo así
como un Ricardo Rojas y como un Goethe con algo de estrafalario y exótico y
misterioso (...)”
Johann Wolfgang von Goethe fue un poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán
que ayudó a fundar el romanticismo, movimiento al que influenció profundamente.
Llegó a ser el más grande hombre de letras alemán y el último verdadero hombre
universal que caminó por sobre la tierra. Su obra, que abarca géneros como la novela, la
poesía lírica, el drama e incluso controvertidos tratados científicos, dejó una profunda
huella en importantes escritores, compositores, pensadores y artistas posteriores.
Es incalculable la influencia que tuvo en la filosofía alemana y la constante fuente de
inspiración que significó para todo tipo de obras. De inteligencia superdotada, y
provisto de una enorme y enfermiza curiosidad, hizo prácticamente de todo y llegó a
acumular una cultura verdaderamente completa.
El drama empieza en el Cielo: Dios da permiso al diablo, Mefistófeles, para que ponga a
prueba la virtud de Fausto; hombre sabio y fiel a Dios. Fausto, en realidad, está aburrido
con su saber y lo ha probado todo, desde la magia a la filosofía. Se encuentran, llegan al
tradicional pacto firmado con sangre y, para empezar, Mefistófeles hace probar a Fausto
un brebaje de una bruja que le quita treinta años de encima.
El joven y apuesto Fausto, ve por la calle a una muchacha, Margarita, de quien se
enamora inmediatamente. La quiere ya. Margarita es huérfana de padre, vive con su
madre y tiene un hermano soldado, Valentín. Para poder gozar de la muchacha, que se
ha enamorado de Fausto, Fausto proporciona a Margarita un somnífero, que debe
administrar a su madre.
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Aparece entonces la Mater Gloriosa, María. Margarita pide a ella por Fausto. La Mater
Gloriosa dice a Margarita: “¡Ven! Elévate a más amplias esferas. Si él te presiente, irá
en pos de ti”. Y un coro final dice: “Todo lo perecedero no es más que figura. Aquí lo
Inaccesible es hecho, aquí se realiza lo inefable. Lo Eterno femenino nos atrae hacia lo
alto”.
Goethe dedicó sesenta años a la escritura del “Fausto”, de los ochenta y dos que vivió.
El motivo central del “Fausto”, la aspiración humana a ser todo, a ser Dios, con la ayuda
del Demonio, es un motivo tan antiguo como el mismo hombre. De los atributos
omnímodos que tiene Dios: la omnipotencia, la omnisciencia, la omnipresencia y la
omnibenevolencia, hay dos por lo menos con los que se queda Gombrowicz, la
omnipotencia, la omnisciencia.
El hombre quiera afirmarse en su personalidad para ganarle la batalla a los demás, para
llegar a ser eminente. Gombrowicz sabe que no lo sabe ni lo puede todo, pero su yo no
se achica, le ha sido impuesto con demasiada brutalidad y lo acompaña siempre. La
complexión del pensamiento de Gombrowicz es existencialista. El proyecto
fundamental del hombre es el de convertirse en Dios.
Estar en el mundo es un proyecto que el hombre tiene para poseer el mundo en su
totalidad, como aquello que le falta a la existencia, para entrar en algo que lo abarca
todo y que es precisamente el ideal, o el valor. Esta idea no ha sido extraída del “Mein
Kampf de Hitler, donde encajaría muy bien como el sueño pangermanista de poseer y
gobernar el mundo entero, sino de la obra fundamental de Sartre.
Dios es el ser que posee el mundo, un proyecto que de igual modo tienen los hombres
porque también quieren poseerlo, pero este proyecto fundamental, así como el del amor,
caen en el vacío.
“La idea de Dios es contradictoria, y nos perdemos en vano; el hombre es una pasión
fracasada”
Pese a que Sartre proclama el fracaso del proyecto humano de llegar a ser Dios, su
filosofía le da finalmente al hombre los atributos de la divinidad.
“No le reprochamos a Descartes que le haya dado a Dios lo que nos pertenece a los
hombres; antes bien lo admiramos por haber desarrollado hasta el final los
requerimientos de la idea de autonomía, y por haber comprendido, mucho antes que
Heidegger, que la única base del ser es la libertad”
Se puede decir de Sartre, como dice Nietzsche en Zaratustra, que a pesar de su ateísmo
y del carácter pornográfico de una parte de su obra, es el más piadoso de los que no
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creen en Dios. Hay algunas diferencias en la manera de ver las cosas que tienen
Gombrowicz y Sartre.
Mientras que para Gombrowicz la base del ser es el yo, para Sartre la base del ser es la
libertad. Pero la diferencia más importante que existe entre ambos es la de que Sartre no
le da ningún lugar a Adán. Gombrowicz en cambio no sólo le da lugar a Adán, sino que
también se lo da a Dios, aspira a que la juventud y la madurez convivan juntas, un
completamiento al que también aspira el “Fausto” de Goethe.
“Los campesinos son unos dementes. ¡Los obreros, pura patología! ¿Oís lo que dicen?
Son unos diálogos oscuros y maniáticos, limitados, no con la sana limitación de un
analfabeto, sino con un balbuceo de loco que clama por el hospital y por el médico...
¿Es que pueden ser sanas esas imprecaciones y obscenidades inacabables, sin más, esa
mecánica ebria y demencial de su convivencia? Shakespeare tenía razón al presentar a
la gente simple como seres exóticos, es decir, de hecho, sin parentesco con el hombre”
Gombrowicz quería hacer de sí mismo un personaje como Hamlet o como Don Quijote
mientras andaba detrás de las siete llaves para abrir el arcón de los conocimientos más
importantes y fundamentales. En el año 1935 publica un artículo entusiasta sobre Don
Quijote, un libro que en adelante será para él una fuente inagotable de inspiración.
hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo de la obra, en la mitad del segundo
acto todavía no sabía bien lo que quería.
“El casamiento” representa una teatralidad de la existencia a lo Skakespeare, una
realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta
obra Gombrowicz le abre la puerta a sus percepciones proféticas. Es el sueño sobre una
ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre
advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible; un
acorde disonante entre el individuo y la forma.
En una noche fría de Elsinor, el castillo real de Dinamarca, unos centinelas, Horacio, el
mejor amigo de Hamlet, y Hamlet ven y escuchan al fantasma del soberano muerto. Les
dice que su hermano Claudio lo había asesinado vertiéndole veneno en un oído mientras
dormía. Le pide a su hijo que lo vengue matando al homicida, pero Hamlet duda sobre
si el espíritu es realmente su padre y si es verdad lo que le dice.
Ofelia, hija de Polonio, el chambelán del reino, y hermana de Laertes es cortejada por
Hamlet. Está alarmada por el comportamiento extraño del príncipe, Polonio presume
que Hamlet se ha vuelto loco y se lo cuenta a los reyes. La reina se reúne con Hamlet
para tratar de entender su conducta, Polonio se oculta detrás de una cortina para espiar y
escuchar.
La reina madre muere al beber el vino envenenado. Laertes le confiesa a Hamlet que la
trampa del vino fue ideada por el rey. Hamlet, encolerizado, por fin logra herir al rey y
le hace beber de su propio veneno, cumpliendo finalmente la venganza que el fantasma
de su padre anhelaba. Hamlet, antes de morir, pide que se declare al príncipe Fortimbras
heredero del trono. La obra finaliza con la entrada en la corte de Fortimbrás, quien
ofrece un funeral militar en honor a Hamlet en medio del espectáculo de tantas muertes.
William Shakespeare, dramaturgo, poeta y actor inglés es considerado el escritor más
importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal. Con el
45
Ésta es una de las diferencias más notables y sensibles entre Shakespeare y Cervantes.
Cervantes, en este sentido, es absolutamente opuesto y hace ver la conexión humana
que llega a establecerse entre los hombres; el filosófico y trágico distanciamiento de
Shakespeare impide ese acercamiento humano. Pero Shakespeare dramatizó como
ningún otro el desarrollo de los sentimientos y de las pasiones humanas y no deja de ser
una paradoja que Gombrowicz lo haya tomado como ejemplo.
Para Shakespeare los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para
Gombrowicz eran una afección que había que evitar en el arte y también en la vida.
Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de
las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la
rigidez de las formas puras.
“Aún hoy en día sigo sin saber gran cosa de Ionesco y de Beckett porque confieso, tanto
sin vanidad como sin rubor, que soy un autor de teatro que no asiste a representaciones
desde hace veinticinco años y que, salvo de Shakespeare, no leo teatro. Me gustaría
saber hasta cuando esos dos nombres malditos devorarán toda la sustancia de las críticas
dedicadas al teatro que escribo; hasta cuando han de servir de pantalla a mi modesto
teatro de aficionado (...)”
“En mí, escribir supone sobre todo juego, no pongo en ello intención, ni plan ni objeto.
He ahí por qué no resulta nada fácil extraer de mis obras un esquema ideológico. Es un
esquema, lo subrayo una vez más, a posteriori”
Gombrowicz se ocupa especialmente de destruir el carácter, para él no existe el carácter,
sólo para otra persona aparecemos como un carácter, como una sustancia psíquica.
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Liquida la sustancia de los caracteres con la forma y con las palabras especialmente en
“El casamiento”: “Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras (...) Y no
somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a
nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, traiciona (...) Las palabras
liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean... crean los vínculos reales
entre nosotros”
La trama no tiene mucha importancia en la obra de Gombrowicz, la utiliza sólo como
pretexto. Tampoco la tienen los caracteres, lo importante para él es la acción, por eso
toda su creación tanto en las novelas como en los cuentos tiene esa marcada
característica teatral.
“Los días vividos a la sombra de aquel terrible enigma del sueño me introdujeron en
regiones espirituales hasta entonces desconocidas y que no hubiera alcanzado con
facilidad por caminos normales. Me pusieron en contacto con el misterio, con la
máscara, me revelaron el poder de los significados ocultos del sueño, me arrancaron de
la rutina de lo cotidiano para precipitarme en el pathos, en el drama de nuestra
verdadera situación en el mundo. Esos descubrimientos casi oníricos me mostraron un
lenguaje sibilino y poderoso, al que luego recurrí con gran frecuencia en mis obras
literarias posteriores”
Gombrowicz buscó en la música, en la filosofía y en los sueños una compensación para
el desorden interior que lo amenazó desde su más temprana juventud. Igual que Freud,
le daba una gran importancia a la sexualidad y a los sueños.
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Sobre los sueños pensaba que nada en el arte, ni siquiera los más inspirados misterios de
la música, puede igualar al sueño. El sueño nos parte en trozos la vigilia y la vuelve a
armar de otra manera, y esta sombra de la vigilia está cargada de un sentido terrible e
inescrutable. El artista tiene que penetrar la vida nocturna de la humanidad y buscar en
ella sus mitos y sus símbolos.
El arte debe imitar al sueño, tiene que destruir la realidad, partirla en trozos y construir
un mundo nuevo y absurdo. Cuando destruimos el sentido exterior de la realidad nos
internamos en nuestro sentido interior, una oscuridad con la claridad de la noche. En los
escritos de Gombrowicz hay tres cosas que nunca faltan: la sexualidad, el humor y los
sueños.
Estos componentes pesan de una manera diferente en cada una de sus obras. Podemos
afirmar que entre su primera y su última obra la sexualidad sigue una línea ascendente,
el humor una descendente y los sueños una constante. Hay personas que sueñan con
desaparecer, otras que sueñan con ser invisibles, hay muchos sueños, la pasión
predominante de Gombrowicz era duplicarse, triplicarse, cuadruplicarse.
No es extraño, pues, que luego de tantas fragmentaciones se haya querido sintetizar a
toda costa convirtiéndose en un campeón de los sueños y de la entronización del yo,
tanto que en “Yo y mi doble” sueña con su propio ectoplasma. “El casamiento” es una
obra oscura, sonámbula, extravagante; ni yo mismo sabría descifrarla por entero, tanta
sombra hay en ella”
Sus dramas se dividen en dramas religiosos, trágicos o de honor, y filosóficos. Entre los
religiosos se destaca “El mágico prodigioso”, que tanto entusiasmó a los románticos
alemanes, especialmente a Goethe que no lo perdió de vista en ningún momento
mientras escribía su “Fausto”. El más conocido de los dramas filosóficos de Calderón es
“La vida es sueño”, una de las obras de la literatura española de valor universal.
Su complejidad, como ocurre con tantas obras maestras, ha dado lugar a infinidad de
interpretaciones. La idea central del drama cuenta con una historia larga, variada e
ilustre, pero Calderón la revive con otros temas como la lucha de la libertad contra el
destino y la trascendencia simbólica. Aparecen también unos personajes que llegan a
representar a toda la condición humana.
Esta obra, paradigma del género de comedias filosóficas, recoge y dramatiza las
cuestiones más trascendentales de su época: el poder de la voluntad frente al destino, el
escepticismo ante las apariencias sensibles, la precariedad de la existencia, considerada
como un simple sueño y, en fin, la consoladora idea de que, incluso en sueños, se puede
todavía hacer el bien.
“La vida es sueño” explica la desafortunada vida de un príncipe de Polonia que ha sido
condenado por su padre a vivir prisionero en las mazmorras de un castillo. El rey de
Polonia, Basilio, es muy propenso a creer en la astrología y consultándola concluye que
el niño le destronará. Decide entonces encerrar a su hijo en un castillo apartado. El
joven príncipe vive durante años sólo y encadenado, sin saber nada de su origen ni de su
destino.
Pasa el tiempo, y el rey desea poner su hijo a prueba para ver si es digno del trono. Con
este propósito le dan un narcótico y lo llevan a palacio, cuando Segismundo despierta
comprueba con sus propios ojos todo el lujo que existe a su alrededor, queda anonadado
y llega a pensar que tal vez se trate sólo de un sueño. El príncipe Segismundo se entera
que es hijo del rey, al conocer la injusticia de la que había sido víctima, reacciona de
forma violenta.
Basilio piensa que las predicciones se están cumpliendo y vuelve a encarcelar a su hijo.
Cuando Segismundo despierta en prisión cree definitivamente que todo aquello había
sido un sueño. Pero el pueblo, al saber que su príncipe se halla prisionero, se rebela
contra el rey y libera a un Segismundo que se considera merecedor del trono. Ya en
libertad el joven se enfrenta a su padre y triunfa.
Se cumple, así, el pronóstico del horóscopo. No obstante, con todo lo que ha sufrido y
aprendido de la vida, Segismundo es generoso y bueno con el rey Basilio, así que lo
perdona y restablece la justicia del reino. Los infortunios de Rosaura y el príncipe son
paralelos y sus destinos se entrelazan en diferentes situaciones que viven para crear un
lazo entre los distintos sueños de Segismundo.
Rosaura le da al príncipe las fuerzas necesarias para su superación humana y su victoria
sobre el destino. El desarrollo del drama acaba concluyendo que el hombre es un ser
libre capaz de vencer sus instintos y escoger su camino de forma adecuada. La
fantástica relación de la vida con un sueño se puede comparar con el tópico de la
fantasía y de la realidad, de lo aparente y de lo auténtico.
Los sueños y el yo son ideas poderosas, son el origen de todas las cosas, y también son
ideas poderosas por la grandeza que pueden alcanzar en la forma de una personalidad.
Que el yo y los sueños sean el origen de todas las cosas es una cuestión a la que le sale
al paso Martín Buber cuando Gombrowicz le manda “El casamiento”.
La tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un antagonismo
real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra, que por esa diferencia se pueden
destruir mutuamente. Pero si lo que ocurre, ocurre entre una persona y un mundo de
sueños cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el resultado puede
ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático, pues no existe
drama donde la resistencia del otro no es real y existe sólo en la región del sueño.
“Un día tuve ocasión de participar en una de esas reuniones de polacos dedicadas a
darse ánimos mutuamente..., donde, tras haber cantado la Rota y bailado un krakowiak,
todo el mundo se puso a escuchar a un orador que exaltaba a nuestro pueblo porque
había dado al mundo a Chopin, porque teníamos a Curie-Sklodowska y a Mickiewicz, y
además porque fuimos el último baluarte del cristianismo y porque la constitución del 3
de mayo había sido muy progresista (...)”
“Explicaba a sí mismo y a todos los asistentes que éramos una gran nación, lo cual tal
vez ya no despertaba el entusiasmo en los oyentes (conocían ese ritual y participaban en
él como en un acto religioso del que no se debían esperar sorpresas), que, sin embargo,
lo recibían con cierta satisfacción por haber cumplido con un deber patriótico (...)”
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“Pero yo veía esa ceremonia como venida directamente del infierno; esa misa nacional
se me antojaba un espectáculo diabólicamente sarcástico y malignamente grotesco.
Porque ellos al exaltar a Curie-Sklodowska y a Mickiewicz se humillaban a sí mismos,
y cuando glorificaban a Chopin demostraban que no eran dignos de él, y, deleitándose
con su propia cultura, dejaban al descubierto su barbarie”
Madame Curie había actualizado para los polacos con la radioactividad, con el Radio y
con el Polonio, la gloria que había alcanzado Copérnico con su heliocentrismo. Marja
Skłodowska, química y física polaca, pionera en el campo de la radiactividad, fue la
primera persona en recibir dos premios Nobel, el de Física y el de Química, y la primera
mujer en ser profesora en la Universidad de París. Fundó el Instituto Curie en París y en
Varsovia.
Estuvo casada con el físico Pierre Curie que murió en un accidente al ser atropellado
por un coche de caballos en una calle de París cuando se dirigía a su laboratorio.
Tiempo después de la muerte de su marido, inició una relación de pareja con el físico
Paul Langevin, quien estaba casado, lo que generó un escándalo periodístico con tintes
xenófobos pues la atacaron por su condición de polaca judía.
Después de quedarse ciega, murió de anemia aplásica, a consecuencia de las radiaciones
a la que estuvo expuesta en sus trabajos. Esta diminuta física polaca vivió la mayor
parte de su vida en París. Una de las científicas más famosas de la historia, no sólo fue
una mujer pionera en un mundo dominado por los varones, también fue la primera
persona en recibir dos premios Nobel.
Einstein fue una de las muchas figuras prominentes que acudieron en ayuda de Curie
cuando fue atacada en la prensa por una aventura que tuvo con Paul Langevin, alumno
de Pierre Curie, más joven que ella y casado. Aunque la historia demostró que el affaire
había existido, Curie siempre lo negó. Einstein le creyó a Curie y afirmó que los
rumores eran estupideces: “Ella no es lo suficientemente atractiva como para llegar a ser
peligrosa para nadie”.
Esta afirmación resulta muy curiosa viniendo de un hombre que solía tener problemas
con las mujeres y que más de una vez sucumbió a esos asuntos peligrosos. El que Curie
fuese una mujer no llegó a entrar nunca en la cabeza de Einstein. Un año después de la
muerte de Curie, Einstein escribió un elogioso homenaje para recordarla en un acto
celebrado en el Museo Roerich de Nueva York.
“Fue para mí una fortuna estar unido a Madame Curie durante veinte años de sublime y
perfecta amistad. Llegué a admirar su grandeza humana sin límite. Su fuerza, su pureza
51
“A veces ocurría que las víctimas se convertían en adeptos o incluso en amigos (...) En
ocasiones se producían cortocircuitos, la medida se colmaba y uno u otro de los
presentes se ponía violentamente de pie y se marchaba ofendido. Pero generalmente
había más risas que ofensas”
Son comentarios que hace Gombrowicz sobre la bohemia de su juventud en los cafés de
Varsovia, un talante burlón y sarcástico que debió ir atemperando con los años, pero no
ocurrió así. Gombrowicz, como el alacrán, no pudo con el genio, y no sé si tan feliz
como cuando era veintiañero, pero aquí, en los cafés de Buenos Aires, siguió haciendo
lo mismo con nosotros, eran como ejercicios en técnicas de guerra. Los que nos
hacíamos sus adeptos y sus amigos le testimoniábamos de entrada nuestra simpatía.
“Me bastaba pues, con que de este lado me llegara un soplo de vida auténtica. Avanzaba
en esta dirección a ciegas, simplemente porque cada paso en este sentido hacía mi
palabra más fuerte y mi arte más auténtico. Lo demás no me preocupaba demasiado. Lo
demás, tarde o temprano, llegaría por sí solo”
Pero Polonia no era tan cándida como lo éramos nosotros, no podía jugar con ella como
el gato con el ratón, en consecuencia se produjeron cortocircuitos y entonces se puso a
escribir los diarios.
“Había pues que evitar dar al „Diario‟ un carácter de confesión; debía presentarme en él
en acción, en mi intención de imponerme al lector de una determinada manera, en mi
voluntad de crearme a la vista y conocimiento de todos como lo que quería ser para
ellos, y no como lo que era”
En los diarios manifiesta también esa tendencia que se le había despertado desde joven
que lo inclinaba inexorablemente a la búsqueda de víctimas, y empieza a componer en
ellos una obra maestra. Este género literario era pariente cercano de su otra obra
maestra: las conversaciones que mantenía con nosotros en los cafés. En el “Diario” se
pone de relieve a sí mismo, se explica, provoca la indignación de los lectores, comenta
su obra y le declara la guerra a la crítica.
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Libra batallas con la literatura y el arte, y lleva ataques sostenidos contra la poesía, la
pintura y París. Abre frentes contra el existencialismo, el catolicismo, el marxismo y el
estructuralismo, y también contra las culturas secundarias. Ve al hombre como una
criatura y un creador de la forma, como a un ser insuficiente e inmaduro.
“Os esperan tiempos fríos, tediosos y secos. Y todo eso será obra de vuestra propia
Sabiduría, que se despegará de vosotros y se volverá incomprensible y feroz. ¡Y ni
siquiera podréis llorar, puesto que vuestra desgracia estará ocurriendo fuera de vosotros!
¿Será esto una blasfemia contra nuestro Supremo Hacedor? ¿Nuestro Creador de hoy?
(Naturalmente me estoy refiriendo a la ciencia) ¡Quién se atrevería! También yo me
postro ante la más joven de las Fuerzas Creativas, también yo me prosterno, hosanna,
pues esta profecía canta precisamente al triunfo de la omnipotente Minerva sobre su
enemigo, el hombre”
La sabiduría que menos soportaba Gombrowicz era la de la ciencia, con la ciencia nos
estamos encaminando poco a poco a una raza de pigmeos de cabezas hinchadas y de
delantales blancos.
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Los científicos son unos especialistas que manipulan nuestros genes, se inmiscuyen en
nuestros sueños, modifican el cosmos y manosean nuestros órganos íntimos. La ciencia
tiene un carácter abominable, es como un cuerpo extraño introducido en la razón, que la
razón lleva como una carga con el sudor de su frente. Es como un veneno, y cuanto más
débil es la razón tantos menos antídotos encuentra y tanto más fácilmente sucumbe. El
crecimiento del cientificismo terminó por estimularle su naturaleza profética y
blasfema.
Defensor de las ideas positivistas y del progreso social, Prus escribió una serie de
novelas comprometidas en las que expuso la importancia de los campesinos polacos en
la defensa de su país, los conflictos entre el socialismo y el capitalismo, la situación de
la mujer y la lucha por la independencia nacional.
Boleslaw Prus es un escritor superior a su nobelizado contemporáneo Henryk
Sienkiewicz; Prus fue un escritor realista centrado en los problemas de su tiempo,
problemas que integró en el conflicto personal y social de los individuos de su tiempo,
mientras Sienkiewicz en cambio fue un adulador de los lectores patrióticos. Prus es un
stendhaliano confeso que decide escribir sobre la crisis europea, que acabará en la
primera guerra mundial, desde su perspectiva polaca.
El conflicto de clases que aparece en “La muñeca” se une al momento histórico del
cambio y de la liquidación de una época, se integra también dentro del conflicto entre el
romanticismo tardío que aún pervive en Polonia y el positivismo que impera en el oeste
europeo. “La muñeca” tiene un sabor añejo propio de las historias contadas al detalle,
aborda temas latentes entonces, como el del antisemitismo, el interés por la ciencia tan
propio de la época y la experiencia de la guerra.
Existen gombrowiczidas a los que les encanta ver a Gombrowicz como a un hombre
anticuado que jugaba y espiaba las cosas a distancia sin comprometerse. A esos
gombrowiczidas que ponen el acento en su talante de jugador hay que decirles que era
un enemigo implacable de las quimeras y un defensor acérrimo de la realidad.
También es cierto que siempre tuvo las manos libres para ponerle distancia al realismo y
al positivismo, pues el realismo y el positivismo son maneras pesadas e ingenuas de ver
la realidad. Mientras Bolislaw Prus y los positivistas polacos pusieron el acento en
realismo del nosotros y de las cosas, Gombrowicz lo puso en el realismo de su yo sin
dejar por eso de ser un camaleón.
Poco a poco fue desarrollando una naturaleza camaleónica para despistar y afirmar su
yo. En Gombrowicz existen tres personas distintas: el inferior, el hijo de buena familia,
y el de la obra, tres naturalezas que no se mezclaban ni en su persona ni en su obra,
como líquidos que no se diluyen en otros. Hay personas que sueñan con desaparecer,
otras que sueñan con ser invisibles... en fin, hay muchos sueños.
frente a la vida. En el colegio, Adas no paraba de reflexionar sobre sus defectos y sobre
cómo erradicarlos; deseaba ser piadoso como Zdzis, práctico como Jozio, sensato como
Henryk, gracioso como Wacio..., por lo cual era muy alabado por los maestros. Pero sus
compañeros no lo querían y lo zurraban de buena gana”
El hecho de haber enfatizado de tal manera su yo no lo hizo, sin embargo, un hombre
solitario.
La soledad es el estado del que vive lejos del mundo, pero si bien es cierto que no era
nada fácil relacionarse con Gombrowicz, ese solitario siempre tuvo compañía. Las
cartas que nos escribió entre los años 1957 y 1969 y los relatos de sus amigos nos lo
muestran como un hombre sociable. Hasta que llegó a la Argentina vivió siempre con su
familia, ¿cuál es entonces la soledad de la que nos habla Gombrowicz?, ¿es una
condición del hombre o es una condición de él?
La soledad de Gombrowicz no es una soledad metafísica ni una soledad social, es un
estado del alma que lo pone en contacto con el otro.
“El postulado consistente en no hablar sino en nombre personal no era sólo la condición
elemental de un buen estilo, sino que testimoniaba también mi sentido moral, mi sentido
de las responsabilidades y, como de costumbre, se me interpretó al revés, se atribuyó mi
escrúpulo moral a mi sequedad, a mi egoísmo y a mi orgullo”
cuatro partes que llevaban los nombres de las estaciones del año, fue la novela por la
que le otorgaron el premio Nobel de Literatura.
Estos laureles los consiguió a pesar de que Stefan Zeromski era considerado un
candidato superior a él, pero el hecho de que este escritor polaco fuera profundamente
germanófobo le impidió ser galardonado. Obtuvo un gran éxito con “La tierra
prometida”, ambiciosa novela en torno a la aparición de un gran centro industrial en una
pequeña localidad y a las consecuencias de tal fenómeno.
Por esta historia desfila toda una galería de personajes, desde los grandes industriales
hasta los obreros, en la que fustiga particularmente a los nuevos ricos y en la que
manifiesta algunas opiniones antisemitas. Su gran obra, sin embargo, es “Los
campesinos”, una tetralogía de inspiración naturalista.
En esta novela ensalza la vida primitiva y vinculada a la tierra de las gentes del campo,
sometidas al curso cíclico de las estaciones del año, que determinan su comportamiento
y también su carácter. En ella, el autor pone el acento en los contrastes sociales entre
terratenientes y campesinos, con particular atención a la dependencia de los factores
económicos, al tiempo que glorifica el patriotismo y la presencia abrumadora de la
naturaleza.
“Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte. Me saturaba de
Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya
obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto de la
enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban,
personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción (...)”
“Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas, yo tenía entonces veinticinco años, que es
cuando todavía no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su
libertad y su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente”
Después de que Gombrowicz recibiera el Premio Internacional de Literatura, empezó a
golpear a los polacos a la derecha y a la izquierda sin privarse de los insultos y del
menosprecio.
“¡Lo veis palurdos! (...) Qué fácil es permanecer con los Copérnicos. Resulta más difícil
adoptar una actitud inteligente y honesta ante los valores vivos de la nación”
Los amigos le reprochaban que se pusiera a discutir con cualquiera, pero a él le gustaba
aporrearse con el primero que se le cruzaba. De esta manera, pensaba Gombrowicz, se
disipa la superioridad artificial del escritor, desaparece la distancia que lo protege de los
lectores, y se manifiesta con crueldad la superioridad esencial y la inferioridad real.
El juicio del inferior hiere y duele como el juicio del superior, y no es verdad que a los
escritores no les importe en absoluto. Este conflicto entre el superior y el inferior
también puede ser resuelto a la manera sartriana. Es Sartre el que se pregunta si existen
los otros aparte de uno mismo.
Es una cuestión realmente insólita porque la existencia de los otros es la más evidente y
la más tangible de las realidades, pero para Sartre la existencia del otro es inaceptable.
Y en esto poco importa su marxismo, pues el hombre es una conciencia pura; si Sartre
admitiera que el otro es también una conciencia, esa conciencia lo convertiría en objeto.
“A los ignorantes, para quienes la filosofía es un cúmulo de desatinos, porque no
entienden nada, me permito llamar su atención (...)”
Y hasta es posible que las leyes que no tiene su origen en la mente sean irracionales, y
puede ser que no podamos nunca llegar a formularlas. Llevado por las alas del
subjetivismo Gombrowicz se refiere seguidamente a la intencionalidad de la conciencia,
pues la conciencia es siempre conciencia de algo, y entre la conciencia y ese algo hay
siempre una contradicción que nos impide aprehender la esencia de lo humano.
“Así se presenta a grandes rasgos el problema del subjetivismo, que para muchas
cabezas huecas no es más que una contemplación egoísta del propio ombligo y un
conjunto de turbiedades (...) Me sentía raro al entregar un ejemplar de „Memorias del
tiempo de la inmadurez‟, fresco, recién sacado del horno, a mi respetable familia.
Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiese puesto a saltar
medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda”
Resultó así que el primer escollo que tuvo que vencer fue el de su familia. Desde que
empezó a cultivar la literatura, siempre tuvo que destruir a alguien para salvarse a sí
mismo.
En “Ferdydurke” atacó a los críticos para salirse de ese sistema, para independizarse.
Los ataques de Gombrowicz a los poetas y a los pintores también estaban dictados por
la necesidad de apartarse.
Con esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de
vergüenza cuando pensaba que algún día sería un artista como ellos, que se convertiría
en un ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esa
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terrible maquinaria, en un miembro de ese clan. Por nada del mundo quería sentirse
perteneciendo a ese al gremio.
El quid de las obras de algunos autores es su vida personal, pero no siempre es así.
Gombrowicz creía que aunque su vida se hubiera desarrollado de otra manera sus libros
no hubieran cambiado demasiado. Le agradece a Dios por haberlo sacado de Polonia y
lanzado al continente americano en medio de gente que le hablaba en una lengua
extraña, en la soledad y en la frescura del anonimato, en un país más rico en vacas que
en arte que, con el hielo de la indiferencia, le permitía conservar su orgullo.
También le da las gracias a Dios por haberle permitido escribir el “Diario”. En los
primeros tiempos, cuando empezó a abandonar el lenguaje grotesco de sus obras
anteriores para escribir los diarios, sintió como si se le hubiese caído la armadura. Pero
después, poco a poco, se fue dando cuenta que podía comentarse a sí mismo, entonces
se convirtió en su propio juez y le quitó al cerebro de los críticos el poder de pronunciar
veredictos.
Con los diarios acompañó a su arte hasta el lugar donde penetraba otras existencias, una
zona que a menudo le resultaba hostil. Por lo tanto, debiéramos decir que el quid de las
obras de Gombrowicz, por lo menos en una gran parte, es también su propia vida. Pero,
¿es su vida o una puesta en escena de su drama personal lo que relata en sus diarios?
Amordazado en Polonia, aislado del gran mundo por el exotismo de la legua polaca,
acorralado en el ambiente cerrado y estrecho de le emigración, en esta bruma nacían sus
obras difíciles.
A tal punto eran difíciles que en el mismo corazón de París debieron luchar duramente
para ser reconocidas. La superficialidad de las cabezas polacas con las que trataba en la
emigración se podría medir por el hecho de que el mismo “Diario”, más fácil de
comprender en apariencia que sus otras obras, no conseguía penetrar en sus cerebros.
Lo tildaron de egotista, no se les ocurrió pensar que uno puede hablar de sí mismo sin
que por eso su yo sea egotista y trivial, sino alguien consciente, con un egotismo
metódico y disciplinado, y un objetivismo desarrollado y distante.
“He terminado de leer „El pensamiento cautivo‟ de Milosz. Una lectura tremendamente
instructiva y estimulante para todos nosotros; para los escritores polacos es también
conmovedora. Cuando estoy solo casi nunca dejo de pensar en ello, y me interesa cada
vez menos el Milosz defensor de la civilización occidental y cada vez más el Milosz
adversario y rival de Occidente (...)”
“Para mí lo más importante en él son sus intentos de ser distinto de los escritores
occidentales. Percibo en él el mismo sentimiento que albergo yo, es decir, una
displicencia y menosprecio hacia ellos, unido a una amarga impotencia. La comparación
de Milosz con Valery, por ejemplo, lleva a extrañas conclusiones. Podría parecer que el
escritor polaco posee una mayor dosis de realismo y es más moderno (...)”
“Además, espiritualmente más libre, más abierto a la realidad y más leal con ella; luego
da la sensación de que quizás sea más solitario; y luego, que ha rechazado los restos de
esas ilusiones a las que se agarran todavía los genios occidentales como Valéry, puesto
que Valéry, aunque carece totalmente de ilusiones, no ha dejado por ello de ser un
hombre vinculado con cierto ambiente y cierto orden social, mientras que Milosz está
totalmente desarraigado (...)”
“De modo que podría pensarse que esa cultura embrutecida de los polacos aporta unas
ventajas considerables. Y, sin embargo, todo queda de algún modo inacabado, lleno de
lagunas, por consolidar; tal vez lo que más nos falta sea esa última toma de conciencia
que conferiría una diferenciación y una fuerza plena a nuestra verdad (...)”
“Nos falta la clave de nuestro misterio. ¡Cuánto enerva la ambigüedad de nuestra actitud
ante Occidente! El polaco, al confrontarse con el mundo del Este, es un polaco definido
y conocido de antemano, mientras que al volver la cara a Occidente, tiene el rostro
turbio, lleno de iras incompresibles, incredulidad y rencores misteriosos”
A pesar de que Paul Valéry no quiso disfrazarse de sacerdote de la inmadurez
vistiéndose de cura con el pantalón corto y los pies descalzos, Gombrowicz se lucía con
el poeta en Tandil dando explicaciones sobre “Ferdydurke”. La obra poética de Paul
Valéry, fuertemente influenciada por Stéphane Mallarmé, es una de las piedras
angulares de la poesía pura, de fuerte contenido intelectual y esteticista: “Todo poema
que no tenga la precisión de la prosa no vale nada”.
“Los poetas le rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho
a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen
la sociedad contemporánea (...) Los ajedrecistas, por ejemplo, consideran el ajedrez
como la cumbre de la creación humana, tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca
como los poetas hablan de Valéry y, mutuamente, se rinden todos los honores. Pero el
ajedrez es un juego mientras que la poesía es algo más serio y lo que resulta simpático
en los ajedrecistas, en los poetas es signo de una mezquindad imperdonable (...)”
“Qué suerte que aquellos que discurren sobre el arte con el grandilocuente estilo de
Valéry no se rebajan a semejantes confrontaciones. Quien aborda nuestra misa estética
por este lado podrá descubrir con facilidad que este reino de la aparente madurez
constituye justamente el más inmaduro terreno de la humanidad, donde reina el bluff, la
mistificación; el esnobismo, la falsedad y la tontería. Y será muy buena gimnasia para
nuestra rígida manera de pensar imaginarnos de vez en cuando al mismísimo Paul
Valéry como sacerdote de la Inmadurez, un cura descalzo y con pantalón corto”
La poesía y el simbolismo francés se le asociaron inmediatamente con Victoria Ocampo
cuando Gombrowicz llegó a la Argentina. A pesar de su paulatino e irresistible ascenso
en Europa, Victoria Ocampo nunca se mostró sensible a la seducción que producía su
inteligencia.
Pero siguió afirmando que la literatura no le interesaba sino en la medida en que ejercita
el espíritu en las transformaciones en las que las propiedades excitantes del lenguaje
juegan un papel decisivo. Después de regresar a la escritura y tratando de encontrar
nuevas relaciones para la palabra poética, a los sesenta y cinco años Paul Valéry dicta
una conferencia sobre la filosofía y la danza en la que intenta mostrar una unión
inseparable entre el baile y la poesía.
Estamos acostumbrados a las relaciones que existen entre la música y la poesía o la
música y la danza, así que Valéry introduce una novedad asociando la poesía a la danza
pues es en la música y en la danza entre las que parece haber desde siempre una
dependencia mutua, primero con el ritmo del corazón y la cadencia de nuestros pasos,
después con las manos y los pies y el tambor marcando el ritmo.
En ocasiones fue la danza la que inspiró a los músicos, pero al principio fue la música
con sus instrumentos del corazón y de la voz, y luego surgió la danza. Gombrowicz se
pone de parte de la relación tradicional entre la música y la danza y en un pasaje de los
diarios ilustra de una manera ejemplar cómo el baile se pone en el lugar de la acción en
un relato donde los caracteres y la trama apenas asoman la cabeza.
Había llegado a una reunión a las dos de la mañana, era la noche de fin de año.
Inesperadamente, la gente se dividió en parejas y empezó a bailar. Desde el lugar donde
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estaba Gombrowicz casi no se oía la música, el ritmo de la danza era más real que la
melodía, parecía que el origen del baile no era la música, sino que el origen de la música
era el baile.
Era un baile de barrigas, de calvas y de los rostros marchitos de gente mayor. Se trataba
de la humanidad más corriente con su inevitable miseria que se pavoneaba de sí misma
desvergonzadamente entre brincos sin música, como dispuesta a poseer por la fuerza a
la belleza, la elegancia y la alegría, poniendo en el baile todos sus defectos y su
vulgaridad.
“Pero ese frenético anhelo de encanto, al llegar a su paroxismo, de repente arrebataba un
signo de vida a la melodía, a aquellas pocas notas felices que al unirse con el baile lo
santificaban por un instante, tras lo cual se reanudaba la colaboración salvaje, oscura,
sorda y sin Dios de unos cuerpos agitados y arrastrados por su propio ímpetu”
El baile, a pesar de su imperfección, creaba la música, y es aquí donde Gombrowicz
hace una pirueta profunda, a pesar de tener conciencia de que esa idea se le había
ocurrido sin elaboración.
La idea de que el baile creaba a la música era lo que había en el fondo de los libros, de
las luchas y del valor de los escritores a lo largo de toda la historia. Hacia ese idea se
precipitaba toda la humanidad, esa idea se había convertido en la inspiración y en la
meta de nuestro tiempo.
“También yo me dirigía hacia esa idea siguiendo una espiral que estrechaba cada vez
más sus círculos. Pero en este momento me quedé anonadado. ¡Porque me di cuenta de
que había pensado esta idea sólo por su pathos!”
Gombrowicz llega a la conclusión de que el baile degrada el espíritu de la música así
como los libros degradan el espíritu de los escritores, pero son justamente el baile y los
libros los que crean el espíritu del hombre.
Esta declaración tan entusiasta del Niño Ruso me dio ánimo para ponerme en contacto
con el Pato Criollo del que ya sabía que había quedado deslumbrado con las cartas que
me había escrito Gombrowicz. No sin cierta renuencia, pero animado seguramente por
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A pesar de los ruegos reiterados que le estuvimos haciendo durante un cierto tiempo
tanto yo como mi propia familia, no hubo caso, el Pato Criollo no supo no quiso o no
pudo cambiarlo, mejor dicho, le cambió algunas palabras pero el resultado fue más o
menos el mismo. Hay hombres que piensan observando el mundo, y otros que piensan
después de leer un libro.
Una de las ocupaciones principales que tienen los hombres de letras es la de leer, pero
acostumbran a decir que leen más de lo que en realidad leen. Gombrowicz hizo
experimentos memorables en Polonia y en la Argentina para demostrar que esta
afirmación es cierta. Él mismo no le tenía mucha simpatía a la lectura, acostumbraba a
decir que nunca había terminado de leer un libro porque los libros lo aburrían.
Mientras la actitud de Gombrowicz respecto a la lectura era distante, la del Pato Criollo
no lo es, al contrario, pasa por ser, según las opiniones autorizadas del Niño Ruso y del
Hombre Unidimensional, el escritor hispanohablante más leído por lo que lee, no así por
lo que es leído.
Las obsesiones de Gombrowicz y del Pato Criollo respecto a la lectura, con una actitud
distante porque lo aburría la de Gombrowicz, y con una actitud realmente apasionada la
del Pato Criollo, desembocaban muchas veces en actitudes un tanto ingratas. Por acá, en
la Argentina, los gestos de gratitud de Gombrowicz no fueron muy frecuentes, al punto
que el consejero cultural de la Embajada de la Argentina en París se lo echó en cara al
consejero cultural de la Embajada de Polonia.
Se le pueden contabilizar, sin embargo, algunos regalos: una escultura de yeso muy
bonita, un frasco de mermelada, un libro de pinturas, una sandía con su firma, un
arrodillamiento conmovedor para agradecer cinco litros de kerosene, y una cantidad
considerable de dedicatorias que estampaba en cualquier tipo de libros. El Pato Criollo
es más ingrato que Gombrowicz.
Cuando viaja a Francia es recibido a cuerpo de rey en Grenoble, en la casa de su colega
y amigo Michel Lafont, pero no da ninguna señal de gratitud. Todos los días, después
de tomar el desayuno, en vez de hacerle los cumplimientos a Michel y a su esposa que
hacen lo imposible para agasajarlo, el Pato Criollo hurga en la biblioteca y se pone a
leer hasta el mediodía.
En Grenoble podría ser más considerado y mantener alguna conversación agradable con
los anfitriones, pero no lo hace. A la hora del almuerzo la señora se desvive por
prepararle comidas exquisitas, es un esfuerzo vano, al Pato Criollo no le sale ni el más
mínimo gesto de agradecimiento. Gombrowicz, en cambio, cuando era homenajeado
con una buena comida, dedicaba libros con el menú.
Gombrowicz no se parecía en nada a Lope de Vega que escribía una obra en una sola
noche y, para no ir tan lejos ni tan atrás, tampoco se parece al Pato Criollo, uno de
nuestros escritores más prolíficos que no llega a escribir una obra por noche pero le
anda raspando. Esta dificultad para asomar la cabeza con sus escritos lo hacía sufrir, no
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tenemos que olvidarnos que Gombrowicz era más bien un hombre de ágora que un
hombre de claustro.
“Qué extraño, que no leas. Yo prácticamente no hago otra cosa (...) Pero estoy seguro
que vas a leer esta carta. Si yo fuera una de esas pedagogas insistentes, se me ocurriría
un truco para hacerte leer: tomaría una buena novela, por ejemplo „La Montaña Mágica‟
de Thomas Mann, y te la iría mandando de a una página por día en un sobre; si
encuentro una oficina de correos que abra los domingos, me llevará tres años, si no,
cuatro”
Un poco por este truco del Pato Criollo con el que me quería obligar a leer y otro poco
por el hecho de que en cada uno de los miembros del club de gombrowiczidas debe
anidar algo de esa impotencia que tenía Gombrowicz que le impedía terminar de leer los
libros, la cuestión es que se me fue ocurriendo la idea de escribir los gombrowiczidas,
una idea que también me permite entrar y salir de Gombrowicz con alguna soltura.
A pesar de la desenvoltura con la que escribe el Pato Criollo y la facilidad con la que
consigue que le publiquen lo que escribe, conoce perfectamente bien las contrariedades
que padecen muchos de sus colegas escritores. En una de sus novelas más logradas
narra las desventuras de un joven escritor cuyo destino queda ligado a la conducta
contradictoria de un editor.
El editor recibe con entusiasmo la primera novela del autor, una historia que le parece
genial, y le promete la firma del contrato en no más de dos semanas, pero las cosas no
suceden así. Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos
frecuentes, de semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y
la delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo.
Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la condición
de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si fuera poco, de un escritor
malogrado, una historia con un marcado aire kafkiano que me trajo a la memoria “Un
artista del hambre”. Kafka narra en este cuento los infortunios de un hombre que ayuna
por falta de apetito y que es exhibido en público como una rareza llamativa.
Al final del relato ya nadie se interesaba por él, y lo barren junto a la basura, un final
que surgiere hasta cierto punto un parentesco entre este pobre faquir y los escritores
malogrados. Hace unos años Carlos Fuentes andaba desparramando a los cuatro vientos
que en poco tiempo César Aira recibiría el Premio Nobel de Literatura pero, el tiempo
está pasando y la delicada maquinaria de precisión que ha montado su agente literario
alemán no es suficiente para alcanzar este propósito.
Al Pato Criollo le está ocurriendo con los premios lo mismo que al autor malogrado le
ocurría con el editor contradictorio, y tiene miedo de correr la misma suerte del
ayunador en el cuento de Kafka, es decir, tiene miedo de que lo barran junto a la basura.
Este miedo despertó en el Pato Criollo el deseo de escribir una ópera magna, una novela
a la que dio en titular “Las aventuras de Barbaverde”, pero no alcanzó su propósito y
quedó decepcionado.
Todo comienza y termina en la ciudad de Rosario, en la que un periodista joven recibe
el encargo de entrevistar al señor Barbaverde hospedado en el Hotel Savoy y cuyo
rostro nadie había visto jamás, un verdadero representante del bien que intenta detener
los diabólicos designios del representante del mal por excelencia, el malvado profesor
Frasca, que se propone dominar al mundo desacreditando el poder del señor Barbaverde
haciendo todo lo posible para que nadie lo tome en serio.
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Yo creo que el propósito del malvado profesor Frasca hubiera entusiasmado muchísimo
a Gombrowicz, no así al Pato Criollo que le opuso la voluntad del representante del
bien, el señor Barbaverde, para que no realizara el mal en Rosario y tampoco en la
tierra. En todo caso, para presentar “Las aventuras de Barbaverde” el Pato Criollo viajó
a España e hizo declaraciones a los periodistas tan melancólicas como paradojales,
mientras se encaminaba a la editorial Mondadori para encontrarse con sus colegas de
letras de molde.
“La literatura comercial debe tener como condición ineludible una completa sinceridad,
pues si hay una gota de ironía el lector lo huele de lejos y deja la novela. Ésta es la
razón por la que mis libros fracasan totalmente, pero ya estoy resignado a eso (...) No es
mi intención reírme del mundo, no sé bien para qué escribo, pero sería más bien para
una exploración de mí mismo, para entenderme y para entender mi vida (...)”
“Se me acabó la cuerda, como lo que hacemos los escritores no tiene un fin práctico, las
ganas que tengo de escribir se me están terminado, son muy volátiles”
El grado de indefensión que expresan estas declaraciones de un hombre de letras tan
encumbrado como el Pato Criollo es equivalente a su debilidad infantil, una forma
decadente que por fin alcanza el extremo que ocupan las opiniones un tanto negativas
que tiene Roberto Bolaño sobre él.
“Una línea en juego de la literatura argentina actual o postborgiana es la que inicia
Osvaldo Lamborghini, un escritor que designó como albacea literario a su discípulo más
querido, César Aira, que viene a ser lo mismo que si una rata dejara como albacea
testamentario a un gato con hambre (...)”
“Los amigos de Lamborghini están condenados a plagiarlo hasta la náusea, algo que
acaso haría feliz al propio Lamborghini si pudiera verlos vomitar. También están
condenados a escribir mal, pésimo, excepto Aira, que mantiene una prosa uniforme,
gris, que en ocasiones, cuando es fiel a Lamborghini, cristaliza obras memorables, como
el cuento „Cecil Taylor‟ o la nouvelle „Cómo me hice monja‟, pero que en su deriva
neovanguardista y rousseliana (y absolutamente acrítica) la mayor parte de las veces
sólo es aburrida (...)”
“La prosa de Aira, que se devora a sí misma sin solución de continuidad, hace gala de
un acriticismo que se traduce en la aceptación, con matices, ciertamente, de esa figura
tropical que es la del escritor latinoamericano profesional, que siempre tiene una
alabanza para quien se la pida”
“He creado un personaje que algunos se lo han creído. Para eso me ha servido la
literatura (...) He jugado al escritor maldito, era un mito que existía en los años sesenta,
creo que en Argentina la última que lo encarnó plenamente fue Alejandra Pizarnik, de
esos escritores que gustan de quemarse en su propio fuego y que mueren jóvenes.”
En medio de este clima macabro y cuando ya todo parecía perdido, Ginés González
García, el embajador argentino en Chile le da una mano al Pato Criollo. Como ya es
habitual, la Feria del Libro de Santiago contará con un amplio contingente de escritores
invitados que esta vez sobrepasa los doscientos entre chilenos y extranjeros.
“No es verdad que todos somos iguales y que cada uno puede analizar lo que sea.
Simone Weil ha caído en los engranajes de estas mentes menos experimentadas. De
estas almas probablemente menos maduras, que torpemente se han puesto a rumiar un
fenómeno que los supera en mucho. Han hablado con modestia y sin pretensiones, pero
nadie ha tenido el valor de admitir que no ha entendido o que ha entendido a medias y
que en el fondo no tenía derecho a hablar de ello (...)”
“Lo más curioso del caso es que ellos, siendo personalmente tan inferiores a Weil, la
han tratado con superioridad, desde las alturas de una sabiduría colectiva que los hacía
superiores. Se sentían poseedores de la verdad. Si en esa reunión hubiese aparecido el
mismo Sócrates, lo habrían tratado como un estudiantillo, porque él no hubiese estado
enterado... Ellos sabían más (...)”
Tampoco eran iguales en algunas de las conclusiones que sacaban de la aplicación del
método, por ejemplo, respecto a la idea de valentía.
“Pertenezco al tipo de gente que soporta mal la altura, es más, soy de los que sufren de
lo que se llama agorafobia. Aunque a decir verdad, un alpinista del Tatra, en Polonia,
antes de la guerra, a quien comuniqué esta diagnóstico, me miró atentamente y dijo: –
Pues, mire, señor, ahora lo llaman agorafobia, pero antes decíamos simplemente cagarse
de miedo”
El método que Sócrates utilizaba para filosofar era la mayéutica, un método que
consiste en preguntar. Un día se le ocurrió preguntar sobre qué era la valentía y se fue a
la plaza pública, allí encontró a un general ateniense: –¿Qué es la valentía?; –La
valentía es la capacidad de atacar al enemigo y no huir jamás; –Eso no es cierto, muchas
veces el ejército retrocede para atacar al enemigo en una posición más favorable; –
Bueno...
El primer paso para alcanzar el conocimiento, y por ende la virtud (pues conocer el bien
y practicarlo era, para Sócrates, una misma cosa), consistía en la aceptación de la propia
ignorancia. La mayéutica de Gombrowicz era distinta de la de Sócrates, pero tenía el
mismo origen: la madre.
Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas y los mercados de Atenas, donde
tomaba a las personas del común (mercaderes, campesinos o artesanos) como
interlocutores para someterlas a largos interrogatorios. Este comportamiento
correspondía, sin embargo, a la esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica, es
decir, la partera que él comparaba al oficio que ejerció su madre. Se trataba de llevar a
un interlocutor a alumbrar la verdad, a descubrirla por sí mismo.
que al final fuera posible reconocer si las opiniones iniciales de su interlocutor eran una
apariencia engañosa o un verdadero conocimiento.
“No idolatraba la poesía, no era ni demasiado progresista ni moderno, no era un
intelectual típico, ni nacionalista, ni católico, ni comunista, ni de derechas, no adoraba la
ciencia, ni el arte, ni a Marx, ¿quién era entonces? Era con frecuencia, la negación de mi
aterrorizado interlocutor quién, sólo al cabo de numerosas sesiones, se daba cuenta de
que yo discutía por afición, por jugar y también por curiosidad, con el propósito de
examinar por si acaso el contenido contrario de cada tesis (...)”
Tomando el resto de los animales como si fueran de una sola especie la diferencia
mayor que puede existir entre dos ejemplares cualesquiera de este reino complementario
es de rango menor.
“Vierto sobre el papel mi crisis del pensamiento democrático y del sentimiento
universal, porque no soy el único –quiero que lo sepáis–, no soy el único que, si no
ahora sí dentro de diez años, desee tener un mundo limitado y un Dios limitado. Una
profecía: la democracia, el universalismo, la igualdad no serán capaces de satisfacernos.
Será cada vez más fuerte en vosotros el deseo de la dualidad, de un mundo doble, de un
pensamiento doble, de una mitología doble; en el futuro profesaremos dos sistemas
diferentes al mismo tiempo y el mundo mágico encontrará su lugar junto al mundo
racional”
El pensador que debuta con el pensamiento moral es Sócrates. Gombrowicz hasta cierto
punto seguía ese camino, se veía a sí mismo como un hombre de una naturaleza noble
pero débil, como un rebelde con un reflejo moral simple pero fuerte. Esta naturaleza lo
inclinó a manejarse con una moral granulada para enfrentar a las morales del siglo, el
comunismo y el existencialismo, y a la moral milenaria del cristianismo de la que
rechazaba sus concepciones erróneas de la igualdad y la inmortalidad del alma.
Pero la cuestión para Gombrowicz es distinta a la de Sócrates, es saber hasta qué punto
su conciencia es suya. La conciencia es un producto colectivo, así que con ella no se lo
puede tratar al hombre como si fuera un alma autónoma. Gombrowicz piensa que a la
literatura le resulta indispensable una moral, que sin moral no existiría la literatura, que
la moral es el sex appeal de la literatura puesto que la inmoralidad es repulsiva y el arte
debe ser atrayente.
cuestión que hostigaba permanentemente a Gombrowicz era la relación que existía entre
lo inferior y lo superior y su confrontación con la idea de igualdad.
Según lo entendía él la idea de igualdad es contraria a toda la estructura del género
humano. De la desigualdad fundamental entre un hombre y otro deduce que la idea de la
iglesia sobre la igualdad del alma, y la idea democrática sobre la igualdad del derecho al
desarrollo son falsas.
Un error igualitario que tiene origen, según Gombrowicz, en la semejanza del cuerpo de
los hombres. Cristo, con la simpleza y la virtud elementales hizo posible el encuentro
entre el filósofo y el analfabeto, entre lo superior y lo inferior, un encuentro que
Gombrowicz buscaba y que el cristianismo, con una sabiduría calculada para todas las
mentes, podía haberle procurado si no fuera por su postulado de la igualdad de las
almas.
El comunismo también podía brindarle un punto de apoyo excelente para reflexionar
sobre este asunto, pero la mayor falsificación de las imágenes del campesino y del
obrero es un triste honor que ha recaído en los escritores comunistoides con su
operación sistemática de divinizar al proletariado. La fórmula que utilizan se basa en la
renuncia falsa del superior a su primacía intelectual para servir al proletariado y
construir con él el mundo racional del futuro.
“¿Acaso la vida nunca creaba hombres completos? ¿Tenían que ser siempre fragmentos
humanos que se complementaban entre sí? (...) Ése era, pues, un error de forma de una
importancia inconmensurable, ya que hacía del hombre únicamente un producto de su
propia clase, de su grupo social, lo separaba de otras vidas, lo empequeñecía, limitaba,
hacía imposible cualquier contacto creativo con gente de otra clase (...)”
“¡Tantas vidas a las que no tenían acceso! ¡Y yo tampoco! ¡Habría que destruir esa
forma, imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad,
establecer con ella una relación creativa! (...)”
Para representar a Polonia Gombrowicz recurría al fango, en cambio, para representar a
la Argentina recurría a las vacas y a unos oligarcas orgullosos asentados en sus
enormes territorios, por eso decía que no siendo un campeón Shorton no podía aspirar a
un premio en este país.
Los géneros más pesados según la óptica de Gombrowicz eran el histórico y el aburrido,
el más ligero y agradable era el que provocaba risa. La idea de la historia está
relacionada con el pasado, con la causalidad, con el determinismo, con la dialéctica
histórica, unas formas del pensamiento que no andaban bien con el talante de
Gombrowicz. Vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la
actividad política cuya forma más representativa fue el marxismo, intentó entonces darle
una forma artística a estas transformaciones de la historia en su última obra.
Gombrowicz acostumbraba a recurrir a la desnudez del cuerpo y a la risa para debilitar
el exceso de estructura de la forma humana. Empieza con el cuculeilo en “Ferdydurke”
y termina justamente con los pies, es decir, con los zapatos en “Historia”, el primer
bosquejo que hace de “Opereta”.
“No hay alternativa: sólo se puede escribir como Rabelais, Poe, Racine o Gogol, o no
escribir. La herencia de esta gran raza, que nos ha sido transmitida, es la única ley que
nos rige”
Seis años después de la legendaria traducción de “Ferdydurke” François Bondy lee esta
versión argentina y escribe una nota, la primera aparecida en Europa Occidental después
de la guerra.
“Se trata de las aventuras de un hombre maduro, reintegrado por la fuerza a la
adolescencia y a la escuela, que se convierte en objeto de diversas empresas de
infantilización y de adultización. Publicaremos próximamente algunas páginas
características con la esperanza de que los amantes de Rabelais se alegrarán de
descubrir a un Gombrowicz que, con una tradición eslava a lo Gogol, payasesco,
desafiante e irónico, crea una obra que llega a ser hasta genial, en todo caso de una
sorprendente extrañeza”
En medio del grupo de escritores rusos que en el siglo XIX hicieron destacar la
literatura de su país, Nikolái Gogol, maestro del retrato y el humor más sarcástico, es el
que más se destaca por haber iniciado la literatura realista en su país. Dostoievsky dijo
que a través de su cuento “El capote” había nacido toda una generación de escritores
rusos, y así fue como en realidad sucedió.
“Las almas muertas” de Gogol es considerada como su mejor trabajo y una de las
mayores novelas de la literatura universal. En su estructura, “Las almas muertas” es
semejante al Don Quijote de Cervantes. Sin embargo, su extraordinaria vena
humorística se deriva de una concepción única, extremadamente sardónica: el consejero
colegial Chichikov, un aventurero ambicioso, astuto y falto de escrúpulos, va de un
lugar a otro comprando, robando y estafando para conseguir los títulos de propiedad de
los sirvientes que aparecen en los censos anteriores pero que han muerto recientemente,
por lo cual se les llamaba 'almas muertas'.
Con estas propiedades como aval, planea conseguir un crédito para comprar una
propiedad con 'almas vivas'. Los viajes de Chichikov ofrecen una ocasión perfecta al
autor para llevar a cabo profundas reflexiones sobre la degradante y sofocante influencia
de la servidumbre, tanto para el siervo como para el amo: “Necesito tener hombres a mi
servicio pero no poseo las tierras ni el capital necesarios para mantenerlos”.
Con caídas y subidas sucesivas en donde lo irregular de su conducta tiende a permitir el
soborno y la estafa misma, Chichikov se da cuenta de que una entidad bancaria puede
otorgar una cantidad de dinero por cada siervo que uno posea. Chichikov pretende
comprarle durante su viaje a varios terratenientes por un precio bajísimo los nombres de
los siervos fallecidos, así llamados las almas muertas.
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Vivían un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado,
y el pie del señor llegaba justamente hasta el medio del cuerpo del campesino. Se
trataba de un ley eterna, un canon, un orden. Después de que Kowalski le da un sopapo
en la cara a Quique y el peón le da otro a Polilla a su pedido, se empiezan a producir
acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles.
Kowalski descubre que el verdadero misterio del caserón campestre de la nobleza rural
es la servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse por contraposición
al de la servidumbre, estaba concebido premeditadamente contra la servidumbre para
conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del
subsuelo plebeyo.
“Como no me conformo con tocarme la oreja derecha cuando lo vea, ahí va mi opinión
sobre „Ferdydurke‟. No he leído en mi vida libro más original ni más raro. No se parece
tanto a Rabelais, salvo en la invención de palabras. Pero pertenece a una corta familia
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de libros muy raros, entre los que yo colocaría, además de la obra de Rabelais, el drama
„Le roi Bombance‟ de Marinetti, varios libros futuristas, dadaístas y ultraístas y algo de
Ramón Gómez de la Serna (...)”
“Si „Ferdydurke‟ no es una obra genial, está muy cerca de serlo. Tiene usted una
imaginación formidable y un poderoso sentido dramático. Sobre lo segundo, le diré que
muchas escenas me han apasionado por su dramatismo, a pesar de tratarse de asuntos en
cierto modo absurdos, como me apasionaron escenas realistas o sentimentales, escritas
por verdaderos maestros (...)”
“Es terrible que todo terrateniente tenga que ser un excéntrico y haya de comportarse
como si estuviera chiflado; –¿Tú crees? Pero sí, es verdad, lo he observado, se han
vuelto tan extravagantes que da vergüenza, serán sus fortunas que se le han subido a la
cabeza; –Sabes tío, yo tengo una teoría (...)”
“La gente sencilla vive una vida natural, sus necesidades son elementales y por lo tanto
sus valores son verdaderos; –¡Qué cosas dices!; –Para un hombre rico, en cambio, el
pan, por ejemplo, no es un valor porque está saciado de pan. Un hombre rico no tiene
que luchar para vivir, entonces inventa necesidades artificiales, es decir, falsas: el
cigarrillo, la elegancia, la genealogía, los galgos, por eso son excéntricos y no
encuentran el tono adecuado”
Quizá sea útil saber, para estar bien informado sobre la verdadera naturaleza del
cigarrillo, esa arma terrible que Gombrowicz esgrimía para combatir a la pintura, que
fumaba cuarenta cigarrillos por día, y que los sostenía al modo de los fumadores de
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pipa. Los cigarrillos que fumaba eran horribles y muy fuertes, dejaba el paquete sobre la
mesa, y si alguien le ofrecía cigarrillos importados, los rechazaba con dignidad: –No,
gracias, yo fuma Tecla.
Quien le ofrecía con frecuencia cigarrillos norteamericanos era un personaje del café
Rex, un suizo alemán al que todo el mundo llamaba Philip Morris. Elegante, serio,
puntual, sólo fumaba esa marca de cigarrillos. Gombrowicz le despreciaba
sistemáticamente esas invitaciones, pero lo desplumaba jugando al ajedrez por poca
plata, apenas le alcanzaba para pagarse una comida.
“¿Le gusta París, el Louvre?; –Así, así. A decir verdad no he visitado nada; –¿Por qué?;
–No me gusta levantar la cabeza delante de los edificios ni mirar los cuadros en el
Louvre, en general, las visitas turísticas me aburren y deprimen; –¿Así que ni París ni el
Louvre han tenido la suerte de caerle en gracia?; –Bueno... más o menos... no mucho; –
Pero, cómo, ¿no le gustan las perspectivas de la Place de la Concorde?; –Cómo no,
siento respeto por todo ese Gótico y por el Renacimiento. Lástima que la población no
esté a la altura... Para ser sincero los parisinos son más bien feos y carecen de
encanto...”
Desde muy joven la admiración constituyó para Gombrowicz una actitud impracticable.
No sé que es lo que habrá hecho en Polonia pero aquí, en Buenos Aires, nos dio muchas
muestras de la imposibilidad que tenía para admirar.
“Mientras los rostros pintados miran con una tranquilidad soberana, en los rostros
vivientes y reales se nota algo convulsivo y desesperado, falso y ficticio que hasta puede
asustar a una persona poco acostumbrada. Ah, por Dios, estas miradas piadosas o
conocedoras, ese esfuerzo para estar a la altura, esa pseudo profundidad que se junta con
todo un mar de pseudo impresiones, pseudo sentimientos, pseudo juicios (...) La
Gioconda es una hermosa tela, pero si Leonardo da Vinci hubiese podido presentir las
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Jules había adoptado en el Louvre Museun un aire místico, se acercaba a los cuadros en
estado de tensión, Gombrowicz pensó que adoptaba esa pose para atraerlo a su culto,
mientras tanto él echaba miradas desabridas a los cuadros con una mezcla del
menosprecio y del aburrimiento que le producía el exceso de pintura.
¿Por qué me haces reproches, Jules?, no comprendes que yo no miraba los cuadros, sino
otra cosa; –¿Qué cosa?; –La gente, tu miras los cuadros y yo miro a la gente que admira
los cuadros, tienen una expresión estúpida, ¿entiendes?, un hombre al admirar un cuadro
pone cara de imbécil, ¡es un hecho! La belleza de la pintura afeaba la cara de los
admiradores, el cuadro era hermoso, pero lo que había delante del cuadro era esnobismo
y un esfuerzo torpe para advertir algo de esa belleza de cuya existencia se estaba
informado.
“Y, por cierto, en el terreno artístico se acumuló una cantidad tan grande de absurdos,
paradojas, falsedades, que eso no se puede explicar sino por algún error básico en
nuestro modo de tratar el asunto. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que delante de un
cuadro firmado por Rafael nos muramos de entusiasmo y la copia del mismo cuadro
aunque perfecta nos deje fríos?”
El escritor debe obligarse a desarrollar una política frente a la cultura, no puede dejarse
subyugar, debe conservar su soberanía y no tan sólo en atención a su yo. La atracción
que produce la belleza en el arte no tiene lugar en una atmósfera de libertad, una
voluntad colectiva que pertenece a la región interhumana de la que no tenemos
conciencia nos obliga a admirar.
De modo que somos puestos en el trance de tener que admirar, la relación que surge
entonces entre el que admira y la belleza que admira es falsa. En esta escuela de
tergiversaciones se ha formado un estilo, no sólo artístico sino también de pensar y de
sentir de una elite que se perfecciona y consigue la seguridad de su forma de una
manera inauténtica.
“¿Cómo es posible reducir todo eso a la pura estética y a una retórica estéril y vacía
sobre la grandeza del arte? ¿Cómo se puede de tal modo enseñar la literatura y el arte a
los niños en las escuelas acostumbrándonos desde pequeños a una pura ficción? Nuestra
vida artística se desarrolla en un clima de perpetua mentira, y es por eso que la clase
culta no tiene ningún real contacto con la cultura y que, en verdad, todas nuestras
actuaciones culturales recuerdan mucho más un rito solemne que una auténtica
convivencia espiritual (...)”
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Gombrowicz se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por
otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre
individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a
excepción de los profetas. Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a
priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para
organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las
paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le
viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura. Pero su idea sobre la forma
lo pone a Gombrowicz en el andarivel de las profecías y el porvenir o, mejor dicho, del
deseo que él tenía de ponerse en contacto con ellos para convertirse en un profeta.
Sólo un profeta puede emprender la gigantesca tarea de crear una nueva visión del
mundo quedando para los genios la responsabilidad de destruir la visión anterior pues
sólo los genios son conscientes de cómo la visión del mundo afecta nuestra manera de
hacer las cosas y percibir la realidad. La forma es la dirección que toma Gombrowicz
para vislumbrar el rostro del porvenir, entonces, se empieza a preguntar si los demás
caminarán también en esa dirección.
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La identificación de Miguel Ángel con Moisés nos lleva de la mano a los judíos.
Mientras Polonia fue para Gombrowicz un surtidor de formas rígidas, la Argentina lo
regresó a ese tiempo de la vida en que las formas son más blandas. Las convulsiones
europeas tenían una réplica en América, pero débil, alcanzaban a un conjunto reducido
de personas, mientras Europa estaba completamente movilizada y las formas polacas
tenían un grado aún mayor de esclerosis que las esclerosis de Occidente.
Los judíos desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo polaco de la época
de Gombrowicz. Él se sentía atraído desde su juventud por las inquietudes intelectuales
de los judíos, por su racionalismo y porque, al mismo tiempo, le proporcionaban una
gran variedad de elementos cómicos que tenían mucho que ver con sus debilidades y
ridiculeces.
No era de extrañar que ese pueblo trágico, sufriendo a través de los siglos enormes
deformaciones, tuviera una forma grotesca: barbudos, con levitas, poetas en éxtasis
concurriendo a los cafés, millonarios en la bolsa, eran realmente unos personajes
increíbles. Los judíos sienten en su propia carne la vergüenza de este ridículo, pero no
saben liberarse de la deformación que los oprime, por tal razón se perciben a sí mismos
como una caricatura, como una broma extraña del Creador.
Esta actitud tensa de los judíos hacia la forma que les impide ser del todo judíos, como
son del todo campesinos o nobles, los campesinos y nobles con una forma heredada a
través de las generaciones, lo fascinaba a Gombrowicz, era eso precisamente lo que
destacaba en sus creaciones: la pugna del hombre con la forma para descubrir su tiranía
y para luchar contra su violencia.
Gombrowicz tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre y
en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin
embargo, sus relaciones intelectuales con ellos no se extendieron nunca al terreno de la
amistad personal. No era tanto su frialdad intelectual lo que le chocaba, sino la
ingenuidad con la que se dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada
e infantil por la razón científica, las teorías y la cultura en general.
Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco de aire
financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos no llegaban
nunca a ser reconocidos en los salones. Los integrantes de la clase alta se comportaban
como si nada se supiera, la buena educación los obligaba a evitar en presencia de esas
familias la más ligera alusión a los judíos.
“Genial por enfermo. Superior por humillado. Creativo por anormal. Este pueblo, igual
que Miguel Ángel, encarna la decadencia que se transforma en creación y progreso.
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Este pueblo no tiene un fácil acceso a la vida, está en desacuerdo con la vida, por eso se
convierte en cultura. El odio, el desprecio, el miedo, la aversión que despierta este
pueblo en otros es del mismo orden que los sentimientos que producían en los
campesinos alemanes el Beethoven enfermo, sordo, sucio, histérico y gesticulante
durante sus paseos (...)”
“La historia del pueblo judío es una sistemática provocación secreta, igual que las
biografías de todos los grandes hombres: es la provocación del destino, es la atracción
hacia sí mismo de todos los desastres que pueden contribuir al cumplimiento de la
misión de ese pueblo elegido (...)”
“No se sabe qué fuerzas de la vida han podido provocar este hecho terrible, y aquellos
que la constituyen que no se hagan ilusiones ni por un momento de conseguir salir de
esos abismos para alcanzar una planicie. Es curioso que la vida de un judío, incluso la
del más común y más sano, siempre será, en cierta medida, la vida de un hombre
célebre: aunque sano y normal, aunque no se diferencie en nada de los demás, no
obstante es diferente y se lo trata de otra forma, tiene que vivir aislado, estará –aunque
no lo quiera– al margen (...)”
“De modo que se puede decir que hasta un judío mediocre está condenado a la grandeza
por el solo hecho de ser judío. Y no sólo a la grandeza. Está condenado también a una
lucha suicida y desesperada por su propia forma, puesto que no se quiere a sí mismo
como tampoco se quería Miguel Ángel (...)”
“Así pues, no liquidaréis este horror imaginándoos que sois normales, y nutriéndoos de
la idílica sopita del humanitarismo. Pero ojalá la lucha contra vosotros se vuelva menos
infame. En cuanto a mí se refiere, la luz que emana de vosotros me ha iluminado a
menudo y os debo mucho”
Pero también le dice que la tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si
existe un antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra que, por
esa diferencia, se pueden destruir mutuamente. Pero si lo que ocurre, ocurre entre una
persona y un mundo cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el
resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático,
pues no existe drama donde la resistencia del otro no es real.
Buber piensa que el psicodrama no es un drama porque la otra persona que se encuentra
en el fondo del alma, como espejismo o imagen, no es y no puede ser una persona. Los
argumentos de Buber no le resultaron convincentes a Gombrowicz. Le contestó que si
una persona padece una enfermedad incurable, el drama se realiza entre el enfermo y la
enfermedad.
El sueño de “El casamiento” no es el mismo que el de Pirandello, es un sueño sobre la
realidad, y los miedos que enfrenta el protagonista provienen de un contacto real con la
vida, aunque sea un contacto con personas creadas por su imaginación. Los hombres
independientes no existen, y nuestras ideas y sentimientos no vienen de nosotros
mismos, se forman entre los hombres, en una esfera peligrosa y poco conocida.
Las obras más sorprendentes de Pirandello, son las teatrales, cuyos protagonistas,
profesores, propietarios de pensiones y curas suelen pertenecer a la clase media baja. En
estas obras se reflejan las ideas filosóficas del autor, como la existencia de un arraigado
conflicto entre los instintos y la razón, que empuja a las personas a una vida llena de
grotescas incoherencias; igualmente considera que las acciones concretas no son ni
buenas ni malas en sí mismas, sino que lo son según el modo en que se las mira.
Cree que un individuo no posee una personalidad definida, sino muchas, dependiendo
de cómo es juzgado por los que entran en contacto con él. Sin fe en ninguno de los
sistemas morales, políticos o religiosos establecidos, los personajes de este autor
encuentran la realidad sólo por sí mismos y descubren que ellos mismos son fenómenos
inestables e inexplicables.
“En las especiales condiciones de nuestra convivencia polaca, ocurre con demasiada
frecuencia que alguien, sirviéndose de estos nombres famosos, trata de menospreciarme
e, hinchándose de Sartre y de Pirandello, dice con displicencia: Gombrowicz. Y esto es
lo que yo no puedo aceptar en este diario, que es un diario privado, donde se trata
siempre y únicamente de mis asuntos personales, donde lo que pretendo es defender a
mi persona y conseguirle un lugar entre los hombres (...)”
“En opinión de todos estos despistados expertos polacos, lo que me pierde es
precisamente el hecho de que exista cierta concomitancia entre yo y el modo de pensar
de Sartre y de Pirandello. Se considera, por tanto, que yo quiero decir lo mismo que
ellos, que echo abajo puertas abiertas, y que si a pesar de esto digo algo diferente sólo es
porque soy más torpe, menos serio y también más confuso (...)”
“Les parece, por ejemplo, que mi percepción de la forma, con todas sus consecuencias
prácticas, no es nada nuevo bajo el sol, y creen que mi crítica al arte no es más que una
extravagancia frívola, maliciosa y llena de caprichos; con la presunción propia de los
snob (porque un snob es presumido no en virtud a su propio valor, sino porque conoce a
alguien que posee ese valor) no se tomarán la molestia de averiguar cuál es la lógica
interior de mis reacciones (...)”
“Su alma servil estará encantada cuando consiga apoderarse de la mía y hacer de ella
una sirvienta, un imitador humilde y torpe de aquellos espíritus soberanos”
El intento por definir la insuficiencia de la forma es un pensamiento que se convierte en
forma y sólo confirma nuestra inclinación por ella.
“Así que toda nuestra dialéctica –ya sea filosófica o ética– se desarrolla sobre el fondo
de un infinito que podemos denominar forma incompleta y que no es ni oscuridad ni
claridad, sino precisamente una mezcla de todo, fermento, desorden, impureza y azar
(...) Al proclamar por todas partes el principio de que el hombre es superior a sus obras,
os ofrezco la libertad, tan necesaria hoy en día a nuestra alma retorcida (...)”
“Ser artista no es nada serio, no es una profesión ni una posición social (...) No
olvidemos que un poeta es un ser secreto, nocturno, casi subterráneo, que un artista
tiene alma de murciélago, de rata, de topo y de mimosa”
No es tan fácil saber a qué atenerse sobre los hombres de letras y los libros leyendo a
Gombrowicz pues, al parecer, tal como presenta las cosas, daría la impresión de que
tienen valor y de que no tienen valor al mismo tiempo; debemos poner esta paradoja en
términos más compresibles.
Por más que Gombrowicz se rompa la cabeza, la escritura, también la suya, es una
forma, y la forma, por más que el artista se disfrace de murciélago, de rata, de topo o de
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mimosa, no puede abarcar los intríngulis que nos presenta la existencia, impenetrable
para la forma, como una piedra es impenetrable al agua.
“Me puedo defender de ello sólo y únicamente definiéndome a mí mismo, definiéndome
constantemente y sin cesar. Tendré que seguir definiéndome hasta que por fin el más
lerdo de los expertos se fije en mi presencia. Mi método consiste en lo siguiente: poner
en evidencia mi lucha con los hombres, también con Sartre y con Pirandello, por mi
propia personalidad, y aprovechar todos los conflictos personales que surjan entre yo y
ellos para definir cada vez más claramente mi propio yo”
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