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Teódulo López Meléndez

El nuevo mundo
(Cuarta lectura del nuevo milenio)
El fraccionamiento del mundo

Estado y nación

A grosso modo un Estado implica un territorio relativamente bien definido, una


población y un gobierno central que ejerce la soberanía. Una nación es un ente social y
cultural, conformado por unas personas que comparten una experiencia histórica y el
deseo de vivir juntos. De manera que un Estado-nación es un territorio donde una
población de características comunes comparte un destino colectivo y para lo cual tiene
un poder central.

El Estado-nación encuentra sus orígenes en el siglo XV europeo. En algunos casos el


Estado creo la nación mediante el ejercicio del poder por una autoridad central que se
propuso construir una identidad nacional. En otros casos la nación creo al Estado, dado
que los lazos comunes lingüísticos u otras particularidades culturales los llevaron a
buscar la forma jurídica de su permanencia.

El Estado-nación tal como lo conocemos actualmente nace en el siglo XIX, dado que
antes estaba vigente el llamado derecho divino según el cual la autoridad de los
monarcas descendía directamente de Dios. Es lo que se ha denominado el absolutismo
monárquico, con máxima expresión en los siglos XVI y XVII. Luego, especialmente en
el siglo XVIII, se hacen esfuerzos por ocuparse de la población en lo que se ha
denominado despotismo ilustrado.

Campesinos, terratenientes, burgueses y aristócratas se movían bajo un orden


establecido por variados sistemas feudales mientras el soberano mantenía el estatus y el
derecho consuetudinario. Aparece en escena el racionalismo, nuevas técnicas
productivas denominadas capitalismo y nuevas formas administrativas denominadas
burocracia.

Esto es, ya no se va a la Biblia sino que se va al hombre y se plantea que se puede


desarrollar una ciencia del hombre. Entran en acción personajes fundamentales como
Hobbes y Locke. Ya no se acepta el origen divino y se exige sustituirlo por un contrato
limitado y racional entre gobernantes y gobernados.

Aparece el dinero como medio fundamental de intercambio, pero este tema pertenece a
la historia del capitalismo y a nosotros sólo nos interesa como elemento en el proceso
que va desde la destrucción del viejo orden feudal hacia el nacimiento del Estado-
nación. Lo cierto es que el retroceso del derecho divino implica el surgimiento de
formas pactadas, las que se llaman constitucionales y una nueva jerarquía se forma
basada en la riqueza.

Se requería una fuente única de autoridad. Es, por supuesto, en la revolución francesa
donde se afianza la centralización burocrática. En 1870 Alemania es unificada y nace el
Reich. El racionalismo creó la idea de ciudadano, un derecho uniforme y la igualdad de
estos ciudadanos frente a él. El capitalismo dio paso a un hombre en libertad de vender
su fuerza de trabajo. Ese Estado comenzó la creación común, normas burocráticas para
administrar, bancos y ejércitos nacionales. El viejo orden feudal estaba destruido.
La crisis del Estado-nación

Hoy hablamos de la crisis del Estado-nación, una que comenzó, sin lugar a dudas, en los
años setenta, con tres factores: el bloqueo petrolero a occidente, la internalización del
capital y, finalmente, la caída del bloque socialista, todos ayudados por el feroz ataque
neoliberal contra el Estado.

El primer factor mostró una cara inédita: la crisis del modelo de crecimiento y
acumulación en occidente, con una consecuencia política grave: el Estado de bienestar
flaqueaba y la ruptura de las condiciones que permitían el arbitraje de los conflictos en
el plano social.

El segundo conllevaba a una redistribución del poder que ya no respetaba marcos


nacionales: el capital perdía su rostro, se movía en un plano mundial, sin nacionalidad y
sin escrúpulos de respeto a los viejos marcos.

El tercero mostraba la caída militar, de dominio, de control por parte de los polos en que
el mundo venía funcionando. La caída del bloque soviético no dio paso a un mundo
unipolar y al fin de la historia, sino a un proceso de confusión donde el imperio
norteamericano restante daba sus nuevos pasos militares que no representaban otra cosa
que los estertores de una manera de ejercer el poderío económico y militar, hasta llegar
a lo que ahora tenemos, esto es, unos Estados Unidos tratando de mantener su influencia
en una indefinida actuación colectiva y multilateral. En otras palabras, moría el Estado
Tutelar.

En lo económico, como suele suceder, se encuentran las fuentes de variados cambios en


la estructura política. La imprevisibilidad de lo económico conduce al Estado a la
impotencia, todo debe ser provisional y de ajustes momentáneos, la demanda y la
inversión se confundieron con los abusos de una especulación financiera desatada bajo
la sin razón y la falta de escrúpulos que llevaron a la más reciente crisis. En este cuadro
el Estado-nación ya no sirve para la expansión del capital –internacionalizado por
cuenta propia- e impotente para los compromisos sociopolíticos.

Reagan en Estados Unidos y Tacher en Inglaterra deben ser recordados, pues marcan la
penetración del neoliberalismo en las tecno-estructuras del poder. El poder del Estado se
disminuye y se agudiza el factor clave: la internacionalización del capital.

La globalización

Los espacios económicos nacionales se ven cada día más limitados. Dos ejemplos
quizás sean suficientes: un mercado financiero restringido a pocas plazas importantes y
la inmensa acumulación de dólares por parte de China. Si recordamos el traslado de la
producción de bienes a sitios con mano de obra barata podremos afirmar que se ha
producido una transnacionalización de la producción. Hoy se produce en redes globales
lo que conlleva también a una reconfiguración del espacio social. Verifiquemos el
retroceso de la hasta ahora llamada clase obrera y la disolución persistente del
sindicalismo, a lo que debemos sumar la reducción de la clase media.
Eso que comúnmente se ha llamado identidad nacional se envuelve persistentemente en
el limbo. Frente al hecho globalizador el Estado se muestra impotente para responder a
sus habitantes. El contrato original descrito como base del Estado-nación viene
socavado pues cada día el ciudadano no encuentra respuesta en su cesión de derechos a
ese ente supra llamado Estado. Ello forma parte de la evidente crisis de las instituciones
políticas y del desplome de los llamados “dirigentes”. Esta crisis de identidad se
produce porque los valores comunes saltan por los aires. La nación tiende a disgregarse
y su envoltorio protector llamado Estado también.

Los problemas se han globalizado y ya el Estado-nación no tiene modo de alcanzarlos.


El problema de la contaminación, con la destrucción de la capa de ozono; la
propagación del terrorismo; del SIDA o de otras virosis; el sistema financiero
internacionalizado; el potencial nuclear; el narcotráfico; la pobreza extrema. Problemas
todos que han obligado a la creación de organizaciones transnacionales o
supranacionales donde la palabra soberanía se ha hecho hueca. Ya el Estado-nación ha
perdido el monopolio del control de los sucesos dentro de su territorio. Esta
transferencia del viejo concepto a entidades supranacionales tampoco parece causar
resultados positivos. A ello hay que agregar los regionalismos y hasta el tribalismo.

El más avanzado de los procesos de construcción de grandes espacios supranacionales,


el europeo, presenta crisis de impotencia en avanzar, aunque las instituciones existentes
funcionen de manera medianamente aceptable. La conformación política de Europa se
detiene en las votaciones nacionales, mientras cada día más habitantes de los países que
la integran se consideran europeos, antes que italianos, alemanes o españoles.

Esto es, disgregación en los alcances prácticos y pérdida del original sentido de
nacionalidad en aras de una mayor donde el viejo Estado-nación es considerado apenas
un miembro de una comunidad mucho más amplia.

Quizás podamos decir que estos Estados sólo sirven para mantener el orden interno en
lo social y en lo político. En lo económico han sido reemplazados por las
transnacionales financieras y los consorcios multinacionales, como vemos a cada
momento. Quizás el ejemplo más visible sea el de las líneas aéreas, otrora orgullo
interno nacional y que ahora conservan sólo el nombre de la vieja pertenencia.

Está claro que la organización de continentes sigue teniendo como integrantes a los
Estados-nación, pero a medida que avanza en su constitución los debilita. Con escasas
excepciones ya no hay un estado con jerarquía propia en el poder internacional.

El renacimiento de lo local es una fase de alto interés en el proceso de aletargamiento y


desplome del Estado-nación. En países con variadas lenguas las exigencias de nuevos
poderes y facultades convierten a las regiones en semiestados dentro del Estado. Más
allá, ciudades son polos de poder que demandan autonomía. Las pequeñas localidades
desarrollan o hacen renacer sus anteriores condiciones culturales y reclaman presencia
activa en la conformación del nuevo orden.

Las instancias locales de poder están a la orden del día. Dentro de esta tendencia se
inserta el reclamo de descentralización administrativa, pues cada región quiere manejar
sus asuntos, desde los hospitales hasta la policía. Cabe destacar que esta tendencia
universal sólo es contrarrestada en países como Venezuela, donde un régimen dictatorial
considera necesario acumular todos los poderes para el mantenimiento del régimen
opresor.

La conformación de los bloques regionales altera los sistemas geopolíticos de seguridad


global. Las decisiones claves no se toman en el marco del Estado-nación, ni siquiera en
continentes como el latinoamericano donde todos los procesos de integración jamás
pasan de la fase embrionaria.

Agreguemos ahora las nuevas tecnologías de la comunicación. Los ciudadanos lo son


cada vez más de otro espacio distinto del propio territorio, lo son del ciberespacio, de un
terreno universal donde se forman nuevas redes de intereses y de intercambio cultural
que excede con creces los viejos límites.

El mundo reconducido

Ahora se determina y se actúa en términos globales. Ya no hay un espacio territorial


propiamente dicho como base de acción. La tendencia es a la desterritorialización. Hoy
existen ONG que intervienen en campos específicos en situaciones que ocurren en
cualquier lugar del mundo. Ello marca otro tipo de organización que interviene en los
procesos globales, pues están integradas por personas que pertenecen a diversas
nacionalidades. Ejercen poder en cuanto inciden en modificar situaciones, desde
ambientales hasta políticas, desde económicas hasta geoestratégicas. Así, un ciudadano
venezolano interviene en la crisis de Birmania junto a un inglés o a un sudafricano,
uniendo esfuerzos y recurriendo a la moderna tecnología de la comunicación.

Hay un nuevo modo de ser ciudadano y en él se entremezclan el refugio en lo local con


una participación intensa en el destino del planeta todo. En medio queda el Estado-
nación, aún superviviente, pero advertido de término de su existencia. Las formas
políticas indican la eventualidad de creación de grandes bloques regionales con
gobiernos supranacionales en medio de un proceso de integración planetaria, lo que aún
no se vislumbra, dada la crisis existencial de organizaciones como las Naciones Unidas.
Si la construcción del Estado-nación fue un proceso de siglos la formulación jurídica de
un Estado global tardará, pero no siglos, gracias a las nuevas tecnologías. Un ejemplo
impensable hasta hace poco: leo una encuesta según la cual algo así como la mitad de
los portugueses no tendrían ninguna objeción a integrarse con España.

El mundo se fragmenta. Se fragmenta en pedazos que asumen su propia identidad local


en desmedro del Estado-nación, al tiempo que surge imperiosa la necesidad de acelerar
la construcción de nuevas formas jurídicas planetarias. Lo que personalmente no veo es
que esa forma jurídica sea una alianza de Estados tal como lo conocemos. En mi
opinión lo será de de los fragmentos localizados a que el mundo actual se verá reducido.
Es así, a mi entender, porque la impotencia del Estado-nación obliga a buscar un
envoltorio protector sustitutivo del antiguo contrato de cesión, uno que sólo puede
encontrar en la región o localidad. Ello implica un renacimiento de las aspiraciones
comunitarias como defensa -también por ello- de las interrogantes que siembra la
globalización y la consecuencial pérdida de la protección que otorgaba el Estado-
nación.

Si el hombre nació en África, como ha sido fielmente constatado, es posible que allí se
origine la implosión definitiva del actual orden, dado que muchos de los Estados que la
conforman son artificiales, en el sentido de que fueron tejidos sobre los intereses
coloniales, dividiendo etnias o naciones. En efecto, es posible que se allí donde veamos
el efecto devastador sobre el orden establecido, pero ello alcanzaría, igualmente, a
muchas naciones que se verían fraccionadas por aspiraciones de sectores de sus
miembros a autoadministrarse.

La nueva realidad global que se asoma implica el fraccionamiento del mundo que
conocemos.
No polaridad o declive

La obviedad es que el mundo fue bipolar hasta la caída del muro de Berlín. La obviedad
es que el mundo fue unipolar en tiempos remotos. De lo primero, citemos a Estados
Unidos y a la Unión Soviética. De lo segundo, a Roma, para no involucrarnos en un
listado extenso.

Un mundo multipolar indica la existencia de muchas potencias, cada una con su propia
área de influencia y autosustentable para resolverse.

Reclamar un mundo multipolar parece un absurdo ante la realidad de los tiempos


presentes cuando todo parece indicar una evolución hacia un mundo no polar. Uno
donde hay actores varios y no necesariamente Estados. En la actual geopolítica de este
continente hay una situación no polar, dado que Brasil no puede dirigir el subcontinente,
a pesar de su influencia creciente de potencia que emerge. Menos Venezuela, limitada a
pescar algunos clientes ansiosos de petróleo barato.

De lo que muchos no se han dado cuenta en el caso Honduras es que por vez primera
flaquea ostensiblemente la influencia de Estados Unidos en la región. Apartando o
eliminando la verborrea de una izquierda sin discurso, o con uno repetitivo y sesentoso,
lo cierto es que los norteamericanos no participaron en la defenestración del ridículo
hombre del sombrero y, por el contrario, ejercieron todas las presiones para evitar que el
Congreso lo destituyese. La pérdida de influencia radica en que los militares actuaron
por encima del embajador gringo, una especie de pretendido procónsul en Tegucigalpa.
Tal desobediencia es lo que marca la nueva situación latinoamericana. Recalquemos,
pues, que ahora los militares actúan contra la opinión de Washington.

Obama ha renunciado a la línea de la superioridad militar para ejercer la vigencia del


imperio, comprendiendo la situación no polar del mundo y recurriendo al
multilateralismo, como en el caso Honduras o en los entrelineados de sus discursos, por
ejemplo, en Estambul y El Cairo.

De allí su posición de respaldar a Zelaya, caso latinoamericano y procurar lavarse la


vieja cara estadounidense de estar detrás de todo golpe de Estado en América Latina. A
ello deberían ayudarlo los izquierdistas trasnochados y no empeñarse en un lenguaje
absolutamente falso y desquiciado de estar acusándolo de complicidad o ingerencia en
lo sucedido en Honduras.

La izquierda ebria no entiende la nueva política exterior de Estados Unidos,


independientemente de si ella es válida o no, tanto para el propio actor como para el
resto del mundo. Washington quiere asociaciones y para ello se hace tolerante con las
discrepancias y se plantea las nuevas formas de ejercicio de su tradicional liderazgo.

El asunto de fondo es si el ejercicio de tal política lo debilitará o no, si dará resultados o


no, si marcará el inicio del declive del imperio. No falta quien diga, cínicamente, que un
imperio que no ejerce su poderío entra en el tobogán de la historia.

Estados Unidos se torna pragmático y de entrada ello no es malo, quizás sólo para
quienes aún sueñan con su participación en el derrocamiento de gobiernos izquierdistas
en nuestro continente. Su pérdida de influencia aquí es notoria, y no me refiero a la
existencia de algunos gobiernos contestatarios. Me refiero a la disolución de su
influencia directa, como ahora lo vemos solicitando los servicios de Brasil para aplacar
la intemperancia del dictador venezolano frente a Colombia, a pesar de que el
malabarista que es Lula alce su voz contra las bases gringas en ese país. Esta última
acción la hace Brasil porque pretende exclusividad policial en este subcontinente.

Resulta claro que no se podía alargar la política exterior de Bush, pero el cambio
implica riesgos, en primer lugar para el propio Obama quien pudiera verse derrotado en
las próximas elecciones presidenciales si los norteamericanos perciben una falta de
oxígeno en su preeminencia y para los propios Estados Unidos inmerso en un declive
que se torne indetenible.

Es cierto que Obama puede verse desafiado, en algún momento o circunstancia, a usar
la fuerza y nadie puede tener la menor duda que la usaría, pero ello marcaría el fin de su
“política de inteligencia, de cooperación, de multilateralismo”. Contribuye a la
sensación de declive la crisis económica que se alargará algún tiempo a pesar de los
signos de freno que muestra. También es cierto que nadie llega al gobierno sabiéndolo
todo y que hay un período de natural inmadurez, sólo que para la inmadurez hay poco
tiempo.

Lo cierto es que la influencia norteamericana sobre su “patio trasero” –detestable


expresión heredada desde tiempos de Teodoro Roosevelt y acrecentada en el mundo
bipolar- está más que disminuida. Obama se inclina por la vieja tesis de Henry
Kissinger que indica que para donde vaya Brasil irá el subcontinente, tesis, en mi
opinión, inválida. No marchamos –insisto- hacia un mundo multipolar donde Brasil solo
esté en capacidad de imponer criterios –aunque si, es obvio, de ejercer influencia-.
Marchamos hacia un mundo no polar donde los llamados imperios pretenderán ser uno
más en el juego, lo que, de hecho, marca el fin de la hegemonía norteamericana y donde
los países emergentes se necesitarán unos a otros para resolver los conflictos, esto es, no
serán autosuficientes, lo que de entrada prueba la inexistencia de la multiplicidad de
polos.

Los pequeños países como Venezuela, destruidos sus aparatos productivos,


desarrollados métodos alternativos de energía, en metástasis el cáncer del populismo,
quedarán como bazas a jugar entre quienes mantengan su influencia sobre el devenir del
mundo.
La construcción del envoltorio global

El mundo se fracciona para recomponerse. Ambos movimientos se están dando en


paralelo, aunque alguno se sucederá con mayor prisa, esto es, no se puede pretender una
concordancia. El mundo no marcha hacia la anarquía, simplemente estamos en un
proceso de creación de un nuevo orden, con toda la sismicidad que ello implica.

La globalización está aquí, como también una regionalización supranacional que


encuentra, hasta ahora, a Europa como el proceso más acabado. Al mismo tiempo los
Estados ceden soberanía y el mundo local entra en una revitalización multidireccional.
Son, pues, varios los planos en que se produce la reorganización del mundo:
globalización, regionalización supranacional o continentalización y localización.

David Held (La democracia y el orden global: Del Estado moderno al gobierno
cosmopolita) ha llamado al proceso una “democracia cosmopolita”, pues obvio que la
nueva forma implicará la necesidad de reinventar la democracia y la participación
pluralista de los ciudadanos. En cualquier caso, no hay lugar a dudas para cualquier
analista de los procesos políticos globales que marchamos hacia cuatro niveles: global,
continental, nacional y local, como bien lo resume el profesor de la Universidad de
Guadalajara Alberto Rocha en El sistema político mundial del siglo XXI: un enfoque
macro-metapolítico. Es lo que el propio Held denomina un sistema de geogobiernos.

Es obvio que habrá de redefinirse lo que hoy llamamos nacional ante el nacimiento de
estos nuevos niveles espaciales y multidimensionales, como lo es que estos cuatro
niveles tendrán sus propias dimensiones y un complicado sistema de red que los
comunique, como de red que conecte diversos subniveles de cada uno de ellos con
subniveles de los otros.

Hasta ahora nos hemos venido manejando en un mundo donde existen organismos
internacionales, los acuerdos continentales, los Estados-nación y lo local. Todo ello está
bajo cuestionamiento. Lo están los organismos como las Naciones Unidas, hasta ahora
incapaz de pasar a los hechos ante el continuo reclamo de transformación; lo están los
Estados-nación, la organización interna de cada nación y, como hemos dicho, todo el
sistema interestatal internacional, lo que nos recuerda la inoperancia de la OEA aún para
atender casos pertenecientes al viejo orden.

El cuestionamiento va más allá, porque al romperse el viejo orden quedan bajo la lupa
todos sus componentes, llámense dirigentes, prácticas hasta ahora aceptadas, reglas,
derecho internacional, organizaciones, doctrinas políticas y hasta hábitos de lo político.

La globalización, el primer envoltorio, tendrá sus poderes ejecutivo, legislativo y


judicial, cuyo avance más significativo lo constituye la Corte Penal Internacional. En
ese mundo global es evidente que existirán una sociedad civil global, una democracia
global, una ciudadanía global y un Derecho Público global. Será un gobierno
propiamente dicho, limitado por los otros niveles y sin capacidad de intervenir en la
resolución de los problemas públicos de los otros niveles, aunque, como advertiremos
más adelante, tendrá una red que permitirá el contacto directo con actores de ellos, aún
de los locales. Esto es, este gobierno global, que no es un Estado, sino una mezcla de
homogeneidad con heterogeneidad, no tiene autonomía para resolver problemas de los
otros niveles, pero asume los que los desborden. Este gobierno mundial afincará sus
bases primeras en las diversas organizaciones supraregionales.

Lo que se denomina lo regional supranacional, o unidad por zonas continentales, como


es el caso europeo, nos muestra la creación de un gobierno o un Estado red regional y
una sociedad civil red regional. Conocemos ampliamente la estructura de la Unión
Europea y de sus instituciones y sabemos de la asunción de una doble nacionalidad por
parte de sus ciudadanos, que a la vez que pertenecen al antiguo Estado-nación
(Alemania, Italia, España, etc.) se sienten ciudadanos europeos. Habrá que llamar la
atención, luego, sobre la región Asia-Pacífico. Es como lo hemos dicho: lo global se
sostendrá sobre la regionalización y sobre lo supraregional.

El proceso que el mundo lleva indica que el Estado-nación deja de ser la referencia
básica que ha sido desde su constitución. Está en un proceso interno de
desconfiguración para pasar a ser no más que una forma política y administrativa con
funciones de mediación entre los supraregional (léase Europa o región Asia-Pacífico) y
lo local. Los autores comienzan a llamarlo Estado posnacional. Si bien este es el
proceso del Estado, la nación, por su parte, emprende un proceso de reconstitución
desde lo local. Ya comienza a hablarse con una inversión de términos en un intento por
definir una provisionalidad de tránsito: Nación-estado. Esto es, lo que viene es un
dominio de lo que hasta ahora se ha denominado sociedad civil, y que yo prefiero
llamar poscivil, sobre lo que anteriormente era el Estado. El Estado suele, o solía, ser
impermeable a los requerimientos de la ciudadanía, lo que implica una reacomodo total
del concepto de democracia y de participación. Es lo que algunos llaman “demopública”
en sustitución de república, como es el caso de David Held en La democracia y el
orden global.

El resurgimiento de lo local implica un planteamiento de multiculturalidad y de


multinacionalidad. Las naciones podrán reconstituirse sobre estas bases, o tal vez
implosionar. Las localidades, a su vez, podrán conectarse directamente con los sistemas
regionales supranacionales, como en el caso de la Unión Europea, donde existe la
“Comisión Asesora de las Corporaciones Territoriales regionales y locales”, que
permite el ejercicio de una influencia directa de lo local sobre la entidad supranacional.
Esto es, la UE protagoniza, con su asistencia directa a las regiones, un proceso
controlado de autodeterminación económica y política de las mismas.

Como hemos visto, la nueva organización planetaria presenta dinámicas políticas


horizontales y verticales. Hasta el punto que Habermas la llama una “democracia
deliberativa”.

El fin de un mundo

La visibilidad se construye
Robert Fossaert

Un mundo termina, no cabe duda, y otro está en proceso de conformación. Debemos


recurrir al pensador neomarxista Robert Fossaert (“El mundo del siglo XXI”) para
dejar claro que el fin de un mundo no es un Apocalipsis. Como este autor bien lo dice
“un mundo significa un período de la historia del sistema mundial formado por el
conjunto de países interactuantes”. Al fin y al cabo, este nuevo mundo que se asoma no
es más que una acumulación en proceso de modificación de todos los mundos anteriores
que se sucedieron o coexistieron.

El nuevo mundo es un entramado complicado de dimensiones donde juegan desde las


técnicas de producción hasta las estructura políticas que crujen y las nuevas que se
asoman, desde el multiculturalismo hasta la conformación de una economía mundial,
desde la caída del viejo paradigma de que las relaciones internacionales sólo podían
darse entre Estados hasta el asomo de este nuevo mundo donde puede hablarse de los
mundos en plural.

El hombre de este nuevo mundo está marcado por los viejos paradigmas, lo que Alvin
Ward Gouldner (“La crisis de la sociología occidental”) llama la “realidad personal”.
Esto es, las ideas prevalecientes en el mundo que hemos conocido, en el cual hemos
vivido. El hombre de la transición enfrenta el desafío de comprender las formas
emergentes con convicciones pasadas. En buena medida, pensamos nosotros, se
reproduce en él la dualidad de lo emergente, dado que vive, y procura aumentar, una
interiorización aldeana y una ansiosa búsqueda del nivel mundial. El hombre vivía
sujeto a su nación, a su localidad, al Estado que le daba –al menos teóricamente-
protección envolvente. La existencia de otros como él en otra cultura y en otro mundo
organizado la suplantaba con el estudio o con el viaje, pero ahora se enfrenta o se
enfrentará a una auténtica pluralidad de mundos con un sistema de redes que se
moverán horizontal y verticalmente, uno donde se hará, por fuerza, ciudadano global y
en el cual deberá ejercer una democracia en proceso de invención. Ya no habrá mundos
autárquicos como los que describe Fossaert (Ibid) en el inicio de su obra, volcados hacia
adentro, apenas transformados por el comercio lejano. Ya tampoco seguirá vigente esta
multiplicidad de Estados (en el siglo XX, en 1914, antes de la guerra mundial, eran 62;
en 1946, sumaban 74; en 1999 se integraban a la ONU 193; en este momento 192), este
exceso de Estados que tanto ha contribuido al desmoronamiento de la vieja concepción
de relaciones internacionales y que en América Latina se refleja en los microestados del
Caribe que constituyen una contribución nada despreciable a la infuncionalidad de la
OEA. Por lo demás, apreciamos como la línea divisoria entre conflictos internos y
conflictos internacionales ha desaparecido o tiende a desaparecer.

La vieja frase “el mundo es ancho y ajeno” (Ciro alegría) deja paso a un mundo propio
donde estamos obligados a incidir. Si cito a Goldner, experto en burocracia y buen
alumno de Max Weber, (Sociology of the Everyday Life en The Idea of Social
Structure: Papers in Honor of Robert K. Merton, La sociología actual: renovación y
crítica, La dialéctica de la ideología y la tecnología), otro pensador norteamericano
considerado neomarxista, aunque el calificativo es polémico y no exacto, es porque si
alguien cuestionó la sociología actual fue él. Y porque insistió en el recurso de la
“reflexividad”, tan necesaria al hombre de este mundo en transición, la necesidad de una
profundización en el “sí mismo”. Goldner exigió mucho a los intelectuales en el sentido
de pensar sobre su propio pensamiento y a la sociología que se criticara constantemente
sobre su propia razón de ser. Lo digo, porque si en alguna parte conseguimos
estancamiento es en las ciencias sociales y en la politología en particular. Goldnerd
exige la comprensión histórica de la conciencia presente. Lo que creo es que buena
parte de la crisis presente es una crisis de ideas
Atrás deben quedar la antipolítica, la despolitización y el individualismo autista. Las
nuevas formas del nuevo mundo llaman a la ingerencia. Se trata del ejercicio de una
política ciudadana, de una relación muy distinta del viejo paradigma ciudadanos-
autoridad.

Internacional o Constitucional

La generalidad de los que se han dedicado a estudiar el aspecto jurídico del proceso de
reorganización política del mundo coincide en que se está a mitad de camino entre el
Derecho Internacional y el Derecho Constitucional. Esto porque la organización
supranacional, que como ya hemos dicho no es un Estado, ejerce poderes soberanos
sobre los miembros que la integran. Esto, se puede encontrar una aproximación a la
organización federal.

En cualquier caso se aborda el tema desde diferentes ángulos y si algunos insisten en


“federalismo funcional” otros hablan de construcción federal sobre un plano particular,
mientras otros niegan al Derecho la posibilidad de construir fórmulas políticas
refiriéndose al proceso que describimos como una simple forma de cooperación
administrativa.

La bibliografía sobre el tema es muy amplia. Lo que queremos brevemente destacar es


que al mundo jurídico no se le ha escapado lo que sucede y que las palabras
“supranacional”, “metanacional”, “construcción federal sobre un plano particular” y
muchísimas más van construyendo todo el entramado jurídico que habrá de presidir el
mundo nuevo que crece ante nuestros ojos. La separación purista entre política y
Derecho que algunos autores establecen carece de sentido. Para ello basta referirse a los
padres fundadores de los primeros intentos de unidad europea, específicamente a
Konrad Adenauer, que siempre fijaron en lo supranacional un antídoto contra los
nacionalismos, contra el concepto de soberanía y contra el egotismo, entendiendo esta
última palabra “como un sentimiento exagerado de la propia personalidad”. Esto es, en
la concepción original de avance hacia lo supranacional había un elemento y un
propósito político claro derivado de las causas que llevaron al segundo gran conflicto
mundial. Si ese propósito político no hubiese existido obviamente no existiría la
discusión jurídica sobre el marco legal para envolver lo que estamos viendo.

Admitamos que la discusión bien puede continuar en el campo de la epistemología


jurídica, pero siempre toda forma naciente debe partir del territorio de la ontología, esto
es, del campo de la filosofía del Derecho. Las nuevas formas de organización política
requieren, ciertamente, de un marco jurídico y ese marco se ha ido construyendo
paralelamente a la materialización de las formas políticas. Las formas políticas
nacientes han impuesto la necesidad del envoltorio jurídico. Bastaría, pienso, con
hablar de Derecho Supranacional. O tal vez recurrir a una expresión del sociólogo e
historiador de las Ciencias Sociales Immanuel Wallerstein (“El moderno sistema
mundial”), conocido por sus polémicas opiniones sobre el fin del capitalismo y tomarle
prestada, de manera provisional, su frase de “inventar nuevas formas de escribir la
historia”. O, para mostrar otra cara que, al fin y al cabo nos conduce siempre al
territorio de la imaginación creativa como vía de comprender al mundo nuevo, al
superoptimista Thomas Friedman y recordar con él que el mundo dejó de ser redondo
(“La tierra es plana”)
La organización económica mundial

La cuestión no es tan sencilla como partir de Immanuel Wallerstein y afirmar que el


capitalismo se acabará en determinado número de años o proclamar con Thomas
Friedman que donde hay un MacDonald no hay guerras.

La historia es larga desde la postguerra. Había que diseñar la institucionalidad


económica y política de un mundo bipolar. Cuatro conferencias fueron necesarias para
lo segundo: Teherán (diciembre 1943); Yalta (febrero 1945); Potsdam (julio 1945);
Londres (septiembre-octubre 1945). Para lo primero la clave está en Bretton Woods
(1944), con asistencia de 45 países y donde se decide que es el dólar la reserva
monetaria mundial y donde se crean dos organismos, el Banco Internacional de
Reconstrucción y fomento (BIRF), que luego se transforma en el Banco Mundial (1946)
y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En el plano político surge la Organización
de las Naciones Unidas resultante de las conferencias de Dumbarton Oaks (septiembre-
octubre 1944) y San Francisco (abril-junio 1945). Desde 1948 el sistema de comercio
vino a ser regulado por el Acuerdo general sobre Aranceles Aduaneros y Comercio
(GATT). La Organización Mundial de Comercio nació el 1o de enero de 1995, como
consecuencia de una ronda de negociaciones que fue conocida como la Ronda Uruguay,
efectuada por los largos años que van desde 1986 hasta 1994.

Es esta la estructura del mundo económico internacional que hemos conocido en algo
más de seis décadas. Una cosa es un mundo de relaciones internacionales entre
Estados-nación y una cosa muy distinta es una reglamentación económica para un
mundo globalizado. El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha señalado algunas
de las políticas fracasadas, como la contracción fiscal y monetaria. Esto es, el mundo
económico internacional se manejó bajo la égida neoliberal.

De la muerte o enfermedad terminal de viejo Bretton Woods no se habla desde la


presente crisis, se hace desde hace muchísimos años, especialmente con la incidencia de
la crisis asiática. Los requerimientos para la transformación y adecuación de esas viejas
instituciones de postguerra ha sido una constante. El dominio ejercido por Estados
Unidos sobre BM y FMI se originó en una realidad económica mundial que ya no
existe. Es obvio, además, que ya no nos movemos en un plano de relaciones
internacionales, sino en uno de relaciones globales, diferencia a recalcar pues el mundo
que se derrumba no es el mismo que emerge.

La resistencia a todo cambio quedó de manifiesto cuando el todavía Presidente George


W. Bush insistió en que bastaba una reforma del sistema de mercado liberal, al segurar
que en momentos de incertidumbre económica no se podían estar cambiando “métodos
probados para crear prosperidad y esperanza”. Por su parte, frente a la situación actual,
el G-20 decidió una millonaria inyección al FMI que parecía destinado a la
desaparición. Podemos admitir los requerimientos de la emergencia, pero la emergencia
terminará y entonces no habrá excusa válida para enfrentar las reformas.

Tanto BM como FMI en verdad han ido perdiendo facultades y entorpeciendo


iniciativas. Numerosas conferencias de la ONU sobre bienes públicos globales y
desigualdad social se vieron obstaculizadas por las restricciones fiscales de la ortodoxia
vigente. Instituciones del viejo Bretton Woods y la Organización Mundial del Comercio
definieron las políticas macroeconómicas. Ejercieron un papel vigilante e interventor
para procurar el crecimiento, pero la reducción de las desigualdades o la pobreza en
aumento no fueron temas de su interés. Es necesario mencionar el desempeño del FMI
durante la crisis financiera asiática de 1997 ya que contribuyó al empujar a esos países a
eliminar los controles de los movimientos de capitales y a liberalizar sus sectores
financieros, favoreciendo tanto la entrada masiva de capital especulativo. El Fondo
empujó a los gobiernos al recorte presupuestario con la teoría de que la inflación era el
problema. Tal medida pro-cíclica terminó acelerando el colapso regional, convirtiéndolo
en una recesión. Finalmente, miles de millones de dólares de los fondos de rescate del
FMI no fueron a parar al rescate de unas economías colapsadas, sino a compensar las
pérdidas de instituciones financieras extranjeras.

Como un Nuevo Bretton Woods fue saludada la reunión de abril de 2009. Sin embargo,
amén de la escasa participación (20 países) –si se compara con los más de 40 de Bretton
Woods- el G-20 se dedicó a un reciclaje: Más dinero para el FMI, reflote del Forum de
Estabilidad Financiera (FSF) y el Banco de Pagos Internacionales. En verdad una
comisión de expertos en reforma del sistema monetario y financiero, presidida por
Joseph Stiglitz, ya ha hecho el trabajo para la convocatoria de una asamblea que diseñe
el nuevo orden económico global. De esa eventual asamblea podría salir un “Consejo de
Coordinación Global” y una regionalización de estructuras para enfrentar los asuntos
financieros.

Quizás debamos mirar las instituciones económicas aptas para el mundo global con la
misma óptica que hemos mirado la organización política. Para bien o para mal se
crearon normas de gobernanza supranacional, inspiradas en el modelo descrito, pero con
instituciones sin efectividad. Ya hemos hablado de las tendencias equivocadas. El
mundo se ha hecho interdependiente en los ámbitos del comercio y del movimiento de
capitales y personas, aunque falta avanzar en temas como la salud, la energía y el medio
ambiente. Con la crisis quedó al descubierto que los movimientos financieros a corto
plazo eran los peor regulados. Ya hemos llamado la atención sobre la obsoleta
distribución del poder en el seno de las viejas instituciones de Bretton Woods. Es claro
que toda reforma en la supranacionalidad del asunto económico va paralela con una
reforma en las instituciones políticas.

¿Hacia donde vamos? Vamos hacia dos millardos de pobres. Ante un mundo no polar
hay que resaltar la oportunidad de recreación de las instituciones económicas
internacionales. Es aquí donde entra con fuerza la necesidad de lo que denominaremos
el pacto social-global. El llamado Estado de Bienestar ha colapsado y se hace necesario
defender al ser humano. Es cierto que ha habido hechos como la “cumbre social” de
Copenhague (1994) territorio para una batalla seguramente equivocada entre reformistas
y revolucionarios. Lo cierto es que definir el futuro económico del mundo que se asoma
es harto difícil.

Es evidente la necesidad de reformar o de construir nuevas organizaciones globales para


lo económico. La crisis reciente puso de manifiesto la capacidad dañina del dinero fácil
y la urgencia de acelerar la evolución del sistema financiero internacional. Ese capital
voraz vivió sumido en el apetito del retorno cada vez más rápido. Sin embargo, la
degeneración toca profundamente las concepciones de lo ético y de lo moral, lo que ha
replanteado la necesidad de crear reglas restrictivas a un mercado desaforado. A pesar
de los planteamientos del G-20 parece haber países que se niegan a abandonar Bretton
Woods.

Hay que agregar, en este último concepto, lo que los economistas llaman “efecto
esloveno”, esto es, la existencia de pequeños mercados sin crecimiento y sin reformas
estructurales y sin atractivo para la inversión extranjera. Es lo que el profesor Adolfo
Castilla (Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Antonio de Nebrija)
llama “Los cinco dedos de la muerte económica”, tomando la expresión del inglés “The
five fingers of death” utilizada por las películas americanas del cine negro. Al “efecto
Eslovenia” agrega la subida continua de los tipos de interés, el decrecimiento de los
Estados Unidos, la presión fiscal al alza y la apreciación continuada de los tipos de
cambio. El peligro radica en una eventual reactivación de la crisis por una actuación
incorrecta de las instituciones reguladoras de la economía mundial.

Hay que agregar que las tensiones políticas cambian el marco en que se hacen negocios
en el mundo. Las economías emergentes ofrecen peligros de este tipo, por la disparidad
en sus ingresos. Ya, en buena parte, el éxito no depende del uso de avanzada tecnología
o de los costes sino del juego político, especialmente antinorteamericano. Sumemos la
corrupción y la inseguridad jurídica.

En definitiva, la reciente crisis dejó heridas en lo que Marcelo Manucci (Doctor en


Ciencias de la Comunicación -USal-) llama la hasta ahora “estructura económica
forzadamente idealizada”. Más aún, la crisis afectó severamente un modelo de realidad.
El nacimiento del nuevo mundo global presenta desafíos y acontecimientos inéditos.
Ahora el cambio en el manejo económico mundial o es coherente con esta nueva
realidad o marchará hacia otro ciclo de paradojas. Es necesario abandonar aquí también
los viejos paradigmas e inmiscuirse en el nuevo sentido.

Vivimos en un entorno circular en movimiento. “No hay ni comienzo ni terminación del


proceso”, asegura Jay W. Forrester, considerado el padre de la “Dinámica de sistemas”.
Stefano Zamagni (Departamento de la Economía de la Universidad de Bologna y
experto en economía del Tercer Sector Europeo) nos recuerda acertadamente que las
teorías económicas no son nunca neutrales y también que el paradigma vigente hasta
ahora llamado “neoliberal” olvida esta verdad. Ahora bien, la crisis nos planteó el
recuerdo de la reunión de Rambouie (1975), en las cercanías de París, en la cual los
jefes de los seis países más desarrollados acuerdan poner en marcha la privatización y la
liberalización. Y es precisamente eso lo que ha quedado desestructurado y donde puede
poner el énfasis de lo que yo he llamado repetidas veces el predominio de la economía
sobre la política. Y un dato que Zamagni injerta, el que las guerras civiles desde los
años 70 se han dado en gran medida por el aumento de la desigualdad (Kosovo, tutzis y
hutos, Eritrea y Somalia, Chechenia, etc.). Y por supuesto, la segunda emersión, la de
nuevas formas de totalitarismo. De allí la teoría neo-estatalista que se practica en
Venezuela, la de un Estado voraz que se lo come todo, que se enfrenta al
desmoronamiento del Estado-nación considerándolo una simple maniobra neoliberal,
olvidando que ese poder está perdido en el altar global y que no conduce más que a un
neomercantilismo.

Tal vez inspirados en el espíritu de Rambouie hoy todavía muchos sostienen “dejar
pasar”, olvidando la obligación humana de la economía. El nuevo mundo
económico tiene que estar marcado por una subsidiaridad horizontal que implica
el reconocimiento de una sociedad civil transnacional. Esto es, una buena parte de
la cooperación internacional para el desarrollo tiene que ir a la sociedad civil
organizada y no a las instituciones del Estado-nación desfalleciente. La
preocupación por lo humano conlleva a lo que ha sido mi planteamiento base
sobre el tema: la política debe recobrar su primacía sobre la economía, las
estrategias deben dirigirse a atender la pobreza creciente y las emigraciones
consecuentes, más los nuevos grandes temas como la salud, la salud ecológica y la
energía, en un envoltorio de lo humano.
La democracia en el contexto globalizado

Los males de la democracia han sido enumerados hasta el cansancio, pero de relieve han
sido puestos la desintegración del orden civil, la debilidad inherente a una mediocridad
aplastante de los dirigentes políticos y una quiebra casi irreversible en la confianza. Este
cuadro clínico ha conllevado al rebrote de totalitarismos en versiones más o menos
renovadas. No obstante, ante el cierre de los canales de la democracia del siglo XX, y
equivalente a la era industrial, surgen por doquier nuevas formas de organización que
practican una democracia deliberativa. La creación de una nueva democracia para la era
postindustrial o para el mundo global, implicará, implica ya, un traslado de los asuntos
sociales hacia las asociaciones democráticas que emergen. Aquí cabe mencionar que el
proceso de descentralización gubernamental es el camino ya asumido y sólo una
reproducción extemporánea de modelos del pasado se empeña en centralizarlo todo, no
como una forma de eficacia, sino como una manera de concentrar el poder, lo que
permita el establecimiento de un nuevo Estado totalitario. El ciudadano, es decir, el
habitante del espacio geográfico que ha abandonado el desinterés por los asuntos
públicos, está retado a un acercamiento con el otro, a la construcción de una red de
comunicación que deberá extenderse a una red de redes donde los elementos de interés
común permitan la creación de un nuevo tejido democrático.

Nacerá asi, lo que bien podemos llamar, con propiedad y exactitud, la voz de los
ciudadanos que creará el nuevo lenguaje, uno por encima de los viejos paradigmas en
que se mueven los actores tradicionales. Es necesaria la aparición de lo que en inglés
llaman moral commitments, es decir, las obligaciones morales que se asumen en el
orden de la acción común. En las democracias aparentes se burlan estos propósitos.

Si un cuestionamiento se hace presente en el mundo que se asoma es a la del llamado


“conocimiento experto” en su capacidad de tomar decisiones. Ello conlleva,
necesariamente, a un aumento de la intervención colectiva en un debate público del cual
se alejó y al cual las evidentes fallas lo han hecho regresar, esta vez para quedarse. Sólo
que los cauces tradicionales para esa expresión están obturados y así debe recurrirse a
otros medios.

En primer lugar, la incertidumbre es ahora mayor por la simple razón de que la


complejidad ha crecido. La participación colectiva pone sobre el tapete diversas
opciones, multiplicidad de criterios, variantes casi interminables. Se produce un
encuentro donde la confiabilidad va y viene, donde lo teórico y lo práctico por
momentos se hacen adversarios y donde el manejo de la comunicación pasa a ser un
elemento definitorio. En otras palabras, los errores se pueden magnificar y conllevar al
fracaso de una acción. Los desacuerdos son siempre saludables, algo que no se entiende
en determinadas situaciones políticas de alta presión. Es lo que los científicos, hablando
de su propia tarea, llaman ciencia posnormal, esto es, la apuesta es tan grande que no es
aplicable el concepto de lo más importante sobre lo menos importante, sino que los
valores se tornan horizontales y hay que recurrir a compromisos valorativos y sobre la
incertidumbre hay que colocar la ética.
Los escépticos arguyen que no hay respuesta colectiva y que la multiplicidad de
criterios produce, en cambio, la inmovilidad y la falta de toma de decisiones o, al
menos, la pérdida de su eficacia. Los realistas arguyen que las decisiones nunca resultan
neutras, que nada se logra si el colectivo no participa y, finalmente, ponen sobre la mesa
el argumento de la autonomía moral. Esto es, resulta inaceptable que otros tomen las
decisiones que afectan nuestras vidas. Por lo demás, se gana eficacia con el conjunto
decidiendo, sólo ejerciendo los derechos se aprende a enfrentar la complejidad de los
problemas y la única forma de evitar que otros decidan por nosotros es
inmiscuyéndonos. Si participamos en la toma de la decisión se reduce al mínimo
cualquier expresión de resistencia social al propósito que se busca.

Si lo queremos decir en palabras más precisas, el mundo, para bien, marcha hacia una
politización creciente. Es una buena noticia porque el abandono del interés por la Polis
ha sido la causante de una inmensa cantidad de vicios que han afectado al proceso
democrático. La lucha es por eliminar ciudadanos dependientes que esperan del Estado
y pronuncian la inefable y dañina frase: “Es que este gobierno me da”. El ciudadano,
inclusive más allá de comportarse como tal, estará sometido en el mundo que se asoma
a un permanente desafío para que asuma deberes en la comunidad socio-política a la que
pertenece y deberá procurar que esa comunidad le reconozca como miembro suyo y le
facilite el acceso a los bienes sociales.

Boaventura de Sousa Santos elaboró un modelo que denominó democracia de alta


intensidad o democracia emancipatoria. El autor portugués (Limites y posibilidades de la
democracia, entre otros varios) parte en su análisis de una demoledora crítica a lo que llama
“pensamiento democrático hegemónico”. Lo basa en un proyecto de transformación
social mediante la creación de formas de sociabilidad inconformistas, la reinvención de
la ciudadanía y la maximización de la participación política. El sociólogo lusitano
describe a la perfección las fallas de la democracia tal como la hemos conocido, en su
origen teórico, en sus procedimientos electorales y en sus consecuencias de falta de
ingerencia ciudadana, de manera que procede a reelabotrar una teoría democrática, lo
que evidentemente es absolutamente necesario en el mundo actual.

Propone una democracia radical socialista y la búsqueda de alternativas epistemológicas


para devolver la esperanza de emancipación. Los adjetivos pueden ser redundantes; por
ejemplo el adjetivo radical es cada vez más usado en Ciencias Sociales en relación a la
democracia y el adjetivo socialista se puede prestar a confusión. En cualquier caso, lo
que el investigador portugués exige es una “repolitización global de la práctica social”,
esto es, superar la mera participación electoral., lo que significa “identificar relaciones
de poder e imaginar formas prácticas de transformarlas en relaciones de autoridad
compartida”. No podemos disentir en que en el nuevo espacio público global deben
surgir actores no estatales en que el Estado coordina pero ejerce un poder compartido.
Menos sobre sus tesis de inclusión, sobre sus planteamientos de redención social o
sobre sus planteamientos en torno a una participación creciente que conlleve a nuevas
formas de poder, lo que nosotros hemos denominado las decisiones colectivas.

No estamos pensando en un modo de democracia directa. En el fondo, la variante


representativa ha materializado la posibilidad de la dictadura de las mayorías. De allí la
imperiosa necesidad de construir espacios que deliberan e influyen o determinan las
decisiones políticas. Esto es, hay que levantar sujetos políticos abiertos a la diversidad y
a la tolerancia, con suficiente poder adquirido y derivado de la práctica de lo
deliberativo. He dicho que la democracia es siempre una posibilidad en camino donde
no se congela un ordenamiento institucional y donde el Derecho no es un simple
instrumento de mineralización del pasado. La política, vista así, no es más que una
práctica continua, una transformación incesante marcada por la toma de decisiones de
los nuevos actores ciudadanos.

Hay una hegemonía que, obviando en este instante viejos factores ideológicos, podemos
referir a los partidos políticos, como monopolizadores de las prácticas de la democracia
representativa. Las prácticas articuladoras de los diversos sectores sociales emergentes
que deliberan se producirá tarde o temprano para hacer saber que terminó al fin un
predominio abusivo. Siempre aparecerá el elemento identificatorio del todo, el que
produzca el sentido común. La incompletitud de cada sector emergente encontrará la
articulación, una que puede ser circunstancial para el ejercicio de un movimiento de
poder, una que puede ser de mediano alcance para propósitos de lento perseguir o,
inclusive, el nacimiento de bases permanentes sobre la cual continuar manteniendo la
diversidad. Para lograrlo se requiere de la conformación de nuevas demandas subjetivas
que confluyan mediante un sistema de equivalencias democráticas. No se trata de
alianzas sino de un proceso de modificación de la identidad de las fuerzas actuantes.
Esto requiere que ninguna lucha se libre en términos que afecten negativamente a los
intereses directos de otras fuerzas posibles a la articulación y que subsista la
confrontación de diversas posiciones. Ernesto Laclau, virtual padre del término
“democracia radical” asegura que “La democracia es radical porque cada uno de los
términos deesa pluralidad de identidades encuentra en sí mismo el principio de su
propia validez, sin que ésta deba ser buscada en un fundamento positivo que
establecería la jerarquía o el sentido de todos ellos, y que sería la fuente o garantía de su
legitimidad”.

Cierto es que frente al nuevo mundo que aparece ante nuestros ojos estudiar la
democracia y procurar innovar en ella se ha tornado en una tarea esencial. Ciertamente
la asociación entre los factores emergentes criticará los conocimientos y los prejuicios,
se dará cuenta de la insostenibilidad de los viejos paradigmas y la claridad saliente lo
impulsará al ejercicio de la toma de decisiones. Una de las características será de
inmediato la puesta bajo sospecha de la soberbia de los “expertos”, llamados también
dirigentes partidistas. El ciudadano del mundo global no será, pues, un ser aislado en lo
político, pues tendrá muchas interlocuciones de las cuales ocuparse. La asociación
implicará que cada quien se haga representante de sí mismo. El ciudadano pasivo que
vemos en la democracia del siglo XX llegará, por fuerza, a su extinción. Lo político
regresa. La política cesará como privilegio. Las viejas complicidades se están
rompiendo. Los viejos cimientos se están hundiendo.

La democracia será intercultural en sociedades pluralistas. Un enfrentamiento tan severo


como el que se produjo entre democracia clásica y democracia moderna es lo que
configura el escenario. Ahora se trata entre la democracia representativa del siglo XX y
de la Era Industrial y una democracia a la que nosotros no ponemos adjetivos sino que
llamamos simplemente del siglo XXI.
Las sociedades del futuro

“El futuro deja de ser la prolongación de las tendencias pasadas”


André Gorz

“Las sociedades libres permiten el futuro, limitando el pasado”

Lawrence Lessig

Las sociedades del conocimiento

El futuro debe ser inventado. Un mundo termina y otro apenas se asoma entre
nebulosas. Deberemos elegir partiendo de la base que los tiempos críticos traen consigo
una libertad de escogencia que no puede ser lanzado al cesto por quienes llaman a
mantener la “cabeza fría” o se complacen en la modosidad propia del pasado que se
muere.

No se trata de recurrir a la novela especulativa o distraerse con las insólitas


proyecciones de la ciencia-ficción. Es necesario recurrir a la profundización socio-
política y estudiar la reversión de las tendencias asomadas por algunos “proyectistas del
futuro” de megacorporaciones dominando al mundo, de una crisis ecológica
irreversible, de una pérdida de la libertad en una sociedad molecular o de una pobreza
incontrolable.

Como alguien ha observado no sólo hay divisiones étnicas, nacionales o ideológicas,


sino de posición en el tiempo. Sólo una muy pequeña parte de la población mundial está
ya viviendo en el futuro, son ya el asomo de una nación global. Millones de hombres
viven en el pasado, sin que sobre ellos se lance un requerimiento de preparación para el
futuro. Muchos de ellos están organizados en sociedades que viven de antiguos
paradigmas y de normas obsoletas. En el campo de la organización política se aferran a
principios que sólo pueden ser dados como obvios, mientras una clase dirigente
periclitada sigue utilizándolos para mantener en el único sitio que pueden vivir: en el
ayer. Son las que bien podemos llamar las sociedades del pasado, como la venezolana.

El único objetivo posible de las instituciones políticas es el logro de la mayor dosis de


felicidad posible para los ciudadanos. En la tranquila mediocridad de las pequeñas
almas no cabe la apertura hacia nuevas formas de organización social y de formas
políticas. En el campo de la evolución sociopolítica son como pequeñas tribus detenidas
en el tiempo. Para estas tribus que impiden el acceso al futuro, la máxima felicidad
posible es el mantenimiento de las estructuras obsoletas y del pensamiento decaído.

No voy a retomar a Deleuze con las diferencias entre sociedades disciplinarias y las de
control, tema que ya he abordado en libros anteriores ni las muy estimables precisiones
de Foucault sobre el tema. Tampoco voy a abordar el nihilismo o el cinismo del hombre
contemporáneo también tratado con anterioridad. No voy a inmiscuirme en la
manipulación genética, en la mutación antropotécnica o en la crisis de la cultura, que
seguramente merecerá un espacio aparte.

Están cambiando la forma en que las personas se comunican, interactúan e intercambian


información. Cambiará la economía, cambiarán los gobiernos, pero sobre todo
cambiarán las sociedades. Es evidente que habrá competencia entre los mercados
locales, regionales y globales, lo que paralelamente traerá una interdependencia
económica, social y ambiental que producirá efectos notables. Los cambios se sentirán
en el lugar en que trabajamos, en que producimos, donde aprendemos y como
delineamos las diferentes fases de nuestras vidas. Podemos definir los cambios como el
de transición hacia unas sociedades del conocimiento.

Ello implica que en el contexto de las negociaciones por el futuro entra de pleno un
nuevo participante: la sociedad, porque la sustitución de una sociedad informada por
una sociedad comunicada implica necesariamente –sin obviar los peligros totalitarios-
la persecución de objetivos democráticos, de desarrollo sostenible y de igualdad de
género. Para lograrlo, las sociedades irán construyendo lo que se ha denominado “un
entorno habilitador”, uno que permita su ascenso. Es por ello que el brote totalitario
paralelo trata de cortar de raíz la posibilidad de la comunicación. El “entorno
habilitador” pasa por crear condiciones culturales, económicas, sociales y políticas que
permitan el pleno desarrollo de la persona humana.

Por ello, el conocimiento se alza como el factor determinante de movilización de los


procesos. Esto es, la construcción del conocimiento se inserta en la concepción misma
del desarrollo, lo que conlleva a la redefinición de visión, paradigmas, capacidades
técnicas, metodológicas y financieras. Para ello se debe recurrir a la lógica y al
pensamiento lateral, a la concepción espacial y a un incremento de la inteligencia
intrapersonal relacional. Un poco más allá, la información básica es la que se genera, no
tanto la que se recibe. Esto es lo que se ha dado en denominar las sociedades del
conocimiento, la definición que aceptaremos para referirnos a la organización social del
futuro.

Se trata de unas de aplicación intensiva del saber, una donde el saber pasará a ser el
principal valor. La complejidad del mundo que emerge implica la tarea esencial de
preparación de lo humano. Einstein, con su habitual capacidad anticipativa, ya lo
afirmaba en la década de los 40, al asegurar que “los imperios del futuro van a ser
imperios del conocimiento”. El físico utilizaba todavía la palabra “imperio”, pero es
comprensible para la fecha en que lo dijo. Hoy los conceptos han sufrido serias
modificaciones, como por ejemplo la desaparición de la sociedad de la información
donde se reclamaba que los massmedias emitieran, para pasar a una sociedad horizontal
de comunicación. Queda claro, entonces, que información y conocimiento son cosas
muy distintas, dado que el conocimiento es la interpretación de los hechos.

Está claro, también, que la sociedad del conocimiento está directamente relacionada con
la tecnología, léase Internet con sus web, su correo electrónico o sus blogs, lo que
algunos llaman era tecnotrónica. Debemos admitir que inicialmente fue definida como
“sociedad de información” la que se asoma, pero el término fue rápidamente rechazado
porque evidentemente se presta a confusiones conceptuales de fondo, sobre todo porque
se fue identificando con un planteamiento ideológico concreto, cuando la verdad es que
el conocimiento se alza también por encima de las ideologías. Hay, pues, una razón
fundamental para definir al futuro como sociedad de conocimiento: se alza por encima
de lo meramente económico, para llegar a las transformaciones sociales, culturales,
políticas e institucionales. Y una última corrección: la palabra sociedad en singular
implica uniformidad, de manera que adoptamos en plural, sociedades del conocimiento.
Por lo demás, Antonio Pasquali hace tiempo dejó claro que información implica
unidireccionalidad, mientras que la comunicación implica el intercambio de mensajes
entre interlocutores habilitados. La UNESCO ha tomado el tema con la seriedad que se
merece y ha publicado diversos documentos, como el informe Hacia las sociedades del
conocimiento, presentado en París por el Director General Koichiro Matsuura,
documento que puede encontrarse, y ser bajado, en Google y cuya lectura recomiendo.

En Gestión de redes para el desarrollo sustentable Hugo Dutan señala los elementos
que marcan el cambio: Visión del mundo y paradigma internacional de desarrollo en
crisis, cuestionamiento de la naturaleza, rumbo y prioridades del desarrollo, premisa
externa para el cambio y revolución tecnológica. En resumen, no se acepta ya la visión
mecánica para el desarrollo, los efectos negativos para la población humana han sido
graves (pobreza, desigualdad, brechas económicas y tecnológicas) lo que es rechazado,
el entorno cambia aceleradamente y hay que establecer nuevos modelos de gestión.

Algunos autores han hablado de “consumo de saber” como característica de la nueva


organización social. Los países ricos generan conocimiento y esa es su mayor distancia
con los pobres, una mucho más grande que la existente en los niveles de ingreso. El
tema no es fácil, pues implica desde problemas de transferencia y ruptura de
monopolios sobre la propiedad intelectual hasta el cuestionamiento de la ciencia
fundada en la razón, pasando por los llamados saberes locales como fundamentación del
conocimiento emergente.

Dutan nos recuerda el llamado “triángulo de la sustentabilidad”, esto es, “la


fundamentación u orientación del desarrollo, las capacidades y la credibilidad como
aportes a la sustentabilidad de las organizaciones e instituciones desde la perspectiva
de la conformación de redes, en donde la construcción de conocimiento se convierta en
el ordenador de relevancia”.

Es evidente que el nuevo paradigma es la reflexividad como opuesto al viejo paradigma


de la objetividad, a la complejidad como sustituta de la simplificación, de los simples
diagnósticos a toda posibilidad de creación en todos los sentidos posibles. Para ello es
necesario hacer sensible a la conciencia a lo latente y profundo.

Genios siempre habrá, pero hoy, en este proceso indetenible hacia las sociedades del
conocimiento, la inteligencia deja de ser un asunto individual para pasar a ser un punto
colectivo. Por eso ya no cabe el líder mesiánico. El líder de estos tiempos es el que
suministra insumos en procura de la decisión de la multitud. En el mundo que llega la
inteligencia que prevalecerá es la colectiva y la sabiduría será posesión de la multitud.
Tratemos de hacer de Venezuela una sociedad del conocimiento.
La cultura en el mundo global

El enfoque cultural del proceso de globalización implica escapar de un economicismo


trasnochado al que lo reducen algunos analistas. Si tenemos que mirar al mundo como
un proceso multidimensional y a la cultura como el medidor supremo del desarrollo,
podemos escapar de los simplismos. La construcción de una red de redes en diferentes
planos interconectados debe llevarnos a una profundización de los peligros de
homogeneización y al análisis de cómo la diversidad (tradiciones, lenguas, identidades)
se insertan en esta nueva realidad global. El simplismo de que globalización es
MacDonald en cada sitio no parece apropiado para una investigación seria, pero la
llamada “izquierda caviar” allí se sitúa, en la reiteración del peligro de imposición de un
pensamiento único.

Una cosa es el comportamiento de los llamados centros del poder, tal como han existido
y existen, y otra la diversidad repotenciada de manifestaciones culturales que se insertan
en la globalización saliendo, algunas, del desconocimiento y haciéndose universales
mediante los medios de la nueva comunicación horizontal.

Uno busca en los sistemas de organización continental más avanzados, léase Europa, y
encuentra la preocupación por la cultura. En los documentos europeos sobre cultura se
proclama hacer de la diversidad el principio de la unidad. Es más, se recuerda con
acierto, que antes de los primeros acuerdos sobre el carbón y el acero, esto es, antes del
inicio de la construcción económico-política de Europa, lo que unía al llamado viejo
continente era la cultura. No puede encontrarse en la unificación europea ejemplos de
irrespeto a las diversidades culturales de los Estados miembros. Lo que ha sucedido es
lo contrario, la exposición del público europeo a una variedad que antes o era imposible
o que presentaba trabas. Sin embargo, la Comisión (órgano ejecutivo de la UE) no ha
dejado de advertir, en sus comunicaciones al Parlamento y demás órganos comunitarios,
sus preocupaciones por sociedades cohesionadas o interculturales. Principios como la
paz, el entendimiento mutuo y los valores compartidos, los derechos humanos y la
protección a las diversas lenguas, pretenden introducir a Europa mucho más que un
poder económico, sino un proyecto social y cultural. Hay que reconocer otros esfuerzos
de índole cultural como la Fundación Euromediterránea para el Diálogo de las Culturas
en Alejandría o programas como “Invertir en las personas” o como “Promoción de la
cultura como catalizador para la creatividad (Estrategia de Lisboa para el crecimiento y
el empleo)”. En términos precisos, el ejemplo más avanzado de unidad regional nos
muestra todo un panorama de defensa cultural, contrariamente al vaticinio de
uniformización. Otra cosa es el trato a las migraciones, como veremos más adelante.

En el 2007 se produce un documento de relevante importancia. La UNESCO pone en


vigor la “Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las
Expresiones Culturales”. La Iglesia Católica, a través del presidente del Pontificio
Consejo de la Cultura, monseñor Gianfranco Ravasi, ha llamado la atención sobre la
necesidad de la preservación de la multiplicidad cultural pidiendo equilibrar el lenguaje
universal y las características propias de cada cultura relevando la dimensión del arte.
Admitamos, no obstante, que el temor existía en algunos: la sepultura de la cultura
local. Lo que ha pasado es todo lo contrario, se ha reordenado esa cultura y en muchos
casos se ha hecho igualmente global. Lo que ha sucedido es que ha surgido una nueva
manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la
inversa. Es obvio que los cambios culturales se producen en diversas áreas, como el
trabajo y la comunicación y en todos los planos de la nueva ecuación, incluyendo en el
interior de los territorios delimitados por la división llamada fronteras.

No puede pretenderse que la globalización, y menos la cultura en su seno, sea un


proceso homogéneo. Por el contrario, es necesario esperar contradicciones y conflictos.
Todo es aquí fragmentario, diverso, por definir. La cultura tiene que ver con todo lo
creativo y cuando diversos modos creativos o formas de crear o resultados creados se
encuentran se produce un enriquecimiento global. Es obvio que ello conduce a una
heterogeneización agudizada, pero una ya preexistente en la condición misma de
existencia de las culturas que se encuentran.

Hipercomplejidad vs. Pensamiento único

Hay que admitir, no obstante, que el sacar el proceso de globalización de donde algunos
pretenden encallejonarlo, esto es, en lo económico y luego, en menor cuantía, en lo
político, para llevarlo al terreno de lo socio cultural, plantea exigencias epistemológicas
de hipercomplejidad y exigiría el abordaje de temas como el caos, la autoorganización,
los fractales y los conjuntos borrosos. Manuel Castells (La era de la información, la
ciudad y los ciudadanos, La galaxia Internet) insiste, en un análisis volcado hacia lo
comunicacional, en una “virtualidad real”, es decir, los símbolos se convierten en
experiencia real y donde cambia el concepto de poder y hasta la razón lógica. Ello
conlleva a lo que ya hemos señalado, a la construcción de redes como nuevas formas de
poder y al renacer, en todo su esplendor, de la vida local. Es algo que podríamos llamar
con Zigmunt Bauman (Liquid modernization, Globalization. The human
consequences) el fin de la geografía, un fin que afecta desde el amor y los vínculos
humanos hasta el arte mismo. Quizás sea Bauman el primero en haber utilizado el
término “glocalización”, para poner de relieve los daños de una mirada unilateral, es
decir, mirar sólo desde el punto global perdiendo de vista lo local. Y es aquí, creemos
nosotros, de donde hay que mirar el asunto cultura en el mundo global, cambiar el
sentido de la mirada, algo que no puede entender la “izquierda caviar”.

Estamos, pues, ante una situación que hemos denominado de multiculturalismo lo que
requiere una mirada multidimensional. Y, obviamente, ese rescate rechaza lo global
como simple homogeneización. Al fin y al cabo, lo global multiplica lad
interdependencias.

Frederic Munné, (De la globalización del mundo a la globalización de la mente)


analiza el tema manejando puntos como las relaciones no lineales, dinámica caótica,
organización autógena, desarrollo fractal y delimitación borrosa. Brevemente: la
globalización no es una sucesión lineal de causas y efectos, de manera que hay que
leerlo como un hipertexto, insiste Munné, señalando que “un contexto lineal o no lineal
muestra realidades distintas: en aquél, la incertidumbre es desconocimiento que emana
de la información faltante, mientras que en este pasa a ser fuente de conocimiento en
tanto que emana de la información emergente”. Caótica, porque estamos ante un
sistema hipersensible a las variaciones, aunque sean pequeñas, lo que indica que
subyace el caos, lo que paradójicamente lleva a concluir que no se está en un desorden
sino ante la génesis de un orden. La complejización aumenta la posibilidad de
organización dado que en lo local pasa a residir la creatividad emergente, de manera que
no hay posibilidad de repetición de mimetismo o de clonación, puesto que al
fractalizarse la sociedad genera una iteración creadora.

En otras palabras, la tesis del “pensamiento único” es un trasnocho de una izquierda


perdida. El contexto global, per se, exige voces múltiples. La tesis del “pensamiento
único” plantea que este debe ser impuesto, dado que no se generará de manera
espontánea. La pregunta es: ¿Cómo “imponerlo” a una sociedad cada vez más
compleja? Estamos aún en la fase del avance tecnológico. Munné nos recuerda que
apenas estamos entrando en el cambio de la cultura inmaterial, lo que yo he denominado
como “la lentitud en el avance de las ideas”.

El mercado no establece tradiciones porque por esencia se deriva de una obsolescencia,


como tampoco puede crear vínculos societales o engendrar innovación social. La
imagen del MacDonald en cada esquina nos llevaría a preguntar, por ejemplo, que
ingredientes o condimentos o adaptaciones sufre la hamburguesa para adaptarse al gusto
hindú en ese local que esta en el centro de Nueva Dehli. La presencia de ese
establecimiento en la India lo que indica es la existencia de una empresa transnacional
que vende determinado tipo de alimentos, no una construcción de sentidos. Lo que
garantiza el progreso humano es una dialéctica de las culturas. Esta navegación global
de las mercancías tiene, pues, un efecto limitado, si bien dentro de esa limitación
modifica comportamientos, como lo hemos señalado, desde el lugar del trabajo hasta la
manera de ejercerlo, desde modificaciones en la vieja organización familiar hasta
cambios en la psicología dado que ahora tendremos una preocupación global adicional a
las antiguos intereses. Todo eso es verdad y no negamos la existencia de un peligro,
como siempre existió en todo cambio de la organización del hombre, en todos sus paso,
desde lo tribal, a la Ciudad-estado, al Estado-nación, sólo por mencionar tres.

No olvidamos serios problemas, como la concentración de un monopolio tecnológico,


los derechos de propiedad intelectual, las patentes o hasta las acciones intencionales y
planificadas dirigidas a absorber o a implantar. Hay que ejercer la defensa y ello pasa
por la selección de lo que se quiere absorber desde un ángulo de la multiculturización lo
que permita reestructurar en beneficio de un desarrollo humano sostenido.

Por doquier se realizan cumbres, seminarios, reuniones y asambleas en procura de la


defensa de la diversidad cultural. Nadie puede pensar que los hombres asisten al
proceso sin tomar precauciones. Las organizaciones van desde “Coalición Internacional
de ciudades contra el racismo” hasta migraciones, que es otro tema de vital importancia,
desde la iniciativa de la UNESCO de la “Convención para la Protección y Promoción de
la Diversidad de las Expresiones Culturales" hasta la "Convención Internacional para la
Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial" hasta la “Declaración Universal sobre
el Genoma Humano y los Derechos Humanos” hasta la “Declaración Universal sobre la
Bioética y los Derechos Humanos” . La humanidad ha entendido los riesgos de todo
cambio y se blinda contra cualquier desviación impertinente.

Tomemos, a manera de ejemplo, una institución, la “Organización mundial de


propiedad intelectual” y vayamos hacia la llamada “Declaración de Ginebra”. Allí se
advierte con claridad meridiana sobre el no acceso a medicamentos esenciales, sobre
una desigualdad moralmente inaceptable en el acceso a la educación, al conocimiento y
a la tecnología; sobre prácticas anticompetitivas en la economía del conocimiento; la
concentración de la propiedad de los recursos biológicos y culturales; sobre como los
intereses privados malversan los bienes sociales y públicos. Resaltan, en la otra cara de
la moneda, campañas exitosas para el acceso a medicamentos para combatir el SIDA,
bases de datos sobre el genoma humano, proyectos de software libre y de código
abierto. Y proponen sistemas alternativos de redistribución para permitir el acceso a los
trabajos culturales, reglas de responsabilidad compensatoria, formas de evitar el uso
monopólico en la ciencia y en la tecnología y asoma una agenda para el desarrollo y la
defensa. Promueve un “Tratado para el Acceso al Conocimiento y la Tecnología” y ya
está allí la “Declaración de Doha de la OMC sobre Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC) y Salud Pública”.

Los que creen que el hombre está inerte y sus mecanismos paralizados viven en la
estratósfera. La batalla conceptual y práctica a favor de la justicia, el equilibrio y de la
defensa cultural, como la adopción de mecanismos para conseguir los objetivos, se da
cada día.

El asunto de la identidad

Se ha venido considerando como “identidad” la pertenencia a un país, a una ciudad o a


un pueblo, a una lengua, una etnia, una religión, en definitiva a aquello en que nos
reconocemos como miembros de una comunidad. Se pertenece a un grupo o a un
sistema de valores. La desterritorialización que empuja el proceso global va dejando
esta idea atrás. Estamos, entonces, en una transterritorialidad donde se hibridizan los
productos culturales y donde nos manejamos en varios círculos de identidad, la que así
se hace pluralista, pues apostamos al intercambio y no al cierre en la nostalgia.

La identidad pasa a ser una noción que se forma en varios frentes simultáneos, lo que
algunos han llamado las “lealtades múltiples”. Esto no es homogenizarse como
“ciudadano del mundo”. Se pasa a ser ciudadano del mundo, pero también ciudadano de
otros planos de intereses localizados.

Un ciudadano alemán o italiano siente sus identidades, la de pertenecer a una nación, a


un continente y a un mundo en formación. Así, sus identidades serán la alemana o la
italiana, la europea y la global. El desarrollo de la propia identidad es simplemente
complementario a la apertura global. Hay que admitir, no obstante, que el asunto de la
supuesta pérdida de la identidad ha sido puesto sobre el tapete, seguramente por una
inicial confusión terminológica. Aquí el quid radica en una ampliación de la identidad.
Ahora pensamos al hombre como una apertura que demanda la coexistencia de diversas
dimensiones. Quizás habría que echar mano del viejo precepto latino unum in diversis
para resaltar que la universalidad que se nos presenta como desafío es la unidad que se
realiza en la diversidad. Visto así, identidad y universalidad no son más que polos
complementarios. Ahora, el concepto de identidad implica el encuentro con otras
identidades.

Podemos mirar a la identidad como una creación colectiva que ya no puede basarse en
el culto a sus propias raíces y tradiciones, sino en el encuentro con otras localidades,
regiones, continentes y grupos.
Ya los llamados “términos de dominación” no pueden plantearse en los polos Norte-
Sur, sino en lo que se llama redes de inclusión. No hay una cultura global
indiferenciada, aunque por supuesto debemos tomar en cuenta la aparición de los
llamados “valores cosmopolitas” transmitidos por esas redes de inclusión, lo que nos
llevará más adelante al problema de la comunicación. En el plano cultural podemos
hablar de las identidades como freno a una globalización comunicacional incontrolada.

En cualquier caso, el problema, desde este ángulo, estaría, está, en la imposibilidad, que
para muchos todavía existe, de comunicar una identidad. Y más allá, en la
incomunicación entre identidades. La identidad en este nuevo mundo se entiende
partiendo de los efectos evidentes, como el distanciamiento entre tiempo y espacio, la
desterritorialización de la producción cultural, el reforzamiento de las identidades
locales y la hibridación. Ya en un libro anterior señalé que el día y la noche no eran más
equivalentes a la salida y a la puesta del sol. Estamos en un nuevo concepto de tiempo y
es precisamente este concepto lo que nos permite ser al mismo tiempo locales y
globales. Vivimos en el mundo de la instantaneidad. Por si fuera poco, debemos
considerar el crecimiento de la migración, esto es, múltiples culturas se reproducen lejos
de sus puntos de origen.

Por otra parte, lo que podríamos llamar “identidades transnacionales” vinculan a grupos
en una relación más intensa que cualquier otra, digamos los jóvenes de aquí y allá o a
las mujeres en su luchas contra las discriminaciones que persisten.

Migraciones y cultura

Migraciones humanas siempre hubo, pero en este mundo global se les toma con especial
interés. La ONU habló en el 2005 de 191 millones de personas. Es uno de cada 40 de
los habitantes del mundo subdesarrollado. En estos momentos son las normas
restrictivas las que prevalecen. Algunos se mudan con relativa seguridad, pero otros no
tienen ninguna. Algunos lo hacen por guerras civiles, persecuciones políticas y los más
por razones económicas. Europa se protege con una “Agencia para la Protección de las
Fronteras Exteriores”. Algunos países hacen esfuerzos por regularizar a los extranjeros
ilegales, otros –caso de Estados Unidos- se debaten en una interminable puja por
encontrar una solución. Buena de parte de estos ciudadanos que cambian de residencia
viven en condiciones deprimentes, bajo constantes violaciones de sus derechos
humanos. Se exagera sobre los porcentajes de flujo migratorio y se exagera sobre
ilegalidad y criminalidad y se exagera sobre la competencia en el mercado de trabajo,
pues buena parte de esos ciudadanos realizan trabajos que la gente del mundo
desarrollado ya no quiere para sí.

Esa población migratoria generalmente se ve afectada por la discriminación, coacción a


la asimilación y otros procederes lo que conlleva a un movimiento de defensa frente a
las pretensiones de asimilación. Es necesario recordar que los diversos flujos (objetos,
personas, imágenes y discursos) no son convergentes y que tienen velocidades
diferentes y diferentes relaciones. Ciertamente, quienes emigran producen cambios no
sólo en su destino sino también en su lugar de origen. Estamos frente a un proceso
complejo, ni único ni original, pero que ahora debemos medir con los términos de la
globalización.
Es necesario admitir que las nuevas identidades se construyen a través de una
transgresión sistemática. Hay que hablar de “hibridación cultural”. Es difícil entender lo
que cambia y la manera como lo hace. Estamos en lo que será un proceso largo y
multifacético, uno irreducible a categorías simplistas. Quizás la palabra “glocalización”
(de globalización y localización) sea la más adecuada de este entrelazamiento al que
asistimos.

La búsqueda de la interpretación

El hombre pierde los envoltorios protectores a los que estaba habituado y se cierra en
nuevas manifestaciones de nihilismo y cinismo. No obstante el hombre busca su
interpretación. Esa vendrá dada en un personalismo social y en una relacionalidad en
todos los ámbitos. Es probable –al menos lo queremos creer- que estemos en las puertas
de un nuevo humanismo social. Todos los indicadores apuntan que en el mundo
globalizado la cultura creativa del ser humano prevalecerá sobre otras consideraciones,
inclusive las directamente vinculadas a las empresas capitalistas, donde se acentúa su
dependencia de la gente que para ellas labora.

En verdad la globalización acentúa la propia identidad y provoca reacciones frente a lo


puramente racional. Ejerce una presión para decidir cerca de uno mismo e invita al
holismo frente al pensamiento unidisciplinario. Estímulos existen para que seamos
optimistas frente a un proceso de reconsideración social del hombre. El destino
indefinido es siempre incierto, pero la salida siempre pasa por un reconocimiento del sí
mismo. Todo proceso de individuación conlleva a la autoafirmación y esta al
pensamiento propio. Dicho en otras palabras, el hombre cínico y nihilista buscará ser
protagonista de su propia historia y de la historia de los demás. Allí debemos dirigir
nuestros esfuerzos.

Estamos ante un cambio social, uno crucial, pero uno que debemos mirar en la
multiplicidad de ellos que se han producido. Para mirarlos se recurrió primero a la
Filosofía de la historia y se desplegó una Teoría General de la Sociedad. Luego se
introdujo la noción de evolución social y el materialismo histórico, finalmente, un
concepto polémico de desarrollo. Ahora se asoma la tesis de la homogeneización, tal
como lo hemos visto. Los escépticos elencan los eventuales males.

El sociólogo inglés neomarxista T. B Bottomore (Introducción a la sociología) trazó,


una diferenciación al colocar las teorías sobre la evolución social en dos vertientes, las
lineales y las cíclicas. Entre las primeras, cita todas aquellas que hablan del cambio
acumulativo, como aumento del conocimiento, de la complejidad y el movimiento hacia
la igualdad socio-política. Entre las segundas aquellas que vuelven a una Filosofía de la
Historia. Para él, sin embargo, es el aumento del conocimiento un factor determinante
de un cambio social, tesis que se corresponde con lo que ahora vivimos.

Alain Touraine (Un deseo de historia) estudió la aparición de los valores y como
impulsan la acción de las colectividades y fijó dos posibilidades para estudiar el cambio:
historicista y evolucionista.

Podríamos continuar elencando teorías, clasificaciones y variantes, pero nos limitamos a


señalar la multiplicidad de miradas que se dirigen sobre el hombre.
Antes que enumerar teorías prefiero referirme a la necesidad de una reflexión filosófica
sobre el hombre, sin entrar en distinciones entre filosofía y cosmovisión. En cualquier
caso es menester tener una visión de conjunto sobre el hombre y el mundo en que actúa.
Así, las críticas que hemos advertido sobre la era industrial, con sus conjuntos
alienantes, y para lo cual sirvió estudiar a Marx, nos llevan a bosquejar la globalización
como una contrapartida del hombre-masa. Los fines estrictamente humanos
desaparecieron en una sociedad industrial proclive a fomentar una existencia
impersonal. Ese es el hombre que estamos heredando, el mismo que enfrenta la nueva
perspectiva y al cual, creemos, hay que señalarle la imperiosa necesidad de conformar
una voluntad.

Peter Sloterdijk (Esferas) ha trazado una “imagen de pensamiento” que le permita al


hombre ser en el mundo como un espacio de apertura a lo ilimitado. Este es el principio
cardinal que hago en mis consideraciones. Tenemos a un hombre dominado por la
apatía y el conformismo con el consecuencial aplastamiento de la idea democrática. Lo
que Sloterdijk busca es un nuevo análisis del dinamismo social (lo cual incluye todas
sus facetas) y volver a definir lo que es real. Esto, es, la globalización carece de sentido
si no se observa como objeto teórico lo cual implica reconstruir el motivo de la “esfera”.
Hay que analizar, en consecuencia, el enfrentamiento entre la modernidad terminada y
la globalización asomada y en vías de ejecución en una clave espacial, lo que quiere
decir que la cultura en este nuevo mundo abandona un modo unilateral de actuar.
Vamos hacia un mundo denso y así cabe definir densidad como la posibilidad de un
agente de encontrarse a otro sobre el cual actuar. Y he aquí el elemento que los lectores
seguramente se plantean: como es la estructura de los procesos de decisión que hacen
pasar la teoría a la praxis. El hombre de la era terminada actuaba en la incertidumbre,
una que continúa sólo que ahora, el hombre debe pasar a ser uno que está en capacidad
de auto aprovisionarse de razones suficientes para pasar de la teoría a la práctica. Y ello
implica un proceso deliberativo interior, uno que excede a la aplicación universal de los
derechos humanos, por ejemplo, sino de la convicción pragmática de que significa
libertad o moral. Así, la comunicación que sustituye a la información adquiere un rango
ontológico, porque es de esta manera que el mundo podrá definirse para bien. Y para
bien es que esa comunicación sea para poner frente a frente dimensiones donde los
grupos sociales se obligan recíprocamente a desistir de actuar por un interés unilateral y,
en consecuencia, a procurar entre todos el bien común.

Por doquier se celebran conferencias y simposios buscando las llamadas sociedades


sustentables del futuro. Quizás no se realicen con la frecuencia que los imperativos las
requieren, quizás abundan en exceso de consideraciones o quizás caen en la inoperancia
que el propio Sloterdijk señala a las organizaciones internacionales presas de una
manifiesta incapacidad para llevar a cabo sus loables propósitos.

Aún así las palabras crean mundo, conforme al antiguo adagio, y se habla, por ejemplo,
de economías del conocimiento para abrir actividades de valor agregado intangible. Lo
cierto es que cada vez es más notoria la presencia de organizaciones sociales
participando en eventos de definición del futuro lo que hace realidad el entorno
habilitador. Así saltan expresiones como sociedades de la comunicación incluyentes y
equitativas, el rechazo a expresiones como el de “neutralidad tecnológica”, el apelo a
una sociedad visionaria, el rechazo al desarrollo basado únicamente del rédito
económico y el apelo a nuevos mecanismos para canalizar los recursos financieros de
manera vinculada a la solidaridad social.
Los desafíos que el nuevo mundo plantean son tan abundantes como para retar al
hombre a dejar su narcisismo, su encierro nihilista y su cinismo manifiesto en la era que
termina y en este interregno de incertidumbre conservada. El paso esencial es un apelo
al hombre a profundizar en sí mismo, en convertir la reflexividad en un motor del
devenir social.
Crociverba

La comunicación en el mundo global

Deberemos comenzar por decir que la comunicación no es otra cosa que la expansión de
las conciencias. La incomunicación del hombre actual ha impedido su plena realización.
El “darse cuenta” no es un proceso fácil. La comunicación principalmente entre
distintos grados de conciencia, produce cambios cualitativos. La insuficiencia de la
comunicación conlleva a la sustitución con imágenes como método simplificador. Es la
famosa tesis de Platón en “La caverna”. Los medios masivos de difusión no son
inocentes, pues ven desde sus propios intereses. La comunicación horizontal que nace
puede permitir el despertar ciudadano, el “darse cuenta”.

Debemos mirar, entonces, la comunicación como un derecho, como uno que es distinto
al de estar informado por la simple razón de que no existen “productos neutros”. El
mundo mediático llega a su fin para abrirle paso a un mundo comunicacional y lo será
no sólo por los avances tecnológicos que lo permiten sino por el acceso a esos medios.
Las formas políticas han dependido de la información unidireccional. Ahora deberán
depender de la comunicación horizontal.

Conocemos los graves problemas del planeta. El nuevo mundo está naciendo en medio
de serias injusticias. La comunicación es la panacea para la conformación de nuevas
mentalidades. Son necesarios nuevos marcos éticos, bajo nuevas formas políticas y con
nuevos grados de conciencia.

La única manera de salir del “no me doy cuenta” es mediante la comunicación.


Comunicarse es establecer relación con el otro (con los otros) para intercambiar
mensajes, información e ideas. La reconfiguración del orden físico y espiritual ha estado
asociada a los medios de comunicarse. Muchos de esos medios inventados por el
hombre han contribuido a su alienación. En el mundo global que se asoma debemos
llevar la comunicación a grado de medio de liberación.

El intercambio de ideas se concreta en ideas nuevas que al anunciar salidas novedosas


reducen la incertidumbre. Por supuesto que los medios tecnológicos de hoy son la clave,
pero la invención humana no terminará y aparecerán nuevas maneras. Hoy debemos
ocuparnos de las disponibles, sistemas, herramientas, software, redes, bases de datos.
Son herramientas, el desafío está en que permiten conformar sociedades del
conocimiento donde el mundo pasa a centrarse en el capital humano. Los llamados
medios de comunicación de masas emiten el mismo mensaje, en infinidad de casos
manipulado de acuerdo a los intereses del emisor, esto es, en el fondo medios
impersonales, mientras ahora la comunicación es personalizada y permite la interacción.
En Internet caben todos los medios que hemos conocido, por lo que se convierte en algo
más que un medio en sí, dado que universaliza el conocimiento, impide la manipulación
en mucho mayor grado que la que se produce en los massmedias, integra y personaliza.
Debemos admitir que en países como Venezuela la tecnología se toma como juguete y
no como elemento de liberación. Se habla de seis millones de venezolanos conectados a
la red pero el ejercicio práctico de buscarlos para una comunicación resulta imposible.
En pocas palabras, los venezolanos no hemos aprendido a comunicarnos.

Los medios

Los medios tradicionales poderosos tienden a la fusión, pero también se multiplican los
medios locales. Los periódicos impresos incluyen video y audio y los que no son
capaces de producir una innovación en la manera de hacer periodismo desaparecen,
pues nadie los compra para enterarse de una noticia que ya fue difundida masivamente
horas y días antes. Los medios locales divulgan la vida de la colectividad a la que
sirven. Estamos antes fenómenos paralelos: se acentúan las transnacionales de la
comunicación y pululan nuevas expresiones regionalizadas, las grandes cadenas
globales y los medios localizados.

Es cierto que cada día cierran pequeños diarios abrumados por la falta de publicidad y
que los publicistas se están planteando una emigración en masa hacia Internet.
Paralelamente se multiplican los millones de sitios web o blogs. A la vuelta de los años
los periódicos como los hemos conocido parecen condenados. Es esta la revolución
verdadera en el campo de la información. Es de lógica que se produzca una
concentración y abundantes fusiones, pues de otra manera les sería muy difícil la
supervivencia.

Variantes de defensa o aniquilamiento y cierre, lo cierto es que los medios tradicionales


de información están en peligro. Deberán buscar nuevas formas, pues los actores
sociales somos o seremos todos comunicadores. Los parámetros sociales son ya
parámetros comunicativos. El periodismo se origina en el acontecimiento que se torna
informativo al ser incorporado al discurso del medio. Los medios ordenan la
importancia, pero están perdiendo esa capacidad. Ahora la interrelación detecta cuando
una noticia es ocultada de manera intencional.

En la red se pueden utilizar toda clase de recursos, es obvio, pero la diferencia estriba en
que no es estática y además rompe el carácter lineal de la comprensión y rompe el
carácter inamovible del texto. Los roles se han invertido, pues es el receptor el que
dirige el discurso y no el emisor. Con Internet la sociedad reclama su cualidad de
productora y hace perder a la llamada sociedad mediática su monopolio. Además,
productor y receptor pueden ser el mismo sujeto. Ahora enfrentamos un proceso
reconstructivo de la realidad.

Ahora bien, la publicidad fue un elemento necesario a la era industrial. Ahora el prefijo
pos se ha agregado también a la vieja palabra para constituir pospublicidad. En otras
palabras, si la publicidad era tan necesaria como las máquinas para la producción, ahora
la producción se enlaza con comunicación y la publicidad se ve relegada a un elemento
decorativo en las oficinas de las empresas. Lo que las empresas procurarán, en lugar de
hacer público lo que producen, será extender la comunicación con la sociedad abierta,
en la cual la publicidad pasa a ser una rama más, pues lo esencial será compartir
conforme a los intereses de los emisores, pero con la variante de que pasa a ser vital el
feed back absolutamente separado de la compra del producto que era la respuesta a la
publicidad. A todas estas variantes deberán adaptarse quienes emigren a Internet. Lo
que ahora nos interesa destacar es que al transformarse la vieja publicidad arrastra con
ella a los viejos medios receptores de los pagos publicitarios. La verdadera oposición a
los medios masivos es Internet.

El pilar de la comunicación

En la comunicación reposa buena parte del hecho globalizador. Sobre ella, y a través de
ella, se interconectan las culturas, se alza como un corte transversal sobre todos los
aspectos y en el eje fundamental de la proyección social. La posibilidad de ejercicio de
las modernas técnicas compartimenta las audiencias, en una compactación que,
paradójicamente, comienza con una ruptura de la homogeneización y se hace múltiple
para luego converger en lo que hemos denominado una sociedad de multitudes.

Como todo estudio de la comunicación, esta que se ha asomado, tiene que ser abordada
de una multiplicidad de ángulos partiendo de los modelos epistémicos de la
postmodernidad que son muchos y variados: neocomunidades, el poder de las ciudades,
multiculturalidad, identidad, conformación psicológica, etc, algunos de los cuales ya
hemos abordado.

Debemos, los que pretendemos influir sobre la construcción de una nueva realidad,
montarnos sobre temas como la articulación colectiva, la restauración de un tejido social
derruido y en el reforzamiento de la solidaridad y el intercambio entre la multiplicidad
de los nuevos focos de poder ciudadano.

El asunto fundamental para estudiar la comunicación del nuevo mundo es volver al


hombre como fuente de conocimiento. Hay que abordar temas como el intercambio
simbólico o los problemas del sentido. Debe afrontarse la teoría de la comunicación con
un episteme diferente al de la era terminada.
Elinor Ostrom, el signo de los tiempos

Podrá recordarse mi continua afirmación que la primacía de la economía sobre la


política ha sido una de las causantes de la mayor parte de los males que se han originado
en la modernidad en cuanto corresponde a la depauperación social. He reclamado, así,
que la política debe retomar su primacía sobre la política y señalado que esa es una de
las características deseables al mundo global en nacimiento.

El hecho de que una politóloga gane el Premio Nobel de Economía indica, creo yo, un
signo de este reordenamiento de prioridades. También podría ser llamada la doctora
Ostrom una socieconomista, porque es válido ahora el hablar de ciencias que se
entrelazan y forman nuevas especialidades. La economía no puede ser siendo una
ciencia fría donde lo social se diluye en lo macroeconómico o donde los ordenamientos
no priorizan al hombre, verdadero objeto de toda acción económico-política.

Por si fuera poco, Elinor Ostrom se ha dedicado a la diversidad institucional, a la acción


colectiva, al uso de la tierra y a la teoría de la acción pública, entre otros temas donde ha
sentado una auténtica escuela. El Nobel lo gana por sus demostraciones de “como los
bienes comunes pueden ser administrados de forma efectiva por un grupo de usuarios”.
En otras palabras Ostrom se aparta de la economía clásica. Su trabajo ha influido sobre
biólogos, sobre las consideraciones referentes a los ecosistemas y al desarrollo de las
tesis de lo que se ha denominado procomún. Una visión simplista de los sistemas
económicos jamás tomó en cuenta la inmensa oportunidad existente entre el mercado y
las políticas intervencionistas de los Estados centralistas. Ese procomún es el de la
construcción de individuos y grupos que generan riqueza en nuevas formas de
propiedad y con mecanismos que se diferencian del mero capitalismo.

Ostrom es la maestra de lo que en inglés se denomina commons, lo que no es otra cosa


que la visión sobre el interactuar de los seres humanos en la producción de los recursos
comunes, lo que ha sido reducido y escondido por los neoclásicos que creen que sólo
existe la propiedad privada o los sectores de intervención estatal. El ataque constante de
que es imposible que una propiedad común funcione ha encontrado en Ostrom la mayor
cantidad posible de pruebas en contrario. La bondad de la interacción humana queda
demostrada en el manejo eficiente y racional de los recursos y coloca contra toda prueba
la auto organización de las comunidades como un ejemplo preciso de desarrollo
sustentable.

Ostrom es, entonces, una estudiosa de lo que hemos llamado bien común. Seguramente
los enemigos de las cooperativas, por ejemplo, habrán saltado indignados ante este
premio, como seguramente lo han hecho los propulsores del neoliberalismo a ultranza.
Sin embargo, Ostrom no se quedó jamás en el planteamiento teórico y demostró como
los bandos que no ven otra cosa que mercado o Estado andaban dando su contribución a
la crisis, La politóloga recurrió a ejemplos vivos, como los ejidos mexicanos, los
bosques de la India, pesquerías como las del río Maine o múltiples ejemplos africanos.
En pocas palabras, Ostrom dejó claro algo muy sencillo, esto es, que la clave no estaba
en la propiedad sino en la administración. De los términos económicos se ha saltado
hasta la psicología social para demostrar que la flamante Premio Nobel de Economía
tiene la razón.
Ostrom demostró que los recursos en manos comunes no estaban destinados a la
destrucción y echó por tierra la tesis de la solución única. Es, por supuesto, posible el
fracaso en cualquier área, pero en la multiplicidad de formas se encuentra un antídoto.
Es claro que no todas las áreas pueden ser manejadas por el inmenso espacio del
procomún, pero para resolver los problemas que se presenten en el área del Estado y de
la propiedad privada sobran economistas, de manera que Ostrom se centró en la
cooperación de la agrupación común, partiendo de tres elementos, a saber, identidad,
contexto grupal en el que toman decisiones y la reciprocidad para ganarse la
confiabilidad. Todo precedido por el concepto de institucionalidad, lo que implicaba el
diseño de una gobernanza multiescalar que va desde una dependencia nacional que
monitorea, un gobierno local atento y un intercambio permanente entre estas diversas
formas para decidir la producción que generarán. El análisis completo está en los libros
y artículos de Ostrom, pero todos sus conceptos están ubicados en lo que debe ser una
economía solidaria en el nuevo mundo global, uno donde deben ser abandonados los
conceptos estrechos y excluyentes.

Quienes creemos en diversas formas de propiedad conviviendo pacíficamente, quienes


creemos en el inmenso espacio del procomún, quienes defendemos una economía con
rostro humano, estamos felices por Elinor Ostrom y por la prueba tangible de la llegada
de un nuevo mundo..

Hay que construir la democracia del siglo XXI.


La búsqueda del modus vivendi global

Allí, en la Academia, fuera de los límites de Atenas, comenzó un proceso matemático


llamado globalización. La advertencia sobre la necesaria condición de geómetra para
entrar implicaba una conexión con la ontología que hacía de filósofos y cosmólogos
hacedores de un globo, el del cielo. Cuando los marineros europeos, alrededor de 1500,
abandonaron la tierra para hacer del mar la nueva vía y junto a ellos los geógrafos
comenzaron a trazar los mapas de los descubrimientos se inició la globalización
terrestre. Había un interés económico, se usufructuaban las riquezas del nuevo mundo
en beneficio de los monarcas europeos que habían hecho una inversión en procura de un
retorno a sus inversiones. Desde entonces dinero y globo terráqueo van juntos. Hoy
asistimos a un factum político-económico-cultural iniciado con el fin de la Segunda
Guerra Mundial. Tenemos, así, un tránsito que va desde la mera especulación
meditativa hasta la praxis de registro de un globo. Así, el mundo se des-aleja, se
eliminan las distancias ocultantes, se convierte en una red de circulación y de rutinas
telecomunicativas. La técnica ha implantado en los grandes centros de poder y consumo
la eliminación de la lejanía. Quienes se oponen genéricamente a la “globalización” son
unos extravagantes. Está aquí de hecho, tiene un ritmo indetenible, la preside el dinero
porque este es la nueva barca capaz de girar el planeta y regresar. No es, por supuesto,
un mero proceso económico, pero sí un hecho consumado, uno donde consumación
sustituye a legitimación, uno que se hace insustituible a la hora de analizar la era
presente de la humanidad. Como bien lo dice Peter Sloterdijk “ahora somos una
comunidad de problemas”. Ya hemos apuntado que con el acontecimiento globalizador
se deshacen las concepciones políticas, se afectan las autounidades nacionales, cambian
los actores tradicionales que pierden competencias, el multiculturalismo irrumpe, sobre
Europa se produce el “regreso” por la entrada de grandes masas de población a un
estado de movilidad, lo que a su vez afecta el concepto de sociedad de masas y, claro
está, viene la protesta de los antiglobalizadores que lleva a Roland Robertson
(Globalization. Social Theory and Global Cultura) a definir el acontecimiento de la
globalización como “un proceso acompañado de protesta” (a basically contested
process), lo que hace que Sloterdijk señale que la protesta contra la globalización es
también la globalización misma, pues no es otra cosa que la reacción de los organismos
localizados frente a las infecciones del formato superior del mundo.

Hay que recordar que estamos asistiendo a una interpenetración de civilizaciones, lo que
hace también superfluo otro debate: el supuesto enfrentamiento entre homogenización y
heterogeneización, para entrar a analizar como estas dos tendencias se implican
mutuamente. Robertson recuerda como hay una discusión global sobre lo local, la
comunidad y el hogar lo que le lleva a pensar en la cultura global como una
interconexión de culturas locales. Aún no sabemos con precisión cuales serán las
consecuencias culturales de este acontecimiento llamado globalización, pero podría
asomarse que encontraremos una hibridación. Si lo vemos desde este ángulo, podríamos
decir que estamos ante muy llamativo proceso de mestizaje. Llamémoslo, de una vez
por todas, multiculturalismo, lo que implica respeto hacia una “fertilización cruzada”. Si
se plantea un desarrollo incontaminado de las culturas estaríamos cayendo en formas de
racismo o de nacionalismo excluyente.
Ahora bien, debemos abordar el problema desde un ángulo estrictamente económico
que, repetimos, es apenas uno entre los varios aspectos del acontecimiento
globalización. Aquí entran al juego privatización, anulación de controles, eliminación
del déficit, inflación, etc. Políticas económicas, en suma, marcadas efectivamente por
una concepción neoliberal. Ello, por la presión de las poderosas transnacionales y por la
conformación misma de instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, pero, también, es necesario decirlo, por la permeabilidad de gobernantes
ahogados incapaces o impotentes para resistir. Identificar este proceso de manera
excluyente con globalización es lo que ha hecho daño a la palabra que describe el
proceso en que estamos inmersos. Se suma el elemento político: la acusación de
ineficacia contra la democracia, lo que conlleva a peligros que ya hemos analizado
prolijamente en otra parte. Para mí el problema es el renacimiento de una vieja
enfermedad llamada economicismo, renacida con tal potencia que ha doblegado la
política a su servicio.

Si uno lee a los pensadores actuales encuentra cada vez más la palabra ecumenismo,
antiguamente usada para indicar la restauración de la unidad entre todas las iglesias
cristianas, pero si vamos a su origen griego podemos detectar que más bien se refiere al
espacio apto para la vida humana. Ecúmeno, con todas las implicaciones de respeto,
amplitud y garantías que implica, debe ser el nuevo espacio humano. Ya no podemos
hablar de culturas como segmentos colocados unos al lado de los otros. Ahora
constituyen un tejido, como una red de Internet. Debemos enfocarnos en el nacimiento
de un nuevo pluralismo: variedad y experimentación cultural, tolerancia y desarrollo, la
consideración de la heterogeneidad cultural como recurso para el futuro social, fomento
del dinamismo transformador de la cultura. El aislamiento en “enclaves del olvido” no
conduce a ninguna parte. Si a ver bien vamos el objetivo del desarrollo es la cultura,
como condición indispensable al desarrollo es la cultura, culebra que se muerde la cola.
Sabemos perfectamente que de la pobreza podemos salir. Por lo demás, veamos esta
aparente paradoja: sin multiplicidad el capitalismo no puede sobrevivir, pues perdería la
capacidad de innovar y, con ella, la de competir.

Algunos recurren a las cifras para demostrar como la globalización es, en grado menor,
y proporcionalmente hablando, no tanto un asunto económico. Se menciona que lo que
ha sucedido es simplemente que las tecnologías de la comunicación han aumentado la
velocidad en la circulación y, consecuentemente, aumentos en las ganancias debido a la
mayor rotación del capital.

Ciertamente ya nos estamos des-cobijando de la vieja “patria”. Es lo que Sloterdjik


(Esferas) llama el tambaleo de “la construcción inmunológica de la identidad político-
étnica” y el juego de las dos posiciones, la de un sí-mismo sin espacio y la de un espacio
sin sí-mismo y la búsqueda de un modus vivendi entre los dos polos que implicará,
seguramente, la creación de “comunidades imaginarias” sin lo nacional y la
participación, también imaginaria, en otras culturas. El hombre puede tornar a
“envolverse” en protección en la era globalizada, lejos del feroz individualismo que en
el tiempo presente parece ser el único caparazón que le resulta reconfortante. Especial
cuidado hay que poner en los efectos políticos, puesto que ya el colectivo no representa
nada para el individualista. Hay que crear nuevas formas de tejido social-político que
impidan a un hombre que ha hecho de su piel el nuevo resguardo un agente potencial
del totalitarismo o un desconcertado.

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