Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
El nuevo mundo
(Cuarta lectura del nuevo milenio)
El fraccionamiento del mundo
Estado y nación
El Estado-nación tal como lo conocemos actualmente nace en el siglo XIX, dado que
antes estaba vigente el llamado derecho divino según el cual la autoridad de los
monarcas descendía directamente de Dios. Es lo que se ha denominado el absolutismo
monárquico, con máxima expresión en los siglos XVI y XVII. Luego, especialmente en
el siglo XVIII, se hacen esfuerzos por ocuparse de la población en lo que se ha
denominado despotismo ilustrado.
Aparece el dinero como medio fundamental de intercambio, pero este tema pertenece a
la historia del capitalismo y a nosotros sólo nos interesa como elemento en el proceso
que va desde la destrucción del viejo orden feudal hacia el nacimiento del Estado-
nación. Lo cierto es que el retroceso del derecho divino implica el surgimiento de
formas pactadas, las que se llaman constitucionales y una nueva jerarquía se forma
basada en la riqueza.
Se requería una fuente única de autoridad. Es, por supuesto, en la revolución francesa
donde se afianza la centralización burocrática. En 1870 Alemania es unificada y nace el
Reich. El racionalismo creó la idea de ciudadano, un derecho uniforme y la igualdad de
estos ciudadanos frente a él. El capitalismo dio paso a un hombre en libertad de vender
su fuerza de trabajo. Ese Estado comenzó la creación común, normas burocráticas para
administrar, bancos y ejércitos nacionales. El viejo orden feudal estaba destruido.
La crisis del Estado-nación
Hoy hablamos de la crisis del Estado-nación, una que comenzó, sin lugar a dudas, en los
años setenta, con tres factores: el bloqueo petrolero a occidente, la internalización del
capital y, finalmente, la caída del bloque socialista, todos ayudados por el feroz ataque
neoliberal contra el Estado.
El primer factor mostró una cara inédita: la crisis del modelo de crecimiento y
acumulación en occidente, con una consecuencia política grave: el Estado de bienestar
flaqueaba y la ruptura de las condiciones que permitían el arbitraje de los conflictos en
el plano social.
El tercero mostraba la caída militar, de dominio, de control por parte de los polos en que
el mundo venía funcionando. La caída del bloque soviético no dio paso a un mundo
unipolar y al fin de la historia, sino a un proceso de confusión donde el imperio
norteamericano restante daba sus nuevos pasos militares que no representaban otra cosa
que los estertores de una manera de ejercer el poderío económico y militar, hasta llegar
a lo que ahora tenemos, esto es, unos Estados Unidos tratando de mantener su influencia
en una indefinida actuación colectiva y multilateral. En otras palabras, moría el Estado
Tutelar.
Reagan en Estados Unidos y Tacher en Inglaterra deben ser recordados, pues marcan la
penetración del neoliberalismo en las tecno-estructuras del poder. El poder del Estado se
disminuye y se agudiza el factor clave: la internacionalización del capital.
La globalización
Los espacios económicos nacionales se ven cada día más limitados. Dos ejemplos
quizás sean suficientes: un mercado financiero restringido a pocas plazas importantes y
la inmensa acumulación de dólares por parte de China. Si recordamos el traslado de la
producción de bienes a sitios con mano de obra barata podremos afirmar que se ha
producido una transnacionalización de la producción. Hoy se produce en redes globales
lo que conlleva también a una reconfiguración del espacio social. Verifiquemos el
retroceso de la hasta ahora llamada clase obrera y la disolución persistente del
sindicalismo, a lo que debemos sumar la reducción de la clase media.
Eso que comúnmente se ha llamado identidad nacional se envuelve persistentemente en
el limbo. Frente al hecho globalizador el Estado se muestra impotente para responder a
sus habitantes. El contrato original descrito como base del Estado-nación viene
socavado pues cada día el ciudadano no encuentra respuesta en su cesión de derechos a
ese ente supra llamado Estado. Ello forma parte de la evidente crisis de las instituciones
políticas y del desplome de los llamados “dirigentes”. Esta crisis de identidad se
produce porque los valores comunes saltan por los aires. La nación tiende a disgregarse
y su envoltorio protector llamado Estado también.
Esto es, disgregación en los alcances prácticos y pérdida del original sentido de
nacionalidad en aras de una mayor donde el viejo Estado-nación es considerado apenas
un miembro de una comunidad mucho más amplia.
Quizás podamos decir que estos Estados sólo sirven para mantener el orden interno en
lo social y en lo político. En lo económico han sido reemplazados por las
transnacionales financieras y los consorcios multinacionales, como vemos a cada
momento. Quizás el ejemplo más visible sea el de las líneas aéreas, otrora orgullo
interno nacional y que ahora conservan sólo el nombre de la vieja pertenencia.
Está claro que la organización de continentes sigue teniendo como integrantes a los
Estados-nación, pero a medida que avanza en su constitución los debilita. Con escasas
excepciones ya no hay un estado con jerarquía propia en el poder internacional.
Las instancias locales de poder están a la orden del día. Dentro de esta tendencia se
inserta el reclamo de descentralización administrativa, pues cada región quiere manejar
sus asuntos, desde los hospitales hasta la policía. Cabe destacar que esta tendencia
universal sólo es contrarrestada en países como Venezuela, donde un régimen dictatorial
considera necesario acumular todos los poderes para el mantenimiento del régimen
opresor.
El mundo reconducido
Si el hombre nació en África, como ha sido fielmente constatado, es posible que allí se
origine la implosión definitiva del actual orden, dado que muchos de los Estados que la
conforman son artificiales, en el sentido de que fueron tejidos sobre los intereses
coloniales, dividiendo etnias o naciones. En efecto, es posible que se allí donde veamos
el efecto devastador sobre el orden establecido, pero ello alcanzaría, igualmente, a
muchas naciones que se verían fraccionadas por aspiraciones de sectores de sus
miembros a autoadministrarse.
La nueva realidad global que se asoma implica el fraccionamiento del mundo que
conocemos.
No polaridad o declive
La obviedad es que el mundo fue bipolar hasta la caída del muro de Berlín. La obviedad
es que el mundo fue unipolar en tiempos remotos. De lo primero, citemos a Estados
Unidos y a la Unión Soviética. De lo segundo, a Roma, para no involucrarnos en un
listado extenso.
Un mundo multipolar indica la existencia de muchas potencias, cada una con su propia
área de influencia y autosustentable para resolverse.
De lo que muchos no se han dado cuenta en el caso Honduras es que por vez primera
flaquea ostensiblemente la influencia de Estados Unidos en la región. Apartando o
eliminando la verborrea de una izquierda sin discurso, o con uno repetitivo y sesentoso,
lo cierto es que los norteamericanos no participaron en la defenestración del ridículo
hombre del sombrero y, por el contrario, ejercieron todas las presiones para evitar que el
Congreso lo destituyese. La pérdida de influencia radica en que los militares actuaron
por encima del embajador gringo, una especie de pretendido procónsul en Tegucigalpa.
Tal desobediencia es lo que marca la nueva situación latinoamericana. Recalquemos,
pues, que ahora los militares actúan contra la opinión de Washington.
Estados Unidos se torna pragmático y de entrada ello no es malo, quizás sólo para
quienes aún sueñan con su participación en el derrocamiento de gobiernos izquierdistas
en nuestro continente. Su pérdida de influencia aquí es notoria, y no me refiero a la
existencia de algunos gobiernos contestatarios. Me refiero a la disolución de su
influencia directa, como ahora lo vemos solicitando los servicios de Brasil para aplacar
la intemperancia del dictador venezolano frente a Colombia, a pesar de que el
malabarista que es Lula alce su voz contra las bases gringas en ese país. Esta última
acción la hace Brasil porque pretende exclusividad policial en este subcontinente.
Resulta claro que no se podía alargar la política exterior de Bush, pero el cambio
implica riesgos, en primer lugar para el propio Obama quien pudiera verse derrotado en
las próximas elecciones presidenciales si los norteamericanos perciben una falta de
oxígeno en su preeminencia y para los propios Estados Unidos inmerso en un declive
que se torne indetenible.
Es cierto que Obama puede verse desafiado, en algún momento o circunstancia, a usar
la fuerza y nadie puede tener la menor duda que la usaría, pero ello marcaría el fin de su
“política de inteligencia, de cooperación, de multilateralismo”. Contribuye a la
sensación de declive la crisis económica que se alargará algún tiempo a pesar de los
signos de freno que muestra. También es cierto que nadie llega al gobierno sabiéndolo
todo y que hay un período de natural inmadurez, sólo que para la inmadurez hay poco
tiempo.
David Held (La democracia y el orden global: Del Estado moderno al gobierno
cosmopolita) ha llamado al proceso una “democracia cosmopolita”, pues obvio que la
nueva forma implicará la necesidad de reinventar la democracia y la participación
pluralista de los ciudadanos. En cualquier caso, no hay lugar a dudas para cualquier
analista de los procesos políticos globales que marchamos hacia cuatro niveles: global,
continental, nacional y local, como bien lo resume el profesor de la Universidad de
Guadalajara Alberto Rocha en El sistema político mundial del siglo XXI: un enfoque
macro-metapolítico. Es lo que el propio Held denomina un sistema de geogobiernos.
Es obvio que habrá de redefinirse lo que hoy llamamos nacional ante el nacimiento de
estos nuevos niveles espaciales y multidimensionales, como lo es que estos cuatro
niveles tendrán sus propias dimensiones y un complicado sistema de red que los
comunique, como de red que conecte diversos subniveles de cada uno de ellos con
subniveles de los otros.
Hasta ahora nos hemos venido manejando en un mundo donde existen organismos
internacionales, los acuerdos continentales, los Estados-nación y lo local. Todo ello está
bajo cuestionamiento. Lo están los organismos como las Naciones Unidas, hasta ahora
incapaz de pasar a los hechos ante el continuo reclamo de transformación; lo están los
Estados-nación, la organización interna de cada nación y, como hemos dicho, todo el
sistema interestatal internacional, lo que nos recuerda la inoperancia de la OEA aún para
atender casos pertenecientes al viejo orden.
El cuestionamiento va más allá, porque al romperse el viejo orden quedan bajo la lupa
todos sus componentes, llámense dirigentes, prácticas hasta ahora aceptadas, reglas,
derecho internacional, organizaciones, doctrinas políticas y hasta hábitos de lo político.
El proceso que el mundo lleva indica que el Estado-nación deja de ser la referencia
básica que ha sido desde su constitución. Está en un proceso interno de
desconfiguración para pasar a ser no más que una forma política y administrativa con
funciones de mediación entre los supraregional (léase Europa o región Asia-Pacífico) y
lo local. Los autores comienzan a llamarlo Estado posnacional. Si bien este es el
proceso del Estado, la nación, por su parte, emprende un proceso de reconstitución
desde lo local. Ya comienza a hablarse con una inversión de términos en un intento por
definir una provisionalidad de tránsito: Nación-estado. Esto es, lo que viene es un
dominio de lo que hasta ahora se ha denominado sociedad civil, y que yo prefiero
llamar poscivil, sobre lo que anteriormente era el Estado. El Estado suele, o solía, ser
impermeable a los requerimientos de la ciudadanía, lo que implica una reacomodo total
del concepto de democracia y de participación. Es lo que algunos llaman “demopública”
en sustitución de república, como es el caso de David Held en La democracia y el
orden global.
El fin de un mundo
La visibilidad se construye
Robert Fossaert
El hombre de este nuevo mundo está marcado por los viejos paradigmas, lo que Alvin
Ward Gouldner (“La crisis de la sociología occidental”) llama la “realidad personal”.
Esto es, las ideas prevalecientes en el mundo que hemos conocido, en el cual hemos
vivido. El hombre de la transición enfrenta el desafío de comprender las formas
emergentes con convicciones pasadas. En buena medida, pensamos nosotros, se
reproduce en él la dualidad de lo emergente, dado que vive, y procura aumentar, una
interiorización aldeana y una ansiosa búsqueda del nivel mundial. El hombre vivía
sujeto a su nación, a su localidad, al Estado que le daba –al menos teóricamente-
protección envolvente. La existencia de otros como él en otra cultura y en otro mundo
organizado la suplantaba con el estudio o con el viaje, pero ahora se enfrenta o se
enfrentará a una auténtica pluralidad de mundos con un sistema de redes que se
moverán horizontal y verticalmente, uno donde se hará, por fuerza, ciudadano global y
en el cual deberá ejercer una democracia en proceso de invención. Ya no habrá mundos
autárquicos como los que describe Fossaert (Ibid) en el inicio de su obra, volcados hacia
adentro, apenas transformados por el comercio lejano. Ya tampoco seguirá vigente esta
multiplicidad de Estados (en el siglo XX, en 1914, antes de la guerra mundial, eran 62;
en 1946, sumaban 74; en 1999 se integraban a la ONU 193; en este momento 192), este
exceso de Estados que tanto ha contribuido al desmoronamiento de la vieja concepción
de relaciones internacionales y que en América Latina se refleja en los microestados del
Caribe que constituyen una contribución nada despreciable a la infuncionalidad de la
OEA. Por lo demás, apreciamos como la línea divisoria entre conflictos internos y
conflictos internacionales ha desaparecido o tiende a desaparecer.
La vieja frase “el mundo es ancho y ajeno” (Ciro alegría) deja paso a un mundo propio
donde estamos obligados a incidir. Si cito a Goldner, experto en burocracia y buen
alumno de Max Weber, (Sociology of the Everyday Life en The Idea of Social
Structure: Papers in Honor of Robert K. Merton, La sociología actual: renovación y
crítica, La dialéctica de la ideología y la tecnología), otro pensador norteamericano
considerado neomarxista, aunque el calificativo es polémico y no exacto, es porque si
alguien cuestionó la sociología actual fue él. Y porque insistió en el recurso de la
“reflexividad”, tan necesaria al hombre de este mundo en transición, la necesidad de una
profundización en el “sí mismo”. Goldner exigió mucho a los intelectuales en el sentido
de pensar sobre su propio pensamiento y a la sociología que se criticara constantemente
sobre su propia razón de ser. Lo digo, porque si en alguna parte conseguimos
estancamiento es en las ciencias sociales y en la politología en particular. Goldnerd
exige la comprensión histórica de la conciencia presente. Lo que creo es que buena
parte de la crisis presente es una crisis de ideas
Atrás deben quedar la antipolítica, la despolitización y el individualismo autista. Las
nuevas formas del nuevo mundo llaman a la ingerencia. Se trata del ejercicio de una
política ciudadana, de una relación muy distinta del viejo paradigma ciudadanos-
autoridad.
Internacional o Constitucional
La generalidad de los que se han dedicado a estudiar el aspecto jurídico del proceso de
reorganización política del mundo coincide en que se está a mitad de camino entre el
Derecho Internacional y el Derecho Constitucional. Esto porque la organización
supranacional, que como ya hemos dicho no es un Estado, ejerce poderes soberanos
sobre los miembros que la integran. Esto, se puede encontrar una aproximación a la
organización federal.
Es esta la estructura del mundo económico internacional que hemos conocido en algo
más de seis décadas. Una cosa es un mundo de relaciones internacionales entre
Estados-nación y una cosa muy distinta es una reglamentación económica para un
mundo globalizado. El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha señalado algunas
de las políticas fracasadas, como la contracción fiscal y monetaria. Esto es, el mundo
económico internacional se manejó bajo la égida neoliberal.
Como un Nuevo Bretton Woods fue saludada la reunión de abril de 2009. Sin embargo,
amén de la escasa participación (20 países) –si se compara con los más de 40 de Bretton
Woods- el G-20 se dedicó a un reciclaje: Más dinero para el FMI, reflote del Forum de
Estabilidad Financiera (FSF) y el Banco de Pagos Internacionales. En verdad una
comisión de expertos en reforma del sistema monetario y financiero, presidida por
Joseph Stiglitz, ya ha hecho el trabajo para la convocatoria de una asamblea que diseñe
el nuevo orden económico global. De esa eventual asamblea podría salir un “Consejo de
Coordinación Global” y una regionalización de estructuras para enfrentar los asuntos
financieros.
Quizás debamos mirar las instituciones económicas aptas para el mundo global con la
misma óptica que hemos mirado la organización política. Para bien o para mal se
crearon normas de gobernanza supranacional, inspiradas en el modelo descrito, pero con
instituciones sin efectividad. Ya hemos hablado de las tendencias equivocadas. El
mundo se ha hecho interdependiente en los ámbitos del comercio y del movimiento de
capitales y personas, aunque falta avanzar en temas como la salud, la energía y el medio
ambiente. Con la crisis quedó al descubierto que los movimientos financieros a corto
plazo eran los peor regulados. Ya hemos llamado la atención sobre la obsoleta
distribución del poder en el seno de las viejas instituciones de Bretton Woods. Es claro
que toda reforma en la supranacionalidad del asunto económico va paralela con una
reforma en las instituciones políticas.
¿Hacia donde vamos? Vamos hacia dos millardos de pobres. Ante un mundo no polar
hay que resaltar la oportunidad de recreación de las instituciones económicas
internacionales. Es aquí donde entra con fuerza la necesidad de lo que denominaremos
el pacto social-global. El llamado Estado de Bienestar ha colapsado y se hace necesario
defender al ser humano. Es cierto que ha habido hechos como la “cumbre social” de
Copenhague (1994) territorio para una batalla seguramente equivocada entre reformistas
y revolucionarios. Lo cierto es que definir el futuro económico del mundo que se asoma
es harto difícil.
Hay que agregar, en este último concepto, lo que los economistas llaman “efecto
esloveno”, esto es, la existencia de pequeños mercados sin crecimiento y sin reformas
estructurales y sin atractivo para la inversión extranjera. Es lo que el profesor Adolfo
Castilla (Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Antonio de Nebrija)
llama “Los cinco dedos de la muerte económica”, tomando la expresión del inglés “The
five fingers of death” utilizada por las películas americanas del cine negro. Al “efecto
Eslovenia” agrega la subida continua de los tipos de interés, el decrecimiento de los
Estados Unidos, la presión fiscal al alza y la apreciación continuada de los tipos de
cambio. El peligro radica en una eventual reactivación de la crisis por una actuación
incorrecta de las instituciones reguladoras de la economía mundial.
Hay que agregar que las tensiones políticas cambian el marco en que se hacen negocios
en el mundo. Las economías emergentes ofrecen peligros de este tipo, por la disparidad
en sus ingresos. Ya, en buena parte, el éxito no depende del uso de avanzada tecnología
o de los costes sino del juego político, especialmente antinorteamericano. Sumemos la
corrupción y la inseguridad jurídica.
Tal vez inspirados en el espíritu de Rambouie hoy todavía muchos sostienen “dejar
pasar”, olvidando la obligación humana de la economía. El nuevo mundo
económico tiene que estar marcado por una subsidiaridad horizontal que implica
el reconocimiento de una sociedad civil transnacional. Esto es, una buena parte de
la cooperación internacional para el desarrollo tiene que ir a la sociedad civil
organizada y no a las instituciones del Estado-nación desfalleciente. La
preocupación por lo humano conlleva a lo que ha sido mi planteamiento base
sobre el tema: la política debe recobrar su primacía sobre la economía, las
estrategias deben dirigirse a atender la pobreza creciente y las emigraciones
consecuentes, más los nuevos grandes temas como la salud, la salud ecológica y la
energía, en un envoltorio de lo humano.
La democracia en el contexto globalizado
Los males de la democracia han sido enumerados hasta el cansancio, pero de relieve han
sido puestos la desintegración del orden civil, la debilidad inherente a una mediocridad
aplastante de los dirigentes políticos y una quiebra casi irreversible en la confianza. Este
cuadro clínico ha conllevado al rebrote de totalitarismos en versiones más o menos
renovadas. No obstante, ante el cierre de los canales de la democracia del siglo XX, y
equivalente a la era industrial, surgen por doquier nuevas formas de organización que
practican una democracia deliberativa. La creación de una nueva democracia para la era
postindustrial o para el mundo global, implicará, implica ya, un traslado de los asuntos
sociales hacia las asociaciones democráticas que emergen. Aquí cabe mencionar que el
proceso de descentralización gubernamental es el camino ya asumido y sólo una
reproducción extemporánea de modelos del pasado se empeña en centralizarlo todo, no
como una forma de eficacia, sino como una manera de concentrar el poder, lo que
permita el establecimiento de un nuevo Estado totalitario. El ciudadano, es decir, el
habitante del espacio geográfico que ha abandonado el desinterés por los asuntos
públicos, está retado a un acercamiento con el otro, a la construcción de una red de
comunicación que deberá extenderse a una red de redes donde los elementos de interés
común permitan la creación de un nuevo tejido democrático.
Nacerá asi, lo que bien podemos llamar, con propiedad y exactitud, la voz de los
ciudadanos que creará el nuevo lenguaje, uno por encima de los viejos paradigmas en
que se mueven los actores tradicionales. Es necesaria la aparición de lo que en inglés
llaman moral commitments, es decir, las obligaciones morales que se asumen en el
orden de la acción común. En las democracias aparentes se burlan estos propósitos.
Si lo queremos decir en palabras más precisas, el mundo, para bien, marcha hacia una
politización creciente. Es una buena noticia porque el abandono del interés por la Polis
ha sido la causante de una inmensa cantidad de vicios que han afectado al proceso
democrático. La lucha es por eliminar ciudadanos dependientes que esperan del Estado
y pronuncian la inefable y dañina frase: “Es que este gobierno me da”. El ciudadano,
inclusive más allá de comportarse como tal, estará sometido en el mundo que se asoma
a un permanente desafío para que asuma deberes en la comunidad socio-política a la que
pertenece y deberá procurar que esa comunidad le reconozca como miembro suyo y le
facilite el acceso a los bienes sociales.
Hay una hegemonía que, obviando en este instante viejos factores ideológicos, podemos
referir a los partidos políticos, como monopolizadores de las prácticas de la democracia
representativa. Las prácticas articuladoras de los diversos sectores sociales emergentes
que deliberan se producirá tarde o temprano para hacer saber que terminó al fin un
predominio abusivo. Siempre aparecerá el elemento identificatorio del todo, el que
produzca el sentido común. La incompletitud de cada sector emergente encontrará la
articulación, una que puede ser circunstancial para el ejercicio de un movimiento de
poder, una que puede ser de mediano alcance para propósitos de lento perseguir o,
inclusive, el nacimiento de bases permanentes sobre la cual continuar manteniendo la
diversidad. Para lograrlo se requiere de la conformación de nuevas demandas subjetivas
que confluyan mediante un sistema de equivalencias democráticas. No se trata de
alianzas sino de un proceso de modificación de la identidad de las fuerzas actuantes.
Esto requiere que ninguna lucha se libre en términos que afecten negativamente a los
intereses directos de otras fuerzas posibles a la articulación y que subsista la
confrontación de diversas posiciones. Ernesto Laclau, virtual padre del término
“democracia radical” asegura que “La democracia es radical porque cada uno de los
términos deesa pluralidad de identidades encuentra en sí mismo el principio de su
propia validez, sin que ésta deba ser buscada en un fundamento positivo que
establecería la jerarquía o el sentido de todos ellos, y que sería la fuente o garantía de su
legitimidad”.
Cierto es que frente al nuevo mundo que aparece ante nuestros ojos estudiar la
democracia y procurar innovar en ella se ha tornado en una tarea esencial. Ciertamente
la asociación entre los factores emergentes criticará los conocimientos y los prejuicios,
se dará cuenta de la insostenibilidad de los viejos paradigmas y la claridad saliente lo
impulsará al ejercicio de la toma de decisiones. Una de las características será de
inmediato la puesta bajo sospecha de la soberbia de los “expertos”, llamados también
dirigentes partidistas. El ciudadano del mundo global no será, pues, un ser aislado en lo
político, pues tendrá muchas interlocuciones de las cuales ocuparse. La asociación
implicará que cada quien se haga representante de sí mismo. El ciudadano pasivo que
vemos en la democracia del siglo XX llegará, por fuerza, a su extinción. Lo político
regresa. La política cesará como privilegio. Las viejas complicidades se están
rompiendo. Los viejos cimientos se están hundiendo.
Lawrence Lessig
El futuro debe ser inventado. Un mundo termina y otro apenas se asoma entre
nebulosas. Deberemos elegir partiendo de la base que los tiempos críticos traen consigo
una libertad de escogencia que no puede ser lanzado al cesto por quienes llaman a
mantener la “cabeza fría” o se complacen en la modosidad propia del pasado que se
muere.
No voy a retomar a Deleuze con las diferencias entre sociedades disciplinarias y las de
control, tema que ya he abordado en libros anteriores ni las muy estimables precisiones
de Foucault sobre el tema. Tampoco voy a abordar el nihilismo o el cinismo del hombre
contemporáneo también tratado con anterioridad. No voy a inmiscuirme en la
manipulación genética, en la mutación antropotécnica o en la crisis de la cultura, que
seguramente merecerá un espacio aparte.
Ello implica que en el contexto de las negociaciones por el futuro entra de pleno un
nuevo participante: la sociedad, porque la sustitución de una sociedad informada por
una sociedad comunicada implica necesariamente –sin obviar los peligros totalitarios-
la persecución de objetivos democráticos, de desarrollo sostenible y de igualdad de
género. Para lograrlo, las sociedades irán construyendo lo que se ha denominado “un
entorno habilitador”, uno que permita su ascenso. Es por ello que el brote totalitario
paralelo trata de cortar de raíz la posibilidad de la comunicación. El “entorno
habilitador” pasa por crear condiciones culturales, económicas, sociales y políticas que
permitan el pleno desarrollo de la persona humana.
Se trata de unas de aplicación intensiva del saber, una donde el saber pasará a ser el
principal valor. La complejidad del mundo que emerge implica la tarea esencial de
preparación de lo humano. Einstein, con su habitual capacidad anticipativa, ya lo
afirmaba en la década de los 40, al asegurar que “los imperios del futuro van a ser
imperios del conocimiento”. El físico utilizaba todavía la palabra “imperio”, pero es
comprensible para la fecha en que lo dijo. Hoy los conceptos han sufrido serias
modificaciones, como por ejemplo la desaparición de la sociedad de la información
donde se reclamaba que los massmedias emitieran, para pasar a una sociedad horizontal
de comunicación. Queda claro, entonces, que información y conocimiento son cosas
muy distintas, dado que el conocimiento es la interpretación de los hechos.
Está claro, también, que la sociedad del conocimiento está directamente relacionada con
la tecnología, léase Internet con sus web, su correo electrónico o sus blogs, lo que
algunos llaman era tecnotrónica. Debemos admitir que inicialmente fue definida como
“sociedad de información” la que se asoma, pero el término fue rápidamente rechazado
porque evidentemente se presta a confusiones conceptuales de fondo, sobre todo porque
se fue identificando con un planteamiento ideológico concreto, cuando la verdad es que
el conocimiento se alza también por encima de las ideologías. Hay, pues, una razón
fundamental para definir al futuro como sociedad de conocimiento: se alza por encima
de lo meramente económico, para llegar a las transformaciones sociales, culturales,
políticas e institucionales. Y una última corrección: la palabra sociedad en singular
implica uniformidad, de manera que adoptamos en plural, sociedades del conocimiento.
Por lo demás, Antonio Pasquali hace tiempo dejó claro que información implica
unidireccionalidad, mientras que la comunicación implica el intercambio de mensajes
entre interlocutores habilitados. La UNESCO ha tomado el tema con la seriedad que se
merece y ha publicado diversos documentos, como el informe Hacia las sociedades del
conocimiento, presentado en París por el Director General Koichiro Matsuura,
documento que puede encontrarse, y ser bajado, en Google y cuya lectura recomiendo.
En Gestión de redes para el desarrollo sustentable Hugo Dutan señala los elementos
que marcan el cambio: Visión del mundo y paradigma internacional de desarrollo en
crisis, cuestionamiento de la naturaleza, rumbo y prioridades del desarrollo, premisa
externa para el cambio y revolución tecnológica. En resumen, no se acepta ya la visión
mecánica para el desarrollo, los efectos negativos para la población humana han sido
graves (pobreza, desigualdad, brechas económicas y tecnológicas) lo que es rechazado,
el entorno cambia aceleradamente y hay que establecer nuevos modelos de gestión.
Genios siempre habrá, pero hoy, en este proceso indetenible hacia las sociedades del
conocimiento, la inteligencia deja de ser un asunto individual para pasar a ser un punto
colectivo. Por eso ya no cabe el líder mesiánico. El líder de estos tiempos es el que
suministra insumos en procura de la decisión de la multitud. En el mundo que llega la
inteligencia que prevalecerá es la colectiva y la sabiduría será posesión de la multitud.
Tratemos de hacer de Venezuela una sociedad del conocimiento.
La cultura en el mundo global
Una cosa es el comportamiento de los llamados centros del poder, tal como han existido
y existen, y otra la diversidad repotenciada de manifestaciones culturales que se insertan
en la globalización saliendo, algunas, del desconocimiento y haciéndose universales
mediante los medios de la nueva comunicación horizontal.
Uno busca en los sistemas de organización continental más avanzados, léase Europa, y
encuentra la preocupación por la cultura. En los documentos europeos sobre cultura se
proclama hacer de la diversidad el principio de la unidad. Es más, se recuerda con
acierto, que antes de los primeros acuerdos sobre el carbón y el acero, esto es, antes del
inicio de la construcción económico-política de Europa, lo que unía al llamado viejo
continente era la cultura. No puede encontrarse en la unificación europea ejemplos de
irrespeto a las diversidades culturales de los Estados miembros. Lo que ha sucedido es
lo contrario, la exposición del público europeo a una variedad que antes o era imposible
o que presentaba trabas. Sin embargo, la Comisión (órgano ejecutivo de la UE) no ha
dejado de advertir, en sus comunicaciones al Parlamento y demás órganos comunitarios,
sus preocupaciones por sociedades cohesionadas o interculturales. Principios como la
paz, el entendimiento mutuo y los valores compartidos, los derechos humanos y la
protección a las diversas lenguas, pretenden introducir a Europa mucho más que un
poder económico, sino un proyecto social y cultural. Hay que reconocer otros esfuerzos
de índole cultural como la Fundación Euromediterránea para el Diálogo de las Culturas
en Alejandría o programas como “Invertir en las personas” o como “Promoción de la
cultura como catalizador para la creatividad (Estrategia de Lisboa para el crecimiento y
el empleo)”. En términos precisos, el ejemplo más avanzado de unidad regional nos
muestra todo un panorama de defensa cultural, contrariamente al vaticinio de
uniformización. Otra cosa es el trato a las migraciones, como veremos más adelante.
Hay que admitir, no obstante, que el sacar el proceso de globalización de donde algunos
pretenden encallejonarlo, esto es, en lo económico y luego, en menor cuantía, en lo
político, para llevarlo al terreno de lo socio cultural, plantea exigencias epistemológicas
de hipercomplejidad y exigiría el abordaje de temas como el caos, la autoorganización,
los fractales y los conjuntos borrosos. Manuel Castells (La era de la información, la
ciudad y los ciudadanos, La galaxia Internet) insiste, en un análisis volcado hacia lo
comunicacional, en una “virtualidad real”, es decir, los símbolos se convierten en
experiencia real y donde cambia el concepto de poder y hasta la razón lógica. Ello
conlleva a lo que ya hemos señalado, a la construcción de redes como nuevas formas de
poder y al renacer, en todo su esplendor, de la vida local. Es algo que podríamos llamar
con Zigmunt Bauman (Liquid modernization, Globalization. The human
consequences) el fin de la geografía, un fin que afecta desde el amor y los vínculos
humanos hasta el arte mismo. Quizás sea Bauman el primero en haber utilizado el
término “glocalización”, para poner de relieve los daños de una mirada unilateral, es
decir, mirar sólo desde el punto global perdiendo de vista lo local. Y es aquí, creemos
nosotros, de donde hay que mirar el asunto cultura en el mundo global, cambiar el
sentido de la mirada, algo que no puede entender la “izquierda caviar”.
Estamos, pues, ante una situación que hemos denominado de multiculturalismo lo que
requiere una mirada multidimensional. Y, obviamente, ese rescate rechaza lo global
como simple homogeneización. Al fin y al cabo, lo global multiplica lad
interdependencias.
Los que creen que el hombre está inerte y sus mecanismos paralizados viven en la
estratósfera. La batalla conceptual y práctica a favor de la justicia, el equilibrio y de la
defensa cultural, como la adopción de mecanismos para conseguir los objetivos, se da
cada día.
El asunto de la identidad
La identidad pasa a ser una noción que se forma en varios frentes simultáneos, lo que
algunos han llamado las “lealtades múltiples”. Esto no es homogenizarse como
“ciudadano del mundo”. Se pasa a ser ciudadano del mundo, pero también ciudadano de
otros planos de intereses localizados.
Podemos mirar a la identidad como una creación colectiva que ya no puede basarse en
el culto a sus propias raíces y tradiciones, sino en el encuentro con otras localidades,
regiones, continentes y grupos.
Ya los llamados “términos de dominación” no pueden plantearse en los polos Norte-
Sur, sino en lo que se llama redes de inclusión. No hay una cultura global
indiferenciada, aunque por supuesto debemos tomar en cuenta la aparición de los
llamados “valores cosmopolitas” transmitidos por esas redes de inclusión, lo que nos
llevará más adelante al problema de la comunicación. En el plano cultural podemos
hablar de las identidades como freno a una globalización comunicacional incontrolada.
En cualquier caso, el problema, desde este ángulo, estaría, está, en la imposibilidad, que
para muchos todavía existe, de comunicar una identidad. Y más allá, en la
incomunicación entre identidades. La identidad en este nuevo mundo se entiende
partiendo de los efectos evidentes, como el distanciamiento entre tiempo y espacio, la
desterritorialización de la producción cultural, el reforzamiento de las identidades
locales y la hibridación. Ya en un libro anterior señalé que el día y la noche no eran más
equivalentes a la salida y a la puesta del sol. Estamos en un nuevo concepto de tiempo y
es precisamente este concepto lo que nos permite ser al mismo tiempo locales y
globales. Vivimos en el mundo de la instantaneidad. Por si fuera poco, debemos
considerar el crecimiento de la migración, esto es, múltiples culturas se reproducen lejos
de sus puntos de origen.
Por otra parte, lo que podríamos llamar “identidades transnacionales” vinculan a grupos
en una relación más intensa que cualquier otra, digamos los jóvenes de aquí y allá o a
las mujeres en su luchas contra las discriminaciones que persisten.
Migraciones y cultura
Migraciones humanas siempre hubo, pero en este mundo global se les toma con especial
interés. La ONU habló en el 2005 de 191 millones de personas. Es uno de cada 40 de
los habitantes del mundo subdesarrollado. En estos momentos son las normas
restrictivas las que prevalecen. Algunos se mudan con relativa seguridad, pero otros no
tienen ninguna. Algunos lo hacen por guerras civiles, persecuciones políticas y los más
por razones económicas. Europa se protege con una “Agencia para la Protección de las
Fronteras Exteriores”. Algunos países hacen esfuerzos por regularizar a los extranjeros
ilegales, otros –caso de Estados Unidos- se debaten en una interminable puja por
encontrar una solución. Buena de parte de estos ciudadanos que cambian de residencia
viven en condiciones deprimentes, bajo constantes violaciones de sus derechos
humanos. Se exagera sobre los porcentajes de flujo migratorio y se exagera sobre
ilegalidad y criminalidad y se exagera sobre la competencia en el mercado de trabajo,
pues buena parte de esos ciudadanos realizan trabajos que la gente del mundo
desarrollado ya no quiere para sí.
La búsqueda de la interpretación
El hombre pierde los envoltorios protectores a los que estaba habituado y se cierra en
nuevas manifestaciones de nihilismo y cinismo. No obstante el hombre busca su
interpretación. Esa vendrá dada en un personalismo social y en una relacionalidad en
todos los ámbitos. Es probable –al menos lo queremos creer- que estemos en las puertas
de un nuevo humanismo social. Todos los indicadores apuntan que en el mundo
globalizado la cultura creativa del ser humano prevalecerá sobre otras consideraciones,
inclusive las directamente vinculadas a las empresas capitalistas, donde se acentúa su
dependencia de la gente que para ellas labora.
Estamos ante un cambio social, uno crucial, pero uno que debemos mirar en la
multiplicidad de ellos que se han producido. Para mirarlos se recurrió primero a la
Filosofía de la historia y se desplegó una Teoría General de la Sociedad. Luego se
introdujo la noción de evolución social y el materialismo histórico, finalmente, un
concepto polémico de desarrollo. Ahora se asoma la tesis de la homogeneización, tal
como lo hemos visto. Los escépticos elencan los eventuales males.
Alain Touraine (Un deseo de historia) estudió la aparición de los valores y como
impulsan la acción de las colectividades y fijó dos posibilidades para estudiar el cambio:
historicista y evolucionista.
Aún así las palabras crean mundo, conforme al antiguo adagio, y se habla, por ejemplo,
de economías del conocimiento para abrir actividades de valor agregado intangible. Lo
cierto es que cada vez es más notoria la presencia de organizaciones sociales
participando en eventos de definición del futuro lo que hace realidad el entorno
habilitador. Así saltan expresiones como sociedades de la comunicación incluyentes y
equitativas, el rechazo a expresiones como el de “neutralidad tecnológica”, el apelo a
una sociedad visionaria, el rechazo al desarrollo basado únicamente del rédito
económico y el apelo a nuevos mecanismos para canalizar los recursos financieros de
manera vinculada a la solidaridad social.
Los desafíos que el nuevo mundo plantean son tan abundantes como para retar al
hombre a dejar su narcisismo, su encierro nihilista y su cinismo manifiesto en la era que
termina y en este interregno de incertidumbre conservada. El paso esencial es un apelo
al hombre a profundizar en sí mismo, en convertir la reflexividad en un motor del
devenir social.
Crociverba
Deberemos comenzar por decir que la comunicación no es otra cosa que la expansión de
las conciencias. La incomunicación del hombre actual ha impedido su plena realización.
El “darse cuenta” no es un proceso fácil. La comunicación principalmente entre
distintos grados de conciencia, produce cambios cualitativos. La insuficiencia de la
comunicación conlleva a la sustitución con imágenes como método simplificador. Es la
famosa tesis de Platón en “La caverna”. Los medios masivos de difusión no son
inocentes, pues ven desde sus propios intereses. La comunicación horizontal que nace
puede permitir el despertar ciudadano, el “darse cuenta”.
Debemos mirar, entonces, la comunicación como un derecho, como uno que es distinto
al de estar informado por la simple razón de que no existen “productos neutros”. El
mundo mediático llega a su fin para abrirle paso a un mundo comunicacional y lo será
no sólo por los avances tecnológicos que lo permiten sino por el acceso a esos medios.
Las formas políticas han dependido de la información unidireccional. Ahora deberán
depender de la comunicación horizontal.
Conocemos los graves problemas del planeta. El nuevo mundo está naciendo en medio
de serias injusticias. La comunicación es la panacea para la conformación de nuevas
mentalidades. Son necesarios nuevos marcos éticos, bajo nuevas formas políticas y con
nuevos grados de conciencia.
Los medios
Los medios tradicionales poderosos tienden a la fusión, pero también se multiplican los
medios locales. Los periódicos impresos incluyen video y audio y los que no son
capaces de producir una innovación en la manera de hacer periodismo desaparecen,
pues nadie los compra para enterarse de una noticia que ya fue difundida masivamente
horas y días antes. Los medios locales divulgan la vida de la colectividad a la que
sirven. Estamos antes fenómenos paralelos: se acentúan las transnacionales de la
comunicación y pululan nuevas expresiones regionalizadas, las grandes cadenas
globales y los medios localizados.
Es cierto que cada día cierran pequeños diarios abrumados por la falta de publicidad y
que los publicistas se están planteando una emigración en masa hacia Internet.
Paralelamente se multiplican los millones de sitios web o blogs. A la vuelta de los años
los periódicos como los hemos conocido parecen condenados. Es esta la revolución
verdadera en el campo de la información. Es de lógica que se produzca una
concentración y abundantes fusiones, pues de otra manera les sería muy difícil la
supervivencia.
En la red se pueden utilizar toda clase de recursos, es obvio, pero la diferencia estriba en
que no es estática y además rompe el carácter lineal de la comprensión y rompe el
carácter inamovible del texto. Los roles se han invertido, pues es el receptor el que
dirige el discurso y no el emisor. Con Internet la sociedad reclama su cualidad de
productora y hace perder a la llamada sociedad mediática su monopolio. Además,
productor y receptor pueden ser el mismo sujeto. Ahora enfrentamos un proceso
reconstructivo de la realidad.
Ahora bien, la publicidad fue un elemento necesario a la era industrial. Ahora el prefijo
pos se ha agregado también a la vieja palabra para constituir pospublicidad. En otras
palabras, si la publicidad era tan necesaria como las máquinas para la producción, ahora
la producción se enlaza con comunicación y la publicidad se ve relegada a un elemento
decorativo en las oficinas de las empresas. Lo que las empresas procurarán, en lugar de
hacer público lo que producen, será extender la comunicación con la sociedad abierta,
en la cual la publicidad pasa a ser una rama más, pues lo esencial será compartir
conforme a los intereses de los emisores, pero con la variante de que pasa a ser vital el
feed back absolutamente separado de la compra del producto que era la respuesta a la
publicidad. A todas estas variantes deberán adaptarse quienes emigren a Internet. Lo
que ahora nos interesa destacar es que al transformarse la vieja publicidad arrastra con
ella a los viejos medios receptores de los pagos publicitarios. La verdadera oposición a
los medios masivos es Internet.
El pilar de la comunicación
En la comunicación reposa buena parte del hecho globalizador. Sobre ella, y a través de
ella, se interconectan las culturas, se alza como un corte transversal sobre todos los
aspectos y en el eje fundamental de la proyección social. La posibilidad de ejercicio de
las modernas técnicas compartimenta las audiencias, en una compactación que,
paradójicamente, comienza con una ruptura de la homogeneización y se hace múltiple
para luego converger en lo que hemos denominado una sociedad de multitudes.
Como todo estudio de la comunicación, esta que se ha asomado, tiene que ser abordada
de una multiplicidad de ángulos partiendo de los modelos epistémicos de la
postmodernidad que son muchos y variados: neocomunidades, el poder de las ciudades,
multiculturalidad, identidad, conformación psicológica, etc, algunos de los cuales ya
hemos abordado.
Debemos, los que pretendemos influir sobre la construcción de una nueva realidad,
montarnos sobre temas como la articulación colectiva, la restauración de un tejido social
derruido y en el reforzamiento de la solidaridad y el intercambio entre la multiplicidad
de los nuevos focos de poder ciudadano.
El hecho de que una politóloga gane el Premio Nobel de Economía indica, creo yo, un
signo de este reordenamiento de prioridades. También podría ser llamada la doctora
Ostrom una socieconomista, porque es válido ahora el hablar de ciencias que se
entrelazan y forman nuevas especialidades. La economía no puede ser siendo una
ciencia fría donde lo social se diluye en lo macroeconómico o donde los ordenamientos
no priorizan al hombre, verdadero objeto de toda acción económico-política.
Ostrom es, entonces, una estudiosa de lo que hemos llamado bien común. Seguramente
los enemigos de las cooperativas, por ejemplo, habrán saltado indignados ante este
premio, como seguramente lo han hecho los propulsores del neoliberalismo a ultranza.
Sin embargo, Ostrom no se quedó jamás en el planteamiento teórico y demostró como
los bandos que no ven otra cosa que mercado o Estado andaban dando su contribución a
la crisis, La politóloga recurrió a ejemplos vivos, como los ejidos mexicanos, los
bosques de la India, pesquerías como las del río Maine o múltiples ejemplos africanos.
En pocas palabras, Ostrom dejó claro algo muy sencillo, esto es, que la clave no estaba
en la propiedad sino en la administración. De los términos económicos se ha saltado
hasta la psicología social para demostrar que la flamante Premio Nobel de Economía
tiene la razón.
Ostrom demostró que los recursos en manos comunes no estaban destinados a la
destrucción y echó por tierra la tesis de la solución única. Es, por supuesto, posible el
fracaso en cualquier área, pero en la multiplicidad de formas se encuentra un antídoto.
Es claro que no todas las áreas pueden ser manejadas por el inmenso espacio del
procomún, pero para resolver los problemas que se presenten en el área del Estado y de
la propiedad privada sobran economistas, de manera que Ostrom se centró en la
cooperación de la agrupación común, partiendo de tres elementos, a saber, identidad,
contexto grupal en el que toman decisiones y la reciprocidad para ganarse la
confiabilidad. Todo precedido por el concepto de institucionalidad, lo que implicaba el
diseño de una gobernanza multiescalar que va desde una dependencia nacional que
monitorea, un gobierno local atento y un intercambio permanente entre estas diversas
formas para decidir la producción que generarán. El análisis completo está en los libros
y artículos de Ostrom, pero todos sus conceptos están ubicados en lo que debe ser una
economía solidaria en el nuevo mundo global, uno donde deben ser abandonados los
conceptos estrechos y excluyentes.
Hay que recordar que estamos asistiendo a una interpenetración de civilizaciones, lo que
hace también superfluo otro debate: el supuesto enfrentamiento entre homogenización y
heterogeneización, para entrar a analizar como estas dos tendencias se implican
mutuamente. Robertson recuerda como hay una discusión global sobre lo local, la
comunidad y el hogar lo que le lleva a pensar en la cultura global como una
interconexión de culturas locales. Aún no sabemos con precisión cuales serán las
consecuencias culturales de este acontecimiento llamado globalización, pero podría
asomarse que encontraremos una hibridación. Si lo vemos desde este ángulo, podríamos
decir que estamos ante muy llamativo proceso de mestizaje. Llamémoslo, de una vez
por todas, multiculturalismo, lo que implica respeto hacia una “fertilización cruzada”. Si
se plantea un desarrollo incontaminado de las culturas estaríamos cayendo en formas de
racismo o de nacionalismo excluyente.
Ahora bien, debemos abordar el problema desde un ángulo estrictamente económico
que, repetimos, es apenas uno entre los varios aspectos del acontecimiento
globalización. Aquí entran al juego privatización, anulación de controles, eliminación
del déficit, inflación, etc. Políticas económicas, en suma, marcadas efectivamente por
una concepción neoliberal. Ello, por la presión de las poderosas transnacionales y por la
conformación misma de instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, pero, también, es necesario decirlo, por la permeabilidad de gobernantes
ahogados incapaces o impotentes para resistir. Identificar este proceso de manera
excluyente con globalización es lo que ha hecho daño a la palabra que describe el
proceso en que estamos inmersos. Se suma el elemento político: la acusación de
ineficacia contra la democracia, lo que conlleva a peligros que ya hemos analizado
prolijamente en otra parte. Para mí el problema es el renacimiento de una vieja
enfermedad llamada economicismo, renacida con tal potencia que ha doblegado la
política a su servicio.
Si uno lee a los pensadores actuales encuentra cada vez más la palabra ecumenismo,
antiguamente usada para indicar la restauración de la unidad entre todas las iglesias
cristianas, pero si vamos a su origen griego podemos detectar que más bien se refiere al
espacio apto para la vida humana. Ecúmeno, con todas las implicaciones de respeto,
amplitud y garantías que implica, debe ser el nuevo espacio humano. Ya no podemos
hablar de culturas como segmentos colocados unos al lado de los otros. Ahora
constituyen un tejido, como una red de Internet. Debemos enfocarnos en el nacimiento
de un nuevo pluralismo: variedad y experimentación cultural, tolerancia y desarrollo, la
consideración de la heterogeneidad cultural como recurso para el futuro social, fomento
del dinamismo transformador de la cultura. El aislamiento en “enclaves del olvido” no
conduce a ninguna parte. Si a ver bien vamos el objetivo del desarrollo es la cultura,
como condición indispensable al desarrollo es la cultura, culebra que se muerde la cola.
Sabemos perfectamente que de la pobreza podemos salir. Por lo demás, veamos esta
aparente paradoja: sin multiplicidad el capitalismo no puede sobrevivir, pues perdería la
capacidad de innovar y, con ella, la de competir.
Algunos recurren a las cifras para demostrar como la globalización es, en grado menor,
y proporcionalmente hablando, no tanto un asunto económico. Se menciona que lo que
ha sucedido es simplemente que las tecnologías de la comunicación han aumentado la
velocidad en la circulación y, consecuentemente, aumentos en las ganancias debido a la
mayor rotación del capital.