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La mujer y el desarrollo sostenible

Por F. Javier González Martín

Si como muestra la evidencia científica, la mujer está biológica y psicológicamente mejor


preparada que el hombre para las tareas que implican el cuidado de las personas y de las
cosas, eso ya sería razón suficiente para dejar el tema de la sostenibilidad en manos
femeninas para que reconduzcan el modelo de desarrollo.

Desde hace más de veinte siglos vivimos sometidos al lastre de dos concepciones
insoportables cuya pervivencia misma nos podría hacer dudar de la inteligencia humana.
Por un lado, el haber mantenido a las mujeres fuera de los círculos de decisión, desde el
hogar hasta el gobierno, y por otra parte, el dogma de que todo en la vida debe funcionar
por el método del enfrentamiento de adversarios. No necesitamos sustituir a los hombres
por las mujeres, sino modificar esas nociones e incorporar la aportación total femenina
que es lo que hemos estado dejando fuera de la escena política, social, laboral, religiosa y
cultural.

Como ejemplo, existen grupos de mujeres que dirigen sus quejas a la Organización
Mundial del Comercio porque este organismo ignora a la mujer. De hecho, cuando se trata
de articular políticas comerciales, las mujeres no tienen rostro ni tienen voz, ya que no se
les da ocasión de estar presentes en los análisis que realiza la organización sobre la
liberalización del comercio. La ausencia de la perspectiva femenina permite que los
acuerdos de esa organización se alcancen sin tener en cuenta el impacto que estas
políticas tendrán sobre las mujeres. Otra protesta va contra los grupos empresariales que
operan en países en vías de desarrollo, que se apropian de las semillas, las plantas
medicinales y otras formas de conocimiento, que son las mujeres las que tradicionalmente
lo han mantenido y preservado.

Es evidente que si a una persona hambrienta le preguntamos ¿cuántos son dos y dos?
nos responderá que dos y dos son cuatro panes. Este mismo principio es el que permite
una rápida asimilación de otras operaciones intelectuales ligadas a los ciclos de la vida.
Por tanto, no se trata de teorías pedagógicas solamente, sino de ayudar a que los
afectados adquieran por sí mismos el conocimiento y la capacitación que les ayude a
cultivar, a aprovechar el agua, a conseguir semillas, en definitiva, a dominar los recursos
que aseguren el alimento de sus familias. Los países que lo están logrando son los que
han favorecido la educación de la mujer.

En los países de tradición cristiana, donde se ha favorecido un modelo de caridad basado


en una curiosa interpretación de las palabras de Jesús “pobres, los tendréis siempre con
vosotros”, se promueve como solución de las desigualdades económicas, no una política
de justicia y equiparación del bienestar para todos, sino una especie de flujo de caridad
en dirección norte-sur para que los países ricos del norte entreguen importantes sumas de
dinero a los países pobres del sur. Esta idea ha demostrado no ser el camino para
equilibrar las diferencias o para evitar que los extremos de riqueza y pobreza sigan
distanciándose cada vez más. Estas desigualdades han sido generadas por mentalidades
masculinas y esos falsos remedios también están impulsados mayoritariamente por
hombres, de forma que la ayuda externa se convierte en un excelente método para que el
dinero de la gente pobre y honrada de los países ricos vaya a parar a los bolsillos de la
gente rica y desvergonzada de los países pobres.
Otra de las preocupaciones que afectan al desarrollo sostenible es el desequilibrio por el
abuso de los recursos naturales, así como por la sobreexplotación. Pues bien, todo
empezó cuando unos hombres (varones) difundieron un texto metafórico al que ellos
dieron carácter literal y empezaron a actuar en consecuencia. Me refiero al texto
siguiente:

“Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del
mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve
sobre la tierra” Génesis 1:28

Resulta paradójico que otras recomendaciones bíblicas no hayan tenido tanta aceptación
ni se haya puesto tanto empeño en obedecerlas al pie de la letra, pero en cuanto a esta
orden de henchir, someter y dominar la tierra, los hombres, o sea, los varones, en cuanto
tuvimos medios técnicos para hacerlo, nos pusimos a obedecer rigurosamente el mandato
bíblico. Comenzamos a “dominar sobre los peces del mar”, arrasando los fondos marinos
con redes de arrastre y sometiendo los caladeros a una implacable y sistemática
depredación sin darles tiempo para reproducirse. Los varones, muy versados nosotros en
cuestiones bíblicas, hemos sabido conjugar los verbos someter y dominar en todos los
tiempos, los verbales y los históricos.

La igualdad plena entre mujeres y hombres, en todos los ámbitos de la sociedad, es


crucial para lograr el desarrollo sostenible. Dado el papel vital de la actividad económica
en el avance de la civilización, una prueba visible del desarrollo vendrá dada por la
medida en que las mujeres tengan acceso a todas las esferas de la economía. El desafío
va más allá de garantizar una distribución equitativa de las oportunidades, por importante
que esto sea, y requiere que los temas económicos incorporen todo un abanico de
experiencias y percepciones, concretamente las de la mujer, que hasta ahora han
quedado excluidas del discurso. Conforme se vaya valorando la contribución de la mujer,
el resultado será una civilización más pacífica, equilibrada y próspera.

por F. Javier González Martín, escritor. Autor de El fin del mito masculino

Otros artículos de F. Javier González Martín sobre la mujer:

* Ecología del parto, por F. Javier González Martín


* La mujer y la sabiduría aplicada, por F. Javier González Martín
* El fin del mito masculino, por F. Javier González Martín
* Las nuevas sacerdotisas, por F. Javier González Martín
* El mito del guerrero, por F. Javier González Martín
* ¿Educar en qué ciudadanía?, por F. Javier González Martín

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