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Artículo sobre la obra de la escritora mexicana Ana Ortiz Angulo (1929-2008), autora de novelas, cuentos y ensayos.
Review about the Mexican writer Ana Ortiz Angulo, author of novels, stories, and essays.
Artículo sobre la obra de la escritora mexicana Ana Ortiz Angulo (1929-2008), autora de novelas, cuentos y ensayos.
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Droits d'auteur :
Attribution Non-Commercial (BY-NC)
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Artículo sobre la obra de la escritora mexicana Ana Ortiz Angulo (1929-2008), autora de novelas, cuentos y ensayos.
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El 8 de septiembre de 2008 falleció la escritora Ana Ortiz Angulo, autora
de cuatro novelas, cuatro libros de cuentos, una autobiografía y una decena de ensayos sobre arte e historia. Su obra, aunque breve, aporta una propuesta literaria de contrastes y combinaciones que debe ser redescubierta.
De sus cuatro novelas, a mi parecer, la más importante es Amor
Humano, divino amor (editorial Xólotl, 1984). Ambientada en la Nueva España, cuenta la historia de fray Anselmo y de Cecilia. El religioso agustino es el modelo del anacoreta de las órdenes mendicantes. Come sólo lo imprescindible, castiga su cuerpo con el silicio y entrena el vientre para defecar una sola vez a la semana (para escapar del placer de la evacuación). Pero se ve un día confrontado con un libro de grabados que retratan al dios Pan haciendo el amor con las ninfas Eco, Pitis, Ega y Siringe. Con ese encuentro inesperado, entra en conflicto con su tradición cristina y descubre que el acceso a lo sagrado no está en la oración ni el flagelo, sino el amor y, específicamente, el amor sexual. Primero con una campesina cuyo marido no ha regresado del cuartel, después con Cecilia, una novicia que escapa de un convento tras ser violada por Satanás, fray Anselmo halla la verdadera trascendencia: la trascendencia del otro. Ana Ortiz Angulo alcanza su mayor nivel literario en esta historia de 90 páginas. Las descripciones de los grabados de los dioses griegos son de una alta intensidad poética: “La ninfa voltea angustiada a ver a su perseguidor. A pesar de la violencia de la escena, fijándose bien, el rostro femenino no muestra dolor ni ira. A pesar de la angustia reflejada en el rictus de su boca, sus ojos resplandecen de felicidad. Lo cierto es que ella no huye, aparenta huir; no corre, se deja alcanzar”. El agustino se hipnotiza con la contemplación de los grabados que muestran a Pan persiguiendo, sometiendo, acariciando, penetrando a las ninfas, y asume que se trata de una prueba que le ha puesto Dios para probar su resistencia. “Sin verdaderas pruebas no hay merito, hasta el mismo Jesucristo fue tentado”, se dice a sí mismo. Por eso es tan intensa la escena en donde el fraile sucumbe al amor que observa: “ansia de sediento, hambre infinita, insoportable. [El religioso] bajó su boca hasta el dibujo. La posó sobre los labios entreabiertos húmedos, cálidos, tocó los dientes minúsculos y la punta de la lengua [de la diosa]. El frío del pergamino lo hizo volver a la realidad”. Anselmo tiene por primera vez una epifanía y responde a ella huyendo del monasterio e internándose en el bosque. La revelación lo lleva a abandonar la certeza que le ha dado sentido a su ser. Su vida con la campesina le hace ratificar que el contacto con Dios está en el lecho del amante.
En Amor humano, divino amor, Ortiz Angulo conjunta tres
tradiciones literarias: la poesía bucólica –en las espléndidas páginas en donde se describe a los dioses griegos– la novela erótica y la literatura filosófica. Las tres tradiciones, sin embargo, no se ocultan una a otra, no se estorban ni distraen al lector. Porque la autora conocía los secretos del arte de narrar y los prodigó no sólo aquí, sino en el conjunto de su obra. Uno de ellos, la tensión narrativa. Otro, la creación de personajes sólidos, humanos, con alma y voz propia. La historia de Amor humano, divino amor se desenvuelve entre la discusión acerca del amor, del placer, del dolor y de los deseos de Dios hacia los hombres. Las descripciones brillantes no se limitan a las escenas de tálamo: el retrato de la vida en el convento de Cecilia, el abuso que sufre, el acecho posterior, dan cuenta de que no sólo dominaba la representación en clave poética. Era también una narradora ágil. Porque era, además, una cuentista brillante, conocedora del arte de crear en unas cuantas líneas una atmósfera o una pasión.
Tanto en Amor humano… como en Viaje a Chilchotla, su siguiente
novela (Ediciones El Socialista, 1987), Ortiz Angulo confronta diversas visiones del mundo. En Amor humano… dentro de la cabeza del eremita se enfrenta la ortodoxia religiosa contra la sensualidad dionisiaca. En Chilchotla, el racionalismo de la doctora Ana se estrella contra el mundo mágico de Delfina, una indígena de la Sierra Mixteca. Los personajes de Ortiz Angulo no sólo tienen transformaciones emocionales sino intelectuales. Se enfrentan a sus contradicciones y a sus sueños. Eso le pasa al memorable Gumersindo Maldonado, el antihéroe de su última novela, En viernes, perdimos otra vez (Ediciones El Socialista, 2002), un modesto empleado bancario que se ha dado por vencido y cuya vida corre entre los pleitos con su esposa y las humillaciones de la oficina, pero que vive una existencia paralela, secreta, en sus sueños y remembranzas, en la cual combina hechos ciertos, como su participación en el movimiento de 1968 con sucesos ficticios, como sus amoríos con sus compañeras de trabajo. Ortiz Angulo deja que su personaje sea feliz en la combinación de la realidad y el sueño. Escribió, cuando menos, 58 cuentos, pero publicó sólo dos colecciones, El regreso a la tierra (Universidad de América, 1951, cuyo cuento que da título al libro fue premiado por un jurado integrado por Francisco Monterde, Alfonso Reyes, Samuel Ruiz Cabañas y Xavier Villaurrutia) y Tíralos al mar (Praxis, 1999). Alcanzó también un altísimo nivel literario en sus piezas breves, como en “El cantero” y “Justicia costeña”. Si en las novelas era capaz de construir personajes complejos como los de Balzac o Dostoievski, en el cuento dominaba la contundencia y la concisión, y ahí brillaba su oído de gran escritora: las voces de sus personajes consiguen esa combinación de naturalidad y poesía que tienen, por ejemplo, los de Juan Rulfo. Quizá, si quepa alguna crítica a su obra, ésta sería la de no experimentar con la vanguardia. Dominó el arte de narrar y construyó un estilo y una propuesta literaria propia, pero se mantuvo ajena de las tendencias experimentales de la literatura, como la mayoría de los escritores mexicanos.
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Ana Ortiz Angulo le robó a la escritura miles de horas, de días y de años.
Se los quitó para regalarlos a sus hijos, a sus alumnos y a sus nietos, que nunca fuimos conscientes de que éramos los beneficiarios de un despojo voluntario a la vocación. Hizo felices a su compañero, José Ángel Ruiz Martínez, El Güero, a sus seis hijos, 16 nietos, seis bisnietos y a miles de alumnos. Su vocación literaria la prueba la escritura de su primera novela a la edad de 13 años y los cuentos que escribió días antes de morir, a los 79. No dejó de escribir nunca. Le interesaba publicar y ser leída, pero prefería dedicar los escasos minutos libres al nuevo cuento, a la próxima novela. Virginia Woolf decía que las mujeres, para profesionalizarse como escritoras, necesitaban “un cuarto propio”. Sus nietos –yo entre ellos– invadimos ese cuarto una y otra vez. Necesitaba silencio y nosotros la llenábamos de ruido, de exigencias mundanas. No nos hacía saber que era escritora hasta que nos sorprendía con un nuevo libro, como si escribir fuera distracción en el tiempo libre. Anita fue, además, profesora, marxista, militante, historiadora. Su legado humano lo conservamos sus hijos, nietos y amigos. Su legado literario está al alcance de todos los lectores.