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Indígenas argentinos según Darwin

C
uando Darwin pisó suelo argentino por primera vez en agosto de 1833 encontró un país donde aún había numerosos pueblos
indígenas. Pero solamente tuvo contacto con los que habitaban en la pampa y en el sur de nuestro país. En la región pampeana
se encontraban los araucanos, divididos a su vez en numerosos grupos étnicos entre los que destacan los mapuches, los
ranqueles, los puelches y los tehuelches. Mientras que en el extremo sur del continente, al sur de la provincia de Santa Cruz y en la isla
de Tierra de Fuego, ejercían su particular cultura del frío las tribus Shelk'nam (onas), Yámana (yahgan) y Alacaluf.

En su diario de viaje Darwin hace una descripción detallada sobre las costumbres de
los puelches y tehuelches. “La raza es grande y hermosa. Puede realmente decirse
que algunas mujeres jóvenes, o chinas, son bellas. Tienen los cabellos ásperos, aunque
negros y brillantes, llevándolos en dos trenzas que les cuelgan hasta la cintura. Su tez
Familia ona.
es cargada de color y tienen muy vivos los ojos; las piernas, los pies y los brazos son
pequeños y de forma elegante; engalánanse los tobillos y a veces la cintura con anchos
brazaletes de baratijas de vidrio azul. Nada hay más interesante que algunos de esos
grupos de familia. A menudo venían a nuestro rancho una madre y dos hijas montadas
en el mismo caballo. Cabalgan como los hombres, pero con las rodillas mucho más
altas. Esta costumbre quizá proceda de que al viajar suelen ir montadas en los caballos
que llevan los bagajes. Las mujeres deben cargar y descargar los caballos, armar las
tiendas para la noche: en una palabra, verdaderas esclavas, como las mujeres de
todos los salvajes, han de hacerse en todo lo más útiles posibles. Los hombres se
baten, cazan, cuidan de los caballos y fabrican artículos de sillería. Una de sus
principales ocupaciones consiste en golpear dos piedras una contra otra, hasta
redondearlas para hacer bolas con ellas. Con auxilio de esta arma importante, el indio
se apodera de la caza y hasta de su caballo que va en libertad por la llanura”.

“Su principal orgullo consiste en que todos los arneses de sus monturas sean de plata.
Tratándose de un cacique, las espuelas, los estribos y las bridas del caballo, así como
el mango del cuchillo, todo es de plata. Un día vi a un cacique a caballo; las riendas
eran de hilo de plata y no más gruesas que una cuerda de látigo; no dejaba de
presentar algún interés el ver a un caballo fogoso obedecer a una cadena tan ligera”.

Durante la década de 1830 a 1839, el caudillo de Buenos Aires Juan Manuel de


Familia ona. Rosas realizó varias incursiones hacia el “desierto”, sobre todo para intentar aislar a
las tribus de indios puelches y ranqueles. Tribus nómadas sin localización específica,
inventoras de la “guerra de guerrillas”, sus ataques se producían en grupos reducidos,
llamados “malones”, que lograban sembrar el terror entre las poblaciones fronterizas.
En mayo de 1832 el general Rosas comienza su primera incursión hacia el suroeste,
en dirección a las provincias de patagónicas de Río Negro y Neuquén. Cuatro meses
más tarde el diario de Buenos Aires la “Gaceta Mercantil”, daba a conocer los
resultados de la breve campaña: “3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros de ambos
sexos”. Darwin al enterarse sobre estas incursiones escribió:

“Siéntese profunda melancolía al pensar en la rapidez con que los indios han
desaparecido ante los invasores. Aquí todos están convencidos de que ésta es la más
justa de las guerras. ¿Quién podría creer que se cometan tantas atrocidades en un
país cristiano y civilizado? Creo que dentro de medio siglo no habrá ni un solo indio
salvaje al norte del Río Negro”.

Mujeres mapuches.
Con las tribus que habitaban el sur de la Patagonia Darwin no fue tan benévolo, según
él: “El frío, la carencia de alimentos y la falta absoluta de civilización la han hecho
feísima”.

“Estos fueguenses forman muy marcado contraste con la miserable y desmedrada Jóvenes onas.

raza que habita más al oeste y parecen próximos parientes de los famosos patagones
del Estrecho de Magallanes. Su único traje consiste en una capa hecha de la piel de
un guanaco, con el pelo hacía afuera; se echan esta capa sobre los hombres y su
persona queda así tan cubierta como desnuda. Su piel es de color rojo cobrizo sucio”.

“El viejo llevaba en la cabeza una venda adornada con plumas blancas, que en parte
sujetaban sus cabellos negros, duros y formando una masa impenetrable. Dos bandas
transversales ornaban su rostro: una, pintada de rojo vivo, se extendía de una a otra
Jóvenes yamanas. oreja, pasando por el labio superior; la otra, blanca como la creta, paralela a la
primera, le pasaba a la altura de los ojos y cubría los párpados. Sus compañeros
llevaban también como ornamentos bandas negras al carbón. En suma, esta familia se
parecía a esos diablos que se representan en escena en Freychütz o en obras
semejantes”.

Finalmente reflexiona:

“Al ver a estos salvajes, la primera pregunta que nos hacemos es: ¿De dónde
proceden? ¿Quién puede haber decidido, quién ha forzado a una tribu de hombres a
abandonar las hermosas regiones del norte, a seguir la cordillera, esa espina dorsal
de América, a inventar y construir canoas que no emplean ni las tribus de Chile, ni las
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del Perú ni las del Brasil, y, por último, ir a habitar uno de los países más inhóspitos
del mundo?”.

Citas tomadas del Diario de un naturalista alrededor del mundo, de Charles Darwin, 1839
Grupo tehuelche. Yamanas cazando.

EfectoDarwin
XI Muestra de Ciencias Naturales de la Fundación Miguel Lillo

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