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VICENTINISMO

EN TIEMPOS DE SAN VICENTE DE PAÚL...Y HOY

Cuadernos Vicencianos (Editorial CEME) (España)

Tema Preparado por: Julieta Mendivelso - Luis Alejandro Orozco

“Es preciso que sintamos sobre nosotros el peso de los pobres,


que suframos con aquellos que sufren,
de otro modo, no seriamos
discípulos de Jesucristo”

CONTENIDO

1. San Vicente de Paúl y la Misión


1.1 .Presentación del tema
1.1.1. Una mirada sobre la vida
1.1.2. A la luz del Evangelio...
1.2. SAN VICENTE Y LA MISIÓN
1.2.1."...Aquél fue el primer sermón de la misión..."
1.2.2."...Fue aquél el primer lugar en donde se estableció la Caridad..."
1.2.3."...Los pobres están abandonados..."
1.2.4."...Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres..."
1.2.5."...Evangelizar de palabra y de obra..."
1.2.6."...Nuestra vocación es la continuación de Jesucristo..."
1.2.7. "...No impidáis que le imitemos..."
2. SAN VICENTE DE PAÚL Y LOS LAICOS
2.1. Presentación del tema
2.2. SAN VICENTE Y LOS LAICOS
2.2.1. Unos laicos revelan a San Vicente su misión y su responsabilidad de sacerdote.
2.2.1.1."...Me hablaron de su enfermedad y de su pobreza..."
2.2.1.2"...Aquella buena joven...deseo estar en aquella ocupación..."
2.2.2 San Vicente revela a los laicos su misión y responsabilidad en la iglesia y para con
los pobres
2.2.2.1"...El fuego en el corazón de tantas personas..."
2.2.2.2"...Dejen ahora de ser sus madres para ser sus jueces..."
2.2.3. San Vicente organiza la acción de los laicos en la Iglesia... en favor de los pobres
2.2.4. El lugar y la función de las mujeres en la Iglesia
2.2.4.1"...Nuestro Señor no saca menos gloria del ministerio de las mujeres..."
2.2.4.2."...Hace unos 800 años..."
2.2.4.3"...Una especie de dispensa que os hizo el Apóstol..."
2.2.5. "El orden y la jerarquía de la candad"
2.2.5.1 "...Una pobre mujercilla, igual que los sabios..."
2.2.5.2"...No es la cualidad...sino más bien la caridad..."
2.2.6. La base: caridad afectiva y efectiva
2.2.6.1. "...No, no; no nos engañemos..."
2.2.6.2. "...Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo..."
2.2.7. Tu consagración: "un don total a Dios para servir a los pobres "
2.2.7.1 La entrega total a Dios

2.2.7.2. El don total para el servicio de los pobres


3. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA COMUNIDAD
3.1. Presentación del tema
3.2. SAN VICENTE Y LA COMUNIDAD
3.2.1. Unas Comunidades para el servicio-para la misión
3.2.1.1. "...en el Cuerpo Místico..."
3.2.1.2. "...Imitando a los Apóstoles y a los primeros cristianos..."
3.2.1.3. "...En el estado de su Hijo, de sus Apóstoles..."
3.2.2. Comunidad: "Esa mutualidad"
4. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA MISIÓN "AD GENTES"
4.1. Presentación del tema
4.2. SAN VICENTE Y LA MISIÓN AD GENTES
4.2.1. La Misión Ad Gentes... y San Vicente
4.2.1.1 "...A los países más alejados"
4.2.1.2. "...A las necesidades más acuciantes y más abandonadas..."
4.2.1.3."...No hay ninguna cosa que yo desee tanto..."
4.2.1.4. "...Y yo mismo, aún siendo anciano y de edad..."
4.2.2. La Misión Ad Gentes... y la Comunidad
4.2.2.1. "...Esos sí que son obreros, verdaderos misioneros..."
4.2.2.2. '...¿Qué es lo que no han sufrido en aquel país?...
4.2.2.3. "...No creo que haya en la Compañía ni uno solo..."
4.2.2.4. '...Si no estuviéramos apegados a algún capricho..."
4.2.3. La Misión Ad Gentes... y la Iglesia
4.2.3.1. "...Cuando tienen una legítima misión..."
4.2.3.2."...He ofrecido a Dios esta pequeña Compañía..."
4.2.3.3. "...Esta pequeña Compañía está educada en esta disposición..."
4.2.3.4. "...La aniquilación de la Iglesia en Europa..."
4.2.3.5. "...No ha prometido que esta Iglesia estaría en Francia..."
5. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA EVANGELIZACIÓN
5.1. Presentación del tema
5.2. SAN VICENTE Y LA EVANGELIZACIÓN
5.2.1. "...No debemos dejar pasar ninguna ocasión..."
5.2.2.Evangelización General a la población
5.2.3. "...Por no saber las cosas necesarias..."
5.2.4."...Predicar, catequizar y hacer que hagan confesión general..."
5.2.5. "...Evangelizar de palabra y con obras..."
5.2.6. "...Esto es lo que tienen ustedes más que..."
5.2.7. Evangelizar: ¿anunciar el evangelio... o encontrar a Jesucristo?
5.2.8."...Anunciar su santo evangelio.."
5.2.9. "...Allí encontrarán a Dios..."
BREVE BIOGRAFIA

Vicente, el tercero de seis hijos de Juan de Paúl y Beltrana de Mora, nació en Pouy, una región
pobre del suroeste de Francia, el 24 de Abril de 1581.

Sus padres eran campesinos y pastores que poseían unas tierras y ganado. La vida de la familia de
Paúl era dura, pues los trabajos eran muchos y la comida escasa. Ya desde niño empiezan a
manifestarse sus buenos sentimientos; se dice que ante las necesidades de un pobre dio todos sus
ahorros, aun siendo él, miembro de una familia que también sufría la escasez.
Los padres de Vicente viendo que tenia agudeza e inteligencia, decidieron ponerlo a estudiar para
que ordenado sacerdote, pudiera continuar ayudando a los suyos, fue entonces cuando le mandaron
a la escuela de Dax, la cual estaba dirigida por los Padres Franciscanos, seguidores de Francisco de
Asís, quien tuvo gran estima por la virtud de la pobreza, por lo que su formación partía de allí aún
cuando a los alumnos y a Vicente, no les gustara mucho lo de la pobreza, ya que por el contrario,
cuando este era estudiante, lo que quería era olvidarse de sus orígenes de campesino, momento en
el que su orgullo juvenil le llevó a avergonzarse de acompañar por las calles a su Padre, porque era
cojo y su vestidos pobres.
Con el transcurso del tiempo, Vicente va teniendo un encuentro mas profundo con Cristo y los
Pobres, pues a su paso se fue encontrando con un sinnúmero de pruebas, que atentaban contra su
sensibilidad humana y espiritual.
El obispo de Dax, conociendo sus dificultades para pagarse sus estudios, le ayudó dándole permiso
para el subdiaconado, el diaconado y por fin el sacerdocio, el 23 de Septiembre de 1600.
A partir, de 1617 realiza varias fundaciones, la primera de ellas es la cofradía de la caridad, en la
que convocó a las señoras mas decididas para realizar una ardua labor en aquellos años de guerra,
peste y hambre. Por su parte, Federico Ozanam, inspirado en esta obra de San Vicente, funda en
1833 , las Conferencias de San Vicente de Paúl, con ellas la caridad Seglar se ha extendido en el
mundo, luego nacen las Damas de la Caridad, una institución alterna a la Cofradía, donde sus
miembros provenían de la alta sociedad y eran quienes aportaban sus bienes y tomaban parte activa
en el servicio a los pobres.
Ya en 1633 San Vicente en compañía de Santa Luisa de Marillac, funda la Compañía de las Hijas
de la Caridad, un grupo de damas sencillas, humildes y caritativas, que se entregaban al servicio de
los pobres. Con el transcurso del tiempo, después de la fuerte experiencia de Misión que tuvo,
funda en 1625 la Congregación de la Misión P.P Vicentinos, juntamente con las Hijas de la Caridad,
es la obra principal de San Vicente.
Desde el año 1656 estuvo enfermo sin recuperarse del todo ya nunca mas, luego se vio obligado a
dejar de decir la Santa Misa por si solo, siguió empeorando y uno de los misioneros tomaba nota
del curso de la enfermedad. El día 26 de Septiembre, recibió la unción de los enfermos y murió a
las cinco menos cuarto de la mañana del 27. El Padre Vicente de Paúl había pasado por su calvario
y entrado en los cielos para permanecer por siempre en la presencia de Dios, para socorro de los
pobres de este mundo.

1. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA MISIÓN

1.1 Presentación del tema

Nos dice san Juan que Jesús se manifestó por un signo..."Así en Caná de Galilea dio Jesús
comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discipulos"(Jn 2, 11).
Es curioso destacar que san Vicente usa términos análogos para describir su orientación espiritual y
misionera...

«Aquél fue el primer sermón de la Misión...» (XI, 700).


«Fue aquél el primer lugar en donde se estableció la Caridad* (IX, 233).

1.1.1.Una mirada sobre la vida

En efecto, en 1617, es un doble encuentro el que orienta, a decir del mismo san Vicente, toda su
marcha:

- En Gannes-Folleville, el encuentro con el pobre, ignorante de las verdades


fundamentales.

- En Chatillon-les-Dombes, el encuentro con el pobre, carente de bienes materiales.

San Vicente, ante todo, no parte de una teoría sobre la misión, sino de una mirada sobre la vida, y
de unas llamadas que descubre en ella: Los pobres están "abandonados":

«Dios ama a los pobres, y por consiguiente ama a quienes aman a los pobres; pues, cuando se ama
mucho a una persona, se siente también afecto a sus amigos y servidores. Pues bien, esta pequeña
Compañía de la Misión procura dedicarse con afecto a servir a los pobres, que son los preferidos de
Dios; por eso tenemos motivos para esperar que, por amor hacia ellos, también nos amará Dios a
nosotros. Así pues. Hermanos míos, vayamos y ocupémonos con un amor nuevo en el servicio de
los pobres y busquemos incluso a los más pobres y abandonados; reconozcamos delante de Dios
que son ellos nuestros señores y nuestros amos, y que somos indignos de rendirles nuestros
pequeños servicios» (XI, 273).

1.1.2.A la luz del Evangelio...

Pues bien, en Lc 4, 18, texto fundamental para san Vicente, Jesucristo afirma al
comenzar su vida pública:

«El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la
Buena Nueva»

Nuestra Misión

Los pobres son abandonados por el mundo y por la Iglesia. Sin embargo, Jesucristo vino a
anunciarles a ellos la Buena Nueva. Esta contradicción, escandalosa para san Vicente, lo interpela y
lo lleva hasta definir nuestra Misión. Ella será:
- Continuación de la Misión de Jesucristo
- Imitación de Cristo, "el misionero"
1.2. SAN VICENTE Y LA MISIÓN

1.2.1."...Aquél fue el primer sermón de la misión..."

«Era el mes de enero de 1617 cuando sucedió esto; y el día de la conversión de san Pablo, que es el
25, esta señora me pidió que tuviera un sermón en la iglesia de Folleville para exhortar a sus
habitantes a la confesión general. Así lo hice..-Se reunían grandes multitudes, y Dios nos concedió
su bendición. Aquél fue el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la
conversión de san Pablo; Dios hizo esto no sin sus designios en tal día» (XI.700).

1.2.2."...Fue aquél el primer lugar en donde se estableció la Caridad..."

«Ya os he dicho cómo sucedió esto. Pero, como muchas de las que están aquí presentes no estaban
entonces, os lo volveré a decir una vez más, para señalaros la actuación de Dios en vuestra
fundación.

Sabed, pues, que estando cerca de Lyon en una pequeña ciudad en donde la Providencia me había
llevado para ser párroco, un domingo, como me estuviese preparando para celebrar la santa misa,
vinieron a decirme que en una casa separada de las demás, a un cuarto de hora de allí, estaba todo
el mundo enfermo, sin que quedase ni una sola persona para asistir a las otras, y todas en una
necesidad que es imposible expresar. Esto me tocó sensiblemente el corazón; no dejé de decirlo en
el sermón con gran sentimiento, y Dios, tocando el corazón de los que me escuchaban, hizo que se
sintieran todos movidos de compasión por aquellos pobres afligidos.-Y fue aquél el primer lugar en
donde se estableció la Caridad» (IX.232-234).

1.2.3."...Los pobres están abandonados..."

«Dios ama a los pobres, y por consiguiente ama a quienes aman a los pobres; pues, cuando se ama
mucho a una persona, se siente también afecto a sus amigos y servidores. Pues bien, esta pequeña
compañía de la Misión procura dedicarse con afecto a servir a los pobres, que son los preferidos de
Dios; por eso tenemos motivos para esperar que, por amor hacia ellos, también nos amará Dios a
nosotros. Así pues, hermanos míos, vayamos y ocupémonos con un amor nuevo en el servicio de
los pobres, y busquemos incluso a los más pobres y abandonados; reconozcamos delante de Dios
que son ellos nuestros señores y nuestros amos, y que somos indignos de rendirles nuestros
pequeños servicios» (XI, 273).

1.2.4."...Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres..."

«En esta vocación vivimos de modo muy conforme a nuestro Señor Jesucristo que. al parecer,
cuando vino a este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres. "Misit
me evangelizare pauperibus". Y si se le pregunta a nuestro Señor: "¿Qué es lo que has venido a
hacer a la tierra?" - "A. asistir a los pobres" - "¿A algo más?" - "A asistir a los pobres", etc. En su
compañía no tenía más que a pobres, y se detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre
con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con
el mismo fin que comprometió a Dios a hacerse hombre?» (XI, 34).

1.2.5."...Evangelizar de palabra y de obra..."


«SÍ los sacerdotes se dedican al cuidado de los pobres, ¿no fue también éste el oficio de nuestro
Señor y de muchos grandes santos, que no sólo recomendaron el cuidado de los pobres, sino que
los consolaron, animaron y cuidaron ellos mismos?... ¿No son hermanos nuestros? Y si los
sacerdotes los abandonan, ¿quién queréis que les asista? De modo que, si hay algunos de entre
nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para
remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y
hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables
palabras del soberano Juez de vivos y de muertos: "Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino
que os está preparado, porque tuve hambre y me disteis de comer; estaba desnudo y me vestisteis;
enfermo y me cuidasteis". Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es
lo que nuestro Señor practicó y tienen que practicar los que lo representan en la tierra, por su cargo
y por su carácter, como son los sacerdotes (XI.393)».

1.2.6."...Nuestra vocación es la continuación de Jesucristo..."

«Pero, padre, no somos nosotros los únicos que instruimos a los pobres; ¿no es eso lo que hacen los
párrocos? ¿Qué otra cosa hacen los predicadores, tanto en las ciudades como en el campo? ...Y de
esto es de lo que hacen profesión los misioneros; lo especial suyo es dedicarse, como Jesucristo, a
los pobres. Por tanto, nuestra vocación es una continuación de la suya»,

Un gran motivo que tenemos es la grandeza de la cosa: dar a conocer a los pobres, anunciarles a
Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que este reino es para los pobres—¡Qué
grande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros y para participar en los planes
del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento.¡Qué! ¡Hacernos... no me atrevo a
decirlo.-sí: evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, ¡el oficio del Hijo
de Dios! Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue
haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra. ¡Qué gran motivo para alabar a Dios, hermanos
míos, y agradecerle incesantemente esta gracia'.» (XI,386-387).

1.2.7. "...No impidáis que le imitemos..."

«Os hablo de todas estas objeciones, hermanos míos, antes de que se presenten, porque pudiera ser
que algún día se presentasen. Yo no puedo ya durar mucho; pronto tendré que irme; mi edad, mis
achaques y las abominaciones de mi vida no permiten que Dios me siga tolerando por mucho
tiempo en la tierra. Podría suceder, que, después de mi muerte, algunos espíritus de contradicción y
comodones dijesen: "¿Para qué molestarse en cuidar de esos hospitales? ¿Cómo poder atender a
esas personas arruinadas por la guerra y para qué ir a buscarlas en sus casas? ¿Por qué cargarse de
tantos asuntos y de tantos pobres? ¿Por qué dirigir a las mujeres que atienden a los enfermos y por
qué perder el tiempo con los locos?" Habrá algunos que criticarán esas obras, no lo dudéis; otros
dirán que es demasiado ambicioso enviar misioneros a países lejanos, a las Indias, a Berbería. Pero,
Dios y Señor mío, ¿no enviaste tú a santo Tomás a las Indias, y a los demás apóstoles por toda la
tierra? ¿No quisiste que se encargaran del cuidado y de la dirección de todos los pueblos en general
y de muchas personas y familias en particular? No importa; nuestra vocación es: "Evangelizare
pauperibus"» (XI, 395).

«Pero la compañía, dirán algunos, se encuentra trabada con esta ocupación. -¡Ay! si en su infancia
ha sostenido este peso y ha llevado tantos otros, ¿por qué no va a poder llevarlos cuando sea más
fuerte? "Dejadnos, habrá que decirles, dejadnos en la situación en que estaba nuestro Señor en la
tierra; estamos haciendo lo que él hizo: no nos impidáis que le imitemos". Amonestadlos, hermanos
míos, amonestadlos y no los escuchéis» (XI, 397).
2. SAN VICENTE DE PAÚL Y LOS LAICOS

2.1. Presentación del tema

El Concilio Vaticano II, en su constitución "Lumen Gentium", nos ha dado de la Iglesia una visión
a la que no estábamos habituados. La Iglesia era sobre todo una jerarquía, ahora bien, ella es ante
todo un pueblo, el Pueblo de Dios. En su seno sé, distribuyen los servicios y las responsabilidades.
Algunos los asumen los clérigos, que constituyen la jerarquía, otros los asumen los laicos.

Los clérigos han mantenido hasta el presente el lugar preponderante y la iniciativa. Pero vamos
caminando hacia un tipo de Iglesia, en la que los laicos desempeñarán una función cada vez más
activa: están situados en el mismo centro de las cuestiones que el mundo plantea a la Iglesia.

Después del concilio de Trento, la tendencia general en la Iglesia se orientó a reforzar su aspecto
jerárquico; son los clérigos los que toman en sus manos y llevan a cabo las reformas necesarias, y
son otros clérigos, los que con su conducta obstaculizan la evolución de la Iglesia.

San Vicente tuvo tentaciones de hacerse con un sitio en esa jerarquía confortable. Pero los laicos le
van a hacer desistir de ese proyecto. Son los laicos quienes le plantean en su vida las cuestiones
decisivas:

¿Va a dejar a los campesinos sumidos en la ignorancia religiosa?


¿No haría falta crear unas asociaciones que se encargaran de las miserias más escandalosas?

Más cerca que él de los problemas que había que resolver, serán ellos quienes vayan por delante,
con sus ideas. Por ellos, san Vicente se va a dejar interrogar, impulsar y orientar hacia unos
horizontes que no había previsto.

Su genio organizador, su talento para captar las líneas de fuerza de los conjuntos, le permiten
separar las dimensiones sociales y el aspecto colectivo de los problemas que le están sometidos.
Devuelve a los laicos sus cuestiones, pidiéndoles que asuman sus propias responsabilidades,
ayudándoles a organizarse para enfrentarse con ellas.

El universo donde él vivió era un mundo de violencia en el que, detrás de una fachada elegante,
todo se regía por medio de la fuerza. En él los pequeños eran las eternas víctimas, bajo una
pirámide social que los aplastaba con su peso. Era un tipo de civilización muy masculina, cuyos
excesos disfrutaban de libre curso: guerras externas, duelos, exterminio de poblaciones,
devastaciones de regiones enteras. Las mujeres, más que los hombres, fueron sensibles a las taras
de ese mundo tan inhumano, y fueron ellas, sobre todo, quienes fueron sumisas a san Vicente.

Fueron ellas las primeras, a las que propuso una organización para canalizar su generosidad, para
poner en su sitio unos remedios duraderos a los males del tiempo. Gracias a ellas, madres de
familia, damas encopetadas, simples burguesas, modestas campesinas, solteras o viudas se
consagran al servicio de los pobres. Por medio de ellas, hace entrever a sus contemporáneos lo que
pudiera ser otro tipo de relaciones entre los hombres, un mundo humano y fraternal, donde los
humildes no serían los oprimidos de siempre.
Desde hace 30 ó 40 años se habla mucho de los laicos y del laicado en la Iglesia, particularmente
después del Concilio. Después de haber sido durante demasiado tiempo considerados como
menores, los laicos, que tienen sus responsabilidades en el mundo, se hacen también cargo de sus
responsabilidades en la Iglesia.

Por su misma vida están en el mismo nudo de los problemas actuales, ellos son los que pueden, en
nombre del mundo, interrogar a la Iglesia y particularmente al sacerdote.

El diálogo entre san Vicente y los laicos de su tiempo fue el origen de iniciativas que cambiaron la
faz de la Iglesia. De un diálogo parecido y de una búsqueda parecida entre laicos y sacerdotes
esperamos nosotros las adaptaciones que los tiempos nuevos exigen a la Iglesia.

2.2. SAN VICENTE Y LOS LAICOS

Fueron los laicos del siglo XVII los que san Vicente descubrió, animó, organizó, laicos que vivían
en una sociedad y en una Iglesia de "Cristiandad". Eso es evidente, pero es una evidencia que
merece ser recordada y destacada. Será inútil e insensato querer hallar en san Vicente, en su
experiencia y reflexión, una teología del laicado, tal como ha quedado elaborada y madurada
después de 300 años.
Por otra parte, frente a los laicos, como en cualquier otro dominio, san Vicente se presenta y actúa
como misionero, atento a la experiencia y a la vida, y no como "un teórico".

2.2.1. Unos laicos revelan a San Vicente su misión y su responsabilidad de sacerdote.

Es curioso y significativo destacar que en numerosas ocasiones fueron unos laicos quienes atrajeron
la atención de san Vicente sobre los "signos de los tiempos" y así llegaron a orientar y precisar su
proyecto misionero. - "...Ay, Padre Vicente... ¿Qué remedio podemos poner... " (XI, 700).

En los relatos del suceso de Gannes-Folleville, importantísimo, como sabemos, para san Vicente, la
iniciativa se presenta siempre como proveniente de la Sra. De Gondi: es ella quien —de entrada—
da al acontecimiento todas sus dimensiones, quien ruega a san Vicente que predique para exhortar a
la confesión general, ella también quien alienta a san Vicente a proseguir aquella primera
experiencia misionera.

«Esa gracia fue la que realizó este efecto saludable en el corazón de aquel aldeano, cuando confesó
públicamente, y en presencia de la señora esposa del general, de la que era vasallo, ...los enormes
pecados de su vida pasada, ...entonces aquella virtuosa dama, llena de admiración le dijo al Padre
Vicente: "¿Qué es lo que acabamos de oír? Esto mismo les pasa sin duda a la mayor parte de estas
gentes. Si este hombre, que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación, ¿qué
ocurrirá con los demás que viven tan mal? ¡Ah, Padre Vicente, cuántas almas se pierden! ¿Qué
remedio podemos poner?" (XI. 699).
Aquel hombre murió y aquella señora, al darse cuenta entonces de aquella necesidad de las
confesiones generales, quiso que al día siguiente se tuviera la predicación sobre aquel tema. Así lo
hice, y Dios concedió su bendición de tal manera que todos los habitantes del lugar hicieron
enseguida confesión general...

Esto dio origen a que se siguiera con el mismo ejercicio en otras parroquias de las tierras de dicha
señora durante varios años, hasta que se le ocurrió la idea de mantener a varios sacerdotes, para que
continuasen en las misiones...» (XI, 326-327).
2.2.1.1."...Me hablaron de su enfermedad y de su pobreza..."

En Chátíllon, unos meses más tarde, son también unas personas, anónimas, las que vienen a llamar
la atención del párroco, acerca de la situación dramática de un “enfermo pobre” y abandonado:

«...Yo era cura, aunque indigno, en una pequeña parroquia. Vinieron a decirme que había un pobre
enfermo y muy mal atendido en una pobre casa de campo, y esto cuando estaba a punto de tener
que ir a predicar. Me hablaron de su enfermedad y de su pobreza, de tal forma que, lleno de gran
compasión, lo recomendé con tanto interés y con tal sentimiento»... (IX,202).

2.2.1.2"...Aquella buena joven...deseo estar en aquella ocupación..."

En el origen de la fundación de las Hijas de la Caridad, es también una seglar, Margarita Naseau,
quien parece que tuvo la primera iniciativa, que orientaría a san Vicente hacia un servicio de los
pobres por los pobres.

«Las señoras de San Salvador fundaron la Cofradía de la Caridad en su parroquia: servían ellas
mismas a los pobres, les llevaban el puchero, los remedios y todo lo demás; y como la mayor parte
eran de familias distinguidas y tenían marido y familia..-hablaban entre sí de buscar algunas criadas
que lo hiciesen en su lugar. Esta buena Joven, al oír hablar de aquel proyecto, deseó que la
ocupasen en él y fuera recibida por las damas. Las de las otras parroquias hicieron lo mismo y me
pidieron que, si era posible, les proporcionase algunas.
La señorita Le Gras... se encargó de tomarlas bajo su dirección... Así es como se hizo esto,...» (IX,
416).

2.2.2. San Vicente revela a los laicos su misión y responsabilidad en la iglesia y para con los
pobres

Alertado muchas veces por los laicos, san Vicente se da cuenta bien pronto de los recursos, hasta
entonces sin explotar, que los seglares podían poner, en la Iglesia, al servicio de los pobres, y él se
convierte en el gran "animador" de los laicos para los pobres.

2.2.2.1"...El fuego en el corazón de tantas personas..."

En Chátillon, san Vicente —avisado de la situación de abandono de aquellos pobres enfermos—


predica "vivamente y con mucho sentimiento" (cf. IX, 202). Les recuerda a sus feligreses su
responsabilidad, y la mujeres acuden "en grupos" donde los pobres.

«Después de comer, se celebró una reunión en casa de una buena señorita de la ciudad, para ver qué
socorros se les podría dar, y cada uno se mostró dispuesto a ir a verlos y consolarlos con sus
palabras y ayudarles en lo que pudieran. Después de vísperas, tomé a un hombre honrado, vecino
de aquella ciudad, y fuimos juntos hasta allá...Después de haberlos confesado y dado la comunión,
hubo que pensar en la manera de atender a sus necesidades. Les propuse a todas aquellas buenas
personas, a las que la caridad había animado a acudir allá, que se pusiesen de acuerdo, cada una un
día determinado...no solamente a aquellos, sino todos los que viniesen luego;...»

Y san Vicente concluyó:


«¿Fueron los hombres los que pusieron fuego en el corazón de tantas personas que se dirigieron allá
en gran número para ir a socorrerlos?... No, Hijas mías, no fue obra de los hombres, está claro que
Dios actuaba allí con su poder...» (IX, 232-233).
2.2.2.2"...Dejen ahora de ser sus madres para ser sus jueces..."

San Vicente desempeñará la función de "animador" de los laicos en favor de los pobres con
dinamismo, perseverancia y éxito, hasta el fin de su vida. Conocemos, entre otras, la celebérrima
exhortación a las Damas de la Caridad:

«Bien, señoras, la compasión y la caridad les han hecho adoptar a estas pequeñas criaturas como
hijos suyos; ustedes han sido sus madres según la gracia desde que los abandonaron sus madres
según la naturaleza. Dejen ahora de ser sus madres para convertirse en sus jueces, su vida y su
muerte están ahora en manos de ustedes: voy a recoger ahora sus votos y sus opiniones; va siendo
hora de que pronuncien ustedes sus sentencia y de que todos sepamos, si quieren tener misericordia
con ellos. Si siguen ustedes ofreciéndoles sus caritativos cuidados, vivirán; por el contrario, si los
abandonan, morirán y perecerán sin remedio; la experiencia no nos permite dudar de ello» (X, 943).

2.2.3. San Vicente organiza la acción de los laicos en la Iglesia... en favor de los pobres

Provocado con frecuencia por los laicos, san Vicente capta con rapidez la función irreemplazable
que tienen que desempeñar en la Iglesia, en favor de los pobres. Pero es necesario poner orden en
su abnegación y organizar su acción.

La reacción poco menos que espontánea de san Vicente, la tarde del acontecimiento de Chatillon, es
particularmente significativa: el compromiso de los seglares, para el servicio de los pobres, debe ser
colectivo y solidario. Es eso precisamente lo que afirma la introducción del Reglamento de la
Cofradía de Chatillon, fechado en noviembre-diciembre de 1617.

«Puesto que la caridad para con el prójimo es una señal infalible de los verdaderos Hijos de Dios, y
como uno de los principales actos de la misma es visitar y alimentar a los pobres enfermos, algunas
piadosas señoritas y unas cuantas virtuosas señoras de la ciudad de Chatillon-les-Dombes, de la
diócesis de Lyon deseando obtener de la misericordia de Dios la gracia de ser verdaderas hijas
suyas, han decidido reunirse para asistir espiritual y corporalmente a las personas de su ciudad, que
a veces han tenido que sufrir mucho, más bien por falta de orden y de organización, que porque no
hubiera personas caritativas.

Pero, como pudría temerse que después de comenzar esta buena obra se viniera abajo en poco
tiempo si, para mantenerla, no tuvieran alguna unión y vinculación espiritual, han decidido juntarse
en una corporación que con el tiempo pueda erigirse en cofradía, con el siguiente Reglamento, todo
ello. con el beneplácito del señor Arzobispo, su muy venerable prelado, al que queda totalmente
sometida esta obra» (X, 574).

En este texto se hallan los elementos esenciales del pensamiento y de la acción del Sr. Vicente,
relacionados con la organización del laicado en la Iglesia en función de los pobres:
- la necesidad de estar y obrar juntos,
- un proyecto total: "espiritual y corporalmente", así los laicos no podrán contentarse con lo
"temporal".
- una relación vital con el Obispo... etc.
Estos principios de organización y de acción, los hallamos prácticamente en cada uno de los
Reglamentos de las Cofradías (cf. X, 569) y en todas las iniciativas de san Vicente con los laicos.

2.2.4. El lugar y la función de las mujeres en la Iglesia

Ya lo hemos hecho notar en los textos anteriores, que se trata, sobre todo, de mujeres. San Vicente
invitó igualmente al laicado masculino (cf. X, 594, etc.), pero, como las necesidades de los pobres,
especialmente de los enfermos, exigían más bien una "cercanía" femenina, y también
indudablemente porque las mujeres, como en Chatillon, se manifestaron más disponibles, san
Vicente —en el laicado activo— concedió siempre un lugar preferente a las mujeres. Y haciendo
eso, es perfectamente consciente de devolver a las mujeres una función y una responsabilidad, que
recobran en la Iglesia, sobre todo en una iglesia para los pobres.

2.2.4.1"...Nuestro Señor no saca menos gloria del ministerio de las mujeres..."

«Y como la asociación de hombres y la de mujeres no son más que una misma, que tiene un mismo
patrono, ...y solamente es el ministerio lo que las divide... y puesto que nuestro Señor no saca
menos gloria del ministerio de las mujeres que del de los hombres..., por eso, los servidores de los
pobres tendrán el mismo interés por la conservación y el crecimiento de la asociación de las
mujeres, como de la suya» (X, 602-603).

2.2.4.2."...Hace unos 800 años..."

«El segundo motivo es que todas tenéis que tener mucho miedo de que estas obras lleguen a
disolverse y a perderse en vuestras manos. Señoras, sería sin duda una gran desgracia; una
desgracia tan grande, como la gracia que Dios os ha concedido de utilizaros en una obra tan
admirable. Hace ya alrededor de ochocientos que las mujeres no tienen ninguna ocupación pública
en la Iglesia; antes existían las que tenían el nombre de diaconisas... Pero en tiempos de
Carlomagno, por una disposición secreta de la Providencia, cesó este uso y vuestro sexo quedó
privado de toda ocupación, sin que en adelante se le haya confiado alguna; y he aquí que esta
misma Providencia se dirige actualmente a algunas de vosotras para suplir lo que se necesitaba para
los pobres enfermos del Hotel-Dieu» (X, 953).

2.2.4.3"...Una especie de dispensa que os hizo el Apóstol..."

La excelencia de este ejercicio aparece:

«...en que de esta manera entraréis en la práctica de las viudas de la primitiva Iglesia, que consiste
en cuidar corporal mente de los pobres, como ellas los cuidaban, y también la atención espiritual de
las personas de vuestro sexo, tal como ellas las atendían. En lo cual tendréis una especie de
dispensa de aquella prohibición que les hizo el apóstol san Pablo en la primera a los Corintios,
capítulo 14: "Que las mujeres se. callen en las iglesias, pues no les está permitido hablar allí». Y en
la primera a Timoteo, capítulo 2: «No le permito a la mujer enseñar"» (X, 902).

2.2.5. "El orden y la jerarquía de la candad"

En el texto arriba citado (X, 902), "es el ministerio de la caridad", el que permite contravenir las
severas normas de san Pablo y constituye "la dispensa de la prohibición. "Para san Vicente, en
efecto, "el orden de la caridad" constituye —en el Reino de Dios— como la Jerarquía cimera y
definitiva... la del Juicio final al cual serán sometidos sacerdotes y laicos por igual.

2.2.5.1 "...Una pobre mujercilla, igual que los sabios..."

A los Hermanos coadjutores san Vicente les decía:

«En esto podéis llevar vosotros la virtud tan adelante como los sacerdotes. Y si trabajáis fielmente
en la adquisición de las virtudes, se podrá decir con razón que estáis en un estado perfecto. Y si hay
un sacerdote que trabaja en ello de una forma ruin, como yo, que soy un miserable pecador, habrá
que confesar que seréis mucho más perfectos que él, aunque sea sacerdote, aunque sea anciano,
aunque sea superior. ¿Por qué todo esto? Porque no es la dignidad ni la edad lo que hace que el
hombre merezca, sino las obras, que lo hacen más semejante a nuestro Señor. Por ellas es por lo
que se perfecciona; es la práctica de las virtudes lo que le salva. Eso es lo que se aprecia en el
Evangelio del juicio, donde se dice que nuestro Señor pondrá a su derecha a los que hayan
trabajado en las virtudes, especialmente en la virtud de la caridad, y que solamente ellos entrarán en
el reino de los cielos. Por tanto, la práctica de las virtudes es la que nos liga a su amor, y es su amor
lo que os lleva a hacer nuevos actos de virtud.
Si amaseis mucho a Dios, obraríais de ese modo. Pues bien, vosotros podéis amar tanto a Dios
como los sacerdotes; y una pobre mujercilla, tanto como los sabios» (XI, 404).

2.2.5.2"...No es la cualidad...sino más bien la caridad..."

«...cuando un sacerdote celebra la misa, hemos de creer que es el mismo Jesucristo, nuestro Señor,
principal y soberano sacerdote, el que ofrece el sacrificio; el sacerdote no es más que ministro de
nuestro Señor, que se sirve de él para realizar externamente esa acción. Pues bien, el acólito que
sirve al sacerdote y los que oyen la misa, ¿participan, como el sacerdote, del sacrificio que él hace y
que ellos hacen con él, como él mismo dice: Sin duda que participan, y más que él, si tienen más
caridad que el sacerdote. “Las acciones son personales”.
No es la cualidad de sacerdote o del religioso lo que hace que las acciones sean más agradables a
Dios y merezcan más, sino la caridad, si ellos la tienen mayor que nosotros» (VI, 646).

2.2.6. La base: caridad afectiva y efectiva

Lo que, a primera vista, choca en esta expresión "darse a Dios para el servicio de los pobres", es la
relación directa entre el don total y el servicio de los pobres. Es necesario buscar el sentido y la
justificación de la manera cómo san Vicente concibe y vive el amor a Dios. Este amor es sincero y
verdadero únicamente en la medida en que se prueba y se traduce en la vida y en la acción. Sucede
lo mismo en la consagración.

2.2.6.1. "...No, no; no nos engañemos..."

«Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea
con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de
benevolencia, y de otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque
muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica
del amor efectivo; "Mi Padre es glorificado, dice nuestro Señor, en que deis mucho fruto". Hemos
de tener mucho cuidado en esto; porque hay muchos que, preocupados de tener un aspecto
externo de compostura y el interior lleno de grandes sentimientos de Dios, se detienen en
esto', y cuando se llega a los
hechos y se presentan ocasiones de obrar, se quedan cortos. Se muestran satisfechos de su
imaginación calenturienta, contentos con los dulces coloquios que tienen con Dios en la
oración; hablan casi como los ángeles; pero luego, cuando se trata de trabajar por Dios, de
sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada, de
desear que les falte alguna cosa, de aceptar las enfermedades o cualquier cosa desagradable,
¡ay!, ¡todo se viene abajo y les fallan los ánimos! No, no nos engañemos.

Y esto es tan cierto que el santo apóstol nos declara que solamente nuestras obras son las qué nos
acompañan a la otra vida. Pensemos, pues, en esto; sobre todo. Teniendo en cuenta que en este siglo
hay muchos que parecen virtuosos, y que lo son efectivamente, pero que se inclinan a una vida
tranquila y muelle, antes que a una devoción esforzada y sólida. La Iglesia es como una gran mies
que requiere obreros, pero obreros que trabajen» (XI, 733-734).

2.2.6.2. "...Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo..."

«El amor afectivo es la ternura en el amor. Tenéis que amar a nuestro Señor con ternura y afecto,
lo mismo que un niño que no puede separarse de su madre y que grita: «mamá», apenas siente que
se aleja. Del mismo modo, un corazón que ama a nuestro Señor no puede sufrir su ausencia y tiene
que unirse con él por ese amor afectivo, que produce a su vez el amor efectivo. Porque no basta
con el primero. Hermanas mías; hay que tener los dos. Hay que pasar del amor afectivo al amor
efectivo, que consiste en el ejercicio de las obras de caridad, en el servicio a los pobres emprendido
con alegría, con entusiasmo, con constancia y amor. Estas dos clases de amor son como la vida de
una Hermana de la Caridad, porque ser Hija de la Caridad es amar a nuestro Señor con ternura y
constancia: con ternura, sintiéndose a gusto cuando se habla de él, cuando se piensa en él, y se llena
toda de consuelo, cuando se le ocurre pensar: «¡Mi Señor me ha llamado para servirle en la persona
de los pobres; qué felicidad!

E1 amor de las Hijas de la Caridad no es solamente tierno; es efectivo, porque sirven efectivamente
a los pobres corporal y espiritualmente» (IX, 534).

2.2.7. Tu consagración: "un don total a Dios para servir a los pobres "

Esta relación necesaria entre el amor afectivo y el amor efectivo la encontramos muy lógicamente
entre el don total a Dios —constitutivo de toda consagración— y la evangelización y el servicio de
los pobres.

2.2.7.1 La entrega total a Dios

En el texto siguiente san Vicente comenta a los misioneros la palabra del Señor: "Buscad ante todo
el reino de Dios...", y de él deduce la idea de una consagración total a Dios.

«Buscad a Dios en vosotros, ya que san Agustín confiesa que, mientras lo andaba buscando fuera
de él, no pudo encontrarlo; buscadlo en vuestra alma, como en su morada predilecta; es en el
fondo donde sus servidores, que procuran practicar todas las virtudes, las establecen. Se necesita la
vida interior, hay que procurarla. Si falta, falta todo; y los que ya se han quedado sin ella, tienen
que llenarse de confusión, pedirle a Dios misericordia y enmendarse. Si hay un hombre en el
mundo que lo necesita, es este miserable que os está hablando; caigo y vuelvo a caer, salgo muchas
veces fuera de mi y pocas veces entro en mi propio interior; voy acumulando faltas, sobre faltas; es
esa la miserable vida que llevo y el mal ejemplo que os doy.

Procuremos, Hermanos míos, hacernos interiores, hacer que Jesucristo reine en nosotros;
busquemos, salgamos de ese estado de tibieza y de disipación, de esa situación secular y profana,
que hace que nos ocupemos de los objetos que nos muestran los sentidos, sin pensar en el creador
que los ha hecho, sin hacer oración para desprendemos de los bienes de la tierra y sin buscar el
soberano bien. Busquemos, pues. Hermanos míos. ¿El qué? Busquemos la gloria de Dios,
busquemos el reino de Jesucristo».

«Después de la palabra «buscad» viene la palabra «primero»; esto es, buscad el reino de Dios antes
que todo lo demás- Pero, Padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa. tantas
ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por rodas partes; ¿Habrá que dejarlo todo para no
pensar más que en Dios? No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios,
y hacerlas más por encontrarle a él allí que verlas hechas.
Digámosle, pues: "¡Oh, rey de nuestros corazones y de nuestras almas! Aquí estamos humildemente
postrados a tus pies, entregados por entero a tu obediencia y a tu amor; nos consagramos de nuevo
por completo y para siempre a la gloria de tu majestad».

2.2.7.2. El don total para el servicio de los pobres

Si el don total se ha hecho indiscutiblemente a Dios, es para la evangelización y el servicio de los


pobres. Porque, como así lo recuerda constantemente san Vicente, es precisamente para eso para lo
que han entrado en la Compañía.

«En esta vocación vivimos de modo muy conforme a nuestro Señor Jesucristo que, al parecer.
cuando vino a este mundo, escogió como principal tarea la de asistir y cuidar a los pobres. "Misit
me evangelizare pauperibus". Y si se le pregunta a nuestro Señor: "¿Qué es lo que has venido a
hacer en la tierra?" -"A asistir a los pobres".
—"¿A algo más?"— "A asistir a los pobres", etc. En su compañía no tenía más que a pobres, y se
detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos
sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios a
hacerse hombre? Y si se le preguntase a un misionero, ¿no sería para él un gran honor decir
como nuestro Señor: «Misit me evangelizare pauperibus»? Estoy aquí para evangelizar,
instruir y asistir a los pobres» (XI, 33-34).

3. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA COMUNIDAD

3.1. Presentación del tema

Las nuevas Comunidades igual que las antiguas, tienen como primer objetivo la perfección de sus
miembros: se ingresa en una Comunidad para trabajar con otros, y ayudados por ellos, en su propia
perfección, insistiendo en tal o cual virtud o en tal actitud espiritual. Además, la Comunidad, en
cuanto tal, puede asumir tal o cual servicio en la Iglesia. Estas Comunidades, que van desde las más
fuertemente estructuradas, como la Compañía de Jesús, hasta las que tienen la ligazón más ligera,
como el oratorio y otras.
El Sr. Vicente, sacerdote diocesano, más tarde relacionado con el Oratorio naciente, busca su
camino. Evoluciona en esta atmósfera espiritual. Se le coloca un poco apresuradamente dentro de la
Escuela Francesa; pues bien, la verdadera escuela que lo ha caracterizado es la escuela de los
pobres.

Con el contacto con ellos y al servicio de ellos, poco a poco, se van creando en su mente los
grandes rasgos de otra manera de concebir la Iglesia, los primeros elementos de otra teología de la
Iglesia, la que desarrollará su discípulo Bossuet en su admirable sermón "Sobre la eminente
dignidad de los pobres" (Cf. Ficha N.° 4), teología consagrada por el Vaticano II y que desemboca
en esa inversión de perspectivas en la Iglesia, a la que tanto nos cuesta adaptarnos.

El Sr. Vicente, comprometido en un servicio corporal y espiritual de los pobres, queda rápidamente
desbordado, tan enorme es la tarea: consigue la ayuda de compañeros de trabajo para unos días o
para algunos meses. Pero una misión tan importante no puede permanecer sometida a los azares de
reclutamientos ocasionales. El servicio de los pobres, tarea de la Iglesia, es para san Vicente el lazo
que une a los primeros compañeros de una Comunidad, para eso se reúnen y se vinculan: este
compromiso es lo constitutivo de la Comunidad. Igualmente, para asegurar la continuación y la
organización del servicio corporal de los pobres la razón se forman y estructuran las Cofradías de la
Caridad. De manera análoga, las primeras Hijas de la Caridad, que desde hacía ya dos años
aseguraban, sin ningún vínculo entre ellas, un servicio a los pobres, se organizan comunitariamente
para que esa finalidad fundamental quede asegurada.

En estos diferentes casos, la tarea apostólica, el servicio corporal y espiritual de los pobres es lo
primero; él provoca la creación y la organización de las Comunidades. Estas Comunidades que
tienen en cierto modo su centro de gravedad fuera de ellas mismas, no son, claro está, unas
Comunidades religiosas, aunque tienen algunos de sus detallles. Una referencia mística a Dios, no a
un Dios inmóvil en su eternidad, y a un Cristo, sacerdote eterno ante el altar del cielo, sino a un
Dios contemplado en su acción, en la misión que Él confía a su Hijo y por Él a sus apóstoles:
anunciar la Buena Nueva a los pobres, misión que tenemos que continuar.

Una referencia humana a los hermanos y a la hermanas con quienes es necesario vivir
correctamente el quehacer diario de la existencia en el cumplimiento de una misión asumida juntos.
Para caracterizar esas relaciones de naturaleza más bien familiar, por las cuales todo se pone en
común: recursos y proyectos, gozos y penas, san Vicente usa bellamente la palabra "mutualidad":
trato en común.

Es la forma práctica más que teórica cómo san Vicente ha concebido la Iglesia: ante todo, un
pueblo que no alcanza su plena dimensión teológica, sino ahora, después del concilio Vaticano II, y
entraña unos cambios que nosotros, por el momento, ni llegamos a sospechar.

Igualmente, la manera como concibe la comunidad, unida por la misma tarea, como están las
espigas unidas en un haz por una misma atadura, anuncia, por encima de las Comunidades
religiosas y los Institutos de perfección, la búsqueda contemporánea de grupos de vida que reúne
una misma actividad apostólica. Anuncia igualmente la de los grupos de acción que, en la Iglesia, a
todos los niveles, alimentan su vida espiritual de la misma acción que las ha suscitado y que
realizan cada día.

Finalmente, en un mundo en el que la pobreza y los pobres plantean unos problemas terribles, la
Buena Noticia que se les debe anunciar, como en tiempos de san Vicente, en unos términos que la
hagan inteligible, ¿no debería, tal como se hizo antaño, dar una nueva juventud a las
Comunidades fundadas por él con ese fin, o también suscitar unas nuevas, si hiciera falta?

3.2. SAN VICENTE Y LA COMUNIDAD

1617 es incuestionablemente el año durante el cual san Vicente se hace consciente de su misión en
la Iglesia y el mundo. En Gannes-Folleville, Dios le revela el abandono espiritual de los pobres, y
en Chatillon, su miseria espiritual. La magnitud y la urgencia de esas "llamadas" orientan, desde el
principio, a san Vicente hacia unas respuestas de tipo "comunitario", bien se trate de laicos, de
Hijas de la Caridad o de Sacerdotes de la Misión.

Para él, la Comunidad es el medio privilegiado del servicio y de la evangelización de los pobres. Es
una realidad espiritual, "a imagen de Dios". Es, finalmente, el lugar de la "mutualidad".

3.2.1. Unas Comunidades para el servicio-para la misión

Las Cofradías de la Caridad que constituyen las primeras "fundaciones vicentinas" aparecen
claramente como unas instituciones de tipo "apostólico": laicos que se comprometen para
"asistir espiritual y corporal mente" a los pobres.

«Puesto que la caridad para con el prójimo es una señal infalible de los verdaderos Hijos de Dios, y
como uno de los principales actos de la misma es visitar y alimentar a los pobres enfermos, algunas
piadosas señoritas y unas cuantas virtuosas señoras de la ciudad de Chátillon-les-Dombes, de la
diócesis de Lyon, deseando obtener de la misericordia de Dios la gracia de ser verdaderas hijas
suyas, han decidido reunirse para asistir espiritual y corporalmente a las personas de su ciudad, que
a veces han tenido que sufrir mucho, más bien por falta de orden y de organización que porque no
hubiera personas caritativas.

Pero, como podría temerse que, después de comenzar esta buena obra se viniera abajo en poco
tiempo, si, para mantenerla, no tuviera alguna unión y vinculación espiritual, han decidido juntarse
en una corporación que con el tiempo pueda erigirse en cofradía, con el siguiente reglamento, lodo
ello con el beneplácito del señor arzobispo, su venerable prelado, al que queda sometida totalmente
esta obra» (X, 574).

3.2.1.1. "...en el Cuerpo Místico..."

En una carta a uno de sus cohermanos, un misionero habla de una reciente conferencia de san
Vicente sobre "la unión entre las casas de la Compañía", escribe:

«El primer motivo que se señaló fue que todos éramos misioneros y no formábamos más que un
cuerpo; lo mismo que hay una relación tan estrecha entre las partes del cuerpo, esa misma unión
tiene que haber entre los miembros de una comunidad...» (XI, 44).

"...En el cuerpo místico; todos somos miembros unos de otros. Nunca se ha oído que un miembro,
ni siquiera en los animales, haya sido insensible al dolor de los demás miembros; que una parte del
hombre haya quedado magullada, herida o violentada, y que las demás no la hayan sentido. Es
imposible. Todos nuestros miembros están tan unidos y trabados que el mal de uno es mal de los
oíros. Con mucha más razón, los cristianos, que son miembros de un mismo cuerpo y miembros
entre sí, tienen que padecer juntos. ¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con
él ni sentirse enfermo con él' Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de
humanidad; es ser peor que las bestias» (XI, 560-561).

3.2.1.2. "...Imitando a los Apóstoles y a los primeros cristianos..."

San Vicente fundamenta sus fundaciones en la pobreza y en una auténtica comunidad de bienes,
imitando a los Apóstoles y a los primeros cristianos:

«¡Qué dicha para la Misión poder imitar a los primeros cristianos, vivir como ellos en común y en
pobreza! ¡Oh Salvador! ¡Qué ventaja para nosotros! Pidámosle a Dios que, por su misericordia, nos
dé este espíritu de pobreza...» (XI, 140).

3.2.1.3. "...En el estado de su Hijo, de sus Apóstoles..."

«Le ruego a la Compañía que alabe a Dios y le dé gracias por haberla puesto en el estado de su
Hijo, de los apóstoles y de los primeros cristianos, que practicaron tan bien esta pobreza y que no
tenían nada propio. Así pues, démosle gracias a Dios nuestro Señor por habernos puesto en estado
de la práctica de la pobreza» (XI, 654).

3.2.2. Comunidad: "Esa mutualidad"

La Comunidad para san Vicente es el lugar del intercambio de ideas, de participación, de


solidaridad. Es —lo veremos en el texto que sigue— lo que él da a entender con la palabra de
mutualidad. En el consejo del 20 de junio de 1647, Luisa de Marillac pregunta al Sr. Vicente:

«Padre, ahora queda algo por decir sobre la manera de actuar nuestras Hermanas entre sí. ¿No le
parece bien a usted que todos los días se tomen algo de tiempo para estar juntas, una media hora
poco más o menos, para contarse las cosas que hayan hecho, las dificultades que hayan encontrado,
y planear juntas las cosas que tienen que hacer?»

«-¡Dios mío, desde luego!, dijo nuestro venerado Padre; sí que se necesita. Eso ata a los corazones
y Dios bendice los consejos que así se reciben, de forma que los asuntos van entonces mejor. Todos
los días, durante el recreo, pueden ustedes decir: "Hermana, ¿qué tal le ha ido', hoy me ha sucedido
esto, ¿qué le parece?". Esto hace que la conversación resulte tan grata que no hay más que desear.
Por el contrario, cuando cada uno va a lo suyo, sin decir nada a los demás, es algo que resulta
insoportable. Hay en la Compañía una Hermana Sirviente que les da a las demás una preocupación
tremenda, por tener ese carácter; en cuanto a mí, tengo la experiencia de que, donde tenemos en la
Misión unos pobres hombres, pero si hay un superior que es abierto y se comunica a los oíros, todo
va bien; por el contrario, cuando hay uno que se encierra en lo suyo y actúa particularmente por su
cuenta, esto aparta a los corazones y no hay nadie que se atreva a acercársele. Así pues, hija mía,
hay que hacerlo así, y que no pase nada, ni se haga nada, ni se diga nada, sin que lo sepáis la una de
la oirá. Hay que tener ese trato en común» (X, 773).

En la charla del 23 de mayo de 1659, san Vicente describe, valiéndose de la Sagrada Escritura, la
unidad y la unanimidad de una comunidad de misioneros:

«El primero (motivo) es de san Pablo, en la carta a los Romanos, capítulo 15, donde nos
recomienda, para que con un mismo corazón y una misma boca honréis a Dios Padre. Según esto,
es preciso que seamos siempre uniformes y unánimes para alabar y servir a Dios, que nuestros
corazones no sean más que uno y que todos convengan en la misma forma de honrarle y darle
gusto. Se trata aquí del servicio de Dios; es menester que lodos se ajusten a ello».
«El mismo san Pablo, en la carta a los Filipenses, capítulo 2; colmad mi gozo, decía el Apóstol, no
teniendo más que un mismo corazón y los mismos sentimientos para conservar la caridad. Y les
recomienda a los fieles que no tengan más que un corazón y un alma en la práctica de la religión;
tened la misma fe y los mismos actos, nos dice: Haced todo lo que podáis por tener los mismos
afectos, por juzgar lo mismo de las cosas, por estar de acuerdo, por no disputar jamás...

«Otro pasaje dice; trabajad todos unánimemente. No debemos estar unidos sólo en cuanto a los
sentimientos interiores, sino además en las obras exteriores, ocupándonos todos en ellas según
nuestras obligaciones; y como todos los cristianos tienen que concurrir en todo lo referente al
cristianismo, también nosotros hemos de cooperar en todos los trabajos de la Misión
conformándonos en el orden y en la manera.

»Hemos de pedirle a Dios que nos haga a todos» lo mismo que a los primeros cristianos, un solo
corazón y una sola alma. Concédenos, Señor, la gracia de que no tengamos dos corazones ni dos
almas, sino un solo corazón y una sola alma, que informen y uniformen a toda la comunidad;
quítanos nuestros corazones particulares y nuestras almas particulares, que se apartan de la unidad;
quítanos nuestro obrar particular, cuando no esté en conformidad con el obrar común; que no
tengamos todos más que un mismo corazón, que sea el principio de nuestra vida, y una misma
alma, que nos anime en la caridad, en virtud de esa tuerza unitiva y divina que edifica a la
comunión de los santos» (XI, 541-543).

4. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA MISIÓN "AD GENTES"

4.1. Presentación del tema

A lo largo de la Edad Media la cristiandad casi había alcanzado los límites del mundo antiguo: la
mar Oceanía, los hielos boreales, la estepa tártara, pero hacia el este y el sur se había topado con la
muralla del Islam.

Al alba del siglo XVI, ante los ojos maravillados de los navegantes, habían surgido tierras de
evangelización. A pesar de que en Europa los cristianos estaban desgarrando la túnica inconsútil y,
finalmente, la habían desgarrado, una ola misionera deposita nuevos misioneros en las lejanas
orillas de las Américas, de las Indias y del Japón.

El mismo san Vicente, imitando a la antigua cristiandad, había permanecido en la perspectiva


restringida de un ministerio encerrado en las mallas de la antigua red de parroquias, de diócesis y
de instituciones, que la Iglesia había lanzado sobre el Occidente, después de Carlomagno. Pero se
da cuenta de las dimensiones del mundo y de las exigencias de la misión. El envío de los apóstoles
a misión lo hace suyo con todas sus consecuencias: pertenece a la misma naturaleza que la misión
de ir a los más pobres y a los más lejanos.

La Iglesia en nuestro siglo, preocupada por sus problemas de Occidente, de sus relaciones con los
Estados, de su adaptación al mundo actual, del mantenimiento de sus tradiciones, había poco menos
que renunciado a continuar una empresa misionera que podía parecer como una intromisión de
Occidente sobre el resto del mundo. Los misioneros eran unos especialistas, que descargaban al
resto de la Iglesia de preocuparse de los pueblos nuevos.
Pero, sobre todo, a partir de la encíclica "Fidei Donum" (1957) y desde los trabajos del Concilio,
hemos tomado conciencia de que toda la Iglesia debe preocuparse de la evangelización de los que
están más lejos. La Iglesia no es Iglesia, si no tiene esa dimensión universal. Y no son de la Iglesia,
o no lo son más que de forma imperfecta quienes reducen su horizonte cristiano al campanario de
su aldea o a la superficie sombreada de su capilla.

Cuando san Vicente comprendió el sentido de la misión lejana, cuando se dio cuenta de su función
movilizadora, escogió a los mejores de sus misioneros para lo mejor de la misión. La misión lejana
ocupa poco a poco el centro de sus preocupaciones; habla de ella frecuentemente, da noticias de los
misioneros, se alegra de sus éxitos y lamenta sus fracasos.

Para él, el ejemplo de sus cohermanos en tierras lejanas es como el aguijón que debe pinchar a la
Compañía, recordarle incesantemente que no puede estar deseando tranquilamente, mientras que
los mejores de sus hijos están expuestos a la injuria de los climas, a las afrentas de los hombres y
también a la muerte por amor al Evangelio.

En la Compañía, todos y cada uno deben escuchar, como dirigido a sí mismo, la llamada de los
pobres de las tierras lejanas, todos y cada uno deben estar en disposición total para responder a ella.

Nuestras comunidades, como por supuesto la Iglesia, ¿no se hallan enfrentadas a los mismos
problemas que en tiempos de san Vicente? ¿Permaneceremos hipnotizados por las cuestiones del
pequeño numero de los obreros, de su adaptación a la tarea en un mundo cambiante, de las disputas
de escuela sobre los métodos de evangelización, y agotaremos nuestras fuerzas sin hallar la
solución, o por el contrario, apoyados en la palabra del Señor y, como lo hace san Vicente, alejando
nuestra barca de las costas demasiado conocidas y de sus escollos, nos adentraremos en alta mar
para lanzar allí la red?

Era necesario, pensaba san Vicente, ir a roturar nuevas tierras para plantar en ellas el Evangelio,
porque nuestros viejos países de tradición cristiana estaban asolados por la herejía, y no tenían, de
ninguna manera, promesas de perennidad para la Iglesia. Hoy en día, san Vicente nos urgiría aún
más a ir a anunciar el Evangelio a quienes lo esperan. Nuestras tierras, que han sido cristianas,
están en peligro de perder su alma en las columnas de las rentas per cápita y de las cotizaciones de
bolsa.

Si no tuviéramos algunos signos de renovación, si no hubiéramos visto algunos brotes surgir de


debajo de la nieve, ¿podríamos decir con Cristo: "Cuándo venga el Señor, ¿encontrará todavía fe?"

Es importante para la Iglesia que todos sus miembros y que cada una de las células de Iglesia, como
son las parroquias, las diócesis, las agrupaciones variadas, sean conscientes de su dimensión
universal e inscriban en su actuación diaria la preocupación de la universalidad del Evangelio.

También es importante para ella, y se ha visto bien claramente en el último sínodo, que al
monolitismo de una Iglesia demasiado latina, que aparecía como el aspecto espiritual del
Occidente, sucede la variedad y la riqueza de las Iglesias locales que responden mejor al genio de
cada pueblo. Cada una de ellas aportará a toda la Iglesia otra manera de leer el Evangelio y de
vivirlo.

¿Verdad que tenemos mucho que aprender de nuestras iglesias misioneras? Son ellas las que han
comprometido a nuestros laicos en funciones cada vez más importantes de animación de las
comunidades, de encargarse de la evangelización, abriendo así caminos nuevos por los cuales
nuestras Iglesias de Occidente empiezan a comprometer unos pasos todavía titubeantes.

4.2. SAN VICENTE Y LA MISIÓN AD GENTES

En 1617, después de la "revelación" de Chatillon, san Vicente trata claramente deponer su


sacerdocio al servicio de los pobres. Pero tal proyecto de vida lo concibe todavía dentro de los
límites de una parroquia campesina. A partir de 1618, después de su vuelta a la casa de los Gondi,
sus horizontes misioneros no cesaron de ensancharse al ritmo de las llamadas de los pobres y de las
llamadas de la Iglesia. Hacia 1640, la idea de la "misión ad gentes" provoca verdaderamente a san
Vicente: pero es a partir de 1648, después de la primera partida hacia Madagascar, cuando la misión
en "las tierras más alejadas" halla su sitio esencial en su proyecto misionero... hasta el punto de que
la disponibilidad para "la partida" viene a ser como el criterio de autenticidad de una vocación
misionera.

4.2.1. La Misión Ad Gentes... y San Vicente

Para san Vicente, la misión ad Gentes se sitúa perfectamente en la lógica de las revelaciones de
Gannes y de Chatillon. Se trata -siguiendo a Cristo- de anunciar la Buena Noticia a los pobres, "a
las personas más abandonadas"; y, naturalmente sucede que, de las más abandonadas a las aún más
abandonadas, llegamos a los pobres "más alejados"... a los de Berbería, a los de Madagascar.

En adelante, en la boca de san Vicente, la expresión: "las más abandonadas" llega a ser como un
superlativo de la miseria y del abandono.

4.2.1.1 "...A los países más alejados"

«jAy Padres! ¡Qué felicidad sienten los que poseen esta disposición! ¡Dios les concede la gracia de
estar siempre preparados y dispuestos a ir a los países más lejanos para dar allí su vida por
Jesucristo! La historia nos habla de muchos martirios de hombres sacrificados por Dios; y si vemos
que, en el ejército, muchos hombres exponen su vida por un poco de honor, o quizá con la
esperanza de una pequeña recompensa temporal, con cuánta más razón debemos nosotros exponer
nuestra vida por llevar el Evangelio de Jesucristo a los países más lejanos, a los que nos llama la
Providencia!» (XI, 362).

4.2.1.2. "...A las necesidades más acuciantes y más abandonadas..."

«Habrá algunos que criticarán esas obras, no lo dudéis; otros dirán que es demasiado ambicioso
enviar misioneros a países lejanos, a las Indias, a Berbería. Pero, Dios y Señor mío, ¿no enviaste tú
a santo Tomás a las Indias y a los demás apóstoles por toda la tierra? ¿No quisiste que se
encargaran del cuidado y de la dirección de lodos los pueblos en general y de muchas personas y
familias en particular? No importa; nuestra vocación es "Evangelizare pauperibus".

»Deseamos dar misiones aquí; ya hay bastante que hacer, sin ir más lejos; deseo ocuparme en esto;
¡que no me hablen de los niños expósitos, ni de los ancianos del Nombre de Jesús, ni de esos
presos! - Algún día vendrán esos espíritus mal nacidos, que se pondrán a criticar todos los bienes
que Dios nos ha hecho abrazar y sostener con tan gran bendición; no lo dudéis. Advierto de ello a la
Compañía, para que mire siempre las cosas tal como son, como obras de Dios, que Dios nos ha
confiado, sin que nosotros nos hayamos metido)
ninguna de ellas ni hayamos contribuido por nuestra parte en lo más mínimo a encárganos de ellas.
Él nos las ha dado, o aquellos en quienes reside el poder, o la pura necesidad";(Cf. Pascal, Br. 553),
que son los caminos por los que Dios nos ha comprometido en estos designios. Por eso, todo el
mundo piensa que esta Compañía es de Dios, porque se ve que acude a las necesidades más
acuciantes y más abandonadas» (XI, 395-396).

Y san Vicente es en adelante tan sensible a las llamadas de los países más lejanos que confiesa que
no tiene mayor deseo que el de partir con o en lugar de los misioneros que él envía. Estamos lejos
del san Vicente de 1617, tratando de vivir su sacerdocio en los límites de la parroquia de Chátillon:

4.2.1.3."...No hay ninguna cosa que yo desee tanto..."

Al final de la carta en la que ruega al P. Nacquart que salga para Madagascar con el P. Gondrée,
escribe:

«¡Qué más le diré. Padre, sino que ruego a nuestro Señor, que le dio parte en su caridad, que le
haga también participar en su paciencia, y que no hay ninguna cosa que yo desee tanto en la tierra
como ir a servirle de compañero, sí fuera posible, en lugar del P. Gondrée!» (III, 260).

4.2.1.4. "...Y yo mismo, aún siendo anciano y de edad..."

«Yo mismo, aunque soy viejo de edad, no dejo de tener dentro de mí esta disposición y estoy
dispuesto incluso a marchar a las Indias, para ganar allí almas para Dios, aunque tenga que morir
por el camino o en el barco» (XI, 281). (Téngase en cuenta que san Vicente tenía entonces más de
76 años).

4.2.2. La Misión Ad Gentes... y la Comunidad

Etapa capital en la marcha progresiva de san Vicente, la Misión ad Gentes fue incuestionablemente
una gracia para la comunidad y como la fuente de renovación...veinte años después de su
fundación.

A partir de 1648 sobre todo, la Misión ad Gentes se convierte en el aguijón, del que se sirve a
menudo san Vicente para despabilar a la Compañía, para excitarla en sus costumbres y provocarla
en su tendencia de lo que él solía llamar la pequeña periferia, al estilo de los caracoles" (cf. XI,
397).

4.2.2.1. "...Esos sí que son obreros, verdaderos misioneros..."

«Nuestro misionero de Berbería y los que están en Madagascar, ¿qué no han emprendido? ¿qué no
han ejecutado? ¿qué es lo que no han hecho? ¿qué es lo que no han sufrido? Un hombre solo se
atreve con una galera donde hay a veces 200 forzados: instrucciones, confesiones generales a los
sanos, a los enfermos, día y noche, durante quince días; y, al final, los reúne, va personalmente a
comprar para ellos carne de vaca; es un banquete para ellos; ¡un hombre solo hace todo esto! Otras
veces se va a las fincas donde hay esclavos, y busca a los dueños para rogarles que le permitan
trabajar en la instrucción de sus pobres esclavos; emplea con ellos su tiempo y les da a conocer a
Dios, los prepara para recibir los sacramentos, y al final los reúne y les da un pequeño banquete».
Habló también de los Hermanos Guillermo y Duchesne que, después de haber sido esclavos, fueron
redimidos con la ayuda del cónsul, por el celo que les animaba en sus ocupaciones al lado de los
pobres esclavos.

«En Madagascar, dijo también el padre Vicente, los misioneros predican, confiesan, catequizan
continuamente desde las cuatro de la mañana hasta las diez, y luego, desde las dos de la tarde hasta
la noche; el resto del tiempo lo dedican al oficio y a visitar a los enfermos. ¡Esos sí que son
obreros! ¡Esos si que son buenos misioneros! ¡Quiera la bondad de Dios darnos el espíritu, que los
anima y un corazón grande, ancho, inmenso!, es preciso que nuestra alma engrandezca y ensalce a
Dios, y para ello que Dios ensanche nuestra alma, que nos dé amplitud de entendimiento para
conocer bien la grandeza, la inmensidad del poder y de la bondad de Dios; para conocer hasta
dónde llega la obligación que tenemos de servirle, de glorificarle de todas las formas posibles;
anchura de voluntad, para abrazar todas las ocasiones de procurar la gloria de Dios» (XI, 122-123).

4.2.2.2. '...¿Qué es lo que no han sufrido en aquel país?...

«¿Es ésta nuestra disposición. Padres y Hermanos míos? ¿Estamos dispuestos a padecer las penas
que Dios nos envíe, y a ahogar los movimientos de la naturaleza para no vivir más que la vida de
Jesucristo? ¿Estamos preparados para ir a Polonia, a Berbería, a las Indias, para sacrificar allí
nuestros gustos y nuestra vida? Si es así, bendigamos a Dios. Pero si, por el contrario, hay algunos
que tienen miedo de abandonar sus comodidades, que son tan blandos que se quejan de la más
pequeña cosa que les falta, tan delicados que quieren cambiar de casa y de ocupación, porque el
aire no es bueno y el alimento pobre, o porque no tienen suficiente libertad para ir y para venir; en
una palabra. Padres, si hay alguno entre nosotros que siga siendo esclavo de la naturaleza,
entregado a los placeres de los sentidos, como lo es este miserable pecador, que les está hablando y
que a la edad de setenta (y siete) años sigue siendo totalmente mundano, que se consideren
indignos de la condición apostólica a la que Dios los ha llamado, y que acepten la confusión de ver
cómo sus hermanos trabajan tan dignamente, mientras que ellos están tan lejos de su espíritu y de
su coraje». «¿Y qué es lo que han sufrido en aquel país? ¿El hambre? Reina allí por doquier. ¿La
peste? La han contraído los dos, y uno de ellos dos veces. ¿La guerra? Se encuentran en medio de
los ejércitos y han pasado por manos de los soldados enemigos. En fin. Dios los ha probado de
todas las formas. ¡Y nosotros estamos aquí tan tranquilos, sin corazón y sin celo! ¡Vemos cómo los
demás se exponen a los peligros por amor a Dios, y nosotros somos tan tímidos como unas gallinas
mojadas! ¡Qué miseria'. ¡Qué ruindad!» (XI, 289).

La disponibilidad para Madagascar o Berbería llega a ser, para san Vicente, como el criterio de
autenticidad de la vocación vicentina en la Compañía.

4.2.2.3. "...No creo que haya en la Compañía ni uno solo..."

«Pues bien, ¿no es esto una verdadera vocación? Padres y Hermanos míos, después de saber esto,
¿será posible que seamos tan cobardes de corazón y tan poco hombres que abandonemos esta viña
del Señor, a la que nos ha llamado su divina Majestad, solamente porque han muerto allí cuatro o
cinco o seis personas? Decidme, ¿sería un buen ejército aquel que, por haber perdido dos mil o tres
mil o cinco mil hombres (como se dice que pasó en el último ataque de Normandía) lo abandonase
todo? Bonito sería ver un ejército de ese calibre, huidizo y comodón! Pues lo mismo hemos de
decir de la Misión: ¡bonita Compañía sería la de la Misión si, por haber tenido cinco o seis bajas,
abandonase la obra de Dios! ¡Una Compañía cobarde, apegada a la carne y a la sangre! No, yo no
creo que en la Compañía haya uno solo que tenga tan pocos ánimos y que no esté dispuesto a ir a
ocupar el lugar de los que han muerto. No dudo de que la naturaleza al principio temblará un poco;
pero el espíritu, que es más valiente, dirá: "Así lo quiero; Dios me ha dado este deseo; no habrá
nada que pueda hacerme abandonar esta resolución"» (XI, 297-298).

4.2.2.4. '...Si no estuviéramos apegados a algún capricho..."

«¿Sabéis qué es lo que pienso, cuando oigo hablar de esas necesidades tan lejanas de las misiones
extranjeras? Todos hemos oído hablar y sentimos cierto deseo de ir allá; juzgamos felices al P.
Nacquart, al P. Gondrée, a todos los demás misioneros que han muerto como hombres apostólicos,
por la fundación de una nueva Iglesia. Y efectivamente, son felices, porque han salvado sus almas
al entregarlas por la fe y por la caridad cristiana. Todo esto es muy hermoso, muy santo: todos
alaban su celo y su entusiasmo; y ahí se queda todo. Pero si tuviésemos esa indiferencia, si no nos
apegásemos a esa tontería y estuviésemos dispuestos a todo, ¿quién no se ofrecería para ir a
Madagascar, a Berbería, a Polonia, o a cualquier otro sitio, donde Dios desea que le sirva la
Compañía? Si no lo hacemos así, es porque estamos apegados a alguna cosa. Hay algunos ancianos
que han pedido que los enviemos allá y que lo han solicitado a pesar de su mucha debilidad. ¡Es
que tienen el corazón libre! Van con su afecto a todos los sitios en donde Dios desea ser conocido, y
no hay nada que los detenga aquí más que la voluntad divina. Si no estuviéramos tan aferrados a
nuestros miserables caprichos, diríamos todos: "Dios mío, envíame; estoy dispuesto a ir a cualquier
lugar del mundo adonde mis superiores crean oportuno que vaya a anunciar a Jesucristo; y aunque
tuviese que morir allí, me dispondría a ir allá y me presentaría a ellos para eso, sabiendo que mi
salvación está en la obediencia, y la obediencia en tu voluntad"» (XI, 536).

4.2.3. La Misión Ad Gentes... y la Iglesia

San Vicente se abrió a las misiones ad Gentes, porque, movido por "las personas más
abandonadas", oyó la llamada de los pobres "de las tierras más lejanas"; pero quiere responderles
sólo en la Iglesia y dentro de la Iglesia. Ahí nos hallamos con una de las grandes convicciones
misioneras de san Vicente: no, a la misión, no, a los misioneros, sin el envío de la Iglesia.

4.2.3.1. "...Cuando tienen una legítima misión..."

«El proyecto de América no nos ha salido; no es que no se haga el embarque, sino que el que nos
había pedido sacerdotes no ha vuelto a hablarnos de ello, quizás por las dificultades que yo mismo
le puse al principio por no poder dárselos, más que con la aprobación y con las facultades de la
Sagrada Congregación de Propaganda; en eso no había pensado él; y me parece que los sacerdotes
que se lleva van sin eso. Me parece, lo mismo que a usted, que conviene hacer a Dios sacrificios
por el estilo, enviando a nuestros sacerdotes para la conversión de los infieles; pero esto hay que
entenderlo, cuando se tiene una misión legítima» (.IV, 355).

4.2.3.2."...He ofrecido a Dios esta pequeña Compañía..."

«Después de lo que le he escrito anteriormente, he ido a celebrar la santa Misa. Se me ha ocurrido


el siguiente pensamiento-, que como el poder de enviar ad gentes reside en la tierra únicamente en
la persona de Su Santidad, tiene por consiguiente el poder de enviar a todos los eclesiásticos por
toda la tierra, para la gloria de Dios y la salvación de las almas, y que todos los eclesiásticos tienen
obligación de obedecerle en esto; y, según este principio que me parece digno de crédito, le he
ofrecido a su divina Majestad nuestra pequeña Compañía para ir adonde Su Santidad ordene. Creo
sin embargo, como usted, que es necesario que Su Santidad acepte con agrado que la dirección y la
disciplina de los enviados esté en manos del Superior General, con la facultad de retirarlos y de
enviar a otros en su lugar, aunque sea siempre en relación con Su Santidad, como los siervos del
Evangelio con sus amos, que cuando les dice: "Id allá", están obligados a ir; "Venid acá", tienen
que venir; "Haced esto", están obligados a hacerlo» (II, 45-46).

4.2.3.3. "...Esta pequeña Compañía está educada en esta disposición..."

«Me parece muy bien que le haya dicho usted al Sr. Ingoli que la escasez de obreros que tenemos y
la obligación que sentimos con los señores obispos, nos privan de la posibilidad de atender al favor
que su bondad nos ofrece de mediar con la Sagrada Congregación de Propaganda Pide, para que
proteja a la Compañía; creo, Padre, que hará usted bien en quedarse donde está y en fundamentar su
(ralo con él en este principio, asegurándole, tal como le indiqué por medio del P. Lebreton, que yo
creo que, puesto que solamente Su Santidad puede enviar «ad gentes», todos los eclesiásticos están
obligados a obedecer, cuando él mande que vayan allá, y que esta pequeña Compañía se ha educado
en esa disposición de que, dejándolo todo, cuando quiera Su Santidad enviarla a esos países, irá de
muy buen grado. ¡Ojalá Dios nos hubiese hecho dignos de utilizar nuestras vidas, como la de
nuestro Señor, en la salvación de esas pobres criaturas privadas de lodo socorro'- Trate usted este
asunto con su habitual prudencia» (11,214).

Enviados por la Iglesia, los misioneros de Berbería, de Madagascar, de todos los países "más
lejanos", son para san Vicente como las promesas de una gran esperanza. En efecto, curiosamente,
y en varias ocasiones, parece vislumbrar que quizás algún día, las jóvenes Iglesias de las misiones
vendrán a dar a la Iglesia de Occidente la vida que ellas recibieron.

4.2.3.4. "...La aniquilación de la Iglesia en Europa..."

«Esta obra me parece muy importante para la gloria de Dios. Nos llama para allá el Papa,
que es el único que puede enviar «ad gentes», y al que es obligatorio obedecer. Yo me siento
interiormente inclinado a hacerlo, ante la idea de que sería en vano ese poder que Dios le ha
dado a su Iglesia de enviar a anunciar el Evangelio por toda la tierra, y que reside en la
persona de su Jefe, si sus miembros no estuvieran obligados por su parte a ir adonde se les
envíe a trabajar por la extensión del imperio de Jesucristo, Además, (puede ser que me
engañe) tengo mucho miedo de que Dios permita la aniquilación de la Iglesia en Europa, por
culpa de nuestras costumbres corrompidas, de tantas y tan diversas opiniones la vemos surgir
por todas partes, y del escaso progreso que realizan los que se esfuerzan por remediar todos
estos males. Las nuevas opiniones causan tal estrago, que parece, como si la mitad del mundo
estuviera metido en ellas; y es de temer que. si se elevase algún partido en el reino,
emprendería la protección de las mismas. ¡Qué no hemos de temer ante ello, Padre, y qué no
hemos de hacer para salvar a la esposa de Jesucristo de este naufragio! Si no podemos hacer
todo lo que hizo Noé por la salvación del género humano en el diluvio universal,
contribuiremos al menos con los medios que Dios quiera emplear para la conservación de su
Iglesia, poniendo nuestro óbolo en el cepillo, lo mismo que la pobre viuda del Evangelio» (III,
165).

4.2.3.5. "...No ha prometido que esta Iglesia estaría en Francia..."

«Es cierto que el Hijo de Dios ha prometido que estaría en su Iglesia hasta el fin de los tiempos;
pero no ha prometido que esta Iglesia estaría en Francia, o en España, etc. Ha asegurado que no
abandonaría a su Iglesia, y que ésta perduraría hasta la consumación del mundo, en algún lugar del
mundo, pero no concretamente aquí o allí. Y si había algún país donde parece que debería haberla
dejado, parece que no hay un lugar más digno de preferencia que la Tierra Santa, donde él nació y
empezó su Iglesia, y realizó tantas y tantas maravillas. Sin embargo, fue a aquella tierra, por la que
tanto había hecho y tanto se había complacido, a la que quitó primero su Iglesia para dársela a los
gentiles. Antiguamente, a los hijos de aquella misma tierra les quitó también el arca, permitiendo
que fuese cogida por sus enemigos, los filisteos, prefiriendo, por así decir, ser hecho prisionero con
su arca, sí. Él mismo prisionero de sus enemigos, antes que quedarse entre unos amigos que no
cesaban de ofenderle. Así es como Dios se portó, y sigue portándose todos los días con los que, a
pesar de deberle tantas gracias, le provocan con toda clase de ofensas, como hacemos nosotros, tan
miserables. ¡Ay de aquel pueblo al que Dios dice; "Nada quiero de vosotros, ni sacrificios, ni
ofrendas; ni vuestras oraciones, ni vuestros ayunos me agradan; no quiero ni verlos. Lo habéis
ensuciado todo con vuestros pecados; os abandono; marchaos, no tendréis parte conmigo". ¡Ay,
padres, ¡qué desgracia!».
«Pero, ¡Oh Salvador!, ¡qué gracia ser del numero de los que Dios desea servirse para trasladar sus
bendiciones y su Iglesia! Podemos verlo por la comparación con un señor desgraciado que se ve
obligado a huir y a marcharse al destierro por culpa de una necesidad, de la guerra, de la peste, del
incendio de sus posesiones, o por la desgracia de un príncipe, y que, en medio de la ruina de todas
sus fortunas, ve a algunos que vienen a ayudarle, que se ofrecen a servirle y a transportar lodo lo
que tiene. ¡Qué alegría y qué consuelo para aquel hombre en medio de su desgracia! ¡Ay, Padres y
Hermanos míos, qué gozo sentirá Dios, si, en la ruina de su Iglesia, en medio de esos trastornos que
ha causado la herejía, en el incendio que la concupiscencia ha provocado por todas partes, se
encuentra con algunas personas que se le ofrecen para trasladar a otro sitio, si se puede hablar así,
los restos de su Iglesia, o para defender y conservar aquí lo poco que quede! ¡Oh Salvador, qué
gozo sientes al ver a estos servidores y este fervor para defender y mantener lo que aquí te queda,
mientras que van otros a conquistar para ti nuevas tierras! ¡Ay, Padres, qué motivo de alegría! Veis
cómo los conquistadores dejan una parte de sus tropas para guardar lo que poseen, y envían a los
demás a conquistar nuevas plazas y extender su imperio. Así es como debemos obrar nosotros:
mantener aquí animosamente las posesiones de la Iglesia y los intereses de Jesucristo, y entretanto
trabajar incesantemente por realizar nuevas conquistas y hacer que Le reconozcan los pueblos más
lejanos» (XI, 244-245).

5. SAN VICENTE DE PAÚL Y LA EVANGELIZACIÓN

5.1. Presentación del tema

Pacificada por el buen rey Enrique, Francia, cuando san Vicente inició sus actividades apostólicas,
sólo había logrado el silencio de las armas. La unanimidad religiosa no era más que un recuerdo
lejano, y en el campo del Padre de ramilla los eriales habían invadido numerosas tierras de labor.
Sin embargo, aunque estaba dividida, la cristiandad seguía existiendo: todos, como estaban
bautizados, se consideraban hijos de la Iglesia, en marcha por el camino de la salvación. Hablar de
evangelización como lo hizo san Vicente a propósito de la pobre gente del campo, debió parecer
absurdo a más de uno, tal como hacia el año 1940 sonó a cosa rara en nuestros oídos el provocativo
título del libro de los abates Godin y Daniel: "Francia, país de misión". Exactamente igual que en
tiempos de san Vicente, nos creíamos que vivíamos en cristiandad. Ha sido necesario, en nuestro
tiempo, igual que entonces, desviamos de nuestra visión tradicional y convenir que se trata de
evangelizar, cuando se debe anunciar a Jesucristo a quienes no lo conocen.

San Vicente no dejó escrita ninguna teoría de evangelización, no se preocupó de eso. Pero,
dispuesto a seguir paso a paso a la Providencia, le adjudicó a la evangelización unas dimensiones
sobre las cuales vamos a insistir hoy; ella se dirige a todo el hombre, y se propone a todos los
hombres. A todo el hombre. Ella propone un cuerpo de doctrina para que se adhieran las mentes, un
conjunto de "verdades necesarias para la salvación", como decía el Sr. Vicente, al describir después
de la misión de Folleville, la espantosa ignorancia en la que la pobre gente se condena. Se da cuenta
rápidamente, y esto fue para él evidente después de su experiencia pastoral de Chatillon, que la
evangelización debía dirigirse a todo el hombre, a su espíritu, pero también a su corazón y a su
cuerpo.

El espíritu no se entrega, si no se toca antes el corazón. Toda adhesión de fe, toda conversión debe
incluir un lado práctico, traducirse en un "compromiso" al servicio del prójimo, individual o
"colectivamente", como dinamos hoy- San Vicente desconfía de los pensamientos nobles y de los
grandes sentimientos, los cuales, en frase suya, "se malogran", cuando se trata de sufrir o de
molestarse por el prójimo. Son suspiros piadosos que sólo exhalan viento. Después de la creación
de la primera "Caridad" en Chatillon, en 1617, la fe del Gran Siglo cubrió la cristiandad con una
floración de instituciones de beneficencia, que han marcado a la Iglesia y a toda la sociedad con
una primavera de gracia.

Además, era una cosa clara para san Vicente, como lo ha sido después para nosotros que es inútil
querer predicar a los hombres que son hijos de Dios y que Cristo murió por ellos, si están
muriéndose de hambre, si la sociedad les escupe su desprecio y si los perros están mejor tratados
que ellos. Se trata de evangelizar con palabras y con hechos.

Hasta en las discusiones del último sínodo, se ha podido resaltar la actualidad de esos aspectos de la
evangelización: ciertamente hace falta un cuerpo de doctrina, si no, no sería más que un poco de
humo sentimental; pero ella no está dirigida solamente a la inteligencia, sino a todo el hombre, para
anunciarle que Jesucristo vino a liberarlo del pecado y de su opresión: es promoción de todo el
hombre. También a nuestros días el apóstol Santiago sigue interpelando la fe de los cristianos, si
dicen a sus hermanos que carecen de lo necesario: "Id en paz, calentaos, y buen
provecho",dejándolos en la miseria.

Pero la evangelización se dirige también a todos los hombres y es promoción de todos los hombres,
pues, según la consigna de Jesús, tiene por sí misma un carácter universal. En san Vicente, toma esa
dimensión a partir del momento en que varios de sus hijos se embarcan para Madagascar. Las
noticias que recibe de ellos, la preocupación que siente por ese asunto, iluminan todo su universo
con un día nuevo, como si la luz de los trópicos hubiera cambiado todo el juego de las claridades y
de las sombras de su mundo habitual. '

De igual modo, la misión de evangelización universal de la Iglesia no nos permite dormir en paz,
en la comodidad de una fe tranquila durante tanto tiempo, mientras nuestros hermanos más lejanos
mueren en la ignorancia y la miseria. La indigencia del mundo es un desafío para todos los
hombres, pero en primer lugar para los cristianos y para la Iglesia: nunca los pobres querrán creer
que son hijos de Dios y la "Buena Noticia" seguirá siendo para ellos una burla, si nosotros no
hacemos nada, para que su dignidad sea reconocida.

En fin, la experiencia y la enseñanza de san Vicente hacen resaltar en la evangelización un segundo


movimiento, complementario del primero. Se necesita, desde luego, anunciar el Evangelio a
quienes no lo conocen (y en primer lugar a los pobres), y anunciárselo de palabra y con obras. Mas
a su vez, fueron ellos los que en cierto modo evangelizaron a san Vicente, fueron ellos los que le
transmitieron la llamada del Señor. En las horas cimeras de su vida, ellos estaban en el cruce de los
caminos para decirle a dónde había que ir; fueron ellos quienes le revelaron a Jesucristo.
Son los pobres, quienes en los momentos cruciales de la historia de la iglesia, volvieron a llevarla a
lo esencial, como en el siglo XIII con san Francisco. Así pues, con qué humildad debemos llevarles
la Buena Noticia de Jesucristo, seguramente serán ellos mismos, que, casi sin saberlo, nos lo
revelarán. Si nuestra fe es bastante viva, si nuestros ojos están bastante limpios, adivinaremos el
resplandor de su gloria a través de los agujeros de su capa (de ellos).

Aturdido por el estrépito del poder y deslumbrado por los letreros de la publicidad, el mundo da
vueltas sobre sí mismo como un perro loco. En esta feria de las ilusiones, la Iglesia debe, con todo,
hallar su camino y el camino de la humanidad, y no lo encontrará, sino dirigiéndose a quienes no
tienen parte en ese tumulto y en esa fiesta, porque el mundo los ha marginado. Ellos no tienen nada,
pero son el todo: son el Señor en persona, en medio del mundo.

5.2. SAN VICENTE Y LA EVANGELIZACIÓN

Cuando se da cuenta de la ignorancia y de la miseria moral del pobre pueblo que se condena, san
Vicente decide consagrarle toda su vida, imitando a Cristo.
Hay que enseñar las verdades de la fe en todo lugar, en toda circunstancia. En la conferencia del 17
de noviembre de 1656, recuerda que ésa era la práctica de toda la compañía en sus comienzos, y
llama la atención a sus misioneros contra un posible relajamiento.

5.2.1. "...No debemos dejar pasar ninguna ocasión..."

«Voy a decir lo mismo que han dicho ya nuestros pobres Hermanos; yo no sé actualmente cómo se
porta cada uno en esto; me pasa lo mismo que cuando voy a la ciudad y tengo que entrar en una
casa: tengo que subir al despacho o entrar en el salón; por eso, ustedes, Padres, que van a misionar
al campo, pueden ver ahora las cosas mejor que yo. Pero sé muy bien cómo se hacía esto al
comienzo de la Compañía, y cómo seguíamos exactamente la práctica de no-dejar que pasase
ninguna ocasión de enseñar a un pobre, si veíamos, que lo necesitaba, fueran los sacerdotes, los
clérigos que había entonces o los hermanos coadjutores, cuando iban o venían de algún sitio. Si se
encontraban con algún pobre, con algún niño, con algún buen hombre hablaban con él, veían si
sabía los misterios necesarios para la salvación; y si se daban cuenta de que no los sabía, se los
enseñaban. No sé si ahora son todos tan cuidadosos en observar esta santa práctica; me refiero a los
que van al campo, cuando llegan a alguna posada o por el camino. Si es así, enhorabuena; habrá
que agradecérselo a Dios, y pedir que persevere en ello nuestra Compañía; si no, si se advierte
cierto relajamiento, habrá que pedirle a Dios la gracia de levantarnos».

«Por lo que se refiere al segundo punto, de cuáles son las ventajas que se siguen del ejercicio de
esta santa costumbre, son muy grandes; por el contrario, los que no sean fíeles a ella están en
peligro de cometer males importantes. Y hablo de males importantes porque, como muy bien ha
dicho el que ya ha hablado, se puede matar a una persona de dos maneras: o hiriéndole y dándole el
golpe de muerte, o no dándole lo que necesita para poder vivir; de forma que. fijaos, es una falta
muy grande, si se ve que el prójimo no posee la debida instrucción de los misterios necesarios para
la salvación, no enseñárselos cuando se puede. Y lo que nos debe incitar a esto más todavía es lo
que dicen san Agustín, santo Tomás y san Atanasio, que los que no conozcan explícitamente los
misterios de la Trinidad y de la Encarnación no podrán salvarse. Ésa es su opinión. Sé muy bien
que hay otros doctores que no son tan rigurosos y que defienden lo contrario, puesto que -según
dicen- es muy duro ver que un pobre hombre, por ejemplo, que haya vivido bien, se condene por no
haberse encontrado con nadie que le enseñe esos misterios. Pues bien, en la duda, Padres y
Hermanos míos, será siempre un acto de mucha caridad para nosotros, si instruimos a esas pobres
personas, sean quienes fueren, y no debemos desaprovechar ocasión alguna de hacer lo que
podamos» (XI, 266-268).

5.2.2.Evangelización General a la población

Tributario del ambiente de cristiandad del siglo XVII, san Vicente empieza por considerar la
evangelización de los pobres, a la manera de la Iglesia de su tiempo. Su iniciativa misionera parece
limitarse a unos actos cultuales: predicación, catequesis, confesiones generales... “Inducirles a que
hagan una buena confesión general...”

El 17 de abril de 1625, el contrato de fundación define así el fin de la Compañía: «...para que, con
el beneplácito de los prelados en sus respectivas diócesis se dedicasen por entero y exclusivamente
a la salvación del pueblo pobre, yendo de aldea en aldea a sus propias expensas, predicando,
instruyendo, exhortando y catequizando a esas pobres gentes y moviéndolas a hacer una buena
confesión general de toda su vida pasada...» (X, 238).

5.2.3. "...Por no saber las cosas necesarias..."

En 1631, a Francisco Du Coudray:

«Es preciso que haga entender que el pobre pueblo se condena, por no saber las cosas necesarias
para la salvación y no confesarse. Si Su Santidad supiera esta necesidad, no tendría descanso hasta
hacer todo lo posible para poner orden en ello; y que ha sido el conocimiento que de esto se ha
tenido lo que ha hecho erigir la Compañía para poner remedio de alguna manera a ello ...» (1. 176-
177).

5.2.4."...Predicar, catequizar y hacer que hagan confesión general..."

En 1635, a Clemente de Bonzi, obispo de Béziers:

«...le diré. Monseñor: primero, nosotros estamos por entero bajo la obediencia de nuestros señores
los prelados para ir a todos los lugares de sus diócesis, adonde quieran enviarnos a predicar,
catequizar y hacer que el pobre pueblo haga la confesión general; ...» (I, 341).

La conferencia del 6 de diciembre de 1658 sobre la finalidad de la Congregación nos revela cuál
fue la evolución de san Vicente: no se trata sólo de enseñar a los pobres, era preciso además
asistirlos de todas las maneras posibles. La experiencia de Chátillon fue un hito para él. Este
hombre muy sensible quedó anonadado por la situación miserable de Francia; traza un cuadro
conmovedor en muchas de sus cartas: la miseria de los enfermos, la desgracia de los galeotes, la
espantosa situación de los niños abandonados, la cantidad de miserias producidas por las revueltas,
la Fronda, las guerras. Esta situación de miseria es para él la llamada de Dios y le lleva a concebir
la evangelización de forma más amplia y exigente.

5.2.5. "...Evangelizar de palabra y con obras..."

«Pero, ¿para qué, me dirá alguno, encargarse de un hospital? Ahí están esos pobres del Nombre de
Jesús que nos trastornan: hay que ir a decirles misa, a instruirles, a administrarles los sacramentos y
a ocuparnos de todas sus cosas; y ¿por qué hemos de ir hasta la frontera a distribuirles limosnas,
exponiéndonos a muchos peligros y apartándonos de nuestras funciones? - Padres; es posible
criticar estas buenas obras sin ser un impío, Si los sacerdotes se dedican al cuidado de los pobres,
¿no fue también éste el oficio de nuestro Señor y de muchos grandes santos, que no sólo
recomendaron el cuidado de los pobres, sino que los consolaron, animaron y cuidaron ellos
mismos?... ¿No son hermanos nuestros? Y s¡ los sacerdotes los abandonan, ¿quién queréis que les
asista? De modo que. si hay algunos de entre nosotros que crean que están en la Misión para
evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las
temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras,
nosotros y los demás, si queremos oír esas agradables palabras del soberano Juez de vivos y de
muertos:

«Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino que os está preparado, porque tuve hambre y me
disteis de comer; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me cuidasteis». Hacer esto es
evangelizar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es lo que nuestro Señor practicó y tienen que
practicar los que lo representan en la tierra, por su cargo y por su carácter. como son los sacerdotes.
Y he oído decir que lo que ayudaba a los obispos a hacerse santos era la limosna» (XI, 393-394).

Las informaciones que los misioneros envían a san Vicente acerca de sus actividades indican
claramente que era por ese doble camino, "de palabra y de obra", cómo trataba de comprometer a
toda la Compañía.

«Hemos hecho la visita a los pobres de este lugar y de las demás aldeas de este valle, donde las
calamidades que hemos visto sobrepasan a lodo cuanto se le haya podido decir;...por todas parles
no se ven más que enfermos. Tenemos a más de mil doscientos, además de otros seiscientos que
van desfalleciendo, todos ellos distribuidos por más de treinta aldeas arruinadas...» (IV, 106).

«En muchas de las ciudades arruinadas los habitantes más importantes se encuentran en una
vergonzosa necesidad, La palidez de sus rostros demuestra bien a las claras cuál es la necesidad y
cómo es preciso socorrerles en secreto,...»
«Y lo que es más digno de lágrimas es que no solamente el pobre pueblo de estas fronteras carece
de pan, de leña, de ropa, de mantas, sino que se encuentran sin pastores y sin lo socorros
espirituales,... Nosotros hacemos lo que podemos, pero es un trabajo inmenso; hay que ir y venir
continuamente, expuestos al peligro de los bandoleros, para asistir a más de mil trescientos
enfermos de los que nos hemos cuidado en esta comarca» (IV, 107-108).
«Ya hemos repartido los ornamentos por las iglesias, y mantas y la ropa entre los enfermos. No
podríamos decir la impresión que lodo esto ha producido en todas estas fronteras, en donde no se
habla más que de esta caridad. Nuestros obreros han cuidado tan bien de los enfermos que, gracias
a Dios, de quinientos que había solamente en la ciudad de Guisa, han curado más de trescientos; y
en cuarenta aldeas de los alrededores de León ha habido tantos que se han restablecido por
completo que costaría trabajo encontrar a seis pobres que no estén en disposición de poder ganarse
la vida; nos hemos creído obligados a buscarles los medios para ello, repartiéndoles hachas,
podaderas y ruecas, para hacer trabajar a los hombres y a las mujeres, que de este modo no
resultarán una carga para nadie, si sobreviene alguna otra calamidad que los reduzca a la misma
miseria».
«También hemos repartido los granos que han enviado de París a esta comarca...Entregamos
doscientas libras mensuales para sostén de varios sacerdotes pobres...» (IV, 129-130).

Si san Vicente recuerda a los misioneros que asistir a los pobres de todas las maneras es obra de
evangelización, exige a las Hijas de la Caridad, más comprometidas en el servicio corporal de los
pobres, que no se olviden de enseñar, siempre que sea posible, las verdades de la fe.
5.2.6. "...Esto es lo que tienen ustedes más que..."

«El amor de las Hijas de la Caridad no es solamente tierno; es efectivo, porque sirven
efectivamente a los pobres, corporal y espiritualmente. Estáis obligadas a enseñarles a vivir bien; lo
repito, Hermanas, a vivir bien, os lo que os distingue de otras muchas religiosas que están
solamente para el cuerpo y no les dicen a los enfermos ninguna palabra buena, hay muchas así.
Pero ¡Dios mío!, no hablemos de esas; bien, ¡Salvador mío!, la Hija de la Caridad no tiene que
tener solamente cuidado de la asistencia corporal de los enfermos-pobres; a diferencia de muchas
otras tiene que instruir a los pobres. Esto es lo que tenéis sobre las religiosas del Hótel-Dieu y de la
Plaza Real; y también que vais a buscarlos a las casas, lo cual no se ha hecho nunca hasta ahora,
puesto que las otras se contentan con recibir a los que Dios les envía».

«Por consiguiente, tenéis que llevar a los pobres enfermos dos clases de comida: La corporal y la
espiritual,... Hermanas mías. Desde toda la eternidad estabais destinadas a servir a los pobres de la
misma manera que nuestro Señor lo hizo» (IX, 534-535).

5.2.7. Evangelizar: ¿anunciar el evangelio... o encontrar a Jesucristo?

El descubrimiento de nuevos países fue para el Occidente cristiano una exigencia misionera. El
Evangelio hay que llevarlo a todos los pueblos que no lo han oído nunca. La Iglesia del siglo XVII
es plenamente consciente de que lo tiene que anunciar. San Vicente comparte profundamente esa
óptica. Pero se le impone otra evidencia; el pobre no es solamente quien lo recibe, es también quien
interpela y quien revela. La evangelización se convierte así, al mismo tiempo, en anuncio y en
encuentro con Jesucristo.

5.2.8."...Anunciar su santo evangelio.."

«Entreguémonos a Dios, Padres, para ir por toda la tierra a llevar su santo Evangelio; y en cualquier
sitio donde Él nos coloque, sepamos mantener nuestro puesto y nuestras prácticas hasta que quiera
su divina voluntad sacarnos de allí. Que no nos arredren las dificultades; se trata de la gloria del
Padre eterno y de la eficacia de la palabra y de la pasión de su Hijo. La salvación de los pueblos y
nuestra propia salvación son un beneficio tan grande que merece cualquier esfuerzo, a cualquier
precio que sea; no importa que muramos antes, con tal de que muramos con las armas en la mano;
seremos entonces más felices, y la Compañía no será por ello más pobre, ya que por un misionero
que haya dado su vida por caridad, la bondad de Dios suscitará otros muchos que harán el bien que
el primero haya dejado de hacer» (XI, 290).

5.2.9. "...Allí encontrarán a Dios..."

«Otro motivo, como ha dicho una Hermana, (ved. Hijas mías, cómo no hablo más que por medio de
vosotras) es que, al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo. Hijas mías. ¡Cuán verdad es esto!
Servís a Jesucristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aquí. Una
Hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día, encontrará en ellos a
Dios. Como dice san Agustín, lo que vemos no es tan seguro, porque nuestros sentidos pueden
engañarse; pero las verdades de Dios no engañan jamás. Id a ver a los pobres condenados a cadena
perpetua, y en ellos encontraréis a Dios.
¡Hijas mías, cuan admirable es esto' Vais a unas casas muy pobres, pero allí encontráis a Dios. Hijas
mías, una vez más, ¡cuan admirable es esto! Si, Dios acoge con agrado el servicio que hacéis a esos
enfermos y lo considera, como habéis dicho, hecho a El mismo» (IX,240).

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