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EMBARAZO

Hasta ahora he tenido dos embarazos y han sido muy diferentes. El primero, lo supe cuando estaba
embarazada de dos meses, y me puse muy contenta, pero a la semana tuve hemorragias y el médico me
dijo que durante un tiempo tenía que estar en reposo, había peligro de aborto. Mi trabajo me exigía viajar
todos los días, por eso tuve que abandonarlo. Permanecí un mes en cama, en reposo, y el riesgo de
aborto desapareció.
Después, cada tres meses, tenía revisiones: me hacían análisis de sangre, ecografías, para ver la
evolución del feto. A lo largo del embarazo el ginecólogo me recetó medicamentos para prevenir
enfermedades en el feto, calcio para fortalecer los huesos y no realizar esfuerzos físicos bruscos.
Ya en el tercer mes recuperé la tranquilidad, todo por fin iba bien. El sexto mes de embarazo me hicieron
una citología, y análisis de sangre. El octavo mes me hicieron la prueba de anestésica. Y al noveno mes
nació mi hija.
El segundo embarazo fue muy diferente. Yo no sabía que estaba embarazada, estaba tomando
antibióticos porque tenía infección, y en una de las pruebas que me realizó el médico me dijo que estaba
embarazada. En este caso no tuve que hacer reposo. Cada dos meses el ginecólogo me hacía ecografías
para comprobar que el feto iba teniendo un desarrollo normal. También me hicieron análisis de sangre y
citologías. El médico me aconsejó que me hiciera una prueba específica “Amiocentesis”, suelen
hacérselas las mujeres de más de treinta y cinco años. Para ello deben pinchar en la barriga con una aguja
muy larga, que debe de atravesar la bolsa para extraer el líquido amniótico.
Mi barriga mes a mes iba engordando muy rápidamente y además el feto se movía mucho. Un día,
cuando estaba de ocho meses y medio de embarazo, empezé a notar un dolor que empezaba en los riñones
y acaba en la barriga. Este dolor eran las contracciones que poco a poco se fueron haciendo más intensas.
Ya era necesario ir al hospital. Allí el ginecólogo me reconoció, y me dijo que el cuello del útero había
dilatado seis centrímetros, me tumbaron en una camilla y me llevaron al quirófano. Allí me pusieron una
anestesia “epidural”, pinchándome con una aguja en la parte baja de la columna. En seguida empezé a
notar que se me dormían el cuerpo de cintura para abajo.
Los médicos me dijeron que me incorporaba y empezara a empujar para que la niña fuera saliendo poco a
poco, mi marido me ayudaba a incorporarme. Pero había un problema que len había puesto a mi marido
unas bolsas de plástico en los pies para prevenir infecciones, y cada vez que intentaba ayudarme, se
resbalaba.
Después de unos cuantos intentos la niña nació.

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