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 Freudiana
 38, 2003, pp. 7-27
JACQUES-ALAIN MILLER CONTRATRANSFERENCIA E INTERSUBJETIVIDAD* I. CONTRATRANSFERENCIA Y EMPATIA
1. Estructuración de la contratransferencia Un obstáculo
Vamos a proseguir con la instauración de la contratransferencia, su estructuración.
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 No hemos terminado con la contratransferencia, y ello por tres razones. En primer lugar, este término nos da la clave de la lógica de la historia del psicoanálisis. La contratransferencia no es dicha clave, pero nos permite hacernos con ella, es decir, construir la lógica de la historia del psi
coanálisis.
En segundo lugar, el término de contratransferencia nos da también una perspectiva sobre la enseñanza de Lacan, una perspectiva que es potente, hasta tal punto que podremos ver esta enseñanza como un rechazo de la contratransferencia, modulado incesantemente de formas diversas. En tercer lugar, por este hecho, la referencia a la contratransferencia nos ofrece los medios para responder hoy día, partiendo desde cero, a la pregunta "¿Qué es ser lacaniano?".
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* Este texto incluye las lecciones de los días 6 y 13 de marzo del 2002 de
 La orientación lacaniana  III, 4
 (2001-2002), enseñanza desarrollada en el marco del Departamento de Psicoanálisis de Paris VIII. Texto y nota establecidos por Catherine Bonningue, publicado con la amable autorización de Jacques-Alain Miller.
 
LA ORIENTACIÓN LACANIANA
Ia gente, al menos aquí en Francia, se imagina fácilmente que ser lacaniano
sería
 distinto de ser freudiano. Esta cuestión me la han reactualizado, igual que a ustedes, las fórmulas, usadas hasta la saciedad por parte de los media, que opo-nen los lacanianos a los freudianos. Admitámoslo, reconozcamos que es así como se nos percibe, como se nos comenta. Esta oposición entre lacanianos y freudianos toma como criterio la duración
de
 l.i sesión. Lo que distinguiría al psicoanálisis lacaniano del psicoanálisis freu-diano sería que uno practica la sesión de duración variable y, en conjunto, breve, mientras que la otra practica la duración fija y "larga", entre comillas —la
duración
 precisa varía entre la media hora, tres cuartos de hora, cincuenta y cinco
minutos.
 Sin embargo, si se sustituye el criterio de la duración por el de la contratransferencia, la cosa es muy distinta.
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La
 posición freudiana ortodoxa, la que fue establecida por el propio Freud en 1910 —cuando planteó el término de contratransferencia, un término in-
frecuente en
 sus escritos—, concibe la transferencia como un obstáculo a la pro-
secución de
 la cura, un obstáculo que debe ser reducido, y ello, en particular,
mediante
 el análisis del analista. Así, concebir la contratransferencia como un instrumento, como un medio de la cura, resulta de una posición herética, no
freudiana.
 Éste criterio es el que justifica para nosotros al psicoanálisis lacaniano
en
 su pretensión de ser freudiano ortodoxo. Éste es el criterio que funda la or-todoxia freudiana de la enseñanza de Lacan y de la práctica que de ella resulta.
 Neutralidad analítica
Es
 un
 hecho histórico que la introducción de la contratransferencia del analista como instrumento de la cura —a principios de los años 50fue recusada, en el mismo seno de la Asociación Internacional, en nombre de la ortodoxia freudiana. Permítanme referirme al artículo de Annie Reich, de 1960, "Algunas observaciones suplementarias sobre la contratransferencia".
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 Annie Reich, que no era lacaniana, al término de diez años de ver como se multiplicaban las contribuciones analíticas sobre la contratransferencia, se oponía al paralelismo introducido entre transferencia y contratransferencia. Este paralelismo estaría basado en el hecho de que ambos términos, concebidos de entrada como interferencias y obstáculos en la cura, tenían vocación de convertirse en medios e instrumentos.
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CONTRATRANSFERENCIA E INTERSUBJETIVIDAD
Ya en 1960, Annie Reich advertía el surgimiento de un entusiasmo por las relaciones interpersonales. Ya veía —lo cual ya nos demuestra que ahí hay una lógica en acción— que esas relaciones interpersonales amenazaban al psicoanálisis con una dilución y también con una confusión entre psicoanálisis y psicoterapia. Desde donde nos encontramos, no podemos sino validar su presentimiento y su profecía. Annie Reich no niega el fenómeno de la contratransferencia, pero se opone a lo que llama su sobrevaloración. ¿Qué está enjuego en esta sobrevaloración. Ella también admite la posible pertinencia de que el psicoanalista de cuenta al paciente de sus manifestaciones contratransferenciales —lo cual constituye ya el esbozo de lo que hoy vemos promover en el marco del psicoanálisis intersubjetivo como el desvelamiento del analista,
 the disclosure,
 que puse en relación con aquel nuevo desviacionista llamado Owen Renik."' El analista puede admitir ante el analizante olvidos y errores, es decir, puede descompletarse, poner de manifiesto que el Otro no es infalible. Este es el valor que da Annie Reich al reconocimiento de las manifestaciones contratransferenciales. Pero, al mismo tiempo, se opone a que se atosigue al paciente con asuntos privados del analista. O sea, que ya en aquella época se podía reconocer la tendencia que consistía en que el analista comunicara al analizante todo aquello de la experiencia analítica en curso que pudiera conmoverlo. Ella considera que en este caso se trata de la intrusión de un material ajeno a la cura, que la obstaculiza y la opacifica. Lo dice de un modo notable en 1960 cuando ve esbozarse esta práctica, este uso de la experiencia inaugurada por Freud. De esta forma, se opone a que todo aquello que el analista puede hacer en la cura —término en el que para nosotros resuena la oposición que Lacan construyó con el acto del analista— sea colocado bajo la rúbrica de la contratransferencia, es decir, a que la contratransferencia sea concebida como equivalente a lo que entonces se llamó la respuesta total del analista al paciente. Esta concepción fue planteada por Heinrich Raker, así como por Margaret Little, quien trató incluso de crear un materna de la respuesta total en forma de una R mayúscula. La línea divisoria consiste en que Annie Reich mantiene, contra vientos y mareas que se alzan a lo largo del decenio de los años 50, la noción de la neutralidad analítica. En base a este criterio traza Annie Reich la frontera entre los freudianos y los demás.
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