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El Baile de los que sobra – Michael Monclou Chaparro

EL BAILE DE LOS QUE SOBRAN


Por: Michael Monclou Ch.

Si a un niño se le dice que es el futuro de un país, lo lógico no es


derrumbarle dicho futuro sino sentarle las bases para que se lo
pueda labrar.

Los principales problemas de las universidades públicas son, en definitiva, las


universidades públicas. Ésta es la concepción no sólo del actual gobierno sino de todos
los otros gobiernos que hace mucho antecedieron a este. Incluso, parecería ser la
concepción de los muchos estudiantes indiferentes frente a la situación de otros jóvenes,
que como ellos, merecen educarse.

Varias veces durante los últimos meses algunas vías se han visto colapsadas como
efecto de las protestas que una vez más sacudieron a la capital. La diferencia radicó, esta
vez, en que no sólo unos encapuchados lideraron las marchas, sino cientos de personas
entre los 17 y los 25 años vestidos como cualquier ciudadano del común y dando la cara.

El problema entonces no es sólo de un puñado de personas… el problema es de la


educación pública universitaria en Colombia cuya crisis no comenzó hace un par de meses
sino décadas atrás, y más específicamente, cuando la Ley 30 de 1992 estableció como
referente para girar recursos a las universidades públicas el Índice de Precios al
Consumidor. De la misma forma en que el salario mínimo se convirtió en una moneda de
cambio, el IPC indicaría cuánto más dinero podrían recibir la totalidad de las universidades
públicas anualmente, lo que trajo consigo un déficit difícil de superar. Fue así como el
presupuesto no se mantuvo coherente con el aumento de la oferta educativa, ni con el
costo de doctorar un profesor, de mantener un grupo serio de investigación o unos
laboratorios actualizados, y el bache presupuestal se agrandó ahondando la crisis del
emergente esfuerzo por educar profesionalmente la población.
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El grado de impotencia que sintieron los rectores fue tal, que redactaron una carta
abierta al Presidente de la República explicando, cifras en mano, la insostenibilidad de la
universidad pública y el decrecimiento en la calidad académica, que como consecuencia,
han traído las políticas estatales. Moisés Wasserman, rector de la Universidad Nacional,
tomó la vocería y diferentes medios de comunicación fueron movilizados con el objetivo
de sacudir a la opinión pública y al mismo gobierno. La cuestión pública llegó entonces al
Congreso donde en una noche, de trabajo, se decidió aumentar el presupuesto para las
universidades públicas en ciento sesenta mil millones de pesos, cifra aparentemente nada
despreciable que acallaría las voces salidas de las universidades públicas. Sin embargo, ni
los rectores, ni algunos académicos, ni los estudiantes se callaron pues el trasfondo del
asunto no ha sido tocado.

Las universidades son centros generadores de conocimiento, espacios sociales de


convivencia e incluso templos en donde la fe y la razón pueden enfrentarse sin temor a
una represalia divina. Los estudiantes no son simples receptores ansiosos de información,
sino personas curiosas y críticas de cuya imaginación depende la resolución de problemas
prácticos, comunes o abstractos que en últimas repercutirán en el avance del ser como
tal. Por eso, no puede pensarse que un aumento coyuntural en los recursos de las
universidades resolverá definitivamente un problema crónico, ni que con ello la generación
de conocimiento avanzará.

El documento denominado “Revisión de la financiación con recursos de la nación


para las universidades públicas”, realizado por siete vicerrectores financieros de siete
universidades públicas, da cuenta del problema estructural que atraviesan dichas
instituciones. Allí se realizaron propuestas puntuales como el aumento de un 10% al IPC
para el presupuesto anual. No obstante, la respuesta gubernamental consistió en
aumentar el gasto militar al nivel más alto de los últimos años -14.2% del PIB contra
13.9% en educación -. Así, de un zarpazo, se ha dejado por fuera al resto de la población
que no tiene acceso a una educación de calidad, se le han cerrado las puertas al avance, al
conocimiento, y lo peor de todo, se acentúa no sólo la brecha presupuestaria sino la
brecha profesional entre quienes poseen los recursos para costearse una prestigiosa
universidad privada y quienes no. El objetivo de una educación pública, además de
concebirse en sus inicios como la educación de los pobres- objetivo en declive -, es la de
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formar ciudadanos comprometidos con el desarrollo de su país, conscientes del valor de


una educación de calidad, igual o mayor que la de una educación privada. Lastimosamente
pareciera que en un futuro pudiera surgir una clase de profesionales más y mejor
preparados, con cargos, salarios y prestigio mayor que el de otros menor y peor
preparados.

La polarización del país no puede cegar la realidad de miles de estudiantes en todo


el país. Los grafitis que a muchos molestan no se borran de las mentes de quienes
sueñan con un título, y causa más terror pensar en un país sin avance intelectual o
profesional en donde al final sólo una ínfima parte acceda al conocimiento, y la otra,
relegada, sólo cante que a otros dieron de verdad, esa cosa llamada educación.

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