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AMÉRICA LATINA II
ALEJANDRO CASTILLO
Estudiante de historia
68031020
GILMA RÍOS
Docente
1870-1914
El último cuarto del Siglo XIX, es en general un período de crecimiento económico donde se
estrechan aún más los lazos comerciales establecidos a lo largo del siglo, donde la producción
industrial o manufacturera del centro capitalista requiere unas materias primas a bajo costo,
demanda que la periferia está dispuesta a satisfacer. No obstante la economía de exportación
brindaba algunos beneficios (era casi la única fuente de ingresos), la inestabilidad en la
fluctuación de los precios aunada a las crisis económicas recurrentes (la crisis de 1873, la
recesión económica francesa, inglesa y alemana a finales de los 80 y a mediados de los 90) se
presentaban como el mayor óbice al desarrollo económico latinoamericano. En el mercado
internacional, la demanda de los productos del sector primario tradicionalmente exportados
creció (a excepción del azúcar), y simultáneamente surgieron nuevas necesidades (el caucho y
el petróleo) debido a las innovaciones tecnológicas de principios del Siglo XX. Sin embargo,
como ya hemos dicho, los productos exportados por una nación beneficiaron casi
exclusivamente una determinada región (el auge ganadero argentino coloniza y moderniza la
Pampa, el auge guanero peruano deja el capital, las inversiones y los dividendos en la costa, el
auge cafetero colombiano coloniza y brinda privilegios al “eje cafetero”, entre otros casos) lo
que implicaba el desarrollo desigual de unos sectores comparados con otros. Durante este
primer período del largo siglo XX, se ha concluido que en la mayoría de los casos, las
economías nacionales no habían diversificado su producción (a excepción de México) y los
ingresos dependieron de dos o tres productos únicamente, lo que inevitablemente conllevó a
agudas crisis cuando la demanda que existía sobre uno de estos productos cesó. Es así como
muchas de las economías latinoamericanas se hallaron en un estado de vulnerabilidad
inexorable frente el mercado internacional y sus dinámicas internas.
Por su parte, la tierra (en su sentido más amplio) que hasta ese entonces continuaba
debatiéndose entre formas de propiedad y explotación tradicionales y modernas, fue objeto de
redistribución. Para este fin, se utilizaron múltiples medios: concesiones del Estado a los
interesados en trabajarla, apropiaciones ilegales por las clases populares, o “legales” por las
élites, desamortizaciones a las propiedades eclesiásticas parasitarias, colonizaciones hacia las
áreas productivas en potencia. En algunos casos, esto contribuyó al desarrollo de la producción
minifundista, aunque en otros muchos exacerbó los procesos de acumulación latifundista; sería
necesario analizar cada caso en particular a este respecto. Todas estas medidas que incidieron
el la propiedad de los medios de producción lograron hasta cierto punto su objetivo dual:
explotar áreas hasta ese entonces improductivas (pasivas) para vincularlas ahora de forma
activa al mercado, y simultáneamente, ensanchar los límites de influencia del poder estatal.
La demanda de mano de obra fue satisfecha en algunos casos con las inmigraciones masivas
provenientes de varios países europeos (sobre todo Italia) que ampliaron enormemente la
importancia demográfica del sector urbano, y en otros donde la inmigración no fue tan
influyente, con la movilización interna de la fuerza de trabajo. Casi todas las naciones del cono
sur recibieron millones de extranjeros en este último cuarto de siglo, mientras que en las
regiones andinas y caribeñas el índice de inmigración sería mucho más bajo, exceptuando a
Cuba y a Venezuela.
Este período es también la edad de oro para las inversiones de capital extranjero en toda
América Latina: muchas compañías foráneas explotaban los recursos de ciertas naciones a
modo de enclave retribuyendo un determinado impuesto al Estado; la moda del ferrocarril se
expandió (las compañías de construcción eran europeas o estadounidenses) y muchas veces
fueron ayudados a financiar por las mismas potencias a condición de tener privilegios sobre
dicho medio de transporte; los bancos y las casas comerciales de la potencia en auge eran el
motor de circulación de capital más importante en la región en la que se asentaban.
Así las cosas, podríamos concluir que evidentemente existía una dependencia real del sector
externo, cuyos beneficios se repartieron dando prioridad al sector urbano, y a sus élites locales.
1914-1929
La primera guerra mundial trastocó la estructura comercial en varios aspectos: era la primera
vez que el tipo de cambio (patrón oro) se derrumbaba dejando sin salida el cambio de la
moneda nacional para el comercio con otros países; el golpe en las manufacturas británicas
reduciría en consecuencia la capacidad de inversión de esta potencia, abriendo el paso a
Estados Unidos como el principal inversor y pactante comercial; también se redujo
enormemente la demanda de los productos prescindibles, es decir, los que no entraban en la
lista de materias primas estratégicas (petróleo, y minerales) o en la de alimentos de necesidad
básica (carne y trigo). También se presentaron muchas dificultades con los medios de
transporte, dominados por las potencias en conflicto. Si bien la mayoría de estos
inconvenientes se esfumarían después de la guerra, el protagonismo estadounidense en
Latinoamérica era ahora indiscutible e irrefrenable a expensas del británico. La fuerte
presencia tanto política como económica de EE.UU. en la región era cada vez mayor: en este
período de pos-guerra se fundaron varias compañías de inversión e innumerables bancos que
servían como agentes crediticios y por lo tanto, ejercían control y dominio; las políticas
librecambistas conllevaron a la apertura de mercados cuyo principal comprador (y vendedor)
es ahora EE.UU. (sobretodo en los países del Caribe). Además los incipientes desarrollos
industriales mantuvieron a Latinoamérica en una dependencia perenne frente a las tecnologías
extranjeras, de las que EE.UU. era ahora el principal surtidor y beneficiario. Solo Uruguay y
Argentina mantuvieron vínculos significativos con Gran Bretaña, ya que los estrechos
compromisos comerciales asumidos durante casi un siglo no permitían una súbita ruptura,
como sí sucedía en los otros casos. Este relevo de una potencia por otra podríamos decir es
uno de los acontecimientos más importantes de este período, ya que es en este proceso donde
se fijarán los parámetros generales del discurso imperialista que oscila entre la política del
“gran garrote” y la del “buen vecino”, en el que todavía nos vemos imbuidos. Un metarrerlato
que insta estratégicamente a los eufemismos mas audaces para marcas las pautas por donde se
debía transitar hacia el progreso; es ahí donde nace lo que Escobar ha llamado “el discurso del
desarrollo”, que basado en los precedentes liberales, los reordena de tal modo que configura
una estructura ideológica cerrada y aparentemente innovadora.
1929-1939
Las desfavorables condiciones del período precedente (inestabilidad de los precios, pocos
controles previsivos sobre la producción, dependencia sobre el sector exportador, carencia de
industria) hacían a las economías latinoamericanas muy vulnerables. Es en este punto donde la
crisis mundial del 29 llega a hacer verdaderos estragos: La reducción de la demanda hizo que
los precios cayeran a pique; la restricción de nuevos créditos cerró una posible salida a la
crisis; el colapso de las importaciones y las exportaciones ocasionó el hundimiento del ingreso
fiscal. Semejante situación tan crítica obligó a implementar medidas para la estabilización: se
reducen al máximo las importaciones y se afronta el viejo problema del tipo de cambio,
logrando así una relativa normalidad económica para el 32. Sin embargo, la inflexibilidad de la
deuda externa se presentó como el mayor obstáculo para lograr el equilibrio de la balanza de
pagos, llegando en algunos casos a la moratoria, y en otros (como el afortunado venezolano) al
pago total de dicho crédito. Enfrentando estos problemas, surge en América Latina la idea de
sustituir las importaciones industriales y agrícolas por artículos producidos dentro del país, en
la medida de lo posible (industrialización por sustitución de importaciones, agricultura por
sustitución de importaciones), política que dio resultados positivos en el proceso de
estabilización, y que es la primera expresión de oposición al vulnerable sistema que confía
demasiado en la economía de exportación. Sin embargo, el sector exportador mantuvo su
preponderancia en los ingresos nacionales para la mayoría de los casos y en algunos países
más que en otros. Como vemos, este período se caracteriza por las generalizadas políticas
proteccionistas.
1939-1950
Con el estallido de la segunda guerra mundial, América latina enfrentó el problema de ver
amenazadas sus principales fuentes de suministro, sus mercados de exportación, y los servicios
de transporte y préstamo de recursos financieros; debido a esto, surge una acumulación de
grandes excedentes de la producción de exportación, problema que EE.UU. estuvo dispuesto a
resolver creando grupos de planeación como el CAIAEF (comité asesor interamericano
económico y financiero) siempre y cuando, los países latinoamericanos lo apoyaran en sus
campañas bélicas declarando la guerra al grupo opositor (Alemania, Italia y Japón
principalmente) y por ende, cerrando todo tipo de trato comercial el mismo. Esta coyuntura
evidenció aun más la ambivalencia del modelo económico basado en la exportación, y sin
embargo, los pactos con EE.UU. (préstamos, intercambios, inversiones, etc.) se reavivaron
propiciando el surgimiento de múltiples organizaciones e instituciones tanto económicas como
gubernamentales que servían de apoyo al discurso desarrollista de imposición ideológica (BFI,
FMI, OEA, ONU, DSN, etc.) aceptado en la mayoría de los casos de forma perentoria. Frente
a este, surge también un contradiscurso de crítica liderado, en el ámbito económico, por la
CEPAL (comisión económica para América Latina).
Este período acelera considerablemente los procesos de industrialización en toda América
Latina, aspecto que será de vital importancia en los años siguientes.
1950-
El increíble crecimiento económico mundial de las décadas de los cincuentas y sesentas
benefició considerablemente la situación económica de América Latina: los productos
manufacturados ocupaban ahora una posición preponderante en el conjunto de las
exportaciones, lo que implicaba un descenso en las producciones del sector primario al mismo
tiempo que la especialización laboral y la diversificación productiva dentro de esta economía
industrial escalada. Además la relativa estabilidad en la demanda permitía la continuidad
dentro del proceso productivo. Lastimosamente, este espejismo paradisíaco del progreso
llegaría a su fin con las crisis del petróleo de los años 73 y 78, dando paso a la segunda fase
del ciclo económico Kondratieff, donde los perjuicios creados por tan estrechos lazos de
dependencia, aunados a otros muchos factores socio-políticos, toman una forma cruda.
He decidido no ponerle un límite a la última fecha para expresar la continuidad de muchos de
los argumentos que han sido expuestos aquí.
Bibliografía Consultada
En Historia de América Latina, Leslie Bethell editor, vol 7 y 11, Editorial Crítica, Cambridge
University Press, Barcelona 1991: