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 EL MATRIMONIO EN GRECIA

Y EL PAPEL DE LA MUJER CASADA

L
a Grecia Antigua, como otros pueblos del mundo, practicó el
matrimonio monogámico, explicado como la institución social y
religiosa al servicio de la familia y, por supuesto, de la procreación de
hijos legítimos. Por lo tanto, el matrimonio era esencial, pues, para la familia, no
para el amor. Sólo los hijos legítimos eran inscritos como tales en la fratria, la
organización gentilicia. Si eran varones, recibían la herencia, siempre y cuando
no fueran bastardos.

La unida familiar, integrada por una pareja de esposos y por unos hijos
nacidos de la unión de ambos o legalmente adoptados, era en la Grecia clásica la
base natural y jurídica del tejido social.

1.- EL MATRIMONIO DE LA ANTIGUA GRECIA:


En la Antigua Grecia, con Atenas a la cabeza, el matrimonio legítimo entre
ciudadanos era, por encima de todo, un contrato entre dos partes: por un lado, el
novio y, por otro, el representante legal de la novia: el padre, si vivía, o el
hermano mayor o el varón que determinara la ley. La mujer no tenía capacidad
jurídica para asumir esa responsabilidad.

Los matrimonios entre desconocidos eran la nota predominante entre las


gentes de clase media y alta en Grecia, sobre todo en Atenas. En realidad, el
hombre griego consideraba el matrimonio como una obligación penosa, como un
mal necesario. Los hombres solían casarse a la edad de treinta años, mientras que
las mujeres lo hacían con dieciséis.

2.- LAS BODAS GRIEGAS:


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Después de celebrarse el contrato matrimonial, tenían lugar las bodas. Estaban
rodeadas de un ceremonial complejo, de connotaciones religiosas. Las fechas de
plenilunio y el mes de enero eran las más elegidas para contraer matrimonio. La
ceremonia seguía el siguiente ritual:

 Se comenzaba con un sacrificio dedicado a los dioses protectores


del matrimonio, Zeus y Hera, la pareja divina por excelencia; Artemis,
símbolo de la virginidad; e Ilitía, protectora de los partos.
 Continuaba la ceremonia con un baño ritual purificador. Un cortejo
solemne se encarga de ir a coger el agua a la fuente Calírroe.

El día de la boda, las casas de los contrayentes se decoraban con


guirnaldas y hojas de olivo y laurel, y en la del padre de la novia se celebraba un
banquete, con un sacrificio. Allí se encontraba la novia, cubierta por un velo y
una corona, rodeada de sus amigas y asistida por una mujer casada, que la
asesoraba sobre las ceremonias del matrimonio. Llegada la noche, se iniciaba el
ritual de la conducción de la novia a su nuevo domicilio.

En la casa, la novia era recibida por sus suegros. Éstos la conducían ante
el fuego sagrado que honra a la divinidad doméstica, derramaban sobre ella
nueces e higos secos y le ofrecían un pastel nupcial hecho con miel y sésamo, así
como una moneda y un dátil. El día terminaba con la entrada de los esposos en el
tálamo o cámara nupcial.

Al día siguiente, los padres de la novia acudían al domicilio conyugal, que


era la casa familiar de la novia, para entregar los regalos nupciales, así como la
dote acordada.

3.- EL ADULTERIO:
El adulterio de la mujer quedaba totalmente prohibido, entre otras cosas porque
no garantizaba la legitimidad de los hijos. Además, estaba castigado con el
repudio hacia su persona. Sin embargo, el hombre gozaba de libertad sexual
fuera del matrimonio, pero era igualmente castigado, con mayores penas, si
incurría en adulterio con una mujer casada. La mujer no podía aficionarse a la
bebida y, mucho menos, cometer adulterio. Eran consideradas dos faltas graves.
Si el matrimonio naufragaba ante el adulterio femenino, se disolvía sin más.
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El matrimonio era, por lo tanto, una alianza privada entre familias,
utilizada a veces con fines políticos y otras, con fines económicos. De hecho, el
padre de la novia recibía del marido una dote que, por lo demás, quedaba en
poder del matrimonio.

4.- EL DIVORCIO:
La ley ateniense reconocía el divorcio. El marido podía repudiar a la esposa sin
necesidad de alegar motivo alguno, aunque tenía la obligación de restituir la dote
recibida. De hecho, estaba obligado a mantenerla intacta mientras duraba el
matrimonio. La falta de descendencia solía ser la causa del repudio, así como el
adulterio probado de la esposa. Cuando recibía malos tratos, la mujer casada
podía acudir al arconte para que disolviera el matrimonio.

El esposo no sólo podía elegir libremente el momento del divorcio, sino


que, incluso, podía casar a su mujer con otro hombre que él escogiese. Además,
tenía derecho a conservar los hijos habidos del matrimonio y al engendrado y no
nacido aún. El padre de la casada también tenía la capacidad legal de provocar el
divorcio de su hija, si quería que regresara al hogar paterno, así como de
desposarla con otro hombre. En cuanto a la viuda, tenía que casarse con quien
hubiera dispuesto el marido antes de morir, si así lo había hecho; o con quien
decidiera su nuevo dueño legal (su hijo mayor, su padre o su pariente más
próximo).

5.- LA DESCENDENCIA:
Como ya se ha dicho más arriba, la finalidad del matrimonio era la consecución
de hijos legítimos, de un heredero de los bienes y de las obligaciones religiosas
de la familia. A los hijos no deseados o ilegítimos, que afectaba sobre todo a las
hembras, no se les daba muerte, pero sí se les abandonaba esperando que
murieran, colocados en un cacharro de barro que habría de servirle como urna
funeraria. A veces, el pequeño era recogido por alguna pareja que necesitaba un
hijo, o por alguien que quería criarlo como esclavo. La madre que abandonaba a
su hijo solía depositar junto al cacharro del bebé algún objeto que hiciera posible
su identificación en un futuro por si acaso llegaba a darse la circunstancia de que
su regreso al hogar fuera deseado.

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Tan legítimo y tan aceptado como el abandono del recién nacido era el
aborto, aunque la ley defendía el derecho del padre o del dueño de una esclava a
tener descendencia prohibiendo, por lo tanto, que la mujer se provocara un aborto
sin el consentimiento del esposo, o, en su caso, del dueño, y castigando cualquier
agresión física que condujera al aborto de una mujer o una esclava ajena. Los
griegos, además, trataban de evitar que sobrevivieran los hijos nacidos con taras
físicas.

Los nacimientos de los hijos tenían lugar en las casas, con la asistencia de
alguna mujer experta. Cuando nacía un hijo deseado, se exteriorizaba la alegría
colocando en la puerta de la casa una rama de olivo, si era varón, y una cinta de
lana, si hembra. Una semana después del alumbramiento se celebraba una fiesta
familiar.

En el décimo día del nacimiento, se celebraba un banquete y un sacrificio


y se le imponía un nombre al recién nacido. Si era varón se le ponía generalmente
el del abuelo paterno. Los nombres griegos solían ser palabras compuestas que
expresaban la vinculación con una divinidad o bien una cualidad estimable. La
fiesta del décimo día consagraba al hijo como legítimo, pero el padre podía
repudiarlo y desheredarlo si se portaba mal.

6.- VIDA PÚBLICA versus VIDA PRIVADA:


Le correspondía a la mujer la misión de ocuparse de las labores de la casa,
principalmente de la administración y del cuidado de los hijos, así como de los
esclavos. Su vida era de castidad y obediencia absolutas. No tenía acceso a la
cultura. El matrimonio era su única salida, si no quería convertirse en hetera
(“compañera”, “amiga”). Las heteras y las prostitutas, un grado más bajo, solían
ser esclavas.

Si la vida pública era para el marido su razón de ser, la casa lo era para la
mujer. Su tiempo para la vida social era escaso. No intervenían en la política,
como tampoco los esclavos, los metecos o extranjeros residentes. Sí participaban,
por el contrario, en la vida religiosa.

El padre de la novia era quien la prometía en matrimonio para lograr casar


a su hija. Era quien, incluso, decidía el divorcio, si era necesario. Y si se trataba
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de una hija única de un hombre rico, el padre la casaba con un pariente,
generalmente un tío, para que los bienes de la familia quedaran dentro de ella.

Una vez casadas, y antes incluso, la vida de las mujeres estaba dominada
por los varones. El papel que le tocaba representar era muy útil desde el punto de
vista de la familia y de la casa. Los sentimientos individuales quedaban, pues,
reservados para las heteras y los efebos. El erotismo no existía en el matrimonio
de la Antigua Grecia, aunque a veces sí había amor. No todo se reducía siempre a
una simple relación de conveniencia y de intereses compartidos.

La casa era el escenario principal de la vida de la mujer. Los hombres, sin


embargo, salía al ágora, a la Asamblea, a los tribunales, a la palestra, a hacer las
compras,… La visita de una amiga al hogar estaba, incluso, mal vista si no había
un pretexto de por medio. Y dentro de la casa, la relación de la mujer casada era
principalmente con los niños, las otras mujeres y los esclavos. El trato con el
marido era más bien escaso. Aun así, la mujer casada de la Antigua Grecia solía
saltarse el encierro continuo y realizar visitas a otras mujeres o relacionarse
socialmente. En otras ocasiones, en las oportunidades permitidas, las mujeres que
vivían en matrimonio se dejaban ver en innumerables fiestas, algunas incluso
sólo de mujeres, en los funerales, en las bodas, a veces en el teatro, etc. Las
clases pobres, por pura necesidad, no respetaban el encierro de las mujeres, que
podían ser vendedoras en la plaza o trabajadoras en el campo.

En el matrimonio, el sexo pasaba a ser más parte de un “trabajo”, que de


un “juego” o “diversión” entre esposos. Era una institución destinada
fundamentalmente a restringir el sexo en beneficio de la familia patriarcal.

7.- EVOLUCIÓN DEL MATRIMONIO:


La literatura griega muestra en sus páginas curtidas por el paso del tiempo cómo
la institución del matrimonio fue evolucionado progresivamente y otorgando más
“privilegios” a la mujer casada, la misma que en su casa encontraba la
prolongación de su particular reino. Estos textos relatan que la mujer tenía
capacidad para comprar y vender, testar, realizar toda clase de actividades
económicas, poder dirigirse directamente a las autoridades del estado sin
necesidad de tutor, intervenir en la elección del matrimonio de los hijos, sin
duda, gozaba de muchas más libertades que las que antes hemos citado, fruto de
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la evolución de la institución matrimonial. Hay, incluso, contratos de matrimonio
en que se especifican explícitamente los derechos y deberes de cada uno de los
cónyuges. Algunos de esos matrimonios se sometían “a prueba”, eran por tiempo
limitado.

8.- LOS ESTEREOTIPOS DE LOS HOMBRES Y DE LAS MUJERES:


Pero también los textos griegos reflejan los estereotipos relativos a la mujer. Era
considerada como un ser que es presa de instintos y emociones incontrolables y
de pasiones múltiples; una persona que no razona, pero que, sin embargo, ríe,
llora y grita, sobre todo en momentos de peligro. Además, de ella también se
decía lo que se escribe a continuación:

 Charla indefinidamente.
 Curiosea por la ventana.
 Se escapa con pretexto.
 Trama engaños diversos.
 No es de confianza. Es infiel e incumple su palabra.
 Se entusiasma con la comida y el vino sobre todo, así como con el
sexo.
 Es más naturaleza que cultura.
 Se deja seducir por las joyas.
 Puede llegar a matar por venganza.

Por todos estos motivos, y por otros muchos más, se consideraba a la


mujer como un ser peligros que había que encerrar, evitando así su salida del
hogar hasta que logren demostrar confianza al hombre. En la Odisea se
manifiesta repetidamente la desconfianza ante las mujeres: ni en Penélope confía
Odiseo hasta que la pone a prueba. Podemos recordar también a Hesíodo cuando
habla de Pandora y da, al mismo tiempo instrucciones para el matrimonio:

Cásate con una doncella, para que la enseñes los buenos hábitos… no sea
que te cases con el hazmerreír de los vecinos, pues nada mejor le depara la

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suerte al hombre que la buena esposa y, por el contrario, nada más terrible que
la mala que… por fuerte que sea su marido, lo va requemando
sin antorcha y le entrega a una vejez prematura.

Además, en ocasiones también se la compraba con animales como la


yegua, la cerda, las perras, etc.

Es el marido quien, en el encierro de la esposa, se encargaba de su


instrucción para dotarla de confianza y de su vigilancia. Pero las ciudades las
ponían, por si fuera poco ya, bajo tutela de magistrados especiales.

La literatura griega está repleta de alusiones a la adicción al sexo de las


mujeres. De ellas se ha dicho: las mujeres son un fuego más difícil de combatir
que el fuego. Cuando son agraviadas en su lecho, no hay otra mente más asesina.
La mujer es una cosa lúbrica, no digo de otro modo. Ninguna fiera es más difícil
de combatir que la mujer.

El caso es que las mujeres griegas se caracterizaban por su avidez sexual,


unida a su deseo por el vino y su violencia incontrolable cuando se sentían
agredidas en sus derechos.

Pero el hombre también tenía sobre su haber estereotipos, más positivos


que los que identificaban a las mujeres. El hombre era un ser considerado
valeroso ante la batalla, pero también en la acción política, en el debate público,
en la vida en general. Era duro, racional, frente a la mujer que era blanda. El
hombre tenía autodominio, la mujer no. Todos hemos oído hablar de los filósofos
griegos, pero nunca de las filósofas. La cultura sólo estaba abierta al hombre. A
la vida pública de los hombres en la ciudad correspondía la vida privada de las
mujeres en la casa. Sexualmente, el hombre podía, aparte de la relación con su
mujer, tener amor o sexo fuera del hogar (y en la casa misma, con los esclavos).
Estas relaciones sexuales no se consideraban peligrosas ni para la familia ni para
los deberes ciudadanos, con tal que evitara, eso sí, a las mujeres casadas. La
mujer, en cambio, estaba reducida sexualmente al marido; lo demás era peligroso
para la familia y para su misma estabilidad emocional.

 EL ANTIEROTISMO DE
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LA ANTIGUA GRECIA

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espués de todo lo visto hasta ahora salta a la vista la comprobación de
que el amor sólo existía, por lo general, fuera del matrimonio, en la
relación de los hombres con heteras y prostitutas y en las relaciones
homosexuales. La mujer, por el contrario, y salvo si era una hetera o una
prostituta, sólo tenía acceso al sexo en el matrimonio, un sexo determinado a la
procreación de hijos legítimos.

La mujer casada, aparte de ejercer su papel como madre y como


gobernanta del hogar, cultivaba su adorno personal, buscaba realzar su atractivo
mediante vestidos, afeites y perfumes.

El hombre griego solía estar rodeado de un ambiente femenino. No se


limitaba a las mujeres casadas ni a las solteras, sino también a las esclavas del
propio hogar, a las que el dueño podía tener acceso sexual, y a las concubinas,
que era legal tener en casa y que se distinguían de la esposa en que con ellas no
había ni esponsales ni boda y sus hijos eran ilegítimos, por lo tanto no heredaban.

Las heteras pertenecían al escalón más alto de las profesionales del amor
mercenario. Las representantes de estas prostitutas trabajaban en casas de
lenocinio (de prostitución) o en las calles o en las puertas de la ciudad. Hetera
significa “compañera”, “amiga”. Acudían con frecuencia a los banquetes de los
hombres, en los cortejos que los seguían. Muchas veces tenían casa propia. En
las ciudades de Corinto, Pafos y Amatante estaban las servidoras de los templos
de la diosa Afrodita, que practicaban la prostitución sagrada, de origen oriental.
A su vez, las heteras se organizaban en una amplia escala que iba de las que se
alquilaban para hacer compañía en el banquete o tocar música y, también, para
practicar el sexo, hasta las cortesanas de alto nivel, compañeras a veces de
grandes políticos, oradores, generales y reyes helenísticos. En todas estas mujeres
encontraban hombres destacados aquello que no podían tener con sus esposas.

 BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
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 ESLAVA GALÁN, Juan. Amor y Sexo en la Antigua Grecia
Edita.- Ediciones Temas de Hoy, S.A. Madrid, 1997

 LÓPEZ MELERO, Raquel. Así Vivían en la Grecia Antigua


Edita.- Grupo Anaya, S.A. Madrid, 1990

 RODRÍGUEZ, Francisco. Sociedad, Amor y Poesía en la Grecia Antigua


Edita.- Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1995

 VERNANT, Jean-Pierre. Mito y Sociedad en la Grecia Antigua


Edita.- Siglo XXI de España Editores, S.A. Madrid, 1982

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