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L
a Grecia Antigua, como otros pueblos del mundo, practicó el
matrimonio monogámico, explicado como la institución social y
religiosa al servicio de la familia y, por supuesto, de la procreación de
hijos legítimos. Por lo tanto, el matrimonio era esencial, pues, para la familia, no
para el amor. Sólo los hijos legítimos eran inscritos como tales en la fratria, la
organización gentilicia. Si eran varones, recibían la herencia, siempre y cuando
no fueran bastardos.
La unida familiar, integrada por una pareja de esposos y por unos hijos
nacidos de la unión de ambos o legalmente adoptados, era en la Grecia clásica la
base natural y jurídica del tejido social.
En la casa, la novia era recibida por sus suegros. Éstos la conducían ante
el fuego sagrado que honra a la divinidad doméstica, derramaban sobre ella
nueces e higos secos y le ofrecían un pastel nupcial hecho con miel y sésamo, así
como una moneda y un dátil. El día terminaba con la entrada de los esposos en el
tálamo o cámara nupcial.
3.- EL ADULTERIO:
El adulterio de la mujer quedaba totalmente prohibido, entre otras cosas porque
no garantizaba la legitimidad de los hijos. Además, estaba castigado con el
repudio hacia su persona. Sin embargo, el hombre gozaba de libertad sexual
fuera del matrimonio, pero era igualmente castigado, con mayores penas, si
incurría en adulterio con una mujer casada. La mujer no podía aficionarse a la
bebida y, mucho menos, cometer adulterio. Eran consideradas dos faltas graves.
Si el matrimonio naufragaba ante el adulterio femenino, se disolvía sin más.
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El matrimonio era, por lo tanto, una alianza privada entre familias,
utilizada a veces con fines políticos y otras, con fines económicos. De hecho, el
padre de la novia recibía del marido una dote que, por lo demás, quedaba en
poder del matrimonio.
4.- EL DIVORCIO:
La ley ateniense reconocía el divorcio. El marido podía repudiar a la esposa sin
necesidad de alegar motivo alguno, aunque tenía la obligación de restituir la dote
recibida. De hecho, estaba obligado a mantenerla intacta mientras duraba el
matrimonio. La falta de descendencia solía ser la causa del repudio, así como el
adulterio probado de la esposa. Cuando recibía malos tratos, la mujer casada
podía acudir al arconte para que disolviera el matrimonio.
5.- LA DESCENDENCIA:
Como ya se ha dicho más arriba, la finalidad del matrimonio era la consecución
de hijos legítimos, de un heredero de los bienes y de las obligaciones religiosas
de la familia. A los hijos no deseados o ilegítimos, que afectaba sobre todo a las
hembras, no se les daba muerte, pero sí se les abandonaba esperando que
murieran, colocados en un cacharro de barro que habría de servirle como urna
funeraria. A veces, el pequeño era recogido por alguna pareja que necesitaba un
hijo, o por alguien que quería criarlo como esclavo. La madre que abandonaba a
su hijo solía depositar junto al cacharro del bebé algún objeto que hiciera posible
su identificación en un futuro por si acaso llegaba a darse la circunstancia de que
su regreso al hogar fuera deseado.
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Tan legítimo y tan aceptado como el abandono del recién nacido era el
aborto, aunque la ley defendía el derecho del padre o del dueño de una esclava a
tener descendencia prohibiendo, por lo tanto, que la mujer se provocara un aborto
sin el consentimiento del esposo, o, en su caso, del dueño, y castigando cualquier
agresión física que condujera al aborto de una mujer o una esclava ajena. Los
griegos, además, trataban de evitar que sobrevivieran los hijos nacidos con taras
físicas.
Los nacimientos de los hijos tenían lugar en las casas, con la asistencia de
alguna mujer experta. Cuando nacía un hijo deseado, se exteriorizaba la alegría
colocando en la puerta de la casa una rama de olivo, si era varón, y una cinta de
lana, si hembra. Una semana después del alumbramiento se celebraba una fiesta
familiar.
Si la vida pública era para el marido su razón de ser, la casa lo era para la
mujer. Su tiempo para la vida social era escaso. No intervenían en la política,
como tampoco los esclavos, los metecos o extranjeros residentes. Sí participaban,
por el contrario, en la vida religiosa.
Una vez casadas, y antes incluso, la vida de las mujeres estaba dominada
por los varones. El papel que le tocaba representar era muy útil desde el punto de
vista de la familia y de la casa. Los sentimientos individuales quedaban, pues,
reservados para las heteras y los efebos. El erotismo no existía en el matrimonio
de la Antigua Grecia, aunque a veces sí había amor. No todo se reducía siempre a
una simple relación de conveniencia y de intereses compartidos.
Charla indefinidamente.
Curiosea por la ventana.
Se escapa con pretexto.
Trama engaños diversos.
No es de confianza. Es infiel e incumple su palabra.
Se entusiasma con la comida y el vino sobre todo, así como con el
sexo.
Es más naturaleza que cultura.
Se deja seducir por las joyas.
Puede llegar a matar por venganza.
Cásate con una doncella, para que la enseñes los buenos hábitos… no sea
que te cases con el hazmerreír de los vecinos, pues nada mejor le depara la
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suerte al hombre que la buena esposa y, por el contrario, nada más terrible que
la mala que… por fuerte que sea su marido, lo va requemando
sin antorcha y le entrega a una vejez prematura.
EL ANTIEROTISMO DE
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LA ANTIGUA GRECIA
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espués de todo lo visto hasta ahora salta a la vista la comprobación de
que el amor sólo existía, por lo general, fuera del matrimonio, en la
relación de los hombres con heteras y prostitutas y en las relaciones
homosexuales. La mujer, por el contrario, y salvo si era una hetera o una
prostituta, sólo tenía acceso al sexo en el matrimonio, un sexo determinado a la
procreación de hijos legítimos.
Las heteras pertenecían al escalón más alto de las profesionales del amor
mercenario. Las representantes de estas prostitutas trabajaban en casas de
lenocinio (de prostitución) o en las calles o en las puertas de la ciudad. Hetera
significa “compañera”, “amiga”. Acudían con frecuencia a los banquetes de los
hombres, en los cortejos que los seguían. Muchas veces tenían casa propia. En
las ciudades de Corinto, Pafos y Amatante estaban las servidoras de los templos
de la diosa Afrodita, que practicaban la prostitución sagrada, de origen oriental.
A su vez, las heteras se organizaban en una amplia escala que iba de las que se
alquilaban para hacer compañía en el banquete o tocar música y, también, para
practicar el sexo, hasta las cortesanas de alto nivel, compañeras a veces de
grandes políticos, oradores, generales y reyes helenísticos. En todas estas mujeres
encontraban hombres destacados aquello que no podían tener con sus esposas.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
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ESLAVA GALÁN, Juan. Amor y Sexo en la Antigua Grecia
Edita.- Ediciones Temas de Hoy, S.A. Madrid, 1997
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