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Ensayo

Territorio Latinoamericano

Alejandro Castillo R.
Estudiante de Historia IV Semestre
Cod: 6803-1020

Historia de América Latina I


Maria Teresa Perez

Universidad del Cauca


Facultad de Ciencias Humanas y Sociales
Popayán, 14 de Marzo 2005
Introducción
El territorio, como tema de estudio histórico ha sido realmente poco indagado; las
consideraciones hechas en la materia geohistórica se han utilizado más como
herramientas argumentativas o metodológicas en distintos temas, que como tema de
estudio en sí mismo. Por esta razón, se me presenta como un reto casi infranqueable
lograr sintetizar en el corto espacio de este trabajo la evolución total del territorio
latinoamericano, con tan pocas fuentes bibliográficas de apoyo. Sin embargo, he
logrado reunir un material que considero suficiente para exponer una primera
aproximación al proceso de expansión territorial que se evidencia a lo largo del Siglo
XIX; más allá de una intención totalizante que abarque todas las especificidades del
asunto, me propongo responder a unos interrogantes menos ambiciosos: ¿Cuál es la
infraestructura territorial que hereda Latinoamérica de la colonia?, ¿Qué elementos
políticos y económicos de los correspondientes proyectos nacionales exacerban la
expansión?.
Ambas cuestiones están atravesadas por la problemática que tendrían que enfrentar
tanto las monarquías imperiales desde la conquista, como los Estados nación en su etapa
de consolidación: ¿Cómo equilibrar la interacción entre la sociedad y el medio natural
en el que ésta se desenvuelve?; más específicamente, cómo regular el límite de dominio
del hombre, sobre un espacio determinado. Esta dinámica de modificación antrópica de
un espacio, se desprende de las características socio-históricas concretas del grupo
humano (es decir un tiempo particular), paralelamente a los condicionantes geográficos
determinados para cada lugar (un espacio particular). Ahora bien, esta relación entre
hombre y medio no se remite simplemente al proceso de modificación, pues antes de
este, es necesario haber dotado a dicho espacio de un valor, de un significado, es decir,
haber re-presentado ese exterior culturalmente, lo que conlleva al fenómeno de
territorialización implícito en toda relación humana con su entorno. El límite del
territorio colonizado en América ha estado siempre dado por el contacto del sistema
social activo, con un mundo natural pasivo, imponiendo así unos confines tanto móviles
como relativos al rango de dominio o influencia de cualquier sistema político-
económico, llámese este la Corona, o el Estado nación. En la mayoría de casos, este
espacio pasivo era ya territorio de las culturas aborígenes, por lo que el ensanchamiento
de la frontera necesariamente implicaba la aculturación o la aniquilación de los mismos
–cualquiera de las dos tan grave como la otra-.
Los más recientes análisis históricos de Latinoamérica han aceptado la hipótesis de que
la fragmentación territorial del Nuevo Mundo, estuvo siempre escindida por las
manifestaciones de nivel regional. La región, se presenta como el modelo más adecuado
para estudiar las dinámicas históricas de cualquier orden, ya que al permitir la
contextualización tanto de las especificidades geográficas (el soporte físico concreto:
ríos, valles, sierras, cordilleras, desiertos, etc.) como de las sociales (redes económicas
de producción y circulación, lazos de vinculación al sistema político, etc.) en estructuras
de larga duración, facilita la comprensión cabal del proceso. Entendida como región
social, se desarrolla paralelamente una integración en sí misma, y una diferenciación
frente a lo externo; entendida como región geográfica, podemos leerla en su estatismo
perenne como un receptáculo del pasado en el presente. Proveniente del latín regi
(espacio bajo un mismo orden), es la región el lugar donde más fuertemente toman
forma los imaginarios comunitarios cotidianos (características culturales particulares
diferenciadas: hábitos, tradiciones, dialectos, etc.) y en general, las interacciones de
orden político-cultural (como sucede por ejemplo en la consolidación nacional
colombiana, donde los regionalismos fragmentan perentoriamente las relaciones de
poder), razón por la que se ha venido legitimando paulatinamente como objeto de
estudio histórico. Así las cosas, considero pertinente hacer una salvedad: el territorio
que cartográficamente se estableció como nacional o virreinal, siempre se delimitó
dentro de confines abstractos de supuesto dominio o pertenencia, no en límites reales de
influencia; esto implica que las fronteras que se han establecido para cada nación son,
en casi todos los casos relativas. Entonces, el control político de las múltiples regiones
de un país es siempre desigual e inicuo, lo que exacerba las diferenciaciones que en
muchos casos serán causa de los conflictos internos, -que simultáneamente a los
externos (surgidos por los intereses encontrados sobre un territorio determinado), nos
veremos en la obligación de mencionar recurrentemente. Habiendo hecho estos
necesarios prolegómenos de aclaración conceptual, podemos entrar en materia.

Legado Territorial
Desde los inicios de la conquista, se había hecho necesario establecer la delimitación de
unos confines de dominio legal, pues ambas Coronas, Española y Lusitana, estaban
interesadas en la colonización de Suramérica, por los buenos dividendos que prometía;
se reunieron entonces en Tordesillas, y determinaron que una línea imaginaria en
sentido meridiano, a 370 leguas al oeste de Cabo Verde, dividiría los dominios
españoles al oeste, de los portugueses al este. Esta línea, ubicada unos minutos después
del meridiano 46º, se desplazaría posteriormente hasta el meridiano 54º
aproximadamente, por efecto de la colonización activa de los portugueses. Cada Corona
fragmentó de forma diferente el espacio que le correspondía: España, decidió dividirlo
en virreinatos y capitanías generales, mientras que Portugal, prefirió mantenerlo
unificado en un solo virreinato y solo subdividido en regiones. Sin embargo, como
hemos dicho antes, el dominio real del espacio se remitía básicamente a la
infraestructura urbana, que se mantendría casi intacta hasta el Siglo XIX. La ciudad se
presentaba como el punto nodal desde donde el poder político-administrativo ejercía su
dominio sobre las áreas circundantes; no obstante los acuciosos esfuerzos, este rango de
influencia siempre fue limitado por las condiciones tecnológicas de comunicación y los
impedimentos geográficos, lo que hacia realmente difícil ampliarlo. Por esta razón,
considero que la infraestructura colonial de ciudades, pueblos y caminos, corresponde
directamente al área de dominio territorial que alcanzaron a ejercer los imperios
peninsulares en América. La distribución tanto espacial como urbanística la graficamos
en el siguiente mapa:
• = Principales núcleos urbanos.
El Giro Decimonónico
Considero pertinente, antes de comenzar a desbrozar los puntos que dan cuenta del
proceso de expansión territorial Latinoamericano del Siglo XIX, contextualizar
brevemente, las raíces del problema.
Uno de los acontecimientos más debatidos en lo tocante a la transformación territorial
americana, ha sido el de la independencia. La ruptura de los antiguos lazos de
subordinación de las colonias frente a las metrópolis está cargada de complejidad; el
cuestionamiento de las estructuras sociales convencionales se dio en múltiples niveles y
distintas épocas, según el caso particular, sin embargo, hay una dinámica de larga
duración que atraviesa todos los casos: el liberalismo. Forjado al calor de la
consolidación del capitalismo en toda su magnitud, este movimiento recoge el sustrato
más esencial de su contexto histórico: la modernidad. La influencia generalizada de los
paradigmas modernos en el corpus liberal es evidente. La paulatina individualización
del sujeto histórico implícita en este proceso se expresa tanto en la instauración
temprana de las monarquías constitucionales y parlamentarias europeas del Siglo XVII,
como en el ulterior desarrollo intelectual de la Ilustración, ambos fenómenos fuente
directa del discurso político-ideológico liberal. También, la progresiva y evidente
racionalización calculada del tiempo y el dinero, ensancha inexorablemente las
dinámicas de orden económico, generando una compleja red de relaciones de
producción, circulación y consumo, al servicio del mercado, más que del Estado. El
altísimo índice de contrabando que sorteaba los impedimentos proteccionistas es el
testimonio más conspicuo del fenómeno. Así las cosas, el liberalismo como movimiento
vanguardista pregona de manera insistente la necesidad de liberación del comercio, o
librecambismo, como eje nodal del progreso mundial.
Ahora bien, la indisolubilidad de los aspectos tanto políticos como económicos del
discurso liberal, conllevó a la legitimación de todo un campo valorativo en las
sociedades del Siglo XIX; este plano axiológico (sufragio, propiedad, individualidad,
libertades en todo ámbito, fraternidad, etc.) trastocaba los paradigmas consolidados a lo
largo de casi cuatro siglos, y la aceptación tácita del mismo en los proyectos nacionales
Latinoamericanos, implicaría toda una suerte de contradictorias modificaciones en todo
orden. El proceso de vinculación a la estructura de mercado internacional y la aplicación
de múltiples reformas de carácter político-administrativo en las nacientes naciones son
las que básicamente corresponden a nuestro tema: la expansión territorial decimonónica
de América Latina. A continuación, profundizaremos más minuciosamente los mismos.

Economía & Territorio


Las teorías librecambistas, dictadas canónicamente por el liberalismo como el camino
que conducía al progreso económico nacional, servirían de incentivo inicial a la
competencia entre los distintos países por vincularse más estrechamente al mercado
internacional; la posición latinoamericana dentro de este orden, radicaba principalmente
en la producción del sector primario de la economía, explotando los recursos naturales
(agricultura, ganadería, minería) como único objeto de demanda comercial. Por lo tanto,
la apertura al mercado implicaría necesariamente una anexión de nuevos territorios
potencialmente productivos que brindaran una mayor cantidad de recursos para la
exportación. Veamos los casos más sobresalientes de este fenómeno.
Chile, que había heredado el territorio de la capitanía general de Chile, manifestó
expansiones territoriales importantes, tanto en el norte como en el sur. Hasta mediados
de siglo se había mantenido y consolidado el territorio ya ocupado durante finales del
período colonial, donde la región central había cobrado paulatinamente una mayor
importancia por tener el principal núcleo económico portuario (Valparaíso) y el centro
político-administrativo (Santiago de chile). Su área de dominio correspondía
aproximadamente el territorio comprendido entre el desierto de Atacama en el norte, y
la región del Bio-bio en el sur. La diferencia entre estas dos fronteras es que, mientras la
primera era sencillamente geográfica, la segunda era cultural, pues toda la región
araucánica permanecía bajo el dominio Mapuche. La expansión de la primera al norte,
se debió principalmente al descubrimiento y explotación de ricas minas de plata para
mediados de siglo (y cobre posteriormente, casi a finales del mismo), dándole una
mayor relevancia a la ciudad de Copiapó. La siguiente oleada expansiva hacia el norte,
hasta la región de Antofagasta, surgió por efecto la creciente preponderancia de los
pequeños productores de nitrato sódico, químico que por sus propiedades nutrientes
como abono venía ganándole espacio en la demanda internacional al guano,
superándolo para la década de los 80 aproximadamente. El territorio donde se habían
asentado estos núcleos de producción chilenos pertenecía a Bolivia, quien permitía
dicha explotación a cambio de un impuesto a las empresas extranjeras. El incremento de
dicho impuesto por parte de las autoridades bolivianas fue suficiente motivo para que
Chile invadiera la región, dando inicio así al conflicto denominado la segunda guerra
del pacífico1. La debilidad tanto política como económica de Bolivia evidenciada en su
componente militar no pudo contener durante mucho tiempo las tropas chilenas; la
alianza con Perú solo incrementó la ambición territorial chilena, haciendo extensiva la
invasión a la región peruana de Tarapacá, reputada productora de salitre. Es así como
Chile logra extender exitosamente su área de influencia en el norte, (usurpando la única
comunicación boliviana con el mar) por intereses de colonización meramente
económicos. Estos intereses en invertir el capital entrante en nuevas áreas antes
ausentes, son los mismos que, en connivencia con los patrocinios expansivos del
Estado, convergen en el ensanchamiento de la frontera sur ocupada y defendida con
coraje hasta entonces por los pueblos nativos Mapuche. Esta búsqueda de inversión en
tierras (para la producción vitícola o cerealera) suponía lógicamente la “pacificación” y

1
La primera guerra del pacífico (1864-1866) había enfrentado a España contra la alianza de casi todos los
países andinos: Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. La ocupación de las islas guaneras peruanas de Chincha
por parte de España fue la principal causa del conflicto, que concluye tras el bombardeo de Valparaíso y
el Callao por la tropa naval peninsular (1866).
la “civilización” de los araucanos; la superioridad bélica de los chilenos y la
connivencia con Argentina logró concluir el violento proceso para 1882, apropiándose
así de la Araucania, y sus lagos más al sur.
El caso argentino es muy similar. Habiendo heredado el territorio del virreinato del Río
de la Plata, Argentina dominaba el mercado de la carne, cuya economía escalada había
traído grandes beneficios a la región de las Pampas; su núcleo político-económico
(Buenos Aires), también beneficiado por la bonanza ganadera, dominaba una posición
estratégica en el Atlántico que le permitía imponerse como importante entidad
portuaria. Si bien había perdido las intendencias altoperuanas, junto con las de Paraguay
y Uruguay, el territorio argentino era extensísimo, tanto que muchas regiones habían
permanecido casi al margen de las dinámicas económicas nacionales. Llegada la
oportunidad de expansión económica Argentina no dudó en abrir la frontera del
sudoeste, colindante con las organizaciones nativas Mapuche, y así aprovechar al
máximo sus potencialidades productivas. La denominada “conquista del desierto”2
solucionó radicalmente el “problema indígena”3, aniquilando o aculturizando los
pobladores nativos de las regiones del Neuquén, el Río Negro, y el Chubut, propiciando
la expansión ganadera del occidente argentino, y el ensanchamiento de los límites de
influencia nacional. Dicho proceso concluye en 1879 bajo el mando militar del general
Julio Roca. Por otra parte, algunas regiones del norte y noroeste escasamente
desarrolladas, lograron un relativo despegue económico para finales de siglo basado en
múltiples productos: trigo, mate, vid, madera, entre otros, lo que directamente
conllevaría a la explotación y ocupación de espacios anteriormente inactivos.
El caso brasilero es también interesante, aunque su proceso de expansión no involucre
un choque cultural. El legado territorial unificado del Brasil había logrado expandir
fuertemente la economía plantacional, sobretodo en las regiones costeras del centro y el
norte del imperio4, además de promover las explotaciones mineras en la región de
Minas Geràes. En el desenvolvimiento del siglo XIX la nueva economía productora de
café en las regiones litorales del sur (Sao Paulo, Río Grande Do Sul, Santa Catarina,
etc.) incitó sucesivas oleadas de colonización; la bonanza cafetera, marginando la
decadente economía azucarera, le dio una preponderancia nunca antes alcanzada a las
ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro, núcleos urbanos donde se concentró el poder
tanto político como económico del imperio. Ya que los tempranos intentos de anexión
2
Las regiones anexionadas no eran geográficamente desérticas, sin embargo se utilizaba la metonimia
desierto para asociar su vaciedad e improductividad.
3
Así denominado por los políticos argentinos de la época como Juan B. Alberdi.
4
Recordemos que Brasil, no obstante su independencia, mantuvo su carácter imperial al mando de Pedro
II de Portugal hasta finales de siglo (1889).
de la Banda Oriental (actual Uruguay) habían fracasado, Brasil aprovechó la ruinosa
derrota de Paraguay en la guerra de la triple alianza para apropiarse de casi 150.000 km
cuadrados de tierra anteriormente paraguaya. Por otro lado, las expediciones hacia el
interior (Matto Grosso) estaban enfatizadas más hacia el desplazamiento de la frontera
nacional en hombros de los bandeirantes decimonónicos que hacia la colonización, pues
las posibilidades productivas (caucho, especias, etc.) no fueron lo suficientemente
fuertes para propiciar su territorialización efectiva. En este caso, la expansión fue el
corolario ineludible de una activa y diversificada vinculación al mercado internacional.
Aunque la demanda de productos tropicales era la más baja en el mercado, los países de
la región tropical lograron una pequeña expansión basada en las fluctuaciones
coyunturales de los primeros. Por ejemplo, la corta etapa tabaquera colombiana dio un
producto de siembra a territorios antes inutilizados de los valles geográfico del río
Cauca y Magdalena; posteriormente, el ciclo del café acicateó la migración antioqueña
hacia espacios prácticamente deshabitados de la cordillera central; sin embargo regiones
como la Orinoquía y la Amazonía aún permanecen casi desarticuladas de las dinámicas
nacionales. Así mismo, el auge cacaotero ecuatoriano multiplicó las haciendas a todo lo
largo de la costa, aunque la sierra mantuviera las relaciones económicas de producción
local y regional heredadas de la colonia. Venezuela por su parte, había diversificado su
producción hacia varios sectores, unos más provechosos que otros dependiendo de la
coyuntura; sus ánimos expansionistas se evidencian en la apropiación de la región de
Maracaibo, y en sus reclamos de propiedad en la Guayana Esequiba al oriente,
originando así una confrontación con Inglaterra que todavía no ha sido resuelta5.
La misma situación de dependencia coyuntural de los países tropicales era vivida por
los centroamericanos, sin embargo su infraestructura urbana heredada era mucho más
pobre, y su densidad poblacional mucho más baja. Si bien el café salvadoreño, la
cochinilla guatemalteca, la madera hondureña, entre otros efímeros interciclos
productivos propiciaron una ligera modificación territorial, no hubo cambios drásticos
en la relación ciudad-campo heredada de la colonia. La debilidad estatal de estas
naciones permite la fácil intromisión militar norteamericana para finales del siglo.
México, que había heredado el territorio que comprendía el virreinato de la Nueva
España, fue escenario de múltiples contiendas en sus intentos de consolidación del
territorio nacional. En el sur, ocupado aun por los Mayas, la colonización de mediados
de siglo fue un proceso difícil. La denominada guerra de las castas enfrentó el Estado

5
El conflicto nace desde mediados de siglo y se exacerba en la presidencia de Guzmán Blanco, quien
rompe relaciones diplomáticas con Inglaterra en 1887.
nación mexicano contra las comunidades indígenas arraigadas en su territorio,
sobretodo la región de Yucatán; el conflicto concluye con un tratado que permite a
México expandir su frontera sur hasta Guatemala, y obliga a los sobrevivientes Mayas a
trasladarse hacia el sur. Casi simultáneamente a este proceso de anexión, se presentaba
otro de fragmentación en el norte, a causa de las invasiones norteamericanas sobre las
regiones de California, Nuevo México y Texas, engendradas por evidentes intereses
económicos y de expansión geopolítica. La inferioridad bélica de México frente a su
oponente no fue suficiente para aceptar su derrota, por lo que las tropas norteamericanas
bombardearon su capital como medio de presión para que cedieran legalmente los
territorios a su dominio; los irrecuperables 1`300.000 kilómetros cuadrados, equivalían
a más de la mitad del territorio nacional mexicano de aquel entonces.
En la zona insular americana, el proceso de roturación iniciado desde la colonia, tomaría
aun más fuerza en el contexto decimonónico; a esto se le suma el incremento
demográfico, que al ubicarse en espacios relativamente cerrados, el grado de dispersión
es menor. El caso cubano es el que mejor representa ambos fenómenos: anexión de
tierras para el cultivo de tabaco y caña, paralelamente al imparable crecimiento
demográfico que profundizaremos más adelante. Por otro lado, la isla compartida entre
Haití y Santo Domingo, si bien había caído en una crisis económica irremediable desde
su emancipación, no por esto dejó de crecer progresivamente a nivel demográfico. Esta
tendencia generalizada de concentración poblacional nos puede indicar que el dominio
humano (no necesariamente administrativo) ejercido sobre el territorio en las áreas
insulares es más efectivo que en las continentales, donde el grado de dispersión es
mayor.

Política & Territorio


Llegado este punto, podemos darnos cuenta como las naciones latinoamericanas
siguieron las pautas económicas establecidas por las potencias en el discurso liberal; así
mismo, se aceptó de forma tácita los preceptos político-administrativos del mismo
discurso. Ambos elementos (políticos y económicos) concatenados estrechamente, pues
el mercado necesitaba un soporte legal que lo legitimizara como orden establecido.
Ahora bien, la presencia de los elementos liberales en los proyectos nacionales es desde
cualquier perspectiva, perentoria. El constitucionalismo, la soberanía nacional, la
división tripartita del poder, son todos fenómenos políticos de vanguardia para las
sociedades decimonónicas latinoamericanas. Cada una de sus particularidades legales
involucró directamente la cuestión territorial, pues dentro del proyecto nacional, para el
buen funcionamiento estatal existía como prerrequisito la clara delimitación de unos
confines de influencia jurisdiccional. La consolidación nacional, cargada de una
voluntad homogenizadora, se esforzó por aprovechar al máximo el espacio geográfico
que le correspondía; este ánimo cohesionador se expresó de diferentes formas en el
ámbito legal. En muchos países se recurrió a la desamortización de bienes de manos
muertas, es decir, al remate público de grandes cantidades de tierra improductiva
heredada de la colonia, con el fin de incentivar la expansión ganadera o agrícola,
perjudicando principalmente las inmensas propiedades de las entidades eclesiásticas;
México se valió de la ley Lerdo del 56 para aplicar la medida, Colombia por su parte
aprovechó el gobierno liberal del caudillo Tomás Mosquera para hacer lo propio.
Posteriormente, con el mismo objetivo se liberaron los censos de muchas propiedades
(créditos hipotecarios contraídos con la iglesia), gravamen que realmente se presentaba
como óbice del desarrollo territorial productivo. Otra expresión liberalizadora la
encontramos en los procesos de privatización de la tierra, cuyo objetivo era instaurar de
manera generalizada la propiedad privada, tan criticada por los marxistas. Esta medida
legal chocó con las tradiciones patrimoniales de los grupos nativos aun pobladores de
extensos territorios. En los casos de Bolivia, Perú, Ecuador y Guatemala, los intentos de
aplicación de la medida conllevaría a serios conflictos internos, acentuados en la medida
en que la población nativa, a diferencia de muchos otros lugares, no había sido
marginada ni demográfica ni políticamente, por lo que logró articularse al orden
nacional y de mercado a su manera; los casos de México, El Salvador, Colombia y
Venezuela, bastante similares por la inminente presencia indígena (más acentuada en
México), se diferencia en cambio por la radical destrucción de la propiedad comunal.
Sin embargo, más allá de la simple ocupación de tierras baldías, el Estado nacional
estaba interesado en el aprovechamiento cabal de todos sus recursos naturales, hasta ese
entonces poco conocidos. Por esta razón, contrató toda una serie de expediciones
científicas que establecieran las condiciones naturales, topográficas y cartográficas de
los espacios “vacíos”; casi todos los países apelaron a los científicos europeos de la
época para desentrañar los misteriosos secretos de geografías desarticuladas. Esta es
otra prueba de las intenciones expansivas en la consolidación territorial nacional
presente de forma generalizada en los proyectos liberales latinoamericanos.
A modo de conclusión creo que es pertinente mostrar a grandes rasgos, el crecimiento
demográfico de la última mitad del siglo en Latinoamérica.
Población de América Latina en millares
1850 1900
América central
México 7662 13607
Guatemala 850 1425
El Salvador 394 932
Honduras 350 443
Nicaragua 300 448
Costa Rica 125 285
Caribe
Cuba 1186 1573
Puerto Rico 455 953
Rep. Dominicana 200 700
Haití 938 1270
Suramérica tropical
Brasil 7205 17318
Colombia 2243 3825
Perú 1888 3791
Venezuela 1490 2344
Ecuador 816 1400
Bolivia 1374 1696
Suramérica templada
Argentina 1100 4743
Chile 1287 2904
Uruguay 132 915
Paraguay 500 440
Total 30495 61012

Fuente: Nicolás Sánchez Albornoz, La población de América Latina.

Bibliografía Consultada
Mónica Quijada, Nación y territorio: la Argentina del Siglo XIX, en Revista de Indias
volumen #219, pags. 373-394.
Ramón Tovar, Condicionantes geohistóricas de Hispanoamérica, en Boletín de la Aca-
demia Nacional de Historia, volumen #307, pags. 53-61.
Pedro Vives, El espacio americano español en el Siglo XIX: un proceso de regionaliza-
ción, en Revista de Indias, volumen #151-152, pags. 135-160.
Nicolás Sánchez, Población de América Latina, desde los tiempos prehispánicos hasta
nuestros días, editorial Alianza, Barcelona 1977.
Tulio Halperín Donghi, Economía y sociedad, en Historia de América Latina, Lesley
Bethell ed.
Malcolm Deas, Ecuador 1880-1930, Venezuela 1880-1930, Colombia 1880-1930, en
Historia de América Latina, Lesley Bethell ed.
Marcello Carmagnani, Estado y sociedad en América Latina. 1850-1930.
Ciro Cardoso, Héctor Perez, Historia económica de América Latina,
Florencia Mallon, Las sociedades indígenas frente al nuevo orden, en Historia de Amé-
rica Latina, Germán Carrera Damas ed.

Es necesario hacer mapas explicativos para cada


caso particular.

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