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I. LA DEMASIADA QUEJA
Es probable que nunca en la historia de México les haya ido tan bien a los
medios como ahora. Es posible que nunca hayan, tampoco, difundido una
idea tan quejumbrosa del país.
Si hubiera que definir los rasgos comunes al círculo rojo de todas las
tendencias, serían la inconformidad, la crítica y la queja. Y cada vez más,
sólo la queja.
La queja pública ubicua se derrama por igual sobre la baja calidad de los
políticos, la mala conducción del gobierno, la ineficacia radical del Estado,
las limitaciones del Presidente y de su gabinete, la impunidad de los
gobiernos locales y de los poderes fácticos.
En suma: una queja universal sobre la clase dirigente hecha por quienes
hablan en nombre de una ciudadanía a la vez enojada, harta, inerme y
desvalida frente a quienes la dirigen.
No es que falten razones para quejarse, sino que la demasiada queja acaba
vacunando contra ella misma, volviendo rutinario y caricatural lo que
debiera ser alarmante y útil.
II. VARIEDADES
Empecemos por decir que hay la queja que alivia y también la queja justa,
la queja legítima de las víctimas, la queja de solidaridad y la queja oportuna,
que evita un mal mayor.
Hay la queja del quejoso profesional y la que limpia las buenas conciencias.
Hay la queja sectorial, que padece anteojeras, y la ideológica, que se queja
de la ideología de los otros.
Hay también la queja por reflejo, que se emite por contagio de la queja
ambiental, prima hermana de la queja por moda, que se sube al ómnibus de
la queja en turno.
Hay la queja idiota que no sabe bien a bien por qué se queja y hay la queja
por prestigio, que se emprende con el ánimo de gritar: “Yo también soy
crítico: me quejo”.
Los antídotos para la queja pública son el humor y las propuestas: las quejas
con sonrisas y con soluciones adjuntas.
Hay países que se quejan y otros que no. Si yo pudiera decidir sobre los
índices mundiales del llamado riesgo país, que es el índice de confiabilidad
financiera de las naciones, incluiría en ellos el concepto queja país, es decir,
la medición de cuánto se quejan los países.
Los países que se quejan más serían más desconfiables que los que se
quejan menos, por la misma razón que un futbolista que se la pasa
quejándose del árbitro por las patadas que recibe es menos confiable que el
que se concentra en jugar. La demasiada queja es síntoma de debilidad de
la vida pública: o porque las quejas son ciertas o porque no lo son.
Los criterios para medir la historia no pueden ser los mismos que aquellos
con los que hacemos la crítica del presente. Es confundir el telescopio con la
lupa de aumento.
V. QUEJA Y DEMOCRACIA
La sociedad democrática vive atenta a sus fallas más que a sus logros. Es
un rasgo característico de su vitalidad, de su capacidad de corregirse.