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Desde finales del siglo XIX, se veían incorporando al pensamiento cristiano filosofías y
corrientes de corte humanista. Dichas ideas también penetraron los círculos evangélicos
de la época. Y fue así como un buen número de estudios y teólogos adoptó posiciones
de tinte liberal-humanista en sus discursos bíblicos. Se empezó a cuestionar la
literalidad de la Escritura y se da el resurgimiento de antiguas escuelas de interpretación
bíblica (como la alegórica) y se vislumbran otras nuevas corrientes de hermenéutica, así,
surge en los pensamientos el deseo de mezclar ciencia con fe, o mejor ciencia con
Biblia. Se quita el primer lugar a la Escritura y se le da a la ciencia. Se cuestionan
entonces creencias que de tiempo atrás no sufrían ataques, por ejemplo, el nacimiento
virginal, la creación en seis días literales, o algunos milagros del mismo Cristo, como la
multiplicación de los panes. Los nuevos métodos de interpretación también entrar a
cuestionar el texto bíblico original en el que la mayoría de las Biblias de la época se
basaban (Texto Recibido Griego en el Nuevo Testamento, y Texto Masorético en el
Antiguo).
Es por estas razones que los creyentes conservadores se reúnen y deciden ir contra esta
corriente. Tal unida fue más en la teoría que en la práctica, por lo que el movimiento
fundamentalista evangélico se considera mejor como un movimiento de mentalidades
sociales, que como uno organizado en lo físico. Sin embargo se destacan algunos
distintivos de los evangélicos fundamentalistas, distintivos que en su mayoría todavía
sostienen las iglesias bautistas fundamentales: