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1 Nueva sociedad, nueva izquierda, en I. Riera.- J.I. González Faus..., De la fe a la utopía social, Sal
Terrae, Santander 1996, 83-94.
DIOS HOY 3
no están hechas ni son fáciles, y ni siquiera podrán ser casi
nunca unívocas.
Se comprende, pues, estas reflexiones tienen que
renunciar de antemano a todo asomo de descripción acabada,
de diagnóstico definitivo o de respuesta inmutable. Situándose
de manera expresa y consciente entre lo nuevo de este mundo
y lo heredado de su tradición, tratarán tan sólo de clarificar
algunos aspectos fundamentales. Lo harán con dos acentos
distintos, pero unidos e inseparables. Un acento teórico, en
primer lugar, que llevará el peso mayor del discurso, pues el
mejor servicio de la teología radica siempre en su servicio a la
verdad, tratando de responder, en sintonía de tiempo y de
cultura, a las preguntas actuales. Un acento práctico, en
segundo lugar, que será siempre más breve y casi a modo de
aplicación insinuativa, pues buscar concreciones efectivas
corresponde ante todo a la creatividad de la comunidad
cristiana, en los frentes concretos donde, codo a codo con todos
los hombres y mujeres “de buena voluntad”, se libran las
grandes batallas en favor de lo humano.
Conjunción necesaria —la de lo teórico y lo práctico—,
porque si algo nos han enseñado las últimas décadas, es que no
existe otra fe verdaderamente cristiana –ni por consiguiente
otra teología ni otras iglesias— que aquella que “obra desde el
amor” (Gál 5,6). (Al mismo tiempo, permítaseme expresar en
este punto mi convicción de que no existirán ni una teología ni
una iglesia a la altura de los tiempos, mientras no se impliquen
en ella tanto los sacerdotes como los laicos, tanto los hombres
como las mujeres creyentes).
Eso aclara el proceso de la exposición, que constará de los
siguientes puntos: 1) la nueva imagen de Dios que se nos
descubre desde la situación actual; 2) la nueva relación de
cristianismo con las demás religiones y con el mundo; 3) desde
ahí, indicar algo acerca de algunas tareas concretas.
Soy también muy consciente de que esta es una reflexión
situada y que por lo tanto la selección va a estar influida no sólo
por mi situación en un punto muy determinado de la iglesia y
del mundo, sino incluso por mis propias preocupaciones
teológicas. Sólo me cabe esperar que no sea excesivamente
subjetiva, puesto que, en definitiva, esas preocupaciones nacen
de la confrontación con una situación que de algún modo nos es
común a todos2.
2 Esto implica, naturalmente, que la fundamentación apenas podrá ser esbozada aquí: en los lugares
correspondientes indicaré algunos trabajos donde los temas son desarrollados con mayor amplitud. Muchos
han sido escritos antes en gallego, pero aquí indicaré siempre la versión castellana.
1. La nueva imagen de Dios
Dime cómo es tu Dios, y te diré como es tu visión del
mundo. Dime cómo es tu visión del mundo, y te diré como es tu
Dios. Dos proposiciones obvias y estrictamente correlativas,
que, sin embargo, nos sitúan ante una tarea sólo en muy
pequeña parte realizada. La razón está en que nuestra visión
actual de Dios está marcada desde su raíz por las experiencias
y los conceptos de un mundo que ha dejado de ser el nuestro,
puesto que nos separa de él uno de los cortes más profundos en
la historia de la humanidad: la emergencia del paradigma
moderno3. Permitidme, por eso, detenerme con cierta calma en
este problema que lo condiciona todo.
14 Kierkegaard, igual que antes de él Schelling, sabía muy bien que “s olamente la omnipotencia puede
retomarse a sí misma mientras se da, y esta relación constituye justamente la independencia de aquel que recibe” (Diario, a
cura di C. Fabro, Brescia 1962, 272). Sartre se refiere a este texto en su conferencia de la Unesco, en 1966: El universal
singular, en Sartre, Heidegger..., Kierkegaard vivo, Madrid 1968, 37-38. Acerca de este aspecto en Schelling, cf. W.
Kasper, Das Absolute in der Geschichte, Mainz 1965, 237 (alude también al texto de Kierkegaard).
15 Cf. Platón, Fedro 247ª; Timeo 29d-e; Teeteto 151 c-f; Aristóteles, Metafísica A 982b-983a;
Hegel, Lecciones de Historia de la Filosofía II, Madrid 1955, 198-199; Lecciones sobre filosofía de la
religión I, Madrid 1984, 263; Lecciones sobre las pruebas de la existencia de Dios, Madrid 1970, 67-69.
16 Enuma Elish. Poema babilónico de la creación, tabl. VI, 7-8; cf. Ibid. 34 (Trad. de F. Lara
Peinado, Madrid 1994, 77.78).
17 Cántico Espiritual, c. 27 n. 1; Vida y Obras Completas BAC, Madrid 51964, 704.
cambio de acentos. La idea de creación desde el amor, que se
hace única y exclusivamente por nosotros, elimina todo
equívoco y rompe de raíz todo dualismo. Hablar de salvación
tiende a inducir el pensamiento de que a Dios le interesa sólo lo
“religioso”, aquello que se relaciona con Él. En cambio, hablar
de creación permite caer en la cuenta de que lo que le interesa
somos nosotros, todo en nosotros: cuerpo y espíritu, individuo y
sociedad, cosmos e historia.
Para aclararlo con un ejemplo simple: ¿no es eso lo que, ya
en el nivel humano, sucede con un padre y una madre
normales? Lo que buscan es el bien integral de sus hijos: que
tengan salud y se instruyan en la escuela, que sean honrados y
tengan lo necesario para vivir... Mucho más, infinitamente más,
en nuestro caso. Dios no crea hombres o mujeres “religiosos”:
crea simplemente hombres y mujeres humanos. Me atrevería a
decir, un poco paradójicamente, que en este sentido “Dios no es
nada religioso”. Porque, si la religión es pensar en Dios y servir
a Dios, el Abbá de Jesús no piensa en sí mismo ni busca ser
servido. Él piensa en nosotros y busca exclusivamente nuestro
bien.
Las consecuencias son importantes, porque de esa visión
nace un modo abierto y positivo de situarse en el mundo.
Resulta evidente que todo lo que ayude a la realización
auténtica de nuestro ser y propicie algún tipo de verdadero
progreso en el mundo, responde al dinamismo creador. Del
mismo modo que se opone al mal, es decir, a todo aquello que
impide de algún modo la realización —física o espiritual,
individual o social— de sus creaturas, Dios está también volcado
en la promoción de todo lo bueno y positivo para las personas y
para el mundo.
Nada más opuesto al cristianismo que la actitud negativa
ante un avance en la maduración personal o un progreso
científico, político o económico en la vida social. Al revés de lo
que, por desgracia, ha solido suceder, todo cristiano y toda
cristiana debieran situarse espontáneamente al lado de cuanto
suponga un avance para la humanidad, conscientes de que de
esa manera están acogiendo el impulso divino y colaborando
con él. De hecho, cuando la fe logra comprenderse y realizarse
así, despierta una enorme sintonía en lo mejor de la sensibilidad
moderna. El impacto de una espiritualidad como la de Teilhard
de Chardin tiene aquí su verdadero secreto y, pese a ciertos
límites, su perenne legitimidad. Lo mismo que, en otra
dimensión, sucede con la acogida mundial que ha tenido la
teología de la liberación, con su insistencia en la salvación
DIOS HOY 15
integral de las personas y de los pueblos18.
Hoy mismo la visión de este Dios que al crear por amor,
es, en expresión de Whitehead, el “poeta del mundo” que atrae
a todos los seres hacia la máxima perfección posible19, ofrece el
mejor fundamento para algo tan decisivo y actual como son las
preocupaciones ecológicas. Sobre todo porque, como había
notado Bergson, la idea de creación, justo por ser infinitamente
transitiva, no crea objetos pasivos, sino que “crea creadores”20,
es decir, no sólo nos entrega totalmente a nosotros mismos,
sino que nos convoca a colaborar con Él en la construcción del
mundo. Algo que acaso debiera ir ya suscitando nuestra
creatividad, abriéndola responsablemente a la nueva
espacialidad del planeta tierra, e incluso orientar nuestra
fantasía creadora hacia su expansión cósmica (que empieza a
dejar de ser ficción y puede convertirse en realidad antes de lo
que pensamos).
No cabe duda de que para todos los interesados por el
destino de la fe en el mundo se ofrece aquí una tarea
auténticamente exaltante.
18 Las ideas de este apartado están desarrolladas en mi libro antes citado Recuperar la creación.
19 Proceso y realidad, cit., 464-465. Cf. también la exposición, menos precisa pero con
observaciones ricas, que hace en El devenir de la religión, Buenos Aires 1961.
20 Cf. el excelente estudio, rico en referencias, de A. Gesché, L'homme créé créateur: Revue
Théologique de Louvain 22 (1991) 153-184; ahora puede verse en su libro Dios para pensar. I El mal. el
hombre, Salamanca 1995, 233-268.
obediencia al testimonio profético. Resultaba entonces
coherente pensar que “fuera de la Iglesia no hay salvación” (al
menos, salvación sobre-natural); con el consiguiente modelo de
la misión como encargo de llevar a Dios al desierto de un
mundo que nada sabía de Él o que, a lo sumo, tenía la vaga
noticia “natural” —y casi siempre muy deformada— propia de
todas las demás religiones.
No podemos ser demasiado crueles con esta teología,
cuyas consecuencias, sólo enunciadas, nos producen hoy
escalofríos. El particularismo salvífico se apoyaba en una visión
del mundo que le confería una cierta verosimilitud: la
humanidad se limitaba en el tiempo a los cuatro mil años que
separaban a Cristo de la creación de Adán, y se reducía en el
espacio al ámbito de la ecumene, cuyos extremos soñaba con
abarcar ya de alguna manera el mismo san Pablo (cf. Rm 15,22-
29). Por su parte, la concepción literalista de la revelación-
dictado no había sido cuestionada todavía por la crítica histórica
y literaria de la Biblia. Por fortuna, todo esto ha sido superado, y
el Vaticano II ha hablado ya —aunque fuese con timidez— de la
verdad y de la eficacia salvadora de las otras religiones21.
De todos modos —y pido disculpa por la inevitable
reiteración de este recurso expositivo—, también ahora es
preciso constatar el vacío que media entre las afirmaciones de
principio y los hábitos mentales que siguen dominando el
imaginario creyente y teológico. Estamos muy lejos de sacar
todas las consecuencias de la nueva visión, remodelando de
acuerdo con ella todos nuestros prejuicios. Las reacciones
fundamentalistas son el síntoma mayor de una situación
desconcertada, temerosa de perder la identidad ante la nueva
universalidad que se impone. Pero, sin llegar a ellas, se
producen de continuo resistencias más sutiles que van en
idéntica dirección.
Sin embargo, nada más opuesto a la universalidad radical
y a la generosidad irrestricta del Abbá Creador, que cualquier
tipo de elitismo egoísta o de particularismo provinciano. Un Dios
que crea por amor, es evidente que vive volcado con
21 "La iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones [no cristianas] hay de verdadero y
santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque
discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres. (...)
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la
colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan,
guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en
ellos existen" (Nostra aetate, n. 2). En este aspecto, Juan Pablo II ha usado expresiones claras y
contundentes, que, a pesar de las críticas, suponen, a nivel oficial, un gran paso adelante: Cruzando el umbral
de la esperanza, Barcelona 1994, 93-113.
DIOS HOY 17
generosidad irrestricta sobre todas y cada una de sus creaturas.
No cabe pensar en la imagen cruel de un padre egoísta, que,
engendrando muchos hijos, se preocupa sólo de sus preferidos
y deja a los demás abandonados en la inclusa. Dios, que nos
crea para la felicidad en comunión con Él, llama a todos y desde
siempre: no ha habido desde el comienzo del mundo un solo
hombre o una sola mujer que no hayan nacido amparados,
habitados y promovidos por su revelación y por su amor
incondicional22.
27 Como introducción, véanse al respecto las consideraciones de J. Dupuis, Gesù Cristo incontro
alle religioni, Assisi, 1989, 27-120 (hay trad. cast.).
28The Significance of the History of Religions for the Systematic Theologian, en Geschichte der
Religiösen Ideen, hrsg. von J.C. Brauer, New York 1966.
29Cf. principalmente Projekt Weltethos, München-Zürich 1990 y H. Küng.- K.J. Kuschel (hrsg.),
Weltfrieden durch Religionsfrieden. Antworten aus der Weltreligionen, München-Zürich 1993.
E.B. Borowitz, en su contribución a la segunda de las obras citadas (p. 67-91; princ. p. 79-81),
pretendiendo que aceptar lo humanum como criterio llevaría a crear un “supersistema” por encima de las
religiones, muestra con claridad el dualismo a que lleva no tomar en serio el carácter puramente amoroso e
infinitamente transitivo de la creación.
DIOS HOY 21
denominación evoca una ruptura dolorosa; y acaso, a estas
alturas, un escándalo injustificable, que tiene que hacer pensar
a las partes en conflicto.
42 J.B. Metz, La fe en la historia y en la sociedad, Madrid 1979, 88; la obra, un tanto antigua, sigue
siendo fundamental, aunque Metz ha ido perfilando, profundizando y precisando aspectos.
43 Desde el comienzo mismo con G. Gutiérrez, Teología de la liberación, Madrid 1972, princ. p.
369-375; sobre los distintos matices de este fundamental concepto en el magisterio y los teólogos de la
liberación, cf. J. Lois, Teología de la liberación. Opción por los pobres, Madrid 1986.
44 Resulta sugerentes al respecto las reflexiones de P. Richard, La Iglesia de los Pobres (Desde
América Latina - hacia el año 2000): Éxodo n. 33 (1996) 21-25 y J. García Roca, Solidaridad y
voluntariado, Santander 1994.
DIOS HOY 27
3.2 La lógica de la fraternidad
Es evidente que un proyecto de tal envergadura necesita
un clima espiritual que lo envuelva, lo oriente y lo alimente.
Porque además no todo ha sido bueno y positivo en la entrada
del paradigma moderno. De hecho, el mismo proceso de la
cultura secular lo ha comprendido, como aparece sobre todo en
los intentos de “crítica de la Ilustración”. Intentos que,
afortunadamente, no empiezan ni acaban con Adorno y
Horkheimer45, sino que se remontan ya a los grandes idealistas
y prosiguen en la viva discusión de nuestros días. Si hasta aquí
nuestras reflexiones desde el punto de vista cristiano han
insistido en la necesidad de asumir en toda su consecuencia la
realidad del nuevo paradigma, ahora para concluir deberán
insistir con no menor energía en que tal asunción ha de hacerse
de modo crítico, uniéndose a todos aquellos esfuerzos que van
en idéntico sentido.
politiques, internationaux, qui sont autant de définitions de ce vide et qui, pour le combler, provoquent
aujourd'hui tant d'efforts désordonnés et inefficaces: il y faudrait de nouvelles reserves d'énergie potentielle,
cette fois morale. Ne nous bornons donc pas à dire, comme nous le faisions plus haut, que la mystique
appelle la mécanique. Ajoutons que le corps agrandi attend un supplément d'ame, et que la mécanique
exigerait une mystique” (Le deux sources de la morale et de la religion, ed. du Centenaire, Paris 1963, 1239).
54 En España J.M. Mardones se ha ocupado, repetidamente y con agudeza evangélica, de este
problema: cf. princ. Cristianismo y Religión. La religión política neoconservadora, Santander 1991.
55 “Dans le slogan traditionel —liberté, égalité, fraternité— la société française a sans doute placé
l’accent sur le deuxième terme et la société américaine sur le premier, mais l’un et l’autre, en occultant le
troisième, on fait de ce monde une jungle, où la liberté et l’égalité deviennent équivoques, car seule la
‘fraternité’ —l’amour effectif, qui, au minimum, ne veut pas de violence pour but— est capable de rendre
Por eso el criterio último de la actuación no es la ganancia
—propia o del propio grupo—, sino el servicio que se dirige a
todos; aunque, para ello, sea preciso renunciar al crecimiento
ilimitado, dando, si es preciso, “la mitad de los bienes a los
pobres” y “devolviendo el cuádruplo” a los explotados (cf. Lc
19,8). Y ya se comprende que, tomado en serio, esto nada tiene
que ver con un “idealismo religioso”, despreocupado de la
eficacia o remitiéndola simplemente a un “más allá”
inverificable: se nos llama a amar “no de palabra ni de boca,
sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18), “pues quien no ama a
su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”
(1 Jn 4,20). El Vaticano II lo ha expresado con rango de principio
irrenunciable: “La espera de una nueva tierra no debe
amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de
perfeccionar esta tierra”56.
Lo cual, ciertamente, exige de nosotros implementar esta
lógica de la fraternidad, buscando de manera creativa nuevas
formas y concreciones. No cabe, por ejemplo, renunciar a la
racionalidad instrumental, pero sí podemos y debemos
ampliarla y humanizarla, traspasándola con criterios de
responsabilidad y compasión solidaria (por cierto, algo que,
según Walter Kern, fue lo que en su día supo hacer el
monaquismo)57.
No cabe tampoco ignorar que el avance económico impone
sacrificios; pero es preciso romper la lógica egoísta de
imponerlos siempre a los demás, tratando, en cambio, de
asumirlos sobre nosotros en una lógica del servicio, según
aquello de Jesús: “los jefes de los pueblos tiranizan (...); pero
entre vosotros no puede ser así, ni mucho menos” (Mc 10,42)58.
Algo parecido cabría decir de la ayuda internacional. No
puede, ciertamente, ser hecha de manera arbitraria e
indiscriminada. Pero ante un estilo de imponer condiciones
interesadas, que en definitiva pueden acabar convirtiéndose en
véridiques l’égalité e la liberté” (G. Morel, Questions d’homme. I Conflits de la Modernité, Paris 1976, 248).
“He echado un vistazo a las declaraciones de los derechos humanos a partir de la Bill of Rights
(Londres 1689). Creo que la libertad e igualdad aparecen en todas; no así la fraternidad. Hay una alusión
implícita a ella en el artículo último de la Declaración de derechos de Virginia (Estados Unidos 1776). ‘... es
un deber mutuo de todos practicar la benevolencia cristiana, el amor y la caridad de los unos para con los
otros’. La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (París 1789) no incluye la fraternidad
entre los valores soberanos. El artículo primero de la Declaración universal de derechos humanos de las
Naciones Unidas (París 1948) invita a todos los seres humanos a ‘comportarse fraternalmente los unos con
los otros” (A. Chavarri, Perfiles de nueva humanidad, Salamanca 1993, 274).
56Gaudium et Spes, n. 39.
57 Lo recuerda J.M. Mardones, O.c., 217.
58 Esta idea ha sido bien desarrollada por el teólogo brasileño de origen coreano Jung Mo Sung,
Teologia e nova ordem económica, en la obra en colaboración Trabalho: crise e alternativas, Sâo Paulo
1996; sintetizado en Jornal Fraternizar 9/92 (1996) 14-18.
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un nuevo modo de intercambio desigual, en una explotación
encubierta o en una auténtica cautividad babilónica mediante la
deuda externa, es preciso buscar mecanismos que introduzcan
la gratuidad de aquel amor evangélico, capaz de “prestar sin
esperar nada a cambio” (Lc 6,35) o de dar “a los que no pueden
corresponder” (Lc 14,14).
Ya se comprende que las concreciones podrían continuar.
Pero lo decisivo es el principio: los cristianos y las cristianas, al
reconocernos junto a todos los hombres y mujeres como hijos e
hijas de un mismo e idéntico Padre, estamos llamados a aportar
al mundo la urgencia, a un tiempo realista y utópica, de esta
lógica fraternal. Una lógica que, por un lado, cuenta con la cruz
de la historia, sometiéndose a la paciencia de las mediaciones y
aun a su posible fracaso; y, por otro, no cede a la resignación ni
renuncia a la urgencia. Porque, contra lo que dice el tópico, “el
cielo no puede esperar”, pues el Reino está ya aquí “entre
nosotros” (cf. Lc 17,21), presente en un simple de vaso de agua
dado a un pequeño (Mt 10,42), esperando ser conquistado con
la incruenta pero tenaz “violencia” del amor (Mt 11,12; Lc
16,16), acelerando el avance, hasta que la creación “sea
liberada de la servidumbre de la corrupción” (Rm 8,21) y Dios
pueda, por fin, “ser todo en todo” (1 Cor 15,28).
Hacer presente en alguna medida la fuerza de esta
llamada, uniéndola a los esfuerzos de todas las personas de
buena voluntad, constituye sin duda el mejor modo de
testimoniar nuestra fe en el Dios padre/madre creador y la
mejor aportación que podemos hacer a este mundo en trance
de alumbramiento de un futuro que nos gustaría más igualitaria,
libre y fraternamente humano.