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171 Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el
principio del destino universal de los bienes: « Dios ha destinado la tierra y cuanto ella
contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados
deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía
de la caridad ».360 Este principio se basa en el hecho que « el origen primigenio de todo
lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que
ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn
1,28-29). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos
sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera
del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y
capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el
sustento de la vida humana ».361 La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes
materiales que responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones
básicas para su existencia; estos bienes le son absolutamente indispensables para
alimentarse y crecer, para comunicarse, para asociarse y para poder conseguir las más
altas finalidades a que está llamada.362
172 El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del
derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar
del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los
bienes, es el « primer principio de todo el ordenamiento ético-social » 363 y « principio
peculiar de la doctrina social cristiana ».364 Por esta razón la Iglesia considera un deber
precisar su naturaleza y sus características. Se trata ante todo de un derecho natural,
inscrito en la naturaleza del hombre, y no sólo de un derecho positivo, ligado a la
contingencia histórica; además este derecho es « originario ».365 Es inherente a la
persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención
humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los mismos, a cualquier
sistema y método socioeconómico: « Todos los demás derechos, sean los que sean,
comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello [destino universal de los
bienes] están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización,
y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera ».366
173 La actuación concreta del principio del destino universal de los bienes, según los
diferentes contextos culturales y sociales, implica una precisa definición de los modos,
de los límites, de los objetos. Destino y uso universal no significan que todo esté a
disposición de cada uno o de todos, ni tampoco que la misma cosa sirva o pertenezca a
cada uno o a todos. Si bien es verdad que todos los hombres nacen con el derecho al uso
de los bienes, no lo es menos que, para asegurar un ejercicio justo y ordenado, son
necesarias intervenciones normativas, fruto de acuerdos nacionales e internacionales, y
un ordenamiento jurídico que determine y especifique tal ejercicio.
174 El principio del destino universal de los bienes invita a cultivar una visión de la
economía inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y
la finalidad de tales bienes, para así realizar un mundo justo y solidario, en el que la
creación de la riqueza pueda asumir una función positiva. La riqueza, efectivamente,
presenta esta valencia, en la multiplicidad de las formas que pueden expresarla como
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resultado de un proceso productivo de elaboración técnico-económica de los recursos
disponibles, naturales y derivados; es un proceso que debe estar guiado por la inventiva,
por la capacidad de proyección, por el trabajo de los hombres, y debe ser empleado
como medio útil para promover el bienestar de los hombres y de los pueblos y para
impedir su exclusión y explotación.
175 El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener
para cada persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo
integral, de manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más
humano, « donde cada uno pueda dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea
obstáculo para el desarrollo de otros ni un pretexto para su servidumbre ».367 Este
principio corresponde al llamado que el Evangelio incesantemente dirige a las personas
y a las sociedades de todo tiempo, siempre expuestas a las tentaciones del deseo de
poseer, a las que el mismo Señor Jesús quiso someterse (cf. Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc
4,1-13) para enseñarnos el modo de superarlas con su gracia.
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destino universal de los bienes comporta vínculos sobre su uso por parte de los
legítimos propietarios. El individuo no puede obrar prescindiendo de los efectos del uso
de los propios recursos, sino que debe actuar en modo que persiga, además de las
ventajas personales y familiares, también el bien común. De ahí deriva el deber por
parte de los propietarios de no tener inoperantes los bienes poseídos y de destinarlos a la
actividad productiva, confiándolos incluso a quien tiene el deseo y la capacidad de
hacerlos producir.
179 La actual fase histórica, poniendo a disposición de la sociedad bienes nuevos, del
todo desconocidos hasta tiempos recientes, impone una relectura del principio del
destino universal de los bienes de la tierra, haciéndose necesaria una extensión que
comprenda también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico. La
propiedad de los nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber, resulta
cada vez más decisiva, porque en ella « mucho más que en los recursos naturales, se
funda la riqueza de las Naciones industrializadas ».379
Sigue siendo vital, especialmente en los países en vías de desarrollo o que han salido de
sistemas colectivistas o de colonización, la justa distribución de la tierra. En las zonas
rurales, la posibilidad de acceder a la tierra mediante las oportunidades ofrecidas por los
mercados de trabajo y de crédito, es condición necesaria para el acceso a los demás
bienes y servicios; además de constituir un camino eficaz para la salvaguardia del
ambiente, esta posibilidad representa un sistema de seguridad social realizable también
en los países que tienen una estructura administrativa débil.382
181 De la propiedad deriva para el sujeto poseedor, sea éste un individuo o una
comunidad, una serie de ventajas objetivas: mejores condiciones de vida, seguridad
para el futuro, mayores oportunidades de elección. De la propiedad, por otro lado,
puede proceder también una serie de promesas ilusorias y tentadoras. El hombre o la
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sociedad que llegan al punto de absolutizar el derecho de propiedad, terminan por
experimentar la esclavitud más radical. Ninguna posesión, en efecto, puede ser
considerada indiferente por el influjo que ejerce, tanto sobre los individuos, como sobre
las instituciones; el poseedor que incautamente idolatra sus bienes (cf. Mt 6,24; 19,21-
26; Lc 16,13) resulta, más que nunca, poseído y subyugado por ellos.383 Sólo
reconociéndoles la dependencia de Dios creador y, consecuentemente, orientándolos al
bien común, es posible conferir a los bienes materiales la función de instrumentos útiles
para el crecimiento de los hombres y de los pueblos.
182 El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular
solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación
y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un
crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción
preferencial por los pobres: 384 « Esta es una opción o una forma especial de primacía
en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la
Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo,
pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a
nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la
propiedad y el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido
la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede
dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin
cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor ».385
NOTAS:
360
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 69: AAS 58 (1966) 1090.
361
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 31: AAS 83 (1991) 831.
362
Cf. Pío XII, Radiomensaje por el 50º Aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33
(1941) 199-200.
363
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 525.
364
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42: AAS 80 (1988) 573.
365
Pío XII, Radiomensaje por el 50º aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33
(1941) 199.
366
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22: AAS 59 (1967) 268.
367
Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 90: AAS 79
(1987) 594.
368
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 31: AAS 83 (1991) 832.
369
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 71: AAS 58 (1966) 1092- 1093;
cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 103-104; Pío
XII, Radiomensaje por el 50º aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941)
199; Id., Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1942): AAS 35 (1943) 17; Id.,
Radiomensaje (1º de septiembre de 1944): AAS 36 (1944) 253; Juan XXIII, Carta enc.
Mater et magistra: AAS 53 (1961) 428-429.
370
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 6: AAS 83 (1991) 800-801.
371
León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 102.
372
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 14: AAS 73 (1981) 613.
373
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 69: AAS 58 (1966) 1090-
1092; Catecismo de la Iglesia Católica, 2402-2406.
374
Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 102.
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375
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22-23: AAS 59 (1967) 268-269.
376
Cf. Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 430-431; Juan Pablo II,
Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de
enero de 1979), III/4: AAS 71 (1979) 199-201.
377
Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 191-192. 193-194. 196-
197.
378
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 69: AAS 58 (1966) 1090.
379
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 32: AAS 83 (1991) 832.
380
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 35: AAS 83 (1991) 837.
381
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 69: AAS 58 (1966) 1090-
1092.
382
Cf. Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Para una mejor distribución de la tierra. El
reto de la reforma agraria (23 de noviembre de 1997), 27-31: Librería Editrice
Vaticana, Ciudad del Vaticano 1997, pp. 25-28.
383
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 27-34; 37: AAS 80 (1988) 547-
560. 563-564; Id., Carta enc. Centesimus annus, 41: AAS 83 (1991) 843-845.
384
Cf. Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), I/8: AAS 71 (1979) 194-195.
385
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42: AAS 80 (1988) 572-573; cf. Id.,
Carta enc. Evangelium vitae, 32: AAS 87 (1995) 436-437; Id., Carta ap. Tertio
millennio adveniente, 51: AAS 87 (1995) 36; Id., Carta ap. Novo millennio ineunte, 49-
50: AAS 93 (2001) 302-303.
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fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no
destruirlos y absorberlos ».399
Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en
una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo—
respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden
desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas
injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por
ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su
espacio vital.
b) Indicaciones concretas
187 El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias
sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos
intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona,
familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad. La
experiencia constata que la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de
una pretendida democratización o igualdad de todos en la sociedad, limita y a veces
también anula, el espíritu de libertad y de iniciativa.
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188 Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de
suplencia.401 Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado
mismo promueva la economía, a causa de la imposibilidad de que la sociedad civil
asuma autónomamente la iniciativa; piénsese también en las realidades de grave
desequilibrio e injusticia social, en las que sólo la intervención pública puede crear
condiciones de mayor igualdad, de justicia y de paz. A la luz del principio de
subsidiaridad, sin embargo, esta suplencia institucional no debe prolongarse y
extenderse más allá de lo estrictamente necesario, dado que encuentra justificación sólo
en lo excepcional de la situación. En todo caso, el bien común correctamente entendido,
cuyas exigencias no deberán en modo alguno estar en contraste con la tutela y la
promoción del primado de la persona y de sus principales expresiones sociales, deberá
permanecer como el criterio de discernimiento acerca de la aplicación del principio de
subsidiaridad.
NOTAS:
395
Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 101-102. 123.
396
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1882.
397
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 15: AAS 80 (1988) 529; cf. Pío XI,
Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 203; Juan XXIII, Carta enc. Mater et
magistra: AAS 53 (1961) 439; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 65:
AAS 58 (1966) 1086-1087; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis
conscientia, 73. 85-86: AAS 79 (1987) 586. 592-593; Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 852-854; Catecismo de la Iglesia
Católica, 1883-1885.
398
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 49: AAS 83 (1991) 854-856 y
también Id., Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 15: AAS 80 (1988) 528-530.
399
Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 203; cf. Juan Pablo II, Carta
enc. Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 852-854; Catecismo de la Iglesia Católica,
1883.
400
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 854.
401
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 852-854.
301 Los derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la
naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente. El Magisterio social de
la Iglesia ha considerado oportuno enunciar algunos de ellos, indicando la conveniencia
de su reconocimiento en los ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa
remuneración; 651 el derecho al descanso; 652 el derecho « a ambientes de trabajo y a
procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de los trabajadores y
no dañen su integridad moral »; 653 el derecho a que sea salvaguardada la propia
personalidad en el lugar de trabajo, sin que sean « conculcados de ningún modo en la
propia conciencia o en la propia dignidad »; 654 el derecho a subsidios adecuados e
indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias;
655
el derecho a la pensión, así como a la seguridad social para la vejez, la enfermedad y
en caso de accidentes relacionados con la prestación laboral; 656 el derecho a previsiones
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sociales vinculadas a la maternidad; 657 el derecho a reunirse y a asociarse.658 Estos
derechos son frecuentemente desatendidos, como confirman los tristes fenómenos del
trabajo infraremunerado, sin garantías ni representación adecuadas. Con frecuencia
sucede que las condiciones de trabajo para hombres, mujeres y niños, especialmente en
los países en vías de desarrollo, son tan inhumanas que ofenden su dignidad y dañan su
salud.
c) El derecho de huelga
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VI. SOLIDARIDAD ENTRE LOS TRABAJADORES
a) La importancia de los sindicatos
306 La doctrina social enseña que las relaciones en el mundo del trabajo se han de
caracterizar por la colaboración: el odio y la lucha por eliminar al otro, constituyen
métodos absolutamente inaceptables, porque en todo sistema social son indispensables
al proceso de producción tanto el trabajo como el capital. A la luz de esta concepción,
la doctrina social « no considera de ninguna manera que los sindicatos constituyan
únicamente el reflejo de la estructura “de clase”, de la sociedad ni que sean el exponente
de la lucha de clases que gobierna inevitablemente la vida social ».668 Los sindicatos son
propiamente los promotores de la lucha por la justicia social, por los derechos de los
hombres del trabajo, en sus profesiones específicas: « Esta “lucha” debe ser vista como
una acción de defensa normal “en favor” del justo bien; [...] no es una lucha “contra” los
demás ».669 El sindicato, siendo ante todo un medio para la solidaridad y la justicia, no
puede abusar de los instrumentos de lucha; en razón de su vocación, debe vencer las
tentaciones del corporativismo, saberse autorregular y ponderar las consecuencias de
sus opciones en relación al bien común.670
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b) Nuevas formas de solidaridad
NOTAS:
651
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 625-629.
652
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 625-629.
653
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 629.
654
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 15: AAS 83 (1991) 812.
655
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 18: AAS 73 (1981) 622-625.
656
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 625-629.
657
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 625-629.
658
Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 135; Pío XI,
Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 186; Pío XII, Carta enc. Sertum
laetitiae: AAS 31 (1939) 643; Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963)
262-263; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 68: AAS 58 (1966) 1089-
1090; Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 629-632; Id.,
Carta enc. Centesimus annus, 7: AAS 83 (1991) 801-802.
659
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 19: AAS 73 (1981) 625-629.
660
Catecismo de la Iglesia Católica, 2434; cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: «
El salario justo » es el título del capítulo 4 de la Parte II.
661
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 67: AAS 58 (1966) 1088- 1089.
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662
León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 131.
663
Catecismo de la Iglesia Católica, 2435.
664
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 68: AAS 58 (1966) 1089-
1090; Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 629-632;
Catecismo de la Iglesia Católica, 2430.
665
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 632.
666
Catecismo de la Iglesia Católica, 2435.
667
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 629.
668
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 630.
669
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 630.
670
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2430.
671
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 68: AAS 58 (1966) 1090.
672
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20: AAS 73 (1981) 631.
673
Cf. Juan Pablo II, Discurso al Simposio Internacional para Representantes Sindicales
(2 de diciembre de 1996), 4: L'Osservatore Romano, edición española, 20 de diciembre
de 1996, p. 7.
674
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 8: AAS 73 (1981) 597.
675
Juan Pablo II, Mensaje a los participantes en la Conferencia Internacional sobre el
Trabajo (14 de septiembre de 2001), 4: L'Osservatore Romano, edición española, 21 de
septiembre de 2001, p. 6.
SIGLAS:
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