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"¿Por qué se mantiene el conocimiento tan cuidadosamente en secreto?

Si el antiguo
conocimiento
ha sido preservado y, en general, si existe un conocimiento distinto de nuestra ciencia
y de nuestra filosofía, que aun llega a sobrepasarlas ¿por qué no se conviene en propiedad
común? ¿Por qué sus poseedores se niegan a dejarlo entrar en la circulación general de la
vida, en aras de una lucha más feliz o más decisiva contra la mentira, el mal y la
ignorancia?"
Creo que esta pregunta debe surgir en toda mente que encuentre por primera vez las ideas
del
esoterismo.
—Hay dos respuestas, me dijo él. Primeramente, este conocimiento no se mantiene secreto;
luego por su propia naturaleza le está prohibido llegar a ser jamás propiedad común.
Primero
examinaremos este segundo punto. Le probaré que el conocimiento —acentuó esta palabra

es mucho más accesible de lo que generalmente se cree para aquellos que son capaces de
asimilarlo; y todo el problema estriba en que la gente o no lo quiere o no lo puede recibir.
"Pero ante todo, es necesario comprender que el conocimiento no puede pertenecer a todos,
ni
aun puede pertenecer a muchos. Así es la ley. Usted no la comprende porque no se da
cuenta
de que como toda cosa en el mundo, el conocimiento es material. Es material—esto
significa
que posee todas las características de la materialidad. Ahora bien, una de las primeras
características de la materialidad implica una limitación de la materia, quiero decir que la
cantidad de materia, en un lugar dado y en condiciones dadas, es siempre limitada. La
misma
arena del desierto y el agua del mar existen en una cantidad invariable y estrictamente
medida. Por consiguiente, decir que el conocimiento es material es decir que hay una
cantidad
definida en un lugar y en un tiempo ciado. Por tanto se puede afirmar que durante el curso
de
un cierto período, digamos un siglo, la humanidad dispone (le una cantidad definida de
conocimiento. Pero sabemos, por una observación elemental de la vida misma, que la
materia
del conocimiento posee cualidades enteramente diferentes según que ésta sea absorbida en
pequeña o gran cantidad. Tomada en gran cantidad en un lugar dado —por un hombre, por
ejemplo, o por un grupo pequeño de hombres— produce resultados muy buenos; tomada en
pequeña cantidad por cada uno de los individuos que componen una gran masa de hombres,
no da ningún resultado, salvo algunas veces resultados negativos, contrarios a los que se
esperan.
Entonces, si una cantidad definida de conocimiento llega a distribuirse entre millones
de hombres, cada individuo recibirá muy poco y esta pequeña dosis de conocimiento no
podrá
cambiar nada ni en su vida ni en su comprensión de las cosas. Cualquiera que sea el número
de aquellos que absorbiesen esta pequeña dosis, el efecto sobre su vida será nulo salvo
quizá
que ésta se haga aún más difícil.
"Pero si por el contrario un pequeño número pudiera concentrar grandes cantidades de
conocimiento, entonces éste dará resultados muy grandes. Desde este punto de vista es
mucho
más ventajoso que el conocimiento sea preservado por un pequeño número y no difundido
entre las masas.
"Si para dorar objetos, tomamos una cierta cantidad de oro, debemos conocer el número
exacto de objetos que esta nos permitirá dorar. Si tratamos de dorar un gran número, se
dorarán desigualmente, por partes, y se verán mucho peor que si no tuvieran ningún oro; de
hecho, habremos derrochado nuestro oro.
"La distribución del conocimiento se basa sobre un principio rigurosamente análogo. Si
hubiera que dar el conocimiento a iodo el mundo nadie recibiría nada. Si está reservado a
un
pequeño número, cada uno recibirá, no solamente para guardar lo que reciba sino para
incrementarlo.
"A primera vista, esta teoría parece muy injusta porque la situación de aquellos a quienes,
en
alguna forma, se les niega el conocimiento para que otros puedan recibir algo más, parece
muy triste, inmerecida y más cruel de lo que debería ser. Sin embargo, la realidad es
totalmente diferente; en la distribución del conocimiento no hay ni sombra de injusticia.
"Es un hecho que la gran mayoría de la gente ignora el deseo de conocer; rehúsa su cuota
de
conocimiento y descuidan aun tomar en la distribución general la porción que les está
destinada para las necesidades de su vida. Esto se hace particularmente evidente en
períodos
de locura colectiva, de guerras y de revoluciones, cuando los hombres parecen perder
súbitamente hasta ese pequeño grano de sentido común que tenían de ordinario, y
convertidos
en perfectos autómatas, se entregan a matanzas gigantescas, como si ya no tuvieran instinto
de
conservación. Es así como grandes cantidades de conocimiento, de cierta manera
permanecen
sin reclamar, y pueden ser distribuidas a los que saben apreciar su valor.
"No hay nada de injusto en todo esto, porque aquellos que reciben el conocimiento no
toman
algo que pertenece a otros, no privan a nadie de nada; toman solamente lo que los otros han
rechazado como inútil y que, en todo caso, se perdería si no fuera tomado.
"La acumulación del conocimiento por los unos depende del rechazo del conocimiento por
los
otros.
"En la vida de la humanidad hay períodos que coinciden generalmente con el comienzo de
la
declinación de las civilizaciones, cuando las masas pierden irremediablemente la razón y se
ponen a destruir todo lo que ha sido creado en siglos y milenios de cultura. Tales períodos
de
locura, a menudo concordantes con cataclismos geológicos, con perturbaciones climáticas y
otros fenómenos de carácter planetario, liberan gran cantidad de esta materia del
conocimiento. Se hace entonces necesario un trabajo de recuperación sin el cual ésta se
perdería. Es así como el trabajo de recolectar la materia esparcida del conocimiento
coincide
frecuentemente con la declinación y la ruina de las civilizaciones.
"Este aspecto de la cuestión es claro. Las masas no se preocupan del conocimiento, no lo
quieren, y sus jefes políticos, en su propio interés, no trabajan sino para reforzar la aversión
y
el temor que ellas tienen a todo lo que es nuevo y desconocido. El estado de esclavitud de
la
humanidad está basado en este temor. Es hasta difícil imaginar todo el horror de esto. Pero
la
gente no comprende el valor de lo que pierde de esta manera. Y para captar la causa de tal
estado, basta con observar cómo vive la gente, lo que constituye sus razones para vivir, el
objeto de sus pasiones o de sus aspiraciones, en qué piensan, de qué hablan, a qué sirven y
qué adoran. Vean a dónde va el dinero de la sociedad culta de nuestra época; dejando de
lado
la guerra, consideren aquello por lo que se paga los más altos precios, a dónde van las
muchedumbres más densas. Si se reflexiona un instante acerca de este despilfarro, entonces
se
hace claro que la humanidad, tal cual es ahora, con los intereses de los cuales vive, no
puede
esperar otra cosa que lo que tiene. Pero, como ya lo he dicho, nada de esto se puede
cambiar.
¡Imagínese que no haya disponible sino media libra de conocimiento por año para toda la
humanidad! Si este conocimiento se difunde entre las masas, cada uno recibirá tan poco que
seguirá siendo el mismo tonto de antes. Pero, por el hecho de que tan sólo algunos hombres
desean este conocimiento, aquellos que lo piden podrán recibir, por así decirlo, un grano de
él,
y adquirir la posibilidad de llegar a ser más inteligentes. No todos podrían llegar a ser
inteligentes aunque lo desearan. Y si llegaran a ser inteligentes, esto no serviría de nada,
pues
existe un equilibrio general que no puede ser trastocado.
"He aquí un aspecto. El otro, como ya lo he dicho, se refiere al hecho de que nadie oculta
nada; no hay el menor misterio. Pero la adquisición o la transmisión del verdadero
conocimiento exige una gran labor y grandes esfuerzos, tanto de parte del que recibe como
del
que da. Y aquellos que poseen este conocimiento hacen todo lo que pueden para
transmitirlo y
comunicarlo al mayor número posible de hombres, para facilitarles su acercamiento y
tornarlos capaces de prepararse para recibir la verdad. Pero el conocimiento no puede ser
impuesto por la fuerza a aquellos que no lo quieren, y como acabamos de ver, el examen
imparcial de la vida del hombre medio, de sus intereses, de lo que llena sus días,
demostrará
al instante que es imposible acusar a los hombres poseedores del conocimiento de que lo
ocultan, de que no quieren transmitirlo o de que no desean enseñar a los otros lo que ellos
mismos saben.
"Quien desee el conocimiento debe hacer por sí mismo los primeros esfuerzos para
encontrar
la fuente, para aproximarse a ella, ayudándose con las indicaciones dadas a todos, pero que
la
gente, por regla general, no desea ver ni reconocer. El conocimiento no puede llegar
gratuitamente a los hombres, sin esfuerzos de su parte. Ellos comprenden esto muy bien
cuando sólo se trata de conocimientos ordinarios, pero en el caso del gran conocimiento, si
es
que admiten la posibilidad de su existencia, consideran que es posible esperar algo
diferente.
Todo el mundo sabe muy bien, por ejemplo, que un hombre tendrá que trabajar
intensamente
durante varios años si quiere aprender el chino; nadie ignora que para poder captar los
principios de la medicina son indispensables cinco años de estudios, y quizás el doble para
el
estudio de la música o la pintura. Sin embargo, algunas teorías afirman que el conocimiento
puede llegarle a la gente sin esfuerzos de su parte, que puede ser adquirido aun en el sueño.
El
mero hecho de la existencia de tales teorías constituye una explicación adicional del hecho
de
que el conocimiento no puede llegar a la gente. Sin embargo, no es menos esencial
comprender que los esfuerzos independientes de un hombre por alcanzar lo que fuese en
esta
dirección, por sí mismos, no pueden dar ningún resultado. Un hombre no puede alcanzar el
conocimiento sino con la ayuda de aquellos que lo poseen. Esto debe ser comprendido
desde
el comienzo mismo. Hay que aprender de los que saben."

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