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Fundamentalismo y política del Cuerpo1

Nota conceptual preparada por Virginia Vargas*

El marco en el que se inscribe la reflexión ha tratado de recuperar los nuevos


escenarios en los que transcurren nuestras vidas y nuestras luchas emancipatorias.

Vivimos un cambio de época, con la consiguiente obsolescencia de viejos paradigmas


y el lento proceso de construir nuevos, desde las nuevas realidades y significantes de
emancipación y desde nuevos cambios subjetivos y simbólicos. Si por un lado existe
un nuevo sentido de riesgo sobre la sobrevivencia humana, agudizada por la
actuación articulada de tres fuerzas globales ingobernadas: neoliberalismo,
militarismo, fundamentalismos, que provocan nuevas exclusiones, nuevos riesgos,
nuevas formas de organización, que fortalecen la expansión y el control hegemónico.
Por otro lado, se ha dado una extensión y profundización de articulaciones e impactos
colectivos, han surgido nuevos actores y actoras, expandiendo nuevos significados,
modificando paradigmas, y alimentando una perspectiva emancipatoria global-local.

En este proceso, el paradigma de género ha cambiado con el paso del capitalismo


industrial a un capitalismo globalizado y en red. Desde estos cambios, que han
excluido de muchas formas a las mujeres, también se ha generado una ampliación del
campo de maniobra: las mujeres han politizado lo doméstico. Hay una mirada más
compleja del género. No más la oposición binaria hombre/mujer, al incorporar en la
ontología genérica otras “identidades sexuales” que resignifican qué es ser hombre y
mujer.

Es en este contexto de resistencia frente a estos nuevos paradigmas y cambios


emancipatorios, en el que se ubica el surgimiento y expansión de los
fundamentalismos. Con diversos rostros y máscaras, los fundamentalismos religiosos,
políticos, económicos, culturales, defienden el pensamiento único e inmutable como
norma para la sociedad. Los fundamentalismos se aprovechan de las guerras, del
racismo, de la pobreza, y en todos los casos las que más derechos pierden son las
mujeres.

El patriarcado actual es un patriarcado global simbolizado por George Bush. Sus


fundamentos inmutables son la primacía de Occidente, el neoliberalismo que debe
extenderse a todo el mundo, el militarismo para imponerlo junto a un modelo de familia
patriarcal tradicional, el control del cuerpo de las mujeres y un cristianismo tan
fundamentalista como el islamismo de Bin Laden, y el Vaticano, que en América Latina
convierte en delito para toda la sociedad los pecados del catolicismo. Así, el dogma en
el que creen unos, termina imponiéndose como verdad para toda la ciudadanía

Para el feminismo, el control sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres fue, desde
el inicio, un campo de análisis y de lucha política. Develar el sufrimiento y la violencia
ejercida sobre el cuerpo de las mujeres y las formas de represión y explotación sexual
constituyen un legado feminista para una concepción democrática de transformación
social, al mismo tiempo más radical y más humana. Son estas propuestas las que
fomentan reacciones fundamentalistas a lo largo y ancho del planeta.

Un reto histórico es incorporar como dimensión esencial de los nuevos paradigmas


formas inéditas de relación entre las personas, con sus cuerpos y sus sexualidades
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Esta propuesta ha sido trabajada por Virginia Vargas, en base a lo avanzado en el II Manifiesto de la
Campaña Interamericana sobre Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos en América Latina. Junio,
2006.

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alimentando nuevas subjetividades sociales y propiciando otra forma de vivir juntos/as
en “un mundo como un todo”. Ello implica alimentar propuestas transgresoras y
contraculturales, politizando lo privado y evidenciando la relación estrecha entre
sexualidad y democracia. La política trasciende sus propios límites y mecanismos y se
proyecta a la vida cotidiana. Se debilitan costumbres arcaicas y se establece una
nueva relación entre los sexos, surgen sexualidades plásticas y flexibles.

Disputar sentidos y contenidos de esta globalización hegemónica requiere politización


y visibilidad activa de las agendas feministas -como parte de la agenda democrática
radical- desde la visibilidad y exigencia de reconocimiento del propio aporte. Y ésta es
una lucha profundamente contracultural. Porque la cultura es un campo de
transformación por excelencia, al ser en la dimensión cultural donde se arraiga la
violación de derechos en nombre de la tradición, los fundamentalismos en nombre de
la pureza cultural o sujeción religiosa, o lo occidental como el ideal cultural
hegemónico. Pero también es la dimensión que da sustento a los cambios
contraculturales en los horizontes subjetivos y simbólicos de la sociedad.

El cuerpo político y su ubicación en las agendas democráticas

Una dimensión contracultural que alimenta el contrapoder desde nuevos significantes


se orienta a la articulación del cambio personal con los procesos de transformación
social, alimentando subjetividades alternativas, que colocan al centro de las agendas
los “saberes impertinentes” para el discurso tradicional.

El cuerpo es un “saber impertinente” que amplía los referentes de transformación, es


uno de los aportes del feminismo en su construcción de contrapoderes frente a la
cultura y economía hegemónicas que ha hecho del cuerpo un territorio de guerra,
especialmente como botín en el caso de las mujeres y otras expresiones de género
como travestis, mujeres trans y hombres trans, violadas en los conflictos armados; un
territorio de dominio a través de su disciplinamiento, negando sus derechos sexuales y
derechos reproductivos a través de la dimensión biomédica, a través del racismo que
discrimina por el color del la piel, a través del efecto del modelo hegemónico que quita
capacidades a los cuerpos de las nuevas generaciones. Cada una de estas
dimensiones ha dado lugar a potentes movimientos de resistencia y de ampliación de
derechos. El cuerpo ha devenido en un campo dotado de ciudadanía. De allí la
importancia de relacionar la dimensión política del cuerpo con la democracia.

Al relacionar sexualidad y democracia se abre una nueva perspectiva de radicalización


en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria. Es sobre el cuerpo sexual
donde se desarrolla con más fuerza la industria de la mercantilización del placer y la
banalización de la vida. A través de diversos canales el mercado lanza estrategias
cada vez mas voraces de captura y resignificación de los sentidos de libertad sexual,
tornándola en un campo de lucro y de relaciones objetivizadas.

Al no separar sexualidad de reproducción se niega el placer como dimensión


autónoma. Especialmente el placer sexual, el más estigmatizado, el más sujeto a
prohibiciones, especialmente en las mujeres, jóvenes, diversidades sexuales.
Históricamente, el placer ha sido secuestrado por la religión y el puritanismo.
Monopolizado por una visión especifica de la sexualidad masculina, es represivo y
oscurantista para las mujeres y todas las personas cuyo cuerpo escapa a la norma
heterosexual hegemónica.

La búsqueda del placer es expresión fundante de una autonomía individual y al mismo


tiempo relacional: el placer no solo como juego amoroso sexual sino también en otras
esferas de la vida, como la maternidad, la cual cuando es decidida libremente puede

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ser una fuente invalorable de placer. El placer puede ser genital, corporal, sensorial,
emocional, individual o compartido. Y está condicionado por las democracias
existentes, que son las que hay que ampliar. Por ello, para su búsqueda en
condiciones adecuadas, además de educación democrática, de política pública, es
fundamental la afirmación de un Estado laico y una cultura secular.

Para profundizar la democracia es necesario romper con la perspectiva liberal de la


libertad, recuperándola como un proceso que trasciende el individualismo y la
competencia inherentes a la lógica del mercado. La libertad sexual, en este contexto,
es una aspiración, una actitud de búsqueda y construcción de condiciones sociales,
políticas y económicas que amplíen los márgenes de ejercicio y elección entre
múltiples opciones/orientaciones. Es un campo para la emancipación autónoma y
relacional, modificando las condiciones de desigualdad entre las personas y las ideas
preconcebidas sobre lo que debe ser la relación amorosa. Ampliando de esta forma
las condiciones de elección y decisión autónomas de las personas, recuperando así
la condición de sujetos capaces de decidir sobre sus vidas y circunstancias

Un campo de libertad lo constituye el control de la capacidad reproductiva de las


mujeres. Ésta ha sido el mecanismo histórico de su sujeción en lo económico, político,
social, cultural y sexual. Recuperar la decisión autónoma y emancipatoria requiere
confrontar la división sexual del trabajo que fortalece la apropiación de la capacidad
reproductiva de las mujeres, registrando los derechos reproductivos de los hombres y
la responsabilidad compartida de ambos.

La reproducción es un derecho y un placer cuando es decidida libremente. Es una


fuente de dolor, estigma e intolerancia cuando esa libertad es constreñida por
influencias religiosas, morales, limitaciones económicas. Es necesario liberar los
derechos reproductivos del marco de la salud reproductiva, que se sustenta en el rol
tradicional de las mujeres, dejando fuera otras diversidades sexuales, como la
reproducción de mujeres lesbianas. Y, como significante ético, superar el
condicionamiento legal que excluye la decisión acerca de la interrupción voluntaria del
embarazo.

En las últimas décadas ha habido avances impensables que han traído las nuevas
tecnologías reproductivas y nuevos estimulantes para el buen funcionamiento sexual.
Es una conquista ambivalente, porque si por un lado tiene un alto contenido liberador,
por otro puede ser deshumanizante por el lucro y la mercantilización. Es un problema
de acceso y es un problema ético sobre la orientación de su uso (por ejemplo el uso
de tecnologías reproductivas para mejorar la raza humana).

Es por ello fundamental rechazar la mercantilización de las condiciones de


producción/reproducción de la vida, así como la democratización de las tecnologías
científicas en el campo de la sexualidad y la reproducción, recuperando su contenido
liberador porque estas tecnologías extienden el universo de los derechos ciudadanos,
por ejemplo el derecho de las lesbianas a la reproducción, o el derecho a la
reconstrucción del propio cuerpo. Pero urge también controlarlas, y alertar a la
población ante la amenaza de su uso de modo deshumanizante y lucrativo. Es
necesario alimentar una ética pública emancipatoria que reemplace a la moral pública
existente definida por los grupos de poder hegemónicos.

Hay un creciente reconocimiento y celebración de la diversidad de expresiones de


género existentes, que han provocado una redefinición de masculinidades,
feminidades, transgeneridades, desterrando una mirada al género que pretenda
encasillar o reproducir estereotipos. Las distintas expresiones de género –masculinas,
femeninas, travestis, andrógena, intersex…– son expresiones culturalmente

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disponibles para todas las persona y culturalmente abiertas a su permanente
resignificación.

De allí la importancia de la construcción de una ética pública emancipatoria que


sustituya la moral publica existente: sustentada en los derechos humanos, construida
desde una pluralidad de visiones, recuperando un sentido democrático ciudadano de
la vida, donde ninguna de las miradas particulares pretenda convertirse en la única y
excluyente visión.

Así, el cuerpo no es sólo la base material y subjetiva de dominación y sufrimiento sino


el sustento de prácticas de libertad y democracia. Recuperar el cuerpo en su
dimensión política exige confrontar todas las perspectivas filosóficas, metafísicas,
religiosas o científicas que niegan su existencia. Exige también ser reconocido como el
lugar donde yo habito y como sujeto portador de derechos que puede ejercer
únicamente en un Estado laico, una cultura secular con justicia económica, justicia de
género y justicia sexual. Recuperar un marco emancipatorio implica desarticular los
arreglos antidemocráticos de las instituciones religiosas y las políticas públicas con
relación a los derechos sexuales y derechos reproductivos, que es donde más se
expresa el control sobre la sexualidad.

*Socióloga feminista fundadora del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y actual miembro
del Comité Directivo.

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