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HÖLDERLIN
Martin Heidegger
Traducción de José María Valverde, en Interpretaciones de la poesía de
Hölderlin, Barcelona, Ariel, 1983, pp. 163-192
Para mirar a Hölderlin, quien nos da una indicación de esa índole sigue siendo
para todos nosotros Norbert von Hellingrath, cuya imagen se nos ha hecho presencia
esta mañana gracias a un dibujo magistral.
¿Hasta qué punto? En cuanto que lo que requiere claridad no es saber a quién de
nosotros nos pertenece Hölderlin, sino sólo esto, si, en la época presente del mundo,
somos capaces de pertenecer [gehören] a la poesía escuchándola [alusión a hörend].
Si es verdad lo que ha dicho Paul Valéry del poema «El. poema: esa vacilación
prolongada entre el sonido y el sentido» entonces el escuchar el poema, y más aún el
pensamiento previo a la escucha, son aún más vacilantes que el poema mismo. Sin
embargo, esa vacilación tiene su propia y elevada exactitud: no es un mero oscilar.
GRIECHENLAND GRECIA
O ihr Stimmen des Geschiks, ihr Wege des Wanderers Oh vosotras, voces del destino, oh caminos del viajero
Denn an der [Augen] Schule Blau, pues en el azul, escuela [de los ojos]
Fernher, am Tosen des Himmels de lejos, en el tumulto del cielo
Tönt wie der Amsel Gesang resuena como el canto del mirlo
Der Wolken [sichere] heitere Stimmung gut la [segura] serena disposición de las nubes bien
Gestimmt vom Daseyn Gottes, dem Gewitter. dispuesta por la existencia de Dios, la tormenta.
Und Rufe, wie hinausschauen, zur Y llamadas, como mirar afuera, hacia
Unsterblichkeit und Helden; la inmortalidad y los héroes;
Viel sind Erinnerungen. Wo darauf muchas son recuerdos. Donde allá arriba
Tönend, wie des Kalbs Haut resonando, como piel de ternera
Die Erde, von Verwüstungen her Versuchungen der Heiligen la tierra, desde asolaciones, tentaciones de los santos
Denn anfangs bildet das Werk sich pues inicialmente se ha configurado la obra
Grossen Gesezen nachgehet, die Wissenschaft sigue grandes leyes, la ciencia
Und Zärtlichkeit und den Himmel breit lauter Hülle nachher y la ternura y el cielo ancho, claro velo en seguida
Erscheinend singen Gesangeswolken. apareciendo cantan nubes de cánticos.
Denn fest ist der Erde Pues firme es el ombligo
Nabel. Gefangen nemlich in Ufern von Gras sind de la tierra. Captadas en efecto en orillas de hierba están
Die Flammen und die allgemeinen las llamas y los universales
Elemente. Lauter Besinnung aber oben lebt der Aether. Aber silbern elementos. Pura meditación sin embargo arriba vive el éter. Pero
An reinen Tagen plateada
Ist das Licht. Als Zeichen der Liebe en días puros
Veilchenblau die Erde. es la luz. Como signo del amor
[Aber wie der Reigen violeta la tierra.
Zur Hochzeit,] [Pero como el cortejo
Zu Geringem auch kann kommen a la boda,]
Grosser Anfang. a lo escaso también puede llegar
Alltag aber wunderbar zu lieb den Menschen un gran comienzo.
Gott an hat ein Gewand. Pero todos los días maravillosamente por amor a los hombres
Und Erkenntnissen verberget sich sein Angesicht Dios lleva una vestidura.
Und deket die Lüfte mit Kunst. Y a los conocimientos se oculta su rostro
Und Luft und Zeit dekt y cubre los párpados con arte.
Den Schröklichen, dass zu sehr nicht eins Y aire y tiempo cubren
Ihn liebet mit Gebeten oder lo espantable, para que ni uno demasiado
Die Seele. Dein lange schon steht offen lo ame con oraciones o
Wie Blätter, zu lernen, oder Linien und Winkel el alma. Pues hace mucho ya que está abierta
Die Natur como hojas, para aprender, o líneas y ángulos
Und gelber die Sonasen und die Monde, la Naturaleza
Zu Zeiten aber más amarillos los soles y las lunas,
Wenn ausgehn will die alte Bildung pero a veces
Der Erde, bei Geschichten nemlich cuando quiere surgir la vieja formación
Gewordnen, muthig fechtenden wie auf Höhen führet de la tierra, esto es, en historias,
Die Erde Gott. Ungemessene Schritte convertida, animosamente combatiendo, como a cimas lleva
Begränzt er aber, aber wie Blüthen golden thun Dios la tierra. Pasos desmesurados
Der Seele Kräfte dann der Seele Verwandtschaften sich zusammen, sin embargo limita él, pero como floraciones de oro se reúnen
Dass lieber auf Erden las fuerzas del alma, entonces, las afinidades del alma
Die Schönheit wohnt und irgend ein Geist para que mejor en la tierra
Gemeinschaftlicher sich zu Menschen gesellet. habite la belleza y algún espíritu
con más comunidad se una a los hombres.
Süss ists, dann unter hohen Schatten von Bäumen
Und Hügeln zu wohnen sonnig, wo der Weg ist Dulce es, entonces, bajo altas sombras de árboles
Gepflastert zur Kirche. Reisenden aber, wem, y colinas habitar, soleados, donde está
Aus Lebensliebe, messend immerhin, pavimentado el camino a la iglesia. Pero a los viajeros, a quienes
Die Füsse gehorchen, blühn por amor a la vida, midiendo, sin embargo,
Schöner die Wege, wo das Land obedecen los pies, florecen
más bellos los caminos, donde la tierra
(Tercera versión, impresa según la edición de Stuttgart (StA), t. II, pp. 257 ss. Los dos
versos entre corchetes están tomados de la segunda versión; las palabras también entre
corchetes «de los ojos» y «segura» señaladas en las variantes.)
La tierra y el cielo - este giro expresa una relación. La , palabra de enlace «y» la
expresa, ciertamente, pero no dice qué es esa relación y cómo puede ser, si persiste por
sí o si viene de lejos. En este último caso, debería ser parte de una más rica relación, de
la que también reciban su primera determinación la tierra y el cielo.
Que esto ocurriera y cómo se preparó nos lo dice un poderoso testimonio. Es una
carta. Hölderlin la escribió probablemente a fines del otoño de 1802 después que volvió
a la patria, en primavera, desde el sur .de Francia. La escribió desde Nürtingen a su
amigo Böhlendorff (Hell. V2, p. 327; StA VI, Nº 240; VI; p. 1086 ss.).
Querido mío:
Tu H.**
Muchos días y horas favorables harían falta para meditar esta carta de un modo
adecuado. Ahora sólo atendemos, y con la brevedad necesaria, a tres cuestiones de
hecho en relación mutua.
Ante todo consideremos el hecho de que, y cómo, Hölderlin llega a «hacerse
más familiar con el ser auténtico de los griegos.
Por otra parte meditaremos el pasaje en que, llegado a él, el poeta guarda en la
memoria los caminos de su andanza, y a la vez prestaremos atención a la luz en que se
mueve tal recuerdo.
«Lo atlético de las gentes del Sur, en las ruinas del espíritu de la Antigüedad»:
eso muestra más claramente a Hölderlin la auténtica esencia de los griegos. Hölderlin
experimenta «lo atlético» no como algo aparte por sí mismo, sino en el elemento del
espíritu de la Antigüedad. El verbo griego v¡lyŽ significa luchar, combatir, coger y
sostener. Pensado en griego, lo atlético hace surgir y reservarse alternativamente todo lo
que está en lucha recíproca. Lo atlético es lo heroicamente «guerrero» en el sentido del
womelñp; de esa lucha que Heráclito piensa como el movimiento en el cual y para el
cual dioses y hombres, libertad y servidumbre, salen afuera en la apariencia de su ser.
Lo atlético del «cuerpo heroico» no es ni lo meramente sensible ni lo plástico. Es el
refulgir del espíritu que se abre paso luchando en su medida corporal y se capta en ello.
La palabra «ternura» [Zärtlichkeit] tuvo hasta el siglo XVIII, o sea también para
Hölderlin, un sentido elevado, de amplio alcance, nada sentimental.
En una versión tardía de Patmos (StA II, p. 180), Hölderlin llama a Grecia «la
tierra juvenil de los ojos atléticos». Su mirada es, como toda auténtica mirada,
espiritual, y brilla en lo corporal. Los ojos ven lo que irradia sólo en la medida en que
estén antes iluminados y mirados por ello. Los «ojos atléticos» miran la belleza. Ella es
la verdad percibida al modo griego, esto es el desvelamiento de lo se hace presente por
sí, de la wisæf de esa Naturaleza en que y de la que vivían los griegos. El más elevado
conocimiento que tiene Hölderlin del ser auténtico de los griegos es de una situación
objetiva, de que habla la carta.
La otra inseparable de la primera, la .contiene la indicación de Hölderlin sobre el
pasaje por el que se nombra el conocimiento auténtico sólo ahora adquirido, del ser
griego.
«El hecho de que todos los lugares sagrados de la tierra estén reunidos en torno
de un lugar ... es ahora mi gozo.» Mediante el lugar que el poeta habita ahora, la tierra
se le hace de nuevo tierra. Ella alberga y lleva, como edificación de los celestes, lo
Sagrado, esto es, la esfera del dios. La tierra es sólo tierra en cuanto la tierra del cielo,
que sólo es cielo en cuanto que hace descender a la tierra su influjo. Sus
manifestaciones, desde la más alta, el rayo, hasta «las demás formas», están citadas en
las frases anteriores de la carta. Rayo [Blitz] es la misma palabra que mirada [Blick]. En
la mirada hay existencia. La tormenta se llama por eso la «existencia de Dios». Tierra y
cielo, y los dioses escondidos en el cielo, todo está presente para el estado de ánimo del
poeta, tranquilamente gozoso, en la totalidad de la Naturaleza brotando desde su origen.
Ésta se le aparece en una luz especial.
En .conexión con esto se aclara la tercera relación objetiva que debe ponerse de
relieve en la carta. La siguiente frase lo nombra:
El arte es la suprema forma del signo en cuanto que deja aparecer, señalándolo,
lo invisible. Base y cima de tal signo, a su vez, se despliegan en el decir como el cántico
poetizador.
Pero para los griegos lo que hay que señalar ahora, esto es, lo que se muestra e
irradia por sí mismo, es también lo verdadero: la belleza. Por eso se necesita el arte, la
esencia poetizadora del hombre. El hombre que habita poéticamente lleva todo lo que
aparece, tierra y cielo y lo sagrado, a la apariencia estable por sí misma, y que lo
preserva todo; lo lleva; en figura de la obra, a un seguro estar. «Mantener todo en pie y
por sí mismo» significa: fundar.
Así la carta de Hölderlin no habla sólo sobre Grecia. La misma Grecia llega a él
en el brillar de tierra y cielo, en lo sagrado, lo que vela al dios, en la esencia humana
poetizadoramente pensante; llega a él en el único lugar donde su andanza poética ha
encontrado el reposo, para preservarlo ahí todo en el recuerdo.
Aunque la unidad del todo de la tierra y el cielo, del dios y el hombre, quede sin
expresar en la carta, ya vemos con más claridad esto: tierra y cielo, y su relación,
forman parte de una pertenencia más rica. Ya no sorprende que, como se prepara en la
carta, vaya seguido más tardíamente de un cántico que se llama Grecia, y que querría
poner esa pertenencia más rica en la palabra fundante.
Presumiblemente, en la misma época que este esbozo, fue trazado otro. No tiene
título. El título dado posteriormente, El Vaticano, es erróneo. Esta poesía se interrumpe
en los siguientes versos (StA II, p. 253, v. 45 ss.):
In-finito quiere decir que los fines y lados, los lugares de la pertenencia, no están
cortados, unilateralmente por sí mismos, sino que, liberados de la unilateralidad, se
pertenecen mutuamente en la pertenencia que los mantiene unidos «de parte a parte»
desde su centro. El centro, que se llama así porque centra, no es ni la tierra, ni el cielo,
ni el dios, ni el hombre. Lo in-finito que hay que pensar aquí es abismalmente diverso
de lo meramente sin fin, que por su uniformidad no consiente ningún crecimiento. Por
el contrario la «pertenencia más tierna» de tierra y cielo, dios y hombre, puede llegar a
ser más in-finita. Pues lo no-unilateral puede salir a luz más puramente a partir de la
entrañabilidad en que los Cuatro nombrados se mantienen en relación mutua.
Con todo no pasemos por alto el « pero» en el v. 48: «Pero a los viajeros .... El
viajero, es decir, el poeta queda distinguido respecto a lo que dicen los versos
inmediatamente precedentes (46 ss.):
Según eso, el «amor a la vida», nombrado en el v. 49, debe abrigar algo más
profundo. Incluye la muerte. Al venir la muerte, desaparece. Los mortales mueren la
muerte en la vida. En la muerte se hacen in-mortales los mortales.
«... vosotros caminos del viajero», por delante de ellos van las «voces del
destino. ¿Qué significa aquí «destino»? Si cabe entenderlo, es sólo si tenemos en cuenta
cómo se nombra al destino. «Oh vosotras, voces del destino ...» ¿Voces? Resuenan. La
elegía Pan y vino pregunta en su cuarta estrofa: «¿y dónde resuena el gran destino?».
Se piensa en la «bienaventurada Grecia», apelada al comienzo de esta estrofa, para la
cual y en la cual resonaba el gran destino.
¿A través de qué resuenan las «voces del destino»? ¿Qué resuena? Los versos 2
ss. dicen:
Como el pellejo del tambor golpeado repercute tronando a su modo con los
golpes de los palillos, así ante los golpes del rayo y de las «flechas de la lluvia», la tierra
devuelve su sonido (Grecia, 1ª versión, StA II, p. 254, 6). El resonar de la tierra es el
eco del cielo. En el resón, la tierra replica al cielo con su propia marcha.
Siempre, ¡ amada! va
la tierra y sostiene el cielo.
La tierra «sigue grandes leyes». Las «leyes» aquí nombradas son los iomñn en
sentido de indicaciones del gran destino, que indica y destina cada cosa a donde hace
falta que se use según su esencia. No escritas; por imposibles de escribir, determinan la
conexión infinita de toda la pertenencia. Son, como ya observa Hölderlin en los
Fragmentos filosóficos de Homburg (Hell. III, p. 261), las leyes «de que habla
Antígona».
La tierra se destina a las grandes leyes. ¿Por qué caminos? Son nombrados (v,
13 s.): «la ciencia y ternura». «La ciencia», esta palabra, dicha sencillamente como aquí,
está entendida en el sentido de la doctrina de su maestro Fichte y su amigo Hegel: «la
ciencia» es el pensar del pensador, que ha recibido de Grecia su nombre y con él su
esencia. La claridad del pensar determina «la luz en torno a la ventana» a través de la
cual el poeta «mira fuera». «Y la ternura» -hemos oído esas palabras en la carta a
Böhlendorff. La ternura señala la «popularidad» de los griegos. La popularitas es la
capacidad de la más alta inclinación hacia aquello, y la suprema participación en aquello
que, en cuanto extraño, alcanza conforme a su destino a un pueblo en lo que le es
innato. La popularidad de los griegos es ternura. De ella forman parte lo atlético del
cuerpo heroico y la capacidad de reflexión. La ternura, su esencia alegradora y
ofrecedora -y a la vez recibiendo sencillamente- tiene, con la ciencia que hace devolver
el reflejo pensando, la tierra abierta al cielo. Ambos forman la relación de la tierra con
el cielo y por ello son a la vez celestes.
Uno de los Cantos nocturnos que, bajo el título Lágrimas, canta a Grecia y
cuya época de origen se sitúa entre la carta a Böhlendorff y el esbozo Grecia, empieza:
Y es menester
preguntar al cielo.
El azul escuela de los ojos es de donde los «ojos del mundo de las maravillas»,
las islas de Grecia, «sus héroes y santos» aprenden lo que es propio del destino al
enfrentarse en contramirada. En la tercera estrofa del cántico nocturno Lágrimas canta
Hölderlin:
Las llamadas que miran hacia fuera a la inmortalidad son las llamadas de los
llamados. Estos reciben en la «vocación de poetas» la determinación al cántico. Los que
así llaman llegan a ser así ellos mismos una voz del destino. Su «amor de la
inmortalidad», esto es, de la divinidad, «es de un dios» (¿Qué es dios?, StA II, p. 210, 6
s.). Tal amor pertenece al dios, pero sigue siendo algo extraño en lo cual se destina igual
que en las nubes de cánticos. Pues también el dios está aún bajo el destino. El dios es
una de las voces del destino. De Dios se dice en el poema ¿Qué es dios?
Cuanto más es uno
invisible, se destina a lo extraño.
Cuatro voces son las que resuenan: el cielo, la tierra, el hombre, el dios. En esas
cuatro voces reúne el destino toda la infinita pertenencia. Pero ninguno .de los Cuatro se
sostiene y marcha unilateralmente por sí. Ninguno es finito en este sentido. Ninguno es
sin los demás. In-finitos se relacionan unos con otros; son lo que son a partir de la in-
finita pertenencia; son esa totalidad misma.
Tierra y cielo y su relación según eso, forman parte de la más rica pertenencia de
los Cuatro. Esa cifra no está pensada propiamente por Hölderlin ni dicha nunca por él.
Sin embargo, los Cuatro están por todas partes en su decir, vistos a partir de la
entrañabilidad de su copertenencia. Están ya contados en el sentido original .del contar
el «viejo (apenas oído) dicho de su copertenencia». «Cuatro» no nombra ninguna suma
calculada, sino la figura por sí única de la in-finita pertenencia de las voces del destino.
¿Y éste mismo? ¿Qué nos dicen del destino sus voces? Él envía a su destino a los
Cuatro en relación mutua, al retenerles reunidos en sí, a toda la pertenencia. Entonces
presumiblemente sería el destino «el centro», que centra en cuanto que media a los
Cuatro ante todo en su mutua pertenencia, destinándolos a ésta. El destino retoma para
sí a los Cuatro en su centro, los toma en sí, los capta en la entrañabilidad. Bajo el título
Forma y espíritu dice Hölderlin: «Todo es entrañable» (StA II, p. 321; Von Hellingrath
IV2, p. 381). Como centro de toda la pertenencia, el destino es el comienzo que lo reúne
todo. El centro es el gran comienzo en cuanto gran destino que resuena.
¿Qué es lo escaso? Debemos buscarlo allí desde donde llama Hölderlin, mirando
afuera a través de la ventana filosófica. Es el único lugar en que se reúnen para él todos
los lugares sagrados.
dice Hölderlin:
Los dos versos que preceden a las palabras de la llegada del gran comienzo,
contienen la respuesta:
Esto nos deja extrañados. ¿El cortejo va a ser lo grande y la boda va a ser lo
escaso? ¡Se pensaría lo contrario! La extrañeza crece aún cuando pensamos que ese
«Pero como...» no introduce una mera comparación, sino que dice él mismo el asunto
claramente: a saber, el modo como puede llegar un gran principio también a lo escaso.
Entonces sería la boda lo escaso. En cuanto que luego llegue a ella otra cosa, permanece
remitida a lo que viene, también la boda pertenece al venir. Ella misma es lo que viene.
Hölderlin dice de ella al comienzo de la 13.ª estrofa del Himno al Rhin (StA II, pp. 147,
180):
La novia es la tierra a la que llega la canción del cielo. Así dice el posterior
esbozo (StA II, p. 253, 44):
Entonces viene el canto nupcial del cielo.
Entonces hay «Paz plena. Rojo de oro». Dorados están, abiertos, «los soles y
lunas más amarillos». ¿Y «rojo»? ¿Es ese «rojo» por el cual el azul del cielo se hace
violeta para la tierra? Ese rojo sería entonces, en la esfera de lo luminoso, el eco del azul
escuela de los ojos.
Los días puros no tienen nada del tumulto amenazador de las nubes tormentosas.
La existencia de dios no se vela en una oscuridad. Aún más veladora que ésta es la más
clara claridad. En su serenidad medita arriba el dios el destino de la infinita pertenencia,
en cuanto que «odia» el «crecimiento fuera de sazón». (StA II, p. 225, 93 ss.). Ya los
griegos sabían que la claridad es aún más veladora que la oscuridad.
Sólo como el cortejo de los celestes, que, a partir de su fuego, danzan su coro
fundándolo en la tierra y los terrenales, es como puede el cortejo ser grande y, como
grande, ser el comienzo surgente del gran destino. No podemos agotar la riqueza de la
palabra «cortejo» [Reigen] dicha con sencillo temor. Pues nombra la riqueza misma, la
riqueza de lo que querría venir. En el Himno a los Titanes se dice (v. 20 ss.):
Cómo se entiende aquí «la riqueza», lo dice el poema que probablemente surgió
en torno al tiempo de la carta citada a Böhlendorff, escrito en el reverso de una carta de
Diótima, de 5 de marzo de 1800:
Llamado a través del cántico a la libertad en la tierra, este fuego debe llegar a lo
escaso como el gran comienzo. «¡Ven ahora, Fuego!» así arranca el Himno al Ister.
Pero lo que viene no es el dios tomado por sí. Lo que viene es la entera pertenencia in-
finita, en la que van unidos la tierra y el cielo con el dios y con los hombres. La venida
del gran comienzo es lo primero que lleva lo Escaso a serlo. Esto mismo es -en su
manera transformada- la pertenencia in-finita y tiene su sitio en el lugar pobre y secreto
en los campos donde el poeta está en su casa.
Quizá Europa ha llegado ya a ser lo que es: un mero cabo, pero, en cuanto tal, al
mismo tiempo, el cerebro de todo el cuerpo terráqueo, ese cerebro que computa el
cálculo técnico e industrial, planetario e interestelar. Porque es así y porque lo que es así
no puede durar, quizá podríamos añadir una tercera pregunta a las dos de Paul Valéry.
No pregunta pasando por encima de Europa, sino retrocediendo a su principio. Podría
decir así: Europa, como ese cabo y cerebro, debe llegar a ser tierra de un atardecer desde
el cual otra mañana del destino universal prepara su comienzo? La pregunta suena
presuntuosa y arbitraria. Pero tiene una base: ante todo en un hecho esencial, por otro
lado en una conjetura esencial.
Sin embargo nosotros los hombres de esta época del mundo, presumiblemente,
no estamos siquiera en lo escaso y menesteroso de esa necesidad a partir del cual los
Cuatro de la pertenencia infinita se llaman mutuamente. Apenas estamos en la
menesterosidad. Su necesidad consiste en que los mortales no la echen de ver y no se
den cuenta de cómo lo que viene posiblemente se hace más inminente cuanto más nos
echamos atrás ante ellos. Pero ¿dónde podríamos echarnos atrás? A la reserva
expectante. Ella es en sí a la vez el atreverse a pensar por adelantado. Tal reserva
previene lo que viene por el hecho de intentar la prueba de lo que ahora es.
Lo que se nos rehúsa, precisamente por eso se refiere a nosotros de una manera
propia. Tal manera de venir toca a los hombres hoy y en todo lugar con un
requerimiento aún raramente tenido en cuenta. En efecto el hombre de esta tierra está
requerido por la incondicionada soberanía de la esencia de la técnica moderna, junto con
ella misma, a establecer la totalidad del mundo como una sola situación uniforme,
asegurada por una fórmula mundial definitiva y por ello mismo calculable. El
requerimiento a tal organización lo articula todo en un solo empuje, cuya maquinación
allana la disposición de la pertenencia infinita. Ya no resuena el eco mutuo de las cuatro
«voces del destino». El requerimiento en la disposición calculadora de todo lo que es y
lo que puede ser, disimula la pertenencia in-finita. Más aún: El requerimiento
dominante en la soberanía de la esencia de la moderna técnica, tiene por delante de todo
como inexperimentable aquello a partir de lo cual el poder de disposición del
requerimiento recibe su decreto. ¿Qué es esto?
En tanto que reflexionamos todo esto, podríamos considerar por delante del
poema de Hölderlin, esto es de lo Escaso en que vive éste en su lugar, algo pequeño
[Gering-Fügiges]. Templados en armonía con esos pensamientos, podríamos oír mejor
el cántico que, bajo el título Grecia, llama al gran comienzo a su posible venida a lo
Escaso.
Es la boda, de tierra y cielo, cuando los hombres y «algún espíritu», esto es, un
dios, hacen vivir más en comunidad la belleza en la tierra. La belleza es el puro fulgir de
la patencia de toda la pertenencia infinita, junto con el centro. Pero el centro lo es en
cuanto lo que articula y dispone [Fügende und Verfügende] centrado. Es la conjunción
[Fuge], que se reserva su aparición, de la pertenencia de los Cuatro.
Pero es difícil
en lo grande conservar lo grande.
El poema nombra «el antiguo Decir», el mostrarse del gran comienzo. Éste es.
Su presencia se despliega «alrededor por todas partes» de ese único lugar; y ello «con
espiritualidad, esto es, con divinidad que vive ella misma en lo sagrado. Todos los
lugares sagrados están reunidos. El poema confía, en sus últimas líneas, en la
«Humanidad». Según el uso lingüístico de entonces, esa palabra no quiere decir la
totalidad de todos los hombres, sino que, como libertad dice la esencia de lo libre,
humanidad es la esencia del hombre. Esa esencia se requiere en la «relación viva y el
destino», esto es, en «la vida».