Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Carta encíclica de S.S. Pío XII sobre el culto y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador 1 .
Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y
abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a
Nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que
Nuestro Predecesor, de i. m., Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó
celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.
Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado
Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las
mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago:
Toda dádiva, buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces 2
, razón
tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el
inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la
gracia y de la verdad entre el Padre Celestial y el género humano, ha concedido a la
Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que
vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. Gracias a don tan inestimable, la
Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su Divino Fundador y cumplir más
fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo:
En el último gran día de la fiesta, Jesús, habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: "El que
tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí". Pues, como dice la Escritura, "de su seno
manarán ríos de agua viva". Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir lo que
creyeran en El 3
. Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que
habían de manar de su seno ríos de agua viva, fácilmente las relacionaban con los
vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se profetizaba el reino del Mesías, y
también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de
brotar agua 4 .
2. La caridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal
del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de
las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de
Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: La caridad de Dios ha sido
derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado 5 .
Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu
Santo, que es Amor por esencia, y la caridad divina que debe encenderse cada vez más en
el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, Venerables Hermanos, la
íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En
efecto; manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de
religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y
consagrarnos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su
Corazón traspasado. E igualmente claro es, y en un sentido aún más profundo, que este
culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la
caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al
dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de
tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: Quien al Señor se
adhiere, un espíritu es con El 6 .
I. SÓLIDOS PRINCIPIOS
3. La Iglesia siempre ha tenido en tan grande estima el culto del Sacratísimo Corazón
de Jesús: lo fomenta y propaga entre todos los cristianos, y lo defiende, además,
enérgicamente contra las acusaciones del "Naturalismo" y del "Sentimentalismo"; sin
embargo, es muy doloroso comprobar cómo, en lo pasado y aun en nuestros días, este
nobilísimo culto no es tenido en el debido honor y estimación por algunos cristianos, y a
veces ni aun por los que se dicen animados de un sincero celo por la religión católica y por
su propia santificación.
Si tú conocieses el don de Dios 7
. Con estas palabras, Venerables Hermanos, Nos, que
por divina disposición hemos sido constituidos guardián y dispensador del tesoro de la fe y
de la piedad que el Divino Redentor ha confiado a la Iglesia, conscientes del deber de
Nuestro oficio, amonestamos a todos aquellos de Nuestros hijos que, a pesar de que el
culto del Sagrado Corazón de Jesús, venciendo la indiferencia y los errores humanos, ha
penetrado ya en su Cuerpo Místico, todavía abrigan prejuicios hacia él y aun llegan a
reputarlo menos adaptado, por no decir nocivo, a las necesidades espirituales de la Iglesia
y de la humanidad en la hora presente, que son las más apremiantes. Pues no faltan
quienes, confundiendo o equiparando la índole de este culto con las diversas formas
particulares de devoción, que la Iglesia aprueba y favorece sin imponerlas, lo juzgan como
algo superfluo que cada uno pueda practicar o no, según le agradare; otros consideran
oneroso este culto, y aun de poca o ninguna utilidad, singularmente para los que militan en
el Reino de Dios, consagrando todas sus energías espirituales, su actividad y su tiempo a la
defensa y propaganda de la verdad católica, a la difusión de la doctrina social católica, y a
la multiplicación de aquellas prácticas religiosas y obras que ellos juzgan mucho más
necesarias en nuestros días. Y no faltan quienes estiman que este culto, lejos de ser un
poderoso medio para renovar y reforzar las costumbres cristianas, tanto en la vida
individual como en la familiar, no es sino una devoción, más saturada de sentimientos que
constituida por pensamientos y afectos nobles; así la juzgan más propia de la sensibilidad
de las mujeres piadosas que de la seriedad de los espíritus cultivados.
Otros, finalmente, al considerar que esta devoción exige, sobre todo, penitencia,
expiación y otras virtudes, que más bien juzgan pasivas porque aparentemente no
producen frutos externos, no la creen a propósito para reanimar la espiritualidad moderna,
a la que corresponde el deber de emprender una acción franca y de gran alcance en pro del
triunfo de la fe católica y en valiente defensa de las costumbres cristianas; y ello, dentro de
una sociedad plenamente dominada por el indiferentismo religioso que niega toda norma
para distinguir lo verdadero de lo falso, y que, además, se halla penetrada, en el pensar y
en el obrar, por los principios del materialismo ateo y del laicismo.
4. ¿Quién no ve, Venerables Hermanos, la plena oposición entre estas opiniones y el
sentir de Nuestros Predecesores, que desde esta cátedra de verdad aprobaron
públicamente el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús? ¿Quién se atreverá a llamar inútil
o menos acomodada a nuestros tiempos esta devoción que Nuestro Predecesor, de i. m.,
León XIII, llamó práctica religiosa dignísima de todo encomio, y en la que vio un poderoso
remedio para los mismos males que en nuestros días, en forma más aguda y más amplia,
inquietan y hacen sufrir a los individuos y a la sociedad? Esta devoción -decía-, que a todos
recomendamos, a todos será de provecho. Y añadía este aviso y exhortación que se refiere
a la devoción al Sagrado Corazón: Ante la amenaza de las graves desgracias que hace ya
mucho tiempo se ciernen sobre nosotros, urge recurrir a Aquel único, que puede alejarlas.
Mas ¿quién podrá ser Este sino Jesucristo, el Unigénito de Dios? "Porque debajo del cielo no
existe otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos" 8
. Por lo tanto,
a El debemos recurrir, que es "camino, verdad y vida" 9 .
No menos recomendable ni menos apto para fomentar la piedad cristiana lo juzgó
Nuestro inmediato Predecesor, de f. m., Pío XI, en su encíclica Miserentissimus Redemptor:
¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y
aun la norma de vida más perfecta, puesto que constituye el medio más suave de
encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más
eficaz que las mueve a amarle con más ardor y a imitarle con mayor fidelidad y eficacia? 10
.
Nos, por Nuestra parte, en no menor grado que Nuestros Predecesores, hemos
aprobado y aceptado esta sublime verdad; y cuando fuimos elevados al sumo pontificado,
al contemplar el feliz y triunfal progreso del culto al Sagrado Corazón de Jesús entre el
pueblo cristiano, sentimos Nuestro ánimo lleno de gozo y Nos regocijamos por los
innumerables frutos de salvación que producía en toda la Iglesia; sentimientos que Nos
complacimos en expresar ya en Nuestra primera Encíclica 11
. Estos frutos, a través de los
años de Nuestro pontificado -llenos de sufrimientos y angustias, pero también de inefables
consuelos-, no se mermaron en número, eficacia y hermosura, antes bien se aumentaron.
Pues, en efecto, muchas iniciativas, y muy acomodadas a las necesidades de nuestros
tiempos, han surgido para favorecer el crecimiento cada día mayor de este mismo culto:
asociaciones, destinadas a la cultura intelectual y a promover la religión y la beneficencia;
publicaciones de carácter histórico, ascético y místico para explicar su doctrina; piadosas
prácticas de reparación y, de manera especial, las manifestaciones de ardentísima piedad
promovidas por el Apostolado de la Oración, a cuyo celo y actividad se debe que familias,
colegios, instituciones y aun, a veces, algunas naciones se hayan consagrado al Sacratísimo
Corazón de Jesús. Por todo ello, ya en Cartas, ya en Discursos y aun Radiomensajes, no
pocas veces hemos expresado Nuestra paternal complacencia 12
.
5. Conmovidos, pues, al ver cómo tan gran abundancia de aguas, es decir, de dones
celestiales de amor sobrenatural del Sagrado Corazón de nuestro Redentor, se derrama
sobre innumerables hijos de la Iglesia católica por obra e inspiración del Espíritu Santo, no
podemos menos, Venerables Hermanos, de exhortaros con ánimo paternal a que,
juntamente con Nos, tributéis alabanzas y rendida acción de gracias a Dios, dador de todo
bien, exclamando con el Apóstol: Al que es poderoso para hacer sobre toda medida con
incomparable exceso más de lo que pedimos o pensamos, según la potencia que despliega
en nosotros su energía, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las
generaciones, en los siglos de los siglos. Amén 13
. Pero, después de tributar las debidas
gracias al Dios eterno, queremos por medio de esta Encíclica exhortaros a vosotros y a
todos los amadísimos hijos de la Iglesia a una más atenta consideración de los principios
doctrinales -contenidos en la Sagrada Escritura, en los Santos Padres y en los teólogos-,
sobre los cuales, como sobre sólidos fundamentos, se apoya el culto del Sacratísimo
Corazón de Jesús. Porque Nos estamos plenamente persuadidos de que sólo cuando a la
luz de la divina revelación hayamos penetrado más a fondo en la naturaleza y esencia
íntima de este culto, podremos apreciar debidamente su incomparable excelencia y su
inexhausta fecundidad en toda clase de gracias celestiales; y de esta manera, luego de
meditar y contemplar piadosamente los innumerables bienes que produce, encontraremos
muy digno de celebrar el primer centenario de la extensión de la fiesta del Sacratísimo
Corazón a la Iglesia universal.
Con el fin, pues, de ofrecer a la mente de los fieles el alimento de saludables
reflexiones, con las que más fácilmente puedan comprender la naturaleza de este culto,
sacando de él los frutos más abundantes, Nos detendremos, ante todo, en las páginas del
Antiguo y del Nuevo Testamento que revelan y describen la caridad infinita de Dios hacia el
género humano, pues jamás podremos escudriñar suficientemente su sublime grandeza;
aludiremos luego a los comentarios de los Padres y Doctores de la Iglesia; finalmente,
procuraremos poner en claro la íntima conexión existente entre la forma de devoción que
se debe tributar al Corazón del Divino Redentor y el culto que los hombres están obligados
a dar al amor que El y las otras Personas de la Santísima Trinidad tienen a todo el género
humano. Porque juzgamos que, una vez considerados a la luz de la Sagrada Escritura y de
la Tradición los elementos constitutivos de esta devoción tan noble, será más fácil a los
cristianos de ver con gozo las aguas en las fuentes del Salvador 14
; es decir, podrán
apreciar mejor la singular importancia que el culto al Corazón Sacratísimo de Jesús ha
adquirido en la liturgia de la Iglesia, en su vida interna y externa, y también en sus obras:
así podrá cada uno obtener aquellos frutos espirituales que señalarán una saludable
renovación en sus costumbres, según lo desean los Pastores de la grey de Cristo.
6. Para comprender mejor, en orden a esta devoción, la fuerza de algunos textos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, precisa atender bien al motivo por el cual la Iglesia
tributa al Corazón del Divino Redentor el culto de latría. Tal motivo, como bien sabéis,
Venerables Hermanos, es doble: el primero, común también a los demás miembros
adorables del Cuerpo de Jesucristo, se funda en el hecho de que su Corazón, por ser la
parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostáticamente a la Persona del
Verbo de Dios, y, por consiguiente, se le ha de tributar el mismo culto de adoración con
que la Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios encarnado. Es una verdad de la fe
católica, solemnemente definida en el Concilio Ecuménico de Efeso y en el II de
Constantinopla 15
. El otro motivo se refiere ya de manera especial al Corazón del Divino
Redentor, y, por lo mismo, le confiere un título esencialmente propio para recibir el culto de
latría: su Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo
natural de su inmensa caridad hacia el género humano. Es innata al Sagrado Corazón,
observaba Nuestro Predecesor León XIII, de f. m., la cualidad de ser símbolo e imagen
expresiva de la infinita caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor 16
.
Es indudable que los Libros Sagrados nunca hacen una mención clara de un culto de
especial veneración y amor, tributado al Corazón físico del Verbo Encarnado como a
símbolo de su encendidísima caridad. Este hecho, que se debe reconocer abiertamente, no
nos ha de admirar ni puede en modo alguno hacernos dudar de que el amor de Dios a
nosotros -razón principal de este culto- es proclamado e inculcado tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento con imágenes con que vivamente se conmueven los corazones. Y
estas imágenes, por encontrarse ya en los Libros Santos cuando predecían la venida del
Hijo de Dios hecho hombre, han de considerarse como un presagio de lo que había de ser
el símbolo y signo más noble del amor divino, es a saber, el sacratísimo y adorable Corazón
del Redentor divino.
7. Por lo que toca a Nuestro propósito, al escribir esta Encíclica, no juzgamos necesario
aducir muchos textos de los libros del Antiguo Testamento que contienen las primeras
verdades reveladas por Dios; creemos baste recordar la Alianza establecida entre Dios y el
pueblo elegido, consagrada con víctimas pacíficas -cuyas leyes fundamentales, esculpidas
en dos tablas, promulgó Moisés 17
e interpretaron los profetas-; alianza, ratificada por los
vínculos del supremo dominio de Dios y de la obediencia debida por parte de los hombres,
pero consolidada y vivificada por los más nobles motivos del amor. Porque aun para el
mismo pueblo de Israel, la razón suprema de obedecer a Dios era no ya el temor de las
divinas venganzas, que los truenos y relámpagos fulgurantes en la ardiente cumbre del
Sinaí suscitaban en los ánimos, sino más bien el amor debido a Dios: Escucha, Israel: El
Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás, pues al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que hoy te mando estarán en tu
corazón 18
.
No nos extrañemos, pues, si Moisés y los profetas, a quien con toda razón llama el
Angélico Doctor los "mayores" del pueblo elegido 19
, comprendiendo bien que el
fundamento de toda la ley se basaba en este mandamiento del amor, describieron las
relaciones todas existentes entre Dios y su nación, recurriendo a semejanzas sacadas del
amor recíproco entre padre e hijo, o entre los esposos, y no representarlas con severas
imágenes inspiradas en el supremo dominio de Dios o en nuestra obligada servidumbre
llena de temor.
Así, por ejemplo, Moisés mismo, en su celebérrimo cántico, al ver liberado su pueblo de
la servidumbre de Egipto, queriendo expresar cómo esa liberación era debida a la
intervención omnipotente de Dios, recurre a estas conmovedoras expresiones e imágenes:
Como el águila que adiestra a sus polluelos para que alcen el vuelo y encima de ellos
revolotea, así (Dios) desplegó sus alas, alzó (a Israel) y le llevó en sus hombros 20
. Pero
ninguno, tal vez, entre los Profetas, expresa y descubre tan clara y ardientemente como
Oseas el amor constante de Dios hacia su pueblo. En efecto; en los escritos de este profeta
que entre los profetas menores sobresale por la profundidad de conceptos y la concisión del
lenguaje, se describe a Dios amando a su pueblo escogido con un amor justo y lleno de
santa solicitud, cual es el amor de un padre lleno de misericordia y amor, o el de un esposo
herido en su honor. Es un amor que, lejos de disminuir y cesar ante las monstruosas
infidelidades y pérfidas traiciones, las castiga, sí, como lo merecen en los culpables, no
para repudiarlos y abandonarlos a sí mismos, sino sólo con el fin de limpiar y purificar a la
esposa alejada e infiel y a los hijos ingratos para hacerles volver a unirse de nuevo consigo,
una vez renovados y confirmados los vínculos de amor: Cuando Israel era niño, yo le amé;
y de Egipto llamé a mi hijo... Yo enseñé a andar a Efraín, los tomé en mis brazos, mas ellos
no comprendieron que yo los cuidaba. Los conducía con cuerdas de humanidad, con lazos
de amor... Sanaré su rebeldía, los amaré generosamente, pues mi ira se ha apartado de
ellos. Seré como el rocío para Israel, florecerá él como el lirio y echará sus raíces como el
Líbano 21
.
Expresiones semejantes tiene el profeta Isaías, cuando presenta a Dios mismo y a su
pueblo escogido como dialogando y discutiendo entre sí con opuestos sentimientos: Mas
Sión dijo: Me ha abandonado el Señor, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede, acaso, una
mujer olvidar a su pequeñuelo hasta no apiadarse del hijo de sus entrañas? Aunque esta se
olvidare, yo no me olvidaré de ti 22
.
Ni son menos conmovedoras las palabras con que el autor del Cantar de los Cantares,
sirviéndose del simbolismo del amor conyugal, describe con vivos colores los lazos de amor
mutuo que unen entre sí a Dios y a la nación predilecta: Como lirio entre las espinas, así mi
amada entre las doncellas... Yo soy de mi amado, y mi amado es para mí; El se apacienta
entre lirios... Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, pues fuerte
como la muerte es el amor, duros como el infierno los celos; sus ardores son ardores de
fuego y llamas 23
.
8. Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las
repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunca llega a repudiarlo definitivamente; se
nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es así, en sustancia, sino el preludio a
aquella muy encendida caridad que el Redentor prometido había de mostrar a todos con su
amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la
Nueva Alianza.
Porque, en verdad sólo Aquel que es el Unigénito del Padre y el Verbo hecho carne lleno
de gracia y de verdad 24
, al descender hasta los hombres, oprimidos por innumerables
pecados y miserias, podía hacer que de su naturaleza humana, unida hipostáticamente a su
Divina Persona, brotara un manantial de agua viva que regaría copiosamente la tierra árida
de la humanidad, transformándola en florido jardín lleno de frutos. Obra admirable que
había de realizar el amor misericordiosísimo y eterno de Dios, y que ya parece preanunciar
en cierto modo el profeta Jeremías con estas palabras: Te he amado con un amor eterno,
por eso te he atraído a mí lleno de misericordia... He aquí que vienen días, afirma el Señor,
en que pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; ... Este será
el pacto que yo concertaré con la casa de Israel después de aquellos días, declara el Señor:
Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón; yo les seré su Dios, y ellos serán
mi pueblo...; porque les perdonaré su culpa y no me acordaré ya de su pecado 25
.
Is. 12, 3.
2
Iac. 1, 17.
3
Io. 7, 37-39.
4
Cf. Is. 12, 3; Ez. 47, 1-12; Zach. 13, 1; Ex. 17, 1-7; Num. 20, 7-13; 1 Cor. 10, 4; Apoc. 7, 17;
22, 1.
5
Rom. 5, 5.
6
1 Cor. 6, 17.
7
Io. 4, 10.
8
Act. 4, 12.
9
Cf. A.A.S. 32 (1940) 276; 35 (1943) 170; 37 (1945) 263-264; 40 (1948) 501; 41 (1949) 331.
13
Eph. 3, 20-21.
14
Is. 12, 3.
15
Conc. Ephes. can. 8; cf. Mansi, Sacrorum Conciliorum ampliss. Collectio, 4, 1083 C.; Conc.
Const. II, can. 9; cf. ibid. 9, 382 E.
16
Deut. 6, 4-6.
19
Cant. 2, 2; 6, 2; 8, 6.
24
Io. 1, 14.
25
Io. 1, 16-17.
28
Ibid., 21.
29
Eph. 3, 17-19.
30
Eph. 3, 18.
34
Io. 4, 24.
35
2 Io. 7.
36
S. Leo Magnus, Ep. dogm. "Lectis dilectionis tuae" ad Flavianum Const. Patr. 13 iun. a. 449: cf.
PL 54, 763.
38
S. Gelasius Papa, tr. 3: "Necessarium", de duabus naturis in Christo: cf. A. Thiel Epist. Rom.
Pont. a S. Hilaro usque ad Pelagium II, p. 532.
40
Cf. S. Th. Sum. theol. 3, 15, 4; 18, 6: ed. León. 11 (1903) 189 et 237.
41
Apol. 2, 13 PG 6, 465.
44
Col. 2, 9.
53
Tit. 3, 4.
56
Eph. 2, 7.
58
Marc. 8, 2.
61
Mal. 1, 11.
74
1 Io. 3, 16.
77
Gal. 2, 20.
78
Cf. S. Th. Sum. theol. 3, 19, 1: ed. Leon. 11 (1903) 329.
79
Eph. 5, 2.
83
Ibid. 4, 8. 10.
84
Col. 2, 3.
86
Eph. 5, 25-27.
88
Cf. 1 Io. 2, 1.
89
Hebr. 7, 25.
90
Ibid. 5, 7.
91
Io. 3, 16.
92
S. Bonaventura, Opusc. X Vitis mystica 3, 5: Opera Omnia, Ad Claras Aquas (Quaracchi) 1898,
8, 164. -Cf. S. Th. 3, 54, 4: ed. Leon. 11 (1903) 513.
93
Rom. 8, 32.
94
Cf. Decr. S. C. Rit. apud N. Nilles, De rationibus festorum Sacratissimi Cordis Iesu et purissimi
Cordis Mariae, 5a. ed. Innsbruck, 1885, tomo 1, 167.
101
Tit. 3, 4.
103
Io. 3, 17.
104
Ibid. 4, 23-24.
105
Innocentius XI, constit. ap. Coelestis Pastor, 19 nov. 1687: Bullarium Romanum, Romae 1734,
tomo 8, 443.
106
Io. 14, 6.
108
Comment. in Evang. S. Ioann. 13, lect. 7, 3: ed. Parmae, 1860, tomo 10, p. 541.
111
Cf. S. Th. Sum. theol. 2. 2.ae 34, 2 ed. Leon. 8 (1895) 274.
118
Enc. Annum Sacrum: AL 19 (1900) 79. -Enc. Miserentissimus Redemptor: A.A.S. 20 (1928) 167.
122
Litt. ap. quibus Archisodalitas a Corde Eucharistico Iesu ad S. Ioachim de Urbe erigitur, 17 febr.
1903; AL 22 (1903) 307 sq.; cf. enc. Mirae caritatis, 22 maii 1902: AL 22 (1903) 116.
123
S. Albertus M. De Eucharistia, dist. 6, tr. 1, c. 1: Opera Omnia ed. Borgnet, vol. 38, Parisiis
1890, p. 358.
124