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PEDAGOGIA Y SUMISION.

Por Gustavo Rincón Garzón.

Al abordar la historia de la pedagogía fácilmente percibo que, pese a los movimientos


renovadores surgidos a partir del siglo XVIII, la pedagogía tradicional subsiste en
muchas instituciones educativas y conserva, aunque con diferentes matices, algunos de
los rasgos que históricamente la han caracterizado. La actitud pasiva del alumno frente
al proceso pedagógico, la concepción del aula como único lugar de aprendizaje, la
noción de la mente del niño como una caja vacía que hay que llenar y la utilización del
conocimiento como medio para perpetuar un estado de cosas son algunos de los rasgos
que definen la pedagogía tradicional, tan fuertemente criticada. Pero es quizás la
exigencia de sumisión en el niño uno de los rasgos que más expresan y empobrecen la
pedagogía tradicional en muchas de nuestras escuelas. ¿En donde se halla la raíz de la
sumisión? ¿Cómo entender el concepto de sumisión? ¿Por qué para muchas escuelas el
niño sumiso es aún el niño ideal?

La sumisión por parte del niño es un hecho que siempre ha acompañado a la pedagogía
occidental y que pareciera estar íntimamente ligado al carácter dogmático del
conocimiento. Carácter probablemente heredado de la tradición patrística y medieval
según la cual el conocimiento es fruto de la revelación divina y fundamento de la
salvación y por ello debe ser escuchado, repetido y memorizado.1 Los depositarios
absolutos de este conocimiento son los clérigos y sacerdotes – la iglesia – y adquieren
un poder casi absoluto, ya que, dado su origen, el conocimiento se presenta como
incuestionable y la actitud del creyente no puede ser otra que la sumisión y la
obediencia. Tras la oficialización del cristianismo será la Iglesia, a través de las escuelas
abaciales y catedralicias, depositarias de la tradición patrística, la abanderada de la
educación de los niños y jóvenes. Al ser depositario de la verdad revelada, la palabra
del clérigo adquiere un poder casi absoluto ante la cual solo cabe la obediencia ciega y
la sumisión2. Las primeras escuelas son escuelas para la fe, para el aprendizaje de las
verdades eternas y para la salvación del alma; allí el niño solo escucha, escucha sumiso

1
BUHLER, J. Vida y cultura en la edad media. México: Fondo de Cultura Económica. 1957.
2
ABBAGNANO, N. y VISALBERGHI A. Historia de la Pedagogía. México: Fondo de Cultura
Económica, 1975.
y obediente y repite las palabras del sacerdote o del monje; allí no existe la posibilidad
de la disensión, las verdades están y esas son. Las escuelas nacen así , con el germen
de lo absoluto, la palabra dada, irrefutable, incontrovertible, exige obediencia y
docilidad La sumisión está pues, muy ligada a la educación en la fe.

“En Ninguna época la gente estuvo más imbuida de la convicción de que el ser humano
es una criatura que aprende. Aprendiendo se vuelve capaz de hacer todo lo posible para
la salvación de Dios”3; el maestro se convierte en un recurso para lograr esa salvación,
pues su función en la escuela es ayudar a que brote. Así, nacidas con un objeto
eminentemente religioso y catequético las escuelas abaciales y catedralicias se
convirtieron en el germen de nuestra escuela y a través de los siglos prolongaron su
herencia: un saber dado de carácter absoluto, el conocimiento; un transmisor de ese
saber, el maestro; un sitio en el cual se aprende, la escuela; una mente vacía que hay que
llenar, el estudiante; una relación de carácter vertical, el maestro impera sobre el
alumno; una actitud por parte del educando, la obediencia y la sumisión.

Este concepto de sumisión y obediencia esta ampliamente ligado al concepto que se


tenía del niño. En su Declamatio Pueril4 Erasmo de Rótterdam compara al niño con
una masa bruta que de no formarse a tiempo se puede convertir en una bestia o
cualquier cosa, pues él tiene la capacidad de ser un dios o un demonio. El instrumento
con que cuenta la sociedad para desarrollar esta capacidad es la escuela, en ella el
maestro debe tener una imagen previa de lo que el niño tiene que ser, éste solo podrá
ser a través de la obediencia y la sumisión. El niño es sumiso cuando, tal como sucede
con la masa bruta, se deja moldear a voluntad de su maestro; si no lo es se recurrirá a
palos o varas para golpearlo hasta que lo sea.5

El niño sumiso es un niño dócil, obediente y para muchas escuelas y profesores es el


niño ideal pues su actitud y comportamiento no implican mayores exigencias de orden
didáctico y metodológico. Es un niño que escucha obediente y diligentemente al
profesor, sigue las instrucciones, realiza todas las actividades sin mayores objeciones así
estas sean tediosas y aburridas. Al profesor solo le compete repetir lo que sabe,
probablemente repetirá lo mismo y de la misma forma durante años a diferentes
3
RUTTHAUS, Whilhelm. ¿Para qué educar? Barcelona:Herder ,2004, p. 33
4
Ibid., p. 34
5
DE ZUBIRIA, J. Los Modelos Pedagógicos. Bogota: Fundación Alberto Merani, 2000. pedagógicos
generaciones; como su autoridad se impone no habrá confrontación ya que su sola
presencia es sinónimo de dominio y gobierno. Las formas como se impone la autoridad
en la escuela han sido ampliamente estudiadas en sus diferentes aspectos. Alice Miller,
por ejemplo, demuestra, como éstas a veces se expresan en maneras tan sutiles y
aparentemente inofensivas pero poco a poco van minando y anulando la personalidad
del niño.6

La sumisión implica un concepto de enseñanza y una forma de aprendizaje: La


enseñanza es la transmisión del conocimiento, generalmente en forma oral, por parte de
una persona que sabe un tema y esta dirigida a un sujeto ignorante; el aprendizaje solo
es posible a través de la actitud y la disposición del estudiante. Una actitud de silencio y
una disposición para realizar determinadas actividades indicadas por el profesor, quien,
para conseguir su propósito tiene que actuar de una manera severa y exigente pues no
siempre existe la disposición para el conocimiento.

La escuela de la sumisión es la escuela del conocimiento quieto, estático y repetido


constantemente; un conocimiento que llega a la escuela a través del maestro y que raras
veces tiene que ver con el mundo real del estudiante ya que tiene un carácter esquivo
pues raras veces se le podrá disfrutar y vivenciar afectivamente.

Finalmente, la escuela de la sumisión es una escuela triste. En ella son necesarias la


severidad hacia los estudiantes y la exigencia de lo máximo que estos puedan dar. Ir a
la escuela a buscar el placer y la facilidad es ir contra la naturaleza humana, ya que ésta
solo se construye a partir de la negación de sí mismo y de la superación de todos los
obstáculos y dificultades. Por su naturaleza y función, la escuela se convierte entonces
en el sitio para la exigencia y la corrección y para la espontaneidad escondida. Afuera
de la escuela el niño podrá hacer todo lo que quiera, pero al ingresar a ella dejará su
personalidad colgada en el perchero para ser otro: el sumiso, el obediente, el ideal.

6
Miller, Alice. Por tu propio bien. Barcelona: TusQuets Editores, 1992.

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