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y castigo
BY EUGENIO SÁNCHEZ BRAVO ON 29 OCTUBRE, 2008 • (11 COMENTARIOS )
Ludópata empedernido, se ve acosado por las deudas y los acreedores. Abandona Rusia y
viaja por Europa de casino en casino. A esta época pertenecen sus mejores novelas: El
jugador (Madrid: Alianza, 2005), Crimen y castigo (Madrid: Alianza, 2005), Los
demonios(Madrid: Alianza, 2005) y El idiota (Madrid: Alianza, 2005).
Regresa a Rusia en 1873, consagrado ya como estritor. Su última novela es Los hermanos
Karamazov(Madrid: Debate, 2000), obra cumbre de la literatura universal. Murió en San
Petersburgo en 1881.
Por último, es necesario dar una explicación biográfica del excesivo número de páginas de
las novelas de Dostoievski. Las severas penurias económicas que padeció toda su vida le
obligaban a la escritura por entregas. Así, tanto Crimen y castigo como Los hermanos
Karamazov fueron publicadas como seriales en la prensa, con lo que las ganacias del autor se
incrementaban cuanto más las engordase.
Sinopsis
La novela relata la historia del joven estudianteRaskolnikov. El protagonista vive en la más
absoluta pobreza en una buhardilla infecta. Su hermana Dunia se ve obligada a casarse para
salir de la miseria con el típico pretendiente rico y repulsivo. Para evitarlo Raskolnikov
decide asesinar a la vieja usurera de su edificio. Mientras la destroza con el hacha y le roba
las joyas, aparece la hermana idiota de la vieja y el protagonista no duda en liquidarla a
hachazo limpio también. En principio, Raskolnikov entiende que no ha cometido crimen
alguno: ha salvado de un destino trágico a su inocente hermana y ha librado al mundo de un
bicho repugnante. Pero el sentimiento de culpa va creciendo dentro de él hasta que termina
por autoinculparse ante el juez Porfiri Petrovich. Finalmente, Raskolnikov es condenado a
trabajos forzados en Siberia donde sobrevive gracias al amor deSonia, prostituta de buen
corazón que recuerda al arquetipo de María Magdalena.
»Ya ven ustedes que no he dicho nada nuevo. Estas ideas se han
comentado mil veces de palabra y por escrito. En
-Gracias.
-No hay de qué. Pero piense que semejante error es sólo posible en la
primera categoría, es decir, en la de los hombres ordinarios, como yo
les he calificado, tal vez equivocadamente. A pesar de su tendencia
innata a la obediencia, muchos de ellos, llevados de un natural alocado
que se encuentra incluso entre las vacas, se consideran hombres de
vanguardia, destructores llamados a exponer ideas nuevas, y lo creen
con toda sinceridad. Estos hombres no distinguen a los verdaderos
innovadores y suelen despreciarlos, considerándolos espíritus
mezquinos y atrasados. Pero me parece que no puede haber en ello
ningún serio peligro, ya que nunca van muy lejos. Por lo tanto, la
inquietud de usted no está justificada. A lo sumo, merecen que se les
azote de vez en cuando para castigarlos por su desvío y hacerlos volver
al redil. No hay necesidad de molestar a un verdugo, pues ellos mismos
se aplican la sanción que merecen, ya que son personas de alta
moralidad. A veces se administran el castigo unos a otros; a veces se
azotan con sus propias manos. Se imponen penitencias públicas, lo que
no deja de ser hermoso y edificante. Es la regla general. En una
palabra, que no tiene usted por qué inquietarse.
-Sin duda, tú te has dejado llevar hasta más allá del límite de tu idea.
Eso es un error. Leeré tu artículo. Tú has dicho más de lo que querías
decir… Tú no puedes opinar así… Leeré tu artículo.
-¿Qué quiere usted que le diga? Eso no me afecta lo más mínimo. Así es
y así será siempre… Fíjese usted en éste –e indicó con un gesto a
Rasumikhine-. Hace un momento decía que yo disculpaba el asesinato.
Pero ¿eso qué importa? La sociedad está bien protegida por las
deportaciones, las cárceles, los presidios, los jueces. No tiene motivo
para inquietarse. No tiene más que buscar al delincuente.
-¿Y si se le encuentra?
Levantó los ojos y miró a los presentes con aire distraído. Después
sonrió y cogió su gorra. Estaba sereno, por lo menos mucho más que
cuando había llegado, y se daba cuenta de ello. Todos se levantaron.
Porfirio Petrovitch dijo:
-Bien, usted dirá -dijo Raskolnikof, de pie, pálido y serio, frente al juez
de instrucción.
-Pues se trata… No sé cómo explicarme… Es una idea tan extraña… De
tipo psicológico, ¿sabe…? Verá. Yo creo que cuando estaba usted
escribiendo su artículo tenía forzosamente que considerarse, por lo
menos en cierto modo, como uno de esos hombres extraordinarios
destinados a decir «palabras nuevas», en el sentido que usted ha dado
a esta expresión… ¿No es así?
-En ese caso, ¿sería usted capaz de decidirse, para salir de una
situación económica apurada o para hacer un servicio a la humanidad,
a dar el paso…, en fin, a matar para robar?