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En la ciudad de La Plata a los 27 días del mes de

octubre de dos mil nueve, reunidos en Acuerdo

Ordinario, los Señores Jueces de la Sala Segunda del

Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos

Aires, doctores Jorge Hugo Celesia, Carlos Alberto

Mahiques y Fernando Luis María Mancini, con el objeto

de resolver en esta causa n° 10953 del registro de

este Tribunal, caratulada: “G. P., J. A. s/ recurso

de casación”, estando representado el Ministerio

Público Fiscal por el señor Fiscal Adjunto de

Casación, Dr. Jorge Armando Roldán, y el imputado por

la señora Defensora Oficial Adjunta de Casación, Dra.

Ana Julia Biasotti.

Habiéndose efectuado el sorteo para establecer el

orden en que los señores Jueces emitan su voto,

resultó que en la votación debía observarse el orden

siguiente: MANCINI – CELESIA - MAHIQUES.

ANTECEDENTES

El Tribunal en lo Criminal n° 2 del departamento

judicial Lomas de Zamora condenó, con fecha 15 de

julio de 2002, a J. A. G. P. a la pena de reclusión

perpetua, accesorias legales y costas con más la


accesoria de reclusión por tiempo indeterminado,

declarándolo reincidente por segunda vez, por

considerarlo coautor penalmente responsable de los

delitos de robo agravado por su comisión con armas,

robo calificado por el empleo de armas en grado de

tentativa, robo agravado por el empleo de armas en

concurso real con homicidio triplemente calificado

por alevosía, por el concurso premeditado de tres o

más personas y por haberse realizado para procurar la

impunidad de otros ilícitos y autor penalmente

responsable del delito de tenencia ilegal de arma y

munición de guerra.

Contra dicho pronunciamiento interpuso recurso

de casación la Sra. Defensor Oficial del imputado,

Dra. Mónica Adriana Castronuovo.

Cumplidos los trámites de rigor, esta causa se

encuentra en condiciones de ser resuelta, por lo que

el Tribunal decidió tratar y votar las siguientes


CUESTIONES

Cuestión previa: ¿Se encuentra extinguida por

prescripción la acción penal respecto del delito de

tenencia ilegal de arma de guerra por el que viene

condenado el imputado J. A. G. P.?

Primera: ¿Corresponde hacer lugar al recurso de

casación interpuesto por la defensa?

Segunda: ¿Qué pronunciamiento corresponde dictar?

A la cuestión previa planteada, señor Juez Dr.

Mancini, dijo:

La vigencia de la pretensión punitiva resulta una

cuestión de orden público merecedora, por esa razón,

de un tratamiento, a todo evento, oficioso, por lo

que cabe abordar su análisis.

La regulación del instituto de la prescripción de

la acción penal tiene fundamento en razones de

utilidad pública tendientes a otorgar estabilidad y

seguridad jurídica a los justiciables, alejando la

idea de incertidumbre generada por la prolongación de

los procesos a que se encuentran sometidos, y

también, en el deterioro pensable en el interés

estatal por la persecución. Así, entonces, a fin de

resguardar los intereses antes mencionados la ley


dispone que transcurrido el lapso legalmente

previsto, se extingue la acción penal, haciendo

desaparecer, de tal modo, la incertidumbre que pesa

sobre quien e encuentra a la espera de un

pronunciamiento judicial.

En el presente caso, luego de la reforma

legislativa del artículo 67 del Código Penal,

introducida por Ley 25.990, aparecen, en principio,

como transcurridos aquellos plazos fatales, tornando

probablemente prescripta la acción penal hecha valer

en las presentes actuaciones respecto del delito de

tenencia ilegal de arma de guerra que se le imputa al

encartado G. P.

La reforma legislativa del art. 67 del Código

Penal, introducida por Ley 25.990 del 11/01/2005,

resulta de aplicación retroactiva por resulta más

benigna conforme el art. 2 del mismo cuerpo legal,

pues determina taxativamente las causales

interruptivas de la prescripción de la acción penal –

transformando inaplicable el criterio sostenido por

esta Alzada en el Acuerdo Plenario de fecha

18/09/2003- y consagra legalmente la tesis del

paralelismo para los casos de concurso real de


delitos (a la que ya había adherido, vigente la

anterior redacción, conforme los fundamentos

expuestos en causa n° 10521/II caratulada: “Aner,

Adalberto s/ recurso de casación”, sent. 04/03/04,

reg. 59/04), en tanto que la regulación anterior

aludía –en lo que aquí interesa- a la secuela de

juicio como causa interruptora, con las múltiples

interpretaciones que tal concepto mereciera y dando

pábulo al debate entre las así denominadas tesis de

acumulación y tesis del paralelismo.

En el nuevo escenario normativo, frente al

actual catálogo de actos interruptivos consagrado por

la norma mencionada y la expresa determinación de que

el plazo de prescripción “... corre, se suspende o se

interrumpe separadamente para cada delito...”, cabe

ahora analizar, en el caso concreto, si sigue vigente

la acción penal en relación al delito de tenencia

ilegal de arma (arts. 189 bis párrafos 4º –según Ley

25086- del C.P.), presuntamente cometido el 17 de

agosto de 1999, según surge de la sentencia

condenatoria en crisis, dictada el 15 de julio de

2002.

Así las cosas, aún si se tomara la fecha del


pronunciamiento no firme que aparecería como la

última actividad con vocación interruptiva frente al

actual catálogo de actos a los que se les asigna tal

efecto consagrado por la norma del art. 67 del Código

Penal (según Ley 25990), bien puede advertirse que

hasta la fecha, no se han llevado a cabo actos

distintos del mencionado, a los que pueda asignársele

la mentada eficacia interruptiva.

Por otra parte, en función de lo informado a fs.

478/482 y 569/570 del presente legajo por el Registro

Nacional de Reincidencia y el Ministerio de Seguridad

de la Provincia de Buenos Aires puede concluirse que,

en autos, no ha operado la interrupción del término

de prescripción de la acción penal por la comisión de

un nuevo delito respecto del encartado G. P.

En consecuencia, transcurrido el plazo legal

previsto por el art. 62 inc. 2° del C.P. en relación

a los arts. 189 bis párrafo 6° –según Ley 25086-, en

cuenta al paralelismo en el cómputo del plazo de

prescripción que, con la reforma del art. 67, viene

legalmente impuesto, y no habiéndose evidenciado

ninguna de las causales interruptivas normadas por el

mencionado precepto en su nueva redacción desde el


dictado de la sentencia condenatoria no firme de

fecha 15 de julio de 2002, corresponde declarar

prescripta conforme lo dispuesto por el art. 59 inc.

3° del Código de fondo, la acción penal respecto del

delito tenencia ilegal de arma de guerra, con lo que

subsiste vigente –únicamente- la acción penal

relativa a los delitos de robo agravado por su

comisión con armas, robo calificado por el empleo de

armas en grado de tentativa, robo agravado por el

empleo de armas en concurso real con homicidio

triplemente calificado por alevosía, por el concurso

premeditado de tres o más personas y por haberse

realizado para procurar la impunidad de otros

ilícitos que se endilgan al imputado en calidad de

coautor.

Sin perjuicio de lo expuesto, en función de la

reforma legislativa del artículo 189 bis del Código

Penal, consagrada por ley 25.886 del 5/5/04,

corresponde dar tratamiento por separado al delito de

tenencia ilegal de munción de guerra por el que

también viene condenado G. P.

Por lo expuesto y con el alcance fijado, voto

por la afirmativa.
A la cuestión previa planteada, el señor Juez

doctor Celesia dijo:

Adhiero al voto del Señor Juez Dr. Mancini, en

igual sentido y por sus mismos fundamentos.

Así lo voto.

A la cuestión previa planteada, el señor Juez

doctor Mahiques dijo:

Adhiero al voto del Señor Juez Dr. Mancini, en

igual sentido y por sus mismos fundamentos.

Así lo voto.

A la primera cuestión planteada el señor Juez,

Dr. Mancini, dijo:

I. A fs. 73/85 la Sra. Defensora Oficial expresó

los motivos que sustentan la vía casatoria.

1. Como primer motivo de agravio sostiene la

existencia de prohibiciones probatorias basadas en la

vulneración al derecho a la intimidad.

En tal sentido ataca las escuchas telefónicas

que se efectuaron en la investigación por dos

motivos: 1) Por entender que los números telefónicos

existentes en el interior de la memoria de teléfono

celular deben ser equiparados al concepto de

correspondencia privada y por ende dicha información


debió ser plasmada en un acta con la intervención del

Juez de Garantías y secretario actuante; 2) Por

entender que las mismas devienen a todas luces

“ilegales” toda vez que no existió auto fundado

dispuesto por juez competente a través del cual se

ordenó la intervención de la línea en cuestión.

Respecto del punto 1) señala los dichos del

preventor G., volcados durante el debate. Refiere que

el declarante dijo que se dirigió al Hospital

Gandulfo y procedió a secuestrar las prendas del

occiso Frías Sánchez como así también un teléfono

celular, agregando que el testigo mencionó haber

obtenido en forma personal los distintos números

telefónicos existentes en la memoria del aparato para

luego confeccionar un listado que le fue entregado al

señor Fiscal interviniente.

La defensa plantea la exclusión probatoria

respecto de la prueba en tratamiento, toda vez que la

misma no fue obtenida por el órgano jurisdiccional y

careció del debido control de las partes, por lo que

nada garantiza certeza en cuanto a la veracidad de

los números telefónicos obtenidos.

En consecuencia solicita se asimile el caso al


de la correspondencia privada y se declare la

nulidad de la obtención de dicha prueba, como todo lo

obrado en consecuencia, por violar garantías

constitucionales básicas.

Por otro lado, sostiene que si bien pudo existir

cierta urgencia para la obtención de dicha

información, el acto al menos debió ser convalidado

por el órgano jurisdiccional correspondiente.

Refiere que no existiendo ninguna otra fuente

independiente que permita dar con el domicilio de su

asistido –Morixe 167- y a la postre con la posterior

aprehensión de G. P., como así también con el

secuestro de los elementos que sustentan la

imputación del delito de tenencia de arma y munición

de guerra, por lo que se impone su inmediata

exclusión debiéndose equiparar a las mismas con las

denominadas “nulidades absolutas” por resultar

violatorias de los arts. 18 y 19 de la Constitución

Nacional.

Cita doctrina en apoyo a su postura.

2. Como segundo motivo de agravio la defensa

denuncia arbitrariedad en la valoración de la prueba.

En primer término hace alusión a las escuchas


telefónicas y agrega que el “a quo” nada dijo sobre

la emisión de orden fundada por parte del juez

competente para intervenir la línea en cuestión.

Luego señala que el juez preopinante hizo

mención al menos de dos llamados telefónicos que

vincularían a su defendido con el occiso Frías

Sánchez y con el encartado G., como así también habla

de una supuesta comunicación en la que se deja

constancia que a su asistido no le habría pasado

nada.

Sindica que el sentenciante omitió señalar

específicamente el contenido real de la supuesta

escucha, toda vez que la misma no fue incorporada por

lectura al debate.

En tal sentido sostiene que durante el debate no

se escucharon los casettes existentes respecto de las

escuchas cuestionadas ni tampoco se exhibió

transcripción alguna que permita corroborar los

dichos de G. y M., por lo que se vio bloqueado el

derecho de defensa en juicio, al impedir a la parte

no sólo el control real de la prueba incriminante

sino también la posibilidad de efectuar el descargo

correspondiente.
Entiende que para considerar una llamada como

“incriminante” es necesario que ella hubiera sido

individualizada como “sospechosa” en una intimación

concreta al acusado, es decir que le hubiera sido

mostrada, en específico como “llamada incriminante”.

En tal sentido sostiene que el imputado debió ser

intimado por la llamada respectiva en sus

declaraciones indagatorias y además que ésta hubiera

sido mantenida como incriminada en el escrito de

acusación.

Agrega que un criterio distinto concentraría en

el acusado toda la carga procesal.

Cita doctrina en abono a sus tesis.

Por otro lado sostiene que en su alegato

cuestionó y tachó de mendaces los dichos de lo

testigos R. D. M., M. S., M. E. L. y J. L. M., como

así también lo atestiguado por los menores N. L. y J.

E., pese a lo cual dichos testimonios fueron

utilizados como basamento de la prueba cargosa contra

su pupilo sin dar respuesta a los argumentos

defensistas utilizados para cuestionarlos.

Entiende la defensa que la hipótesis sostenida

por el Tribunal, en cuanto a la forma en que se


produjeron los hechos ventilados durante el debate y

la relación causal entre los autores del primer hecho

y el último de los mismos, que concluyera con la

muerte de G., no se encontró acreditada durante el

debate, pues no existieron elementos de convicción

que permitan arribar, dentro del marco de la sana

crítica racional, a la certeza apodíctica que la

instancia requiere.

Respecto del hecho I, señala que ninguno de los

testigos pudo señalar en forma directa y precisa a su

pupilo como autor del robo del Banco Provincia,

sucursal Llavallol.

Afirma tal extremo toda vez que las personas que

refirieron haber reconocido en rueda de personas a

dos individuos como autores del evento en tratamiento

–M. y S.- no sólo no describieron las características

físicas de su defendido, sino que tampoco lo

señalaron entre las personas presentes como aquel que

en su momento reconocieron.

Agrega que dichos testigos resultaron ser personal de

seguridad de la mencionada institución bancaria y que

quedó demostrado que, previo realizar la rueda de

reconocimiento, a los empleados del banco le fueron


exhibidos distintos álbumes fotográficos, conocidos

como “álbum de prontuario”, perteneciente a la

Brigada interviniente, sin el debido control de las

partes, motivo por el cual si los empleados tuvieron

acceso a dicho material, da por sentado que M. y S.

han tenido acceso a los mismos pues resultaron

personal policial de la seccional donde se inició la

investigación y principales testigos de la

conformación del cuerpo cargoso.

En base a ello alega que existe un manto de duda

sobre la veracidad de sus dichos máxime cuando en su

primer declaración ambos testigos no describieron con

claridad las características físicas de las personas

que ingresaron al banco y, a medida que la

investigación avanzaba iban perfeccionando sus

dichos, modificando la descripción y la cantidad de

personas que se encontrarían en condiciones de

reconocer.

Añade que a las irregularidades evidenciadas de

sumarse que dentro de la carrera policial de M.

existieron numerosos hechos de abuso en el ejercicio

de sus función.

Hace una reseña de las causas que el testigo


registra en su contra.

Cuestiona la validez de los reconocimientos como

tales, toda vez que a preguntas del Sr. Agente Fiscal

los testigos dijeron haber reconocido en rueda de

personas a un tal G. P., aportando sólo un apellido,

lo que a su criterio no es suficiente para que el

tribunal otorgue a dicha manifestación la entidad de

un “reconocimiento de identidad”.

Advierte que al considerar la diligencia

prevista en el art. 234 del C.P.P. el carácter de

acto reproducible, permite que éste pueda recrearse

nuevamente durante el juicio y entiende que por

“recrear” debe entenderse la nueva exhibición del

imputado.

Señala que las diligencias de reconocimiento en

rueda de personas a las que hacen mención los

testigos, no fueron incorporadas por lectura al

debate y por ende no pueden ser valoradas por el

tribunal.

Continuando con sus argumentos advierte varias

contradicciones en los relatos del Cabo M. en tanto

que tras reseñar lo testificado por el nombrado en el

debate, sindica que al prestar declaración el día 23


de julio de 1999 refirió que no pudo observar con

claridad la fisonomía del tercer sujeto que se le

arrojó un puntapié en el rostro, siendo que meses más

tarde, una vez efectuada la detención de G. P., M.

reconoció a tres personas –debiéndose excluir a Frías

Sánchez- y logró dar identidad a un tercer sujeto,

cuando en su declaración del día posterior del hecho

refirió que no pudo observar con claridad su

fisonomía y no poder aportar dato alguno respecto de

las características físicas o vestimenta.

Entiende que creer los dichos de M.

representaría para la defensa pecar de ingenua, pues

para la época en que el nombrado reconoció a tres

personas como autores del robo, ya circulaba en el

D.D.I. Lomas de Zamora, fotografías de su pupilo

tomadas al momento de la detención, pese a lo cual el

testigo niega haberlas visto antes del

reconocimiento, evento que se contrapone con lo

manifestado por los otros testigos quienes fueron

contestes en afirmar que personas de la brigada se

habían hecho presente en las instalaciones del banco

y les habían mostrado varias fotos chiquitas,

exhibiéndoles el álbum fotográfico que corre por


cuerda al legajo fiscal, sosteniendo los testigos que

el exhibido era de similares características.

Por otro lado refiere que, luego de haber

efectuado en forma personal una “inspección de visu”

en el escenario de los hechos, pudo constatar que es

imposible que desde el puesto donde se encontraba

ubicado M. –pasillo que da al tesoro del banco- éste

haya podido ver hacia fuera como dijo haberlo hecho

el día del robo. Asimismo desde afuera tampoco se

puede advertir la presencia del personal policial,

por lo que resulta imposible que haya podido ver a

las personas que se encontraban en la línea de cajas.

Señala que el testimonio se torna mendaz por

vocación de servicio u orgullo personal dado que los

funcionarios policiales ponen todo su empeño para

lograr el objetivo que se han propuesto, sin importar

a costa de que, a ello suma que el nombrado fue

víctima de uno de los ilícitos investigados

En igual sentido se expide sobre los dichos de

M. S., refiere que la nombrada declaró poder

reconocer sólo al sujeto que durante el robo redujo a

un cliente en el sector cajas, y que este sujeto

habría sido el último en retirarse del banco,


llevándose al cliente como rehén hasta la puerta

para luego darse a la fuga. Posteriormente señaló a

este sujeto como G. P.

Sostiene que durante el debate la testigo varió

su versión y agregó que luego de reducir a un cliente

y solicitarle que bajara de la garita, este sujeto se

dirigió hacia el interior del banco, siendo

reemplazado en su lugar por un segundo sujeto del

sexo masculino, del cual no pudo aportar

características físicas y de quien no se encontraba

en condiciones de reconocer.

Por otro lado tacha de mendaces los dichos de M.

E. L., quien depuso sobre su versión de los hechos de

manera totalmente diferente a lo dicho en sede

judicial.

Sindica que la nombrada durante el debate

continuó una situación fantasiosa en cuanto

permaneció por espacio de 20 minutos en la puerta de

su domicilio observando a los supuestos autores del

robo del coche de P. y manifestó haber intentado, en

reiteradas oportunidades, mantener un diálogo con los

mismos hasta que el sujeto que llevaba una escopeta

la apoya sobre el techo del vehículo y efectúa un


disparo hacia su persona, a lo cual la testigo hace

un gesto como que se toma el pecho y se corre para un

costado sin indicar haberse puesto a resguardo o

haberse tirado al piso para resguardar su integridad.

Manifestó haberse corrido y así simplemente haber

“esquivado” el disparo, con un gesto despreocupado

como lo que dice le habría sido arrojado no hubiera

puesto en riesgo su vida o la de persona que se

encontraba con ella.

Agrega que en el lugar no se halló ninguna marca

de proyectil en la pared o frente al domicilio de L.,

ni de ninguno de sus vecinos, como así tampoco se

halló vaina servida alguna en el escenario de los

hechos.

Entiende que las pobres e infundadas

aseveraciones de dicho testigo -que entre otras cosas

se contraponen con los dichos del testigo P., también

víctima de robo- sumado a que la misma resultó ser

personal policial, y además pertenecer a la misma

fuerza a la que pertenecía G., demuestran un interés

manifiesto por querer esclarecer a toda costa el

homicidio nada más y nada menos, que de un compañero

de fuerza.
A lo expuesto suma que la testigo no sólo se

apartó notoriamente de lo expuesto durante la

instrucción sino que durante la audiencia de debate

manifestó haber reconocido a cuatro personas en la

diligencia de reconocimiento, de los cuales sólo

aporta sus apellidos sin describirlos físicamente,

por lo que está a lo expresado anteriormente sobre la

valoración probatoria en este sentido.

Señala que no puede dejar de destacar que la

testigo manifestó haber visto a dos personas y luego

de producidas las detenciones logró reconocer a

cuatro personas como las que iban bordo del vehículo

propiedad de P., vehículo que posee sus vidrios

polarizados (acta de fs. 1).

Respecto del testigo M., personal policial a

cargo de la investigación, refiere que solicitó se lo

procese por falso testimonio toda vez que refirió

haber estado presente en el domicilio de la calle

Moixe nº 167 de la localidad de Quilmes y haber

participado del secuestro de distintas armas de fuego

y, al exhibírselas pedido del señor Fiscal de juicio,

el mismo manifestó reconocer la totalidad de las

armas que se le exhibieron como las secuestradas en


el domicilio que más tarde se determinara como el de

su pupilo, reconociendo entre dichas armas una

pistola calibre 45 que no fue secuestrada en el

domicilio mencionado sino que fue secuestrada en

poder del occiso a Frías Sánchez al momento de ser

abatido.

Asimismo manifestó haber secuestrado un recorte

de diario alusivo al robo del banco, hecho que

también tilda de mendaz.

Pese a lo expuesto sostiene que el magistrado

preopinante entendió que el testigo no resultó mendaz

en sus dichos.

También cuestiona los dichos de N. D. E. y G. E.

L. toda vez que advierte la existencia de

circunstancias puntuales que no pueden entrar dentro

de la esfera de los sentidos de los testigos

mencionados y que sin embargo los mismos dieron

respuesta afirmando tener conocimiento sobre dichas

circunstancias.

Ello así dada la distancia en que se

encontraban, más de 200 metros del lugar donde

apareció muerto G., lo que impidió que algunos

detalles vinculados con el esclarecimiento del hecho


pudieran recaer sobre sus sentidos y las que fueron

completadas por su subconsciente, por los datos que

comenzaron a circular por los medios de comunicación

y por los dichos de los propios vecinos del lugar.

Relata que ambos menores dijeron haber visto a

la víctima “esposada” al momento de hacerla descender

del vehículo, que los sujetos que bajaron tenían

varias armas de puño, que el sujeto que apareció

tirado en la zanja era policía y que a preguntas de

que cómo sabían esto, dijeron porque estaba vestido

de policía, cuando en realidad la víctima apareció

vestida con un short, camisa y zapatillas.

Por lo expuesto, sumado a la exclusión

probatoria antes señalada la defensa entiende que no

existen elementos de prueba directos o indirectos que

en su sumatoria permitan indicar con absoluta certeza

que J. A. G. P. es autor de los delitos por lo que

viene imputado.

Agrega que no existe un solo elemento de prueba

directo que permita incriminar a G. P. en la muerte

del mencionado G., máxime cuando la figura del

homicidio previsto en el art. 80 del Código Penal

requiere, inexorablemente, dolo directo de autor, y


si aún no se pudo determinar quien fue el autor del

disparo que le diera muerte al occiso, mucho menos se

podrá determinar quien o quienes le prestaron

colaboración o acordaron con éste ponerle fin al

nombrado.

Advierte que aún en el caso de valorarse en

contra del encausado la totalidad de la prueba

cuestionada, a partir de los dichos de la testigo L.

se cae el nexo causal en función de la autoría del

resto de los delitos que se pretende endilgar a su

pupilo.

A ello suma lo manifestado por el Cabo Passer en

cuanto que uno de los sujetos que iba en el Renault 9

se escapó a pie hacia el interior de la fábrica Vassa

y allí desapareció.

Señala que no puede descartarse la existencia de

otro móvil de apoyo, el cual escapó con algunos de

los autores del hecho del banco, pues a partir de la

premisa que data que al banco habrían ingresado

aproximadamente seis o siete personas, sumado la

muerte de Frías Sánchez a escasos metros de la

sucursal del banco, sólo se divisaron un total de

cuatro o cinco sujetos, por lo que no podríamos


descartar la hipótesis de que al menos dos personas

fugaron del lugar en otro sentido y a través de otros

medios que no hayan sido los vehículos en cuestión.

Entiende que la existencia de un acuerdo previo

para la comisión de uno de los delitos tenidos por

probados por el tribunal, como es el robo del banco,

por imperio de las limitaciones propias de la Teoría

de la Imputación Objetiva, impiden –como lo pretende

hacer el tribunal- imputarle al resto de los sujetos

que participaron en la acción, los “excesos” que

pudieran surgir de alguno de los partícipes.

Hace mención del “principio de confianza”, según

el cual cada uno puede confiar en que los demás se

atendrán a su rol y sostiene que a partir de dicha

dogmática, la carencia de certeza de la identidad del

ejecutor de la conducta típica que diera muerte a C.

G., impiden en forma objetiva no sólo incriminar

dicha conducta a cualquier sujeto sometido a proceso

como autor o coautor, como se pretende en el fallo

atacado.

3. Como tercer motivo de agravio la defensa

plantea la inconstitucionalidad de la pena de

reclusión.
Reseña el voto en disidencia de la Dra. G.,

sobre el cual coincide plenamente.

Agrega que la reclusión cargaba con el resabio

de la pena infamante, hoy expresamente prohibida por

la Constitución Nacional en su art. 75 inc. 22 y art.

XXVI de la Declaración Americana de los Derechos y

Deberes del Hombre.

Señala que en la Argentina la distinción entre

reclusión y prisión fue suprimida por todos los

proyectos posteriores a 1921.

Sostiene que la agencia judicial no puede

interpretar contradictoriamente la Constitución, y

por ende, no puede admitirse que imponga el

mantenimiento de una pena infamante cuando el mismo

texto prohíbe expresamente esas penas.

Aclara que la pena de reclusión nunca existió en

vigencia del código de 1921, pues la disposición de

su art. 9 rezaba que “La pena de prisión perpetua o

temporal se cumplirá con trabajo obligatorio en

establecimientos distintos a los destinados a los

recluidos”, nunca se cumplió, y jamás se distinguió

en la práctica de la ejecución penal para reclusos y

prisioneros, así tampoco se los alojo en


establecimientos separados.

Agrega que el proyecto de unificación se

formalizó con la derogación de la pena de reclusión

al establecerse su ejecución indiferenciada (ni más

gravosa ni infamante, sino igual a la de prisión) en

la antigua Ley Penitenciaria (Decreto ley 412 de 1958

ratificado por ley 11467) que inclusive reemplazo las

calificaciones de recluso y preso por las de interno

(art. 15 de la ley 14467 y art. 57 de la ley 24660).

Estima que todo ello constituye la partida de

defunción de la reclusión como pena, pues dichas

disposiciones dejan en claro la derogación de los

arts. 6, 7 y 9 del Código Penal y con ellos la

desaparición de la pena de reclusión, por lo cual

corresponde considerar derogadas todas las

disposiciones que hacen referencia a ella en el

Código Penal.

Señala que la reclusión importa un régimen más

aflictivo e infamante, lo que expresamente prohibe en

el art. 26 de la Declaración Americana, incorporada a

la Constitución mediante la reforma de 1994, por

intermedio del art. 75 inc. 22.

Entiende que la equiparación de penas privativas


de la libertad en materia de finalidad de encierro

(art. 1) en cuanto a su control (art. 3), al régimen

de progresividad (art. 6 y ss.) y en especial a la

indiferenciación en cuanto al régimen de salidas

transitorias (arts. 16 y 17) o de semilibertad (ídem)

de prisión discontinua o semidetención (art. 35) y el

régimen de libertad asistida (art. 54), dejó sin

efecto y, en consecuencia, derogó la pena de

reclusión del art. 5 y por ende, todas sus

consecuencias más graves.

A continuación señala que la diferencia

existente para el cómputo de los delitos conminados

con pena de reclusión o prisión, alternativamente, es

inviable pues nunca una decisión posterior

(sentencia) puede alterar el carácter cronológico de

la pena anticipada en prisión preventiva, dado que

antes de la sentencia el encierro no puede ser

imputado por la mera posibilidad de imposición de una

pena más grave no impuesta y que, además es

inconstitucional y no ejecutable legalmente.

Agrega que también se ha considerado que la pena

privativa de la libertad realmente perpetua lesiona

la intangibilidad de la persona humana en razón de


que genera graves trastornos de personalidad; no

obstante observa que ese efecto no es exclusivo de la

pena perpetua sino de toda pena privativa de la

libertad de larga duración, por lo que debe

evaluarse, en todo caso, la inconstitucionalidad de

estas penas en general por su incompatibilidad con el

art. 18 de la Constitución Nacional, en cuanto se

asimilan al tormento psíquico –art. 1º de la

Convención contra la Tortura y otros tratos o penas

crueles, inhumanas o degradantes- y más

específicamente por imperio del art. 1º de la ley

24660.

Añade que toda pérdida o afectación de derechos

provenientes de la consecuencia jurídica de un

delito, debe tener un límite temporal dentro del

sistema republicano, no siendo admisible que de un

delito emerja una consecuencia jurídica negativa

imborrable durante toda la vida del sujeto.

4. Por último la recurrente denuncia la

inconstitucionalidad del art. 52 del Código Penal.

Colige que la inconstitucionalidad de la

reincidencia acarrea la de esta pena accesoria que no

guarda ninguna relación con el contenido del injusto


ni con la culpabilidad del delito cuya pena se

acompaña como accesoria.

Sostiene que la reclusión por tiempo

indeterminado no sólo es inconstitucional por violar

el principio de mínima irracionalidad, sino también

por su genealogía antirrepublicana e incompatible con

la antropología constitucional, no es más que una

síntesis de viejas penas de deportación y relegación.

Agrega que este artículo sirvió para que la

doctrina y la jurisprudencia inventaran un concepto

de Delincuente Habitual que las leyes jamás

establecieron.

Concluye que su inconstitucionalidad se ratifica

con la lesión a la prohibición del NON BIS IN IDEM,

común con cualquier agravación del delito ya anterior

ya penado, propia de toda reincidencia, que el art.

52 viola la regla de proporcionalidad y el principio

de irracionalidad mínima que debe mediar entre delito

y pena, así como también su indeterminación es lesiva

de la legalidad.

Por todo lo expuesto solicita se case el fallo

recurrido, se haga lugar a las exclusiones

probatorias denunciadas y se absuelva a su defendido,


caso contrario se haga lugar al planteo de

arbitrariedad intentado y proceda en consecuencia.

En subsidio solicita se haga lugar al planteo de

arbitrariedad intentado.

II. A fs. 396/397 se presente el imputado N. D.

G. solicitando se hagan extensivos en su favor los

efectos del recurso en trato en los términos del art.

430 del C.P.P..

A fs. 403/410 la Sra. Defensora ante esta Alzada,

Dra. Ana Julia Biasotti, desistió de la audiencia de

informes y presentó memorial.

Mantiene, en relación al primer agravio

introducido en el recurso originario, la postura allí

adoptada en cuanto que la extracción del listado del

número telefónico se asimila a la interceptación de

la correspondencia privada y en consecuencia advierte

afectada la defensa en juicio y el debido proceso

legal como así también garantías constitucionales que

resguardan la intimidad y las privacidad de las

personas, siendo los actos llevados a cabo en

infracción a las mismas nulos de nulidad absoluta.

Cita doctrina en reseña a la introducción de

prueba obtenida en violación a garantías


constitucionales y su consecuente exclusión

probatoria.

En cuanto a la invalidez de los reconocimientos

de personas efectuados por R. D. M., M. E. S. y M. E.

L., a partir de las vistas existentes en los libros

de “modus operandi”, cita el planteo efectuado por el

Defensor de Casación en causa n° 3885.

Asimismo hace referencia a la imposición de la

declaración de reincidencia y la accesoria de

reclusión por tiempo indeterminado, sosteniendo que

su imposición no se ha fundamentado.

Entiende que la declaración de reincidencia por

segunda vez sin mención de fechas, como la solicitud

de reclusión por tiempo indeterminado efectuada por

el particular damnificado, sin fundamentación, ha

obstruido el ejercicio de la defensa en juicio de su

defendido, resultando de ello la anulación del

instituto.

Cita votos del Dr. Carlos Alberto Mahiques en

apoyo a su postura.

Por último solicita que, de accederse a los

reclamos efectuados a favor de G. P., se hagan

extensivos al coimputado N. D. G.(art. 430 del


C.P.P.).

A fs. 411/416, el Sr. Fiscal Adjunto ante esta

Alzada, Dr. Jorge Armando Roldán, se expidió de igual

manera en lo referente a la audiencia de informes y

presentó memorial.

Considera que el recurso interpuesto debe ser

rechazado.

En primer lugar delinea el concepto de

correspondencia privada y en consecuencia descarta la

asimilación pretendida por la defensa.

Agrega que cada una de las intervenciones de las

líneas telefónicas han sido ordenadas por la señora

Juez de Garantías mediante auto fundado.

En torno al contenido de las escuchas

telefónicas, advierte que la prueba documental

correspondiente no se incorporó al debate por expresa

oposición de la defensa y por ende el cotejo

pretendido, entro de lo declarado por los testigos y

lo volcado en las actas, es contradictorio.

En cuanto a la credibilidad de los testigos

sostiene que la defensa parte de una premisa falsa,

al referir que -en base a lo declarado por los

empleados del banco- previo efectuar la diligencia de


reconocimiento en rueda de persona les fue exhibido

el álbum de prontuario perteneciente a la Brigada

interviniente.

Sobre este tema argumenta que de las constancias

de la causa surge que los reconocimientos

fotográficos fueron realizadas por el Fiscal

interviniente, autorizados por la señora Juez de

Garantías y debidamente notificados a la defensa, lo

que desvirtúa el nuevo agravio introducido por la

defensa relativo a los reconocimientos fotográficos

realizados a partir de los libros de “modus

operandi”.

Destaca que la confrontación de lo dicho en el

debate por M. y S. no consta en el acta respectiva y

las declaraciones prestadas en la instrucción no

fueron incorporadas por lectura, por lo que dichos

elementos no permiten demostrar arbitrariedad en la

sentencia en virtud del principio de inmediación que

informa el proceso oral.

Respecto de la participación de G. P. en el

hecho en que perdiera la vida G., sostiene que la

recurrente se disconforma con la conducencia de la

prueba, habida cuenta que, conforme se tuvo por


acreditado, se ha despejado hasta la más mínima duda

sobre la intervención del encausado en el hecho,

compartiendo el dominio funcional del hecho con otras

tres personas, por lo que no resulta necesario la

individualización del autor para poner en cabeza de

éste la coautoría.

Igualmente improcedente señala el planteo de

inconstitucionalidad de la pena de reclusión.

Alega que la modalidad de reclusión no se encuentra

derogada en base a sus efectos, entre ellos la

distinción del cómputo de la detención preventiva

prevista como el plazo de cumplimiento para obtener

la libertad condicional.

Respecto de la inconstitucionalidad de la medida

de seguridad impuesta cita jurisprudencia C.S.J.N. y

la Cámara Nacional de Casación penal en respaldo a la

constitucionalidad de la medida.

III. Corresponde ahora me expida sobre los

motivos que fueron materia de recurso.

1. El agravio a través del cual se plante la

nulidad de las escuchas telefónicas existentes por

entender que la memoria del teléfono celular

secuestrado en poder del imputado Frías Sanchez debió


ser equiparada al concepto de correspondencia

privada, no puede prosperar.

Dentro del art. 18 de la Constitución Nacional,

a través del cual se tutela y garantiza el derecho a

la intimidad del ciudadano, se encuentran incluidas

la correspondencia epistolar y los papeles privados,

quedando comprendidas también las comunicaciones

telefónicas, cualquiera sea el medio empleado para

lograr la comunicación de una persona a otra.

Ahora bien la memoria del teléfono celular,

secuestrado en poder de uno de los coautores del

hecho juzgado, no encuentra la tutela constitucional

de la privacidad.

La interpretación extensiva de la defensa

tendiente a considerar comprendido dentro del

mencionado precepto constitucional a la memoria de un

teléfono celular, con la consecuente pretendida

equiparación al procedimiento de interceptación de

correspondencia privada, resulta desacertada.

En efecto, y en lo que al caso concreto atañe el

teléfono celular con su la función de agenda donde

quedan registradas, tanto las llamadas efectuadas

desde ese aparato como las que ingresaron al mismo;


no pasa de ser un objeto susceptible de incautación,

como cualquier otro.

De esta manera, el legítimo secuestro de dicho

elemento y su posterior inspección, no puede

entenderse como inobservante de derecho alguno ya que

la memoria per se no es capaz de develar de manera

alguna las conversaciones entre locutor e

interlocutor, ni puede asemejarse a la

correspondencia epistolar cuando no se están

interceptando las comunicaciones del imputado.

Por otro lado la nómina de números telefónicos

existentes, emerge a simple vista del aparato

telefónico, sin que sea necesario proceder al

especial procedimiento de apertura sindicado por el

art. 228 del rito.

No puede decirse que legalmente secuestrado el

teléfono celular por parte del personal policial

interviniente, la requisa sobre el mismo devenga

inválida.

La expectativa de privacidad que posee el sujeto

sobre un elemento lícitamente secuestrado lejos de

aparecer notoria y razonable, como parece pretenderlo

la defensa, no es tal, más aún cuando el propio


código de rito autoriza su incautación e inspección

(arts. 212, 226, párrafo 2° y ccdtes. del C.P.P.), en

los términos que fueron realizadas.

Sobre este punto el “a quo” refirió “En mi

opinión dicho archivo no posee las connotaciones de

reserva a las que alude la Defensora, dado que no

resulta ser correspondencia que requiera apertura o

lectura, no tiene destinatario alguno más allá de su

uso como anotador. Luego, su compulsa no necesita

decisión judicial alguna. Artículo 228 contrario

sensu del Código de Procedimiento Penal”.

Tampoco puede decirse que el procedimiento

instrumentado por el personal policial careció del

debido control de las partes y que nada garantiza la

certeza en cuanto a la veracidad de los números

telefónicos obtenidos.

Ello así, pues de existir dudas sobre los mismos

la defensa pudo verificar, en la etapa procesal

correspondiente la identidad del listado efectuado

por el preventor G. con el efectivo contenido del

aparato celular, y aún así peticionar la confección

de un listado de llamadas entrantes y salientes a

través de la empresa proveedora del servicio, con el


fin de cotejar las fechas de las mentadas llamadas y

desechar así todo tipo de reparos.

El restante tramo de la que a través de la cual

la recurrente afirma que las intervenciones

telefónicas practicadas en la causa no fueron

ordenadas por juez competente, tampoco puede

prosperar.

Tal como surge de las constancias obrantes a fs.

562/565, la señora Juez, doctora Marisa Salvo,

titular del Juzgado de Garantías nº 5 del

departamento judicial Lomas de Zamora, dispuso la

intervención telefónica de los abonados nº 4738-4314,

4469-2818 y 4767-8694 por el plazo de veinticinco

días, en los términos del art. 229 del C.P.P.

De esta manera, la pretendida nulidad postulada

es insuficiente, pues existió orden fundada de juez

competente sobre los números telefónicos que a la

postre permitieron dar con el domicilio del aquí

imputado y su consiguiente detención.

Por último la consideración efectuada por la

recurrente en torno a el “a quo” nada dijo sobre la

emisión de orden fundada por parte del juez para

intervenir la línea telefónica constituye una mera


especulación que no alcanza a conmover la

participación que habría cabido a G. P. en los

sucesos bajo estudio, siendo por demás desacertada a

la luz de lo señalado en párrafos anteriores.

2. Igual suerte ha de correr el agravio a través

del cual la defensa denuncia una arbitraria

valoración de la prueba.

La defensa sostiene que el juez que llevó el

voto cantante hizo alusión a dos llamadas

incriminatorias que vinculan a su defendido con F. S.

y G. sin que se intimara debidamente al acusado sobre

la prueba obrante en su contra.

Veamos, al tratar la cuestión segunda del

veredicto, el “a quo” valoró los dichos del testigo

J. L. M. en cuanto éste manifestó recordar, entre

otras conversaciones grabadas, que “a Josecito no le

había pasado nada”, que Josecito respondía a la

persona de G. P. y que también surgió la mención de

otra persona de apellido G.

De esta manera se advierte que el “a quo” no echó

mano sobre elementos de prueba que no ingresaron al

debate, sino que únicamente ponderó los dichos

vertidos en juicio por el testigo M.


Así las cosas no advierto afectado el derecho a

la defensa del imputado ni invertida la carga de la

prueba como lo sostiene la recurrente, más aún cuando

las transcripciones en cuestión fueron legalmente

incorporadas por lectura al debate, al desistir la

propia defensa de las oposiciones efectuadas en su

oportunidad y por ende requerir la incorporación de

las piezas mencionadas a fs. 268vta. del acta de

debate, las cuales se encontraban a disposición de

las partes (cfr. fs. 271).

Las consideraciones que la recurrente ensaya en

torno a las supuestos déficits evidenciados en el

testimonio de R. D. M. -ello sumado a la inspección

de visu por ella efectuada- como así también los

dichos de M. S., M. E. L., J. L. M., N. L. y J. E.,

no son eficaces para evidenciar los vicios

valorativos que la impugnante atribuye al fallo.

Respecto del hecho I el Tribunal de mérito valoró

el resultado positivo de la diligencia de

reconocimiento en rueda de personas efectuado por R.

D. M., quien durante la audiencia sostuvo que

identificó a G. P. como la persona que intimidó con

un arma al personal policial del banco y como quien


le aplicó una patada en la cara y le pisó la cabeza.

También valoró los dichos de M. E. S. cuando

refirió que fue llamada por la fiscalía para realizar

un reconocimiento en rueda de personas y que pudo

identificar a J. G. P., quien al momento del hecho

vestía ropas similares a las de la policía.

Sostiene la defensa que los testigos refirieron

durante el debate haber reconocido a un tal G. P. en

la diligencia de reconocimiento en rueda de personas

efectuada en sede tribunalicia pero no se expresaron

sobre sus características físicas ni lo señalaron

entre las personas presentes.

No encuentro óbice alguno sobre esta cuestión

pues los testigos depusieron sobre lo preguntado por

las partes, por lo que no advierto de qué manera

resultan mendaces los aseveraciones formuladas por

los testigos en tal sentido.

El vacío de información que la defensa afirma

como de vital importancia, obedece al desarrollo de

la labor efectuada por las partes en el juicio, es

decir el momento de preguntar al testigo es durante

el debate oral, por lo tanto mal puede en esta

instancia reclamar lo que nunca se preguntó ni lo que


nunca se intentó reproducir (art. 274 según ley

12.059).

Asimismo no puedo dejar de advertir que las

actas donde se plasmaron las diligencias de

reconocimiento en rueda de personas fueron

introducidas al debate por lectura (cfr. fs.

270vta./271) por lo tanto los testigos meramente

recrearon lo volcado en las actas de mención.

Tampoco pierden credibilidad los testigos

mencionados por el hecho de pertenecer a las fuerzas

policiales ni por el hecho de que M. registre causas

en trámite.

Los dichos de M. y S., junto a los demás

elementos probatorios valorados por el sentenciante,

no escapan a la circunspección de veracidad y

credibilidad, cuya valoración fuera efectuada por los

jueces durante el debate, pues se trata de una

facultad inherente a los magistrados del juicio.

Tampoco es idóneo el embate defensista a través

del cual señala marcadas contradicciones entre lo

narrado por M., S. y L. en el debate respecto de lo

que expresaron en la etapa de instrucción, pues ello

no resulta compatible con el principio de la sana


crítica racional y de inmediación adoptados por el

Código de rito para la valoración de las pruebas.

La Ley 11.922 consagró el régimen de la oralidad,

a través del cual los testimonios son recibidos

directamente por los encargados de juzgar.

De esta manera toma relevancia jurídica

cuestiones tales como las miradas, tonos de voz,

gestos, etcétera, y el juicio se transforma en el

momento donde, debidamente, se produce la prueba.

Por el contrario, durante la investigación penal

preparatoria, se colectan elementos probatorios que

no pueden ser considerados “prueba” como tal pues

adolecen de los requisitos esenciales de discusión y

control de las partes, salvo en casos excepcionales

donde no se puede esperar al juicio para producirla y

por ello, se anticipa su producción.

A ello cabe agregar que los testimonios prestados

por los mencionados testigos durante la investigación

no fueron incorporados al debate, por lo tanto su

confrontación esta instancia es inatendible.

Los mismos fundamentos resultan aplicables a la

testigo M. E. L., a quien la defensa tacha de mendaz


a través de análogos motivos a los achacados a M. y

S.

Por otro lado la exhibición de fotografías –

libros de “modus operandi”- a los empleados de la

sucursal bancaria siniestrada, a los efectos de

orientar con éxito la investigación, no desacredita

la labor del personal policial interviniente, salvo

que se pruebe un propósito oculto con el fin de

lograr que los testigos sindiquen a una persona

determinada, lo que no advierto en el caso.

La afirmación efectuada por la defensa, a través

de la cual sostiene que resulta indudable que los

testigos M. y S. tuvieron acceso a las mencionadas

placas fotográficas, no encuentra sustento alguno. Es

que no puedo dejar de advertir que los testigos de

mención negaron rotundamente que se les haya exhibido

dichas fotografías, por lo tanto las afirmaciones de

la defensa sobre este punto resultan reflexiones

desprovistas de todo sustento.

La recurrente también se agravia del testigo J.

L. M. quien al serle exhibidos un grupo de armas

secuestradas, las reconoció como las secuestradas en

el domicilio donde fue aprehendido G. P., siendo que


una de ellas había sido secuestrada en poder del

fallecido Frías Sánchez.

Ahora bien, que el juzgador concluyera que se

trato de un error excusable en razón del tiempo

transcurrido entre los hechos y el momento del debate

como así también las múltiples tareas a las que

habitualmente se encuentra abocado con su calidad de

investigador, no deviene en absurdo probatorio alguno

pues insisto, el grado de credibilidad otorgado a los

testigos oídos en el debate, es una tarea proopia de

los jueces del juicio.

Tampoco ello se traduce en un razonamiento

desprovisto de toda logica, pues el funcionario

policial reconoció un arma que, si bien no fue

secuestrada en el domicilio de G. P., fue secuestrada

en relación a los hechos investigados en las

presentes actuaciones.

Respecto de los hechos I, II y III el “a quo”

ponderó lo manifestado por el testigo Sergio Ricardo

Kosimar, cuando explicó que en circunstancias en que

intentaba realizar un trámite bancario vio llegar a

los autores del hecho con dos vehículos, un Renault


19 y un Fiat Uno color celeste y que ese Fiat celeste

se retiró del escenario de los hechos tras

enfrentarse con la policía, siendo luego perseguidos.

A ello se sumaron los relatos contestes de Juan

José Passer, Enrique Del Carmen Yapura, Rubén A.

Quinteros, Eduardo Córdoba, Juan Ramón Gómez y

Gustavo Gorsch.

También se valoraron los dichos de G. R. B. y M.

L. L., cuando refirieron que a bordo del rodado antes

mencionado intentaron apoderarse de un vehículo marca

Volkswagen, propiedad de A. P., tal como lo afirmó el

mismo P.

Asimismo cabe apuntar que la testigo L. situó

tanto a G. P. como a G. en el lugar del hecho

sindicado por los sentenciantes como hecho II).

En igual sentido se ponderó el hecho de haber

abandonado el vehículo Fiat en las inmediaciones del

lugar donde se llevaron contra su voluntad a C. G.

junto a su rodado, tal como lo refirieron C. A. A.,

C. E. B. y C. H. C.

Es a partir de lo expuesto donde encuentro

plasmada la participación de G. P. y G. en los hechos

numerados II y III.
Nótese que la testigo M. L. L. situó tanto a G.

P. como a G. en el hecho a través del cual se intentó

desapoderar a A. P. de su vehículo Volkswagen (hecho

II).

Así las cosas, resulta ineficaz la hipótesis

pretendida por la defensa basada en el testimonio del

Cabo Passer, en cuanto que uno de los sujetos que se

desplazaba a bordo del Renault 9 logró darse a la

fuga a pie hacia el interior de la firma “Vasa”, y

sobre ello sostener que no existe certeza sobre la

participación de su defendido en el resto de los

injusto perpetrados.

A mayor abundamiento debe sumarse lo escuchado

por A. P. cuando manifestó que los sujetos que

intentaron sustraerle su vehículo mencionaron y

trasladaron al vehículo una bolsa en obvia alusión al

botín obtenido en el banco, en concordancia a lo

narrado por C. A. A. quien vio a los autores cuando

abandonaban el rodado marca Fiat, observando que uno

de ellos llevaba una bolsa, a lo que cabe agregar lo

dicho por C. H. C. cuando afirmó que cuando su

sobrino se identificó como policía uno de los

desconocidos expresó “y eso que carajo me importa


nosotros acabamos de asaltar el banco”.

De esta manera los tres hechos cuya existencia no

viene cuestionada se encuentran unidos entre sí y la

participación que en los mismos cupo a los imputados

se encuentra debidamente acreditada.

En efecto ha quedado probado que no menos de

cuatro sujetos intervinieron en el desapoderamiento

ocurrido en el Banco Provincia de Buenos Aires,

sucursal Llavallol, y es mismo número de personas

intervino en el evento que finalizó con la muerte de

C. A. G., tal como lo tuvo por acreditado el “a quo”

a través de los dichos de C. A. A., C. E. B. y C. H.

C. cuando refirieron que al menos cuatro personas

fueron las que se llevaron cautivas a G. en su propio

vehículo.

Por otro lado, y en el mismo sentido antes

mencionado, la defensa se agravia de los testimonios

brindados por los menores N. D. E. y G. E. L.,

refiriendo que existieron circunstancias puntuales

que no pudieron entrar dentro de la esfera de los

sentidos de los testigos mencionados toda vez que se

encontraban a más de doscientos metros del lugar

donde fue hallado G.


De la lectura de lo plasmado por el sentenciante

en el veredicto, lejos se está de advertir

confabulación por parte de los testigos L. y E.

G. E. L. manifestó que estaba jugando a la

pelota a una cuadra del lugar y vio pasar un Renault

9 azulado a velocidad, del que bajaron dos hombres

con otro hombre, luego se escuchó un disparo por lo

que se acercaron cuando todo pasó y vieron que un

hombre estaba en una zanja esposado, tirado. Aclaró

el testigo que quienes descendieron del automóvil

junto con el damnificado ascendieron por la parte

trasera del vehículo en el que se alejaron del lugar,

junto a por lo menos otro sujeto que conducía el

rodado. Señaló que dichas personas estaban vestidas

con saco azul de policía y pantalón de policía, uno

tenía escopeta y otro un revólver, que la víctima

tenías las manos atrás y cuando lo fueron a ver el

hombre estaba herido en la cabeza.

A su turno N. D. E. relató al tribual que estaba

jugando sobre la calle Garay con unos amigos cuando

vio pasar un auto a toda velocidad y vio como bajaban

tres hombres, dos de los cuales arrodillan al

policía, le tiraron un escopetazo y lo dejaron sobre


la zanja. Agregó que el policía tenía una herida en

la cara y estaba esposado atrás y cuando fue a ver

estaba esposado boca abajo. También aclaró que

después le contaron que era policía. Señaló que el

auto en que llegaron al lugar era un Renault 9 verde

que se fue rápido por Garay y que las personas que

dieron muerte a la víctima tenían armas cortas y

largas.

Los testimonios reseñados no aparecen como

falaces ni fantasiosos, sin que tampoco puedan

advertirse en ellos los quiebres alegados por la

defensa.

Por último, sostiene la recurrente que no existe

un solo elemento que vincule a su defendido con la

muerte de G., máxime cuando la figura del homicidio

requiere dolo directo de autor.

Sobre este punto el sentenciante refirió “La

forma en que fuera esposado C. A. G. para ser

posteriormente ultimado tal como lo relataran los

testigos, P. A. L., G. E. L. y N. D. E., no me dejan

duda alguna que los sujetos activos actuaron de

consuno, previo acuerdo, sobreseguro y aprovechándose


del estado de indefensión en que habían colocado a la

víctima; a la vez que la razón para darle muerte a

G., amén que su condición de policía, no fue otra que

lograr la impunidad respecto del raid delictivo que

protagonizaron, todos ellos el día 22 de julio de

1999.”.

Ahora bien, la concurrencia de las personas

aludida en el fallo responde a una convergencia de

voluntades previamente establecida, donde la acción

de cada uno de los sujetos se encontró subjetiva y

objetivamente vinculada a la de los otros partícipes.

Se advierte en el caso, un curso de actividades

delictivas donde se observa un reparto de trabajo

para lograr una obra única constituida por un

vínculo subjetivo coportador de decisión común y por

un vínculo objetivo al completar con su aporte al

plan común.

Tal como lo expuse con anterioridad, no existe

elemento alguno que me lleve a desacreditar la

presencia de G. y G. P. en el escenario de los hechos

donde se ultimó a G.

Veamos, dos sujetos descendieron del rodado

Renault 9 y arrodillaron a G., mientras que uno de


ellos le efectuó un disparo en la cara, siendo que al

menos dos sujetos aguardaban en el vehículo de

mención, en situación de pilotos del rodado, para

luego darse rápidamente a la fuga del lugar.

Ello surge del claro relato brindado por N. D.

E., quien detalló precisamente cuántos sujetos

descendieron con la víctima y cómo y por dónde

ascendieron al rodado dichos sujetos luego de

ejecutar a G.

Entonces, unida la cuestión precedentemente

expuesta a lo narrado por los testigos C. A. A., C.

E. B. y C. H. C., no puedo más que precisar una

actuación conjunta entre todos los intervinientes.

De esta manera, no es posible sostener la

aplicación del “principio de confianza”, la

existencia de “excesos” por parte de alguno de los

partícipes ni un supuesto de “prohibición de

regreso”, menos aún del modo insuficiente y aislado

en que la defensa plantea distintos aspectos de la

Teoría de la Imputación Objetiva.

Por todo lo expuesto, este tramo de la queja no

puede prosperar pues no se ha logrado demostrar vicio

valorativo alguno en el fallo cuestionado.


3) Tampoco puede prosperar el agravio a través

del cual la defensa entiende que la pena de reclusión

y la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado

son inconstitucionales.

Liminarmente cabe señalar, en contestación a los

argumentos brindados por la señora Defensora Oficial

ante este instancia, que tanto la declaración de

reincidencia por segunda vez dispuesta como así

también la imposición de la medida accesoria de

reclusión por tiempo indeterminado, se encuentra

debidamente fundada en virtud de lo reseñado por el

“a quo” a fs. 342vta./343.

La declaración de inconstitucionalidad obliga

terminantemente a estipular el objeto materia de

interpretación al sólo efecto de evitar intromisiones

en tareas propias de otros poderes.

En consecuencia, la única posibilidad para

declarar la inconstitucionalidad pretendida por la

recurrente, es comprobando el enfrentamiento entre

normas de diferente rango y que este enfrentamiento

resulte claro, concluyente y demostrable con el único

objetivo de autorizar la empinada actividad

jurisdiccional.
En efecto la declaración de inconstitucionalidad

sólo se evidencia como “ultima ratio” constituyendo

en un acto de suma intensidad institucional pues, en

principio, las leyes dictadas a través de los

mecanismos previstos por la ley fundamental gozan de

una presunción genérica de legitimidad que rige

plenamente, salvo manifiesta, clara e indudable

confrontación de una ley con la disposición

constitucional, lo cual debe aparecer en un caso

concreto.

Mientras en el caso no haya demostración puntual

de que la norma vulnera una disposición magna

perjudicando los derechos del que reclama, dicha ley

no podrá ser inaplicada por inconstitucional.

La defensa sostiene que la pena de reclusión se

encuentra derogada y por lo tanto su aplicación es

inconstitucional.

Sobre el tema tengo dicho que: “En efecto y a

modo de ejemplo cabe señalar que el art. 5 del C.P.

dispone: “Las penas que este Código establece son las

siguientes: reclusión, prisión, multa e

inhabilitación”.

Por su parte los arts. 6 y 7 del mismo texto


legal referidos a la reclusión establecen

respectivamente “La pena de reclusión, perpetua o

temporal, se cumplirá con trabajo obligatorio en los

establecimientos destinados al efecto. Los recluidos

podrán ser empleados en obras públicas de cualquier

clase con tal que no fueren contratadas por

particulares”. “Los hombres débiles o enfermos y los

mayores de sesenta años que merecieren reclusión,

sufrirán la condena en prisión, no debiendo ser

sometidos sino a la clase de trabajo especial que

determine la dirección del establecimiento”.

Por su parte, los arts. 9 y 10 referidos a la

modalidad de cumplimiento de la prisión disponen:

art. 9: “La pena de prisión, perpetua o temporal, se

cumplirá con trabajo obligatorio en establecimientos

distintos de los destinados a los recluidos”. Art.

10: “Cuando la prisión no excediera de seis meses

podrán ser detenidas en sus propias casas las mujeres

honestas y las personas mayores de sesenta años o

valetudinarias”.

Finalmente el art. 57 reza: “A los efectos del

artículo anterior, la gravedad relativa de las penas

de diferente naturaleza se determinará por el orden


en que se hallan enumeradas en el artículo 5º”.

Asimismo la mayor gravedad de la pena de reclusión

puede advertirse entre otras normas en el régimen de

la libertad condicional o en la reducción de pena de

la tentativa.

También existen diferencias en la condenación

condicional, que resulta sólo admisible a los

condenados a prisión.

Por último, la ley 25825 consagró en el art. 258

bis un tipo penal que fija exclusivamente una escala

de pena de reclusión con la cual pareciera que el

legislador la sigue entendiendo como una modalidad

sancionatoria en vigencia.

A esta postura se le podría endilgar que no

existe diferencia en el lugar de cumplimiento de los

condenados a reclusión o prisión. Sin embargo las

razones extralegales, como la que impide cumplir con

la norma de que los procesados estén separados de los

condenados, salvo circunstancias excepcionales, y

serán sometidos a un tratamiento distinto, adecuado a

su condición de personas no condenadas (art. 10

inciso 2, letra a del Pacto Internacional de Derechos

Civiles y Políticos, incorporado conjuntamente con su


Protocolo Adicional a la Constitución Nacional por el

art. 75 inc. 22 de la misma), no pueden servir de

base para la derogación de la norma, por cuanto

mientras la norma se encuentre vigente siempre se

podrá cumplir con la aludida división de los reos y

con el empleo en obra pública.

No desconozco la moderna corriente

interpretativa que sostiene que la ley 24660 vino a

equiparar ambas especies de pena. Sin embargo, no

puedo compartirla.

Lejos de esto la ley 24660 contiene numerosas

normas que avalan la diferenciación entre los

sometidos al régimen carcelario. En efecto el

tratamiento diferenciado se advierte en los arts. 12

y 35 inc. a. De dicho texto legal.” (Cfr. causa n°

22.175, sent. del 29/04/08 reg. 217/08).

Asimismo, aún aplicando los actuales criterios

jurisprudenciales verificados en los fallos de la

Suprema Corte de Justicia Provincial (Cfr. fallo

P68706, “Neuman, Ezequiel s/ incidente de cómputo de

pena”, sent. del 04/10/2006), no puede concebirse que

la única pena privativa de la libertad vigente es la

de la prisión.
En todo caso, han desaparecido las diferencias

ejecutivas entre la prisión y la reclusión pero aún

existen consecuencias que no son propias de las

condiciones materiales en las que debe cumplirse la

reclusión.

Por lo expuesto entiendo que la pena de reclusión

no se encuentra derogada.

Sorteado dicho obstáculo, advierto que la

recurrente no explicó las peculiaridades objetivas y

subjetivas del caso para que la norma sea excluida de

su presunción de legitimidad, ni tampoco se

especificaron los motivos por los cuales se verifica

la incompatibilidad entre la norma y la disposición

constitucional y esta carencia es óbice para acceder

a la inconstitucionalidad pretendida.

La exposición de datos no muestra como la

previsión general de la ley, al aplicarse al caso de

estudio, se muestra alterada de manera tal que

contradice la norma constitucional.

En el caso concreto el órgano de juicio –por

mayoría- sostuvo “...no observo de qué manera puede

verse afectado el orden supralegal, ni qué derechos

pueden encontrarse ilegítimamente o arbitrariamente


conculcados. El cumplimiento del régimen

penitenciario cuyo control pertenece a la etapa de

ejecución de sentencia y la perspectiva de

resocialización, expresaran el momento en que

efectivamente, el condenado podrá recuperar

plenamente el ejercicio de un derecho de locomoción.

En mi sentir tanto la modalidad de reclusión por

tiempo indeterminado, incluso teniendo ésta última el

carácter de medida de seguridad, implican sólo una

grave restricción a la libertad ambulatoria y

únicamente en los casos en que la ley lo prevé

expresamente, nada pues que tenga raigambre

constitucional”.

Por último cabe señalar que la técnica recursiva

utilizada es insuficiente desde que la defensa

recurre a afirmaciones dogmáticas sin demostrar, en

el caso concreto las peculiaridades postuladas.

Así las cosas la pretendida declaración de

inconstitucionalidad es inadmisible.

Igual suerte tendrá el último tramo de la queja

relativo a la accesoria de reclusión por tiempo

indeterminado prevista por el art. 52 del Código

Penal.
Particularmente, debo decir que, en mi opinión,

la reclusión por tiempo indeterminado del art. 52 del

C.P. tiene las características de una pena accesoria

que agrava la prisión o la reclusión ordinaria.

En efecto dicha “reclusión” se entiende como una

pena de las enumeradas en el art. 5 del citado

código, que posee la peculiaridad de ser accesoria a

la condenación principal de cuya condición

retributiva también participa.

La misma idea emerge del contenido del art. 53

del C.P., al regular la posibilidad de obtener la

libertad condicional para los casos de condenados

multireincidentes, pues la libertad condicional

constituye una modalidad de cumplimiento de la pena.

A mayor abundamiento, no quedan dudas que una

medida accesoria que no tenga fines curativos y que

importe privación de la libertad en el sistema

carcelario, es pena.

Por otro lado ninguna disposición del código

sustantivo refiere que la misma deba ser aplicada en

razón de la mayor peligrosidad del sujeto. La

circunstancia de que por única vez el Tribunal pueda

dejar en suspenso la aplicación de la medida, fundado


su decisión en caso de menor peligrosidad, no implica

que la pena accesoria se funde en la peligrosidad,

sino que en este caso la falta de peligrosidad puede

operar como una causa personal de exclusión de la

pena accesoria.

Ahora bien, no merece ser atendida favorablemente

la alegación de la defensora mediante la cual

denuncia la violación del principio de culpabilidad,

sosteniendo que tanto la reincidencia como los casos

contemplados por el art. 52 del C.P. son claras

muestras de la vigencia de un derecho penal de autor.

El fundamento de la pena de reclusión accesoria que

establece el art. 52 del C.P., no radica en la idea

de derecho penal de autor, sino en el mayor contenido

de injusto que la ley penal atribuye a un acto cuando

lo ejectuta un sujeto activo con una determinada

característica o estado que lo relaciona con la ley

penal de un modo específico.

Tampoco puede ser atenido el argumento

defensista que postula una supuesta falencia estatal

en lograr la resocialización del sujeto no puede

redundar en perjuicio del mismo, pues la recurrente

lejos de demostrar que tal contingencia fue lo que


sucedió en el caso de autos, únicamente se limitó a

enunciar su crítica de modo genérico, la cual así

esbozada sólo puede conducir al fracaso de este tramo

de la impugnación debido a su manifiesta

insuficiencia.

Es que insisto que no se explicaron las

peculiaridades objetivas y subjetivas del caso para

que la norma sea excluida de su presunción de

legitimidad, ni tampoco se especificaron los motivos

por los cuales se verifica la incompatibilidad entre

la norma y la disposición constitucional.

Así las cosas, las hipótesis traídas por la

defensa al caso concreto, no han sido probadas.

Por todo lo expuesto, no corresponde declarar la

inconstitucionalidad de la aplicación de la pena de

reclusión y la accesoria de reclusión por tiempo

indeterminado (arts. 5 y 52 del C.P. y 18 de la CN.).

5. Por otro lado, en función de la reforma

legislativa del artículo 189 bis del Código Penal,

consagrada por Ley 25.886 del 5/5/04, que resulta

aplicable al caso de autos conforme lo normado por el

artículo 2 del mismo cuerpo legal, la tenencia ilegal

de munición de guerra ha quedado despenalizada por lo


tanto no corresponde declarar la prescripción de la

acción penal a su respecto.

En efecto, el artículo 189 bis del Código Penal

-según ley 25.086-, rezaba en su sexto párrafo:

“...Las mismas penas se aplicarán ... al que tuviere

o acopiare municiones correspondientes a armas de

guerra...”, mientras que dicho párrafo fue omitido en

la redacción del mencionado artículo en su nueva

redacción según ley 25.886. Así entonces, en función

del principio de ley penal más benigna (art. 2 del

C.P.), corresponde dejar parcialmente sin efecto el

pronunciamiento puesto en crisis por el que se

condenó J. A. G. P. y, consecuentemente, absolverlo

en orden al delito de tenencia ilegal de munición de

guerra por el que fuera condenado, lo cual del mismo

modo que la prescripción de la acción penal dispuesta

en la cuestión previa, no conlleva la necesidad de

traducirse en una disminución de la pena.

Ello así teniendo en cuenta los fuertes

argumentos vertidos por el señor juez preopinante al

tratar la cuestión segunda de la sentencia,

especialmente cuando sostuvo: “En cuanto a G. y a G.

P. considerado que la pluralidad de hechos que se le


adjudican, más la comisión del delito previsto por el

art. 80 del Código Penal, éste último en diversas

modalidades, me imponen escoger la sanción más

grave.”.

Por todo lo expuesto, corresponde dejar

parcialmente sin efecto el pronunciamiento en crisis,

consecuentemente absolver a J. A. G. P. como autor

del delito de tenencia ilegal de munición de guerra

y rechazar en lo demás el recurso de casación

impetrado por la defensa del imputado contra la

sentencia dictada por el Tribunal en lo Criminal n° 2

del departamento judicial Lomas de Zamora, sin efecto

extensivo en favor del coimputado N. D. G. Sin costas

en esta instancia (arts. 5 y 52 del C.P., arts. 202,

210, 228, 229 373, 430, 435, 448, 451, 530 y ccdtes.

del C.P.P. y arts. 18 y 19 de la CN).

Así lo voto.

A la misma cuestión planteada, el señor Juez

doctor Celesia dijo:

Adhiero al voto del juez Mancini, pero disiento

con los fundamentos que, a su criterio, conducen al

rechazo del pedido de inconstitucionalidad de


instituto contemplado en el artículo 52 del Código

Penal.

Preliminarmente, creo pertinente señalar que si

bien es indiscutible que en virtud de la división de

poderes establecida por el sistema constitucional,

compete al poder judicial ejercer el control de

constitucionalidad respecto de las leyes que debe

aplicar, no es menos cierto que ésta es una de las

funciones más delicadas de la jurisdicción y que la

declaración de inconstitucionalidad de una ley debe

considerarse como “última ratio”, por cuanto las

normas correctamente sancionadas y promulgadas llevan

en principio la presunción de su validez (CSJN,

Fallos 305:304, 263:309).

A los efectos de resolver la cuestión,

corresponde pronunciarse primero respecto de la

naturaleza jurídica de la accesoria del artículo 52

y, a partir de tal decisión, analizar la

compatibilidad de la norma cuestionada con los

principios establecidos por nuestra ley superior y

otras normas de igual jerarquía.

Adelanto que, a mi criterio, la reclusión por

tiempo indeterminado es una medida de seguridad y no


resulta inconstitucional.

No parece indispensable para decidir la cuestión

que nos ocupa pronunciarse respecto de la discutida

cuestión de la finalidad que debe asignarse a la pena

estatal, puesto que, sea que se considere que ésta

cumple una función preventivo general, preventivo

especial (y en su caso, positiva o negativa) o bien

se entienda que realiza una combinación de ellas, en

cualquier caso es indiscutible que toda imposición de

pena supone una privación de derechos para el

condenado sustentada en el principio de culpabilidad,

según el cual se requiere la atribución subjetiva de

responsabilidad por el injusto realizado.

La punibilidad presupone un delito y éste que

medie reprochabilidad respecto de la acción típica y

antijurídica.

En cambio, tratándose de medidas de seguridad, y

aun cuando éstas también pueden implicar una

privación de derechos para el individuo, si bien su

aplicación exige que medie un injusto, no se requiere

que éste sea reprochable al autor, por cuanto su

fundamento no es la culpabilidad por el hecho sino

una necesidad de prevención especial sustentada en la


peligrosidad, lo que determina que tales medidas sean

admisibles ante la comisión de una acción típica y

antijurídica realizada por un sujeto inculpable o

inimputable, sin perjuicio de que también puedan

aplicarse, como en el caso de la norma que nos ocupa,

en supuestos de comisión de un injusto culpable.

Un primer argumento para considerar que la

reclusión accesoria es una medida de seguridad y no

una pena deriva de un análisis puramente exegético.

El art. 52 del C.P se refiere en su último

párrafo a esta reclusión como “medida accesoria”, de

manera que aparece meridianamente claro que el

legislador no entendió referirse a una especie de la

pena de reclusión prevista en el art. 5º, puesto que

en ese caso debió llamarla por su nombre.

Por otra parte, el art. 53 del C.P., al regular

la posibilidad de obtener la libertad respecto de

esta medida, exige al tribunal que verifique la

posibilidad de suponer verosímilmente que el sujeto

“no constituirá un peligro para la sociedad”, lo que

viene a coincidir con el fundamento de la accesoria.

Y si bien podría afirmarse que nuestro derecho

también asigna alguna función a la peligrosidad –


mucho más limitada- en relación con las penas (arts.

41 y 44 C.P.), no puede desconocerse que en esos

casos el análisis debe realizarlo el juez al

sentenciar y en relación con el hecho cometido, en

cambio en este supuesto la peligrosidad aparece

presumida por la ley y el cese de esta medida, en

principio indeterminada, está sujeto a que cumplidos

los otros requisitos legales el riesgo para la

sociedad desaparezca, de igual manera que en las

medidas de seguridad previstas en el art. 34 inc. 1º.

La pena de reclusión del art. 5 del C.P. –como

el resto de las penas- se sustenta en el principio de

culpabilidad por el acto, en tanto que la reclusión

accesoria del art. 52 –como las otras medidas de

seguridad- se funda en la peligrosidad del sujeto que

ha realizado un injusto.

Mientras otras medidas de seguridad previstas

por nuestro ordenamiento jurídico (así, las del art.

34 inc. 1º) suponen un injusto inculpable o

inimputable, es decir, no reprochable, la medida del

arts. 52 del C.P. exige una pluralidad de

antecedentes condenatorios que, sumados al nuevo

delito cometido, evidencien una excepcional


peligrosidad del individuo, previendo la reclusión de

seguridad para un sujeto culpable al que además se le

ha impuesto una pena fundada en su culpabilidad.

El legislador ha decidido que en el caso de la

multirreincidencia se sume a la intervención estatal

que implica la pena fundada en la culpabilidad, otra

consecuencia no ya sustentada en el reproche por el

acto sino en la complementaria necesidad de

prevención especial derivada de la peligrosidad

evidenciada por la habitualidad delictiva.

Por tales razones, no podría afirmarse que la

reclusión por tiempo indeterminado afecte el

principio de culpabilidad por el acto, porque

tratándose de una medida de seguridad, y no de una

pena, no aparece alcanzada por el principio nulla

poena sine culpa, que, obviamente, tampoco abarca a

las otras medidas de seguridad reguladas por nuestra

ley penal, aunque respecto de ellas también puede

sostenerse –como se sostiene respecto de la que nos

interesa- que implican una privación de derechos y

son vividas por los destinatarios como una fuente de

sufrimiento, lo cual, sin embargo, no las transforma

en pena.
Así lo voto.

A la misma cuestión planteada, el señor Juez

doctor Mahiques dijo:

1) Adhiero, en todos sus términos y por sus

mismos fundamentos al voto del señor Juez doctor

Mancini.

2) Sólo habré de efectuar algunas consideraciones

relativas a la cuestionada reclusión por tiempo

indeterminado, formulando algunas precisiones en

razón de las citas efectuadas por la distinguida

Defensora Oficial ante esta sede.

Que como lo sostiene el magistrado que abre el

acuerdo, con apoyo en el fallo “Gramajo” de la Corte

Suprema de Justicia de la Nación, la naturaleza de la

denominada medida de seguridad prevista en el

artículo 52 del Código Penal participa de todas las

características de una pena, incluido su nomen y

genealogía, circunstancia a partir de la cual no

puede concluirse sino en que aquella accesoria de

reclusión por tiempo indeterminado lo es, razón esta

que me llevó a pronunciarme por su

inconstitucionalidad al votar como juez integrante

del Tribunal Oral en lo Criminal N° 6 de la Capital


Federal in re “Fernández Prieto”, en tanto su

imposición aparecía dictada por el supuesto de

multireincidencia que -en el caso que allí juzgué-

comprometía de manera insalvable principios

fundamentales de máxima jerarquía normativa.

Sin embargo, no es aquella hipótesis, ni las

recordadas por la defensa, la que se verifica en el

hecho en juzgamiento. En efecto, en los sucesos aquí

examinados la aplicación de aquella “pena” se

encuentra habilitada en función de la previsión legal

del artículo 80 del código sustantivo, que la

contempla expresamente como consecuencia jurídica

accesoria del delito que afecta el bien jurídico más

relevante protegido por el ordenamiento legal y,

además, cuando aquel menoscabo aparece ejecutado

mediante determinados modos o medios, gobernado por

una especial ultraintención del autor o dirigidos

contra personas, que amerita la más severa

reprobación prevista en el Código Penal.

De tal suerte, puede afirmarse que la

conminación de dicha accesoria resulta asociada a

materia infraccionaria de especial gravedad,

observándose en principio, que la privación de


derechos del condenado guarda adecuada

proporcionalidad con la magnitud del contenido

ilícito del hecho, o sea, con la gravedad de la

lesión al bien jurídico concretamente afectado por su

conducta.

No puede discutirse la compatibilidad de la idea

de un Estado de Derecho que imponga penas a los

delitos dentro del programa constitucional, pues ello

no choca con las garantías de nuestra ley

fundamental, en la que resulta claro que la pena

pretende sancionar delitos, siempre de acuerdo con su

gravedad (cfr. C.S.J.N. fallo ant. cit.).

En cualquier caso, resulta fuera de discusión que

se está retribuyendo la lesión al más preciado de los

bienes jurídicos causada por un acto concreto de

características típica, antijurídica y culpable. En

estas condiciones, la accesoria de reclusión por

tiempo indeterminado, en tanto pena, no viola el

principio de proporcionalidad, ni evidencia muestra

de un derecho penal de autor, ni infringe el

principio de humanidad, pues aparece asociada como

consecuencia posible a la conducta más intensamente

desvalorada por el legislador.


Sentado lo anterior, y consensuada por los

magistrados que me preceden la constitucionalidad de

aquella accesoria, a lo que adhiero en este supuesto,

no advierto imposibilidad formal de proceder a la

aplicación de aquella por parte del a quo fundado en

que sólo fue solicitada y sin fundamento alguno por

el particular damnificado, pues tratándose en

definitiva de fijar el real alcance temporal de la

pena de reclusión perpetua, era facultad de los

jueces su determinación concreta en el caso juzgado.

Ello así pues es deber de los magistrados,

cualesquiera fueren las peticiones de la acusación y

la defensa o las calificaciones que ellas mismas

hayan formulado con carácter provisional, precisar

las figuras delictivas que juzgan, con plena libertad

y exclusiva subordinación a la ley, deber que

encuentra su límite en el ajuste del pronunciamiento

a los hechos que constituyeron la materia del juicio.

Esta es la correlación necesaria entre el hecho

comprendido en la declaración indagatoria, el que fue

objeto de acusación y el que fue considerado en la

sentencia final –correlación que es natural corolario

del principio de congruencia– y la que debe ser


respetada en todo caso (C.S.J.N., Fallos: 186:297;

242:227; 246:357; 284:54; 298:104; 302:328; 304:1270

y causas Z.31,XXIII, “Zurita, Hugo Gabriel s/inf.

art. 166 inc. 2° del C.P.”; y G.130.XXIII, “Guerrero,

Lorenzo Manuel y otro s/homicidio, tentativa de robo

y lesiones leves”, resueltas el 23 y el 30 de abril

de 1991, respectivamente, entre otras.

El orden procesal vigente en la Provincia de

Buenos Aires, por vía del artículo 375 dispone que

será “el Tribunal” el que dicte la sentencia

planteando las cuestiones de derecho relativas a la

calificación legal y al pronunciamiento acerca de la

responsabilidad del procesado.

Asimismo, en base a esa subordinación legal de

los hechos y a las pautas de los artículos 40 y 41

del Código Penal, son también los jueces quienes

deben determinar la especie, la modalidad de

aplicación y el monto de la pena a aplicar, sin otra

limitación que su razonabilidad y las escalas fijadas

por el Código Penal (cfr. causa N°223 (4310),

“Rivero, Alberto s/recurso de casación”, rta.

21/11/00, reg. 148/00).

Por las razones expuestas, entonces como


anticipé, adhiero al voto del señor Juez doctor

Mancini.

Así lo voto.

A la segunda cuestión planteada el Sr. Juez, Dr.

Mancini, dijo:

Conforme quedaran resueltas la cuestiones

precedentes, corresponde:

1. Declarar extinta la acción penal por

prescripción conforme lo dispuesto por los arts. 56

inc. 3°, 62 inc. 3°, 67 y 189 bis párrafo 4° (según

ley 25086) del Código Penal, respecto del delito de

tenencia ilegal de arma de guerra que se le endilgara

al imputado G. P., y determinar que subsiste vigente

–únicamente- la acción penal relativa a los delitos

de robo agravado por su comisión con armas, robo

calificado por el empleo de armas en grado de

tentativa, robo agravado por el empleo de armas en

concurso real con homicidio triplemente calificado

por alevosía, por el concurso premeditado de tres o

más personas y por haberse realizado para procurar la

impunidad de otros ilícitos que se endilgan al

imputado en calidad de coautor.

2. Absolver a J. A. G. P. como autor del delito


de tenencia ilegal de munición de guerra (arts. 2 y

189 bis párrafo 6º -según ley 25.086- del C.P. y 435

del C.P.P.), lo cual del mismo modo que la

prescripción de la acción penal dispuesta en la

cuestión previa, no conlleva la necesidad de

traducirse en una disminución de la pena.

3. Rechazar el recurso de casación deducido por

la señora Defensora Oficial, Dra. Mónica A.

Castronuovo, en favor de J. A. G. P., sin efecto

extensivo en favor del coimputado N. D. G. Sin costas

en esta instancia (arts. 5 y 52 del C.P., arts. 202,

210, 228, 229 373, 430, 435, 448, 451, 530 y ccdtes.

y 18 y 19 de la CN).

Así lo voto.

A la misma cuestión planteada, el señor Juez

doctor Celesia dijo:

Adhiero al voto del Dr. Mancini, en igual sentido

y por los mismos fundamentos.

A la misma cuestión planteada, el señor Juez

doctor Mahiques dijo:

Adhiero al voto del Dr. Mancini, en igual sentido

y por los mismos fundamentos.

Con lo que termino el acuerdo, dictándose la


siguiente

SENTENCIA

Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, la

Sala II del Tribunal

RESUELVE

I. DECLARAR extinta la acción penal por

prescripción conforme lo dispuesto por los arts. 56

inc. 3°, 62 inc. 3°, 67 y 189 bis párrafo 4° (según

ley 25086) del Código Penal, respecto del delito de

tenencia ilegal de arma de guerra que se le endilgara

al imputado G. P., y determinar que subsiste vigente

–únicamente- la acción penal relativa a los delitos

de robo agravado por su comisión con armas, robo

calificado por el empleo de armas en grado de

tentativa, robo agravado por el empleo de armas en

concurso real con homicidio triplemente calificado

por alevosía, por el concurso premeditado de tres o

más personas y por haberse realizado para procurar la

impunidad de otros ilícitos que se endilgan al

imputado en calidad de coautor.

II. ABSOLVER a J. A. G. P. como autor del delito

de tenencia ilegal de munición de guerra (arts. 2 y

189 bis párrafo 6º -según ley 25.086- del C.P. y 435


del C.P.P.), lo cual del mismo modo que la

prescripción de la acción penal dispuesta en la

cuestión previa, no conlleva la necesidad de

traducirse en una disminución de la pena.

III. RECHAZAR el recurso de casación deducido por

la señora Defensora Oficial, Dra. Mónica A.

Castronuovo, contra la sentencia dictada por el

Tribunal en lo Criminal n° 2 del departamento

judicial Lomas de Zamora a través de la cual se

resolvió condenar a J. A. G. P. a la pena de

reclusión perpetua, accesorias legales y costas con

más la accesoria de reclusión por tiempo

indeterminado y declarándolo reincidente por segunda

vez, por considerarlo coautor penalmente responsable

de los delitos de robo agravado por su comisión con

armas, robo calificado por el empleo de armas en

grado de tentativa, robo agravado por el empleo de

armas en concurso real con homicidio triplemente

calificado por alevosía, por el concurso premeditado

de tres o más personas y por haberse realizado para

procurar la impunidad de otros ilícitos, sin efecto

extensivo en favor del coimputado N. D. G. Sin costas

en esta instancia (arts. 5 y 52 del C.P., arts. 202,


210, 228, 229 373, 430, 435, 448, 451, 530 y ccdtes.

del C.P.P., 5, 52 del C.P. y arts. 18 y 19 de la CN).

Regístrese, notifíquese y oportunamente,

devuélvase.

Fdo: Jorge Hugo Celesia - Carlos Alberto Mahiques -

Fernando Luis María Mancini

Ante mí: Gonzalo Santillan Iturres

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