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El arte de la Sofística
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Cuaderno
pilares sobre los que se asentará el edificio dialéctico que se irá construyendo. A
los científicos las palabras y los conceptos no les importan tanto, sino lo que con
ellos se pueda hacer en materia de transformación de la realidad, porque el saber
verdadero es el que tenemos sobre la realidad y consiste en el cómo se desarrollan los
distintos procesos para poder actuar sobre ellos. Este saber, también permite construir
artefactos donde el valor útil de estos proveerá otra prueba acerca de lo verdadero de las
concepciones que permitieron desarrollar el artefacto. Ahora bien, un científico demuestra
una teoría científica con una prueba sobre la realidad, pero el sofista no, demuestra con
un argumento y la fuerza de su lógica la verdad que quiere demostrar. Pero vean esto,
si un científico no puede probar en lo real sus teorías, si la realidad no apoya la teoría
del científico, esa teoría se desmorona, por lo que el científico debe trabajar mucho,
hacer infinidad de experimentos, para obtener su saber y probarlo y hacer carrera. Pero
el sofista no. Mientras el sofista pueda defender dialécticamente sus proposiciones, se
supone que es verdad lo que dice. La verdad del sofista descansa en la fuerza de sus
argumentos, no en el principio de realidad. El mejor argumentador sería el poseedor de
la verdad. Quien mejores trucos dialécticos pueda desplegar, será quien más cerca de
la verdad se encuentra. Esto libera al sofista de tediosas investigaciones de campo, le
basta con sólo disponer de su habilidad dialéctica para embrollar con palabras al otro
y conducirlo hacia donde quiere. Uno de estos sofistas, que además de su capacidad
dialéctica haya leído mucho, puede defender todas las teorías que quiera. Pero ¿cuál es
el verdadero interés del sofista? Es claro que su interés no es el de alcanzar la verdad,
porque ni siquiera la verdad es algo real para él, es sólo una palabra-convención social,
una idea útil para algunas cosas, pero sin poseer un estatus ontológico privilegiado, salvo
que quiera que así sea. Entonces, ¿qué es lo que quiere el sofista? Muy sencillo: colocar
ciertas ideas en la cabeza de las personas. Mientras que el científico pretende controlar la
realidad, transformarla, el sofista busca controlar las mentes de las personas colocando
las ideas que quiere que se desarrollen en sus mentes. El sofista quiere posicionar ciertas
ideas en la mente de las personas, por lo que su tarea es de simple marketing de ideas.
El proceso es muy sencillo: primero se introduce la duda en la mente de las personas,
luego se destruyen todas sus certezas con frases de este tipo “¿estas seguro de eso?”.
Y traten ustedes si no poseen la capacidad dialéctica de dar cuenta de las certezas más
evidentes, verán que no pueden hacerlo. Una vez que se convence a las personas que
sus certezas no tenían un correcto asiento en la dialéctica, de que no pueden confiar
en sus experiencias, y de que el principio de realidad ya no descansa en lo que hacen,
quedan completamente preparados para aceptar la siguiente idea: es verdad aquello que
ha pasado por el principio de razón, que ha sido analizado completamente hasta que
se ha comprendido, y, por sobre todo, aquello que puede demostrarse dialécticamente.
Mientras que el científico debe demostrar en la práctica sus teorías, el sofista no, sólo
debe poseer una lógica perfecta, una argumentación a prueba de todo. La idea, entonces,
es que la verdad descansa en la fuerza de la lógica argumental. Si esta idea es aceptada,
se produce un desplazamiento, la persona sin fuerza dialéctica no posee acceso a la
verdad, especialmente porque ya no puede confiar en sus experiencias. El principio de
realidad se desplaza desde la realidad a la dialéctica, a la capacidad para demostrar
argumentalmente lo que se sostiene. Por lo tanto, el sumo sacerdote del saber pasa a ser
el sofista-filósofo, ya que él es quien puede demostrar argumentalmente lo que dice. Pero
repito, la intención básica consiste en colocar ciertas ideas en la mente de las personas.
Entonces, dada la idea que se quiere colocar, comienza el sofista a darle vueltas a la idea
de forma de ir poco a poco arrancando al oyente o lector de su sensación de lo real, poco
a poco va confundiendo, cita cosas dichas por otros pensadores que tienen cierto parecido
con lo que sostiene aprovechando la autoridad de estos, y poco a poco va construyendo
un texto que sólo se sostiene en ideas que se sostienen en otras ideas de las que ya se ha
perdido el rastro. En síntesis: se va creando un clima a favor de las ideas que se quieren
implantar, clima que provoca una especie de trance hipnótico, ya que el oyente ya no
puede distinguir qué es real de lo que no lo es, y si las ideas expresadas son coherentes,
si el discurso es armónico y bello, se termina persuadiendo al escucha de las ideas que se
quieren imponer.
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