Vous êtes sur la page 1sur 3

El amor no hace mal al prójimo

J. Enrique Cáceres-Arrieta

Si intentáramos definir el amor, hallaríamos serias dificultades. No caeré


en la tentación. Lo importante no es definirlo, sino entender que el amor no
hace mal al prójimo. Que si me amo y acepto como soy tampoco atentaré
contra mi vida (hay quienes se rechazan u odian a sí mismos; de ahí su
imposibilidad de amar al prójimo, pues el amor empieza amándome a mí
mismo). En realidad, amarme y amar es vital. Que sea el amor la brújula que
me oriente. Mi estandarte y estilo de vida.
¿Será que el amor es un valor universal objetivo reconocido por la
humanidad? Lo es. Religiones, filosofías, morales y éticas han considerado y
consideran al amor un bien fundamental en la vida. De la Ley moral (adherida
dentro de nosotros sin importar que seamos teístas o ateístas) del universo
moral en que existimos, el amor es preeminente.
El amor es lo único inmutable y trascendental. Lo más fuerte en el
universo. Religiones, filosofías, ideologías, morales, éticas y ciencias suelen
pasar y quedar en el olvido, porque sus creencias, postulados y paradigmas
son remplazados o renovados por otros más ajustados a la verdad; mas el amor
permanece. “Las muchas aguas no podrán apagarlo ni lo ahogarán los ríos”,
escribió el sabio. Solo el amor vence el mal exteriorizado en resentimiento,
rencor, odio, desamor. Nunca el desamor ha vencido al amor. Jamás el
resentimiento, rencor y odio prevalecerán sobre el amor pues ninguna
emoción -por suicida que sea- trascenderá. Nadie en el goce de sus facultades
sico-emocionales puede resistir al amor. Rechazamos creencias, filosofías e
ideologías porque abrazamos creencias e intereses y arrastramos emociones y
criterios cargados (resentimientos y prejuicios); pero nunca objetamos al amor
pues nuestra principal búsqueda y más apremiante necesidad natural es el
amor.
La religión y filosofía pretendidas como verdaderas han de girar sobre dos
puntos eje. En religión, primero, amor a Dios sobre todas las cosas y temor
reverencial a Él. Segundo, amor al prójimo como a uno mismo. En filosofía,
amor al prójimo como a uno mismo. El amor repite por ser un valor universal
objetivo reconocido por religiones y filosofías. Contra toda lógica, el amor
frecuentemente ha estado y está ausente en religiosos y filósofos. Por ello los
conflictos y barbaries en religiones e ideologías del pasado. Y la retórica
intolerante e incendiaria en filosofías de hoy.
Verdad sin amor y misericordia es legalismo y fanatismo. Amor sin verdad
es sentimentalismo empalagoso e indulgente. Franqueza sin empatía
(ingrediente del amor) es impiedad. ¿De qué vale religión sin amor y temor a
Dios y sin amor al prójimo? ¿De qué sirven filosofía, ética y ciencias sin esos
elementos? O si eres ateo y/o practicas una religión sin Dios, ¿sin amor al
prójimo como a ti mismo? Eso sin amor es heno, hojarasca y madera que el
fuego quema. (El detalle está, insisto, en que no poca gente se rechaza a sí
misma)
Si practicáramos la mitad de lo bueno que sabemos, la convivencia
humana sería mejor. Si guardáramos la Ley moral escrita en nuestros
corazones, el mundo fuese diferente pues el problema no estriba en cierta
moral y ética ni en esa Ley, sino en el casi generalizado desamor a Dios y al
prójimo.
¿Queremos un mundo mejor? Toca amarnos a nosotros mismos y amar al
prójimo como a nosotros mismos. La religión no justifica la omisión. Si soy
religioso y no amo a mi prójimo como a mí mismo, mi religión es vana. Si
eres ateísta, el ateísmo tampoco exime porque el amor es el valor universal
objetivo por excelencia.
¿Seré capaz de observar tal mandato siendo un mero religioso o viviendo
sin Dios? No, puesto que con esfuerzos humanos es imposible amar al prójimo
como a mí mismo. Si me conozco lo suficiente y soy honesto, sabré que lo
menos presente en mi naturaleza es amar al prójimo. Hemos observado que en
mí ni en ti está perdonar -mucho menos amar- al que lesiona honor e intereses
o daña a nuestra familia. Por consiguiente, vivir sin Dios y asegurar amar al
prójimo como a mí mismo es autoengaño. Y para vivir como si Dios no
existiera no es menester ser ateo.
La vida es demasiado breve, es una sola y muy frágil; por tanto, haré lo que
esté a mi alcance para vivir en paz con la mayor cantidad de personas,
permitiendo que sea el amor (sobre la ideología y creencias religiosas,
filosóficas o naturalistas) el vínculo que a mi prójimo me una, pues “si no
tengo amor, nada soy”; y si lo que hago lo hago sin amor, “de nada me sirve”,
escribió el ex perseguidor que camino a Damasco tuvo un encontronazo con el
amor encarnado.
El autor es periodista

Vous aimerez peut-être aussi