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LAS CONVENCIONES INTERNACIONALES

SOBRE VIOLENCIA Y SU INCIDENCIA EN LA


INTERPRETACIÓN DE LA LEY.-

En enero de 1997 fue promulgada, como una


reforma al Código Penal Dominicano, la Ley núm. 24-
97 que es el instrumento jurídico con que contamos
para preservar y proteger los derechos humanos de
las mujeres frente a la violencia intrafamiliar e
institucional.-

Esta ley sanciona figuras jurídicas o delitos como


la tortura, la violencia doméstica, la violación sexual
incluso en el matrimonio, el incesto, el acoso sexual,
el proxenetismo, el abandono de menores y la
violación a la intimidad e integridad de las personas,
entre otras. Es una ley penal de protección a la
víctima pero que también permite adoptar medidas en
lo civil como órdenes de protección y medidas de
salvaguarda del patrimonio de las mujeres cuando el
conflicto amenaza su titularidad.-

No obstante todo ello, este texto legislativo es


limitado al reconocer el alcance de las desigualdades
reales que separan al hombre y a la mujer; no prevé

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el feminicidio y desconoce la legítima defensa de
quien se puede sentir amenazada en su integridad
personal, junto a otras limitantes más.

En el año 2002 es aprobado el Código Procesal


Penal el cual impulsa garantías para los imputados,
consagra la libertad como la regla y la pena
preventiva como sanción al conflicto que se va a
dirimir. Pretende agilizar el proceso suprimiendo la
intima convicción de las juezas y jueces y dando
preeminencia a la presentación de evidencias.

Es claro que esta concepción de la ley deja


desprotegida a la víctima de violencia de género o
doméstica, porque no excluye de esta visión
garantista ningún hecho punible.

La víctima de violencia en el sistema de la Ley


núm. 24-97 debe seguir para la ventilación de su caso
la que se ha llamado “ruta crítica”, que inicia con la
presentación de su queja o querella ante la policía,
siguiendo con la fiscalía, luego a una dependencia de
Patología Forense para la obtención de un diagnóstico
o certificado médico legal, para continuar con el
apoderamiento del tribunal para el que tiene que
contar con asesoría legal.

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El resultado de seguir todos estos pasos ha
judicializado el problema de la violencia, es decir, se
ha utilizado el recurso de los tribunales para que las
mujeres puedan ser protegidas de las violaciones a
sus derechos con todo lo que ello implica: costos no
sólo financieros sino emocionales, tiempo,
enfrentamiento con sus propios familiares y amigos,
lo que es funesto para lograr el objetivo de erradicar
este problema social tan serio.

Ahora bien, no debemos olvidar que esta ley, la


núm. 24-97 está sustentada en los principales
acuerdos internacionales que ha suscrito el Estado
Dominicano, como son la “Convención para la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer” –CEDAW- y la “Convención
Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar
la Violencia contra la Mujer –Belen do Pará”.-

En ambas convenciones, ratificadas por nuestro


país, los Estados suscribíentes consideran que la
discriminación contra la mujer viola los principios de
igualdad de derechos y respeto a la dignidad humana,
dificulta la participación de la mujer en las mismas
condiciones que el hombre en la vida social, política,

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económica y cultural del país, lo que es un obstáculo
en el bienestar de la sociedad y la familia, que
entorpece el pleno desarrollo de las posibilidades de la
mujer para prestar servicio a su país y a la
humanidad.

Como se advierte estas convenciones insertan a


la mujer en la esfera de los derechos humanos,
reconociéndola como sujeto de ellos al igual que al
hombre.

La mujer tiene pues derecho a que se le respete


su vida, su integridad física, psíquica y moral, su
libertad y seguridad, tiene derecho a no ser sometida
a torturas, a libertad de asociación, a libertad
religiosa, a igual acceso a la toma de decisiones y a
los cargos públicos, en fin, tiene derecho a igual
protección de la ley y ante la ley.

Conforme a nuestra Constitución Política los


tratados internacionales de derechos humanos del
sistema de las Naciones Unidas (ONU), como los de la
Organización de Estados Americanos (OEA), deben
ser utilizados complementariamente para la
aplicación de las normas contenidas en la propia
Constitución; de ahí que los servidores y (as)

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judiciales deben aplicar los postulados de estas
convenciones citadas en los casos de violencia
intrafamiliar o de género.

Numerosas decisiones sobre todo arbitrales


hicieron que se estableciera en el contexto del derecho
internacional, la norma de “la debida diligencia”, la
cual ha sido reconocida en las convenciones citadas y
que establece que el Estado esta obligado a proceder
con la debida diligencia para impedir, castigar y
remediar actos de violencia que sean cometidos por
particulares o por los Estados.

Esta norma se incorporó en 1988 en el Sistema


Interamericano de Derechos Humanos, mediante la
histórica decisión Velázquez contra Honduras en la
que la Corte Interamericana de Derechos Humanos
dictaminó que Honduras no había cumplido sus
obligaciones con arreglo a la Convención
Interamericana por falta de la debida diligencia.

De esta norma se ha hecho uso ya en caso de


violencia doméstica (Brazil 2001).

Con todo este marco, en el año 2006 el Poder


Judicial a través de la Dirección de Niñez,

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Adolescencia y Familia y con la cooperación de
instituciones nacionales e internacionales, se
embarcó en realizar un diagnóstico para determinar
como se estaba aplicando la Ley núm. 24-97 sobre
Violencia, del que resultó que los operadores (as) de
justicia se remitían a interpretar de manera exegética
la ley obviando el marco de los convenios
internacionales ratificados por el Estado Dominicano;
es decir, que los operadores (as) judiciales tenían
escaso o ningún dominio de los instrumentos
internacionales de protección a la mujer. Sin hacer
una lectura crítica del lenguaje jurídico que contiene
la ley se refuerzan inconcientemente los valores
androcéntricos que discriminan a la mujer.

Es por esto que se llevan a cabo estos módulos


de capacitación y sensibilización para dar a conocer
estos instrumentos y con la ayuda de ellos mejorar la
aplicación de la ley. La CEDAW establece que “Todas
las actuaciones judiciales deben procurar alcanzar la
igualdad y equidad de los seres humanos sin
distinción alguna por razones de género, edad, etnia,
discapacidad, orientación sexual, etc.”

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Conforme la Convención Interamericana para
Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra la
Mujer, las leyes de violencia domestica de los Estados
son de orden público, lo que supone que crean
derechos y obligaciones que están por encima de los
intereses privados, lo que deberá tomar en cuenta el
juzgador o la juzgadora que la aplica o interpreta, sin
olvidar además, que por dicho carácter son de
inevitable observancia. La República Dominicana es
responsable del cumplimiento de estos instrumentos
por su carácter vinculante.

El interés del Poder Judicial es que finalmente se


logre una aplicación efectiva de la normativa nacional
junto a la internacional en el contexto de los derechos
humanos y considerando especialmente los derechos
humanos de las víctimas. Los operadores (as) de
justicia deben mejorar, con la ayuda de los acuerdos
a que hemos hecho referencia, la calidad de sus
funciones, interpretando y aplicando la ley de
violencia intrafamiliar del país desde una perspectiva
de género. A fin de lograr esto debemos proporcionar
una justicia pronta y cumplida para las mujeres
víctimas de violencia; dar participación igualitaria y

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trato digno a las mujeres en su condición de víctima
en el proceso penal y sobre todo, otorgar especial
valor a la prueba indiciaria y a la declaración de la
víctima en los delitos de violencia intrafamiliar o de
género; sobre todo, debemos tener presente que la
violencia misma, no puede ser sujeta de mediación o
conciliación, puesto que sería ridículo por ejemplo, el
compromiso de un agresor frente a su víctima de
agredirla menos o más suavemente. El hecho de que
la mediación o conciliación tenga carácter privado
contribuye a no crear conciencia de que la violencia
es un crimen y un problema social, y además,
refuerza la idea que se tiene de que la violencia
domestica sobre todo, es un problema familiar,
privado y que por ello el Estado no debe intervenir
para sancionarla, lo que hace que el agresor piense
que su conducta no es ni jurídica ni moralmente
reprochable.

El creer que los Estados no son responsables de


las violaciones a los derechos humanos que tienen
efecto en el ámbito privado y por particulares, es
ignorar que muchas de las formas de violencia contra
las mujeres se dan en ese contexto. Ya vimos que

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afortunadamente esto no es así, el Estado a través de
nosotros, los servidores (as) públicos tienen
responsabilidades y obligaciones que cumplir para
eliminar uno de los mayores problemas que enfrenta
la humanidad.

Mag. Eglys Margarita Esmurdoc.-


Segunda Sustituta de Presidente de la Suprema Corte de Justicia.

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